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Mordaza por Lis Malfoy

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Notas del capitulo: Al fin el séptimo! Este vicio lleva más de un mes en mi ordenador y, como me he cansado de verlo por ahí, pues he decidido subirlo. Quizá podría ser mejor, no lo he retocado, porque me gustaba cómo había quedado. Espero que os guste!

Gracias por vuestros comentarios y paciencia. Este va dedicado a todas aquellas personas que están pendientes de una actualización mía y, cuando la ven, enseguida leen mis locuras. Sin vosotr@s, no sería quien soy! Un beso y millones de gracias!

 

Hoy era su aniversario. Un viernes como hoy de hacía diez años se habían casado en una capilla medieval ante todos sus amigos. Y, para celebrarlo como era debido, había preparado algunas sorpresas.

Los niños estaban con Draco, el rubio era cómplice de todo el entramado que había preparado Harry para su padre, así que no había que preocuparse por las interrupciones inesperadas. La casa estaba adornada con detalles de esos diez años en común. Y la habitación… La habitación estaría perfectamente acondicionada. Un jarrón con lirios, la flor preferida de ambos –aunque sobre todo de Harry, quien le había contagiado la predilección por esa flor-, presidiría, desde un rincón notable, su particular celebración a la luz de unas diminutas velas que había colocado en el suelo. En el aire, podía notarse un leve olor a sándalo, lavanda y salvia, los preferidos de Lucius. Harry no había escatimado en gastos ni en detalles. Él aguardaría a su esposo tumbado en la cama sin nada más que un pequeño bóxer negro. Sabía que Lucius no se resistiría ante tal tentación. Había pensado en todo. Todo estaba perfectamente preparado. Todo estaba cuidado hasta el más mínimo detalle.


Pero no había pensado en los negocios de su esposo.


Lucius llegó a las once y media de la noche y se encontró a Harry ya dormido en la cama. No quiso despertarlo y se acomodó a su lado procurando no molestar. El moreno había desmontado todo cuando lo había llamado avisándole que no llegaría a la hora de cenar sino algo más tarde. Con lágrimas en los ojos, Harry fue recogiendo una por una las velas, las flores, guardando las fotos y encerrando sus sentimientos en su corazón, bajo llave, como siempre hacía.



A las nueve de la mañana sonó el teléfono. Harry alargó la mano, palpó encima de la mesita y descolgó el aparato acercándoselo al oído.

- ¿Sí? – dijo aún con voz ronca.
- Hola, papá – Draco había adoptado ese mote para Harry después de que éste se casara con su padre. Sabía que al moreno no le gustaba y se lo repetía constantemente para molestarlo. Pero esa mañana Harry no tenía ganas ni de enfadarse.
- Ah, hola, Draco – dijo sin mucho entusiasmo -. ¿Cómo están los niños?
- Bien, bien, los niños bien – respondió quitándole importancia -. ¿Y tú? ¿Agotado y feliz? – puntualizó.
- Ya me gustaría… - se quejó el moreno.
- ¿A qué viene eso?
- Pues que tu padre llegó tarde, así que no hubo celebración.
- ¿Qué? O sea… ¿que nada de nada?
- Exacto.
- ¿Y todo lo que tenías planeado?
- Pues lo tiré. No voy a necesitarlo – contestó resignado, aunque su corazón sufría aún dolor.
- Pero te habías esforzado mucho, no es justo.
- Son sus negocios… - empezó a decir Harry.
- Mi padre es un idiota y no lo defiendas – le cortó rápidamente. Esta vez no había justificación, su padre se había pasado y punto.
- No iba a hacerlo. Estoy de acuerdo contigo – la voz del moreno reflejaba su disgusto.
- ¿No se acordó, verdad?
- No, ni una llamada, ni una referencia… nada. Como si hubiera olvidado el aniversario. Todos los años me preparaba alguna sorpresa, por eso quise también prepararle una, para compensarle. Pero… no ha pensado en ello. Seguramente esta semana ha tenido mucho trabajo y…
- Cada año ha tenido trabajo y se ha acordado – le recordó el rubio -. ¿Quieres que hable con él?
- No, no, gracias, pero no. Ya se acordará tarde o temprano – suspiró, ni él mismo creía lo que acababa de decir, seguramente no se acordaría hasta dentro de varios días o semanas.
- Bien – dijo Draco finalmente -. Entonces, ¿cuándo quieres que te traiga a los niños?
- Cuando te vaya bien, voy a estar en casa todo el día. Tu padre ha salido temprano.
- Vale, pues hasta luego.

Era la primera vez en diez años que Lucius olvidaba su aniversario de bodas. ¿Qué había sucedido este año para que no se acordara? Harry se hacía continuamente esa pregunta, pero no lograba entenderlo, pero había alguien que sí lo sabía. Y muy bien.


Rachel Warmingston. Ése era su nombre.


Rachel era una mujer de veinte y pocos años, alta, morena, de cuerpo esbelto y larguísimas piernas. Y, además de ser una belleza, era también la secretaria personal de Lucius Malfoy. El rubio la contrató por su currículum, era excelente, y no se lo pensó dos veces. No la eligió ni por sus perfectos pechos ni por su culo respingón. Ni por sus bonitos ojos azules. Sólo por cuestiones profesionales. A él las mujeres no le atraían, le importaba muy poco si media oficina babeaba por ella. Él tenía a Harry y era feliz con él y los niños. Aunque odiaba cuando Rachel se acercaba insinuante hacia su mesa o le decía alguna cosa casi susurrando. Pero estaba perfectamente capacitada para su trabajo y Lucius valoraba mucho más su rendimiento.

Aunque el rubio no contaba con las artimañas de las mujeres. Evidentemente, Rachel controlaba su agenda y sabía que Lucius siempre anotaba en ella los compromisos profesionales y, sobre todo, los personales. Cuando vio que el veinte de abril era su aniversario de bodas, rápidamente lo borró y en su lugar programó varias reuniones para que el rubio estuviera distraído todo el día y no tuviera tiempo de pensar en nada más que no fueran negocios.

Y el plan le salió bien. Más que bien, perfecto.

Había conseguido que Lucius no recordara qué día era y –aunque no le importaba lo más mínimo- había roto el corazón de Harry.



Lucius llegó de un torneo de golf con los compañeros de trabajo a las dos del mediodía. Como cada sábado, salía a jugar para distraerse de la dura semana en la oficina. Y Harry, esperando en casa, con los niños. Al moreno no le molestaba que su esposo participara en campeonatos o, simplemente, saliera un rato para desconectar de sus negocios. Pero ese sábado estaba siendo muy distinto. Estaba enfadado, no, enfadado no, dolido y decepcionado. Los enfados pasan al cabo de poco rato y él sabía que estaría así por días. Lucius se había olvidado de algo importante, no sería fácil que lo perdonara.

- Buenos días, cariño – se acercó a Harry para darle un beso pero éste lo rehusó.
- Vigila, que está caliente – dijo señalando una bandeja que había sacado del horno.
- Oh, qué buena pinta tiene eso.
- Sí, es para mí y los niños. Tú tienes el plato en el microondas, como no sabía si llegarías a tiempo…
- Sabes que no me pierdo ninguna comida con vosotros.
- Ya… pero como últimamente has cambiado tus hábitos, pues no he querido arriesgarme – le soltó Harry a bocajarro.
- ¿Cambiado mis hábitos? – Lucius levantó una ceja, interrogante -. ¿Por qué dices eso?
- Venga niños, ¡a la mesa! – gritó Harry ignorando completamente a su esposo.
- Oh, papá… ¡eso debe estar riquísimo! – un niño apareció a su lado casi babeando ante la visión del manjar.
- Sí, ¿qué es? – preguntó su hermana pequeña, intrigada porque nunca había visto ese tipo de comida.
- Es lasaña, un plato italiano. Seguro que os gustará – les respondió sonriente.
- Mmmm… huele muy bien – añadió la niña acercándose un poco pero con cuidado de no quemarse.
- Toma, tu plato – le sirvió un plato a su hijo -. Y este es el tuyo – le tendió otro a la niña -. Y ahora, a comer.

Lucius asistía atónito a la escena que se estaba desarrollando ante él. No entendía la actitud de Harry. El moreno siempre se mostraba muy cariñoso y no se molestaba por sus salidas de los sábados por la mañana. ¿Por qué ese sábado sí parecía molesto? ¿Qué había ocurrido para que estuviera así? A pesar de que intentó adivinarlo, nada le vino a la cabeza. Así que, resignado, cogió su plato del microondas, algo de verdura y pescado al vapor –Harry realmente lo había castigado-, y se sentó al lado de sus hijos.

- Padre… la semana que viene jugamos el partido final de quidditch infantil, ¿vendrás a verme? – le miraba con una sonrisa en los labios y los ojos expectantes.
- ¿Cuándo será? – preguntó maquinalmente.
- El sábado por la mañana.
- Jeremy, sabes que tengo un torneo ese día.
- Pero podrías venir…
- No puedo, los compañeros me necesitan. Es un torneo por grupos.
- Pero les podrías decir que…
- No, no es posible – le cortó. No quería perderse ese partido, pero ya se había comprometido. Y como sabía que Jeremy era igual que él, todo un Malfoy, con su mal genio incluido, tenía que cortar por lo sano antes de que fuera a peor.
- Nunca puedes, siempre tienes cosas más importantes que hacer que estar con nosotros – le reprochó el niño alzando la voz.
- Jeremy, no tolero este tono.
- Pero tiene razón – protestó la niña apoyando a su hermano.
- Harry… diles algo.

El moreno se quedó mirando a sus hijos. Sabía que estaban en lo cierto. En otro momento les habría dicho que su padre tenía mucho trabajo y que los sábados por la mañana le era imposible. Pero hoy estaba furioso.

- Los niños tienen razón. Nunca haces nada con ellos. Y conmigo tampoco – recogió los platos y se fue a la cocina.

La cara de Lucius era todo un poema. No sólo sus hijos le recriminaban que no pasaba el suficiente tiempo con ellos sino además Harry se ponía de su parte. Algo muy gordo había hecho, de eso estaba más que seguro. Se levantó y siguió al moreno.

- ¿Qué ocurre?
- Nada.
- No me digas nada, algo te pasa – Lucius lo conocía bien. Harry sólo se comportaba de esa manera cuando estaba muy enfadado por algo.
- No me pasa nada – repitió.
- Si no me lo quieres decir…
- Te he dicho que no me pasa nada.
- Ya, ¿y entonces por qué contestas de mala gana y traes esa cara?
- Por nada.
- ¡Eres imposible, ¿lo sabías?! – ya había conseguido sacarlo de sus casillas.
- No más que tú – contestó Harry después que Lucius saliera de la cocina.

Cogió la chaqueta y desapareció por la puerta principal. Cuando Harry estaba algo alterado lo mejor era dejarle solo. Aunque el moreno hubiera preferido un buen arrumaco en vez de quedarse ahí, fregando platos y encima enfadado. Pero Lucius siempre se escaqueaba cuando se ponía de mal humor, y eso provocaba que el enfado fuera aún mayor. Y hoy estaba muy de mal humor. Y Lucius seguía sin acordarse de nada.


El rubio estaba paseando por la calle cuando de lejos divisó a una figura familiar. Se acercó y se sentó a su lado en uno de los bancos del parque.

- ¿Has salido a pasear un poco?
- ¿Qué haces aquí? – Draco se sorprendió al encontrarse cara a cara con su padre.
- Pues, lo evidente, salí a tomar el aire.
- Pensaba que estarías con Harry.
- No, está de mal humor, prefiero no estar en casa – vio que su padre seguía sin acordarse de nada.
- Pensaba que estarías con Harry… celebrando el aniversario.
- ¿Qué aniversario? Oh, Draco… dime que hoy no es…
- No, hoy no es día 20, es 21. El 20 era ayer, día de vuestro…
- Décimo aniversario… Con razón Harry está tan molesto. ¡Por Merlín! ¿Cómo pude olvidarme?
- No lo sé, pero esta vez la has hecho gorda. Harry está dolido, se lo he notado esta mañana cuando le he traído a los niños.
- ¿Niños? ¿Había organizado algo, entonces?
- Ya lo creo… Una velada muy íntima y especial.
- ¡Dioses…! Y yo ni le dije nada…
- Bueno, aún estás a tiempo…
- Sí, sí, ¿te importa tener a los niños hasta mañana? – Draco sonrió, nunca su padre se alteraba por nada, ni se mostraba nervioso, por eso verlo en ese estado le hacía muchísima gracia.
- Qué remedio… tráelos cuando quieras – dijo finalmente.
- Perfecto, en una hora en tu casa.
- Hasta entonces – vio como su padre echaba casi a correr. Definitivamente, poco quedaba del Lucius Malfoy que había conocido de pequeño. Harry había hecho un gran trabajo.

Lucius hechó a correr hasta su casa. ¿Cómo se le había pasado una fecha así? Harry estaba enfadado con razón. Abrió la puerta, se dirigió rápidamente al salón, pero estaba vacío, no había ni rastro del moreno tampoco oía nada en toda la casa. Finalmente, divisó a sus hijos en el jardín y, armándose de valor, fue a hablar con ellos.

- Jeremy, Lucy – los niños se giraron con cara de sorprendidos, pocas eran las veces que su padre les hacía caso -, ¿puedo hablar un momento con vosotros? – parecía que ambos fueran un par de adultos totalmente conscientes de todo, porque le miraban como si pudieran leerle el pensamiento. En ese momento pensó que sus hijos eran mucho más mayores de lo que había imaginado nunca. Y él se había perdido ese crecimiento.
- Sí, padre – respondió el chico sentándose a su lado en el banco de madera que tenían bajo el porche -. ¿Es por papi?
- Sí, cariño, es por papi – le pasó la mano por el pelo. Adoraba a sus hijos, pero admiraba esa madurez de Jeremy, era un pequeño Malfoy de la cabeza a los pies, sólo que físicamente era un Potter.
- Le hiciste llorar – dijo la niña enfadada y algo alejada, como si no quisiera acercarse al malo de la película que, como siempre, era él.
- Esta mañana ha llorado mucho, le hemos oído – continuó su hermano -. Se ha escondido pero se oía igual – le confesó.
- Chicos yo… - miró a sus hijos, se sentía orgulloso de ellos y mucho más de haber formado una familia con Harry, no iba a perderlos -. Princesa, - se acercó a la niña, no se veía muy dispuesta a perdonarle, era tan terca como Harry, iguales en todo, excepto en el físico. Lucy era el vivo retrato de los Malfoy - verás, hice algo mal y papi se ha enfadado conmigo. ¿Os importa ir con Draco a su casa?
- ¿Otra vez? – protestó el chico.
- Sí, Jeremy, otra vez. Necesito que papi me perdone – nunca se había mostrado débil ante sus hijos, pero ahora dejaba de lado su orgullo para poder salvar su matrimonio y eso era mucho más importante que las reglas Malfoy que había seguido durante toda su vida.
- ¿Y vas a darle muchos besitos? – su hija siempre conseguía incomodarle. ¿Cómo podía preguntar esas cosas de forma inocente? A veces pensaba que no era tan inocente como les hacía creer a todos. Pero sólo tenía cinco años, seguro no lo decía con la intención que él estaba pensando.
- Claro que se los dará, es lo que hacen siempre – el chico se acercó al respaldo del banco acolchado e imitó ‘un beso de los de película’, como siempre los llamaba.
- Jeremy, ya basta… - finalmente obedeció y se sentó de nuevo a su lado, con el semblante serio -. Bien, Draco vendrá por vosotros en una hora. No le digáis nada a papi, ¿de acuerdo? Será una sorpresa. Por cierto, ¿dónde está?
- Ha salido.
- ¿Que ha salido? ¿Dónde? ¿Cuándo?
- Pues no sé, no lo ha dicho. Ha hablado con Wona –la elfina que cuidaba de los niños desde bebés- y ha cogido el coche. Se ha ido poco después de que te fueras tú.
- Bueno… mejor.
- ¿Mejor? No lo entiendo…
- Cuando seas mayor entenderás las cosas.
- ¡Ya soy mayor! – protestó la pequeña -. Tengo cinco años – enseñó la palma de la mano abierta a su padre.
- Claro que sí, princesa, pero cuando crezcas más…
- No quiero crecer si tengo que hacer enfadar a mi marido…
- Seguro que tú no lo harás, eres como papi, y ya sabes que papi nunca me hace enfadar.
- No, porque él te quiere…
- Yo también le quiero – respondió rápidamente. Le quería, claro que le quería, como nunca había querido a nadie en la vida. Harry era su su vida, era su todo.
- Pero nunca se lo dices – añadió Jeremy y la frase se quedó clavada en su corazón y en su mente. Nunca le decía cosas bonitas a Harry, normalmente sólo por su aniversario o cuando era alguna celebración especial. Y este año ni eso… Era normal que sus hijos creyeran que sólo él hacía las cosas mal. Harry era perfecto, como marido, como amigo y como padre.
- Quizá sea hora de que cambien ciertas cosas… - dijo para sí.

Wona preparó algo de ropa para los niños y los despidió cuando subieron al coche de Draco. A partir de ese momento comenzó la cuenta atrás para la celebración, con un día de retraso, de su aniversario. Lograría sorprender a Harry y que volviera a creer en él.

Encargó comida a un lujoso restaurante que también servía a domicilio, y concertó la entrega para las nueve de la noche. Sería el colofón para el aperitivo que la precedería. Colocó velas en todos los rincones de la casa y la decoró con lirios, sabía que Harry no se resistiría ante sus flores preferidas. Y también pensó en algo más. Lucius le estaría esperando, desnudo, en la bañera, llena de sales minerales y espuma, con un toque de lavanda, como adoraba el moreno.


Eran las siete en punto cuando Harry regresó a casa. Todo estaba a oscuras por lo que supuso que Lucius no había llegado aún. Quizá se había pasado, quizá no debió gritarle, pero estaba demasiado dolido, y no era sólo culpa suya, él se había olvidado de algo muy importante. El rubio se había pasado y no lo perdonaría tan fácilmente. Cuando puso un pie en el salón, decenas de velas flotantes se encendieron para indicarle el camino que debía seguir. Resopló, si pretendía hacerse perdonar lo llevaba claro. No caería así como así. Siguió las velas y llegó hasta la habitación. Estaba cuidadosamente preparada y allí, encima de la cama, había un enorme ramo de lirios blancos, los preferidos de Harry. Aunque externamente no hizo ningún gesto que le delatara, por dentro casi lloraba de la emoción. A lo mejor debía darle una oportunidad a su marido, también era humano y podía olvidarse de vez en cuando de las cosas.

Una hilera de velas se encendió a su derecha, guiándole hasta el baño del que disponía la habitación. Lentamente, paso a paso, sin hacer apenas ruido, siguió la luz y abrió la puerta. Y ahí estaba. Una magnifica imagen, digna de ser contemplada largo rato. Y así lo hizo.

Lucius estaba en la bañera, sin ninguna lámpara encendida, pero el techo estaba encantado para que traspasara el cielo real, ya de noche, con la luna y las estrellas brillando en el negro firmamento. Cerró los ojos un par de segundos y olió el ambiente. Lavanda. Definitivamente sí había pensado en todo. Pero no cedería, no aún. Abrió los ojos y enfrentó los grises de su marido.

- ¿Esto es para hacerte perdonar? – su voz sonaba dura, fría, sin sentimientos.
- Harry, sé que yo…
- Déjame hablar – Lucius boqueó pero decidió no hacerle enfadar más. Harry se veía dolido -. Primero te olvidas de nuestro aniversario, pero no es sólo eso, era nuestro décimo aniversario. Me pasé el día preparando cosas para darte una sorpresa, porque siempre eras tú quién organizaba todo cada año, pero esta vez quería que fueras tú el sorprendido, y por eso me preocupé de tenerlo todo a punto para cuando llegaras a casa. Pero llegaste tarde y encima ni te acordaste de ello – cuánta razón tenía. Pero había más -. Y hoy… Hoy quieres hacerte perdonar, quieres que tu débil esposo te perdone por tu error y compras sus flores preferidas y le inundas el aire con su olor favorito. ¿Crees que eso es suficiente? – quizá se estaba pasando pero ver la cara del rubio le producía una sensación de superioridad que había aprendido muy bien de su conyugue.
- Yo… no, en realidad supongo que no, tú mereces más, mucho más…
- Pues claro que merezco mucho más. Merezco meterme en esa agua templada y bañarme junto a mi esposo y luego terminar haciendo el amor por todos los rincones de la casa – dijo el moreno acercándose a la bañera ya desnudo gracias a un rápido hechizo no verbal.
- Eh… - Lucius no sabía ni qué cara poner cuando Harry se le acercó hasta a la altura de su oreja y besarle con ferocidad.
- ¿Creíste que era tan cruel?
- Bueno, yo… tenía mis dudas. En realidad merezco que estés enfadado, no entiendo cómo pude olvidarme…
- Shhht… después si quieres sigues con tus explicaciones, pero ahora hay cosas más importantes, ¿no crees?

Lucius capturó los labios de Harry arrinconándolo hacia el otro extremo de la bañera. Con sus manos empezó un recorrido por el cuerpo del moreno que hacía que ambos gimieran de placer. Harry disfrutaba de esos besos en el cuello que descendían lentamente hasta su pecho y estómago. Sacó buena parte de su cuerpo fuera de la bañera, casi tumbándose en el frío mármol que les rodeaba. Lucius se acercó hasta él haciendo que sus erguidas erecciones se rozasen tan sólo un segundo provocándoles descargas de placer.

- Mhhmm… Lucius…

Harry estaba totalmente entregado. Con los ojos cerrados, sólo se dejaba hacer y llevar hacia el paraíso del placer. En ese momento, el rubio atrapó su miembro con su boca y empezó a lamer y succionar desde la base hasta el glande. Sabía que eso lo haría enloquecer. Harry arqueó la espalda y enterró aún más su erección en la boca de su esposo. Quería algo salvaje, así se lo hizo entender a Lucius, quien procedió a acatar las órdenes. Y entonces tuvo una idea.

Embriagado por las sensaciones del momento, Harry ni se dio cuenta de en qué momento apareció esa mordaza en su boca que le impedía hablar o gemir con naturalidad.

- No, no – el rubio impidió que se la quitara -, esto forma parte de tu sorpresa. Si quieres más acción, debes ser bueno y obedecerme – Harry asintió, Lucius siempre conseguía sorprenderle, y ahora, con una terrible erección entre sus piernas y con toda la sangre concentrada en cierta parte de su anatomía, no tenía ninguna intención de discutirle nada a su adorado esposo, en realidad no tenía fuerzas ni para pensar.

El moreno cogió su erección y empezó a masturbarle, despacio, como le gustaba primero al rubio. Pero Lucius no podía esperar más, ya había aguardado lo suficiente. Salió de la bañera y se situó detrás de Harry. No había tiempo para un encuentro romántico –quizá más tarde-, ambos deseaban sentir el otro cuerpo, llegar a ser uno de solo, perfectamente unido, complementándose, amándose como nunca. Sin pensarlo dos veces, enterró su miembro en el interior de Harry.

- Ohmmm… - no podía gritar, no podía pedir nada, tan sólo podía gemir, pero Lucius sabía muy bien qué le gustaba más a Harry y qué quería en cada momento. Eran dos perfectos amantes.

Hacía tiempo que no tenían la casa para ellos dos solos y, en verdad, era algo que echaban de menos. No repararon en gemidos ni gritos, eso sí, insonorizaron el baño, no era su intención escandalizar a los vecinos.

El rubio embestía sin piedad. Adoraba a su esposo, amaba cada pequeña célula de ese cuerpo perfecto que se había entregado a él desde el primer encuentro. A pesar de llevar muchos años casados, la pasión no había descendido ni un ápice. Seguía amándole y deseándole a cada momento, y así sería hasta el fin de sus días. Retiró un poco el miembro y lo penetró de nuevo, con fuerza, intentando alcanzar el punto en que Harry no podría contenerse, agarrando con la mano libre su erección y besando la espalda que tenía frente a él, donde se acumulaban las gotas de agua y el sudor, fruto de la excitación del moreno. Continuó con el ritual, sabía que no tardaría mucho y quería que Harry disfrutara como nunca de ese encuentro.

- Ahmmhhhmmm…. – el orgasmo sacudió el cuerpo del moreno y derramó todo el líquido en la mano de Lucius.
- Te… te amo… - una embestida más y el rubio alcanzó el clímax.

Jadeando y sin haber recuperado aún la respiración por completo, Lucius salió del cuerpo de Harry y se tumbó a su lado. Veía como el pecho del moreno subía y bajaba rápidamente, sabía que había disfrutado y que habían hecho las paces. Le miró, aún sudado y con las mejillas con un toque carmesí, Harry era perfecto. Le quitó la mordaza para poder atacar esos labios a los que no podía resistirse.

- ¿No has tenido suficiente? – preguntó el moreno cuando se separaron.
- Nunca tengo suficiente de ti – respondió Lucius -. Y hoy menos, tenemos muchas cosas para celebrar.
- ¿Muchas cosas? – preguntó Harry inocentemente, aunque había aprendido bien del maestro.
- Sí – dijo Lucius asintiendo y levantando una ceja. Adoraba cuando Harry se comportaba de esa manera -. Primero, nuestro décimo aniversario. Segundo, estamos sin niños y eso hay que aprovecharlo. Y tercero… - hizo una pequeña pausa, le miró directamente y se perdió en ese mar esmeralda - que te amo y que quiero pasar el resto de mi vida contigo, tal y como prometí hace años – el rubio era poco dado a expresar sus sentimientos, pero un día como hoy merecía una excepción.
- Pues entonces, no perdamos el tiempo.

Harry se levantó sensualmente, paseándose desnudo frente a Lucius. Besó su cuello casi dejando marca de su paso por ahí y colocó sus bóxer a modo de mordaza en la boca del rubio.

- Mi turno – fue todo lo que dijo, antes de que viera brillar el deseo en los ojos de Lucius.

 

 


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