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Tierra. por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Aqui esta la tercera entrega de mi coleccion de elementos. Las anteriores, Nieve y Viento las pueden consultar a partir de mi perfil.

Esta vez le toca a la tierra y a todo lo que ella conlleva: placeres terrenales, fertilidad (no solo en el sentido reproductivo), dureza petrea...

El escenario es Arabia (¿donde mas?) y la epoca el mil quinientos y poquitos: la fecha exacta ya aparecera en el fic. Èste se compondra de dos o tres capitulos (como Viento) y tendra lemon.

Notas del capitulo:

Los efebos eran los prostitutos: asi se los conocia en el mundo islamico.

Espero que la ubicacion temporal haya quedado bien pues es muy diferente manejar un contexto historico en un universo no-occidental por diversas causas que son muy largas de explicar aqui.

Ahora si, ¡a leer!

 

Tierra

La luna, muy ancha y oscilante, como si fuera a desvanecerse, se levantaba por el oriente, como surgida de las dunas. Las olas de arena reflejaban los rayos del sol del mismo modo en que lo hacia la pálida compañera de la noche.

Aún era de día pero la luna ya había salido, se levantaba unos veinte grados con respecto al horizonte, calculó el matemático que existía dentro de Fâdel. También calculó la temperatura del ambiente basándose en las ondas de distorsión que movían la imagen de la luna, producto del aire sobrecalentado por la tierra.

Tierra, tierra: era cuanto había por donde mirase. Incluso a sus espaldas había dejado de adivinarse la delgada línea que hacia el mar al quedar en el horizonte. Atrás había quedado su hermosa isla de Bahrèin, la de los dos mares, y ahora se adentraba mas y mas en el continente de polvo, en la seca Qatar.

Debía llegar a Al Khawr con el mensaje de su emir, y entregárselo en mano al emir de Qatar: un asunto de vida o muerte, le había dicho Omar Al Rashid, el descendiente del Profeta al poner el pergamino enrollado en sus manos, sellado a la cera con su anillo.

Fâdel era el mejor de los hombres del emir Al Rashid: flaco, seco, callado. Su piel morena estaba curtida por los rayos del sol, y lucia varonil a pesar de no tener esos arrogantes bigotes que los infieles portugueses habían puesto de moda. Fâdel tenia los ojos negros y duros: mas que una ventana eran un escudo entre el y todo sobre la tierra.

Un silbido lo hizo volverse a su derecha, temiendo encontrar las fatales joyas que son los ojos de una víbora. Pero lo que vio fue un remolino de tierra, que avanzaba cónico girando sobre su eje allá en la distancia. Fâdel se volvió prudente hacia la Meca, e hizo oídos sordos al seductor murmullo de Iblis, el que llama a los viajeros desde los tornados del desierto.

La luna ascendía en el cielo, pero el sol todavía estaba en alto, abrasando las requemadas arenas del desierto y a los infelices que sobre ellas debían andar, infelices entre los cuales Fâdel se contaba. Sentía la lengua hinchada y la sed era torturante, pero si quería salir vivo de ese mar de arena debía reservar el agua para Negro, su corcel, el de gráciles patas y pequeña cabeza.

Animal y humano parecían deslizar, navegar sobre olas de suave arena en una suerte de mar de tierra, un mar monótono e interminable de color castaño claro, casi amarillo, que despedía ondas de calor que amenazaban con freír su cerebro, si es que no lo estaban friendo ya.

Al frente acababan de aparecer los verdores de unas palmeras, y entre los refrescantes tonos de la vegetación el reflejo azul del agua y los geométricos ángulos y arcos de una casa, pintada de blanco.

Fâdel parpadeó y se aflojó el turbante: aquello era un espejismo, una alucinación mortal del desierto... Estaba en línea recta hacia delante, y a cada galope que daba Negro estaba mas cerca.

El sol declinaba cuando el oasis estaba lo bastante cerca como para poder olerlo. Fâdel se desmayó de calor sobre los lomos de su corcel y este lo llevo hasta la frescura salvadora, galopando hasta meterse en las aguas frescas y reconfortantes, sin beber, en su sabiduría de bruto, y dando un susto de muerte a los criados de la casa, que, concluido el día, comenzaban las labores de la noche.

                                        فاديل

 

Los ojos dulces, como de gacela, de Siraj acariciaron el rostro bronceado del hombre tendido sobre su lecho. Le había quitado las ropas mojadas para evitarle una enfermedad de los pulmones y lo había recostado sobre sus cojines, en el interior de su habitación. Sus manos suaves, y de largos dedos, como si de pequeñas arañas se tratase arrastraban paños húmedos sobre la frente y el pecho del hombre inconsciente. Siraj lo miraba por entre sus largas pestañas de un modo por el cual muchos hombres habían pagado sin haberlo conseguido. Siraj lo miraba con ternura.

Cuando el corcel chapoteó en el ojo de agua, asustando a los criados Abdallas, el padrote salió profiriendo vivas voces, hablando sin cesar, dando ordenes contradictorias hasta que un palafrenero le presentó por la rienda a Negro y a su carga.

-¡Oh, Misericordioso! ¡Un muerto en nuestra casa!- se lamentó fingiendo rasgar sus vestiduras y echándose un poco de tierra en la cabeza en señal de pena.

Las odaliscas y los efebos ahogaron grititos, o los soltaron, imitando a su buen padrote. Solo Siraj, el consentido, se adelantó con la gracia y presteza de sus mozos años y cometiendo impureza tocó el cadáver... y descubrió que no era tal.

Abdallas, que ya hablaba de adoptar al magnifico corcel no recibió con alegría la noticia de que su dueño vivía, y menos cuando la flor mas hermosa de su jardín expresó su deseo de cuidarlo.

-¡¿Y quien va atender a los clientes, pequeño tontuelo si tu atiendes a este mendigo?!

Siraj se encogió de hombros dándole a entender que no le importaba y con trabajos desmonto al hombre y cayó con el al suelo. Era demasiado pesado para él, que era bajito. Trató de cargarlo, pero no pudo. ¡Por la hija del Profeta! ¿Quién hubiera pensado que los huesos pesaban tanto?

Abdallas hablaba de azotarlo, y de que lo haría si una buena zurra no desmejorara sus mórbidos encantos, y mandó a unas viejas alcahuetas a subir al enfermo a la habitación de Siraj, no fuera a ser que éste se lastimara arrastrando a ese rematado imbécil que se había aventurado a cabalgar de día cuando, como toda la gente razonable sabe, debe hacerse de noche, como todo en el desierto.

En el desierto se vive de noche, cuando la temperatura es agradable, y cuando enfría se usan las abigarradas ropas, que para eso están, pues es mas fácil quitarse el frio que el calor. De día, cuando hace tanto calor que hasta las víboras se entierran en sus agujeros se descansa, se duerme a la sombra en medio del sudor, y al llegar la noche se levanta. Así son los usos del desierto, que no son juiciosamente seguidos en la ciudad. Pero en la ciudad todos están locos, y eso todo el mundo lo sabe.

El humor de Abdallas mejoro cuando, al revisar las pertenencias del enfermo al poner a secar su ropa se encontró con una buena bolsa de dinero. Tiró la basura y extrajo tres brillantes soltaníes de oro, acuñados en Venecia,  por las molestias. Y no podría quejarse el bastardo, quienquiera que fuese, pues aquella noche su enfermero era Siraj, el de los ojos de gacela.

                                          سيراخ

-He muerto y estoy en el paraíso.- dijo Fâdel cuando, saliendo de su letargo vio inclinado sobre sí a una criatura de belleza extraordinaria.

Lo acarició con la mirada, deslizando sus pupilas sobre aquella piel tensa y perfecta  a la que la luz de la luna y la de las lámparas daba dos tonalidades: ocre y plata. Fue la ausencia de adornos lo que le indicó el sexo del ángel, pues sus cabellos, esa masa brillante, sedosa y perfumada tenían un largo indeterminado: tanto podían ser de hombre como de hembra.

-¿Pero cómo he merecido los cuidados de una huríe cuando no he muerto en batalla?-preguntó Fâdel, atreviéndose con sus miradas hasta el cuello desnudo del joven.

Siraj se sonrojó por la frase y se sonrojó mas cuando el hombre le rozó la mejilla con sus dedos.

-Calla, soldado, y repón tus fuerzas. - Siraj se cubrió púdicamente con un velo el cuello de las miradas atrevidas de Fâdel - No estas muerto, pero lo estarás si vuelves a ser tan imprudente como para atravesar el desierto durante el día. ¿De dónde vienes que así desconoces algo tan elemental?

-Vengo de la isla de Bahrèin, ángel, y no desconozco los usos del desierto. Hube de ignorarlos por la urgencia de mi misión. -Fâdel se incorporó y gimió, mas por el dolor de pensar ya en separarse de tan hermosa criatura que por el malestar físico.

-Debes reposar - Siraj uso un tono autoritario que Fâdel no habría esperado encontrar en una criatura así - toda la noche y también el día, pues no permitiré que seas lo bastante necio como para aventurarte a morir otra vez en el desierto.

La manita de uñas cortas y sin teñir se apoyó en el pecho firme y lampiño de Fâdel, obligándolo a recostarse. Fâdel miro a sus hermosos orbes, de un suave color castaño, tan dulces que se sentían aterciopelados. Y sin embargo, había firmeza también en aquellos ojos.

-Si no estoy en el paraíso, ¿en donde estoy?

Ya estaba. El hombre había hecho la pregunta que Siraj había estado temiendo. Ahora lo despreciaría, lo vería solamente como un objeto con que saciar su pasión, y por Alá que estaba harto de ello.

Siraj evitó la pregunta y la mirada de los ojos negros, y se inclinó hasta rozar el suelo con sus dedos, haciendo figuras sobre la fina capa de polvo que cubría los azulejos del piso.

-¿En donde estoy?- insistió Fâdel, acuciado por el sentido del deber. Necesitaba saber a que distancia se encontraba de  Al Khawr.

-En la Casa de los Placeres. - respondió Siraj, parándose y dándole la espalda- En el mejor burdel de Al Khawr.

-¡Cómo es eso! - exclamó Fâdel, incrédulo de haber alcanzado ya su destino. Pero el ángel lo tomó como la primera de las hirientes realidades a las que su condición de efebo lo enfrentaba.

-Así es.- respondió mirándolo con resolución, avanzando con paso decidido por la estancia encendiendo las lámparas y echando los perfumados granos de incienso sobre el brasero mientras continuaba hablando- La mejor casa de placer, la mas discreta, la de los mas hermosos efebos y las mas seductoras odaliscas.

Fâdel lo miraba hipnotizado, no tanto así por las palabras que escuchaba como por el modo en que eran pronunciadas. El bello ángel parecía súbitamente encendido por una violenta pasión, y ello lo hacia aun mas atractivo.

Fâdel sintió que la fiebre volvía cuando contempló al bello ángel desvelarse, mostrar su cuello tentador, sacudir sus cabellos largos y brillantes, la cualidad más atractiva de una mujer, o de su sustituto. La bata que cubría el cuerpo del ángel se abrió y cayó al suelo revelando la desnudez, la piel suavemente morena que recibía dos tipos de reflejos; ocre y plata. La piel no estaba afeada por el más mínimo vello y a la vista era sedosa como la mas fina tela, como la mas exótica pluma.

El ángel avanzó hacia el, impúdico, grácil, con la naturalidad de un animal consciente de su belleza. Sus muslos eran como las columnas de un templo antiguo, y vaya si era antiguo y sagrado el altar al que conducían. Fâdel se había olvidado hasta de respirar y creyó que se olvidaría de hacer latir su corazón cuando el ángel le levantó el rostro por el mentón y le dijo:

-Yo soy Siraj, el de los ojos de gacela, y muchos  se han vuelto locos de amor por mí luego de probarme.

Fâdel no lo dudo ni un instante: él ya estaba loco de amor y ni siquiera lo había probado. Había enloquecido con el puro roce de sus cabellos sobre su rostro, con el aroma intoxicante que saturaba aquella habitación. Desvió un instante su mirada de los ojos castaños y la paseó asombrado por los finos tapetes que cubrían las ventanas, por las gruesas alfombras rojas y amarillas. Se preguntó si no estaría en un sueño, o en la cueva de algún genio. O en la trampa de un enemigo. Su señor tenia tantos, y por consiguiente el también, y todo era posible en un mundo en el que las tormentas eran de arena y en el que tras la lluvia la tierra mostraba su milagrosa fertilidad generando las mas hermosas flores del mundo.

-¡Mírame! - ordenó Siraj, interpretando la distracción del hombre con desinterés por un efebo. Se abrió de piernas y se sentó sobre su regazo- Mírame y dime tu nombre, pues deseo conocer el nombre del hombre al que voy a regalar mas de tres soltaníes de oro.

Fâdel se mostró asombrado, sin entender que aquel era el precio de Siraj. Mas lo obedeció; no se sentía capaz de contrariar a esa hermosa criatura.

-Fâdel, mi nombre es Fâdel.

-Prepárate a gozar la mejor noche de tu vida, Fâdel.- advirtió Siraj, embriagado por el dulce dolor de saberla la única. Ese hombre no volvería a el, no era un cliente.

Sus labios se posaron dolorosamente sobre los de Fâdel y lo besó con experiencia, con sentimiento. Sus manos retiraron la manta que cubriendo a Fâdel era el único obstáculo entre sus cuerpos desnudos. Sus miembros enhiestos se rozaron, se aplastaron entre sus vientres cuando sus dueños buscaron estrechar el contacto y la lengua de Siraj se introducía desvergonzada como una viborilla a plena luz del día en la boca de Fâdel, explorándosela, tomando el papel dominante, y aquello tenia absolutamente subyugado a Fâdel.

Se rindió a los amores de Siraj, se abandonó a sus deseos, entregándose por primera vez: siendo seducido en lugar de seducir y vaya si el cambio de rol lo complacía. En la escuela militar le habían enseñado a despreciar los placeres mundanos en espera de los celestiales, pero ahora que los probaba en su máxima expresión, con la lengua de Siraj en lo mas profundo de su garganta y su miembro hábilmente manipulado, pensó que tal vez fuera un ordinario, pero aquello era lo bastante bueno para él. No podía imaginar nada mejor que aquello, ni siquiera en el cielo con las huríes.

El efecto intoxicante del incienso se había diluido, pero el producido por Siraj crecía exponencialmente. Fâdel se dio plena cuenta de su propia simplicidad imaginativa cuando Siraj dejó de besarlo en la boca para besarlo en el miembro. Sus piernas temblaron, aquellas piernas que habían aguantado firmes apretando los costados de un caballo por horas y horas. Temblaban ahora, incontrolablemente, por causa de las cosas que Siraj hacia con su boquita. Si las mieles de sus besos eran las más dulces las mieles de lo que hacia ahora eran como vino aderezado con mirra: así de intenso y prohibido.

Siraj lamia y chupaba y en verdad lo disfrutaba: esta vez no eran movimientos mecánicos sino artísticos. Daba lo mejor de si en cada movimiento no por obligación sino por convicción. El miembro de Fâdel apenas le cabía en la boca y era duro y delicioso, sin feas venas que lo afeasen. ¡Y su sabor! Oh, su sabor, era mil veces mas exquisito que los dátiles y los frutos de las higueras. Siraj sabia que si deseaba sentirlo dentro de él debía dejar de chupar, pero no podía. Era demasiado agradable para dejar de hacerlo. Siraj, el controlado Siraj, perdió el control y chupo el miembro de su amante hasta sacarle la leche. La recibió toda en su boca y la saboreó, con cara de éxtasis, dejando escurrir algo por sus comisuras para frotárselo en el cuello.

Luego, bajo la mezcla de las dos luces contemplo a Fâdel. ¡Que hermoso era con su viril apostura! Aquellos músculos duros si bien no muy pronunciados; aquella carne firme al tacto, aquella piel carente de suavidad. Puso sus manos sobre sus muslos y las deslizo hacia arriba, deslizándose todo el hasta quedar montado sobre el jadeante pelinegro, meneando la cadera para restregarle su erección sobre el vientre mientras le murmuraba al oído:

-Y esta noche apenas comienza.

 

Continuarà...

 

Notas finales:

Actualizare lo mas pronto posible darlings ;)

Muchas gracias por leer y los comentarios son bienvenidos.


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