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La soledad de un guerrero. por haleth

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Notas del fanfic:

Los personajes no son mios, son de Kurumada, pero yo me lo paso pipa haciendo con ellos historias de todo tipo, jeje.

Notas del capitulo:

Espero les guste. A mi la historia me gusta mucho, y aun que no ta mu bien desarrollada(pues tiene mucha más miga) hice lo que pude en una época de poca inspiración.

Los hechos históricos no están muy bien explicados. Hay poca información, pero más o menos lo que pongo es lo que pasó.

En un tiempo pasado el mundo giraba alrededor de cambios y más cambios. Pero hubo una isla que sufrió más cambios que ningún lugar en la Tierra, la transformación de un pueblo, el cambio de una era a otra.

La gente que luchaba por la nueva era, lo hacían llenos de esperanza, esperanza por un mundo de paz e igualdad, aunque por ello perdiesen todos los privilegios que se les concedía.

En esas circunstancias existía un samurai temido por todos. Ni deseaba el final de la era ni el principio de la nueva. Tan sólo buscaba venganza por un pasado de horrores.

Era tan temido que nadie se atrevía ni a pensar en él. Su nombre era Camus Tokimoro. Su porte era firme como una roca, inquebrantable, no se inmutaba ante nada y la compasión era desconocida para él. Sus ojos fríos como un iceberg, bellos como un amanecer, pero quién osaba mirarle perecía debajo del filo de su katana.

Algunos decían que era tan rápido como el rayo, otros, que tan fuerte como una montaña y hubo uno, un joven agricultor que dijo que vio pena en su mirada, dulzura en sus movimientos y dolor en sus palabras. Milo Shinokera, un simple agricultor, que nunca conoció el arte de la espada pero que consiguió lo que toda alma anhela, curar lo que lastima al amado.

Shinokera, siendo de familia tan pobre no veía futuro digno para él. Era el único varón de la familia además de su padre, y la “herencia” que caía sobre él, le sabía poco.

Él buscaba otra vida, ser un simple agricultor no le llenaba, soñaba que era un gran samurai, bajo el mando del emperador, un héroe que sacaba del anonimato y de la pobreza al pueblo, un hombre valiente, con honor. Pero tan sólo eran sueños, y eso le dolía, sabía perfectamente que nunca llegaría a ser nada más que un agricultor, así la vida lo decidió.

Aún así no quería desistir, y una mañana, cuando el sol aún no había asomado por entre las montañas marchó del poblado en el que nació y creció. Se haría comerciante y si tenía suerte, tal vez militar, bajo las órdenes de la nueva era. En definitiva, cualquier cosa era mejor que quedarse cuidando de que la cosecha no se perdiera.

Japón estaba pasando por grandes cambios. Los nuevos medios de transporte estaban sustituyendo al caballo y a la carreta. Grandes fábricas comenzaban a inundar todo el país, mejorando la economía y agrandando las ciudades. El emperador deseaba la occidentalización de Japón y por ello no deseaba a los samuráis, es decir, prefería un gran ejército formado por valientes hombres equipados con armas de fuego, los samuráis y sus katanas significaban un retraso en el futuro de su nación. Muchos de los nobles miraban hacía ese futuro junto con su emperador, deseaban que éste volviera a tener todo el control y que dejara de ser un simple guía místico, veían una era de paz e igualdad, una gran oportunidad para abrirse hacía otras metas. Pero, también estaban los que se oponían a la nueva era, eran felices en la actual, tenían privilegios, feudos y su economía era amplia, no podían permitirse perderla por los deseos de un joven emperador encaprichado en occidente.

Tampoco se podía permitir la pérdida de los samuráis. ¿Dónde quedaría su honor? Miles de familias que durante décadas, siglos tal vez, fueron samuráis, guerreros, que lucharon y defendieron a su país hasta la muerte, y ¿ahora deseaban hacerles invisibles? era intolerable. Y por ello, durante años, pelearon por sus derechos. Sí, aceptaban a su emperador, pero también deseaban que las cosas se mantenieran como estaban, a margen del resto del mundo, no interesaba.

Shinokera iba por la carretera en dirección a Yokohama, una ciudad cercana a Tokio, ciudad que el emperador deseaba convertir en la capital de Japón. Si permanecía en una ciudad cercana a la nueva capital, sin que nadie le conociera, empezando de nuevo, de seguro llegaría lejos.

Pero Yokohama estaba lejos de su pueblo natal, a un mes y medio a pie. No importaba pero desanimaba, sobre todo el hecho de que las calzadas aún no estaban asfaltadas, y era dificultoso caminar entre tierra, piedras y barro, pues hacía pocos días que habían terminado las lluvias.

Dos días llevaba cuando recordó que no había llevado consigo ningún arma, y los caminos eran peligrosos pues se habían formado pequeños grupos que aprovechaban el malestar social de la época para robar y asesinar. Era su única manera de sobrevivir a los nuevos cambios.

Rezó para que en el camino hasta el pueblo siguiente no se topara con alguno de esos grupillos, pero no estaba de suerte, el sol aún no se escondía cuando oyó de lejos los griteríos y risas de un grupo de unos veinte hombres. Se quedó paralizado, tal vez no le hicieran nada, pero tenía poco dinero y no le apetecía que le robasen y menos que le matasen, por lo que decidió adentrarse en el bosque que crecía en el lado izquierdo del camino.

Se escondió tras unos matorrales y esperó a que pasaran de largo. Al salir, se topó de frente con uno de ellos, que le sonrió cínicamente y le enseñó el filo de su katana. Su reacción fue correr, adentrándose en el bosque, correr y correr, oyendo como le llamaban y gritaban, oyendo como se reían de él. Estaba asustado, muy asustado, veía un fin inminente para él, pero la esperanza de librarse de ellos le hacía correr y correr, más adentro, entre los árboles.

Cuando cayó la noche seguía corriendo, y ya no les oía, por lo que se paró, viendo, horrorizado, que se había perdido, y no sabía donde estaba, y menos como volver al camino.

Estaba agotado después de la carrera contra reloj que acababa de darse, era de noche y su estomago comenzaba a pedirle alimento. Se sentó apoyado en un árbol, no se arriesgó a encender alguna fogata, por pequeña que fuera. Sacó de la bolsa un trozo de pan agrio y se lo comió. Sus ojos le pesaban y se durmió al poco de comerse todo el trozo. Tal vez, con la luz del día consiguiera ver el camino a seguir.

Algo frío en su garganta le despertó. Ante sí, vio a un hombre que apuntaba con su katana su cuello. Su mirada le asustaba, había odio en ella. Se quedó paralizado sin saber qué hacer.

-Tú no eres de aquí.

Fueron las únicas palabras que salieron de la boca del hombre. Su voz era segura y profunda.

-No.                

-A dónde vas.

-A Yokohama.

Estaba nervioso, el otro hombre le miraba fijamente y le hablaba sin inmutarse, sin tan siquiera apartar el filo de su arma del cuello de Shinokera.

-Cómo te llamas.

-Shinokera Milo.

-No vas por buen camino.

Y así, cómo apareció, se marchó, sin decirle nada más. Enfundó la katana y dio media vuelta, dejándole sentado, aterrorizado, con un nudo en la garganta impidiéndole acción cualquiera.

Notas finales:

Les gusta?¿?

De todas formas en esta noche y en la siguiente voy a ponerlo entero...mejor no? jejeje


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