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El Ángel de los Pinceles por Zaichikom

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Notas del fanfic:

Los personajes que se encuentran aqui son de mi propia autoria y ficticios

Notas del capitulo: "El Ángel de los pinceles" es una historia que había empezado a escribir hace mucho. Ojalá sea bien recibida y de vuestro agrado. Los reviews son siempre muy apreciados.
 

El Ángel de los Pinceles

 

~º~ Capítulo I: "Una búsqueda"~º~

 

En todo el trayecto de mi viaje a Italia, no paré de pensar en la alocada (y absurda) idea de encontrar a algún pintor lo suficientemente bueno (y de mi agrado, por supuesto) que quisiera trabajar junto a mí para ilustrar un nuevo proyecto que tenía en mente...

Pude, simplemente, levantar el tubo del teléfono y decir "Viktor, te encargas tú, me da igual si ilustra Da Vinci o un niño del kinder... De hecho, ni siquiera me importa si tiene dibujos o no; así que, mejor, ocúpate de ello. Yo ya concluí con mi labor escribiendo el libro" o algo así, como es mi costumbre... Pero ése hombre siempre termina convenciéndome de tal o cual cosa, así que emprendí la búsqueda de mi ilustrador.

Claro, esa era la razón del viaje ¿no? Estaba esperanzado de que aquél glorioso lugar, cuna de los más grandes artistas, me haya reservado uno. Pero no cualquiera, debía ser uno especial... Alguien que compartiera aquellas perturbadas ilusiones de las cuales trata mi preciado libro.

Sin embargo, cuando puse los pies por primera vez en aquella magnífica ciudad, mis sueños me abandonaron y escaparon por mis labios en forma de un pequeño suspiro.

Nacido en Alemania, aquél país frío y gris, desolador, nunca pude apreciar la calidez que irradiaba la hermosa Florencia. Se me llenaron los ojos de lágrimas al sentir el sol otoñal que acariciaba en su abrazo la ciudad y se cernía deliciosamente sobre mí.

Comprendí que mi nueva historia, mi nuevo proyecto no servía. No tenía aquella vida, aquella riqueza que parecía producto mismo della città. Y eso era algo que anhelaba, desde lo profundo de mi corazón. Sí, aquél corazón que se sentía satisfecho y lleno de regocijo con la mera belleza del paisaje...

Pero lo que estaba hecho... bueno, escrito... no podía borrarse. El editor, Viktor Bower, estaba encantado con aquél trabajo e insistió en que buscara al artista que deseaba. Incluso me había ofrecido la dirección de una muchacha, su prima o algo así, que estaría encantada de recibirme en su posada. "Está ambientada al estilo medieval. Te gustará mucho y podrás descansar" me comentaron.

¿Que aquel lugar me gustó? Para nada, decir eso era poco.

- ¡Willkommen! - Me sorprendió una sonriente muchacha de largo cabello castaño, cuando fui arrastrando las maletas por el pasadizo - Supongo que Viktor le habló de mí.

- Así es, señorita...

- Oh, por favor, llámame Marianella, ese es mi nombre - dijo, volviéndome a dedicar aquella preciosa sonrisa que le acentuaba el rosa de las mejillas.

Seguí a la jovial Marianella a través de escaleras y pasillos, mientras me iba indicando todo. Tenía una voz dulce y cantarina, típica de aquél país... o eso pensaba, aunque no me sentía muy seguro como para juzgar aquellos aspectos.

- Quizás ahora gustes disfrutar de algo de soledad... Puedes ir a la terraza, hay un bonito jardín dispuesto para momentos de tranquilidad. Pero luego podrás disfrutarla mejor, recuerda que pronto tienes que bajar a la sala, la hora de las entrevistas llegará pronto. Ah, Viktor me dijo que tocas el violín esplendorosamente. Por las noches el local siempre se llena de gente, y sería un placer tenerlo en el escenario... si lo desea, claro... Perdone mi atrevimiento.

Bonito rubor...

- Sin lugar a dudas, allí estaré.

Marianella volvió a sonreírme, sin quitarme la vista de encima. Conozco la razón, sé el aspecto que tengo. Mi cabello es lacio, rubio casi albino, no lo tengo tan corto. ¿Y mis ojos? Grises, fríos, dos témpanos de nieve. Tengo una buena estatura, un metro ochenta, y una piel blanca e inmaculada. Sin embargo, tengo una sonrisa perfecta, lo suficientemente cálida como para dejar de lado aquellos rasgos que, sinceramente, poco me complacen.

Por supuesto, como el hombre que soy, mantuve la mirada hasta que ella desvió, lo que no tardó mucho en suceder, momento acompañado de juveniles mejillas arreboladas.

Cuando por fin se hubo ido, me desplomé sin fuerzas sobre la cama. Me maravilló la blancura de las sábanas y deslicé mi mano sobre la tela, viendo cómo la recorrían mis dedos largos y finos. Lánguidos...

Pero tenía que ponerme en marcha. Ya había acordado la hora y no podía dar vuelta atrás...

Me enfundé con la poca emoción que me quedaba y decidí bajar. No vale la pena esconderse del mundo cuando éste te busca.

Bajé lentamente por las escaleras, poniendo atención a cada detalle. Los pliegues de las telas, los dibujos de la madera, el brillo de las luces y las sombras danzantes...

Mi corazón empezó a latir más aprisa cuando, al llegar ante la puerta de la sala susodicha, empecé a escuchar el bullicio de gente.

Respiré aire profundamente, abrí la puerta y entré con paso decidido y apremiante.

Las horas pasaron una tras otras, como pintores y dibujantes pasaron ante mis narices.

Ninguno me convencía, ninguno llegaba a tocar mis sentimientos, ninguno sabía realmente lo que yo sentía. Qué quisquilloso soy... había cantidad de trabajos fascinantes, hermosos... Y además, ¿quién me creía yo para juzgar a alguien por su labor? Pero no, ninguno me conocía lo suficiente. Nadie me conocía tan profundamente como para plasmar mis emociones, lograr los resultados que yo deseaba.

Claro que me conocían, soy Florian Nacht, un escritor muy famoso... Pero leer un libro no significa que puedas conocer a ésa persona, por más que te identifiques o que te cale...

¿Qué puedo decirles? Siempre me dio risa aquellas jovencitas que se aprenden de memoria una biografía, consiguen todas las fotografías posibles y suspiran ante ellas, compran todos los libros por más que no les gusten... ¡y hacen un altar en su habitación! Sin embargo, no me conocen. No saben qué pienso, no saben qué siento... Es por eso que prefiero estar solo. No me querrán por cómo soy pero me amarán por quién soy, entonces, prefiero ser de todos y no de uno solo.

Aunque, pensándolo bien, traiciono a todo el mundo. Sí, es verdad, soy un embustero. Mi amor es la música, mi violín. Mi hermosa Nymphadora... Y mi estilográfica mágica, mi querida Ginevra...

Y sigo siendo un bastardo con ellas también... "Mis niñas, las adoro, pero a veces me vuelven loco. Déjenme en paz, quítense de mi vista... abandonen mi vida y déjenme descansar tranquilo. Me duele la cabeza..."

Lo siento... No sólo mis ojos son de hielo... No, quizás reflejan lo que hay en mi interior. Estoy completamente seguro de ello...

Que soy detallista o perfeccionista, que soy difícil o que soy huraño... ¿A quién le importa en verdad, mientras pueda darles lo que desean? Claro, un guapo escritor, un novelista romántico... ¡un bohemio perdido que no soporta el camino que eligió en la vida!

Tuve que haberle hecho caso a mi padre cuando decía que estudiara alguna rama de medicina, o abogacía, o derechos, o... ¡o lo que sea, pero no haberme dedicado a escribir!

Estoy desolado. Ya sabía que ocurriría esto...

Pero fue mi idea... ¿no? Lo siento. Es simplemente una de ésas tantas veces en las que no me entiendo a mí mismo y me cuestiono absolutamente todo... Pero luego, vuelve el orgullo, y con él mis gafas de sol, mi traje de corte perfecto y una sonrisa encantadora, dispuesto a complacer a mi público.

La tarde se me fue, así como así, sin dejarme devolver los pasos robados al camino... y todos estos miedos absurdos que me dejaron a pie...

"Abajo te esperan..."

Lo sé, lo sé...

- ¡Allí estás! Mi amada Nymphadora, mi regalo de las musas... ¡Ven conmigo! ¡Ven a consolarme y sálvame de las garras de Ginevra, bórrame del universo de los mortales, transportándome en tu adorada música!

Podría decirse que es casi un ritual. Cada vez que tomo los aposentos de mi adorada en las manos, le murmuro eso para despertarla y ella acude a mí, obediente, se posa en mi hombro cual mariposa. La sostengo contra mí, la acaricio con dulzura y entona el canto lastimero que mi alma le susurra al arco.

Subo al escenario, con una sonrisa fingida, esa que tanto les gusta a todos... quienes, por cierto, miran incrédulos.

- ¿Tocará el violín? - murmura uno.

 No, solo les mostraré lo bien que lo lustré esta mañana...

- ¿Acaso no es Nacht? ¿Florian Nacht? - preguntan algunos.

Sí, aquí estoy, ¿quieren un autógrafo?

- ¡Qué vergüenza! Un escritor de su porte no debería tocar el violín como un mendigo...

¿Me importa, señora? No, creo que no, así que muérdase la lengua.

Y al final, silencio. Qué hermosa palabra... Qué divino...

Me armo de coraje, dejo que Nymphadora tome el timón de la nave de mis penas y las embarque hacia la música.

Cierro los ojos. El mundo desaparece y se abre una puerta nueva, una habitación sólo mía, donde nadie más puede inmiscuirse. Sólo estamos mi violín, mi música y yo.

Oh, mi querida, mi adorada... ¿qué haría yo sin ti? ¡Si tan sólo supieras cuánto te amo!

La pobre canción desesperada brota desgraciadamente, entonando otra vez la misma dulce y triste balada que canto en las afonías de mi cruel verdad: endiablada soledad en la que nos hacemos dueños de las desgracias de nuestro destino.

Todos están maravillados. El sonido de mi dulce ninfa los embelesa, los hace olvidar de sus penas... ¡Qué irónico es, sabiendo que son mis penas mismas las que componen aquél himno que alivia a otras almas!

Bajo del pequeño recinto, algo confundido y aturdido por los aplausos aunque, a decir verdad, estoy acostumbrado a ello. Los músicos toman de nuevo sus respectivos instrumentos y empiezan otra vez con aquella tonada épica, medieval, gótica y antigua.

Marianella me toma del brazo mientras, sonriente, me lleva hasta la barra.

- ¡Florian, eres un encanto! De verdad eres maravilloso, eres un regalo de los dioses.

Me gustaría decirle "No, querida, ése es el nombre de mi violín" pero solo callo y le sonrío.

- ¿Deseas beber algo? - preguntó tras ubicarse del otro lado de la barra, sin perder su encantadora sonrisa.

- Gracias, mia cara. Me conformaré con un vaso de agua.

Por esas casualidades de la vida, me volteo a contemplar a la banda que estaba en el escenario. Ahora tocaban otra canción. Pioggia di Novembre...

"... E quando le tue paure si placano
E le ombre rimangono ancora
So che puoi amarmi..."

No, a mí nadie puede amarme...

Vuelvo a voltearme, apoyo los brazos sobre la madera. Me encuentro con un vaso de agua rebosante de hielo.

Qué tremendo suspiro... Miro a Nymphadora y la envuelvo en un abrazo, antes de depositarla en su estuche, su ataúd, porque allí yacerá hasta que vuelva a necesitarla. Morirá hasta que la vida me atormente, y ella, con su adorada canción, me salve y me lleve a ésa dulce muerte...

Qué cruel, me siento como un asesino. Pero así es, asesino a una y le doy vida a otra. Mi querida Ginevra, descansando sobre mi pecho en el bolsillo de mi camisa... Otra vez siento el ansia de deslizarla sobre una blanca pista de baile, y verla danzando al depositar mi caligrafía sobre el pulcro encanto del papel.

Ladeo la cabeza hacia un lado...

Sí, Florian, tú eres ese iceberg diminuto que flota en el agua... quizás antes era cálida, pero tú la enfrías, y así se te va la vida...

"... Perché niente dura per sempre
Nemmeno la fredda pioggia di Novembre..."

Qué bonita voz la que tararea la canción a mi derecha...

¿Te atreves? ¿Te arriesgas? Anda, hazlo... Si eres tan valiente...

Claro, como digas.

Un muchacho, con un cuaderno grande, aparentemente muy pesado, lleno de papeles, trazaba líneas y líneas, casi inmerso en su propio dibujo. Sus manos eran preciosas, delicadas, perfectas. ¿Su rostro? Angelical y aniñado, a pesar de que gracias a su físico podría afirmar que no pasaba los veinte años. El cabello castaño le caía en bonitos rizos sobre la frente, enmarcaba parte de su nuca y las puntas acariciaban sigilosamente sus hombros. Los grandes y hermosos ojos verdes apenas se movían, siguiendo cada renegrida raya, perfilando su obra de arte. Tenía una boca pequeña, de labios carnosos pero no gruesos y unas mejillas encantadoras.

Decidí levantarme e ir hasta él. ¿Dibujaba, verdad? Tenía que ver...

Qué sorpresa me llevé al verme tocando el violín en el papel... Qué dibujo tan maravilloso. No estaba específicamente idéntico al cuadro que seguramente ofrecí, pues no tenía aquella sonrisa efímera que tanto me gusta enseñar, si no que mi rostro era puro dolor... Aquél dolor que sentía cuando Nymphadora ejecutaba las notas de mi alma... Unas muecas monstruosas se cernían sobre mí, en el escenario, no necesité pensar un segundo quiénes eran: la soledad, la oscuridad, mis pesadillas. Sin embargo, una mujer me tomaba por los brazos, protegiéndome bajo su manto, como si fuera una imagen de mi regalo de las musas...

De repente, el muchacho me miró.

- Oh, lo siento... no quise... - ¿Por qué balbuceo? - Parece ser que tiene un don innato para el dibujo.

- Muchas gracias. Le ruego me disculpe, pero no he podido evitar dibujarlo... Realmente no suponía que lo viera pero... espero mi trabajo no le parezca grosero o irrespetuoso. - Murmuró, volviéndose hacia el bosquejo.

- Todo lo contrario - exclamé. - Estoy encantado con tu obra... pero el encanto no supera la incertidumbre que has desatado. ¿Por qué me has dibujado de esa manera?

- Porque era esa la imagen que daba allí arriba.

- ¿Eso es lo que crees?

- Señor, yo no dibujo lo que mis ojos ven, si no lo que el corazón siente.

Me sentí morir cuando volvió su semblante a mí, otra vez. ¿Por qué aquella mirada denotaba tanto dolor? ¿Cómo aquél niño podía conocer lo que era el verdadero sufrimiento y dejar que su rostro se ensombreciera con total naturalidad?

- Entonces, dibujas sólo por gusto... ¿verdad?

- Así es. Me parece atroz buscar remuneración por algo que traza el alma. - murmuró distraídamente, volviendo a su obra.

- ¿Es por eso que no has venido a la entrevista que ofrecí hoy, a la oportunidad de ser escogido de entre muchos para tener el privilegio de ilustrar mi novela? - Estaba siendo arrogante. ¡Y qué! Pensé que él no había concurrido por simple orgullo.

- Disculpe - dijo otra vez, sin inmutarse - No sé de qué habla. ¿Ilustrar? ¿Novela? ¿Usted?...

- Sí. Te lo estoy ofreciendo. Soy escritor, Florian Nacht, ¿no me reconoces? Me has hechizado con tu estilo, es realmente... eres perfecto.

- Disculpe, pero no tengo tiempo para juegos. ¿Se ha dado cuenta en la época en que vivimos? Esas cosas ya no se hacen.- levantó otra vez esos ojos verdes perturbadores y, luego de examinarme minuciosamente, algo que a duras penas pude resistir, dijo - No, lo lamento, no lo conozco, en mi vida he oído hablar de usted. Y lo siento de veras, señor, pero la perfección en mi talento está llena de estigmas... o esbozados por ellos, no lo sé... ¿Qué significa el talento de un pintor para alguien como usted? ¿Que yo produzca la imagen que desea o que nuestros pensamientos les parezcan tan similares a tal punto de hechizarlo? ¿Que a pesar de no conocerlo, pueda vislumbrarlo, contemplar aquellos defectos y virtudes, esa parte que oculta a los demás, que esconde detrás de su porte de distinguido escritor? ¿Cuál es el verdadero milagro?

- Pero...

- Oh, claro, ¿cómo me atrevo? Pues soy un muchacho impertinente, es mi mejor virtud... pero podría decirse que el verdadero encanto está en la verdad que esconden esas "impertinentes palabras" ¿No lo cree? Ah, si vamos al caso, tampoco puede juzgarme. Usted tampoco me conoce...

No me había dado cuenta de que mientras hablaba y decía todas aquellas verdades, había recogido todas sus cosas.

Se levantó, dispuesto a irse. Lo tomé por la muñeca y lo hice girar hacia mí. Su cuaderno cayó pesadamente en el suelo, pero yo estaba dispuesto a retenerlo.

"No, que no se vaya" suspiraba mi corazón, desesperado, "has encontrado un tesoro".

- ¿Qué cree que hace? ¡Sr. Nacht, suelte a ese joven!

Marianella me tomó por sorpresa, ocasión que el muchacho aprovechó para escapar del recinto. Se perdió de mi vista, como si de una de mis tantas desesperadas plegarias al cielo se tratara.

- Florian... ¿Qué ha ocurrido?

La reunión seguía, nadie se daba cuenta de la tormenta desenfrenada que se había desatado entre ése niño y yo...

Miré el suelo. Su cuaderno... Lo levanté y me quedé contemplando aquél montón de hojas entre mis manos, algo compungido.

- Sinceramente, no tengo idea de qué está pasando... - fue el tonto murmullo que se desprendió de mí ante una perpleja Marianella que todavía no entendía lo que había sucedido.

Volví a mi habitación, pero no pude dormir. Temía que, al hacerlo, la imagen efímera de su enternecedor y angustiado rostro infantil azotara mis sueños... porque el discurso de aquél muchacho aún seguía resonando en los confines perdidos de mi mente y se había grabado profundamente en mi corazón, haciendo que éste sangre...

Notas finales:

¿Qué ocurrirá con Florian y aquél misterioso dibujante? ¡Descubranlo en el proximo capítulo!
Muchas gracias por permitirme robarles un poco de tiempo para leer esta pequeña obrita.


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