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En algún lugar por Obita

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Notas del capitulo:

Bueno, bueno, aquí Obita-chan con un intento de fic bajo el brazo ñ_nU

El segundo fic que subo a esta página, y el primero en mi vida que hago de Sukisyo *¬*

Oh, si, se me olvidaba ¬¬... EPNEM (Este pedo no es mío): Suki na mono wa suki dakara shouganai, para los cuates Sukisyo/Sukisho no me pertenece, le pertenece a... ¿? la verdad no sé, pero mío no es -o-

*La Tarde de los Inocentes Silenciados*

Eran tiempos difíciles para Harutsuki. La revolución sumía cada vez más a la población en histeria y angustia colectiva como nunca habían visto después de tantos años de paz. Cada día se enfrentaban entre sí hermanos contra hermanos, padres contra hijos, amigos contra sus propios amigos y amantes contra sus amantes.

Todo había comenzado por un conflicto sucedido en un pequeño pueblito llamado Akahana, en donde se había producido una revuelta entre los pueblerinos, que se rebelaban en contra del trato inhumano que recibían del gobernador de dicho pueblo. El gobernador, viendo ahí una oportunidad para castigar a su pueblo, alegaba que aquellas personas no eran más que brutos que no podían comprender que siempre buscaba su bien. No hace falta decir que aquél días se suscitó una verdadera masacre. 

De eso ya hacían tres años, y el fin no se veía próximo.Era un verdadero infierno, todos los días sin excepción, se disparaban las armas contra soldados y civiles sin excepción. El denso olor a sangre permanecía en el aire, para agonía de quienes vivían en aquél lugar lleno de muerte y destrucción. Siempre un robo, un asalto, un asesinato, una batalla... puras malas noticias.

Los niños tenían cuatro opciones que elegir: intentar huir del país, unirse a uno de los dos bandos, o perecer en su intento de vivir en paz.

"¿Qué piensan elegir, chicos?"

Durante esta época, vivieron dos hermanos, hijos del carpintero de Akahana, el único que quedaba en el pueblo tras la masacre. Adentrémonos a su vida, vivida con la ilusión de seguirlo haciendo, y que sin querer han dejado una lección sobre esperanza para el mundo:

La familia Fujimori nunca había poseído más allá de lo estrictamente necesario. Pero aún así, podían considerarse una familia unida en todo momento. Y estos eran los miembros: Fujimori Tetsui, padre de la familia, un hombre siempre trabajador y lleno de fortaleza, el protector de su familia, de negros cabellos, y ojos de un hermoso rosa. Fujimori Naoko, la madre, siempre velando por el bienestar de sus pequeños, sus cabellos rosados causaban admiración, en conjunto con sus preciosos ojos grises.

El que seguía de edad, era Fujimori Sunao, un chico maduro, trabajador, y que trataba de aparentar rudeza, aunque su delicado aspecto delatara fragilidad. Normalmente lo confundían con una chica, por sus cabellos rosas y largos, herencia de su madre, y sus ojos del mismo color, herencia de su madre. La voz de la razón y la cordura en todo momento, quien en cierta manera serenaba a su familia. A sus amigos y a su madre, les encantaba estar al pendiente del joven, y despertaba en ellos el instinto de protegerle aunque en realidad no tuvieran la necesidad de hacerlo. Era temperamental y protector con su hermanita, la pequeña Fujimori Sui.

Si había algo que amara toda la familia Fujimori, era el sonriente rostro de la niña de 12 años. A diferencia de su hermano, de cabellos negros y cortos como Tetsui y ojos plateados como Naoko. Una dulce chiquilla con cuerpo y mente de niño, solía decir su padre, pues a pesar de ser chica, prefería hacer las actividades propias de los varones, y elegir ropa más apropiada para ellos que para una niña. La alegría de la casa, sin duda alguna, a pesar de su rara enfermedad que a veces la hacía pasas meses en cama.

¿Cuándo acabó la felicidad de la familia? Remontémonos al día en el que la 'Masacre de Akahana' volvió a repetirse, en la 'Tarde de los Inocentes Silenciados’.

Aquél día, los hermanos Fujimori iban a comprar víveres para la semana, pues los que tenían estaban agotados. En el camino un niño les pidió un mendrugo de pan. La pequeña Sui, compadeciéndose de él, le regalo el último bollo que le quedaba.

-Sui, no puedes andar repartiendo tu comida y dinero a toda la gente que se te ponga enfrente-le riñó Sunao. Su hermana siempre había sido dadivosa, soltando todo lo que tuviera en sus manos con tal de complacer a quien le pidiera ayuda.

-Onii-chan, tú sabes que no me gusta ver como todos esos niños sin padres andan por ahí sin nada que comer-dijo Sui-. ¿No te pone triste todo esto?

-Claro que sí, pero primero deberíaS ver por ti misma que por los demás-siguió regañándola-. ¿Cómo esperas seguir ayudando a los demás si no te ayudas tu misma?

Ese era su pleito de diario. La niña no podía evitar socorrer a todo el mundo, y Sunao no podía evitar preocuparse por su hermana. Dejaron la discusión por aquella ocasión, pues sabían que al día siguiente sería igual. Después de caminar durante un rato, llegaron a la única tienda de víveres que había en Akahana.

-Ohayo-saludó Sunao al dependiente-. ¿Podría buscarme los alimentos de la lista, onegai?

-Por supuesto, Sunao-kun-aceptó el amable anciano, mientras buscaba todo lo que ponía la lista-. Por cierto, tengan cuidado.

-¿De qué habla?-quiso saber Sunao.

-¿Es que no lo saben?-los hermanos negaron con la cabeza-. El ejército ha estado reclutando forzosamente a los jóvenes mayores de 13 años. ¿Siguen asistiendo al colegio?

-No, ya no-contestó Sunao, algo apenado-. No podemos pagar nuestros estudios.

-Mejor así-suspiró el dependiente-. Han estado reclutando a los chicos en la escuela.

-Vaya…

-Ah, se me olvidaba-sacó un documento que mostraba el sello del gobernador y se lo pasó a Sunao, que lo leyó, indignado.

-¿Subirán los precios a partir de la próxima semana?

-Me temo que sí. Lo lamento.

-No hay problema, no es su culpa-dijo Sunao, aún enfadado, mientras tomaba los víveres y le pagaba al dependiente-. Arigato gozaimassu.

Sunao iba que echaba chispas, mientras echaba pestes del gobernador.

-Shhh-le chitó Sui-. ¿Y si te oyen?

-Me importa un comino-espetó el muchacho-. Ahora vamos a la farmacia.

Sui hizo una mueca de desagrado.

-Odio ese lugar-refunfuñaba-. Siempre que vamos es para más de esa maldita medicina.

Su hermano no respondió. La medicina que tomaba Sui, si bien no le curaba la enfermedad, por lo menos la mantenía a raya, pero a cambio, la niña pasaba instantes de punzante dolor por los efectos secundarios que podía ocasionar la medicina. Entraron a la farmacia, donde atendía una jovencita.

-Ohayo-los saludó, pero no parecía muy animada-. Ehm… Fujimori-kun… ¿viene por la medicina de siempre, verdad?

-Sí, una caja por favor-pidió el pelirrosa. La chica bajó la mirada incómoda, y a continuación carraspeó.

-Bueno, respecto a eso… me temo que no nos han enviado la medicina, y dudo mucho que lo vuelvan a hacer.

-¿¡Nani!?

-Verá-explicó la joven, muy apenada-. Lo que sucede es que al parecer dejaran de enviarnos la medicina. Usted sabe muy bien que es muy escasa, dado a que la enfermedad es rara y relativamente nueva. Es por eso que dejarán de repartirla aquí. No da abasto, ya que los únicos encargos son los que realizan ustedes.

-Maldición-murmuró Sunao, con un vacío en el estómago. Miró a su hermana, angustiado. Si ya no podían darle la medicina ¿qué pasaría con ella?

-Lo lamento-se disculpó de nuevo la muchacha.

-Iie, de todas formas se lo agradezco. Venga, Sui, regresemos.

No hablaron durante el trayecto del camino, perdidos en sus pensamientos. Sui estaba encantada de saber que esa medicina ya no la haría sufrir, pero su felicidad desapareció de golpe cuando pensó que lo único que podía mantenerla sana ya no se le daría. Sunao estaba aterrado, desconocía las consecuencias que podría traer eso, pero sabía que pasara lo que pasara, no significarían buenas noticias para su hermanita, y no sabía cómo darles aquélla noticia a sus padres sin alterarlos demasiado.

-Estás asustado, Onii-chan-le soltó su hermana de golpe, algo que él no se esperaba-. Pero no deberías preocuparte, ya verás que todo se arregla.

Sonrió sinceramente, y Sunao se tranquilizó un poco.

-Otosan estará trabajando aún ¿no?-comentó la niña, y su hermano asintió-. ¡Juguemos un rato, entonces!

-Debemos llevar la comida-señaló Sunao.

-No importa, además tenemos tiempo. ¡Vayamos a jugar pelota con Shiina y Kitamura! Y si Kano-chan quiere también jugamos con él.

-¿No deberías juntarte más con niñas de tu edad?

-Son sólo unas bobas-sentenció ella-. Intenté hacer migas con algunas cuando íbamos al colegio, y de lo único que hablaban era que estaría muy bien que yo les presentará a onii-chan.

Una gota recorrió la nuca de Nao. Desde siempre había sido muy popular entre las chicas y los chicos sin buscarlo. Sui siempre le decía que era porque parecía muñequita de porcelana, lo que ocasionaba que siempre se enfadaran entre sí, para luego hacer las paces.

-Está bien-accedió Sunao-. Pero sólo un rato ¿entendido?

-¡Hai!La niña lo arrastraba, muy emocionada. Le encantaba jugar con sus amigos.-¡Vas a ver qué divertido nos la pasa…!

No terminó la frase cuando se escucharon gritos de terror, y la gente corría despavorida, ayudando a que el pánico creciera.

-¡Soldados del gobernador! ¡Soldados del gobernador!-gritaba la gente mientras buscaba un lugar en el cual pudieran esconderse.

-¡Sui, ven!-ordenó Sunao, tomándola de la mano. Ambos hermanos corrían lo más rápido que les permitían sus piernas. Debían ir a esconderse, y el lugar más adecuado que se le ocurría era la casa de Yoshihiro y Kitamura, en donde tenía un pequeño pasaje que conducía a un escondite subterráneo en el suelo cubierto por un sofá, el cual estaba ideado en caso de emergencia.

Ya casi llegaban. Vieron correr a Ichikawa también, seguramente pensando en lo mismo que los hermanos.

-¡Fujimori-sempai, Ichikawa-kun, Sui-chan!-oyó que les llamaba Kitamura en la entrada de su casa. Los tres se apresuraron a entrar y entraron al pasaje, no sin antes asegurarse de esconderlo con el sofá.

-¿Están bien?-preguntó Yoshihiro en voz baja. Ahí se habían refugiado Ichikawa, los Fujimori, Kano y Shiina. Todos asintieron, pero Sunao notó más pálida a su hermana.

-Sui…

La niña lo miró antes de desvanecerse. Al parecer toda esa histeria la había dejado en colapso nervioso, y no había podido soportarlo más tiempo. Para su mala suerte, nada podían hacer ahí para ayudarla, pues en ese momento oyeron que tocaban la puerta con fuerza, y al no obtener respuesta, la derribaron. Se oían los sonido de cómo la casa era registrada y saqueada, y todos guardaron silencio. Finalmente, tras una espera que les pareció eterna, los ruidos cesaron.

Sin embargo, decidieron dejar pasar más tiempo por si las dudas, y cuando consideraron que había pasado el tiempo suficiente, salieron de allí.

-¿Está bien?-preguntó Ichikawa refiriéndose a Sui. Sunao asintió.

-Sí, solo es un desmayo, enseguida despertará.

-Parece que ya pasó-murmuró Shiina mirando por la ventana.

-Mejor regreso a mi casa-dijo Ichikawa-. Ojalá estén bien por allá.

-Shiina y Kano, mejor quédense aquí-aconsejó Sunao-. Yo les traeré noticias de sus padres después ¿vale?

Los niños asintieron, y Sunao se llevó cargando a su hermana de vuelta casa.

-Mmm… oniichan…-susurró Sui, despertándose.

-Vaya, que bueno que estás bien-dijo el pelirrosa aliviado, y bajándola al suelo-. ¿Puedes andar?

-H-hai…

Ese regreso a casa era uno de los peores que habían vivido jamás. Habían cuerpos sin vida y cubiertos de sangre regados por las calles, casa que ardían en llamas, y niños que lloraban buscando a sus padres y madres que llegaban a su casa para encontrarse con la desagradable sorpresa. La tentación de no mirar era demasiado grande, pero debían ser fuertes.

Al llegar a su hogar, sintieron como si el alma se les cayera a los pies: la puerta estaba destruida, y habían huella de sangre hechas por zapatos en el suelo.

-Ay, no…-murmuró Nao, y los dos entraron a la casa para encontrarse con su casa saqueada, destruida, pero aún peor… sus padres cubiertos de sangre, tirados sobre la alfombra manchada por aquel líquido viscoso.

-¡No, no, no!-gritó Sui mientras corría hacía sus padres y los abrazaba, como si quisiera devolverles la vida con aquel contacto. Nao fue hacia ellos, sin querer dar crédito a lo que veía. El mundo en el que habían vivido hasta ahora moría junto a sus progenitores, y no podían hacer nada para remediarlo. Lloraron con la esperanza de aligerar aquel peso que se les venía encima, y pararon, pues comprendían que el llanto no podía ser eterno, que no les regresaría a Tetsui y Naoko.

-¿Y ahora qué vamos hacer, onii-chan?-preguntó Sui, hipando. Pero ni siquiera él sabía que podrían hacer ahora, su padre era el único que procuraba que el dinero no escaseara, y su madre era quien se dedicaba a cuidar de ellos.

¿Qué deberán hacer ahora? Podrían tratar de seguir viviendo con normalidad en aquella casa, para eso, Sunao tendría que trabajar. Pero también estaba la cuestión de la enfermedad de Sui. ¿Qué harían ahora que ya no podrían comprar medicina? Tal vez era mejor huir de ahí lo más rápido que pudieran e ir hacia la capital, allí podrían encontrar medicina, pero primero, tenían que velar a sus padres.

-Venga, Sui-le dijo Sunao con voz queda, dirigiéndose a la cocina. Mojaron unos trapos para limpiar la sangre de los cuerpos, todo lo hacían metódicamente, por simple reacción. Sui salió de la cocina, con los trapos, mientas el pelirrosa mojaba más, mientras pensaba en que podría hacer ahora.

Un grito ahogado lo sacó de sus pensamientos, y salió a toda prisa de la cocina. Si creía que las cosas ya no les podían ir peor, estaba equivocado.En la sala de estar, junto al cuerpo de sus padres, habían cuatro militares del gobernador, y uno de ellos aferraba los brazos de su hermanita con fuerza desmedida.

-¡Suéltenla!-vociferó lanzándose sobre ellos, pero como respuesta recibió un golpe brutal en el estómago.

-Capturamos a dos más-avisó uno de los militares por medio de un walkie talkie-. ¿Qué hacemos con ellos? Cambio.

-Llévenlos a la plaza principal, cambio-fueron las ordenes de la voz.-

Entendido, cambio y fuera-luego se dirigió a sus prisioneros-. Andando, rápido.

Y fueron obligaron a salir de du hogar, a punta de pistola. Uno de los hombres encendió una antorcha, vació gasolina por la casa, y cuando estaba afuera, la arrojó, ocasionando un flamazo, y el fuego se propagó por la humilde casa, incendiándola. Los hermanos Fujimori veían todo esto, horrorizados.

-¡Malditos bastardos!-insultó Sui, y le lanzó un escupitajo en la cara a quien había incendiado su hogar. El hombre, furioso y asqueado, le dio una fuerte bofetada.

-¡No!-exclamó Nao forcejeando para ayudar a su hermana, pero era inútil.

-¡Tienes que comprender cuál es tú lugar, mugrosa escoria!-bramaba el hombre mientras la abofeteaba-. ¿Entendiste, estúpida?

Ella asintió, asustada, y no volvió a abrir la boca en todo el camino, los dos tratando de ignorar toda la desgracia que había a su alrededor.

Cuando llegaron a la plaza principal, observaron el espectáculo que había ahí: los aldeanos permanecían todos juntos y apretujados, rodeados por completo por los militares del gobierno. Los hombres los empujaron hacía la gente y les cerraron el paso de nuevo.

-Onii-chan…

-No te asustes, todo va a estar bien-trató de tranquilizarla Sunao.

-¡Fujimori sempai!-le llamó una voz conocida, abriéndose paso entre la gente.

-¡Ichikawa! ¿Qué haces aquí?

-También me atraparon, ni siquiera pude llegar a mi casa-les contó con aire alicaído-. ¿Y a ustedes que les pasó?

-Llegamos a casa y nuestros padres estaban…-guardó silencio, no quería contarlo, no en ese momento. Ichikawa lo entendió y no preguntó más al respecto.

-¿Por qué nos traen aquí?-quiso saber Sui. Ichikawa miró para asegurarse de que nadie los escuchara y les murmuró:

-Nos trajeron aquí para… ejecutarnos… yo… un  militar… él se burlaba de nosotros mientras lo decía. 

Los Fujimori palidecieron.

-Debemos salir de aquí-musitó Sunao-. Hay que encontrar una forma…

-¡Atención!-se alzó una voz por encima de la multitud y vieron al comandante de la milicia subir al estrado que hace tiempo no era usado. Todos lo abuchearon, furiosos, mientras él lo pasaba por alto-. ¡Aldeanos de Akahana! ¡Seguramente ya se habrá corrido el rumor del porque los hemos traído hasta aquí! ¡Y efectivamente, todos ustedes serán ejecutados según las órdenes del gobernador!-Gritos de terror, protesta, indignación e insultos se escucharon provenir de los pueblerinos. -¡Pero no se preocupen!-dijo el hombre con una falsa sonrisa-. ¡Les daremos cinco segundos  para que corran antes de que comencemos a abrir fuego! ¿Entendido?

Más gritos se escucharon.

-Maldito bastardo, enfermo…-murmuraba Sui, enfadada por el sadismo con el que eran tratados.

-Tomémonos de las manos-sugirió Ichikawa-. Y corramos lo más rápido posible.

-¿Preparados? ¡Ya! ¡Uno! ¡Dos!...

Enseguida los militares se apartaron y la gente comenzó a correr despavorida, tratando de salvar su vida. Sunao e Ichikawa casi iban arrastrando a Sui, que se esforzaba por seguirles el paso.

-… ¡Cinco! ¡Abran fuego!

Ni tardos ni perezosos comenzaron a disparar a la pobre gente que se quedaba rezagada, y caía uno a uno. Apretaron más el paso, ahora comenzaban a perseguirlos. Casi no podían respirar, pero no debían desvanecerse, no aún.

-¡Ah!-gritó Sui cuando una mujer la empujó sin querer mientras trataba de salvar su vida y corría desesperada, haciendo que cayera al suelo-. ¡Onii-chan! ¡Ichikawa-kun!

-¡Sui! ¡No! ¡Quítense, van a aplastarla!

Unos disparos cercanos los dejaron paralizados, los militares se acercaban y ya no podían divisar a la niña entre el tumulto de gente que los iba alejando de ella.

-¡No podemos regresar, Fujimori sempai!-gritaba Ichikawa-¡Nos matarán!

-¡No! ¡Ve, pero yo regresaré por mi hermana!-espetó Nao, soltándose de la mano del muchacho, tratando de buscarla. Le soltó la mano, y notó como el mar de gente se llevaba cada vez más lejos a Ichikawa, pero por más que buscaba, no había ni rastro de la niña, lo que lo desesperaba cada vez más.

En eso estaba cuando una mano le tapó la boca y lo arrastró, impidiendo que articulara ningún sonido. El pelirrosa forcejeaba con su captor, tratando de soltarse.

-¡Tranquilo!-le decía la voz, y lo arrastró lejos de la histeria colectiva, a un lugar más tranquilo, donde había un magnífico caballo blanco. El hombre lo obligó a subirse en él, para luego subirse detrás de él.

-¿Quién es y qué se cree que hace?-gritó Sunao.

-Cállate ya-le dijo quitándose el sombrero y dejó ver unos cabellos azules, pero aún no podía ver su rostro-. Si gritas nos descubrirán y nos matarán.

-¡No! ¡Debo volver por mi hermana! ¡Y mis amigos!

-¡Volveremos luego!-renegó, echando a andar al cabello, alejándose a todo galope de allí, cuidando de evitar las zonas donde cundía el pánico. Sunao, impotente, se limitó a observar como dejaba su pueblo, lo que quedaba de Akahana, y las lágrimas inundaron sus ojos.

-Ya casi-anunció el joven peli azul, mientras divisaban el bosque.

-¡Sora!-les llamó una voz que provenía del bosque-. ¡Por aquí!

Se internaron en el bosque, siguiendo la voz. El chico, Sora, paró el caballo al llegar junto a un joven de cabellos rubios y largos y ojos verdes y alegres.

-¡Matsuri!-exclamó Sora-. ¿Pudiste rescatar a alguien?

-Si-asintió-. ¡Ichikawa-kun!

Ichikawa se acercó con semblante deprimido, pero su expresión cambió al ver a Sunao.

-¡Fujimori-sempai!

-¡Ichikawa-kun!

-Parece que ya se conocían-comentó Matsuri sonriendo.

-¿Quiénes son y que quieren?-espetó Sunao-. ¡Y tú, deja de darnos la espalda!

El peli azul se volvió, enfurruñado, y sus ojos y los de Nao se encontraron durante unos breves y extraños instantes. Ambos sintieron como si algo en su interior se despertara, una sensación inexplicable, que nunca había experimentado.

-Ehm… Soy Honjou Matsuri-se presentó el rubio, interrumpiendo aquel momento-. Y el es Hashiba Sora. Pertenecemos a la guerrilla ¡Un placer!

-Yo soy Ichikawa Gaku-continuó el aludido, impresionado-. ¡Sugoi! ¡Guerrilleros de verdad! Mi amigo es Fujimori-sempai

-Fujimori Sunao-concluyó el pelirrosa.

-Bueno, bueno, ya nos conocemos, ahora mejor se quedan aquí-dijo Sora-. Aún hay mucha gente ahí y no podemos quedarnos a hablar.

No dio ni tres pasos cuando tropezó y cayó de bruces

-Hashiba baka-murmuró Nao

-¡Urusai!-espetó indignado.

-¿Puedo ir con ustedes?-preguntó Sunao-. Es que… mi hermana aún está ahí.

-No, no, y no-negó Sora moviendo exageradamente la cabeza-. No podemos arriesgarnos a llevarte contigo.

Sunao iba a arrojarse contra él para golpearlo, pero Gaku logró detenerlo.

-¡No se altere, Fujimori-sempai!

-No podemos llevarte, pero si nos dices como es tal vez la encontremos…-lo consoló Matsuri.

-Ella es mi hermana-dijo tendiéndoles su cartera, donde guardaba una foto de ella y de sus padres. Los dos la miraron con curiosidad.

-No se parecen mucho-observó Matsuri.

-Eso ya lo sé.

-Sí, ella parece un niño y tú pareces una chica-se le ocurrió decir a Sora no muy preparado para las consecuencias. Un puñetazo de Sunao lo lanzó por los aires.

-¡No me gusta la gente que nos confunde el sexo!

¡Click! Foto por parte de Matsuri.

-Esto servirá-asintió Matsuri montando su caballo, mientras Sora lo imitaba, aún adolorido por el golpe-. ¡Esperen aquí!

Echaron a andar a sus caballos y fueron rumbo a lo que quedaba de Akahana.

-Sui…-murmuró el pelirrosa, mirando como el pueblo ardía en llamas.

“Onii-chan no lo entenderá”

*Continuará*

Notas finales:

Listo, ¿qué les pareció? ^^ ¿Jitomatazos? ¿Cartas bomba? ¿Algo? ó_ò Bueno... u_u estoy pensando si es buena idea ponerle lemon, que en cualquier caso, sería el primero que escribiría en mi corta trayectoria °///° Porfa, dejen reviews T^T


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