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Lasgalen por midhiel

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Notas del capitulo: Muchísimas gracias a Prince Legolas por alentarme a publicarlo.
Capítulo Uno: Namarie, meleth nin.



La luz de Ithil caía diáfana sobre la alcoba real del palacio de Gondor. Legolas Thranduilion, el Príncipe Consorte de Aragorn, Rey de Gondor, durante nueve años, yacía en el lecho con los bellos ojos cerrados y una mano acariciando su vientre de seis meses.

A través de su tez pálida, se notaba la luz de los Eldar extinguiéndose dentro de él. Y es que Legolas, el elfo guerrero, integrante de la Comunidad de los Nueve, estaba entregando su propia vida para que su hijo naciera. No era un acto que realizase con dolor, sino, al contrario, lo hacía con alegría.

Desde el momento en que supo de su estado, los sanadores reales le advirtieron del peligro. Un elfo varón no podía gestar un niño sin entregar su vida a cambio. A pesar de la presión de un heredero, Aragorn, que lo amaba inconmensurablemente, se había opuesto desde un principio.

Pero Legolas no lo había escuchado y había decidido seguir adelante con el embarazo. A partir del instante en que sintió el corazoncito del niño, el príncipe había comprendido que lo amaba con la misma intensidad que a su adorado esposo. Y si durante la guerra había estado dispuesto a sacrificarse por Aragorn, también ahora estaba dispuesto a sacrificarse por el fruto que el amor de ambos había creado.

-Lasgalen nin – saludó Aragorn, entrando con su mirada gris, abatida. Su Lasgalen, su Bosque Verde, era el apodo que le había puesto a Legolas la noche en que se comprometieron.

-Aiya –sonrió el Príncipe, débilmente.

Aragorn se sentó junto al lecho y le tomó la mano. La sintió tan fría, que comenzó a frotársela para darle calor.

-Hablé con los sanadores y me explicaron que existe una solución.

Legolas suspiró. Le dolía que su esposo se negara a aceptar que su vida se estaba extinguiendo.

-Aragorn…

-No respondas hasta escucharme, mi amor – pidió el hombre y le besó los dedos -. Legolas, tú me regalaste la inmortalidad de tu raza cuando nos casamos, los dos tenemos la posibilidad de vivir perennemente. Por eso – Legolas entendió hacia dónde se dirigía la conversación e intentó callarlo, pero Aragorn no se lo permitió -…por eso, quiero que entiendas que no necesito un heredero.

-Pero se trata de nuestro hijo – repuso el elfo, con tristeza y bronca. La bronca no se notó en su mirada languidecida, pero la tristeza sí y el rey bajó la cabeza para no enfrentarla.

Aragorn le tomó la otra mano.

-Se trata de tu vida, mi amor. Y no dejaré que te la arrebaten.

Legolas hundió la cabeza en la almohada.

Aragorn le presionó los dedos para calentarlos.

-Los sanadores afirman que aún estás a tiempo de recuperarte. Si esta noche permites que te operen, sería una cirugía sencilla, mi amor. Duraría no más de quince minutos y todo tu sufrimiento se acabaría.

Legolas estaba agotado de discutir, una y otra vez, lo mismo. Se trataba de la vida de su bebé y Aragorn no podía entenderlo. Para el rey, su Lasgalen lo era todo, y ni aun una vida engendrada con él, alcanzaría a compensar la pérdida de su elfo.

-Mi respuesta sigue siendo la misma – repuso el príncipe con determinación.

Aragorn suspiró de dolor, cansancio e impotencia.

Legolas se preguntaba qué sería de su pequeño cuando él hubiese partido. A Aragorn no parecía importarle el niño, aunque, ¿quién podía decirlo? Quizás al conocerlo, una vez nacido, su actitud cambiase. Decían algunos que las madres amaban a sus hijos desde sus vientres, mientras que sus padres lo hacían una vez nacidos.

Entonces, existía la esperanza que Aragorn lo viese con otros ojos cuando lo conociera.

El elfo apoyó la mano de su esposo en su vientre. La criatura estaba moviéndose alegremente, ajena a la desesperante situación que su llegada provocaba.

Legolas rió. Aragorn permaneció en silencio.

Los sanadores solicitaron la venia real para entrar a examinar al príncipe. Legolas dejó de sonreír, el tratamiento que le daban para mantener al niño con vida era una verdadera tortura. Él ya no estaba en condiciones de darle toda la fuerza que el bebé necesitaba para crecer, ya que su luz se apagaba día a día, y, por esa razón, debía soportar un doloroso tratamiento para que el niño viviera.

-Lasgalen nin –Aragorn le apretó una vez más la mano -. Todo este sufrimiento puede terminarse – sus ojos se humedecieron -. Te necesito a mi lado, mi amor. Te extraño, deseo dormir otra vez contigo, deseo abrazarte y sentir tu calor. Deseo decirte que te amo, teniendo la seguridad de que siempre estaremos juntos. Por favor, Legolas, por nosotros. Tú eres mi vida. No sé… no sé qué haría si te perdiera.

Legolas no pudo responderle. Amaba a Aragorn y al niño más que a su propia vida.

Y su decisión estaba tomada.

…………..

Seis meses después

-Adelante, Alteza – apremiaba el sanador a los pies del lecho -. Pujad, con todas vuestras fuerzas.

Recostado entre almohadones, con las piernas separadas, Legolas sentía que las entrañas le explotaban con cada contracción. Ya no podía más. Cada vez que pujaba, sentía una fuerza atrayéndolo hacia un sendero de luz, que Gandalf, el Mithrandir, le había explicado que era el camino hacia las Salas de Mandos.

Quería vivir. Necesitaba hacerlo por Aragorn y su hijo. ¿Qué sería de ellos si los abandonaba? ¿Qué sería de él, solo en las Salas de Mandos, alejado de las dos personas que más amaba?

-Pujad, Alteza.

Pujó con un esfuerzo enorme. Debilitado por el extenuante embarazo, cada empujón le quitaba segundos de vida. Sintió un paño secándole la sien y los lienzos calientes limpiándole las piernas. Escuchaba a los sanadores, preocupados porque perdía demasiada sangre. Le presionaban el vientre para ayudarlo a expulsar el niño y lo alentaban a continuar.

El dolor le partía las entrañas. Era más fuerte que todo el tratamiento al que se había sometido. No podía más. La luz del sendero lo absorbía.

-No puedo irme sin traerlo al mundo – susurraba -. No puedo llevarlo conmigo. ¡No! ¡Por favor, no!

De pronto, un llanto resonó.

-Es un niño – anunció el sanador -. Un niño fuerte y sano, Su Alteza.

Legolas no necesitó escuchar más. Riendo y llorando, extendió las manos pálidas para que le entregaran a su hijito. Los sanadores le acomodaron almohadones extras en la espalda y posaron el niño en sus débiles brazos.

-Mi bebé – musitó, emocionado, y sólo de observarlo, confirmó que todo su sufrimiento y la entrega de su vida habían valido la pena.

Aragorn entró. Su semblante transmitía impotencia y tristeza. Quiso sonreír, pero vio a su Legolas con todos los signos de la vida apagándose en él, y lloró.

-Míralo, mi amor – el elfo le enseñó la criatura.

El rey se sentó junto a él y lo abrazó.

-Aragorn – susurró Legolas -. Mira a nuestro hijo.

El hombre deshizo el abrazo para tomar el macilento rostro de su esposo en sus manos y acariciarle las mejillas. Se miraron a los ojos, los dos estaban llorando, y se besaron.

-Aragorn, míralo –pidió Legolas una vez más.

El hombre bajó la vista hacia el niño, que dormía con los ojos semiabiertos, pero no dijo nada. El elfo estrechó a su hijito contra sí y le besó la frente. El pequeño respondió con un ruidito.

Su ada lloró, sintiendo a ese trocito de vida como lo más hermoso del mundo.

-In mella le, Legolas – sollozó Aragorn, besándole otra vez los labios -. No me dejes.

Legolas quiso sonreír para consolarlo y jurarle que siempre estaría a su lado, aún desde las Estancias de Mandos. Pero la visión del túnel luminoso lo tomó de sorpresa. Su vista se nubló. Sintió la voz del hombre llamando desesperado a los sanadores, y un par de brazos quitándole la criatura. La luz lo empujaba hacia atrás gentilmente y Legolas, cansado, se dejó trasportar por ella. Cerró los ojos, el paisaje de un campo verde, lleno de alegría y vida, se presentó ante él, y no volvió a abrirlos más.
Notas finales: A esta historia trataré de publicarla a diario y no superará los cuatro capítulos. Espero mañana poder subir el nuevo capi. Besos y muchas gracias por leer

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