Oscuridad.
En el cielo la luna me vigila; me encuentro recostado, apoyado contra la ventana de mi habitación, abierta ligeramente, contemplando la lejanía del mundo que me rodea. Mi pelo se desliza ante mis ojos mecido por la fresca y suave brisa del otoño; siempre odié tener el pelo tan largo. En mi mano se halla el último momento que viví a tu lado, la fotografía que nos tomaron cuando ambos estábamos desprevenidos; tanto tú como yo aborrecíamos las cámaras digitales, nunca te gustó vivir en la era de la tecnología y yo seguí tus pasos.
Frío.
El reloj marca más allá de las doce, pero mis ojos no quieren cerrarse, se niegan a querer descansar tras lo ocurrido hace a penas unas horas; supongo que yo tampoco quiero relajarme. Detrás de mí noto aún tu presencia, ese olor que siempre emanaba de los poros de tu cuerpo, esa fragancia que llenaba mis sentidos hasta marearme con tanta olorosa combinación, pues tu pelo, ¡Oh, tu pelo!, siempre olía a esa mezcla de hierbas medicinales y flores silvestres. Me gustaba ese olor, pero tenog la sensación de no volver a olerlo nunca más.
Miedo.
Noto como se acumulan, en torno a mis ojos, pequeñas lagunas saladas que intentan salir propulsadas hasta mis mejillas, donde se perderían en la inmensidad de la alfombra al caer de allí; pero antes de que salgan, mi mano ya las retira delicadamente, como hacías tú y como te hacía yo a ti. Recuerdo lo sentimental que eras, no había día que no lloraras, ya fuera por una película, o por el diario ramo de orquídeas que te mandaba una persona anónima. Siempre fueron tus flores preferidas y yo lo sabía; yo era esa persona anónima. Quien te amaba en silencio y te miraba con unos ojos distintos a los del resto de humanos que te rodeaban.
Silencio.
Nada se escuchaba, ni los pajarillos ni los coches hacían acto de presencia en esta vieja mansión; olvidada y perdida en medio de ninguna parte. Vivías aquí solo, yo te visitaba de vez en cuando pero te negabas a que me mudara, decías que se perdería la gracia de estar solo. Por eso, por estar solo, nadie pudo salvarte cuando te caíste por las escaleras que suben hacia tu habitación. Nadie pudo llamar a una ambulancia para que intentaran salvarte. Nadie te acompañó los últimos momentos de tu vida. Te quedaste tan solo como tú querías.
Renacer.
Si tan solo hubiese llegado un poco antes hoy, si el trabajo no me hubiese impedido llegar antes, ahora mismo estarías vivo; a mi lado, regalándome esa sonrisa tuya que ya no volveré a ver. Me levanto lentamente, dejando caer la foto que tenía entre mis dedos y, con pasos inseguros, salgo de la habitación con dirección a las escaleras, donde tu cuerpo aún descansa en el piso de abajo.
Ya no volveré a escuchar tu risa.
Ni a oler tu extraño perfume.
Ni encargar ese ramo de orquídeas.
Ni secarte las lágrimas cuando estés emocionado.
Ni a volver a verte nunca.
Por eso, tal y como tu querrías que hiciese, hago que mis rodillas flaqueen y caigo sin remedio escaleras abajo, sintiendo mis huesos romperse en pedazos y, empezar a tener mucho sueño...
Y allí, en esa mansión olvidada, en medio de ninguna parte, descansan esos dos cuerpos que en vida se amaran silenciosamente y que rezaban por volver a encontrarse en los brazos de la muerte.
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