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Reencuentro En El Cielo por AthenaExclamation67

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Notas del fanfic:

Esta es la secuela de mi fic "Celos" también está subido, así que el que guste, puede leerlo. Aunque no creo que sea imprescindible.

Aquí tienen el elnace... Celos

Reencuentro En El Cielo

By AthenaExclamation67

 

 

"POV MILO"

 

Todo ocurrió muy rápido, una mala decisión, yo no lo creía, incluso Saga insistía en que fuera a explicarle lo sucedido.

Afrodita celoso como ningún otro, tuvo que verme en una situación que nunca hubiera deseado.

Parte de la culpa, por no decir toda, la tuve yo mismo, mis juegos, supongo que le pondrían en alerta, solo eran tontas provocaciones, adoraba verlo sonrojado, hasta que un día se enfado mucho y dejé el juego por miedo a las represalias.

Pero ese día, ese fatídico día, todo se estropeó demasiado, no fue mi culpa, me drogaron, ataron y violaron haciendo creer a Afrodita que todo era consentido, pero todo fue en vano, yo no quise explicarme, Saga siempre podrá reprochármelo, pero creí merecer toda su indiferencia y desprecios, yo mismo con mis juegos de provocación me lo había buscado.

El día que me dejó volver a verle, nunca pensé que fuera el último, de hecho, su actitud amable y sin reproches me hicieron pensar todo lo contrario. Me citó en nuestro apartamento, en el que vivíamos juntos, en el que cenamos y nos amamos para después morir.

Afrodita, me sirvió vino con un sabor algo extraño que ni yo mismo supe descifrar. Hicimos el amor, como nunca habíamos hecho, sintiendo en profundidad cada beso, cada momento para desfallecer al terminar después de disfrutar al máximo con él la que fue nuestra última noche. Morí tras compartir mi último aliento con la persona que más amé en mi vida.

Después de eso, mi alma fue al limbo y mientras iba ascendiendo, pude ver como mi cuerpo yacía sin vida en la cama para al mismo instante ver como Saga llegaba y mostraba tristeza y sorpresa cuando se dirigió a hablar con Afrodita.

Ya no pude ver nada más, mi alma terminó de ascender para llegar al limbo y esperar junto a muchas otras almas mi destino. El cielo o el infierno me sería designado. Aunque sin duda para mí, este último seguro que sería al que me enviarían por mis malos actos.

Sin esperarlo, los jueces me citaron para revisar mi caso punto por punto, toda mi vida seria analizada para decidir el destino más apropiado para que mi alma recibiera el eterno descanso.

- ¡Decidido! - exclamó uno de los tres jueces que estaban sentados frente a mí tras un pupitre enorme lleno de papeles - el paraíso será su destino Milo. A pesar de algunos incidentes, creemos que no merece más que el cielo, este, está reservado para todos aquellos que son capaces de sacrificarse por los demás, y tú lo hiciste sin importarte las consecuencias.

En ese instante, el juez supremo golpeó su gran mazo contra el pupitre y mi alma se transporto directamente al paraíso. Un amplio y extenso lugar en el que todas las almas que allí estaban, disfrutaban de lo lindo, no faltaba de nada, todos podíamos elegir donde pasar nuestro tiempo, leyendo, escuchando cantar a los coros de ángeles, dormir placidamente al aire libre rodeados por las finas nubes.

Mi alma había sido enviada allí para el resto de la eternidad donde me convertiría en un ángel, un ángel que se suponía debía estar feliz, más no lo conseguía. Me faltaba lo único y más importante en mi vida, mi bien más preciado, al que amé en vida y al que seguiría amando eternamente, Afrodita.

La verdad de cómo llegué al limbo, aún no la conocía, había muerto, eso estaba claro, pero un extraño presentimiento me hacía pensar que afrodita estaba involucrado.

Mi alma trataba de adaptarse, pero para mí la felicidad solo existía junto a él, así que por más que intentaba, no lo conseguía. No llevaba allí más que unas horas después de que los jueces decidieran bendecir a mi alma con ese destino cuando se congregaron casi todos los Ángeles a las puertas del cielo. Esa parecía una gran diversión, la principal, por los susurros que llegaron a mis oídos, creí adivinar que trataban de predecir dónde seria enviada el alma que estaba frente a los jueces.

En esa ocasión, después de que todas las almas se reunieron, se armó un gran revuelo, parecía que debía juzgarse un alma que había cometido un asesinato por lo que llegaba a mis oídos, y como estaba cayendo en un gran aburrimiento, decidí ir para tratar de distraerme, no pensaba participar en el tumulto, pero no creía que fuera nada malo mirar.

Caminé hacia dónde se encontraban todos y tras pararme a una distancia prudencial escuché las palabras que decía uno de los jueces que parecía realmente enfadado.

- ¿Cómo pudo hacerlo? - decía uno de los jueces.

- Es una atrocidad - añadía otro.

- Solo hay un lugar reservado para los asesinos, el infierno. Sin duda será ese su destino.

Todas las almas estaban asombradas, nunca se había visto algo así, los tres jueces estaban furiosos.

- Lo sé - hablo el alma de la cual la voz me resultaba familiar - lo que hice no tiene perdón.

- Mataste a la persona que te amaba sin dejar que te explicara lo que había sido un desastroso acontecimiento en su vida, incluso esa persona acudió a la cita sin las pruebas de su inocencia. Pero ahora el mal ya está hecho, no hay vuelta atrás, y para colmo, se suicida, un acto muy cobarde - acabó de explicar.

Esa historia, la que había relatado el juez, me era demasiado conocida, muy similar a lo que me había ocurrido con Afrodita, pero no podía ser.

- A mí me llevó la fatalidad - me decía tratando de excusar lo inexcusable - además, Afrodita seguía vivo, lo pude ver con mis propios ojos mientras ascendía, así que se debía tratar de una coincidencia.

Decidí ir hasta la puerta para sacarme ese mal presentimiento, para comprobar que era otro el que estaba siendo juzgado, y tras esquivar a todos los que había en el lugar, llegué a la puerta tras abrirme paso y quedé asombrado al ver al que era juzgado. Si que era Afrodita, pero ¿Por qué?, se había suicidado y me había matado, aunque el motivo de esto último, lo pude entender.

Comprendía los sentimientos de Afrodita, se debió sentir muy mal cuando me encontró con ese tío, pero por que se había matado, no conseguía entenderlo, y quizás esa fuera la última oportunidad para averiguarlo.

- Se que me equivoqué, pero solo diré que me suicide por que nunca podría vivir sin él, lo amaba demasiado - decía Afrodita interrumpiendo al juez - por eso cuando tome esa decisión, la de matarle, decidí morir yo también, se que fue horrible lo que hice, pero el mundo no iba a serlo mismo sin él.

- Y la eternidad tampoco lo será para ti Afrodita, nunca lo volverás a ver, irás de cabeza al infierno, donde te atormentaras por tú error, donde sufrirás lenta y dolorosamente por tú acción.

Escuchaba atónito la conversación durante las palabras de Afrodita, y horrorizado después al relatar el juez lo que padecería su alma. No podía dejar que eso sucediera, haría todo lo posible para sacar a Afrodita de ese terrible destino.

- ¡NO, UN MOMENTO! - grité - no pueden hacer eso.

Todos los presentes se giraron dejando que los tres jueces y Afrodita me pudieran ver.

- Vaya, el afectado - dijo un juez.

- ¡Milo! - exclamó sorprendido Afrodita.

- Nadie cuestiona nuestras decisiones muchacho - dijo un juez mientras me acercaba hasta el estrado - es más - continuó - deberías alegrarte, tú asesino pagará por su delito y su cobardía. Sufrirá lo indecible. Torturas y no solo físicas. Si alguien cree que las almas no padecen, está muy equivocado, los gritos y lamentos de esta, resonaran tan fuerte que llegaremos a escucharlas en el paraíso. Eso es lo que merece - habló el juez supremo.

- Está bien. Si - le dije - esa es la decisión, envíenme con él, no quiero pasar toda la eternidad en el paraíso, por que para mí el paraíso es él. ¡LE AMO! - grité a los cuatro vientos.

- Él terminó con tú vida - dijo uno de los jueces.

- Me da igual, me lo busqué - le contesté.

- sufrirás el mismo dolor, las mismas torturas que él, una vez en el infierno, Lucifer no piensa en que estás sacrificando para poder estar junto a él. Te torturará más aún por necio

- Milo, no sigas, no lo consentiré, ya te cause demasiado daño, esto no lo permitiré - dijo Afrodita apenado.

- No importa Afrodita, haría lo que fuera por ti, si fuera necesario, moriría una y otra vez.

Los tres jueces se miraron y empezaron a susurrar palabras entre ellos, palabras que nadie lográbamos entender, pero aún así, yo no podía apartar mis ojos de él, me parecía un espejismo, uno que estaba al alcance de mi mano.

- Afrodita... Dita... - le llame al tiempo que me acercaba hasta donde el estaba para tomarle de la mano - no te preocupes, todo saldrá bien - añadí tratando de tranquilizarle, más ni yo mismo sabía cuales serían las consecuencias por mis palabras.

Los jueces, continuaron hablando entre ellos un rato mientras Dita y yo nos mirábamos. En sus turquesas, pude ver la pena, el arrepentimiento, el dolor emanaba de ellas era tan sumamente grande que no pude contenerme y le abracé dejando a todos asombrados.

Rápidamente, tras mi acción, los jueces dejaron de hablar, quedaron confundidos por mi gesto de cariño en el que no cabía el dolor o el rencor. Todo me daba igual, cuando lo pude abrazar y sentirle de nuevo entre mis brazos, temblando atemorizado, devolviéndome el abrazo y aferrándose a mi cuerpo, escondiéndose, moviéndose en pequeños espasmos nerviosos involuntarios, volví a ser feliz, si tenia que ir al infierno por ello, iría contento de poder estar con él, con mi amado Afrodita.

- Bien, necesitamos un receso, dejaremos que pase esta noche para poder acabar de decidir y mañana os la comunicaremos. Desde ya os anunciamos que ambos correréis la misma suerte - explicó el juez supremo - tú Afrodita, te quedarás aquí solo, así podrás reflexionar por tus actos, y tú, Milo, deberás volver al paraíso y regresar aquí mañana para escuchar la sentencia.

Resignado, aparte mi cuerpo del de Afrodita que me miraba directamente a los ojos casi llorando.

- Milo, no me dejes aquí solo. Tengo miedo.

- No te preocupes, no tienes nada que temer.

- No, por favor quédate - pidió llorando y tomando mi mano para retenerme.

Mire al juez que me miró con el ceño fruncido, inquiriéndome con la mirada para que abandonara ese lugar.

Casi tuve que hacer fuerza para que Dita me soltara, yo deseaba quedarme ahí con él, pero no deseaba que un atrevimiento más por mi parte separará nuestras almas por siempre haciendo que ese juez perdiera la paciencia, así que me dirigí a la puerta viendo como las lagrimas surcaban las mejillas de Afrodita.

En ese momento, se me encogió el corazón, o lo que se suponía que las almas tenían en su lugar. Afrodita se sentía desprotegido, indefenso, pero qué más podía hacer, cuando el juez se canso de esperar, vino a por mi cuerpo y me llevó arrastras hasta el lugar que me correspondía, el paraíso.

Traté de descansar, pero no lo conseguía, mi pecho se agitaba y mi mente se debatía entre las ganas de estar con Afrodita o en hacer lo que el juez me había ordenado, quedarme a esperar en ese lugar. La opción más sensata, no fue la elegida, me puse a deambular por los amplios caminos hasta que sin darme cuenta llegué a la gran puerta que separaba el limbo del paraíso.

La abrí lentamente tras comprobar que nadie me vigilaba y me escabullí hasta dónde se encontraba Afrodita. Corrí lo más que me dieron mis piernas, si, éramos almas, pero disponíamos de nuestro cuerpo, la única diferencia, era que estábamos muertos. Por lo demás, allí había algunos edificios, casas y lugares de recreo para la diversión y desahogo de todos.

Llegué hasta el recinto donde permanecía Afrodita, seguramente custodiado por alguien, pero cuando llegué al lugar, solo pude ver tras una puerta la silueta de alguien que permanecía sentada sobre el suelo. Me acerqué cautelosamente y me agaché para mirar a través de la cerradura. Sin duda, era Afrodita, sus preciosos cabellos turquesas, su piel blanca y fina y su esbelta silueta, fueron inconfundibles para mis ojos. Estaba abrazándose a si mismo, rodeando sus piernas con sus brazos, llorando y temblando sin conseguir calmarse.

Eso fue lo que me hizo acabar de tomar la decisión, era una tentación, tenerle allí tan cerca, pero no quería arruinarlo todo por mi ansiedad, tenía la firme convicción de llegar allí, ver que Dita estaba bien y regresar al habitáculo que me habían proporcionado horas antes para facilitarme la estancia. Una estancia que sería por siempre eterna y en la que me aseguraron que nada me iba a faltar.

Pero cuando lo vi allí, solito, tratando de darse calor, no me pude contener y entré, deseaba ser yo el que lo abrazase, darle el calor que siempre le proporcioné, hacerle sentir que a pesar de todo, no había rencor en mí ser.

Abrí la puerta muy despacio, sin hacer ningún ruido, tratando de no asustarle, cosa que no conseguí cuando me arrodillé a su espalda y lentamente pose mi mano sobre su hombro haciendo que soltara un grito que a mi me pareció que retumbó por todos los lados aunque nunca nadie llegó a comprobar si pasaba algo.

- Dita, tranquilo, soy yo - le dije cuando se dio la vuelta horrorizado.

Pobrecito, el pidiéndome que no lo dejara solo y voy y le pego un susto que si hubiese estado vivo, hubiera muerto otra vez.

- Perdona, no quería asustarte - le dije mostrando una sonrisa.

Estaba tan feliz de poder estar a su lado que mi cuerpo se agitaba, podría volver a tenerle cerca, tenía que controlarme para no saltar sobre él y besarle como hicimos la última vez.

- Milo... ¿qué haces aquí? - preguntó cuando se recuperó del susto - podrían castigarte, y no quisiera que padecieras más por mi culpa, ya hice algo que jamás me perdonaré. Tal y como dijo el juez, no merezco ningún otro lugar que no sea el infierno - añadió llevándose las manos a la cabeza y empezando a llorar.

- Afrodita... No llores - dije - yo ya te perdoné, no quiero mirar hacia atrás, ahora ya es tarde y el daño ya esta hecho y superado - acabé de decirle para después abrazarle.

Afrodita se agarró a mi cuerpo y volví a sentirme feliz, lo besé olvidando el lugar en el que nos encontrábamos, un beso que fue correspondido y que me llenó, pude sentir que me devolvía el calor que yo mismo le transmitía con mi beso.

Ya no pude irme de allí, esperamos juntos y abrazados a que transcurriera todo el tiempo hasta que los jueces volvieron. Ese tiempo en el que hablamos y lo dejamos todo aclarado, perdonado y olvidado, nos juramos que nunca más volveríamos habar de ello.

Si la decisión de los jueces resultaba ser la peor, la enfrentaríamos sin miedo, juntos, apoyándonos, solo pensando que tras las torturas, podríamos estar el uno al lado del otro felices y amándonos.

- ¡Qué sucede aquí! - exclamó un juez al llegar.

- Nos ha desobedecido - dijo el otro acercándose.

- Señores. Justo lo que yo pensaba - añadió el juez supremo que llegó el último - como os había dicho, por amor se hacen las mayores locuras. Esta es una prueba de ello.

Afrodita y yo, permanecíamos tomados de las manos, en pie viendo como los jueces nos miraban y decían todas esas palabras que ni yo mismo lograba descifrar si decantaba la balanza hacia un destino u otro.

- Afrodita - habló el juez supremo solemnemente - esto era una prueba que ambos han superado de la forma que esperábamos. Se os concede una segunda oportunidad, queremos que ese amor que sentís el uno por el otro, sea visto por todos. Que sepan que hasta el peor de los actos como el que tú cometiste Afrodita, puede ser perdonado si se ama de verdad.

En ese momento nos abrazamos y lloramos emocionados mientras nuestras almas se transportaban al paraíso como volando en una nube oyendo las últimas palabras del juez.

- Demostrad a todos que no hemos optado por una elección equivocada.

Besé a Afrodita con ternura, tomando sus mejillas, feliz de saber que toda la eternidad no sería una tortura ya que el ser al que amé más que a mi propia vida, al que amaba y al que seguiría amando, estaría por toda la eternidad a mi lado.

- Afrodita... TE AMO.

 

 

- Fin -


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