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Un Año Nuevo Élfico por midhiel

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Notas del fanfic:

A éste fic lo publiqué hace un par de años en otro sitio durante la víspera de Año Nuevo y ahora quiero compartirlo con ustedes. Espero les guste ^^

…ste relato se me ocurrió como un fic de Fin de Año, espero que les guste.

Ali, vos que me corregiste mis cositas durante el año, disfrutalo de corazón.


………..







El zumbido de un viento fuerte y seco danzaba entre las viviendas del valle de Imladris. Era la penúltima noche del año y, en varias casas, los elfos aún permanecían despiertos, haciendo los preparativos para la fiesta de bienvenida del nuevo año que sería la noche siguiente.

Para la conmemoración, se adornaban las cabezas con guirnaldas y se reunían en círculos alrededor de un elfo que hacía de orador y narraba la historia sagrada de la Música de los Ainur.

En una reconfortante recámara de la residencia principal del valle, Elrond, Señor de Rivendell, arreglaba las mantas y sacudía los cojines de un pequeño lecho. No realizaba tal operación desde que Arwen Undómiel, su hija menor, fuera una niña. Sin embargo, su vida había dado un giro en el último par de años. ¿La razón? Un niño humano que tenía cautivado a todo Imladris.

-Estel, ¿te falta mucho, ion? – preguntó con suavidad, mientras alzaba unos juguetes del suelo -. ¿Necesitas ayuda?

-No, ada – respondió una vocecita detrás de la puerta del baño.

Elrond sonrió orgulloso. Su hijito adoptivo de cuatro años era un niño vivaz y resuelto que se empecinaba en lavarse los dientes (cosa que hacía correctamente) y en cepillarse el cabello sin ayuda. Su padre aún recordaba que hacía sólo dos años Glorfindel lo había traído al valle, sucio y asustado, luego de rescatarlo de un ataque de orcos. Sus padres biológicos habían muerto a manos de esas bestias y Elrond, enternecido, había decidido criar al pequeño.

Sin embargo, enseguida se había dado cuenta que no se trataba de cualquier niño. El nombre de cuna de Estel era Aragorn, hijo de Arathorn, descendiente directo del hermano de Elrond, y heredero legítimo al trono de Gondor, el más importante de la raza humana.

-Si me necesitas, sólo llámame.

-Sí, ada.

Elrond guardó los juguetes en un baúl, menos un osito oscuro de peluche, el favorito de Estel, que colocó junto a la almohada. Después volteó hacia el ventanal y descubrió que estaba abierto.

-¡Qué descuido! – sacudió la cabeza -. Un viento así puede enfermarlo.

Se acercó presuroso al ventanal y cerró las hojas. A veces le costaba recordar que su adorado Estel era un niño humano y, por lo tanto, propenso a enfermarse y a sentir el frío.

-Ada, terminé.

Elrond volteó en dirección al baño. Un pequeño con una sonrisa encantadora y la cabecita cubierta de bucles oscuros corrió como relámpago a sus brazos.

-¡Muy bien! – exclamó el medio elfo, alzando a su hijo y sentándose en la cama -. Veo que hiciste un buen trabajo – le palpó el cabello más enmarañado que un nido -. Ahora permíteme que te peine yo, ¿sí?

El niño asintió. Elrond tomó un cepillo de la mesita de luz y sentó al pequeño en su regazo para desenredarle los bucles. Estel dejó que su padre lo peinase en silencio.

-Ada – habló después de un rato.

-¿Sí, Estel?

-¿Cuándo vuelven Addy y Ro?

Elladan y Elrohir eran los hijos gemelos de Elrond y, por lo tanto, los hermanos adoptivos de Estel. El niño los adoraba con locura así como ellos a él, y los extrañaba mucho cuando partían a cazar orcos.

-Mañana, ion – le acomodó un mechoncito detrás de la oreja.

-Pero, ¿cuándo? – insistió con su vocecita cargada de ansiedad.

-Cuando salga el sol – replicó con calma.

-¿Falta mucho para que salga el sol? – levantó la cabecita para mirar a su padre.

Elrond depositó el cepillo en la mesa y alzó a su hijo para acercarlo al ventanal.

-Estel, ¿ves las montañas allá a lo lejos?

El niño frunció el entrecejo para distinguirlas pero sólo notó sombras oscuras. Su padre volvió a sacudir la cabeza, otra vez había olvidado que su pequeño pertenecía a la raza de los hombres y, por lo tanto, no contaba con la visión nocturna de los elfos.

-¿Las Montañas Nubosas? – preguntó Estel.

-Nubladas – lo corrigió, llevándolo de regreso a la cama -. Sus cimas están cubiertas de nieve. Esta noche, la luz de la luna ilumina la nieve en forma recta. Así, ¿ves? – imitó el gesto con la mano -. Eso significa buen augurio, significa que tus hermanos ya están en camino y llegarán a casa al amanecer.

Estel permaneció pensativo. Elrond lo sentó en el colchón para quitarle las botitas y desanudarle el lazo de la túnica. El niño extendió los bracitos para que su padre lo desvistiera. Elrond le quitó la túnica y le colocó una camisa blanca, larga hasta sus rodillas.

-Ahora sí – exclamó el medio elfo -. A dormir.

Estel se acostó en el colchón y abrazó su osito de peluche, mientras su padre lo cubría con la manta.

-Entonces, ¿Addy y Ro vendrán pronto?

Elrond tomó asiento a su lado y le besó la mejilla. Estel seguía ansioso por el regreso de los gemelos, tanto como lo había estado en los últimos dos días.

-Hagamos una cosa, hijo. Cierra los ojos y trata de dormir. Te prometo que cuando los abras verás a tus dos hermanos aquí, saludándote.

El niño sonrió. La propuesta lo había entusiasmado.

-Ahora te contaré un cuento para que te duermas, ¿quieres?

Estel asintió, más contento aún, y estrechó su osito con más fuerza. Su padre le acarició el cabello y comenzó la historia:

-Había una vez un niño humano que llegó a un valle de elfos para vivir con ellos. Los elfos lo querían mucho y le enseñaron cosas interesantes: a hablar en su lengua y a aprender sus costumbres. ¿Sabes que día es mañana?

-El último del año – replicó rápidamente.

-Y los elfos lo festejamos con mucha alegría. Mañana por la noche tendremos una hermosa fiesta, eso ya lo sabes – Estel asintió, feliz -. Cantaremos, baliaremos y contaremos historias que te encantarán.

-Glorfindel contará una larga y linda – sonrió el pequeño -. …l me lo dijo.

-Glorfindel será nuestro orador este año. El año pasado no pudimos festejar porque tuve que viajar a ver a tus abuelos de Lothlórien, ¿lo recuerdas? – el niño volvió a asentir -. Así que mañana será tu primera fiesta de fin de año con nosotros.

-Y estarán Addy y Ro – Estel parecía no olvidar ni por un segundo a sus hermanos.

-Y estarán Addy y Ro – repitió Elrond -. Ahora cierra los ojos, piensa en los dulces que tanto te gustan y duerme, ion nîn. Duerme, mi pequeño tesoro.



……………




Estel se durmió enseguida y soñó con los árboles que le gustaba trepar, con el puente donde corría, con los juegos junto a su padre y a sus hermanos, con los dulces, con todas las cosas alegres que le sucedían.

…l era un niño feliz con sueños tranquilos.

Después de varias horas, sintió cosquillas en la barriguita y se sacudió molesto.

-¿No despertarás, Estel? – una voz susurró en su oído.

Estel, aún dormido, frunció el ceño. Estaba soñando con su juego favorito y no quería que lo fastidiasen.

Las cosquillas le recorrieron el vientre hasta el ombligo y cruzaron hacia su espalda.

-Estel – cantó otra vez la misma voz -. Si no despiertas nos llevaremos los regalos. Elrohir está sosteniendo el tuyo.

¿Elrohir? El nombre se introdujo en su sueño y lo obligó a abrir los ojos.

-¿Qué pasa? – preguntó, somnoliento, frotándose los ojitos.

-¿Qué pasa? – exclamó el elfo, sentado en la cama -. Pasa que regresamos. Soy Elladan, dormilón.

El niño terminó de despertarse.

-¿Ro? ¿Addy? ¿Volvieron? ¡Volvieron! – loco de contento se arrojó al cuello de su hermano.

Elladan lo estrechó, sonriente, mientras su gemelo se acercaba con una caja.

-Ada nos comentó que estabas ansioso con nuestro regreso, así que decidimos venir a despertarte – explicó Elrohir, sentándose en el colchón.

Su hermanito soltó a Elladan para estrecharlo. Se sentía tan feliz, que no dejaba de dar saltitos de alegría.

-Esto es para ti – continuó Elrohir mientras le enseñaba la caja -. Es una sorpresa que deberás usar esta noche.

Estel tomó la caja y la abrió con tanta energía que casi logró romperla. En su interior, descubrió una pequeña corona de ramas de abeto.

-¿Qué es esto? – preguntó sorprendido.

-La corona que usarás esta noche en la fiesta – explicó Elladan -. Todos debemos tener una. Tienes que adornarla con hojas y frutos para que luzca bella.

-Ah, ya sé – asintió el niño, entusiasmado -. Glorfindel se ofreció a ayudarme a prepararla, pero le dije que quería hacerlo yo mismo.

Los gemelos rieron, enternecidos. Estel era siempre así, quería hacer las cosas por sí solo, y únicamente cuando se veía en aprietos pedía ayuda.

-Entonces, prepararás tu corona mientras nosotros preparamos las nuestras – lo alzó Elladan -, ¿qué te parece?

Estel asintió, orgulloso, mirando la guirnalda.

-Ahora bajaremos a desayunar – continuó el gemelo -.Jugaremos un poco en el jardín y luego – le besó la frente -… ¡a preparar las coronas!

-¡Sí! – gritó el niño, sacudiendo los brazos.


…………..




Era una mañana cálida, ya no quedaban signos del viento fuerte que había soplado la noche anterior.

Los gemelos salieron al jardín con Estel, llevando bolsas para juntar adornos para sus respectivas coronas. El niño, enloquecido, recogió hasta la hojita más pequeña que encontró. Su bolsa resultó la más repleta de las tres.

Luego del almuerzo, se reunieron en la biblioteca para armar las guirnaldas.

Estel, fiel a su costumbre, no quiso que sus hermanos ni Glorfindel tocaran una ramita de la suya. Se concentró en su trabajo y, acostado en el piso de mármol de la biblioteca, la llenó de hojas de todos los tamaños y frutitos de colores.

Al anochecer su ada lo acompañó a sus aposentos para bañarlo y vestirlo.

-Ada – preguntó, mientras su padre lo secaba con una toalla -. ¿Para qué sirven las coronas? ¿Por qué debemos usarlas en la fiesta? Elladan me dijo que él lo sabía pero que yo era pequeño y no podría entender – confesó enfadado. Odiaba cuando sus hermanos lo trataban como a un niño.

-Es una tradición élfica – sonrió Elrond -. Al terminar la fiesta, después del baile, si un elfo siente algo especial por otro, le obsequia su guirnalda como símbolo de afecto.

Estel miró a su ada con curiosidad, las costumbres de su familia adoptiva le parecían fascinantes.

-¡Vaya! Suena interesante – se frotó el mentón, imitando a los adultos -. Y tú, ada, ¿se la regalaste a alguien alguna vez?

-Sí, Estel – tomó un cepillo para desenredarle los bucles mojados -. Hace ya mucho tiempo.

El niño quedó pensando. Una corona para regalar a alguien especial. Tal vez a su ada o a sus hermanos.

Parecía una idea fantástica. Y ellos seguramente también le obsequiarían las suyas.




………….




Elrond vistió a su hijo menor con una túnica verde, símbolo de la esperanza que también significaba su nombre, y le adornó el cabello con trencitas, el peinado de los elfitos para las ceremonias importantes. Estel se colocó su corona y sonrió, listo para la fiesta.

A la noche los elfos se congregaron en la sala principal que había sido preparada para la ocasión, y se sentaron con piernas cruzadas, en círculo alrededor de Glorfindel.

Estel tomó asiento entre sus dos hermanos. Elrohir y Elladan lucían radiantes con sus trajes de guerreros y el niño se sintió orgulloso de estar a su lado.

-A ellos les entregaré mi corona – murmuró.

Elrond se sentó junto a Erestor, su consejero de más confianza, y pronunció un discurso breve para introducir a Glorfindel.

-Ahora viene la parte buena, Estel – susurró Elrohir, inclinándose a su oído -. Escucha la historia que contará Glorfindel. Te encantará.

El niño se acomodó para escuchar con atención. Su hermano estaba en lo cierto, el relato no podía ser más fascinante. Se trataba de Ilúvatar, de los Ainur y de la música que componían.

Estel cerraba los ojos e imaginaba las melodías que debían haber compuesto. Tanto se imbuyó en la historia que terminó por quedarse dormido y Elladan lo atrajo hacia él para que descansara sobre su regazo.

Cuando Glorfindel terminó el relato, Elrond hizo una seña a la orquesta y los elfos deshicieron el círculo para poder danzar.

-Vamos – sacudió Elladan a su hermanito. El niño despertó lanzando un gran bostezo -. Llegó la hora de bailar.

Estel rió con exaltación mientras el gemelo lo llevaba a la pista de baile. Los elfos tocaban con arpas, trompetas, laúdes y órganos, intentando reproducir la música de los Ainur.

Elladan bailó una pieza con su hermanito. Al concluirla, Estel protestó que tenía hambre, no había comido nada desde la merienda, y se dirigió a una mesa de comidas. Desde allí contempló la sala.

Todo era júbilo y alegría. Los elfos bailaban o platicaban en grupos alrededor de las mesas.

Se escuchaban risas por doquier. Algunos se atrevían a cantar, otros sonreían.

Los ojitos de Estel observaban cada detalle con la curiosidad e inocencia típicas de su edad. Así descubrió que sus hermanos bailaban con elfos que habían llegado esa mañana de Lórien y que Glorfindel y Erestor conversaban amenamente en un rincón.

Más tarde, llegó el momento de repartirse las coronas. Elrond dio la orden y los presentes empezaron a circular para entregarlas a sus parejas.

El niño saltó de felicidad al oír a su padre y comenzó a buscar a sus hermanos. Pero no los halló en ningún rincón de la sala.

Nervioso, salió al jardín y los encontró en distintos sitios entregando sus coronas a los elfos de Lórien y recibiendo las suyas a cambio.

Estel se decepcionó y soltó un suspiro mientras miraba su guirnalda. …l la había construido con tanto amor y no tenía a nadie a quien entregarla.

Angustiado, se sentó en un banquito y comenzó a llorar.

-¿Estás llorando? – preguntó una voz cargada de ternura a sus espaldas.

Estel reconoció a su padre e hipó. Elrond, que había salido a respirar aire fresco, se sentó a su lado y le acarició la mejilla.

-¿Qué te sucede? – preguntó, preocupado.

-Mi corona – sollozó, mostrándole su rechazado tesoro -. Nadie la quiere.

-¿Se la ofreciste a alguien? – Elrond se enfureció al imaginar a algún elfo rechazando el obsequio de su niño.

-Quise dársela a mis hermanos – explicó entre sollozos -. Pero ellos ya tienen una.

Elrond se conmovió hasta la médula. Estel no podía ser tan inocente y tierno. Lo abrazó fuertemente y le besó la cabecita.

-Sabes, ion – sonrió con dulzura -. No todos los años podemos entregar nuestras coronas. Mira – le mostró la suya que guardaba en la mano -, yo tampoco pude dársela a nadie.

Estel hipó y se frotó los ojitos. Su ada también seguía conservando su corona y no parecía molesto ni triste.

-¿Qué te parece si tú y yo hacemos un intercambio? – opinó el medio elfo, secándole las lágrimas -. Yo te ofrezco la mía y tú me das la tuya.

El pequeño asintió despacito y le extendió su guirnalda. Elrond la tomó y observó enternecido las hojas pegadas de distinta manera y los coloridos frutos.

-Es hermosa, ion – sonrió, poniéndosela en la cabeza -. Aquí tienes la mía.

Estel miró la de su padre. Tenía algunas hojas pegadas simétricamente y frutos oscuros que combinaban entre sí. Elegante y sobria como su carácter.

-¿Te gusta?

-Sí, ada – sonrió -. Muchas gracias.

-Algún día, Estel, conocerás a alguien muy especial y cuando llegue la fiesta de año nuevo, podrás regalarle tu corona. Ya verás.

El niño volvió a sonreír y se la colocó en la cabellera.


…………..



Estel festejó muchos años nuevos a partir de aquella noche. Creció, luchó contra Sauron y se convirtió en Aragorn II, el poderoso Rey de Gondor y Arnor.

También conoció a alguien muy especial, se casó y lo nombró Príncipe Consorte.

Con el tiempo tuvieron dos hijos: Ázerion, su heredero, y una hermosa niña a la que llamaron Gilraen.

Años después de aquella fiesta en Rivendell, ya soberano absoluto del reino más importante de los hombres, Aragorn se preparaba frente a un espejo para la conmemoración del nuevo año.

A cada instante, miraba de soslayo una elegante corona que yacía sobre la mesa. …l la había fabricado para su esposo, juntando hojas y frutos de los jardines. Con las hojas había formado la palabra “meleth”, que significaba amor en la lengua de los elfos, y con los frutos había construido el nombre de su adorado consorte: Legolas.

-Papá, mira, mira – entró Ázerion en la habitación, loco de contento. Tenía seis años, dos más que su hermana, y, por lo tanto, la energía y júbilo de su edad. Era un niño vivaz como él lo había sido, con su cabello ondulado y oscuro, y su contagiosa sonrisa.

Gilraen, en cambio, era parecida a Legolas. …l mismo tono de cabello, las mismas facciones, la misma mesura y gracia.

Aragorn dejó de acomodarse el traje para alzarlo.

-Mira, papá – le mostró una corona con hojitas de distintas texturas -. Acabo de hacerla yo solo.

-Es bellísima, Ázerion – sonrió orgulloso -. A tu edad yo no las fabricaba tan lindas.

-Gilraen ya me la pidió. Se la entregaré esta noche, después del baile, como nos explicó ada.

-Ah – rió Aragorn, divertido -. Entonces, entre ustedes intercambiarán las coronas.

Ázerion asintió entusiasmado. De pronto, volteó la cabeza hacia la mesa y encontró la de su padre.

-¡Qué linda, papá! – exclamó, sorprendido -. ¿A quién se la darás tú?

Aragorn soltó una carcajada.

-¿A quién crees, pequeño?

-¡A ada! – exclamó, saltando en sus brazos.

-Sí – lo silenció, posándole el dedo sobre la boquita -. Pero es una sorpresa, no debes decir ni una palabra.

Ázerion sacudió la cabeza. Como su padre cuando niño, a él también le gustaba que lo tratasen como adulto y le confiaran secretos.



…………



-¡Ada! ¡Ada! – exclamó el excitado Ázerion, dando saltitos -. ¿Ya puedo regalar mi corona?

Legolas, que se encontraba en su trono de mithril con Gilraen en brazos, sacudió la cabeza suavemente.

-No, mi niño – abrazó a su pequeño y le masajeó la espalda -. Tu papá aún no dio la orden y es él quien preside la ceremonia.

-Porque es el Rey – declaró Ázerion con orgullo.

-¿Dónde está papá? – preguntó Gilraen, tan entusiasmada como su hermano, mirando el trono vacío, junto al de su ada.

-Lo acaban de llamar por asuntos importantes, cielo – explicó su ada, quitándole una pelusita del vestido -. Pero ya regresará. Ahora salgan a bailar que las canciones son hermosas.

Ázerion tomó a su hermanita de la mano para correr a la pista de baile.

-Espera, Gilraen – exclamó Legolas -. Olvidas esto – le mostró la guirnalda que la niña había dejado en su regazo.

Gilraen se volvió hacia él, soltando una risita. Recogió su corona, llena de frutos de colores, y salió a correr con su hermano.

Legolas observó enternecido a sus retoños. Los niños se tomaron de las manos y empezaron a saltar por la pista, imitando el baile de los adultos.

El elfo los contempló un tiempo y luego se levantó del trono para recorrer la sala y observar el ambiente. Los cortesanos la estaban pasando muy bien. Algunos danzaban, otros reían. Todo el mundo parecía feliz.

Legolas pensó que la idea de su esposo de festejar el año nuevo como en las tierras de los elfos había dado excelentes resultados.

Hacía seis meses, Aragorn había lanzado la propuesta. Al principio, la idea había parecido descabellada, ya que Gondor, tierra de los hombres, poseía sus costumbres propias.

Sin embargo, el Rey, siempre empeñado en salirse con la suya, se encargó con su esposo de explicar a la corte los significados de los ritos de los elfos y, en menos de dos meses, todos los cortesanos se entusiasmaron.

Así Faramir, Senescal de Gondor, fue nombrado orador y se encargó de contar esa noche la historia sagrada de la Música de los Ainur.

-Fuiste un orador brillante – lo felicitó Legolas cuando se cruzó con el hombre que volvía de bailar varias piezas con …owyn, su esposa -. Te luciste.

-Gracias, Legolas – replicó, sonriente -. ¿Dónde está Aragorn?

-Asuntos que atender de última hora – suspiró, levantando un vaso de jugo de una mesa -. Vinieron a buscarlo – Faramir frunció el ceño, nervioso. También a él debían haberle avisado -. Pero no te preocupes – lo tranquilizó -, no se trata de nada grave.

-Pero ésta es la última canción – exclamó …owyn, preocupada -. Luego vendrá el momento de repartirse las coronas.

-Si no regresa pronto, yo me encargaré de dar la orden – sonrió Legolas -. A propósito, sus guirnaldas están preciosas.

-Gracias – rió …owyn, mientras su consorte la besaba en la mejilla, orgulloso -. Vamos a tomar un poco de aire fresco – se excusaron -. Adiós, Legolas.

-Adiós.

El elfo bebió algunos sorbos del jugo y siguió recorriendo la sala.

La música terminó y un silencio solemne invadió el recinto. Había llegado el momento de la entrega de las coronas.

Legolas se dirigió al trono, tomó asiento y desde allí dio la orden.

Todo el mundo empezó a moverse para buscar al destinatario de su guirnalda. Ázerion le entregó su corona a su hermana y ella le dio la suya a cambio. Legolas los observó con una sonrisa y suspiró, pensando cuánto faltaría para que Aragorn volviese.

Más tarde, se levantó del trono y salió al patio. Afuera, corría un viento frío que sacudía los árboles y producía ondas en las fuentes.

El elfo se sentó en un banquito y observó el paisaje nocturno. Un par de luciérnagas volaban cerca de las azaleas y algunos grillitos cantaban.

Legolas se quitó su guirnalda y la observó. Cada hojita enlazada a las ramas, cada frutito pegado, simbolizaba un trozo del inconmensurable amor que le tenía a su consorte.

“Se la daré esta noche”, pensó, “cuando hayamos acostado a los niños.”

-¿Hay alguien por aquí que todavía conserva su corona? – preguntó de pronto Aragorn, a sus espaldas.

Legolas giró en dirección a él con una sonrisa que apenas cabía en su perfecto rostro.

-Yo aún tengo la mía, Majestad.

El hombre soltó una carcajada, adoraba cuando su esposo lo llamaba “majestad” porque indicaba que Legolas quería iniciar algún juego y a Aragorn le encantaba jugar, igual que a un niño.

-¿Y por qué la tienes, mi bello Príncipe? – preguntó, sentándose a su lado.

Legolas se llevó el dedo al mentón, como si pensara la respuesta. Luego se arrojó a los brazos del Rey, regalándole un sorpresivo y ardiente beso en la boca.

Aragorn lo estrechó fuertemente mientras continuaba besándolo con total fervor. Legolas aprovechó el abrazo para acomodarse junto a su pecho y sentir el palpitante calor de su amado.

-¿Quieres mi corona, Majestad? – preguntó, mientras los labios del Rey comenzaban a explorar su cuello -. ¿O me quieres a mí? – sus labios esbozaron una sonrisa sensual.

-¿Puedo tener las dos cosas? – preguntó Aragorn, imitando un tono de sorpresa.

Legolas le empujó el rostro con suavidad para apartarlo de su cuello y poder mirarlo a los ojos. ¡Por Eru! ¡Cómo le fascinaba el reluciente gris de sus pupilas!

-Puedes tenernos a los dos – replicó, Legolas encandilado. Despacio se quitó la guirnalda de su cabellera de oro y se la mostró al Rey.

Aragorn quedó sin palabras. Su esposo, habilidoso como todos los elfos, había conseguido imitar con las hojas el Árbol Blanco y reproducir con los frutos la silueta de Minas Tirith con sus siete niveles. Un trabajo increíble.

-Pero continúa aquí – le señaló otras figuras a los costados -. Este anillo representa el momento de nuestra boda y estos dos corazones son nuestros hijos. Las guirnaldas representan nuestros tesoros, por eso las entregamos a quienes más amamos. Tú eres mi tesoro, Aragorn – le besó los labios con dulzura -. Todo lo que en mi vida posee algún valor está reproducido aquí. Y tú, mi amor, eres el más importante.

Aragorn creyó que jamás recuperaría el habla, tan grande era su emoción. Tomó la corona de su esposo, las manos le temblaban, se quitó la suya y se la entregó.

Legolas sonrió emocionado al contemplarla.

-Mi amor – suspiró -. Es hermosa.

Aragorn no pudo soportarlo más. Se colocó la guirnalda en la cabeza y, fundiendo a Legolas en un asfixiante abrazo, volvió a besarlo con todo su amor, con todo su corazón, con toda su alma.

Al fin de cuentas, tenía a alguien muy especial. Tenía a su Legolas.






Fin

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