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En invierno por Aquarius No Kari

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Notas del fanfic:

Este fic lo escribi como regalo de navidad para unas personas que aprecio mucho : mi dad kurai, yagi, afrodita, luribel y mi geme kizu

 

En invierno

 

Ella era todo lo que tenía. Su orgullo, la persona que más de una vez había dado la vida por él. Esa mujer que lo esperó ocho meses mientras sentada en una silla mecedora, tejía una chambrita blanca, frente al cálido fuego de la chimenea, mirando a ratos la nieve que caía del otro lado de la ventana.

 

Hyoga la recordaba con mucho afecto. La veía abrazarle, sonreírle en sus momentos de tristeza, darle un beso en la frente como despedida antes de dormir. Ahora se preguntaba como es que una mujer tan buena y cariñosa, perfecta en tantos aspectos, tuviera que padecer una mal tan terrible como era un tumor cerebral.

 

Hyoga no quería que se muriera. Después de todo, que persona quiere que los que son importantes se vayan. Lo que él quería era prolongar su tiempo de vida; ya que sencillamente se negaba a la idea de dejarla ir, sin darle batalla a la muerte; pero ella se negaba a someterse a cualquier tratamiento. No quería saber nada de quimioterapias y esas cosas tan dolorosas que tienen que sufrir los que padecen ese mal. Fue entonces cuando Hyoga la tachó de cobarde. La detestó por ser tan cobarde y entregarse con facilidad a las garras de la muerte. Lo que él no comprendía era el sentir de ella; que prefería pasar sus últimos días con las personas que amaba, a estar internada en un hospital.

 

Había un muchacho en la vida de ambos. Se trataba de un joven que hacia meses se había recibido como médico. El muchacho era un par de años mayor que Hyoga. Tenía la piel morena, los ojos azul oscuro y el cabello corto del mismo color que sus pupilas. A la madre de Hyoga le simpatizaba mucho, por eso le tenía confianza y lo trataba como su médico particular, aunque este no tuviera mucha experiencia. A           su hijo no parecía hacerle mucha gracia; de hecho, algunas veces pensaba que ella lo hacia para burlarse de él, puesto que sabía perfectamente que Ikki no le agradaba. Pero ella apreciaba mucho al peliazul, puesto que en una reunión se había dado cuenta de la forma insistente en que este miraba a su niño. No era deseo lo que mostraban sus pupilas, si no algo mayor, algo que el corazón profesa y guarda celosamente. Desde entonces ella se mostraba más amable con él, incluso insistía en que Hyoga debía hacerse amigo de él. La idea no le hizo mucha gracia; mas, descubrió que si Ikki hablaba con su madre, quizá existiría una posibilidad de que ella se sometería al tratamiento para prolongar su vida. Así que fue a buscarlo al hospital para conversar con él.

 

El peliazul se encontraba firmando unos papeles en su consultorio, cuando tocaron la puerta. Ikki se levantó de la silla y fue a abrir: Un muchacho rubio, unos centímetros más bajo, de piel blanca, y pupilas de un tono azul sideral, se encontraba parado frente a él.

 

-"¿Hyoga?"- Era extraño que el muchacho se encontrara ahí, considerando que no lo soportaba. Ikki pensaba que no lo tragaba porque su madre le profesaba cierto afecto; -tal vez son celos de hijo-, era lo que siempre pensaba.

 

-"Me gustaría hablar contigo"- Dijo el rubio -"Si tienes tiempo, claro."- El peliazul pasó de la sorpresa a la emoción. No sabía que era lo que el otro quería decirle; pero considerando la profunda atracción que él sentía por ese rubio, le gustaba pensar que era algo relacionado a sus sentimientos...

 

Vaya error...

 

Después de avisarle a la enfermera en turno que saldría por un momento, los dos se dirigieron a la cafetería del hospital. Como era una tarde helada de Diciembre, ambos pidieron un café y galletas para amenizar la conversación.

 

-"Vaya clima"- Dijo el moreno frotándose las manos, y dejando que un hálito tibio de sus labios, las bañara. Hyoga mantenía su atención en ponerle azúcar a su café. Ikki comprendió que quizá no le interesaba hablar por el momento, así que se limitó a hacer lo mismo.

 

-"Según me ha dicho mi madre tú no eres de aquí"- Dijo el rubio. Ikki alzó la vista. Por segunda vez podía deleitarse con la mirada azulada del otro

 

-"No. Yo creí en una región tropical, por eso me es muy difícil adaptarme a este clima invernal."- Reconoció con una sonrisa.

 

-"Ya veo."- Respondió Hyoga. Dio un sordo a su café, se limpió los labios con una servilleta y preguntó -"¿Qué te trajo a esta parte de país?"- Por un momento la mirada del moreno se entristeció, y el rubio sintió que había sido muy indiscreto. -"Perdona... no debí..." 

 

-"Mi hermano murió..."- Dijo el peliazul de golpe

 

-"Lo siento."- Las pupilas de Ikki se mantenía fijas en su taza de café.

 

-"Todos los recuerdos que tengo con él están ahí, en el lugar que habitamos por tantos años. Las personas que él conocía, los lugares que frecuentaba... es como si las cenizas de Shun se hubieran esparcido por el aire y hubiera pasado a formar parte de todo cuanto me rodeaba..."- Hyoga también bajó la mirada. Pensar en el dolor de Ikki le hacia recordar a su madre. ¿Qué haría él cuando ya no la tuviera?... Instintivamente su cabeza se movió rápidamente hacia la derecha e izquierda.

 

-"¡Por favor, si tanto amaste a tu hermano te suplico que me ayudes!"- Dijo de pronto, provocando que el moreno se sobresaltara; ya que estaba más concentrado en tratar de averiguar porque se había abierto de esa forma con Hyoga. Se preguntaba si esa atracción era más fuerte de lo que él hubiera estimado.

 

-"¿Quieres que te ayude? ¿En qué podría yo hacerlo?"- Inquirió, aún pasmado. Sin pensarlo, el rubio colocó su mano sobre la que Ikki tenía sobre la mesa. Al rubor del moreno, Hyoga no prestó atención

 

-"Tienes que convencer a mi madre para que se someta a los tratamientos antes de que sea tarde... Estoy convencido que si tú se lo dices ella te escuchará..."- Ikki se mordió el labio, inseguro. No estaba del todo seguro que eso fuera una buena idea; pero tampoco se sentía con la capacidad de negarse a lo que le pedía la persona que tanto le gustaba, menos cuando lo miraba de forma tan suplicante.

 

-"Lo haré"- Respondió, colocando la otra manos sobre la que Hyoga aún mantenía sobre la suya. Entonces el rubio le regaló una sonrisa que le complació todavía más.

 

Así, para que el plan funcionara, Hyoga lo invitó a cenar al día siguiente; de esta forma, mientras él preparaba la mesa, lo dejaba a solas con su madre para que  la convenciera.

 

-"¿Cómo te has sentido Natasha?"- Le preguntó el peliazul sentándose a su lado en uno de los sillones de la sala.

 

-"Cada día me cuesta más trabajo despedirme de todo"- Contestó ella con su siempre amable sonrisa.

 

-"Tal vez no sea tu hora. Pienso que si tomas el tratamiento, tú..."

 

-"Eres muy amable, Ikki"- Lo silenció la rubia. -"Por eso no me dolerá dejarte a mi pequeño Hyoga"- El moreno se sorprendió.

 

-"¿Po-por qué lo dices?"- Ella le tomó la mano.

 

-"El otro día tuvimos una reunión en la casa, ¿La recuerdas?"- Él asintió. -"Digamos que, noté una mirada muy especial en ti hacia Hyoga..."- Ikki trató de decir algo; pero ella le hizo una seña para que la dejara continuar. -"Yo hubiera deseado que mi hijo se casara con una buena mujer, que tuviera hijos y que fuera feliz con ella. Es lo que toda madre desea para sus hijos; sin embargo, por alguna extraña razón sé que nadie lo hará más feliz que tú."

 

-"Natasha, ¿Cómo puedes estar tan segura de eso?"- Le preguntó extrañado, ruborizado por sus palabras

 

-"Porque jamás le he conocido una novia, ni siquiera una amiga. Eres lo más cercano que tiene a un amigo, pese a su hostilidad; y estoy segura que no lo vas a abandonar, por eso quiero pedirte que cuando yo falte, tú te quedes a su lado, aún si ya no lo amas. No quiero que estés con él si no lo quieres, sólo te pido que veles por él como si se tratara de un amigo, de un hermano..." 

 

-"No tienes que pedírmelo. Créeme que yo lo haría aunque no me lo pidieras."- Ella le sonrió a modo de agradecimiento. Él correspondió su gesto de igual forma, y depositando un beso en su mano. Aquello era una promesa que Ikki no iba a romper 

 

Sin embargo, un par de días después, cuando Hyoga se enteró que el peliazul no la había convencido, y que ella se mostraba más renuente a tratarse, él se molestó tanto que fue a reclamarle al hospital.

 

Ikki caminaba por el pasillo de camino a su consultorio. Llevaba su bata blanca, un aparato para medir los latidos del corazón colgando el cuello, y una tabla de datos abrazada al pecho. Su mente no se encontraba en el hospital, quizá su cuerpo estaba ahí; pero sus pensamientos se encontraban en la casa del rubio, en lo que su madre le había dicho y en la maravillosa cena que habían compartido. Y es que cuando Natasha se fue a descansar, Hyoga lo invitó a tomar chocolate caliente frente a la chimenea; y como estaba nevando, a Ikki le fue imposible regresar a su casa, por lo que el rubio le ofreció su habitación para dormir. Como el moreno no quería que bajo ninguna circunstancia Hyoga durmiera en el sofá, fue él quien lo hizo, cuando argumento que le gustaría quedarse frente al fuego toda la noche. De cualquier forma, fue la mejor velada de su vida. Ahora pensaba en una buena estrategia para acercarse más al rubio. ¿Y si era él quien lo invitaba a cenar a su casa?... No, quizá no era una buena idea, porque Hyoga preferiría quedarse en casa para estar con su madre, y a Natasha no la podía llevar; ya que él se opondría a sacarla a la intemperie. Tal vez sería mejor idea cocinar para ambos, en las casa de ellos, por supuesto. Podría ser que ese gesto le gustara más a Hyoga...

 

El peliazul aún no salía de sus pensamientos cuando ‘algo' lo empujó contra la pared. Al reaccionar, se topó con la mirada fría y herida del rubio, quien le acorralaba contra la pared de forma amenazante

 

-"Pensé que me ayudarías"- Le reclamó -"Pero veo que tú eres como todos..."

 

-"¿A qué te...?"- Hyoga lo silenció al golpear el muro con la palma de la mano.

 

-"Todos quieren arrebatarme a mi madre... ¡Ustedes quieren que se muera!"- Ikki comenzaba a entender.

 

-"Es que no pude decírselo... Tal vez tú debes entender que ella..."- Hyoga se apartó para darle la espalda y taparse los oídos con los dedos. El peliazul frunció levemente el ceño. Lo tomó por el brazo y le dio la vuelta -"¡Entiende que tu madre ya no quiere sufrir más!"

 

-"¡Cállate!"- Le gritó desesperado.

 

-"Cualquier cosa que hagas no le salvara la vida, sólo la prolongarás por unos cuantos días, y lo harás junto con su dolor..."   

 

-"¡Mentiroso!"- Volvió a gritarle, empujándolo -"¡Ninguno de ustedes la ama tanto como yo, por eso... por eso... PREFIEREN VERLA MUERTA!"- Esta vez fue Ikki quien lo acorraló a él, contra la pared 

 

-"Yo más bien creo que es decisión de ella el como pasará sus últimos días. Lo que pasa es que tú no te das cuenta que todo lo que quiere es compartir esas pocas horas contigo..."- Pero Hyoga interrumpió sus palabras al empujarle

 

-"No quiero volver a verte... Ni quiero que te acerques a mi madre..."- Y dicho esto le dio la espalda y salió corriendo. Ikki estiró la mano como si quisiera darle alcance; pero enseguida la bajó y suspiró con abatimiento, después se dirigió a su consultorio con las miradas de los curiosos aún sobre él.

 

De camino a su casa Hyoga pensó en lo que el peliazul le había dicho, y en que él había sido un egoísta al pensar en su propio dolor, y no en lo que su madre estaba sintiendo. Quizá ella se fuera a morir y por ello no se sentiría tan mal, pero también resultaría difícil decirle adiós a todo lo que una vez quiso.  Así, una vez captado el mensaje, aquella noche en que la nieve volvía a bañar el tejado de su morada, compartió la última noche con su madre entre las risas que sus recuerdos le otorgaban.

 

* - * - *

 

Ikki estaba sentado frente al fuego cuando llamaron a la puerta. Sus pupilas se posaron en la madera, para enseguida bajar hasta su muñeca y contemplar la hora. Eran las dos treinta, ¿quién podía ser?. Lentamente se levantó y se dirigió hacia la puerta...

 

-"¿Quién es?"- Preguntó. No hubo respuesta del otro lado. Permaneció parado cerca de ella, hasta que volvieron a tocar. No entendía quien podía estar del otro lado que se negara a responder con palabras; así que quitó la primera cadena para dejar una abertura y poder, de esta forma, espiar hacia el otro lado. La visión que encontró lo dejó totalmente paralizado: Hyoga estaba en el pasillo, descalzo, abrazándose a sí mismo; con sus cabellos de oro teñidos a blanco por la nieve sobre su cabeza. Los hombros, los brazos y el resto del cuerpo del también tenían esa lluvia de hielo sobre ellos. Entonces quitó los demás cerrojos, abriendo la puerta. Cuando el camino estuvo despejado e Ikki salió de la habitación, el rubio rodeó su cuerpo con sus brazos helados, hundiendo el rostro entre el pecho del otro. El peliazul permaneció estático, sin comprender lo que sucedía, hasta que sintió como su torso era empapado por las lágrimas de Hyoga, y lo escuchó sollozar con desesperación. Ikki lo abrazó con fuerza, ternura y apego a la vez.

 

Hyoga no tenía que hablar para decirle que aquél tormento se debía a que la mujer que lo cuidó durante tantos años, ahora pasaba a formar parte de unas de las estrellas del cielo. 

 

Ni el rubio, ni mucho menos el peliazul pudieron pegar un ojo en toda la noche. Mientras Hyoga permanecía sentado delante del fuego, apenas pestañeando, Ikki se dedicaba a arreglarlo todo para el velatorio de Natasha.

 

Mucha fue la gente que acudió al funeral a la mañana siguiente. En el cementerio la fila se acrecentó. Un sacerdote dijo algunas palabras para la mujer que yacía acostada en féretro, en tanto Hyoga se mantenía inmóvil. Ya no lloraba, y aceptaba las palabras de consuelo que otros le daban, con un simple cabeceo. Cuando todos se retiraron, Ikki caminó hasta colocarse al lado del rubio. Su brazo se movió lentamente en su dirección, hasta que las yemas de sus dedos lograron tocar la palma de la mano de Hyoga. El rubio sintió el roce, pero no se movió para rechazarlo, lo hizo para apretar la mano del moreno. Ambas se entrelazaron mientras su dueños observaban el sitio donde la rubia había sido enterrada.

 

Pasado un rato los dos se fueron. Ikki acompañó a Hyoga hasta la entrada de su casa, quien con una media sonrisa le dijo que estaría bien, que le agradecía todo lo que había hecho por él y que ya podía volver a casa. El moreno desconfió; pero al fin y al cabo entendió que Hyoga necesitaba estar solo para pensar, o para llorar todo lo que se había callado en el cementerio; así que volvió a casa.

 

A penas se quitaba la chaqueta y estaba por sentarse a descansar en el sillón, cuando llamaron a la puerta. Ikki se dirigió hacia ella, abriéndola despacio, y retrocediendo cuando el rubio volvió a abrazarlo con desesperación. Nuevamente lloraba. Y se sentía tan fatigado que se dejó caer de rodillas con el moreno abrazándole.

 

Ikki lo entendía perfectamente. Debía ser muy difícil para él estar solo en su casa, el sitio donde vivió tantas cosas buenas y malas con su madre, el lugar donde entabló la última conversación con ella y la vio cerrar los ojos para no abrirlos más... 

 

Era noche fría de invierno cuando lo cargó entre sus brazos y lo llevó al sofá. La nieve caía sobre el techo de la casa, como lágrimas sobre el pecho de Ikki.

 

El peliazul lo abrazó, acarició sus cabellos, le dio un beso en la mejilla y le regaló aquella noche para desahogarse, mientras hacia un esfuerzo sobrehumano por acallar sus verdaderos sentimientos.

 

* - * - *

 

Hyoga no podía creer que esta fuera la primera navidad que pasaría sin su madre, como tampoco podía creer que su ausencia ya no le lastimara tanto. Sentía como si el confort que Ikki le había brindado, hubiera absorbido cada una de las lágrimas hasta que no quedaron más por brotar. No sabía exactamente como o por qué, pero sentía que el vinculo que jamás quiso tener con el moreno, siempre había estado ahí; aunque ya se había vuelto palpable. Ahora podía sonreír al pensar en el peliazul, sin sentirse abatido por cualquier otro tipo de recuerdo.

 

Tal vez era la primera cena navideña que festejaba sin la compañía de su madre; pero, para su mayor suerte, el moreno estaba sentado en su mesa, brindando frente a él por la noche tan maravillosa. El rubio se sintió agradecido y apenado al mismo tiempo, demostrándolo al bajar la mirada, con sus mejillas suavemente encendidas.

 

Cuando terminaron de comer decidieron sentarse frente al fuego, el lugar que tanto les gustaba ocupar. A Hyoga le agradaba porque sentía que el frío de su alma se derretía con el cálido ambiente que estas producían; a Ikki porque la primera vez que cenaron juntos, compartieron un rato agradable frente a esa misma chimenea.

 

El moreno exhaló mientras veía y escuchaba como crepitaban las llamas. El rubio giró el rostro para observar su perfil. Enseguida embozó una sonrisa.

 

-"Ahora vuelvo"- Le dijo, en tanto se levantaba. Ikki le siguió con la mirada hasta que abandonó la sala. Pasados unos segundos volvió a sentarse en el suelo, un poco más cerca del peliazul. -"No soy muy bueno escogiendo cosas..."- Comenzó a decir. El moreno se dio cuenta que ocultaba ‘algo' detrás. -"... Ni siquiera porque te conozco desde hace meses puedo presumir de saber cuales son tus gustos o cual era el regalo que más te hubiera gustado recibir esta navidad... así que..."- Su brazo se estiró hacia Ikki, mostrando una rosa blanca. -"Yo sé que no es la gran cosa; pero también sé que comprenderás que tengo un par de días de tratarte como debe ser y..."

 

-"Me gusta"- Dijo el moreno, tomando su obsequio, y rozando, ‘sin querer', los dedos del rubio. Se llevó la rosa a la nariz, olfateándola y disfrutando de su esencia. Enseguida la besó como si se tratasen de los labios de Hyoga.

 

-"Feliz navidad"- Le deseó. -"Eres muy amable en decir que te gusta mi regalo; pero enserio, si hay algo que quieras, y esta en mis manos dártelo, ten por seguro que lo haré"

 

-"Pues..."- Ikki prefirió concentrar su atención en las llamas -"Hay algo que me gustaría más que nada en el mundo..."

 

-"¿Si? ¿Qué es?"

 

-"El corazón de una persona..."- El rubio miró su perfil con curiosidad, queriendo preguntarle por el nombre de esa persona, hasta que Ikki viró el rostro unos grados y pudo leer su mirada...

 

-"¿Quie-quieres el mío?"- Esperaba no sonar demasiado egocéntrico; sin embargo, esa preocupación se disolvió cuando el moreno se puso de pie y caminó hasta el perchero.

 

-"Me gustó mucho la cena. No había tenido una navidad así desde que murió Shun"- Se colocó la chaqueta. Hyoga lo observaba con sorpresa, sin poder formular una palabra. -"Espero que vuelvas a invitarme..."- Luego añadió en voz baja -"Aunque si no lo haces, yo comprenderé..."- Iba a caminar hacia la puerta, pero se detuvo. Giró sobre su propio eje y se inclinó hasta dejar su rostro a la par del de Hyoga -"Si no puedes obsequiarme tu corazón, por lo menos me gustaría... un beso..."- El rubio, aún pasmado, incapaz de responder con los labios o negarse a su petitoria, asintió una sola vez, lo cual le bastó al peliazul para descender un poco más hasta situarse sobre el otro, hasta atrapar entre sus labios los del rubio. Hyoga sintió las manos de Ikki sobre sus mejillas, sus labios moviéndose dulcemente y su corazón latir con fuerza y emoción. No entendía ni cómo, ni cuándo, ni por qué experimentaba ese revoloteo de emociones en su interior; pero le agradaba.

 

Cuando el moreno rompió el contacto entre sus labios, depositó un beso sobre la frente de rubio

 

-"Nos vemos"- Le dijo. Y abandonó la casa marcando su calzado en la nieve.

 

Hyoga abrió lentamente los ojos, mirando a su alrededor, y sintiendo un vacío inexplicable en sí mismo. De pronto toda la casa pareció más oscura y más grande de lo que jamás le había parecido...

 

No sabía si estaba haciendo bien, o si su sentir era acertado; únicamente sentía la necesidad de ir tras él, entablar una profunda charla y revelar sus verdaderos sentimientos. Así que se levantó del suelo, corrió hacia la puerta y fue en su búsqueda.

 

FIN

 


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