Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Infierno por Nanaka

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

INFIERNO

Oscuridad............ Ira............. Dolor.............. Soledad..........
¿Cuál es su verdadero significado? ¿Alguien puede contestarme a eso?
Muerte.......... ¿Qué hay después? ..........
Nadie lo puede saber. Y sin embargo...... ¿por qué le tenemos miedo?
Todos sabemos que nacemos, para morir tarde o temprano. Aún así..... ¿por qué? ¿Por qué tenemos miedo a morir? No lo entiendo. No me entiendo. No entiendo estos sentimientos a los que les damos un nombre, pero aún así no sabemos definir. Quiero ver, quiero sentir, quiero tocar, quiero poder comprobar que existo, aún cuando me siento tan vacío y consumido que ni yo estoy seguro de hacerlo. Sé que existo, porque me hablan, me preguntan cosas, me insultan.... Y lo hacen sin darse cuenta de que no los oigo, no los puedo oír. Mi familia parecía preocupada. Les oía comentar que parecía que tuviera anorexia, y que si era así, tenía que ser curado inmediatamente, antes de que se supiera. Mi padre decía que eso no era algo que le pueda pasar a un hombre. Yo no comparto su opinión, pero de todas formas, no es eso lo que me ocurría. Pareceré egoísta. Después de todo, hay mucha gente que desearía tener la familia que yo tenía. Rica, poderosa, famosa y reconocida; admirada por todos. Pero a esta familia, aparentemente perfecta, le faltaba algo: amor. Nunca recuerdo haberle oído a mi madre decirme a mi, o a mis hermanos que nos quería. Nunca. Mi padre..... bueno, creo que no sabe ni nuestra edad. Eso no es importante, ¿verdad? Después de todo, ¿para que le servimos? Mis hermanos... ellos no son así, pero al ser mayores, han vivido más este ambiente y ahora se están volviendo igual que él.
He estado aguantando esto durante 19 años. Diecinueve largos años en los que el único consuelo que encontré fuiste tú. Tú..... casi un año mayor que yo. Universitario, estudiando Derecho. El tipo de persona que le gusta a mi familia. Por eso..... al principio te aborrecí. Te odiaba. Ahora puedo decirlo. Me recordabas a mi padre. La misma carrera, el mismo color de pelo, ese rubio ceniza que yo también he heredado, también usabas gafas, de montura fina y discreta, como mi padre. Y, por qué no decirlo, muy atractivo también. Todo un calco. Aún así, tú..., tú eras diferente. Tú no anteponías tus estudios a la felicidad; tuya y de los que te rodeaban. Eras distinto. O eso pensé. También puedo decirlo ahora. Yo también estudiaba Derecho entonces. Obviamente, no por decisión mía. Nos veíamos en la Universidad. Todos los días. Al principio intentaba ignorarte. Cosa que me resultó imposible pues eras parte de todas las conversaciones. Todas las chicas hablaban de ti. Y también algunos chicos. Todo el odio que sentía por ti entonces, se iba incrementando cada vez que oía tu nombre. Así pasaron un par de meses.... hasta que llegó el día. Yo volvía a casa desde la Universidad. Solía coger el autobús ya que mi casa quedaba lejos. Coincidía con algunos compañeros, pero no eran de los que mejor me caían. Ni yo a ellos. Por eso no nos hablábamos. Ese día, no sé por qué, tú te subiste al autobús. Te sentaste al lado mío y empezaste a hablarme como si nos conociéramos de siempre. Me quedé muy sorprendido. Hablabas con naturalidad; alegría, sinceridad y a la vez seriedad en esas palabras. No podías ser como él. Tú eras totalmente distinto. Yo no sé si tu te habías dado cuenta del odio que yo te profesaba, pero si lo hiciste, fingiste no saberlo. Estuviste hablando todo el tiempo, mientras yo te contestaba con algún monosílabo de vez en cuando, no muy interesado en tu manifestación de protesta contra los profesores antipáticos y traidores que hacían exámenes sorpresa (y yo me preguntaba: ¿no estabas ya un poco mayor para indignarte por eso?). Cuando llegaste a tu parada bajaste, despidiéndote de mi. “Hasta mañana”, dijiste. Yo te respondí de igual manera. Al día siguiente nos volvimos a encontrar, esta vez ya no nos tratábamos como desconocidos, sino que parecíamos íntimos amigos. Mis amigos nos miraban extrañados. No me sorprendía. Todos sabían que no te soportaba. El tiempo pasó rápidamente, y se acercaban los exámenes finales. No tenía muchos problemas para aprobar, pero quería sacar unas notas excelentes, para demostrarle a mi padre que podía hacerlo, y que no debía tratarme como un inútil. Tú tampoco tenías muchos problemas, pero me preguntaste si podíamos estudiar juntos. Yo te dije que sí, y esa tarde viniste a mi casa. Mi padre, como siempre, estaba fuera, al igual que mis dos hermanos mayores. Mi madre estaba ocupada y no nos prestó apenas atención. Recuerdo que tú estabas algo cohibido. Como todos, habías oído hablar de mi familia, y no te sentías muy cómodo. No parecías pobre, pero tampoco parecías de familia rica. Por eso te llevé a mi cuarto. Era el sitio menos elegante de toda la casa, que yo recuerde. Estuvimos un par de horas estudiando. Aunque es cierto que yo estaba más pendiente de ti que de estudiar. Me había dado cuenta de que estaba enamorado de ti, y te deseaba. Tú parecías concentrado en los libros. Cuando hicimos un descanso me tumbé en mi cama, y tú lo hiciste a mi lado. Te enseñé un par de CD’s que tenía y algunas cosas más. Parecías un niño, observando todos los lujos que tenía mi habitación. Cosas con las que tú no podrías ni soñar, probablemente. En una de esas, me quedé mirándote a los ojos. Ojos de color amatista. Eso ojos que tanto me gustaban. Tú también me miraste a mí. Fueron unos segundos, y de pronto, ya nos estábamos besando apasionada y desesperadamente. No me preocupaba mi madre. Jamás subiría. Me abrazabas con fuerza y cuando abrí los ojos, vi algo extraño en tu mirada. “¿Qué te pasa?”, pregunté, preocupado. “Nunca pensé que me fueras a corresponder. Te amo, pero pensaba que me odiabas.” me dijiste. Yo te miré unos segundos. Luego te contesté: “Yo también te amo”. Fue como si eliminásemos una barrera. Empezamos a desnudarnos, desesperadamente. Sin brusquedad, pero con ansia. Aunque tú eras mayor, yo tomé la iniciativa. Me subí encima de ti y terminé de quitarte todas las prendas, pudiendo contemplarte sin ningún obstáculo. “Eres hermoso”, te dije sin pensar. Tú te sonrojaste y levantaste la cabeza para besarme. La tarde pasó muy rápidamente. Hicimos el amor varias veces, hasta que te tuviste que ir. Era tarde ya. Mi madre te miró cuando te ibas. Un escalofrío me recorrió la espalda. Esa mirada... ¿Habría oído algo? Te miraba con repugnancia. Y luego me miró a mí de igual manera. “No me lo puedo creer. ¡Más te vale que nadie se enteré de esto!. Esta noche hablaré con tu padre. ¡¿Cómo puedes haberte acostado con otro hombre?! ¡Eres un maldito homosexual!” me gritó. Esa noche recibí la mayor paliza de mi vida. Creo que a mi padre no le gustó mucho oír eso, ¿verdad? Aún así, yo seguí viéndote. No en mi casa, claro está, sino en la tuya. En la Universidad actuábamos como simples amigos, pero en la intimidad era muy distinto. Nos amábamos, nos deseábamos, no había un día en que dejáramos de vernos. Mi familia no me decía nada, pero estoy seguro de que debían saber algo. Probablemente no les importaba, mientras no se hiciera público. Aún me imagino el titular: `El hijo menor del matrimonio Aogiri ha sido descubierto en situaciones comprometidas con otro muchacho de la Universidad´, mi padre sería capaz de mandar asesinos a sueldo a matarme, si se publicara algo así. Sería gracioso ver la cara que pondría. De todas maneras, aunque me hubieran dicho algo, yo habría seguido yendo a tu casa. Porque te amaba. Te amo. Y te amaré por siempre. Por eso hice lo que hice. Por eso estoy ahora aquí. Un día fui a tu casa. Cuando llegué te vi fuera, con otro. Al principio intenté razonar. “Será un amigo”, me dije. Pero uno, por muy buena intención que tenga, no puede pensar eso cuando ve a la persona a la que ama, besándose con otro. Me quedé de piedra. ¿Cómo te atreviste a hacerme eso? Desgraciado. Con esos pensamientos me dirigí hacia ti. Me dabas la espalda. Estabas despidiendo a tu “amigo”, que acababa de dar la vuelta en la esquina. Cuando te giraste para entrar a casa, te encontraste cara a cara conmigo. Te pusiste pálido. “¿Desde cuándo estás aquí?, preguntaste, intentando no sonar muy nervioso. “Llevo aquí lo suficiente”, te contesté. Intentaba contener mi ira. Pensaba que a lo mejor hablando contigo lo solucionaríamos. Me equivoqué. Para mi sorpresa, relajaste la expresión de tu rostro y sonreíste. “Bueno, sólo fue un beso. Nada comparado con lo que tú y yo hacemos. Además, tampoco eres el único tío que me atrae”, explicaste encogiéndote de hombros. En ese momento me mareé ligeramente, pero lo disimulé apoyándome en la pared. “Decías que me amabas”, te dije, esperando una respuesta. “Pero... ¿tú pensabas que yo sólo estaba contigo?”, preguntaste inocentemente. Casi me termino de caer al suelo al oír eso. ¿Cómo podías tener tanto morro? Te miré unos segundos, y luego te hice señas para que me siguieras. Tú lo hiciste y fuiste detrás de mí hasta llegar a un callejón abandonado. Estabas algo asustado. No era para menos. Ese callejón era escalofriante. Pero yo me pasaba horas allí cuando era pequeño, no me daba miedo. “¿Qué quieres?”, preguntaste. “A ti”, fue lo que te contesté antes de empujarte contra la pared. Tuvimos sexo de forma violenta. Tú llorabas por el dolor, pero a mi me daba lo mismo. En mitad del acto dijiste “Esto es lo que me gusta de ti. Me das más placer que los otros”. Esa fue la gota que colmó el vaso. Terminé dentro de ti, empujándote contra el suelo por la fuerza de mi embestida. Tú te intentaste levantar pero no te dejé. Mientras me mirabas expectante me acerqué a algunas cajas que habían allí y saqué un cuchillo. Tus ojos se abrieron al darte cuenta de lo que pretendía. Te levantaste e intentaste huir, pero yo no te lo permití. Me puse delante de ti, cuchillo en mano, y te hice una última pregunta:
“¿Alguna vez me amaste de verdad? Contéstame.”. “Claro que si, siempre lo he hecho, cariño”, contestaste, pero tu sonrisa nerviosa y tu tono de voz demasiado alegre y cariñoso te delataron. En un instante, el arma se hundía en tu estómago mientras tú caías al suelo, con tus manos en el estómago intentando detener la hemorragia. Me miraste a los ojos, y antes de desmayarte, me dijiste: “Vete al Infierno”. “Igualmente, amor mío”, te contesté. En ese mismo instante caíste al suelo, sin vida. Yo me dejé caer al lado tuyo. Aunque me hubieras hecho eso, yo no podía dejar de amarte. Estaba muy alterado, y, justo antes de perder el conocimiento, llevé el cuchillo a mi muñeca y mi hice un corte. Después no recuerdo nada. Nada hasta que desperté en un hospital y me trajeron aquí. Y desde aquí oigo a los presos de otras celdas hacerme comentarios obscenos, o insultándome. Los oigo, pero no los escucho. No me importa lo que me digan. Lo único que deseo es que la muerte venga a buscarme. Ya no tengo miedo a morir. Morir es mi única alternativa. Sin ti, mi vida no es nada. Y aunque me hayas destrozado, no puedo evitar amarte.
Oscuridad............ Ira.............. Dolor................. Soledad.............
¿Cuál es su verdadero significado? ¿Alguien puede contestarme a eso?
Muerte.................. ¿Qué hay después?.....................................
Yo aún no lo sé. Pero no le temo. Es lo único que me puede salvar. Mientras me consumo aquí dentro, y sufro pensando en ti, rezo porque ella se compadezca y venga a buscarme. Hasta entonces, mi amor, espérame en el Infierno.

FIN

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).