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¿Aversión o atracción? por Natsumi Chan

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Notas del fanfic:

Bueno, pues al fin, después de haber tenido esta cuenta durante meses sin haberla utilizado (olvidé hasta la contraseña U_U) me he decidido a subir el primer fic.

Es una de estas veces en las que te vienen las ideas de golpe y tienes que empezar a escribirlas... De verdad espero que esto salga bien, y sobre todo, poder terminarlo, aunque sólo sea por azuzar las mentes calenturientas y yaoistas. ;)

No me hagáis caso, se me va la cabeza...

En fin, creo que no es necesario añadir que es un SasuNaru, pero lo diré de todas formas, por si hay algún despistadillo.

 

 

Los personajes de Naruto no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto. Yo sencillamente los uso para mis perversidades y desvaríos.

Notas del capitulo:

Bueno, aquí está el primer capítulo ya revisado (esperemos que sea la definitiva).


Los personajes de Naruto y todos sus derechos pertenecen única y exclusivamente a Masashi Kishimoto.


Y creo que no hay más que aclarar.


¡Al lío! 

 Con un esfuerzo sobrehumano intentó abrir los ojos… dolía.

Se había desplomado sobre el frío y húmedo suelo de piedra, le pesaban los brazos y las piernas, tenía el cuerpo completamente entumecido, y un velo de oscuridad cubría sus ojos de forma lenta y tortuosa.

Intentó resistirse, vencer la inconsciencia que amenazaba con poseer todo su ser. A duras penas, logró desplazar su temblorosa mano hasta el abdomen. Y entonces, pudo sentir la tibia sustancia de color carmín que se esparcía libremente hasta llegar al suelo.

Y nada más, todo se volvió negro, y el mundo desapareció.

 

***

 

- Sasu-chan – Susurró meloso al oído de su hermano menor mientras acariciaba su travieso flequillo negro.

El hecho de que continuase allí, aovillado ente un montón de mantas y con la persiana cerrada a cal y canto, le resultó sumamente extraño. Que él recordase, Sasuke jamás se había quedado dormido con anterioridad. Ni siquiera aprovechaba los fines de semana para prolongar su horario de sueño.

Y ya que tuvo ocasión -puesto que no creía que se le fuesen a presentar más oportunidades como esa en la vida-, decidió hacerle rabiar, sólo un poquito, por el mero placer de escuchar sus insultos y maldiciones de buena mañana.

- Mhh… ¿Pe…pero qué demonios? – Balbuceó con los ojos aún cerrados, repartiendo manotazos a derecha e izquierda sin orden ni concierto.

Juraría haber sentido una molesta respiración, y unas manos curiosas, demasiado cercanas para su gusto. Una vez se hubo acostumbrado al intenso fogonazo de luz, pudo vislumbrar la retorcida sonrisa causante de todo el revuelo.

- ¡Itachi! Serás... ¡Maldito cabrón!

Hizo gala de su amplio abanico de improperios mientras lanzaba cojines, almohadas, libros y cualquier cosa que quedase a su alcance en todas direcciones, demasiado torpe aún para pensar en afinar puntería.

Para cuando pudo espabilarse y ponerse en pie, dispuesto a dar más guerra, su hermano se había atrincherado en el cuarto de baño, consiguiendo con esto aumentar el enfado y el arrebato sádico del menor de los Uchiha, que no quedando conforme en absoluto, avanzó por el pasillo a trompicones, decidido a echar la puerta abajo si el canalla de Itachi no salía, preparado para sufrir las consecuencias de sus actos.

Porque nadie despierta a Sasuke el magnífico de esa guisa y vive para contarlo.

- Calma, calma… - Pidió Itachi sosegado. - Quería avisarte gentilmente de que ya no llegas a primera hora, idiota. No es culpa mía que despiertes siempre peor que un sonámbulo. – Dijo con sorna, elevando la voz por encima de los gritos histéricos del menor y los reiterados porrazos que recibía la puerta, que sin comerlo ni beberlo, había acabado pagando el pato.

- ¡Me cago en todo lo que se menea! – Miró con preocupación su inseparable reloj de muñeca. Y es que, si había algo que él odiara, era llegar tarde. Para su horror comprobó que, efectivamente, se le habían pegado las sabanas. - ¡¿No podías haberme dicho eso antes?! – Berreó mientras se alejaba corriendo por el pasillo hacia su habitación. – ¡Ya me las pagarás cuando vuelva!

Aún en el baño, Itachi estalló en un sinfín de sonoras carcajadas. Le encantaba. Sencillamente, le apasionaba causar esos berrinches matutinos. Bastaba eso para ir todo el día con una sonrisa de oreja a oreja. “Estúpido hermano menor…” pensó, “no habrá quién lo aguante el día que se eche novia”.

Patinó llevándose la alfombra, la mesita de noche y la silla del escritorio por delante mientras volaba de un lado a otro en su dormitorio. Seguía matando y ajusticiando mentalmente a Itachi, una y otra vez. Tendría que suplicar su perdón de rodillas y arrastrarse lastimeramente por el suelo hasta que quedase satisfecho, y luego, se encargaría de idear algún retorcido plan de venganza.

En menos que canta un gallo, se puso el uniforme de su instituto y colocó los libros de las respectivas asignaturas del día en su cartera negra, exceptuando, por supuesto, el de primera hora. Aún tenía veinticinco minutos para llegar, así que pudo permitirse pasar por el cuarto de baño, lavarse la cara, cepillarse los dientes y peinar su melena azabache, engominando cuidadosamente la parte de la nuca hacia arriba.

Atravesó la casa como un torbellino, fulminando con la mirada a Itachi cuando este asomó por la puerta de la cocina.

- Para el carro, forastero. – Dijo con tono grave, sujetando el cuello de la camisa de Sasuke. – Bueno… no es costumbre, pero ya que no has podido desayunar… te he preparado el almuerzo. - Concluyó, desviando la vista hacia ningún punto en concreto y entregándole una cajita redonda azul marino.

- Esto… g-gracias. - Fue la escueta respuesta del menor, que recogió su refrigerio y volvió a salir disparado.

Itachi sonrió inconsciente. Era muy difícil conseguir que el terco de su hermano agradeciese algo, y ese día, con creces, se archivó el merecido logro. Después de todo, su relación se había basado en un desconcertante y complicado amor-odio desde que la memoria le alcanzaba a recordar; se querían, sí, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a admitirlo abiertamente, y sólo daban señales de ello de vez en cuando… muy de vez en cuando.

Tras bajar una pequeña escalera de mármol, llegó al garaje de la casa. Sobraba decir que su familia contaba con una gran suma de dinero, y esto se podía apreciar en la mansión de la que disponían, la suculenta y extensa gama de vehículos que ahí mismo se exhibían, el vestuario, los lujos, los modernos aparatos de alta tecnología… En definitiva, un mundo de facilidades económicas al alcance de muy pocos.

Para ese día, iba a necesitar un medio ágil y rápido, así que se decantó por una moto; una grande, imponente, con un toque de elegancia impregnado en su color gris perla. Su favorita.

Emitiendo un estruendoso rugido, el motor de puso en marcha. Miró con desdén el casco plateado que, por normas viales, debía ponerse. Mala suerte no haber caído en ese detalle antes de esmerarse tanto con su peinado. Chasqueó la lengua. Con suerte, el gel de fijación extra-fuerte cumpliría su función, y sin problemas.Pisó el acelerador y el humo comenzó a salir del tubo de escape. Diez minutos más, y tampoco llegaría a segunda hora.

Atravesó las atestadas calles de la gran ciudad entre peligrosos acelerones y adelantamientos temerarios, hasta que un desconsiderado semáforo decidió ponerse en rojo, cortándole el paso. Fue entonces cuando tuvo tiempo suficiente para que ideas y pensamientos fluyeran a una velocidad vertiginosa por su mente, y toda actividad cerebral se paró en uno solo: otra vez esa pesadilla, ese sueño en el que por causas desconocidas perdía el conocimiento de forma lenta y agónica. Llevaba meses con la misma película, noche sí y noche también, y aún no sabía exactamente qué significado tenía que darle.

Algo le advertía de que su vida iba a dar un giro de 180 grados. Quiso ir un paso por delante del propio destino, pero desistió, aquello no tenía ni pies ni cabeza. Lo único posible era dejar que todo siguiera su curso, y ya se vería después qué hacer, cuando las cosas sucediesen y no fuese caminando a tientas por una habitación oscura y desconocida.

Semáforo en verde. Para su alivio, pudo reanudar la frenética carrera por llegar a tiempo a clase de matemáticas. Tanto darle vueltas a aquél sinsentido le había producido un terrible dolor de cabeza. Tenía cosas mucho más importantes de las que preocuparse que un estúpido sueño, porque al fin y al cabo, eso es lo que era, un sueño.

Aparcó su moto frente a la fachada principal del instituto Yamasa; un bonito y engalanado complejo de edificios de un blanco inmaculado, con puertas y ventanas negro carbón. Atravesó la puerta, agradeciendo que no estuviera cerrada. Tener que dar explicaciones a Tsunade-sama, la directora del centro, y lidiar con su famoso y temido mal genio no era algo apetecible precisamente.

Los pasillos estaban desiertos, a falta de escasos minutos para que sonara el timbre. Se detuvo junto a la puerta de su clase y se apoyo contra la pared. Sonrió al darse cuenta de que su pelo seguía en perfecto estado, muy típico en él. Y al fin, aquel tedioso chirrido interrumpió la paz del ambiente, seguido del abrir y cerrar puertas y el despliegue de adolescentes en todas direcciones. Sí, aquello era vida…

La primera persona que salió de su aula fue Shikamaru, que para no dejar costumbres y hábitos a un lado, bostezaba repetidas veces con gesto distraído. Le seguía el revoltoso de Kiba, un chaval demasiado despierto y escandaloso para su gusto, y así, hasta contar cerca de veinte.

El último en salir fue aquel chico rubio, Uzumaki, creía recordar. Y si Inuzuka era chillón en exceso, este lo era mucho más. Le disgustaba ese tipo de gente que siempre necesitaba ir llamando la atención del resto. Individuos en cuyo diccionario particular no existían el término discreción y sus distintas acepciones, demasiado provocativos y despreocupados.

- Buenos días, Sasuke-kun – Canturreó una voz femenina a sus espaldas. Se giró con parsimonia, para comprobar horrorizado, que se trataba de la persona que menos deseaba ver en ese momento: Haruno Sakura.

Sakura era hija del más importante socio y cooperador que tenía la empresa su padre, por lo que había recibido órdenes estrictas y explícitas de guardar las formas con ella, cosa que resultaría bastante más fácil si no fuese una plasta e insoportable niñata mimada y consentida que parecía esforzarse en hacerle la vida imposible, aturdiéndolo con su tortuoso timbre y siguiéndolo a cualquier parte, cual perrito faldero. De todas las admiradoras con las que contaba, esta era sin lugar a dudas la peor.

- Buenos días. - Susurró a su pesar.

Si había algo que realmente odiara de ella y que le sacara de sus casillas era que no se daba cuenta, o no quería darse cuenta, de que cuando una persona le contestaba por mero compromiso, significaba que quería tenerla lo más lejos posible. En el mismísimo infierno, si no era mucho pedir.

- No has aparecido a primera hora. – Sasuke se negó a contestarle. Decidió hacerse el sueco, mirando abstraído a través del gran ventanal al otro lado del pasillo. Pero la chica insistió. - ¿Qué te pasó?

- Tuve un percance… - Escupió, sílaba tras sílaba mientras se alejaba. Si ella no pensaba cerrar el pico y dejarle tranquilo, sería él el que pondría tierra de por medio, tal y como siempre se veía obligado a hacer.

Caminó varios metros, perdiéndose entre la multitud, y sólo se detuvo cuando una conversación en concreto llamó su atención, escuchándose por encima de las risas y el jolgorio del resto de la muchedumbre. Aquel chico rubio, Uzumaki, agarraba de la camisa a una de las chicas de su curso, también rubia, con ojos azules opacos, sin ningún tipo de gracia, y una coleta alta y muy larga.

- Ino, tengamos una cita. – Decía con aires de Don Juan mal logrados. Nada que ver con él, el rey de la seducción.

Por suerte o por desgracia, aún no había tenido oportunidad de poner sus dotes en práctica, ya que todas las muchachas allí eran sumamente ordinarias, con sus fervientes y alocadas hormonas, siempre preocupadas por gustar a algún chico, por su maquillaje o por ser populares… una total pérdida de tiempo.

- ¡Narutoo! Te he dicho una y mil veces que no pienso tener una cita contigo – Gritó la chica, puño en ristre, dispuesta a estampárselo en la cara.

- Pero, ¡¿por qué?! – Dramatizó sin soltar la camisa de la rubia. Aquello sí que resultaba patético.

No tardó en aparecer por allí Yamato, el profesor de matemáticas, con su extravagante careto de pez. Siguiendo la rutina de siempre, pasó lista, preguntó por los ejercicios del día anterior, y una vez corregidos estos, continuó explicando materia. Los logaritmos era algo que tenía completamente superado desde hacía, por lo menos, dos años. No obstante, parecía ser el único, ya que un incesante barullo de quejas se escuchaba por toda la clase. Perfecto, podría permitirse el lujo de distraerse y no prestar atención alguna.

- Uzumaki Naruto, salga a la pizarra a corregir el ejercicio número dos de la página setenta y ocho. – Le llegó la voz grave y rasposa del profesor. Escasos segundos después, un casi silencioso quejido por parte del rubio. Levantó la vista de su pupitre para clavar toda la intensidad de su mirada sobre el chico, que caminaba por el pasillo como si de la milla verde se tratara.

Le resultó tremendamente divertido observar cómo fruncía el ceño desesperado y cómo incluso minúsculas gotas de sudor frío se acumulaban en sus sienes, a la par que rellenaba la pizarra con auténticas idioteces. Tras ocho exasperantes minutos, que al rubio le supusieron una eternidad, Yamato acabó perdiendo la paciencia y lo mandó sentar.

El tal Naruto no sólo era un escandaloso y un cero a la izquierda en lo que a tácticas de ligue respectaba. También era un completo inútil en el área de las matemáticas, y Dios sabe en qué más…

Tenía aspecto aniñado e inmaduro; pelo dorado, bastante revuelto; tres curiosas marcas surcando cada uno de sus mofletes, semejantes a los bigotes de un zorro o de un gatp; ojos de un azul profundo y cristalino, nada que ver con los de la pechugona de Ino; piel bronceada y luminosa; complexión delgada, no era extremadamente enclenque pero su estrecha cintura le dotaba de un ligero toque femenino. En definitiva, un curioso personaje.

No supo exactamente porqué, pero no pudo evitar sentir cierta aversión hacia aquel espécimen. Tenía toda la pinta de ser una de esas personas que debes mantener fuera de tu vida, a no ser que quieras que esta se convierta en un completo caos. A pesar de que se dijese que los polos opuestos se atraen, le desquiciaba en demasía que fuese armando bullicio donde quiera que se encontrase, su actitud desconcertante y alborozada.

Con aprensión, se percató de que, su más interno subconsciente le había hecho girar su silla para poder mirar a Uzumaki, y que este, a su vez, también le miraba, traspasándole con la pureza de sus zafiros.

Anonadado, volvió a enderezarse, reprochándose por haberse dejado guiar de aquella manera. Definitivamente, debía mantener a Naruto fuera de su vida.

 

Las clases de esa mañana se sucedieron sin más percances. No volvió a mirar, ni siquiera de forma fugaz, al rubio, sintiéndose plenamente orgulloso por ello. Se deshizo de Sakura alegando que no tenía un buen día y que no quería hablar con nadie. Después de varios intentos, logró que se disipase y no volviese a importunarle, al menos, hasta el día siguiente.

Pasó el tiempo del recreo en el lugar de siempre, solo y en paz, dedicando unos minutos al almuerzo que su adorado hermano le había preparado, en un infructuoso intento de conseguir su perdón, supuso.

Cuando llegó a casa, estacionó su moto en el garaje, y subió pesadamente la escalera; no se oía a nadie. Entró en la cocina, encontrando una nota con la pulcra y cuidada caligrafía de Itachi.

 

Querido Sasuke (nótese el sarcasmo)

Hoy no llegaré a casa hasta tarde, cosas del curro…

Confío en que puedas alimentarte tú solito sin montar

un zafarrancho.

Y te lo advierto… como no esté todo en perfecto

orden cuando llegue, te pondré los huevos de

corbata, ¡¡¿¿entiendes??!! ¬¬

Itachi.

 

Soltó un leve bufido. Iluso el pobre de su hermano si esperaba que lo echase de menos. Mucho mejor si se retrasaba, así no tendría que contemplar su facha de mono estreñido hasta la noche. Sobraba decir que no estaba de muy buen humor, y que tener a su hermano mayor danzando por toda la casa no ayudaría a mejorarlo.

Dejó la cartera sobre su cama y cambió el pantalón negro del instituto por el del pijama, infinitamente más cómodo. Se acercó a la mesa y cogió su teléfono móvil. Cinco llamadas perdidas, todas y cada una de ellas de Sakura. Imaginó que le habría llamado preocupada para ver porqué no había asistido a clase. Bendita la hora en la que se le ocurrió dejar el móvil en modo silencioso. Lo último que le faltaba era despertar con la inaguantable voz de aquella chica. Prefería los susurros y los arrumacos de Itachi antes que eso.

No tenía deberes que hacer, puesto que aprovechaba las horas de instituto, a falta de algo mejor con lo que entretenerse, para adelantar ejercicios y dedicarse a cosas más productivas por las tardes. Tras saciar el apetito de su estómago con lo primero que pilló por la cocina, se decidió por un paseo. Le vendría bien dejar que el aire frío del otoño acariciase su piel y le despejase la mente, intentando evadir pensamientos relacionados con pesadillas, payasos o pelirrosas obsesionadas con su persona.

Y así fue. Consiguió escabullirse de la realidad, mientras deambulaba por las vacías calles de su barrio, contemplando las rojizas hojas que abandonaban sus ramas, mecidas por el viento.

Desgraciadamente, ni siquiera en esas ocasiones, la calma dura para siempre. Iba caminando, a su ritmo, sin ningún tipo de prisa, quizás demasiado distraído, cuando el destino quiso que se diese de narices contra algo, yendo a parar al suelo. Aún aturdido, levantó la vista dispuesto a montar la de San Quintín allí mismo.

Cuál no fue su sorpresa al descubrir de qué se trataba. A pocos centímetros enfrente de él, se encontraba un chico en sus mismas condiciones, con la diferencia de haber corrido menor fortuna, ya que las bolsas que sujetaba habían salido disparadas, esparciendo por completo su contenido aquí y allá. Innegablemente, la peor parte se la habían llevado unos desventurados tarros de mermelada que, tras estrellarse contra el poste de una farola cercana, habían quedado reducidos a un montón de pedacitos de cristal.

Lo más gracioso de aquel asunto no fue haber acabado de culo en el suelo, como tampoco lo fue el hecho de chocarse contra alguien en la calle, ni mucho menos, presenciar cómo una horda de frutas, hortalizas y demás comestibles volaba por los aires a causa del impacto. Nada de eso… la clave del asunto fue el quién.

No le hizo falta rebuscar demasiada información en su cerebro para dar con la identidad del muchacho frente a él. Rubio, ojos azules, sumamente despistado, marcas en las mejillas, piel morena… se trataba de Naruto Uzumaki, aquel chico revoltoso e insoportable de su clase. Justo aquel al que quería tener bien lejos.

- A ver si intentas prestar un poquito más de atención y no ir atropellando a la gente, idiota. – Espetó con toda la rabia y la frialdad que fue capaz de transmitir a su voz. Acto seguido, se incorporó valiéndose de ágiles movimientos y le dio la espalda, dispuesto a salir por patas de allí.

- ¡Cabrón! – Gritó el otro sacudiendo una patada al empedrado de la calle, cual niño de cinco años. – No fue culpa mía, ¡eres tú el que iba pensando en las musarañas! – Continuó, aún más enfadado al ver que el moreno le ignoraba y comenzaba a alejarse, dejándolo tirado en el suelo. – Al menos podrías tener un mínimo de educación y ayudarme a recoger todo esto. – Bramó indignado, señalando las bolsas de la compra.

Ciertamente, el chico tenía su parte de razón, aunque no fuese a pedir perdón, ni mucho menos, a admitir que la culpa podría haber sido suya. Volvió a darse la vuelta. Naruto estaba de espaldas, recogiendo los diversos productos y metiéndolos de nuevo en las bolsas color marrón. La gente que por allí caminaba, había centrado su atención en los dos chicos, buscando respuestas a semejante alboroto. Sasuke, resignado, se agachó para ayudarlo, deseando salir de allí lo antes posible, no fuese a ser que al rubio le diese por empezar a gritar otra vez.

Naruto alzó la mirada sorprendido. No había pensado, ni siquiera remotamente, que aquel muchacho arrogante y engreído se decantase por echarle una mano. Entonces, dibujó una sonrisa, una sonrisa sincera y luminosa, que el moreno no se molestó en responder.

Bastó un segundo, una mirada, para encajar las piezas que allí faltaban, y como si de un flash se tratase, le vino a la cabeza algo que debía haber obviado de sobra a esas alturas.

- Tú… tú eres… Sasuke Uchiha. - Pronunció a cámara lenta, necesitando algo más de tiempo para asimilarlo. La expresión en el rostro del mayor no cambió un ápice, asintió pesadamente con la cabeza mientras continuaba su tarea de recoger el estropicio.

- Pues sí que te ha costado. - Dijo al fin, intentando que aquel chico comprendiera que en su opinión era tonto, tonto de remate. Se veían todos los días en el instituto, y a no ser que necesitase gafas para una óptima visión, había tardado demasiado en reconocerle.

En todos los años que llevaban asistiendo a la misma clase, esa fue la primera vez que intercambiaron palabras, y esperaba con ahínco, que fuese también la última. Como se había repetido incontables veces esa misma mañana, debía mantenerse alejado de Uzumaki, por el bien de la humanidad. Ninguno de los dos añadió nada más; Naruto se despidió de él agitando la mano y Sasuke, simplemente desapareció de su vista, sin mirarlo siquiera.

No fue más que un accidente, uno de esos que tienen lugar todos los días. Por mero capricho de su suerte le había tocado a él y no pasaba nada, ¿verdad? El asunto había quedado zanjado y no existía razón alguna para darle más vueltas, sólo debía olvidar, y punto. En compañía de estos pensamientos regresó a casa, más agotado de lo habitual. Ese Naruto a parte de ser un histérico empedernido, absorbía sus energías y lo dejaba para el arrastre.

Tal y como esperaba, Itachi aún no había llegado a casa, lo cual le dio tiempo para tomar un relajante y revitalizante baño caliente. Esperó tener más suerte esta vez, y lograr que las volutas de vapor que escapaban de la superficie del agua se llevasen consigo todas sus preocupaciones.

Notas finales:

Hasta aquí llega este capítulo.


De verdad, espero que a alguien le haya gustado, me costó lo mío decidirme a subir este primer fic, tras muchos intententos que no llegaron a ningún sitio.


En fin, estoy dispuesta a recibir tomatazos, consejos, amenazas y mucho más en un review ^^


Muchas gracias a los que leáis y hasta el próximoo.


Nos vemos :D


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