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Culpa por Aokimari

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Notas del capitulo: Sam se refiere al Diccionario de gay-lésbico: vocabulario general y argot de la homosexualidad, de Felix Rodriguez, que encontre en la biblioteca y del que surgió este drabble.

Culpa

—La culpa es del memo del recepcionista —farfulla entre dientes por tercera o cuarta vez desde que abandonaron el motel.

Encogido a su lado, en el asiento del Impala, parece mucho más joven de lo que es, con su carita de niño bueno, el flequillo cubriéndole los ojos y las mejillas arreboladas. No hay nadie más que ellos en la carretera, por suerte para todos, así que Dean puede aflojar tensiones poniendo a prueba ese viejo Chevrolet. “Joder, esto sí que son carreteras”.

Si Dean fuera quien hubiese masticado la frase la hubiera aderezado con el tamborileo de los dedos en el volante al ritmo de Hell Bells o, quizás, TNT, y unos cuantos tacos de su propia cosecha.

Pero es Sam quien lo dice, no él. Y todos saben que Sammy es un buen chico que ni escucha AC/DC ni dice palabrotas, que piensa antes de actuar y que se responsabiliza de sus faltas. Es de los que piensan en los demás antes que en sí mismo, de los que evitan mentir si pueden evitarlo, de los que llaman a la chica al día siguiente sin equivocarse de nombre. Joder, él no es de los que se follan a su hermano hasta reventarlo por un par de cervezas. Él es un buen chico. No es como él.

La culpa es del memo del recepcionista que decidió que la única habitación libre que le quedaba era de matrimonio y que si no les gustaba, podían dormir en el Impala. Es de la llorona que apareció tras ellos buscando desesperada alojamiento y a la que el bueno de Sammy —como un buen caballero— le cedió su habitación. Es del maldito frío que le impidió dormir en el Impala sin morir congelado. Son de esas asquerosas cervezas que golpean mejor de lo que sabían. Es del cuarto disco de los Zeppelín que todavía golpea dentro de su cabeza. Es de esa estrecha cama de matrimonio y, también, de ese extraño libro que alguien olvidó en la mesita de noche y que le susurró depravaciones al oído (1).

Pero Dean, el hermano mayor, el experimentado, el atrevido, sabe cual es la realidad. El sexo, a fin de cuentas, no es nada más que eso. Culpa por mentirles a las chicas, culpa por no llamarlas al día siguiente, culpa por no recordar nada más que su boca comiéndole la polla. El sexo es pecado, es responsabilidad, es culpa. No lo niega. Pero siempre es cosa de dos.

La culpa es de Sam por avergonzarse de compartir la cama con él y suya por retarle con bromas picantes. De Sam por tener frío y encogerse en sueños contra su espalda, suya por no apartarse. De Sam por tener pesadillas, suya por consolarle y susurrarle al oído que no le abandonará —como buen hermano mayor. De Sam por aceptar la cerveza de madrugada, suya por beber tan cerca de él. De Sam por meterle la mano en el pantalón y suya por desear que no parará.

El sexo es cosa de dos y las responsabilidades tocan a repartir.

Ambos se han condenado por reírse como críos, por comerse la boca con labios etílicos, por arrancarse la ropa bajo las sábanas, por tocar donde nadie se atrevió a tocar, por querer vivir para siempre en el cuerpo del otro.

La culpa es de Dean por romperle el culo a su hermano y del pequeño Sammy por dejarle hacer.

—La culpa es del memo del recepcionista – farfulla de nuevo cuando paran a repostar y Dean sonríe para sí mismo.

—Claro Sammy, lo que tú digas.


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