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FROZEN por Claudia

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Notas del fanfic:

Hola, hace mucho que no publico un fanfic de Saint Seiya, espero que este sea de su agrado y que dejen sus reviews. Ahora si, a leer!!!!!!!

 

 

Isaac se arrimó a la pared y le dio una mordida a su manzana. De uno de sus bolsillos sacó otra y se la tiró a su compañero, Hyoga la cogió en el aire, la miró por un tiempo, sin decidirse a comerla.  Desde que estaban solos no tenía apetito. Faltaba su maestro, su querido maestro. Hyoga se cruzó de brazos y sus ojos se dirigieron a  la puerta.

- Si no te la vas a comer es mejor que me la devuelvas –pronunció Isaac extendiendo el brazo.

Hyoga volvió a entregársela de mala gana.

- Llevas tres días así ¿hasta cuando vas a estar igual? –preguntó Isaac, haciendo que el rubio se encogiera de hombros.

El muchacho mayor dejó caer el corazón de la manzana en una esquina de la habitación y limpió sus manos en su pantalón.

- Bueno, dime de una buena vez qué es lo que te preocupa. Tenemos todo lo que queremos, hay comida de sobra, un hogar y no habrá entrenamiento por dos semanas. ¿Hay algo de malo en eso? ¿Acaso no me decías que los entrenamientos eran demasiado duros y que te hubiera gustado tomar un descanso? Pues bien, ya tienes lo que querías. Entonces dime ¿qué es lo que te disgusta?
- Lo que me disgusta…

El muchacho de ojos celestes se puso de pie y caminó hacia la ventana, inclinó su rostro hasta posar su frente en el cristal. Luego de unos segundos su aliento formó un halo en el vidrio.

- Esto no está bien. Debimos hacerle caso, debimos haber ido a donde nos dijo –pronunció el rubio y una de sus manos se cerró en un puño y golpeó con suavidad el cristal–. Esto no es correcto.

Isaac volvió los ojos en sus órbitas, impaciente.

- Anda Hyoga, dime que no estás pasándola bien en nuestras pequeñas vacaciones. Además Camus no volverá hasta dentro de dos semanas. Tenemos toda la casa para nosotros dos. Sin entrenamientos, sin frío, sin la misma rutina de todos los días. ¡Ah, es lo que quise durante mucho tiempo!  Y en pleno verano. Será muy divertido.

Hyoga giró el rostro para ver como Isaac se había tirado de espaldas en la cama, sus piernas colgaban en uno de los extremos y sus pies rozaban el piso.

- ¿Cómo estás tan seguro? –Hyoga caminó en dirección a él y se detuvo a unos pasos.
- ¿De qué? ¿De que nos divertiremos? ¡Dalo por hecho! Tengo muchos planes.
- No, eso no –Hyoga sacudió la cabeza y lo miró con seriedad– ¿Cómo estás tan seguro de que el maestro no regresará en dos semanas?
- Hum… eso es fácil. Cada que Camus nos manda a hacer uno de sus “encarguitos” tardamos exactamente dos semanas en volver y luego de ese tiempo demora uno o dos días en regresar. ¿Oye, no crees que es raro? Desde que llegamos aquí es lo mismo. Cada año, justo por esta época al maestro se le ocurre mandarnos a buscar algo de lo más extraño al otro extremo de la región. Y cada cosa que nos pide que le traigamos es más rara que la anterior.

Isaac se sentó sobre la cama y comenzó a sacarse los zapatos.

- ¿Para qué crees que puedan servirle las piñas de los arándanos o las larvas de las mariposas monarca? Y lo que nos ha pedido ahora, ¿tú sabes para que sirven los brotes de abedul? –pronunció tirando uno de sus zapatos a  una esquina, donde antes cayera el corazón de la manzana–. A menos de que quiera hacer un remedio casero para la gripe no le servirán de nada. 
- Como dijo el maestro, es parte del entrenamiento. Así nos fortalecemos y aprendemos a resistir el clima y otras cosas.
- Aja. Y sólo alguien como tú sería capaz de creerle. Lo que me parece es que quiere mantenernos lo más lejos posible durante ese tiempo. Bueno, la verdad no me importa con tal de que podamos pasarla como ahora.

Hyoga lo observó enarcando una ceja. Isaac le dedicó una mirada significativa mientras se volvía a echar sobre la cama, muy cerca de la almohada.

- Confía en mí ¿de acuerdo? Lo he calculado todo; esos brotes los encontramos en el mercado del pueblo, Camus volverá dentro de un par de semanas y seremos lo suficientemente cuidadosos para que no nos descubra. No pasará nada, de veras.

Isaac hundió su rostro en la almohada y una de sus manos estrujó la tela blanca de la funda.

- Ah… ven, ven acá –le dijo– huele esto. Es el aroma de Camus, su cama está impregnada con su olor.

Hyoga retrocedió un poco y vaciló ante lo que le decía su compañero. Este sonrió, sabiendo lo que estaba pasando por su cabeza.

- No me digas que no quieres saber lo que se siente –extendió una mano en dirección al rubio– Anda, ven –cuando tuvo la delgada mano entre la suya Isaac lo haló un poco hacia él. Hyoga quedó tendido, a su derecha, ambos compartiendo la misma almohada, la misma cama. Luego lo soltó, reposó su rostro en la tela, respirando y disfrutando de ese aroma al mismo tiempo. Eso animó a que el ruso hiciera lo mismo. Después de todo sólo ellos dos estaban allí, nadie podría verlo y sería una locura pensar que alguno hablara de lo ocurrido. En ese momento él mismo hundía su rostro en la almohada.

El rubio cerró los ojos, respiró hondo. No era como Isaac le había dicho; le pareció algo incomparable. Un aroma delicado, impetuoso. Igual que Camus. La esencia de Camus. Era la primera vez que estaba allí, que los dos estaban allí. Ese era territorio sagrado, de ningún modo su maestro hubiera permitido que ellos penetrasen en sus aposentos. Sin embargo ahora estaban reposando los dos sobre esa cama mullida y de grandes dimensiones, demasiado grande para una sola persona. Había un goce especial en invadir ese espacio, en apropiarse al menos por unos días de lo que sabían les estaba  prohibido. Para Hyoga era un anhelo escondido y una de las razones por las que aceptara la propuesta de Isaac fue esa, la promesa de recorrer el territorio vedado, aquél que era propiedad de su maestro.

Abrió los ojos, a su costado Isaac tenía los párpados cerrados  y parecía dormido, aún aferrando su trozo de almohada. Se veía feliz, despreocupado, con los mechones de cabello claro esparcidos en su frente y mejillas. En esos momentos debía sentirse igual a Hyoga. El rubio observó su expresión tranquila y pacífica. Volvió a cerrar los ojos e intentó dejar de pensar, sólo tenía que sentir, la presencia poderosa y sutil de su maestro estaba impregnada en cada parte de esa habitación, en cada rincón, en cada objeto, en los floreros vacíos, en las prendas de ropa que guardaba el armario, en las figurillas de porcelana sobre los muebles de madera. El sueño comenzó a embargarlo, ya lo sentía venir. Y ese momento era igual de sobrecogedor que sus sensaciones anteriores. El sueño allí también tenía el aura de Camus, casi su misma presencia, su voluntad, su fuerza.

Hyoga acomodó su cabeza debajo de un brazo y relajó su cuerpo, dejándose ir. Con dormir un par de horas en esa cama sería suficiente felicidad para él. Con eso compensaría su delito, el de desobedecer a su maestro y provocar su ira. De ninguna manera quería que eso pasara. Lo admiraba tanto, había calado tan profundo en su ser… respetaba demasiado a ese hombre como para decepcionarlo alguna vez. Pero Isaac había jalado de los hilos necesarios, ofreciéndole una carnada irresistible y como buen humano había terminado por ceder. Sus dedos ejercieron presión sobre la tela. Sólo una vez, sólo una, en esa cama suave que olía a virilidad,  talvez sólo unas horas, luego de eso ya sabría en qué pensar y qué hacer. Un momento a solas, con Camus. Sin que su maestro lo supiera. Sin que Isaac lo imaginara. Solos, ellos dos. Camus estaba cada vez más cerca de él, el sol del verano entrando por la ventana y la calidez del clima que  templaba el ambiente ayudaban a tranquilizarlo. 

Estaba por dormirse cuando el movimiento repentino de Isaac rompió el encanto del momento. Hyoga se amodorró, dispuesto a seguir sumergiéndose en el país de los sueños. Isaac le rozó el brazo, y ese roce se volvió un apretón. Hyoga abrió sus ojos celestes y los enfocó en su compañero. Isaac se había sentado sobre la cama y estaba tratando de hablar, de pronunciar algo, pero lo hacía demasiado bajo y las palabras se quedaban en algún lugar de su garganta. El rubio vio como algo parecido a la palidez coloreaba su cara y sintió como los dedos que aferraban su brazo se hundían cada vez más en su piel.

No eran necesarias las palabras, esa expresión lo decía todo. Intercambiaron una mirada y al instante se lamentaron de haberlo hecho. En los dos pares de pupilas estaban plasmadas la sorpresa y el miedo, que dentro de poco se volvería en pánico. Ah, si ya conocían bien eso, los dos lo conocían, su maestro era recio, implacable si la situación lo ameritaba. Estricto… el castigo,  el dolor. El terrible dolor de unos miembros amoratados por el frío, por el excesivo entrenamiento o los sucesivos golpes, eso no era nada comparado con la culpabilidad que Camus era capaz de hacerlos sentir, nada podían hacer contra esa forma que tenía de manipularlos. Al maestro no le gustaba la desobediencia, no los castigaba físicamente, pero una sola de sus miradas cargadas de decepción sería suficiente para desmoralizarlos por mucho tiempo, cada palabra sería igual a un cuchillazo en su interior. ¿Sería capaz de expulsarlos de su lado por su desobediencia? Hyoga ya sentía a su conciencia comenzando a gritar, a reclamarle su imprudencia y lo estúpido que había sido.

El castigo, el dolor. Los ojos de Camus, igual de fríos que el hielo que los rodeaba en sus entrenamientos.

Isaac movió su cabeza a la izquierda, aturdido, intentando decir algo, Intentando formar algo como un ‘estamos perdidos’ o un ‘nos descubrió’, y esperando al rubio refutarle con una rabiosa mirada. No hubo respuesta alguna porque Hyoga estaba totalmente paralizado, no miraba a la puerta, tenía los ojos vacíos que apuntaban hacia su interior, hacia su mente, anticipando lo que vendría. El sonido del picaporte girando hizo saltar a Isaac de la cama. El rubio no sintió que Isaac lo estaba sacudiendo, en ese momento la puerta comenzaba a abrirse y a Hyoga se le cerraba la garganta, iba a echarse a llorar.

 

Notas finales: Es todo por ahora, nos vemos en el siguiente capitulo. Y dejen sus reviews, please!!!!!!!!!!!!

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