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Imposibles por AthenaExclamation67

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Imposibles

By AthenaExclamation67

  

Una camisa, una preciosa camisa de seda azul fue el objeto que los dioses escogieron para unirlos.

Ambos entraron a la tienda y en cuanto la vieron corrieron hasta ella tomando la percha al mismo tiempo e iniciando una absurda disputa por ella.

Discutieron un rato hasta que se dieron cuenta de la estúpida contienda, así que Milo gentilmente cedió la camisa a Camus ya que pensó que le quedaría mucho mejor, que resaltaría combinando con sus hermosos ojos azules.

Aquella camisa, fue el inicio de todo, Camus le invitó a un café en agradecimiento, otro día quedaron para una cena, fueron conociéndose lentamente y sin darse apenas cuenta, también les llegó el amor. Un amor mutuo que les llenaba de felicidad por completo. O… ¿quizás no?

 

-          ¡TÚ NO ME QUIERES! – gritaba Camus.

-          Camus… no digas eso. Te quiero con todas mis fuerzas – contestaba Milo tratando de abrazarle, más Camus lo rechazaba.

Camus estaba obsesionado, quería conseguir con los medios que fueran necesarios algo que deseaba más que a su propia vida.

-          Es que no me entiendes Milo – seguía acusando – quiero tener un hijo al que ver crecer, al que proteger, al que enseñarle todo lo que se de esta vida, cuidarle y mostrarle lo bella que puede llegar a ser.

Milo lo miraba apenado, sabía que Camus no era completamente feliz, le faltaba algo para poder serlo. Y a Milo le hubiese gustado poder concederle todo, hacer realidad hasta el último deseo de Camus, pero eso… ¿Cómo lo conseguiría? Era prácticamente imposible.

-          Camus, cálmate por favor, me hieren tus palabras. Sabes que iría hasta lo más profundo del océano solo para traerte lo que me pidieras. Pero esto… esto me es imposible Camus, lo sabes, y sufro viéndote así, créeme que de poder hacer algo, no dudaría – le dijo alcanzando su cuerpo, abrazándolo, consolándolo.

Camus se abrazó a Milo, quedando cobijado en su pecho, sintiendo como las lágrimas de desesperación empezaban a rodar por sus mejillas, dejando escapar suspiros ahogados sobre la fina camisa de Milo.

Realmente no podían quejarse, no les faltaba de nada, vivían en una casa apartada en la montaña desde la que podía verse la playa. Playa en la que dando un pequeño paseo, te encontrabas disfrutando de su fina arena, de ese delicioso olor a mar. Podía uno relajarse tranquilamente, meditar sin interrupciones, disfrutar del bello paisaje que le ofrecía el mar y la montaña, haciendo escapadas románticas durante la noche para amarse a escondidas de todos…

Además, tenían a su lado al ser que amaban, y eso era más que suficiente.

Pero a Camus, hacia tiempo que se le veía deambular por la casa, triste, decaído, sintiendo que a pesar de ser completamente feliz, algo le faltaba.

Lo único que Milo no podía conseguir, algo que lo atormentaba, no poder darle un hijo al amor de su vida, era un sueño inalcanzable.

Sabía, incluso imaginaba lo feliz que estaría Camus criando a un bebe. Su bebe, enseñándolo a andar, corretear con él por la casa, celebrando fiestas de cumpleaños repletas de niños.

Sabía que eso le daría la felicidad completa. Y a él tampoco le desagradaba la idea, ver a Camus arrullando un bebe, cantándole con su voz fina, mimándole… Era algo que le hacía erizar la piel cada vez que lo imaginaba.

-          Camus, cálmate amor – pedía levantando su rostro para poder ver sus ojos – vamos, necesitas descansar – añadió tomándolo en sus brazos y llevándolo al dormitorio.

Milo recostó a Camus sobre la cama, oyendo aún un llanto y suspiros de desaliento por parte de Camus. Se estiró a su lado y volvió a abrazarle tratando nuevamente de consolarlo, acunándolo entre sus brazos, tratando de sosegarlo.

-          Te amo Camus… - susurraba.

Camus alzó sus ojos llenos de lágrimas apartándose un poco para poder ver bien el rostro de Milo.

-          Eres tan bueno conmigo – decía mirándole fijamente a los ojos – no se que sería de mí si no te hubiera conocido aquel día.

Milo posó delicadamente sus labios sobre la frente de Camus que inspiró fuerte al sentir ese contacto cerrando sus ojos para poder relajarse ahora que los labios de Milo besaban sus mejillas, su nariz y finalmente sus labios, poniendo todo su empeño en calmarlo.

Camus se abrazó fuerte al pecho de Milo después de que se separaron y suspiró algo más aliviado, relajándose y quedando dormido por un rato. Milo, también se durmió, descanso junto a su amado que parecía algo más reconfortado, aunque de sobras sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que Camus volviera a insistir tratando de lograrlo.

No andaba equivocado. Cuando Camus despertó de su descanso, ya anochecía y lo despertó a él también con una singular propuesta rondando su cabecita. Besó dulcemente los labios de Milo para sacarle de su sueño y le habló sonriente…

-          ¿Y si lo adoptamos? – dijo casi sin darle tiempo a despertar.

-          ¿Qué? – respondió inconscientemente.

-          Milo… Estuve pensando y… y sería posible. Haremos la solicitud mañana mismo y sin ninguna duda, nos lo concederán, tenemos ingresos y un lugar donde criar un bebé.

Milo se sentó en la cama y trató de pensar la mejor forma de explicarle a Camus sus palabras…

-          Camus… - dijo frenando su emocionada explicación - ¿No recuerdas que les pasó a Hyoga y Shun cuando lo intentaron? Los hicieron dar mil vueltas, les enredaron con montones de papeleo y muchísimos formularios y al final solo consiguieron quedar destrozados cuando les dijeron que no podían adoptar.

Camus inspiró fuerte, rabiando…

-          ¡PERO PODRÍAMOS INTENTARLO! -  gritó con todas sus fuerzas - ¡TÚ YA TE HAS RENDIDO, NI SIQUIERA HEMOS TRATADO DE HACERLO! – añadió empezando a llorar desconsolado.

Se levantó y se fue corriendo de la casa, batiendo la puerta fuertemente al salir, dejando solo a Milo, sin darle opción a explicarse.

Milo se levantó para salir tras él, pero dejándole su espacio, no quería perseguirle, de haberlo hecho, habrían acabado enfadados ante la imposibilidad de hacer entrar en razón a Camus. Solo deseaba vera dónde se dirigía, aunque de sobras lo sabía. Siguió el cuerpo de Camus que corría como un loco y volvió a entrar cuando se detuvo en la playa y se sentó a pensar. Solo era cuestión de tiempo que Camus se diera cuenta de lo ciertas que eran las palabras de Milo que solo trataba de hacerle feliz porque verlo así le hacía sufrir demasiado.

Camus llegó hasta la playa y se sentó sobre la fina arena, abrazó sus rodillas y pensó durante un rato. No quería admitirlo, pero sabía que Milo tenia razón, la ley era así de retrograda y no podían cambiarla, no había más remedio que resignarse y aceptar el hecho de que jamás podría criar a un bebé. Pasó las horas admirando el bello atardecer, mirando como el sol se hundía en el mar y oscurecía lentamente. Fue entonces cuando decidió regresar a casa y pedirle perdón a Milo que lo estaría esperando con los brazos abiertos para reconfortarlo.

Camino pesado, ascendiendo la colina que le separaba de su casa cuando algo llamo su atención, salía humo de la ladera de la montaña y sin pensarlo, se fue a averiguar lo que pasaba.

Apresuró su marcha hacia el lugar del que salía el espeso humo negro al empezar a distinguir un olor a neumático quemado. Evitó unos cuantos arbustos hasta que por fin, llegó a un trozo de campo lleno de árboles pegado a la carretera, una carretera que llevaba a la playa y seguía derecha hasta entrar en la ciudad, algo peligrosa si se va muy deprisa por la gran cantidad de curvas en zig-zag.

Cuando pudo avistar el foco del que salía el humo, todavía corrió más, un taxi se había salido de la carretera y estaba estrellado contra un árbol del que no se oía ninguna voz, solo el llanto de un bebé que lloraba sin descanso en el interior del taxi.

Corrió hasta las puertas y las abrió con algo de dificultad descubriendo en el interior a tres pasajeros. El conductor, un hombre de mediana edad de pelo castaño que parecía inconsciente o a lo peor muerto. Una mujer sentada en el asiento trasero y un bebé que  lloraba sin cesar.

Camus abrió sus ojos de par en par y trató de ayudarles, sacó el cuerpo del hombre que tras tenderlo en el suelo comprobó sus constantes y descubrió horrorizado que había muerto. Ayudó después a la mujer que aún respiraba la tendió en el suelo para poder examinarla.

-          ¡Ayuda a mi hija! – exclamó la mujer asustándolo al tomar su brazo inesperadamente – está enferma, la llevaba al hospital cuando perdió el control del auto. Por favor… Rápido, tiene mucha fiebre, ayúdala… ayúdala… - terminó de decir desmayándose.

Camus corrió hasta el taxi y sacó al bebé de la silla especial para los niños, la tomo en sus brazos y sin saber muy bien que hacer corrió hasta su casa para llamar a una ambulancia para que fuera al lugar del atestado.

Los cinco escasos minutos que le separaban de su casa le parecieron horas, lo desesperaron y cuando entró en la casa cruzó la puerta gritando muy asustado.

-          ¡Milo, Milo. Ayúdame! – repetía una y otra vez.

Milo escuchó los gritos y llantos desde el despacho y salió de él como un rayo preocupado por los gritos de Camus.

-          Camus… Tranquilo ¿qué pasa, quién llora así?

Camus se giró dejándole ver al bebe que portaba en sus brazos.

-          ¿Qué has hecho Camus? – preguntó nervioso esperando que la respuesta no fuera una atrocidad.

-          Milo… Hubo un accidente, un taxi se estrelló aquí al lado y fui a ver que sucedía. Me encontré con una escena espantosa, el taxista ha muerto, la mamá de la bebé esta inconsciente. Me rogó que la ayudara, dijo que tenía fiebre y que iban camino del hospital cuando pinchó la rueda y acabaron empotrado contra uno de los grandes robles.

Milo tomo a la bebé de los brazos de Camus que se agitaba y seguía llorando sin descanso, roja y ardiendo por culpa de la fiebre que sin duda cuando posó sus labios sobre su frente comprobó que era muy alta. Se fue hasta el baño y tras quitarle todas sus ropitas y el pañal, empezó a mojarla primero con agua templada y lentamente dejando que corriera el agua fría refrescando el cuerpecito de la bebé que se empezó a calmar poco a poco mientras la mojaba. Tras mojar sus pies, su barriga y luego dejando correr el agua por su cabecita, la nena dejó de llorar. Milo volvió a comprobar la fiebre y pudo observar que está había bajo, así que cerró el agua y la llevó hasta el dormitorio.

-          Camus, rápido, trae una toallita – pedía al salir del baño.

Camus estaba aturdido y sorprendido por la facilidad con la que Milo arrullaba a la niña. Dándose cuenta de que Milo también anhelaba ser padre. Cogió la pequeña toalla que le habían encargado y se la alcanzó a Milo en el dormitorio tal y como le había pedido.

Milo al tomarla con sus manos, seco a la bebe que estaba estirada en la cama moviendo sus piernitas y después de un modo muy hábil, se la puso de pañal. Cogió una de sus camisetas, la más suave y se la vistió a la niña para que no tuviera frío mientras Camus veía la escena detrás de Milo.

-          Tú… tú también quieres… ¿cierto? – preguntó Camus.

Milo tomo a la bebé entre sus brazos y la acunó sin dejar de mirar a Camus.

-          Nada me haría más feliz que verte con una barriguita Camus – decía – tener un hijo, que me dieras un hijo… Sería sin duda el hombre más feliz sobre la faz de la tierra – acabó jugando con las manitas de la nena.

Camus entendió que se había excedido mucho con sus palabras.

-          Lo siento – se disculpó – solo pensé en mí, y no pensé en tus sentimientos – añadió rodeando con sus brazos la cintura de Milo, dejando el espacio suficiente al bultito que hacía la niña y disfrutando de un momento que jamás volvería a repetirse.

Milo sonrío feliz al ver que Camus al fin entendía sus palabras y tras besar suavemente sus labios volvió a la realidad.

-          Vamos… debemos ir a ayudar a la mamá de la bebita, llamaremos a la ambulancia para que puedan llevarla al hospital.

Camus asintió, Milo tenía razón, así que él mismo se encargo de llamar a la ambulancia explicando todo lo sucedido mientras veía como Milo abrigaba a la niña con una mantita. Regresó y juntos partieron hasta el lugar del accidente a paso ligero. Cuando llegaron al lugar, la mujer estaba sentada llorando desconsolada por la preocupación, preocupación que fue olvidada al verlos aparecer con su hija en brazos de Milo dormida tranquilamente.

-          ¡Esmeralda! – exclamó feliz.

Camus se acercó a ella y la ayudó a ponerse en pie despacio, no parecía tener más que unos rasguños superficiales, se podía decir que tuvieron mucha suerte ambas al contrario que el taxista.

Milo le entregó a su hija y ayudo a Camus a sujetarle hasta que llegaron las ambulancias. Una para llevarse el cadáver del taxista y otra para atender a la joven muchacha que no podía dejar de darles las gracias mientras era conducida a la ambulancia.

Ellos, miraban a una pequeña distancia como el joven medico la atendía, felices por su buena acción hasta que el momento de irse llegó, levantaron sus brazos para despedirse viendo a la joven sonriente y agitando el brazo con el que no sostenía a su hija.

-          Camus… ¡te sientes bien? – preguntó Milo mientras veía como se sujetaba la frente – estas pálido – añadió preocupado.

-          Milo… Yo creo… creo..

Milo lo atrapó al vuelo cuando Camus se desmayó.

-          Camus… ¡CAMUS! - Lo zarandeaba preocupado.

El medico de la ambulancia se percató de lo que pasaba y se acercó a ayudarle.

-          Déjame ver – pidió ayudándole a estirar a Camus en el suelo.

Comprobó la tensión y las pulsaciones de Camus y se le habló a Milo sobre el estado en el que Camus se encontraba.

-          Señor, tiene la tensión algo descontrolada, nos lo vamos a llevar, pero no se preocupe, seguro que está agotado por el stress del accidente. Solo quiero asegurarme de que todo esta bien… ¿le parece?

Milo asintió, solo deseaba lo mejor para Camus así que sin dudarlo ayudó al medico a subir a Camus a la ambulancia mientras los ayudantes cambiaban a la muchacha a una de las butacas que había para ellos. Se sentó en el suelo, sin molestar al medico y se dirigieron al hospital donde revisarían más a fondo a Camus.

Una vez en el hospital, entraron  a la muchacha y a la bebé para dejarlas en observación y a Camus para examinarlo. Milo quedó esperando, esperando por mucho rato solo para que le dieran los resultados.

Cuando empezaba a desesperar por culpa de los minutos que llevaba esperando, salio la muchacha que sin pensarlo se quedó acompañándolo tras explicarle que debían quedarse toda la noche en el hospital por si surgia algo.

-          Mi nombre es María – dijo sentándose a su lado.

-          El mío es Milo. Y Camus es el de…

-          El de tu pareja ¿cierto? – dijo interrumpiendo.

-          Sí, así es – contestó aunque no hacía falta.

María sonrió y esperaron juntos, charlando y tratando de calmar los nervios mutuos, María por el accidente y Milo por el estado de Camus.

-          Mi marido viene mañana a buscarme, está de viaje – explico tratando de distraer a Milo aunque ella también empezaba a preocuparse por la tardanza del medico – Esmeralda, es nuestra única hija y nos lleno de felicidad desde que supimos que venía – añadió.

Milo asentía durante la explicación, Esmeralda les había dado a conocer la felicidad de la que María hablaba aunque fueron solo unos pocos minutos mientras la ayudaban.

 

Sin darse cuenta, el tiempo de espera llegó a su fin al presentarse el medico frente a ellos. Se trataba del mismo hombre joven que les había atendido en la ambulancia y que por preocupación, decidió encargarse del caso de Camus.

-          Bien, disculpen la demora, pero sucede que tuvimos que repetir las pruebas de sangre para poder confirmar al 100% el resultado – explicó dejando a Milo muy preocupado.

El medico, explicó las pruebas realizadas a Camus y el motivo por el que habían tenido que repetirlas, haciendo que las caras de Milo y María cambiaran de preocupadas a asombradas.

-          ¿Esta seguro? – preguntaron al unísono.

El medico asintió, termino de darle algunos consejos y les acompaño hasta la habitación donde Camus pasaría la noche en observación.

-          Ya es tarde – añadió el doctor – esta noche vigilaremos que todo esté correcto y por la mañana podrán regresar a sus casas.

Milo lo miró mientras llegaban a la habitación y lentamente abría la puerta de la misma, viendo a Camus dormir tranquilamente. Se despidió de María que se marcho a su habitación donde Esmeralda dormía y entró. Estaba muy nervioso, no podía acabar de creer lo que el medico le había dicho.

Miró a Camus por largo rato, vigilaba su sueño celosamente. Lo admiraba mientras dormía, no podía separar un ojo de él. Agradecía cada día la oportunidad de haberle podido conocer y más aún que el destino les uniera y poder compartir su vida con él.

 

Las escasas horas que los separaban de la mañana, no se hicieron esperar y Milo permanecía allí, esperando a que Camus despertara, debía comunicarle los resultados de sus exámenes.

Camus inspiró fuerte y lentamente empezando a abrir sus ojos, estirando sus brazos y piernas para desperezarse y dando un gran bostezo señal de que había dormido profundamente.

Solo entonces, Milo se levantó y caminó hasta la cama sentándose en ella…

-          ¿Cómo te sientes? – preguntó.

Camus acabó de desperezarse y tras frotar ligeramente sus ojos, gesto que a Milo le cautivó, se acercó un poquito más a él.

-          Me siento bien… Gracias – contestó viendo la esplendida sonrisa de Milo - ¿Qué sucedió?

-          Camus… Te desmayaste. Me diste un susto de muerte y te trajimos al hospital donde te han hecho unas pruebas.

-          Mi… Milo… - dijo nervioso – pero ¿Qué me pasa?

-          Verás… Camus… yo… - trataba de explicarle sin encontrar la forma adecuada – estás… Camus, estás esperando – acabó de decirle y sonrió feliz.

Camus no entendía nada, se empezaba a asustar.

-          Esperando… ¿Esperando que? – repetía nervioso, pero al instante se callo entendiendo lo que Milo le quería explicar – pero… pero… ¿Cómo puede ser? – dijo emocionado llevando las manos hasta su barriga.

-          Camus… No lo sé… - dijo Milo entrelazando sus manos con las de él – creo que los dioses te concedieron el deseo por tú buena acción – añadió e inclinó su cuerpo para besarlo sintiéndose ambos inmensamente felices.

 

Realmente, ni el medico sabía como había pasado, sólo repitió las pruebas varias veces para confirmar los resultados, y cuando estuvo seguro, se lo comunicó al interesado con una sola petición, que le dejara ser el medico de Camus durante todo el embarazo.

Milo accedió encantado, ese joven medico, parecía un buen profesional, y solo con lo que demostró en la ambulancia no le cabía ninguna duda de que era un buen doctor. Acordaron ser lo más discretos posibles, por lo que todo se llevaría a cabo en su propia casa para no tener ningún tipo de complicación con los chismes, los embarazos, si seguían su curso normal, podían llevarse a termino en la misma casa, solo que con el caso de Camus, sería necesaria una cesárea, pero salvo complicaciones, se podría realizar en su propio hogar.

 

Milo, le explicaba todo lo acontecido a Camus cuando llegó una agradable visita. María llegaba con Esmeralda a visitarles.

-          ¡Hola! – exclamó feliz de ver mejor a Camus.

Los muchachos sonrieron felices mientras la saludaban.

-          ¿Ya le dijiste? – preguntó emocionada.

-          Sí. Ya lo sabe. Camus será mamá – contestó posando un suave beso sobre los labios de Camus.

María se le acercó y dejó en sus brazos a Esmeralda después de que Camus se incorporó para sentarse en la cama.

-          Te queda muy bien – le dijo provocando que se sonrojara.

Los ojos de Milo brillaron, María tenía razón, le quedaba perfecto el bebé en sus brazos pensaba mientras veía encantado como Camus acariciaba la nariz pequeñita de Esmeralda, como le hacía arrumacos y carantoñas.

-          ¿Cómo te sientes hoy? – preguntó Milo a María.

-          Muy bien, gracias. Ya nos han dado el alta, vine a despedirme de vosotros mientras llega mi marido. Y bueno, también a ofreceros mi ayuda para lo que os haga falta.

Milo sonreía escuchando sus palabras y viendo a Camus jugar con Esmeralda.

-          Sabes María – dijo Milo – nos iría muy bien que nos explicaras lo secretos de la paternidad. Todos los percances que nos puedan surgir – pidió con una gran sonrisa.

María asintió, le pareció muy buena idea, pero mejoró la proposición que le hizo Milo.

-          Que os parece esto… Podéis venir a casa de vez en cuando y practicáis con Esmeralda, así podéis aprender a cambiar pañales, darle de comer, bañarle…

Camus quedó encantado con la proposición, conocer de antemano alguno de los problemas que les podían llegar a surgir, los truquitos que ella ya sabía y que seguro podían serle muy útiles.

Acordaron ir una vez por semana a cuidar a Esmeralda, allí María les enseñaría a ser padres, o al menos trataría de facilitarles la tarea explicándoles todas las dificultades por las que ella ya había pasado.

Tras relatarles algunas de las anécdotas por las que tuvo que pasar, María se despidió de ellos después de apuntarles su número de teléfono.

-          Bueno, entonces nos vemos el domingo – añadió después de darle dos besos en las mejillas a Camus al igual que había hecho con Milo.

Camus le devolvió a Esmeralda que se había dormido mientras acariciaba su cabecita y se marchó a la puerta del hospital dónde su marido, un muchacho joven la recibió con un abrazo y un beso profundo al ver que sus dos tesoros estaban a salvo.

 

Milo, se sentó en la cama al lado de Camus y lo miró haciendo que se ruborizara.

-          ¿Qué me ves? – preguntó Camus rojo como un tomate ante la mirada penetrante de Milo.

Milo sonrió, no podía esconder la felicidad que le embargaba.

-          Estás radiante amor – contestó dándole un besito en la nariz – no sé como habrá podido suceder, solo sé que me siento muy feliz de poder tener un bebé, nuestro bebé que nos llenará de felicidad. Felicidad que no sería tal si no te hubiera conocido, si tú, mi vida, no estuvieras conmigo…

   

- Fin -


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