El inicio de esta historia es tan inocente, que aún ahora tiemblo al recordar cómo, fui internándome en esta boca de lobo.
Todas las señales y advertencias estaban colocados para quien fuese tan cauto de de verlas a plena luz del dia, y sin embargo yo... tuve la imperdonable ceguera de pasar por sobre todas ellas... como un peregrino que profana un lugar santo sin darse cuenta...
Caminaba sin saberlo en la línea delgada de un abismo, oscilando entre la vida y la muerte.
Algún día tenía que caer...
Lo recuerdo aún... en mi cuerpo subsisten marcas indelebles de quien yo era entonces... diecisiete años... cabellos marrones... pasos cortos durante las tardes errabundas... meditando... cantando a media voz melodías que yo mismo solía inventar para acompañarme en aquella inevitable soledad...
Mi nombre...
Marcus...
Con envidia veía yo pasar el festín de la vida a mi tierna edad.
Encerrado en casa de mi tío, un viejo comerciante de trastos, de mente cerrada y oscura, me acostumbré a tratar con la naturaleza en aquel páramo donde se hallaba nuestra casa.
En la ciudad, la bulla obnuvilaba mis emociones. Mujeres, hombres, escaparates, luces, risas.
En el campo me sentía libre y hacía sin dudar el largo camino todos los días al amanecer y al anochecer.
Tenía una voz... en mi interior... un rumor que subía por mi cuerpo.
Pero no tenía la esperanza de que llegara a nadie...
Anodinos transcurrían los días, las estaciones, los años...
Hasta aquel día. El día del Descubrimiento...
Pasé por el hangar abandonado. Aviones solitarios con las alas destrozadas estaban encerrados en un mar de óxido rojo.
Solía jugar allí durante mis primeros años, ahora no podía soportar ver aquellos pájaros de metal extrañando el cielo enorme que se erguía sobre ellos.
Me hallaba en la puerta, mirando los macizos marcos de madera cuando cayó a mis pies una rama de fresno.
Levanté la vista y en la cumbre, creí divisar una sombra que acababa de huir del escenario. Rezagos de sus cabellos brillantes y su cuerpo quedaban aún flotando en el ambiente.
Oí una risa cristalina fluir de sus labios.
- ¡Espera...!
Ir a buscarlo era el peor error que había cometido en mi vida.