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Cold Cristhmas Night por Songfic_Maniak

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“COLD CHRISTMAS NIGHT ”


“Bendita tu luz” Maná

 

Escrito por Songfic Maniak

 

Un joven de aproximadamente dieciséis años que llevaba los guantes rotos y vestía ropas gastadas corría por las frías calles de París, los meses de invierno hacía poco que habían iniciado y en un par de días se festejaría Navidad y, aunque para muchos la época significaba reuniones en familia y disfrute de regalos, cenas maravillosas y una larga lista de otras prosperidades, para aquel niño solo significaba algo: El crudo invierno había llegado.

 

Corría por las calles, entrometiéndose entre la gente sin pedir disculpas… de cualquier forma nadie lo tomaba en cuenta, aquel día era frío y nublado como los anteriores, jamás esperó que fuera distinto a los demás hasta que, repentinamente, en uno de los bazares de aquella selecta avenida se detuvo para admirar con sus brillantes turquesas a un joven que caminaba por las calles cubierto con una gabardina negra resaltando su blanca tez, llevaba sus lacios cabellos aguamarina sueltos y un flequillo que trataba inútilmente de ocultar aquella hermosa mirada zarca que, inesperadamente, se fijó en él.

 

Bendito el lugar

Y el motivo de estar ahí

Bendita la coincidencia…

 

Iba acompañado por un hombre, al parecer su padre, un hombre delgado de cabellos oscuros y barba negra con semblante suntuoso y con sus lentes que le daban un aire intelectual.

 

-Ilustres- dijo aquel joven para sí mismo, mostrando una media sonrisa y caminando hacia ellos. El padre miró la hora en su valioso reloj que al parecer era de oro, y el chico se fijó en ese pequeño pero apreciable detalle sintiéndose realmente afortunado.

 

Bendito el reloj…

Que nos puso puntual ahí

Bendita sea tu… presencia…

 

-Padre, aquel muchacho nos ha venido siguiendo varias cuadras- avisó el joven que lo acompañaba después de algunos minutos, observando al chico que, probablemente, tenía su misma edad. Su padre volteó disimuladamente y después rodeó con su brazo los hombros de su hijo.

 

-No te preocupes, es un pobre necesitado, generalmente los de su clase solo buscan algunos francos para comer, la mayoría son inofensivos… pero nunca debes confiar en ellos, hijo.- le explico en voz baja y el joven asintió con la cabeza.

 

Repentinamente el hombre mayor tropezó y la sonrisa del joven que los había estado siguiendo aumentó, ¡No podía creer su suerte! Corrió a él mientras que su hijo lo ayudaba a ponerse en pie.

 

-Permítame ayudarlo, señor- dijo con cortesía, la gente que caminaba cercana, concientes que aquel que había tropezado era un hombre perteneciente a la aristocracia, también se paró para ayudarlo, fue en ese preciso momento que el muchacho que le ofreció su ayuda aprovechó para, en un rápido movimiento, meter la mano en el bolsillo de su gabardina y sacar el reloj de oro para llevárselo a su chamarra. Se puso de pie, dispuesto a huir cuando alguien sujetó su brazo con fuerza.

 

Bendito Dios por encontrarnos… en el camino

Y de quitarme esta soledad…

De mi destino.

 

-Vi lo que hiciste…- dijo el joven de cabellos aguamarina observándolo con los intensos zafiros que poseía… un fugaz momento en que turquesas y zafiros se cruzaron… y la expresión de ambos cambió. Las facciones de ambos se relajaron, las del francés dejaron atrás el enojo y en el otro el miedo de ser descubierto se desvaneció. En ese momento solo pudieron mirarse fijamente, admirándose del brillo de ambas miradas; de la sensación tan extraña y, a la vez, agradable en sus cuerpos y el especial palpitar de sus corazones.

 

¡Bendita la luz! Bendita la luz de tu mirada…

¡Bendita la luz!

 

-¿Qué pasa, Camus? ¿Por qué no dejas ir al muchacho?- preguntó su padre cuando ya se había incorporado, el joven miró a su padre y después miró de nuevo a aquel joven y a sus suplicantes y asustadizas turquesas… esas fascinantes turquesas.

 

Se quedó pensativo algunos segundos, fácilmente pudo haberle dicho a su padre lo que había hecho para que lo llevaran preso, de hecho, el ladronzuelo espero a que así lo hiciera, sin embargo para su sorpresa su mano fue liberaba y el joven aristócrata calló.

 

El otro se apresuró a girar su cuerpo y correr lo mas rápido que sus piernas le permitían pero, al doblar la esquina de la calle, giró su rostro para ver a aquel joven que aún se encontraba de pie e inmóvil quien tampoco lo había podido dejar de observar, el chico de simpáticas turquesas le dirigió una corta y cínica reverencia sonriéndole de forma desvergonzada para, después, desaparecer por aquella esquina.

 

Bendita la luz de tu mirada…

Desde el alma

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-¿Qué has robado hoy?- preguntó un joven mayor de cabellos largos y azulados que poseía unos ojos que parecían esmeraldas, al ladrón que había tenido el incidente con los dos ilustres cuando ya había llegado al callejón donde, aquella mañana, habían acordado reencontrarse.

 

Él otro le sonrió sacando del bolsillo de su chaqueta aquel reloj que, tal como lo había sospechado, era de oro, y poniéndolo ante los ojos de su amigo quien observó el objeto, realmente asombrado- ¿cómo lo conseguiste, Milo?- le preguntó arrebatándoselo para inspeccionarlo de forma más minuciosa.

 

-¡Ah… tú sabes!- exclamó Milo arrebatándole con astucia el preciado objeto de nuevo, fingiendo indiferencia- esos hombres mayores que no ven mas allá de su nariz…

 

-¡Buenas tardes, ladrones!- saludó alegremente otro joven detrás de ellos. Ambos miraron a aquel de idéntica apariencia que el mayor y sonrieron al ver de quien se trataba…

 

-¡Kannon! “El rey de los ladrones”- saludó el que compartía un enorme parecido con él, estrechando su mano para después abrazarlo con efusividad.

 

-¡El mismo que viste y calza, hermanito!- exclamó correspondiendo el abrazo de su hermano gemelo.

 

-Tienes que ver lo que Milo ha robado, con esto perderás tu título

 

-Saga, Saga, siempre exagerando… déjame ver lo que robaste, novato- le dijo a Milo quien se apresuró a extenderle el valioso reloj de oro al gemelo quien mostró un media sonrisa y un gesto lleno de satisfacción- No esta mal, novato… no esta nada mal... claro, para un ateniense abandonado e inútil como tú.- le dijo dándole un golpe amistoso en su brazo- bien hecho, Milo.

 

El ateniense sonrió ante aquel gesto. Hacía poco que había llegado a París y había conocido a Saga y Kannon, los tres eran griegos y tenían una cosa en común: sus padres los habían vendido a Radamanthys de Wyvern, un alemán, rubio y de semblante severo que desde hacía años se dedicaba a aprovecharse de los pobres y su desesperación.

 

Viajaba a pueblos olvidados donde sabía que vivía gente necesitada y ofrecía enormes cantidades de dinero a cambio de niños y jóvenes a quienes llevaba a Francia, los extorsionaba y los hacía robar cada día, los ladrones ajenos a tan particular grupo los habían apodado “Los ladrones de Wyvern”.

 

Eran los más conocidos entre los que se dedicaban a aquel “oficio” y los más desconocidos para quienes trataban de contrarrestarlo. Radamanthys de Wyvern había hecho una acertada selección de niños y jóvenes: todos, sin excepción, eran astutos, ágiles y de bellos rostros por lo que pocas veces la policía sospechaba de alguno de ellos.

 

Radamanthys había quedado fascinado por la belleza del griego en uno de sus viajes a una aldea realmente pobre y los padres del adolescente lo vendieron por una gran cantidad de francos a pesar de que él se arrodilló ante ellos y les rogó que no lo hicieran.

 

“Cuando seas mayor ya no le servirás y podrás volver si así lo deseas, Milo, pero en este momento tu padre y yo somos muy pobres y necesitamos el dinero. Incluso, a donde este hombre te llevé estarás mejor que aquí” le había dicho su madre y cada día sus palabras atormentaban su alma pero, también, le daban esperanza de seguir viviendo… la esperanza de volver con sus padres, de volver a su hogar y olvidarse de aquella vida llena de carestía que en ese momento tenía.

 

Los tres jóvenes caminaron por aquel barrio el cual era uno de los más pobres y peligrosos de la ciudad para llegar a la oscura y vieja residencia del alemán en donde ellos y otros niños y jóvenes más debían entregarle a “su líder” todo lo que habían robado en el día. Las reglas eran sencillas: menos de veinte francos equivalía a quedarse sin la cena y el desayuno del día siguiente, ya que ellos mismos tenían que ingeniárselas para comer a lo largo del día.

 

-¿Qué me has traído hoy, sabandija?- preguntó Radamanthys a Milo cuando llegaba el turno del griego de estar frente a él para pasarle cuenta de sus robos en el día. El joven, con todo el orgullo que pudiera caber en él, le enseñó el reloj de oro junto con algunas monedas de otros robos menores. Radamanthys cogió el reloj y lo miró sorprendido.

 

-¿De dónde sacaste esto?- le preguntó en un tono grave, observando a Milo con su severa mirada, realzando su dureza al fruncir el entrecejo.

 

-lo robé- contestó Milo en un tono divertido… ¿acaso no era lógico? Pero al ver que la mirada irritada del alemán se acrecentaba siguió hablando para evitar una reprimenda- fue en un barrio de gente aristócrata… el hombre que lo llevaba tropezó así que aproveché el momento y me acerqué pretendiendo ayudarlo y tomé el reloj de su bolsillo.- explicó el griego esperando que su relato fuera suficiente. Por la sonrisa satisfecha de Radamanthys pudo comprobar que así había sido.

 

-Bien hecho, Milo- le dijo metiendo el reloj a su saco negro- recibirás doble ración hoy- agregó y Milo esbozo una sonrisa- ¡Fuera de mi vista y deja de sonreír como estúpido!- exclamó, el joven ya acostumbrado a los malos tratos de su “protector” corrió hacia el comedor sin dejar de sonreír, aunque de forma mas moderada, listo para degustar una deliciosa cena.

 

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Al día siguiente Milo regresó a aquel barrio de aristócratas esperando volver a encontrar al joven… ¿Qué extraño comportamiento? ¿Por qué querría volver a encontrarlo sabiendo que él sabía sobre el robo? Tal vez… solo quería agradecerle el no haberlo delatado… o, tal vez…

 

Dejó de crear conjeturas en su mente, él no era una persona que usara mucho el raciocinio después de todo, ahora era un ladrón y por el oficio se requería astucia y dejarse llevar por los instintos y las corazonadas, esas mismas que en ese momento le ordenaban seguir buscando. Recorrió cada local, cada calle buscando por todos lados mientras que todos los que se cruzaban en su camino lo miraban de forma despectiva. Milo ignoraba aquellas miradas llenas de desagrado, que sabía, estaban dirigidas a él, ya se había acostumbrado a que, por sus ropas gastadas y rotas, su cabello despeinado y su rostro casi siempre sucio, todos lo miraran así. Horas más tarde, en un pequeño bazar de libros, fue que reconoció aquellos cabellos aguamarina y esa esbelta fisonomía. Sonrió dirigiéndose hacia aquel joven que le daba la espalda.

 

-Bonsoir, ange (buenas tardes, ángel)- saludó Milo cerca de su oído, el francés dio un respingo y giró su rostro encontrándose ambos rostros realmente cercanos.

 

-Eres… el ladrón- dijo Camus frunciendo el entrecejo y dejando el libro que había comenzado a hojear para darle la espalda y comenzar a caminar a prisa para alejarse.

 

-Mi nombre es Milo- siguió el griego sonriendo, caminando detrás de él.

 

-No creo habértelo preguntado.- contestó el otro cruzando una calle, el griego cruzó también sin dejar de perseguirlo, esquivando a la gran cantidad de gente que se cruzaba inconciente y constantemente en su camino ya que todos comenzaban a apurar las compras navideñas.

 

-Lo sé, pero creo que es lo justo dado que yo ya sé tu nombre… Camus- contestó el griego y al momento el otro giró completamente su cuerpo encontrándose de frente con el otro.

 

-No vuelvas a dirigirte a mí por mi nombre- advirtió el francés imponiendo su dedo índice entre ambos y volviendo a darse la vuelta, decidido a ignorar a aquel muchacho atrevido a quien aquel acto solo lo había incitado a sonreír y seguir con aquel juego.

 

-Entonces… ¿cómo habría de “dirigirme” hacia ti?- preguntó sarcástico

 

-Simplemente no te dirijas a mí- siguió Camus aumentando la velocidad de sus pasos.

 

Oh, uh, Benditos ojos que me esquivaban

¡Simulaban, decían que me ignoraban!

 

-De acuerdo, pero primero quiero que me digas porque no me acusaste con tu padre. Tú viste que le robé su reloj.

 

-Deberías estarme agradecido, pudiste pasar el resto de tus días en la cárcel.

 

-¿y por qué no?- preguntó adelantándose para ponerse delante del francés- ¿por qué no me acusaste para que eso pasara?

 

-Me da lástima la gente de tu clase, fue por misericordia- respondió Camus mirándolo con seriedad, Milo rió quedo ocultando el gran enojo que sentía por aquella respuesta, podía soportar todas las groserías e insultos hacia él pero ¿lástima? Jamás había soportado que lo miraran con lástima. Observó a ambos lados de la calle asegurándose que nadie los veía y, en un segundo, empujó bruscamente al francés hacia el callejón que estaba al lado de ambos.

 

Camus cayó golpeándose sus rodillas y deteniéndose con las manos y se apresuró a ponerse de pie pero, en seguida fue empujado de nuevo por el griego contra la húmeda pared. Su fría actitud cambió rápidamente a una llena de temor al observar al otro acercándose a él con sus turquesas oscuras y enfurecidas.

 

-¿Qué pasa, ya se te fue la arrogancia?- preguntó Milo sujetándolo de su bufanda con rudeza y golpeándolo contra la pared- ¿o es que ya te arrepentiste de haber tenido “misericordia” conmigo?

 

-Mi padre me advirtió… ¡Él me dijo que jamás debía confiar en los pordioseros! Son mentirosos y solo nos buscan por nuestro dinero…

 

-¿solo por su dinero? Tal vez si y ¿sabes por qué? ¡Porque es lo único que nos dan!- exclamó Milo acercando mas su cuerpo al francés que lo miraba lleno de sentimientos desbordantes, tan vívidos que el otro sentía no poder controlarse mas, no poder aguantar…- ¡Nosotros no somos nada para ustedes! ¡No existimos! Así que dime… ¿Por qué no me acusaste con tu padre para que me pudriera en prisión? ¿¡Por qué!?

 

-Porque… tú, tú si existes… existes para mí- contestó Camus casi en un susurro, mirándolo con nerviosismo, sintiendo aquel bien formado cuerpo contra el suyo que era algo más esbelto y perdiéndose de nuevo en aquellas desconcertadas turquesas.

 

Y de repente... ¡Sostienes la mirada!

Daram diri daram diririri

 

-¿qué quieres decir con eso?- preguntó Milo sin dejar de aferrar sus puños al cuello de la camisa del francés, acercándose más. Como si su rostro fuese un imán, sin que ninguno de los dos pudiera resistirse a lo que, sabían, era inevitable…

 

Ambos se dejaron llevar por sus cálidas respiraciones que inhalaban mutuamente, los párpados de ambos se cerraron sin que ellos se resistieran, fue Camus quien ladeó su rostro para que sus finos labios embonaran perfectamente con otros más gruesos y cálidos que recibieron gustosos aquella suave caricia y que, segundos después, se encargaron de corresponderla acariciando aquellos labios delicadamente, deshaciendo sus puños para posar sus manos en aquellas dos cálidas mejillas a causa de la sangre nerviosa acumulada en ellas para, en un instante, adentrar su lengua a aquella temblorosa cavidad, para acariciarla, para incitar a su compañera a jugar con ella… para que ambas disfrutaran… y… para que ambos compartieran aquella calidez que desvanecía todo el frío alrededor.

 

Bendito Dios por encontrarnos… en el camino

Y de quitarme ¡Esta soledad!

De mi destino…

 

Milo anhelaba seguir degustando aquella dulce boca pero, al sentir a Camus removerse ligeramente, supo que la falta de oxígeno había terminado con aquel bello momento y  se separó sin querer prolongar y, tal vez arruinar, aquel íntimo momento entre ambos.

 

Abrió sus ojos lentamente encontrándose con aquel joven que aún permanecía con sus párpados cerrados, privándolo de admirar de nuevo aquellos profundos zafiros… aunque la visión frente a él era igual de hermosa… esas mejillas sonrojadas, ese entrecejo ligeramente fruncido, esa nívea piel, esos exquisitos rasgos…

 

Una leve caricia en aquella mejilla bastó para que Camus volviera a abrir los ojos como si de repente despertara de algún terrible sueño… mirando con miedo y desconcierto al joven delante de él.

 

-Camus…- dijo el griego acariciando esta vez sus cabellos. El francés creyó haber escuchado mal, había tanta ternura en aquella voz que sintió su cuerpo estremecerse por completo.

 

-n-no…- dijo Camus separando aquel cuerpo tan cercano- esto no puede ser… mi… mi padre, mi familia…

 

-Camus, espera…

 

-No, perdóname Milo ¡No puedo!- exclamó empujando al griego quien reaccionó a tiempo para no caer de espaldas al frío piso, aunque, cuando al fin pudo mantener el equilibrio el francés ya había salido del callejón y se había perdido en aquel mar de gente y, a pesar de todo, el griego sonrió por haber escuchado su nombre salir de los dulces labios de aquel ángel.

 

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-¿Cómo que no robaste nada hoy?- preguntó Saga cruzando sus brazos y negando con la cabeza enfrente de Milo quien, extrañamente, parecía estar muy feliz.

 

-Ya te lo he dicho, hoy me sentí algo… torpe para robar- contestó encogiendo sus hombros y sonriendo despreocupado.

 

-Milo… ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

 

-Es porque no ha recibido el castigo de Radamanthys- señaló Kannon llegando a tiempo para escuchar y entrometerse en aquella plática.

 

-Lo conozco… veinte golpes… uno por cada franco que no pudiste robar- contestó Milo indiferente.

 

-No dije que no lo conocieras, dije que no lo habías recibido- aclaró “el rey de los ladrones”- Saga y yo hemos estado aquí desde que éramos unos niños. Al principio mi hermano no era bueno así que durante días seguidos recibió el castigo, es por eso que sabemos que Radamanthys tiene una gran variedad de objetos para castigar… desde los puños hasta un látigo.

 

-Lo resistiré- respondió Milo con decisión, Kannon caminó hacia él y, sin que el otro se lo esperara, le soltó un fuerte puñetazo en su abdomen que provocó que Milo cayera arrodillado, llevándose las manos a su abdomen y tratando de tomar oxígeno desesperado, el gemelo no demoró en darle un puñetazo mas en el rostro que ocasionó que el otro cayera al piso de lado quejándose de dolor.

 

-¡Kannon!- gritó Saga arrodillándose para ayudar al herido

 

-Y eso que solo fueron dos golpes- dijo Kannon sin ningún deje de burla en su voz, al contrario, era un tono lleno de seriedad. Metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó algunos francos que arrojó al piso, cerca de Milo.- Nuestra vida no es tan fácil, novato… al contrario, es cruel y dura. Deja de actuar como un idiota o te irá mal, tienes suerte que mi hermano y yo te apreciemos.

 

Diciendo esto Kannon dio media vuelta entrando a la residencia donde vivían ya que el sol estaba a punto de ocultarse y esa era la hora límite para llegar sin recibir regaño.

 

-Levántate, Milo- dijo Saga ayudándolo a ponerse de pie y reuniendo las monedas tiradas en el piso-Disculpa a mi hermano, él solo se preocupa por ti solo que no sabe de que otra forma demostrártelo- agregó rodeando los hombros del mas chico y poniendo las monedas en su mano.

 

-si, lo sé…- contestó Milo aún sobando su abdomen y contando el dinero en la palma de su mano- Veinte francos…- dijo sorprendido.

 

-Kannon tiene buen corazón- señaló Saga mientras caminaban hacia la residencia- pero ten cuidado, Milo. Conozco perfectamente los castigos de Radamanthys, no tiene compasión al lastimar… incluso, creo que lo disfruta… no vuelvas a fallar.- le pidió y Milo asintió con la cabeza suspirando aliviado de que ese día se hubiese salvado de recibir tan cruel castigo.

 

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Al siguiente día todos los niños y jóvenes despertaron temprano, como siempre, aunque más emocionados que nunca ya que todos sabían que se celebraba aquel día: Navidad. Y no era que ellos esperaran obsequios o una abundante cena, sino que ese día la gente saldría de sus casas para hacer las compras de último minuto y eso significaba que cargarían sus bolsillos llenos de francos.

 

Milo también se despertó emocionado, pero no por la misma razón que sus amigos y compañeros sino porque apenas y había podido dormir la noche anterior, se la había pasado dando vueltas en su cama pensando en Camus, en aquel beso… ¡Su primer beso! Y ese día estaba decidido a buscarlo de nuevo ¡Tenía que verlo de nuevo!

 

“¡Cincuenta golpes para quien sea tan inútil de no poder robar hoy al menos cincuenta francos! ¡¡Fuera de mi vista!! ¡¡A TRABAJAR!!”

 

Todos los niños escucharon atentos las palabras de Radamanthys después del desayuno pero no se preocuparon por la amenaza, (sin duda, todos conseguirían más de cincuenta francos) y después salieron aprisa esperando un excelente día. Los gemelos invitaron a Milo a robar con ellos pero él se negó y acordaron verse para la cena.

 

El griego, fiel a sus sentimientos no pudo esperar para correr emocionado de nuevo hacia aquella colonia de aristócratas presintiendo que algo… o alguien llamaba a su agitado corazón. Llegó otra vez a aquel bazar y ahí, en el mismo puesto de libros, encontró a aquel bellísimo joven quien se concentraba en la tarea de hojear un libro. No esperó más y caminó con pasos largos hacia él tratando de disimular la emoción en sus palabras al saludarlo con un “Bonjour, Camus”.

 

Y, contraria a cualquier reacción que el griego hubiese esperado más, complaciendo sus ilusiones, el francés giró su rostro regalándole un bella y aperlada sonrisa a quien lo había saludado y correspondiéndolo con un “Bonjour, Milo”.

 

El griego apenas y asimilaba las dulces palabras dirigidas tan solo a él cuando el bello joven delante de él entrelazó su mano jalándolo y animándolo a correr detrás de él. Milo no sabía a donde lo llevaba y, sinceramente, no le importaba, confiaba plenamente en él, estaba dispuesto a ser guiado por aquel hermoso ser. Ambos corrieron con una enorme sonrisa en sus rostros, sintiendo la brisa helada de aquella mañana hasta que Milo reconoció la calle a la que habían llegado y sintió como Camus lo jalaba hacia el mismo oscuro callejón del día anterior, lo arrinconaba en la pared y lo besaba sin más explicaciones, abrazándolo del cuello y acercando su cuerpo como si quisiese fusionarse con el suyo.

 

El acercamiento fue sumamente intenso, Camus no dejaba de besar al griego mientras que adentraba sus dedos en sus suaves y rebeldes cabellos provocando extrañas sensaciones en su vientre hasta ese momento, desconocidas para Milo y para él.

 

¡Bendita la luz! Bendita la luz de tu mirada…

¡Bendita la luz! Bendita la luz de tu mirada…

 

Milo comenzó a acariciar su espalda, su cintura y a corresponder aquel beso prolongándolo con desesperación hasta que el aire fue insuficiente y se separaron sin dejar de mover sus cuerpos, Milo bajó a aquel níveo cuello, desanudó aquella estorbosa bufanda y comenzó a besarlo, haciendo que su dueño se estremeciera y gimiera quedo ladeando mas su rostro para permitirle al otro seguir explorando, parecía que todo el autocontrol desaparecería en ambos pero, nuevamente, fue el francés quien sujetó con fuerza los hombros del griego y se separó un poco respirando agitado, aunque no pudo evitar sonreírle al joven frente a él, pasando su mano por sus rebeldes mechones.

 

-Camus…

 

-Ayer, en la noche, no pude dejar de pensar en ti- dijo Camus interrumpiendo al otro al tiempo que llevaba sus manos a ambas mejillas del griego- fuiste tú quien me ha dado mi primer beso…

 

Milo mostró la sonrisa más enorme y resplandeciente que hubiese mostrado nunca ha nadie y, con gran seguridad, caminó ese paso que lo separaba de aquel bello joven para aprisionar de nuevo sus labios con los suyos al mismo tiempo que sus brazos se encargaron de unirlo mas a él fusionándose de nuevo en uno solo.

 

Camus se separó un poco uniendo ambas frentes, sin dejar de sonreír.

 

-Creo que estoy enamorado de ti- dijo Milo sintiendo un temblor en su cuerpo al decir aquellas palabras.- eres… eres muy guapo, mas bien, bellísimo.

 

-Tú también- contestó Camus emocionado- te quiero, tengo la necesidad de besarte una y mil veces, cada vez que pienso en ti…

 

-¿sientes una sensación extraña en tu pecho?- preguntó Milo solo para comprobar si de casualidad a él también le pasaba lo mismo.

 

-¡Si!- exclamó Camus acariciando el rostro del griego- Si. También en mi estómago, siento mis propios latidos y extraños temblores en todo mi cuerpo… ¿será amor?

 

-no sé- respondió Milo y ambos rieron sin poder ocultar esa alegría que se sentía con el primer amor- pero… yo, yo soy un ladrón y tú…

 

-No quiero separarme de ti- dijo Camus abrazando a Milo ocultando su rostro en la curva que iba del cuello del griego a su hombro- no me importa lo que pueda decir mi padre, ni mi familia… quiero ser libre…

 

-¿No lo eres?- preguntó Milo y sintió como el joven en sus brazos negaba con la cabeza- yo tampoco… soy griego, mis padres me vendieron a un hombre que me obliga a robar a diario para comer, quisiera ser libre también…

 

-¡Podemos serlo!- exclamó Camus apartándose y tomando las manos del griego entre los suyas- ¡Hoy es navidad! Esta noche, en mi mansión, habrá una gran celebración y nadie podrá darse cuenta si me ausento. Saldré pasando desapercibido…

 

-Y yo te esperaré donde tú me lo pidas- completó Milo sin dejar de sonreírle a aquel delante de él quien afirmó mirándolo con sus zafiros llenos de ilusión.

 

-Sígueme a distancia, te mostraré en donde vivo, entraré y te señalaré discretamente el árbol de entre todos los que hay en mi jardín, en donde tú estarás esperándome.

 

-¿A qué hora?- preguntó Milo robándole un nuevo y corto beso

 

-Diez en punto- contestó Camus riendo quedo antes las caricias que el otro le regalaba- prométemelo, Milo…

 

-¡Te lo prometo! Ahí estaré pero en este momento quiero estar mas tiempo contigo, por favor, Camie- pidió Milo con una voz melosa y llenando su rostro con besos juguetones.

 

-¿Camie?- repitió el francés divertido- es muy pronto para que te tomes esas confianzas conmigo, además…- Milo no lo dejó continuar lo acalló con un nuevo beso y comenzó a empujarlo casi imperceptiblemente hasta que la espalda de Camus se apoyó de nuevo en la pared contraria y sus lenguas comenzaron a jugar liberando de nuevo aquellas sensaciones que asustaban y a la vez, emocionaban a ambos jóvenes. El francés se liberó con gran esfuerzo- ya tendremos toda una vida para esto- dijo entrelazando la mano del griego con la suya para jalarlo fuera del callejón- cuando salgamos sígueme con cuidado, no dejes que nadie se de cuenta- pidió y el otro asintió con la cabeza.

 

Oh…Gloria divina…

 De esta suerte de buen tino

 

Milo dejó que Camus se alejara una cuadra para comenzar a seguirlo, el francés de vez en cuando miraba discretamente hacia atrás asegurándose que el otro lo siguiera. Caminaron de esa manera durante algunos minutos hasta que llegaron a una calle llena de imponentes y bellas residencias hasta que Camus abrió las rejas de una de ellas que tenía un enorme jardín, el griego tan solo observaba expectante acercándose lo mas que podía, escondiéndose cerca de unos matorrales hasta que el otro lo ubicó, le guiñó el ojo y, disimuladamente le señaló un árbol al lado de la mansión… ahí sería, Milo asintió con la cabeza, besó la punta de sus dedos y sopló la palma de su mano confiado en que el viento sería noble y llevaría aquel silencioso y tierno beso hacia los labios de su amado quien sonrió por el gesto capturando aquel beso imaginariamente en su puño y llevándoselo a sus labios para corresponderlo con cariño.

 

Milo no podía describir la alegría que sentía en ese momento, era una sensación maravillosa, sentía que todo lo podía alcanzar, ¡Que no había imposibles! El amor se había adentrado en sus venas e irrigaba cada parte de su cuerpo provocando que su corazón palpitara mas rápido de lo normal pero aquello no era para nada desagradable, al contrario, ese extraño palpitar junto con las humedad en sus ojos y la calidez en su rostro eran las sensaciones mas intensas y fascinantes que, estaba seguro, jamás volvería a sentir de igual forma por ningún otro mas que por Camus.

 

Y de encontrarte justo ahí en medio del camino

 

Corrió en dirección a la residencia de Radamanthys queriendo sentir su corazón aún más acelerado, llegó al cabo de casi media hora con su respiración agitada pero ya sin sentir la helada brisa de la tarde a causa del calor que exudaba su cuerpo.

 

Ahí, en el pórtico de la residencia, estaban los gemelos contando un fajo de billetes cada uno, Milo casi los pasa de largo pero Kannon puso su pierna en medio de su camino ocasionando que cayera con fuerza boca abajo.

 

-¿A dónde vas, novato?- le preguntó y su hermano ayudó al otro a ponerse de pie. Milo dudó en contarles todo lo sucedido pero estaba tan feliz que se decidió a hacerlo. Así, durante casi una hora les contó con detalle cada reacción, situación y sentimientos que habían pasado en su vida desde que había conocido a Camus, terminando en la promesa que le había hecho y que debía cumplir esa misma noche.

 

-¡¿Estas enfermo?!- preguntó exaltado Saga- nada bueno saldrá de todo esto.

 

-No me equivoqué contigo, novato… en verdad eres un idiota- dijo Kannon mirando al menor como si se tratara de un policía listo para esposarlo.

 

-¡Lo amo! Es… es difícil de explicar pero, aunque no lo crean, él siente lo mismo por mí y…- no pudo seguir, Kannon iracundo lo tomó del cuello de su chaqueta para acercarlo a él

 

-¡Despierta, Milo! Nosotros somos pordioseros ¡No tenemos a nadie en este mundo! Ellos lo tienen todo ¡Solo eres un capricho para él! ¡¡Solo te hará sufrir!!- exclamó el gemelo para después apretar con fuerza sus dientes a causa de la furia que sentía.

 

-¡NO!- gritó deshaciéndose de los puños que aprisionaban sus ropas- ¡Camus me ama!

 

-¡Si intentas siquiera ir a esa cita te acusaré con Radamanthys!- amenazó Kannon- Y sabes el castigo por traición… ¡Te asesinará!

 

-¡No lo hagas, Kannon!- pidió Saga sujetando su hombro obligando a girar su cuerpo para quedar frente a él.- ¡Déjalo, él entenderá que esta en un error!

 

-¡Hazlo!- retó Milo y ambos hermanos regresaron a verlo- ¡Él no esta en este momento! Tomaré mis pocas pertenencias y me iré ¡Para cuando se lo digas ya no podrán encontrarme! Me ocultaré en la calles y, después de las diez de la noche, no volverán a saber de mí.

 

-¡Te arrepentirás!- exclamó Kannon reprimiendo dos lágrimas ardientes en sus ojos- iré a buscarlo ¡No voy a permitir que lo hagas!- exclamó donde media vuelta para correr y alejarse a gran velocidad. Saga y Milo lo observaron con preocupación.

 

-¿Por qué quiere delatarme?- le preguntó Milo desconcertado.

 

-Ya te lo dije, Milo, él solo quiere tu bienestar- respondió Saga- De la misma forma que yo. Yo respetaré tu decisión pero… piénsalo, Milo ¡Decide bien!- exclamó y el griego, sin dudar, entró a la residencia y subió a la habitación que la mitad de “los ladrones de Wyvern” compartían, en ese cuarto dormían los mayores de trece años. Tomó su única mochila gastada y metió su escasa ropa y, de la funda de su almohada, algunas monedas que había escondido de Radamanthys para cuando lo liberara. Las metió en su mochila después de contarlas y asegurarse que fuera una buena cantidad y después un pensamiento cruzó por su mente… los últimos meses de su vida había cometido muchos crímenes y uno de ellos había victimado al padre de Camus, él no quería quedar ante su ángel como un ladrón.

 

Decidido, bajó y corrió hacia la puerta de entrada de la habitación que Radamanthys usaba como “oficina”. Abrió la puerta lentamente asegurándose de ser silencioso, mirando a ambos lados del corredor para asegurarse que nadie lo viera y caminó de puntitas hacia el escritorio abriendo el cajón de lado derecho donde, como todos sabían, su “líder” guardaba los objetos de gran valor. No se había equivocado, ahí, junto con algunos otros dijes y piedras preciosas se encontraba el valiosísimo reloj de oro, rápidamente lo tomó sin llevarse nada más, lo guardó en el bolsillo de su pantalón y cerró el cajón para salir corriendo de la habitación y, después, a la salida de la residencia.

 

-¡Espera!- exclamó Saga deteniéndolo de la mochila, el menor lo volteó a ver asombrándose al ver como el gemelo le extendía su abrigo, ese que todos le envidiaban y deseaban tener ya que, no solo brindaba mucho calor, sino que era el único entre ellos que no estaba gastado, parchado ni agujereado. Saga siempre presumía de él y no lo soltaba por nada del mundo, estaba muy orgulloso de esa posesión no solo porque se veía muy bien, también porque demostraba que comenzaba a ser tan buen ladrón como su hermano ya que lo había conseguido robándoselo a un joven aristócrata sin que él siquiera se diera cuenta.

 

-No puedo aceptarlo- dijo Milo negando y rechazando el ofrecimiento.

 

-¡Vamos, Milo!- exclamó Saga sonriéndole- parece que esta noche habrá tormenta y no me gustaría que enfermaras, además tienes que verte decente ante él y…no volveré a verte nunca más y estoy seguro que con esto me recordarás…

 

Ambos griegos se miraron intensamente durante algunos segundos hasta que Milo se decidió a tomar el abrigo con sus ojos llenos de lágrimas.

 

-¡Gracias!- exclamó Milo abalanzándose hacia su amigo y abrazándolo con fuerza- ¡Jamás podría olvidarte! Ni a ti ni a Kannon ¡Jamás!- siguió abrazándolo con toda la fuerza que tenía en sus brazos mientras que el otro le correspondía de la misma forma.

 

-Cuídate, Milo- pidió Saga sin poder evitar llorar.

 

Ambos se separaron y se sonrieron, “despídeme de Kannon” pidió Milo y el gemelo afirmó con la cabeza, el menor dio media vuelta y corrió en dirección a la plaza, sabía que faltaban algunas horas para poder ir hacia el hogar de su ángel así que se escondería en alguno de los callejones y, cuando faltara una hora estaría listo para reunirse con él.

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Milo estuvo puntual aquella noche en aquella calle exclusiva para aristócratas, se había puesto el abrigo de Saga y se había quitado sus guantes rotos aguantando el frío en sus manos para poder lucir lo más presentable posible. Aún así el suéter que llevaba debajo del regalo del gemelo ya estaba roto y la ligera camisa que vestía debajo estaba gastada y muy delgada y sus pantalones tenían un par de parches y estaban rotos de la parte de abajo.

 

Caminó con sigilo ocultándose de los ilustres que en ese momento abundaban en aquella calle como nunca, no solo en la mansión de Camus se celebraba una gran fiesta, parecía que en cada una de las residencias también. Aún así, se las ingenió para pasar por una parte de la cerca que estaba rota y corrió hacia el árbol agradeciendo que tuviera un frondoso tronco para que pudiera ocultarse mejor. Ahí esperó lleno de emoción el momento de volver a ver a Camus y de huir juntos…

 

El tiempo pasaba pero Milo no quería ver el reloj de oro… seguramente era su falta de paciencia que lo hacía sentir que ya había pasado una hora cuando apenas habían transcurrido algunos minutos. Sin embargo, instantes después, comprobó que no era así… en efecto, ya casi eran las once de la noche y Camus no aparecía por ninguna parte. Parecía que en cualquier momento comenzaría una gran tormenta y la temperatura comenzó a bajar ocasionando que Milo se encogiera de tanto frío; la desesperación lo invadió y, asegurándose que ya no hubiera nadie en el jardín, caminó encogido hacia el enorme ventanal que estaba al lado del árbol y se asomó tímidamente. Dentro todos vestían elegantes, cenaban, bailaban, reían y conversaban sin preocuparse por el frío de afuera… también lo vio a él… a su ángel, vestido con un elegante traje, sentado solo en una mesa, mirando a su alrededor indiferente.

 

Milo se quedó observándolo, perdiéndose en aquellos hermosos y, en ese momento, perdidos zafiros, hasta que su dueño intuyó la atención de se le daba y miró en dirección al ventanal encontrándose con dos turquesas que lo observaban llenas de amor…

 

Gloria del cielo de encontrarte ahora

Llevarte mi soledad… y coincidir en mi destino…

¡En el mismo destino!

 

Desafortunadamente no había sido el único que lo había visto.

 

“¡LADRÓN!” gritó uno de los ilustres señalando hacia la ventana donde el griego se asomaba, él se sobresaltó por el descubrimiento y se alejó de la ventana… retrocedió y comenzó a correr pero se paró en seco, volvió su mirada, después de nuevo giró su rostro queriendo escapar… realmente se encontraba confundido, no sabía que hacer pero ¡No quería abandonar a Camus!

 

No pasó mucho tiempo para que varios hombres de la fiesta corrieran detrás de él y consiguieran atraparlo. Trató de huir pero eran muchos contra él solo y no pudo evitar que lo llevaran adentro de la sala donde todos lo rodearon interesados, dirigiéndole esas miradas de desprecio mientras que los ilustres tomaban su mochila vaciando sus escasas pertenencias delante de todos, incluyendo la cantidad de dinero que llevaba.

 

-¡Miren cuanto dinero ha robado!- exclamó una mujer señalando las monedas y billetes que cayeron al piso de mármol.

 

-¡Déjenlo!- exclamó Camus apartando a los invitados que se interponían en su camino hasta que su padre se cruzó en su camino.

 

-¡Camus!- gritó Milo suplicante lleno de terror y confusión.

 

-¿¡De dónde conoces a mi hijo!?- preguntó el padre de Camus enfurecido. El griego no podía hablar, sus labios temblaban, todo su cuerpo lo hacía de igual forma, lo único que se le ocurrió en ese momento fue liberar uno de sus brazos y, antes de que volviera a ser atrapado meter su mano a su bolsillo y mostrarle el reloj de oro… aunque no se esperaba la reacción que tendría el padre de Camus- ¡Ladrón!- gritó tomando su reloj y golpeándolo con el revés de su mano, el griego cerró sus ojos con fuerza al sentir el dolor del impacto que instantáneamente enrojeció su mejilla.

 

-¡Padre, no lo lastimes!- pidió Camus interponiéndose entre su padre y Milo

 

-Camus…- lo llamó el griego y él giró su cuerpo para observarlo- ¡Camus dile la verdad! Dile que nos amamos, que íbamos a huir ¡Díselo, por favor! Si es lo que en verdad sientes ¡Solo díselo!- rogó Milo con los ojos llenos de lágrimas.

 

-¿lo conoces?- preguntó su padre mirando al francés severamente, enfrente de todos sus familiares y la alta sociedad… Camus observó las turquesas de Milo que le pedían… no, mas bien, le suplicaban reconocerlo… pasaron algunos segundos sin que el joven se atreviera a decir nada mientras que todos lo presentes esperaban su respuesta- ¡Contesta, Camus! ¿¡Lo conoces o no?!- gritó su padre obligándolo a hablar y un escalofrío se hizo presente en su cuerpo, desvió su mirada de la del griego sin encontrar el valor de enfrentarlo al saber que de su boca saldría la mas cruel de las mentiras: “No”.

 

-¡Pordiosero Injurioso!- exclamó uno de los invitados señalando a Milo quien no pudo escuchar aquella ofensa ya que su mente quedó en blanco al escuchar la respuesta del francés que lo había destrozado por completo.

 

-¡Rufián!- exclamó otra mujer

 

“¡Mal nacido!”, “¡Desdichado!”,  “¡Bastardo!”, “¡Sinvergüenza!”, “¡Insolente!”… el griego recibió ofensa tras ofensa pero él se negaba a escuchar aquello… eso no estaba sucediendo, buscó de nuevo la mirada del francés quien permanecía frente a él cabizbajo… no, no ¡No, él no podía darse por vencido!

 

-¡Camus, diles la verdad!-le pidió de nuevo, desesperado- díselos… diles que íbamos a huir porque nos amamos y ellos nunca lo permitirían ¡Diles cuanto te amo! ¡¡Diles lo que sientes por mí!!

 

-¡Blasfemias!- exclamó su padre abofeteando con fuerza al griego quien cayó al suelo por el impacto, Milo apenas y pudo reaccionar antes de que el hombre pateara con fuerza su abdomen y le causara un asfixia desesperante llevándose sus manos a su vientre gimiendo de dolor, hasta que sintió el sabor metálico de su sangre fluir por su boca recorriendo su labio inferior.

 

-¡Saquen a este muerto de hambre de aquí!- gritó el padre de Camus y los guardaespaldas de algunos de los invitados se apresuraron a sacar al joven griego quien no se resistió a que lo hicieran… quiso observar por última vez a Camus pero sus copiosas lágrimas se lo impidieron.

 

Milo fue echado a patadas a la calle, la nieve que comenzaba a acumularse en las calles amortiguó la caída, la tormenta había comenzado. Apenas y podía caminar, sus dientes tiritaban de frío y sus manos se negaban a abandonar su vientre el cual tenía espasmos de dolor por los golpes. No sabía a donde ir, estaba solo, se sentía perdido y todo alrededor era confuso, entonces, una tenue esperanza surgió en él: tal vez Kannon no le había dicho nada a Radamanthys, quizá ni siquiera se había dado cuenta de su ausencia y, si lo había hecho, probablemente lo estaría buscando… ¡Cincuenta golpes a cambio de un viejo pero cálido colchón! La oferta no parecía tan mala en esos momentos cuando el frío parecía llegar hasta el tuétano de sus huesos.

 

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Sin saber como fue exactamente que lo había logrado, se encontró de pie frente a la puerta de la residencia de Wyvern, caminó reconociendo un cuerpo encogido en la entrada que también temblaba de frío tratando, inútilmente, de darse calor con sus propios brazos…

 

-Sa… Saga- llamó el joven desvaneciéndose a su lado, el gemelo apenas y alcanzó a incorporarse y a sujetarlo de los brazos.- ¿q-qué… haces… a…aquí… afu…era?- preguntó Milo extrañado al ver el rostro del gemelo lleno de lágrimas.

 

-Milo… ¡tienes que irte!- dijo Saga desesperado

 

-¿Qué…

 

-Radamanthys se dio cuenta de que robaste el reloj ¡Y que huiste!

 

-¿Kannon fue quien…?- trato de preguntar

 

-¡No, no!- gritó Saga sollozando con un sufrimiento que estremeció por completo al menor- Kannon solo, solo esta… ba enfadado pero… ¡No fue a buscarlo! Fue… fue al ponerse el sol… cuando se dio cuenta de… de que faltabas… nos pregun…tó pero, pero ambos negamos saber de ti… dijo… ¡Él dijo que sabía q-que mentíamos! Y que nos sacaría la verdad… ¡Golpeó a mi hermano! ¡Perdóname Milo! Es que… al… al ver como lo, lo golpeaba… yo ¡Yo le rogué que dijera la verdad!

 

-se lo dijo…

 

-¡No, Milo!- exclamó Saga abrazando a su amigo- no dijo nada… hizo enfurecer aún mas a Radamanthys y… lo asesinó…- dijo y el menor negó con la cabeza sin poder creer lo que acababa de escuchar- ¡Lo asesinó, Milo! Asesinó a mi hermano… no midió sus fuerzas… a mí me dijo que dormiría afuera…

 

-lo… siento… no, no quise…Saga… fue… mi, mi culpa.- dijo quitándose su abrigo para cubrir al gemelo.

 

-¿por qué volviste?

 

-por… Saga… Ca…Camus no…él no…- Milo apenas y podía mantenerse conciente sin poder aún asimilar lo que el gemelo le había dicho; formular una oración coherente con tantos sentimientos atormentándolo en ese momento era una tarea imposible.

 

-Kannon te lo advirtió…- dijo Saga como si fuese un reproche, aunque en ese momento lo único que le inspiraba Milo era… lástima-¡Te lo dijimos, Milo! ¡Te dijimos que lo de ustedes no traería nada bueno! ¿¡Por qué no hiciste caso?! ¡¿Por qué te aferraste, Milo?!

 

-Por que… porque quise… quise creer… porque yo, yo lo amo…- contestó Milo ahogando los sollozos en el pecho de su amigo- lo amo… no puedo con este sentimiento… ¡No puedo!

 

¡Bendita la luz!

Bendita la luz de tu mirada…

¡Bendita la luz!

Bendita la luz de tu mirada…

 

Repentinamente uno de los ladrones de Wyvern se asomó por la ventana que daba una vista del pórtico observando al joven griego.

 

-¡Ahí esta el traidor!- gritó corriendo por todos los corredores, alertando a todos de la presencia de Milo. Los dos griegos apenas y reaccionaron cuando ya varios de ellos habían abierto la puerta y metido a la fuerza a Milo dejando a Saga tocando la puerta con desesperación.

 

-¡MALDITO PERRO! ¡Muerdes la mano que te dio de comer!- gritó enfurecido Radamanthys cuando llevaron jalando a Milo frente a él. El rubio lo arrastró hasta la sala de reunión donde todos los ladrones hicieron un círculo observando con interés.- ¡Ya verán todos ustedes lo que sucede con los ingratos como este perro inmundo!- gritó mientras se arremangaba su camisa y dos ladrones se encargaban de desgarrar el suéter y la camisa de Milo dejando su torso desnudo.

 

Esta vez aquel hermoso rostro no recibía una bofetada sino todo el peso de aquel duro puño que, pese a que lo impulsaba a caer al piso, a causa de los dos ladrones que lo sujetaban por fuerza por detrás, no podía hacer nada más que recibir cada uno de los golpes que laceraban su cuerpo. Uno a uno fue recibiendo cada golpe, desgarrando músculos y tejidos dentro de él, abriendo heridas en el exterior, lo golpeó, lo pateó y le escupió hasta cansarse, hasta cumplirse mas de cincuenta golpes, incluso Radamanthys comenzó a jadear por el esfuerzo que implicaba seguir inflingiendo daño a aquel cuerpo considerablemente herido.

 

-¡MISERABLE!- le espetó mientras les escupía y lo ignoraba para dirigirse a los demás- ¡Aprendan a respetarme, bastardos! Que les quede bien claro cual es su lugar… sin mí, no son nada, no tienen padres, ni hermanos, ni familia, ni nadie que se preocupe por ustedes ¡¡Están solos en el mundo!! Y este desgraciado creyó que podía burlarse de mí ¡Iluso! ¡¡NADIE PUEDE AMARLOS A USTEDES!!- vociferó tronando su dedos para que los jóvenes que sostenían a Milo lo volvieran a poner de pie- ¡¡Y MENOS A TI, MAL NACIDO!!- le gritó tomando con fuerza su rostro hasta encajar sus uñas en él- ¿¡DÓNDE ESTA EL RELOJ DE ORO?!

 

-Lo de… vol… ví- contestó Milo con sus ojos cerrados, sentía que en cualquier momento se desvanecería, se sentía cansado y adolorido.

 

-¡TRAIDOR! ¡LA TRAICIÓN SE PAGA CON LA MUERTE!- gritó Radamanthys tronando los dedos de nuevo y uno de sus más allegados le extendió aquel tan temido látigo del que Kannon alguna vez había hablado. El rubio lo dobló a la mitad para azotar con más fuerza a Milo quien recibió cada impacto sintiendo un escalofrío con cada golpe inflingido para después vivir todo un suplicio con el ardor de cada herida. Lo azotes siguieron hasta que no hubo lugar en su espalda y su abdomen que no estuviera enrojecido por el paso de aquel látigo, incluso, algunas heridas eran tan profundas que de ellas comenzó a emanar sangre.- ¡Por tu culpa perdí al mejor de mis ladrones!- gritó Radamanthys arrojando el látigo y desabrochando los botones superiores de su camisa.- pero tú ¡Tú no mereces una muerte rápida! ¡¡TÚ MERECES MORIR LENTAMENTE Y EN SOLEDAD ALLÁ AFUERA, EN ESE INFIERNO HELADO!!

 

Todos los ladrones apoyaron la decisión gritándole las más horribles maldiciones al griego al mismo tiempo que los que se encontraban detrás de él lo llevaban hacia la salida. Milo estaba tan aturdido y entumecido por el malestar en su cuerpo que no se dio cuenta cuando lo arrojaron fuera hasta que Saga colocó su mano en su espalda lastimada provocándole un intenso ardor a Milo quien no pudo evitar emitir un grito desgarrador.

 

-¿qué te hicieron?- preguntó Saga pudiendo sentir el dolor de Milo y dándose cuenta de sus heridas cuando la nieve debajo de él comenzó a teñirse de rojo. El menor entreabrió sus ojos observando al gemelo y, apoyando sus temblorosas manos, trató de incorporarse.

 

-Ka… Kannon…- dijo Milo en un fugaz delirio

 

-No… no Milo, soy Saga… mi hermano ya esta muerto- contestó el mayor ayudándolo a ponerse de pie- toma, Milo- agregó quitándose su abrigo y también su bufanda ayudándole al otro a colocárselas a pesar de sus quejas de dolor por tocar su piel enrojecida.- debes irte…

 

-no… me dejes…- pidió el menor aferrándose al gemelo quien correspondió su abrazo.

 

-Radamanthys terminará por matarnos a ambos si no te vas- dijo Saga con lágrimas en los ojos- Lo siento tanto… ojala nada de esto hubiera pasado… ojala Camus hubiese tenido el valor de aceptarte… pero ¡Ese es el destino de nosotros!… no nacimos para ser amados. ¡Trata de volver con tus padres!- exclamó y lo abrazó con cuidado.

 

-me… me siento… muy… mal- dijo Milo encogido de dolor -no…me aban… abandones…por… fa… vor- pidió de nuevo sintiendo un miedo hondo por vez primera, no quería alejarse de aquel cuerpo cálido-no… q-quiero… es…tar solo…- dijo suplicante ya no quería volver a sentir esa desolación que el rechazo de Camus había provocado.

 

-estamos solos en este mundo… Milo- dijo Saga tomando valor y apartándolo, mirando su cuerpo herido y su semblante cansado, grabándose esa lastimosa imagen para siempre y derramando unas cuantas lágrimas por lo que haría a continuación y de lo cual se arrepentiría por el resto de sus días…-adiós…- le dijo en un susurro y le dio la espalda, alejándose sin voltear atrás a pesar de los gritos ahogados de tristeza de Milo…

 

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La tormenta complicó la orientación de Milo, su vista estaba nublada y caminaba lentamente sin rumbo alguno, agradeciendo que Radamanthys no le hubiese roto ninguna de sus dos piernas que apenas y podían mantenerlo en pie mientras que sentía como su sangre humedecía el abrigo que, inútilmente, trataba de brindarle calor. Pensó en sus padres y los llamó quedo sabiendo que no obtendría respuesta, tan solo consiguiendo nuevas lágrimas que desbordaron de sus apagadas turquesas presintiendo que jamás volvería con ellos, y que no volvería a sentir sus calidos abrazos y sus besos llenos de amor.

 

 Caminó sintiéndose cada vez mas fatigado hasta que una ventisca lo golpeó de frente provocando que cayera de espaldas sin poder resistir el impacto, gritó adolorido y, con gran esfuerzo, se colocó boca abajo y, empleando la poca fuerza que le quedaba, volvió a levantarse y caminó… un… dos… tres pasos… su mirada se nubló, fue víctima de un fuerte mareo por tanta sangre perdida y volvió a caer en la fría nieve que fue manchada por la sangre de las heridas abiertas en su cuerpo. Con gran esfuerzo se arrastró hasta un rincón de aquel callejón… al cual reconoció en seguida. Inconcientemente, sus cansados pasos lo habían guiado al callejón donde había conocido la mas plena felicidad cuando su ángel, su hermoso Camie lo había besado.

 

Bendita mirada oh,

Bendita mirada desde el alma

Tu mirada… oh,

 

Ahora estaba él solo y muerto de frío, llegó arrastrándose a una de las esquinas y ahí se hizo un ovillo, temblando descontroladamente sintiendo el dolor de las heridas que mancillaban su cuerpo que se encontraba anémico por la falta de alimento… Milo sentía una avidez que atormentaba todo su ser, no solo tenía hambre de pan, también tenía hambre de calor, de justicia, de paz… de amor.

 

-¿Mi… Milo?- llamó alguien después de algunos minutos que le habían parecido una eterna agonía. Alzó un poco su mirada pudiendo observar a Camus parado frente a él, desconcertado al ver al griego en ese terrible estado.

 

-Ca…mie- pudo decir el griego en un tono tan suplicante y, a la vez,  esperanzador que Camus no dudó en arrodillarse para poner su mano en aquella helada mejilla. Milo, a pesar de todo lo que aquel joven le había hecho sufrir, en ese momento solo pudo sonreírle con debilidad al sentir la cálida caricia que le regalaba con su mano temblorosa.

 

-¿q-qué…te hizo ese hombre?- preguntó Camus reflejando en su voz el dolor que sentía al ver a Milo en ese estado. No pudo evitar cerrar sus ojos llenos de sufrimiento, liberando un sollozo que había atormentado su garganta desde la visión de tan lastimosa imagen ante él.

 

-¿qué ha… haces, a… aquí?- preguntó Milo con su voz temblorosa, ignorando la pregunta del otro.

 

-¡Quería verte! En la cena de navidad, después de lo ocurrido, no pude dejar de pensar en ti- dijo el francés y Milo sonrió dolorosamente, no podía creer aquellas palabras… Camus le había demostrado que no significaba nada para él, entonces… ¿porque seguía esperanzándolo con mentiras? ¿Qué no entendía todo el daño que le hacía?- perdóname, Milo- le dijo sin dejar de acariciar su mejilla para, después, agachar su rostro para depositar un beso lleno de temor en su mejilla- ¡Perdóname, amor! Yo… no… no debí… no sé porque… porque…

 

-me… desconociste- Milo no estaba preguntándoselo y Camus bien lo sabía

 

-lo sé…- contestó pasando su mano por el cuerpo tembloroso de Milo sin saber que hacer- ¡No sé porque lo hice! ¡En verdad quería escapar a tu lado, Milo! Pero no me decidí a salir… pasaron los minutos y… y mi padre te descubrió yo… ¡No quería que nada de eso pasara!… no quería que te pasara nada malo… yo, yo solo… solo quería… yo solo quería estar contigo…- dijo inconsolable y, después, comenzó a llorar y sollozar lleno de arrepentimiento.

 

-yo… tam…bién-respondió Milo con gran esfuerzo extendiendo su mano hacia le francés quien se apresuró a tomarla entre las suyas y besarla con amor, mojándola con sus lágrimas.-tengo… frío- agregó sintiendo como sus párpados se cerraban sin que el pudiera evitarlo. Camus se apresuró a quitarse su gabardina y con ella cubrió al griego, se acostó a su lado y lo abrazó a él. El griego ignoró el ardor que las torpes manos de Camus le inflingían a su lastimada piel y ocultó su rostro en aquel cálido pecho aún temblando de forma descontrolada aunque, para su sorpresa, aquel cuerpo no solo le brindaba calor, sino también, una maravillosa paz.

 

-vas… a estar bien- dijo Camus tragando con dificultad, sintiendo como el aire escaseaba en sus pulmones y sus labios comenzaban a temblar no de frío… ¿de miedo, tal vez? Bajó su rostro para observar como el otro tenía sus manos fuertemente cerradas en dos puños que se aferraban posesivamente a la bufanda del francés- ¿estas… despierto?- le preguntó acariciando su mejilla, el aludido entreabrió levemente sus ojos y alzó su rostro para observar aturdido dos brillos azulados, ya ni siquiera divisaba el bello rostro del francés, se encontraba como entre un sueño y la realidad, todo a su alrededor era confuso… lo único real eran aquellos dos zafiros que brillaban llenos de tristeza, lo único real era aquella caricia en su rostro, aquella dulce voz que lo había salvado de nuevo de caer en aquel profundo sueño al cual en ese momento temía mas que nunca… lo único real en ese momento era Camus, el joven que lo protegía en sus brazos cual ángel que procura a un ser indefenso con sus alas protectoras.

 

Bendita, bendita, ¡Bendita mirada!

Bendita tu alma

Y bendita tu luz

 

-Ca…mus…- lo llamó alargando su mano, tratando de hallarlo entre las sombras, el francés tomó de nuevo aquella helada mano y la guió hasta su mejilla cumpliendo su deseo.

 

-aquí… aquí estoy, Milo- respondió y sus ojos aguaron y sus lágrimas se desbordaron sin que él pudiera evitarlo y el griego pudo sentir aquella húmeda y desolada tristeza. Así permanecieron durante un momento, en silencio, respirando el cálido aliento de cada uno, zafiros y turquesas mirándose fijamente tranquilizando a ambos aquella visión hasta que el griego comenzó a sentir un intenso dolor en su abdomen donde las heridas internas ahogaban cada órgano de su cuerpo, estaba desangrándose por dentro y él lo sabía, sabía que su cuerpo sufría, más no así su corazón que más pleno no podía sentirse en ese momento… quizá era por eso que a cada segundo latía mas y mas vertiginoso hasta el punto en que Camus pudo observar en aquel pecho un leve y constante movimiento… se apresuró a colocar su mano en aquel corazón sintiéndolo latir con intensidad y sintió que con cada latido moría y volvía a vivir en un segundo… ¿qué haría él si aquel latido desapareciera de su vida? ¿Qué haría su corazón sin aquel otro que lo amaba con la misma intensidad que él?- Milo, Milo te amo- dijo finalmente abrazándolo mas a él- ¡No lo dudes, por favor! Cometí un error pero… ¡No me dejes! Nos falta tanto por vivir… eres el amor de mi vida, perdóname, por favor… por mi orgullo… por, por mi… temor a lo que pudiera decir mi padre, mi familia… por mi… por mi inseguridad tú…

 

-nunca… debimos… cono…cernos, Camus…

 

-¡No digas eso! Eres lo más hermoso que me ha pasado en mi vida ¿Qué voy a hacer sin ti, Milo? ¿Qué puedo hacer para convencerte de que te am…

 

No pudo seguir hablando el griego acercó su rostro y selló sus labios con un dulce y trémulo beso que silenció los sollozos, la terrible tormenta, los latidos de ambos… todo se hizo silencio cuando Camus cerró sus ojos y se adentró a aquella cálida boca que sabía a desolación y que, él con las caricias de su lengua hizo desaparecer pasando por cada rincón de aquella cavidad, bebiendo de él, alimentado en el acto al otro de igual manera quien pudo comprobar lo irónica que era la vida… al borde del abismo de la muerte un ángel lo besaba para hacer de su  cruel salto un tarea mas sencilla.

 

Tu mirada oh,

Es tan bendita tu luz

¡Amor, amor!

 

Y el griego comprendió que quizá su destino había sido cruel y que había cargado con una vida llena de dolor y sufrimiento pero, en definitiva, Camus no había sido un error en su vida…al contrario, sus preciosos zafiros que reflejaban su hermosa alma habían sido la luz más brillante en su últimos días llenos de oscuridad… gracias a él había conocido el amor… el verdadero amor y eso jamás podría olvidarlo.

 

Tu mirada oh,

Bendito el reloj y bendito el lugar

Benditos tus besos…

 

-¿tienes… miedo?- preguntó Camus acariciando su mejilla cuando Milo ya no pudo seguir correspondiendo aquel beso ya que su cuerpo necesitaba desesperadamente oxígeno.

 

-no… ya no… no contigo- respondió Milo quien, pese a la penosa situación en la que se encontraba, sonrió débilmente mientras que observaba con sus amorosas turquesas al dueño de su corazón que lo miraba de la misma forma con sus zafiros… su cuerpo había dejado de temblar ya no había calor que pudiese guardar aquel cuerpo, ya no había fuerza… ya no había miedo, ni odio, ni rencor… solo había amor, el mas hermoso y puro amor que pudiese existir…

 

Tu mirada…oh,

Amor, amor que bendita tu mirada…

 

-gracias…- dijo acercándose de nuevo a los labios de Camus, queriendo sentir de nuevo aquella calidez, respirar su aliento pero un dolor mas intenso que cualquier otro golpeó de lleno su corazón, sus puños con sus nudillos emblanquecidos se aferraron con fuerza al pecho de su amado, cerró sus ojos con fuerza con dos últimas lágrimas desbordadas reflejando el dolor y sufrimiento y en ese estado de tensión quiso decirlo… quiso decir el nombre de su ángel… y lo que sentía por él -te… amo… Cam…- alcanzó a decir antes de ser acallado por un intenso dolor que se expandió en todo su cuerpo para después sentir un súbito desvanecimiento y después… nada…

 

-Milo…- el francés sintió como el cuerpo del griego se liberó de toda la tensión, sus facciones llenas de sufrimiento ya no mostraban mas dolor, sus puños aún se aferraban a él pero ya no había fuerza en ellos…- ¿Milo?... abre los ojos, Milo… por favor- pidió, quiso llevar su mano a su pecho pero se arrepintió… no tenía valor para comprobar su deceso y, en cambio, abrazó posesivamente aquel cuerpo inerte que a pesar de todo el calor que quisiera darle ya no lo recibiría… porque ya no había un alma a la cual calentar…

 

Y toda la noche se aferró a ese cuerpo frío y exánime… sabiendo que jamás podría volver a amar de la misma forma, sabiendo que aquel invierno se le había obsequiado el regalo mas humilde y maravilloso que ninguna riqueza jamás hubiese podido comprar y que esa noche, la más fría de todas las navidades, lo había perdido… para siempre.

 

 

Tu mirada… amor

 

 

 

F     I     N

Notas finales: Primera publicación el 27 de Diciembre del 2006 en el foro Saint Seiya Yaoi

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