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Una unión poco esperada por Shini Malfoy

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Notas del fanfic:

Todo es producto de mis musos 'expertos' (?). Ojala sea de su agrado:

Una unión poco esperada

I: ¡Al Límite!

El amanecer se colaba por entre las enormes ventanas del Gran Salón; del techo encantado caían copos de nieve que desaparecían antes de tocar las cabezas de los estudiantes. La mitad del colegio se encontraba sentada en las largas mesas de madera con el desayuno en frente. A un costado de todos, había mochilas de campamento, esperando por ser levantadas y retiradas de una vez de ese lugar. Cada alumno comía en su respectiva mesa, charlando entre ellos y haciendo un gran barullo.

Los directores no se encontraban en donde deberían de estar para controlar a los menores. No había ningún adulto en el salón y eso preocupaba a los prefectos que no dejaban de correr de aquí para allá, controlando a los crea-pleitos.

— Suerte que dejé ese puesto el año pasado —suspiró aliviado Ronald Weasley antes de llevarse una tostada en mantecada a la boca.

Harry Potter lo miró sonriente a través de sus redondos lentes.

— ¡Ay! —se quejó Hermione al sentir una bola de pan caer sobre su cabeza.

Miró sobre su hombro al idiota que se atrevió a golpearla. Que raro, ¿por qué no le sorprendió lo que vio? La pandilla de Draco Malfoy, Goyle, Crabbe, Blaise Zabini y Pansy, reía ruidosamente. El rubio líder fijó sus ojos en los de la chica con burla. Ella vio que decía algo en voz baja y las risotadas aumentaron.

— No les prestes atención, Hermione —le dijo Ron, fulminando con la vista a los de Slytherin a medida que obligaba a su amiga a darles la espalda.

— Dolió —susurró ella, aún sobándose la cabeza.

— Toma —Harry le extendió su vaso con leche caliente para reconfortarla.Granger le sonrió agradecida y tomó la taza. Chilló con fuera, tiró el vaso y se levantó de un salto, aterrada. Por impulso, Ron también se levantó y miró hacia la mesa, extrañado. Potter vio salir de la taza, que antes había leche caliente, una fina y larga serpiente que sacaba la lengua con burla. Dirigió sus orbes verdes para la mesa de su enemigo cuando ellos estallaron en más risas.

— ¡Eso fue el colmo, Malfoy!

Sacó su varita de la túnica negra con el escudo de Gryffindor y la apuntó al rubio platinado quien repitió lo mismo. Ambos se levantaron sin despegar la vista el uno de otro. Curiosamente, todos a su alrededor se callaron y miraron el inicio de una segura batalla.

Solo las mesas los separaban, mas eso no le impedía a Harry lanzar un hechizo que lo aturdiera temporalmente. Cuánto gozo le daría poder volver a combatir contra esa repugnante serpiente…

— ¡Si alguno de los dos mueve la varita, quedarán suspendidos hasta fin de año! —advirtió el prefecto de Gryffindor acercándose a grandes zancadas y con las cejas fruncidas. Tenía suficiente trabajo con los menores para que los de sexto también pelearan.

Su cabello era rubio, corto y revoltoso mientras sus ojos celestes se fijaban en Harry y Draco. Se detuvo entre ambos, sin quitar la mirada severa.

Todas las muchachas suspiraron, admiradas por ese hermoso prefecto. Cuando sonreía era el mismísimo ángel de la belleza, y cuando se ponía de esa forma, no había quién pudiera contradecirle. Ese par de cuchillas celestes dominaban todo lo que veía (¡Es mi hombre prefecto!, pensaban las chicas).

— ¿Y quién te crees que eres, gatito? —escupió con maldad el rubio al verse interrumpido.

— No te atrevas a hablarme de esa forma, Draco Malfoy. Tengo suficiente poder para echarte del campamento —le recordó sin cambiar de expresión.

— Harry… —susurró suplicante Hermione.

De mala gana, el niño-que-vivió bajó su varita y la guardó dentro de su ropa. La castaña suspiró aliviada al ver que el Slytherin también bajaba el ‘arma’.

— Bien por ustedes, eligieron la opción satisfactoria —dijo el prefecto y se acomodó la túnica; dejó ver el escudo de Gryffindor a la izquierda, sobre el pecho.

— Lo sentimos, Luka. No volverá a pasar —dijo Granger para luego verse reflejada en las orbes azuladas. Un intenso rubor adornó sus mejillas.

— Espero que así sea, señorita Granger. No falta mucho para que termine el desayuno y podamos salir. Esténse preparados. Y, para ustedes —se giró hacia la mesa de en frente—, contrólense si no se quieres quedar.

Y dicho lo suyo, se retiró hacia el extremo de los menores que se lanzaban comida.

Ronald miraba con sumo odio al nuevo prefecto, sus orejas se colorearon de rojo fuego. Chistó y volvió a sentarse para seguir engullendo comida (no tenía hambre, solo lo hacía para amortiguar el deseo de destrucción). Hermione se sentó a su lado, aún ruborizada.

— Ese chico… —comenzó a decir, tímidamente, con las manos en el regazo y la cabeza agachada. Su pelirrojo amigo la miró furioso— hace bien su trabajo, ¿no lo creen? —miró hacia Harry quien se sentaba en frente suyo.

— Si, hace notar su nivel de poder para controlar la situación —dijo con un tono de molestia.

— Vamos, Harry. Si no los hubiera detenido, este lugar ya estaría bajo las llamas —afirmó la chica, imaginándose la escena.

— Si, tienes razón —soltó un suspiro cansado. 

 

El resto del desayuno transcurrió pasivamente entre las casas, pero aún los prefectos debían controlar rigurosamente a los menores y chistosos.

Harry agarró su mochila y la acomodó contra su espalda. La vajilla se desvaneció, dejando la mesa libre y limpia. Dirigió su mirada verdosa por todo el Gran Salón; el lugar estaba casi-vacío a comparación con otros días, la mitad de los estudiantes volvieron a sus respectivas casas junto con sus padres que se negaron a perder unas vacaciones de invierno con sus hijos por un simple campamento. Los adultos no sabían que ese viaje era escolar, planificado cuidadosamente por el director Dumbledore y la profesora McGonagall. Sentía la emoción burbujear en su pecho, tenía tantas ganas de salir de viaje con sus compañeros (aunque no sean vacaciones auténticas) que no le importó el hecho que su banda enemiga también los acompañaría.

Guiados por los prefectos, todos salieron por las grandes puertas de madera de forma ordenada y calmada hasta los jardines en donde esperaban muchos carruajes voladores esperándolos. El director los detuvo a pocos metros del transporte y pidió silencio levantando una mano. Al instante, todos se callaron.

Malfoy frunció el entrecejo al ver tanto respeto hacia ese viejo decrépito.

— Muy buenos días, jóvenes alumnos. Espero que el desayuno haya sido de su agrado. Mis sinceras disculpas al no poder estar presente hasta ahora, ya que tuve unos pequeños inconvenientes que arreglar. Espero no les hayan dando muchos problemas a nuestros queridos prefectos —miró a todos sobre sus anteojos de media luna.

Se escuchó unas risitas nerviosas.

— Por cierto, quisiera presentarle al nuevo prefecto de Gryffindor (aunque supongo que ya lo conocen): Luka Miwa —miró sonriente al chico rubio de ojos celestes—. Él, junto con el resto, los cuidará en este viaje estudiantil.

Las chicas de muchas casas suspiraron enamoradas al escuchar el nombre de su ‘ángel’. Las mejillas del joven se tiñeron de rosa al sentirse observado.

Draco y Blaise chistaron, irritador por la patética escena. Se cruzaron de brazos y miraron hacia otro lado.

— Me alegra saber que las mujeres lo hayan recibido de tan maravillosa forma, joven Miwa —comentó sin desaparecer su sonrisa, aunque Harry pudo advertir un acento divertido en las palabras.

— Gracias, director —alcanzó a escuchar.

— Bueno, la profesora McGonagall tiene algo que decirles —indicó a la anciana de ropas verdes a su costado quien se adelantó un paso.

— Gracias, profesor Dumbledore. Como verán, alumnos, no pueden ir todos juntos ya que no hay espacio en los carruajes. Se separarán en grupos de cuatro y se pondrán a un costado de los carruajes. Una advertencia, no toquen a los caballos; se alteran con mucha facilidad si los tocan —advirtió rápidamente indicando con su mano a los caballos blancos que guiarán los majestuosos carruajes.

Los copos de nieven caían lentamente a medida que los estudiantes se aferraban uno de otros, buscando compañeros y posicionándose al lado de cada vehículo.

Ron se abrazó de los brazos de Hermione y Harry, dándoles a entender que irán juntos en el viaje. Potter asintió, sonriente; Granger buscó por entre la multitud a alguien en especial. El pelirrojo no pasó desapercibido eso y no aguantó las ganas de preguntar:

— ¿A quién buscas? —alzó una ceja.

— A Ginny, de esa forma seremos cuatro. ¡Ginny! —la llamó en el momento en que la vio.

Estaba siendo aplastada por unos de Ravenclow. Pisándoles, empujándoles y gritándoles, logró salir de allí y caminó hacia el trío que la llamó. Su sonrisa de amplió al ver que Harry la miraba…

— Hola, chicos.

— Ginny, ¿quiéres acompañarnos en el viaje? —preguntó rápidamente Harry al ver que Hermione abría la boca para hacer esa misma pregunta.

— ¡Me encantaría, Harry! —saltó contenta.

— Perfecto, somos cuatro. Ahora busquemos algún caballo antes de que nos quedemos sin —opinó Ron y tiró de sus dos amigos mientras que Hermione tiraba de la túnica de Ginny.

Luego de un inconveniente con dos chicas de Hufflepuff al querer acariciar a las bestias blancas, todos pudieron entrar a sus respectivos carruajes y protegerse el helado frío. La nieve empañaba los vidrios pero eso no fue incomodidad para nadie, con un movimiento de varita lograron dispersas esa ‘neblina’.

Harry, Ron, Hermione y Ginny se quitaron la nieve de la cabeza y los hombros y dejaron aún lado las bufandas. La cabina se calentaba a medida que pasaban los minutos.

— ¡Que emoción! ¡Jamás pensé que Hogwarts haga algo parecido a esto! —canturreaba Ginny, mirando por la ventana, desesperada por poder volar de una vez.

— Si, es muy extraño. El año pasado, el-que-no-debe…

— Voldemort, Hermione —la calló Harry, irritado por escuchar ese tonto sobrenombre.

— No tengo las mismas agallas que tú para llamarlo por su nombre —le espetó, molesta— Como decía, me parece raro que hayan hecho esto ya que, el año pasado, él —miró de reojo a Harry— nos atacó sin piedad…

—Pero este año ni mostró indicios de vida. Así que, si no quieres llamarlo para aguar la fiesta, dejen de hablar de él —replicó Ron, temeroso al recordar lo que ocurrió hace un año.

— Es cierto, mejor disfrutemos lo que tenemos ahora y roguemos que no aparezca hasta el año que viene —dijo Ginny, sonriendo de lado.

— ¿El año que viene? ¿Por qué el año que viene? ¿No podemos tener unas vacaciones de un milenio sin su presencia, siquiera?

— No digas tonterías, Ronald —lo calló Ginny.

Harry miró por la ventana desempañada, pensando en las palabras de Hermione. Ella tenía razón, es raro que haya organizado algo así al aire libre. Dumbledore no parecía dudoso de lo que hacía cuando les comunicó la noticia. Y si es de estudios, la protección debería ser súper-fuerte aunque todos estén a campo abierto. Aún así, no tendrá oportunidad de quitar su mano de la varita… Todo puede ocurrir y a él no lo tomarán por sorpresa. 

 

Al rato que los directores verificaron cada vehículo, autorizaron a los caballos a despegar. Ninguno sabía a dónde se dirigían, los directores tenían esa información bien escondida. Por una media hora, lo único que se podía ver a través de las ventanas eran esponjosas y blancas nubes, pájaros y dragones. Durante ese momentos, ninguno de los pasajeros tenía ganas de quitar la vista de sus juegos de mesas, la vista de afuera les aburría de sobre manera…

Ron jugaba al ajedrez mágico con su hermana, Ginny, mientras Hermione leía un ejemplar sobre los elfos domésticos; su frente estaba constantemente arrugada al leer todos esos maltratos. Harry no podía quitar los ojos de afuera, su barbilla reposaba sobre la palma de su mano; aunque la vista era constantemente la misma, sentía que no podía dejar esa posición.

— F-E, caballo —escuchaba a lo lejos la voz de Ginny, suave y tierna como siempre.

— F-E, reina —chilló feliz su hermano. A continuación, se oyó el ruido de dos piedras golpearse y una romperse y caer al suelo, hecha pedazos.

Hermione dijo algo, notoriamente molesta, pero no alcanzó a escuchar: frente suyo sucedía algo más importante, interesante y llamativo.

Se levantó de un salto de su asiento y dio de lleno contra el techo. Se agachó un poco sin darle importante a las miradas asombradas de sus compañeros ni el chichón que comenzaba a expandirse sobre la zona herida. Su corazón latía con fuerza, sin saber por qué. Sus orbes verdes amenazaban por salirse de órbita. Las manos le sudaban y el intenso latido de su corazón golpeaba sin piedad sus pulmones.

— ¿H-Harry? ¿Estás bien? —intentó llamar la atención Hermione y cerró el libro sobre su regazo.

— Eh, compañero —vociferó Ron.

— Harry… ¿Qué ocurre? —cuestionó suavemente Ginny, notoriamente preocupada por Potter. Se levantó de su asiento y se puso a su lado; le apoyó una mano en el hombro.

Al verse ignorada, dirigió la mirada hacia donde estaba la del niño-que-vivió. Gran asombro se llevó cuando vio a Draco Malfoy encima de uno de los caballos blancos, intentando controlarlo. ¡Ese idiota! La profesora McGonagall dijo claramente que a las bestias no les agradaba que la tocaran y él se le monta encima. El carruaje se movía de un lado a otro, de arriba abajo, amenazando con caer en picada hacia la nada (aún tenían las nubes como suelo). Sus amigos, Blaise y Pansy, observaban aterrados la escena desde las ventanillas: uno de los dos caballos quería ser controlado por el Slytherin mientras que el otro animal le mordía el brazo y la pierna derecha. Se le vino a la cabeza una imagen de cowboy que le mostró el señor Weasley hace años: se trataba de un hombre sobre un toro notoriamente molesto que saltaba hacia arriba y lanzaba lejos al humano. Nunca supo si ese personaje vivió para contar la experiencia.

— ¡Por Merlín, ese idiota! —exclamó aterrada y enojada.

Ron y Hermione se levantaron de sus asientos para ver a través de la pequeña ventana. Quedaron igual de asombrados que Harry o Ginny.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Potter se lanzó hacia la puerta y la abrió de par en par. El viento lo empujó hacia fuera con una fuerza extraordinaria; por fortuna estaba agarrado firmemente del marco. En su mano derecha estaba su varita mas no la podía mover ya que se caería, como consecuencia.

— ¡¡Malfoy!! —gritó a todo pulmón para que el otro lo escuchase.

La cara aterrada de la serpiente se giró hacia el Gryffindor. ¿Esas son lágrimas? Por un instante, le dio ganas de abrazarlo y reírse a la vez. ¿Qué clase de sentimiento es ese?

— ¡Harry, ¿qué crees que haces?! —escuchó a duras penas la voz de Granger.

— ¡Tenemos que ayudarlo! —le respondió sin mirarla.

— ¿¡Desde cuándo te quieres hacer el torero, reptil!? —cuestionó con burla el pelirrojo Weasley— ¡Ay!

— ¡Cállate, Ronald! —lo reprochó su hermana menor.

— ¿¡Cómo piensas ayudarlo, si está a diez metros de nosotros!? ¡Te caerás! —chilló con miedo Hermione al verlo tambalearse peligrosamente.

— ¡Sosténganme, me soltaré! —les informó sin miedo en la voz.

Rápidamente, Ginny se puso detrás de Harry y lo abrazó por la cintura; le siguió Hermione que le abrazó a ella y Ron, sonrojado hasta las orejas, hizo lo mismo en Granger. Los tres tiraron hacia atrás con fuerza al notar la enorme fuerza que generaba el viento sobre el cuerpo de Potter. Parecía que la corriente exigía el cuerpo de su amigo como tributo o algo parecido. Los cuatro pares de pies se resbalaban sobre la suave alfombra bordó, los nervios se tensaban y la fuerza los abandonaba para ser reemplazaba por el terror. La menor de los Weasley gritó al sentir que se le escapaba el cuerpo de su amigo.

Hermione tiraba con más fuerza pero sentía que todo era en vano, mientras esa alfombra permanezca debajo de ellos no importaba lo que haga, patinarán como en el hielo. ¡Y las torpes manos de Ron no le ayudaban! Sentir el delgado cuerpo de su amigo contra la espalda le hizo recordar la misma escena pero en el bosque prohibido hace tres años, con Harry en lugar del pelirrojo y con un hombre-lobo sediento de carne en frente suyo. Sus mejillas se tiñeron de rojo. Su mente buscaba a gran velocidad alguna ayuda en los libros que haya leído en un pasado. ¡Pero nada!

Con los pies, Ron se intentaba agarrarse de los bancos incrustados contra las paredes del carruaje. La poca altura y el poco lugar que había ahí dentro no le ayudaban en nada; debía sostener tres cuerpos sobre una endemoniada alfombra que no cooperaba y no morir en el intento. ¡Solo a Harry se le ocurriría abrir la puerta a esa altura y por el imbecil de Malfoy! ¿Por qué no lo dejaban jugar con su nuevo juguete? Se le nota en la cara que lo disfruta… (véase el tono burlón).

— ¡Harry, apúrate! —chillaron ambas mujeres con los ojos cerraros y haciendo el mayor esfuerzo posible.

Potter podía sentir casi todo su pie fuera del carruaje, solo los talones le demostraban que no volaba. Intentó levantar la mano derecha para indicar a Draco y sacarlo de ese problema, pero no podía, no tenía fuerzas para hacerlo. La desesperación se juntaba en su pecho, ¡necesitaba rescatar a Malfoy! ¡Algo dentro de él rugía por hacerlo! Con la ayuda de su otra mano, puso en alto la varita y… Vio que Draco caía del caballo. Gritó con fuerza:

— ¡Aresto Momentum! —justo a tiempo, pudo recordar esas últimas palabras de Dumbledore cuando él perdió el conocimiento en el partido de Quidditch por causa de los Dementores.

Pero el cuerpo del rubio platinado se perdió entre las nubes. Alcanzó a escuchar un grito de él antes de perderlo de vista. Pansy y Blaise chillaron desde la ventana.

Al igual que él.

Por impulso, se soltó del débil agarre de Ginny y saltó del vehículo, con la esperanza de verlo antes de que sea tarde.

— ¡¡HARRY!! —gritó a todo pulmón la hermana menor Weasley junto con sus amigos. 

El viento golpeaba con fuerza su rostro, perdió sus gafas hace pocos instantes. Con los brazos pegados al cuerpo, cayó más aprisa con la ilusión de encontrar a su enemigo. No tardó en escuchar el grito de miedo de Malfoy debajo de él. Pudo llegar a ver una enorme mancha azul al fondo y una idea se le produjo al instante. ¡Gracias, Hermione!, pensó esperanzado.

— ¡Malfoy! —lo llamó una vez se puso a su lado.

— ¡Potter! —no le dio tiempo de reaccionar cuando se vio aprisionado por los fuertes brazos del Slytherin.

¿Temblaba? No estaba seguro, el viento le hacía temblar a él también…

Lentamente, esa mancha azul se hizo más y más grande hasta que no alcanzó a ver los límites. El lago estaba a pocos metros cuando exclamó:

— ¡Asce--! —el agua le cerró las cuerdas vocales, ahogándolo.

Se aferró con más fuerza al delgado cuerpo del rubio platinado. Ambos se hundían por la potencia de la caía. ¿Desde qué altura cayeron? Debió de ser mayor a la que se cayó hace tres años…

Expulsó el poco aire que conservaba cuando su espalda dio de lleno contra una gran piedra (o eso quería suponer) y Draco le encarceló con más fuerza. A su alrededor alcanzó a ver hilos rojos salidos del brazo y la pierna de la victima de las bestias (¿quién era la victima, realmente?).

 Los ojos de Malfoy estaban cerrados y su cuerpo se movía a la par que el agua; su cabello flotaba y le acariciaba suavemente sus mejillas. Si tan solo tuviera anteojos, tendría la oportunidad de ver en donde se encontraban. Pero antes que nada:

— || ¡¡ASCENDIO!! || —pensó y dirigió su varita a la roca, una luz amarilla (esto me lo inventé) los impulso a los dos para la superficie.

Cuando su cabeza salió a flote, inspiró una gran bocanada de aire fresco. Sacó el cuerpo del rubio e intentó hacer que respire; no lo hacía. Sumamente nervioso, pensó desesperado en lo que diría Hermione o lo que haría Dumbledore. ¡Pero no recordaba un hechizo que sacara agua de los pulmones! Su corazón latía con fuerza, no podía controlarse y lo último que debía hacer, lo sabía, era perder los estribos.

Se vio en medio de la nada, rodeado de agua cristalina helada, hielitos flotaban por sus costados y las nubes no dejaban ver claramente el sol. Agréguenle la falta de lentes…

Se acercó al rostro del Slytherin para apreciar sus condiciones: deplorables. A Harry le temblaban los labios, se le entumían lentamente las piernas (que movía constantemente para quedarse a flote), los nervios se apoderaban de él. Sin previo aviso, se vio dándole respiración boca a boca a su compañero. Expulsaba aire con fuerza, obligándole a escupir el líquido. Luego de cuatro intentos, logró su cometido. Una gran cantidad de agua se estrelló contra su rostro que tuvo que alejar para respirar.

— Malfoy, Malfoy… mantente despierto —susurraba a duras penas.

Le dolían las piernas, el cuerpo de Draco pesaba cada vez más, el agua le llegaba hasta la boca; sabía que en pocos segundos, se encontraría bajo agua nuevamente. Con movimiento doloroso, levantó la mano y apuntó la varita hacia la nada. Sus músculos se desgarraban pero no sintió nada; estaba completamente congelado con la serpiente entre sus brazos, intentando articular un hechizo.

Car-carpe… R-re-retrac…tum —pero nada sucedió. Teóricamente, debería ser arrastrado hacia la isla más cercana como si hubiera tirado un gancho. Volvió a intentar: —¡Car-Carpe Retractum!

Algo fuerte los impulsó para adelante, el agua se repartía a sus costados. Abrazó con fuerza a Draco para que no se le escapara. Sonrió para su interior, ni fuerzas para sonreír tenía. Divisó una pequeña playa a lo lejos.

Mas su conciencia no resistió hasta llegar a tierra firme. Con la varita seguía marcando la isla, pero… todo se oscureció. Lo último que recordó fue el fuerte agarre alrededor de su cintura y unos labios posarse sobre su cuello.

Notas finales:

Musos... descanzo de diez minutos.

En instantes volverán a su trabajo y ustedes leerán otro capítulo ^^. Gracias por leer!

::Shini Malfoy::


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