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Mundo de Medianoche por malchan

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Notas del fanfic:

Nueva historia! Ojalá les guste y la reciban con cariño.

Por la fantasía y el yaoi.

 

Notas del capitulo:

Recuerden que sus comentarios alimentan a mis musas!

 

La luna iluminaba aquella estancia con toda la fuerza de su palidez.
Los lánguidos y largos pasillos hechos con ópalo eran suavizados por pesadas y suntuosas telas. Si, eran fríos por la noche que gobernaba en el palacio, pero en este instante, aquella habitación se hacía más cálida a medida que la melodía de cuerdas se apoderaba del espacio.
La ejecutante era una grácil hada de largos cabellos que con sus finos dedos tensaba y liberaba las cuerdas de su arpa de plata.
Había una belleza obscura en ella, una hermosura frágil que parecía pedir auxilio, tan efímera y vulnerable.
Su silueta contrastaba con el par de cascadas que descendían incesantemente hacia el valle, ahí, desde el castillo real erigido prácticamente en el punto más alto de las montañas.
El joven príncipe estaba recostado en el piso, su cabello lacio del color de la luna se extendía por el largo tapete negro que era su lecho, en el que descansaba aletargado por la suave música.
La frialdad lo entumecía como siempre así que su única utilidad consistía en servirle de público a su hermana, la reina Attanis.
Sabía que ella estaba triste, su música así lo susurraba, pero aunque ella no tocara, él lo sabría de cualquier modo, así había sido durante los últimos 100 años.
El elfo cerró sus ojos, deseando por un instante que todo fuera como en el pasado que vagamente recordaba, aquel en que eran libres.
Aquel sonido era el triste lamento de la Reina, era una canción dedicada a él, la única manera en la que ella externaba lo que sentía, un secreto entre los dos.
La celeridad en sus dedos fue muriendo y su espectador supo que ella iba a terminar pronto, así que se giró sobre su costado para mirarla.
Su piel blanca brillaba con la luz nocturna mientras en el fondo la cascada se comunicaba mezclándose con los sonidos nacientes del arpa. Su mirada baja se alzó un segundo revelando sus ojos azules pero éstos no veían a nada, ya no reflejaban nada.
Y suavemente la música murió.
Ella quedó inmóvil como si no deseara separarse del enorme instrumento postrado junto al balcón, pero finalmente bajó sus delgados brazos.
Su voz, carente de sentimiento aguijoneó al silencio.
- ¿Qué te parece, Ailén? La he compuesto para ti.
- ¿Cómo se llama?- preguntó el duende dedicándole una ligera sonrisa.
- El sonido de los sueños. Pienso tocarla hasta que forme parte de ti, para que nunca
  olvides soñar- lentamente, como si constara trabajo, se dirigió a la puerta- es fácil
  perderse en la obscuridad, sobre todo si ésta te inunda desde hace tantos años.
  Es tarde, es hora de volver con el rey.
- ¡No, no te vayas! Attanis, dijiste que traerías el arpa aquí para venir y tocar por las
  noches a mi habitación, por favor… sólo quédate un poco más.
Ella detuvo poco a poco su marcha, y girándose hacia su hermano dejó escapar un quedo suspiro.
Y cuando lo tuvo enfrente, Attanis se arrodilló para llegar hasta él, besando tiernamente su frente.
- No hay nada que hacer, lo sabes. Éste es nuestro destino.
Y el joven príncipe apretó los dientes para no repelar.
“¿Por qué?” pensó “¿Por qué esta maldición tiene que ser nuestro destino?”
- Descansa, hermano. Te veré mañana, dedícate a los sueños ahora.
Ailén bajó la mirada, inundado por una decepcionante molestia.
Y cuando Attanis cruzó el portal, algo se escurrió entre sus pies, entrando en la habitación animadamente.
Era un pequeño animal de pelaje color azul con largos bigotes felinos que llegó hasta el príncipe y se acomodó rápidamente en sus brazos, dichoso de verle, moviendo su esponjada cola.
Ailén, un poco sorprendido, le acarició la cabeza.
- Dioses Uggi, ¿dónde te habías metido?
En aquel abrazo percibió algo duro, un objeto enganchado a su collar.
Sus dedos lo tomaron, era una insignia de metal.
¿Alguien le había puesto eso a su mascota?
Quizá alguien lo había encontrado y creyéndolo sin dueño, había colgado de él el símbolo de su familia.
Parecía ser de oro blanco, ¿acaso algún noble?
Si, definitivamente había visto ese símbolo antes. Ya resolvería el misterio al día siguiente.
Mientras tanto, el cuerpo de Uggi lo había contagiado con su tibieza, adormeciéndolo, así que el príncipe cerró sus ojos permitiéndose que el sopor lo transportase lejos.
Llegaba la hora de los sueños, tal como decía Attanis.
Y desde hacía tiempo, eso era algo así como su hora favorita.
Ansiaba sumergirse en sus sueños, pues siempre la veía en ellos, aquella joven… de labios rojos, brillantes ojos y cabello negro, tan hermosa que lo inquietaba, tan fuerte que lo embelezaba.
Ella… ¿acaso era real?

 

-     -     -     -     -     -     -    -


“Luthien” susurró la voz de su amada.
“Cuando nada quede, cuando el final nos alcance… tu recuerdo será el que me dé la
fuerza" decía aquella hada contra su pecho, su olor lo reconfortaba, era tan delicioso
que le debilitaba las piernas, su largo cabello negro caía como un manto sobre sus
níveos hombros y en otras circunstancias sabía que su cercanía le hubiese dado paz,
pero no con aquellas palabras.

Aquel que la abrazaba la cubría con las amplias manga de su túnica blanca, protegiéndola del bosque frío y húmedo, sintiendo en sus dedos la suave y delgada tela que apenas si cubría el cuerpo de aquella vestal.
“Ellebrian… no hay que temer, debemos creer en nuestro destino. ¿Acaso no lo vio
Lessa en las estrellas? No hay adversidad que pueda separarnos, luz u obscuridad que
nos cegue. Ahora somos uno”.
Ella soltó un sollozo que le hizo sentir profundamente culpable.
Ellebrian había renunciado a todo a cambio de una promesa y el precio por aquella unión estaba marcado por la fatalidad desde el inicio.
“Pero Luthien, ¿cómo puedes ver luz entre tanta obscuridad? ¿Cómo estar segura de que la maldad no nos está devorando ahora mismo?”
Él apretó sus dientes, abrazándola con fuerza.
No, no iba a perderla. ¡No iba a permitirlo!
“¡No! ¡No dejaré que te lleven! ¡El bien y el mal no existen!
¡¡El bien y el mal no existen!!”

 

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Uggi le lamía el rostro, intentando despertarlo y Ailén quitó la cara regresando poco a poco. La noche, como siempre, continuaba tragándoselo todo.
Evocó aquel rostro que había visto en sueños, luchando por mantenerlo en sus recuerdos y no dejarlo diluirse.
Ellebrian…
Era tan real, su amor, su angustia…
No podía tratarse sólo de un sueño, aquella hada no podía ser producto de su imaginación.
Tan real... tan real que… sentía como la amaba.
Tocó su pecho, casi podría sentir la calidez de aquella hada en él, se sentía abrazándola.
Suspiró, dejándose caer nuevamente en su lecho.
¿Quién era esa joven que hacía latir su corazón tan rápido?
Su pecho dolía siempre al despertar.
Luthien y Ellebrian.
Alguna vez le había dicho a su hermana sobre todo eso, y su respuesta había sido una amarga sonrisa.
“Son tus ilusiones, tus anhelos. Y aunque no es real, me alegra que lo sueñes, Ailén pues significa que aún hay luz en tu corazón”.
El príncipe sacudió su cabeza, sintiendo una oleada de frío golpear su cuerpo, Uggi se hizo a un lado, permitiéndose levantarse.
¿Cuántas horas habían pasado?
Aunque la noche reinara eternamente sobre el mundo desde hacía tanto, aún le era difícil calcular el paso de las horas.
- Príncipe, es tiempo de despertar- dijo su sirviente, un amable elfo entrado en siglos
  llamado Ntit al tiempo que entraba en su habitación con una sonrisa, dejando a su lado
  una lámpara de aceite.
La mustia luz de la vela le daba a su alrededor un débil halo de calidez.
Ailén se desperezó tallando sus ojos, pero su siervo lo detuvo, sujetándole las manos.
- No haga eso, va a lastimarse.
El joven elfo sonrió, negando con la cabeza.
- Creo que te preocupas demasiado por mí.
Uggi comenzó a gimotear, sintiéndose ignorado.
Ntir lo notó entonces y se dirigió a él, levantándolo.
- Mira quien volvió- susurró el sirviente con su voz ronca por la edad, con toda la dulzura
  que le caracterizaba- ¿te divertiste en tus aventuras?
- ¿Aventuras?
- Si… parece ser que se metió en problemas.
Lo hallaron deambulando cerca de la barrera.
Ailén tuvo que contenerse para no gritar su pregunta.
- Pero esa zona se encuentra fuera del área permitida.
Ntir sonrió repentinamente como quien tiene un secreto, las arrugas se marcaron alrededor de sus ojos y después se inclinó para susurrar algo en el oído del príncipe.
- Dicen que ha conseguido atravesarla.
- ¿Cómo?
Salir del perímetro era imposible, así había sido decretado después de la desaparición de varias personas, se decía que una negra neblina rodeaba el reino, formando una auténtica barrera.
Los ojos color turquesas de su Señor se habían abierto más.
- ¡Uggi! ¿Dónde has estado?
El pequeño azuloso se encogió sobre sí mismo apretándose contra el elfo que lo sostenía.
Sintió una extraña dureza en su piel y tras tocar su suave pelaje encontró lo que estaba fuera de su lugar.
Era verdad, esa insignia pendía de su collar, no podía haberse enganchado en él, alguien lo había puesto ahí.
Pero al ver que el criado se acercaba, continuó acariciándolo para evitar que el otro lo notase aunque sabía que Ntir conservaba sus secretos.
- Es un pequeño viajero- susurró su sirviente acariciándole el mentón, a lo que Uggi
  cerró sus ojos picadamente emitiendo algo parecido a un ronroneo.
¿Qué significaba eso?
Pronto el duende de cabellos blancos se encontró sumido en sus pensamientos, en algún lugar profundo y triste.
Él era un prisionero ahí, todo ahí lo eran, sólo pensar que Uggi hubiera salido era algo tan absurdo, quizá ese medallón provenía de afuera, quizá… salir era posible.
Hacía años había dejado ir aquella idea, Attanis misma le había rogado que jamás intentara huir y las amenazas del rey Daeron al respecto de su incierto futuro tras la niebla lo hacían temer.
Pero… si fuese posible, ¿qué existiría más allá de la negrura?
¿Un día soleado? ¿Campos de un verde brillante?
- Lo olvidaba- dijo de pronto Ntir, haciéndolo volver de sus fantasías al tiempo que
  dejaba a la mascota para recoger la bandeja que había dejado en la mesa de la entrada-
  príncipe, ha pasado la noche en el suelo como siempre, por lo que su cuerpo debe
  haberse enfriado, le he traído un poco de néctar, está tibio.
Pero el rostro del joven había perdido su brillo, entristeciendo también a su sirviente.
Sin decir una palabra más, Ntir lo miró alejarse hacia la terraza con un aire de desolación.
Aunque fuera el príncipe, a veces lucía tan frágil.
Era tan joven y estaba tan aislado de todo.
Tenía en su rostro a su joven hijo, fallecido hacía mucho.
Ailén cerró sus ojos, intentando recordar su sueño, pero éste, como siempre se hacía más vago con cada segundo transcurrido.
Rápidamente olvidaría el rostro de la hermosa Ellebrian y tendría que aguardar a sus sueños para poder verla de nuevo, aquella era una frustración a la que se enfrentaba todos los días.
Las cascadas a lo lejos susurraban algo que era incapaz de comprender.
- Su majestad- susurró Ntir tras él- el rey me ha pedido que le recuerde la importancia de
  sus clases. Se ha enterado que no acudió a su cita con su tutor ayer.
- Buscaba a Uggi.
- Señor Ailén…
Ntir sabía que mentía, o por lo menos, que aquella era una verdad a medias.
Era cierto que había estado deambulando por el castillo en busca de Uggi, pero también era cierto que sus pasos lo habían conducido a la gran biblioteca, que había entrado a escondidas y hurgado en los libros, que continuaba buscando la verdad que parecía ocultarse de él.
Y aunque Ntir no sabía exactamente lo que había ocurrido, era obvio que lo sospechaba y mantenía silencio para no meterlo en problemas.
Y su sirviente miró a su señor enmudecer una vez más, contemplando como su pesar se extendía sobre él como una segunda piel.
Sabía que esas paredes lo encerraban, lo sofocaban.
Sintiéndose un intruso, salió silenciosamente del recinto.
Ailén continuaba inmóvil, recibiendo en su piel la humedad de la cascada.
Las pequeñas gotas volaban en la brisa. Si la luz existiese aún, un arcoiris lo adornaría.
Esas tierras… estaban malditas.
Quizá Attanis tenía razón, quizá ese sueño, quizá esa hada no fuera más que un símbolo de su libertad mutilada, su deseo de hallar al amor más allá de aquella prisión.
Y aquel anhelo era tan poderoso…
Se abrazó a sí mismo, comprendiendo que la posibilidad de amar con esa intensidad quizá no existiese para él.
Que nunca saldría de aquel presidio.
Cerró sus ojos con fuerza, permitiendo que una amarga lágrima escapara de sí.
Después de todo… ¿qué le hacía pensar que merecía ser amado?

 

Continuará...


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