En la oscuridad de la noche.
En la oscuridad de la noche dos hombres se encuentran, se lanzan uno en brazos del otro y se besan apasionadamente. Llevan todo el día esperando este momento, a la noche, su aliada.
No pueden dejar de tocarse, de mirarse, de amarse. El ambiente está cada vez más cargado, y la ropa empieza a estorbar. Uno de los hombres, el más alto, le arranca salvajemente la camisa al otro, dejando adivinar, entre las tinieblas, su cuerpo bien formado.
Los amantes sólo separan sus labios cuando el aire se hace necesario, pero en ningún momento dejan de tocarse. Pronto la camiseta del otro sigue a la camisa del primero. Los pantalones ya les aprietan demasiado, por lo que deciden que pasen a formar parte del suelo junto con el resto de su ropa. Están desnudos y desesperados por tocar al otro, por intentar abarcar el máximo de piel del otro, por hacerse uno. El más alto y fuerte coge a su amante y lo apoya contra la pared, éste se aferra con sus piernas a la cintura del otro.
Sus bocas siguen juntas, dentro parece que se esté librando una batalla, sus lenguas no paran de moverse y de buscar algún punto inexplorado, pero eso es ya imposible, se conocen muy bien, no hay parte de la boca o del cuerpo del otro que no se sepan de memoria.
Pequeños gemidos ahogados salen de sus bocas. Intentan contenerse pero es imposible, no quieren hacer ningún ruido que pudiera despertar a sus compañeros, pero la pasión es irrefrenable y de vez en cuando un gemido más alto se oye en la habitación. La lucha en las bocas parece que queda en empate pero de pronto el que sostiene a su amante de introduce de golpe dentro de él. El otro grita quedamente y se olvida de su batalla particular, cosa que su amante aprovecha para vencerle. Se quedan así un momento, saboreando uno su victoria y el otro disfrutando de su derrota. Después de la pausa, el vencedor empieza a moverse lentamente dentro del otro, es un ganador misericordioso e intenta contentar al vencido, no quiere que se vaya con mal sabor de boca. Imprime un ritmo lento, tortuoso, tampoco iba a ser tan complaciente. Ese ritmo está volviendo loco a su compañero, que lo besa con fuerza y muerde sus labios hasta sentir el sabor metálico de la sangre. Esto hace que dé una estocada más fuerte, que el otro corresponde con un gemido.
Los jadeos, al principio lentos y largos, ahora son más rápidos y con mayor volumen. El ritmo se hace también más rápido, las piernas del más delgado empujan a su amante contra él, haciendo que sus movimientos sean más profundos. Cada vez más y más rápido. Llevan un ritmo desenfrenado durante algunos minutos. El más bajo avisa a su compañero de que está a punto. Los dos se besan con verdadera lujuria. El sudor recorre sus frentes y todo su cuerpo. Ya no pueden más. El que sostiene a su amante suelta un gemido ronco y hunde su cara en el cuello del otro, que hecha su cabeza hacia atrás sin poder respirar, apretando fuertemente los ojos. Uno inunda a su compañero por dentro, mientras que el otro lo hace entre ellos dos. Jadean torpemente, intentando que su respiración vuelva a la normalidad. Se miran y sonríen.
Ya los dos en el suelo, se limpian el uno al otro sin dejar de mirarse. Se visten despacio, intentando alargarlo lo más posible, pero llega la hora de despedirse. Un beso apasionado y otra vez a disimular y a ocultar su amor delante de todos los demás. Otra vez las peleas sin sentido y los insultos. Pero por la noche, todo el cariño que se tienen surge ante ellos y desatan su amor.