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Un Embarazoso Asunto Real por midhiel

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Capítulo Uno: El Nuevo Rey de Gondor.



Aclaración: Hace tiempo, Jun lanzó un desafío llamado Venganza Élfica donde proponía que Aragorn quedase encinta. Recuerdo que se escribieron historias muy buenas y, aunque en ese momento no me interesó la idea, ahora tomo el desafío (si es que existe aún) y les presento este ficsito.

Espero que les guste. ^_^

También quería agregar que Denethor no está muerto en esta historia.

………..


Muchas gracias a Ali por betearme, como siempre. Y a Prince Legolas por leer mis locas ideas y hacerme sugerencias cuando preparaba la trama.





Aragorn Telcontar, hijo de Arathorn y heredero legítimo del trono de Gondor y Arnor, se asomó a la ventana de su recámara en el palacio real de Minas Tirith y contempló orgulloso las extensas tierras que constituían el reino que muy pronto gobernaría.

Apenas alcanzaba a creerlo. Él, Aragorn, el valiente montaraz, también conocido como Estel por los elfos, estaba próximo a convertirse en Elessar, el nuevo Rey del trono más poderoso de los hombres.

El camino no había resultado nada fácil. Había tenido que combatir a Sauron, Señor Oscuro de Mordor, y acabar con la sombra que acechaba la Tierra Media. Claro que no había luchado solo: ocho personas, representantes de las razas del Arda, lo habían acompañado en la misión. Frodo, Sam, Gandalf, Pippin, Merry, Gimli, Boromir y Legolas.

-Legolas – musitó Aragorn sin querer, y rápido se mordió el labio, arrepentido de haber pronunciado el nombre.

Pero ahora la guerra había terminado. El Anillo Único había sido derretido en el volcán de Mordor junto con las huestes del Señor Oscuro, y la paz y el orden, durante milenios buscados, se habían restablecido.

Aragorn sonrió con satisfacción. En sólo tres semanas sería coronado Rey de Gondor y desposaría a Arwen Undómiel, hija de su padre adoptivo, para procrear un heredero.

Aragorn suspiró pesadamente. Arwen. Nupcias. Heredero. Esas palabras no le provocaban satisfacción en lo más mínimo.

No es que no quisiera a la hermosa elfa. De hecho, le tenía un gran aprecio. Y los niños, no sabía a ciencia cierta si le agradarían o no, puesto que jamás había tenido uno. Sin embargo, había algo que no cerraba. Algo que le impedía sentirse completamente orgulloso.

¿Qué podía ser? ¿Tenía acaso miedo de comprometerse? ¿Él, que había hecho frente al ejército de Mordor sin parpadear? ¿O Arwen resultaba un tanto vanidosa con su belleza reconocida a lo largo y ancho del Arda y él no tenía ganas de lidiar con sus caprichos? No, no se trataba de eso. Aragorn lo sabía muy bien, sólo que no quería admitirlo.

-Legolas – volvió a musitar y a morderse el labio, esta vez con más fuerza.

Sacudió la cabeza con determinación. No iba a dejar que estas reflexiones lo siguiesen torturando. Ya tenía bastante con los asuntos de Estado que día a día aumentaban en su escritorio.

Viendo hacia dónde lo estaban llevando sus meditaciones, se alejó de la ventana. Tenía tanto por hacer. Firmar documentos, reuniones con ministros, visitar los barrios de Minas Tirith más afectados por la batalla contra el Anillo. Tampoco debía olvidar el almuerzo con su padre y su prometida para finiquitar los planes de la boda.

Se acercó al lecho donde había extendido los pantalones negros, la camisa blanca y el chaleco azul que usaría. Se encorvó para alzar una de las prendas y sintió un fugaz mareo.

Irguió la cabeza, aturdido, y se frotó la sien. De repente, una punzada ligera le atravesó el estómago. Llevó la otra mano hacia el abdomen y se lo frotó suavemente.

-No puedo creerlo – masculló -. ¿El sólo pensar en un almuerzo con ella me pone así?

Rojo de indignación, se sentó en la punta de la cama. El movimiento brusco, le produjo un intenso espasmo en la parte baja del vientre.

Aragorn bufó con bronca. Ese molesto asunto de Legolas debía terminar ahora mismo.

Arwen sería su esposa. Almorzarían juntos, decidirían los últimos planes para la boda y se casarían en tres semanas.

No había nada más que agregar. El pasado era pasado.

Aragorn así lo había decidido.



…………….



-Lord Denethor, la reunión del Consejo comenzará en media hora – anunció el secretario al soberbio hombre, sentado en el sillón.

Denethor, Senescal de Gondor, lanzó a su empleado una mirada fulminante. El joven dio un respingo y trató con dificultad de mantener la calma. Conocía el exasperado carácter de su señor.

-¿Cómo que en media hora? – demandó enojado, saltando del asiento -. Ayer habíamos dispuesto con los consejeros que se realizara a las diez.

-Sí, señor – replicó, asustado -. Pero el Rey Elessar dio nuevas órdenes y…

-¡El Rey Elessar! – el rostro del Senescal se transformó por completo. Sus cabellos encanecidos se erizaron y sus ojos azules echaron negras chispas. El secretario retrocedió un paso hacia la puerta -. ¿Qué Rey Elessar? Gondor aún no tiene Rey. Aragorn, el montaraz del norte, todavía no ha sido coronado.

-N…no, no, señor – tartamudeó.

-¿Entonces, cómo rayos debes hacer el anuncio? – exigió sin bajar el tono ni disminuir la cólera.

El secretario creyó que se desmayaría del miedo. No era éste el primer arranque del Senescal, y estaba seguro que no sería el último, pero sí uno de los más fuertes.

-A…Aragorn, el montaraz del norte, decidió reunir al Consejo en media hora.

Un frío silencio rodeó el recinto. Denethor mantuvo los ojos clavados en el joven. Luego de varios segundos, volvió a sentarse.

El secretario dejó escapar un suspiro de alivio.

-¡Qué próspero reinado le espera a Gondor con ese jovencito malcriado en el trono! – gruñó sarcástico el Senescal -. Sin la corona aún en su cabeza, ya se siente capaz de cambiar horarios y trastocar órdenes a su antojo.

El secretario sólo se atrevió a asentir.

-No iré – continuó Denethor secamente, con un ligero movimiento de manos -. Inventa una excusa para mi ausencia, tú que eres tan hábil para crear mentiras.

El joven se tragó la bronca por el malicioso insulto.

-Sí, señor – hizo una reverencia y abandonó la sala.

Denethor se echó atrás en el sillón y continuó leyendo los documentos que había estado estudiando.

-Aragorn, el vanidoso montaraz del norte – masculló, lleno de furia -. ¿Acaso crees, jovencito, que te regalaré mi trono?



……………


La reunión del Consejo había resultado interminable. Discusiones absurdas sobre temas tan triviales que faltó poco para que Aragorn creyera que moriría del aburrimiento. Ese viejo Denethor había logrado, durante sus años como Senescal, hacer retroceder la corte a un período aún más antiguo que el del reinado de Isildur.

A Gondor le urgía sangre nueva y una reforma radical, que acabase con las cuestiones retrógradas que no hacían más que entorpecer el gobierno. Aragorn lo entendía muy bien y ya tenía pensados varios cambios que venía discutiendo desde hacía rato con algunos ministros y con Faramir, su mejor amigo e, irónicamente, el hijo menor de Denethor.

Cuando la reunión acabó, Aragorn se levantó de la silla que ocupaba en la cabecera de la larga mesa del Consejo y sintió otra ligera punzada en la parte baja del vientre.

-¿Te sientes bien, Aragorn? – preguntó Faramir, costernado, al ver que se frotaba el abdomen.

-Algo que debo haber comido en el desayuno – opinó, tratando de sonreír, y apartó rápido la mano de su vientre -. La selecta comida del palacio no es alimento sano para un rudo ex montaraz.

-La comida del palacio no es buena para nadie – sonrió Faramir para seguirle el juego -. Yo tampoco la toleraba muy bien cuando era niño.

-Pues espero que sí puedan hacerlo mi padre y – enarcó las dos cejas en una clara mueca de fastidio - … mi futura esposa. Hoy almorzaré con ellos.

-Entonces, en ese caso te deseo …¿buena suerte?

Aragorn no sintió ganas de replicar. Faramir era su confidente y el único que sabía el casi nulo aliento que le producía la idea de casarse con Arwen.

-Le prometí que iría a sus aposentos para acompañarla al comedor en cuanto terminase esta reunión tediosa – explicó Aragorn. La punzada se repitió inesperadamente con más intensidad. El pobre joven se arrojó en la silla y se presionó el vientre -. ¡Por los Valar! – exclamó en un arranque de cólera -. ¿Se puede saber qué demonios me está pasando?

Los consejeros que aún quedaban en la sala se volvieron hacia él, sorprendidos.

-¿Quieres que llame a alguien? – Faramir se angustió -. Tu padre está en el palacio.

-Majestad, ¿desea que llamemos a algún sanador? – preguntó un preocupado ministro, aproximándose.

-Es sólo un ardor en el estómago – se mordió el labio para refrenar el dolor -. Tendré una seria plática con el cocinero que estuvo a cargo del desayuno de esta mañana.

Esperó un rato. La punzada empezó a disminuir lentamente. Después de unos segundos, apoyó la mano en el respaldo del asiento para erguirse. Faramir quiso ayudarlo, pero él se lo impidió con un brusco ademán. Ya tenía bastante con el inoportuno dolor para dejar que sus ministros lo vieran como a un inválido.

-¿Quiere que llamemos a alguien, Majestad? – repitió el consternado hombre.

-No es necesario – replicó fríamente. Soltó el respaldo y quedó en suspenso por si una nueva punzada lo atrapaba de improviso. Pero el malestar no regresó.

“Este almuerzo con Arwen está crispando mis nervios”, pensó. “Más vale que el teatro de la boda termine pronto.”



………………


La hermosa Arwen se sentía radiante de felicidad. No era para menos. La corona del reino de los hombres y la ilusión de herederos que lo ocupasen hasta que el mismo Anor se apagase sobre el Arda, eran promesas con las que había soñado durante mucho tiempo.

¿Cómo no bailar de alegría? ¿Cómo no gritar de entusiasmo?

Miró en el espejo su resplandeciente figura. Desde que Aragorn le anunciara el compromiso unos meses después de terminada la guerra, su luz interior se había vuelto más brillante.

Además, Arwen estaba loca por Aragorn. Desde que lo conociera, en los jardines de Imadris, no había hecho más que suspirar por él. Su padre, Lord Elrond, el Señor de Rivendell, los había presentado. Arwen recordaba con tristeza la mirada distante que el joven le había dirigido aquella vez, y cómo ella había tenido que usar sus encantos para que le prestara un mínimo de atención.

Sin embargo, ahora las cosas parecían haber cambiado. El mismo Aragorn, durante su estadía en Rivendell luego de la destrucción del Anillo, había solicitado su mano a Elrond, y, desde hacía tres días, ella y su padre se habían instalado en Minas Tirith para la ceremonia.

A Arwen le costada creer que tantos acontecimientos alegres le pudieran estar al fin pasando.

Alguien golpeó a la puerta de la sala continua a su lujoso dormitorio. Una de sus cuatro damas de compañía se dirigió presurosa a abrir.

-Majestad – exclamó la doncella, inclinándose respetuosamente.

Arwen la escuchó desde su recámara y sonrió.

-¿Está lista la señora? – preguntó Aragorn con su regia voz.

Arwen suspiró completamente enamorada.

-Sí, Majestad – replicó la mujer.

-Aragorn, ¡qué alegría verte! – Arwen se presentó en la sala con una sonrisa de oreja a oreja.

El joven clavó los intensos ojos grises en ella y la estudió detenidamente. La elfa llevaba un ceñido vestido borgoña largo hasta los pies y un chal negro que le cubría los brazos. El cabello oscuro le caía como cascada sobre los hombros.

-Una alegría para mí también – sonrió complacido. A fin de cuentas, Arwen no se veía nada mal.

-Mi puntual y apuesto Rey de Gondor – se aproximó a la puerta, elegantemente.

Aragorn le tomó la mano y se la llevó a los labios. Su piel olía a los jazmines, la misma fragancia que solía oler en Legolas. Aragorn sacudió la cabeza en un esfuerzo supremo por apartarlo de su mente.

Ahora estaba Arwen. ¡Ya bastaba de torturarse así!

-¿Quieres que recorramos el palacio antes de ir al comedor? – sugirió el joven con suavidad.

La elfa asintió, entusiasmada, creyendo que la propuesta se debía a su exultante belleza. En realidad, Aragorn necesitaba caminar para aliviar su estómago antes de probar algún bocado.

-Me gustaría recorrer la sala de los espejos – confesó Arwen -. Me han llegado comentarios de lo fastuosa que es. ¿Allí realizan los bailes? Y quisiera ver… ¡Aragorn! – se llevó la mano a la boca -. ¿Qué te sucede?

Aragorn la escuchaba abstraído, cuando el dolor, más agudo que antes, le atravesó el vientre de punta a punta y lo obligó a doblarse en dos. Desesperado, se apoyó en el umbral para no caer y soltó un estrepitoso jadeo.

Arwen se volvió veloz hacia su doncella.

-Rápido, Ziara, llama a mi padre.

La mujer salió corriendo.

Aragorn cerró los ojos. Por Elbereth, esto era demasiado. ¿Acaso su estómago se estaba rebelando? ¿Por qué? ¿Porque había decidido que como Rey no podía continuar una relación con un elfo? Él necesitaba hijos, y estaba claro que Legolas, con su condición de varón, no podía dárselos.

-Tranquilo, querido. Déjame ayudarte – musitó Arwen, colocando el fornido brazo alrededor de sus hombros para ayudarlo a caminar. Aragorn, en medio del dolor y con la otra mano presionando el vientre, abrió los ojos, estupefacto. ¿Arwen lo había llamado “querido”?

La elfa lo transportó con cuidado hacia una silla. El joven cayó pesadamente en ella.

-¿Qué tienes, Aragorn? – preocupada, quiso sentirle el estómago, pero Aragorn le retiró la mano antes de que llegase a tocarlo.

-Algo que desayuné – jadeó -. Es todo. N… no te preocupes, Arwen - sabía que no se trataba del desayuno porque el dolor había aparecido por primera vez cuando se encontraba en ayunas.

-Estás pálido – apoyó la mano en su frente -. Y parece que tienes fiebre.

Aragorn resopló y cerró los ojos. La punzada no disminuía y se expandía como ondas, atravesando cada rincón de su abdomen.

¿Qué rayos le estaba ocurriendo? ¿Era la presencia de Arwen? ¿Era la ausencia de Legolas? Por favor, hacía ya tres meses que se había separado de ese elfo.

Él y Legolas no habían terminado en buenos términos. Aragorn había decidido la ruptura y su razón sobre la necesidad de una descendencia que le asegurase el trono no había satisfecho al elfo.

-Ay, Legolas – musitó, enloquecido por el lacerante dolor.

Arwen lo escuchó y se alejó de la silla con un respingo.



TBC

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