Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Secreto Revelado por Madame Poppoff

[Reviews - 18]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Su situación era curiosa.

Flotar en la nada, sin poder moverse, y aaún estar vivo sólo por la más ridícula de las suertes. Justo antes de la batalla había notado una ínfima fuga en su cabina, y pensando que esa preocupación minúscula podría afectar su concentración, se había aferrado a un paquete de supervivencia.

Y ahora, sólo por eso, tenía aire, agua y calor en medio de la nada. Tendría una agonía larga en vez de morir rápidamente.

Su suerte, obviamente, lo había abandonado.

Cuanto tiempo llevaba flotando?

Dos días, tres?

Las explosiones de seguro lo habían empujado tan lejos que ya nadie podría encontrarlo.

Abrió un ojo cansado, observando las estrellas.

- An… drómeda…- susurró determinando su posición. – Estoy perdido…

Obviamente, la ironía no se le escapaba aún en esos momentos. Había perdido a una Andrómeda y ahora perecería junto a la otra.

- En el fondo… - tosió, malgastando con ese gesto el poco aire que le quedaba. - …era el destino que estuviésemos juntos… amazona caprichosa.

Era imposible no recordar sus nervios, o su juventud, el día en que su padre le había llevado a la capital del reino Devereaux, uno de los vecinos pacíficos del reino Cinq, para conocer a su gobernante y a su familia.

Treize sabía perfectamente que la hija de aquella importante familia, la señorita Andrómede Mirabeau,  y él, habían sido comprometidos en matrimonio desde el nacimiento, y ese día en particular, sería el día en que vería a su futura esposa por primera vez.

- Recuerda, hijo, - comentó su padre mientras uno de los sirvientes del palacio los escoltaba frente al rey. – Las mujeres son como flores, tienes que ser cuidadoso y delicado con ellas para que florezcan a tu lado.

Treize asintió nervioso. Madeimoselle Andrómede no era cualquier florecita, ni mucho menos cualquier chica, era la mujer con la que iba a pasar el resto de su vida, le gustase o no.  Además el Reino Devereaux no tenía hijos varones, por lo que él, como el nuevo esposo de la princesa, sería quien se convirtiese en cabeza del ejército y protector del territorio.

Y toda esa cantidad de responsabilidades se agrupaban en ese intrínseco momento en que ambos novios se viesen.

Y, de ser una situación ideal, se gustasen.

Porque Treize se rehusaba terminantemente a tener un matrimonio como el de sus padres, el Conde y la Condesa, en que para el público eran una pareja ejemplar, pero en realidad dormían en habitaciones separadas de la mansión desde que el mismo Treize había sido concebido.

Uno de los jardineros le obsequió al joven Treize un ramo de flores amarillas en cuanto entraron al palacio, y el muchacho, de apenas 14 años, no se atrevió a preguntar porque unas flores tan simples que casi parecían hierbas, podría gustarle a la princesa.

- Ah! Conde Kushrenada! -  saludó alegremente el rey Mirabeau. – Y el pequeño Treize, ya es todo un hombre! He oído de tus hazañas en la academia militar, muchacho, debo decir que estoy muy impresionado.

- Gracias, su majestad, - respondió Treize avergonzado. Su padre, el Conde, puso una orgullosa mano en su hombro.

- Es un placer verlo de nuevo, su majestad, - saludó. – Y su alteza, la princesa?

El rey inmediatamente perdió el sonrosado color de sus mejillas. Treize supo entonces que algo estaba mal.

- Ahh, Andy debe estar por bajar, - explicó el Rey. – La pobrecita estaba tan nerviosa que no pudo dormir anoche.

- Pobre, - rió el Conde. – Este muchacho tampoco pudo pegar un ojo! Parece que están hechos le uno para el otro!

El rey rió nerviosamente.

- Por supuesto, querido amigo, por supuesto.

Por el rabillo del ojo, Treize pudo divisar como algunos sirvientes y guardias murmuraban entre sí frenéticamente y señalaban en distintas direcciones. Seguramente algo importante estaba ocurriendo que el Rey no quería que sus invitados averiguasen.

Le costó dos segundos adivinar que tenía que ver con la princesa y su aparente “falta de sueño”.

- Majestad! – llamó un sirviente desde la puerta. El Rey se excusó un momento de sus invitados y se acercó al hombre.

- No está en el bosque y los soldados tampoco saben si…

- Shhh! – interrumpió el rey. – Sigan buscando, no debe estar demasiado lejos, en cuanto sepan algo tráiganla al baño, aunque tengan que arrastrarla y asegúrense de que esta vez si use una maldita fal-

- PADRE! – llamó una voz.

El Rey palideció.

Los sirvientes corrieron a interceptar los pasos que se acercaban al salón.

 El Conde alzó una ceja, muerto de curiosidad.

Treize contuvo el aliento.

Un muchacho algo menor que Treize entró con estruendo, su ropa sucia  y gestos enérgicos indicaban, sin lugar a dudas, que era uno de los residentes del palacio.

Treize no recordaba que el Rey tuviese un hijo varón.

El muchacho sonrió ampliamente y se cruzó de brazos.

- Ya llegué, padre, - dijo. – Para que me querías en casa tan temprano?

El Rey se cubrió el rostro con las manos.

- Que le has hecho a tu cabeza, por el amor de Dios!

El muchacho se encogió de hombros.

- Me molestaba el pelo, me lo corté. No se ve mejor así? – preguntó con entusiasmo. El rey enrojeció de ira.

- Andrómede Francesca Mirabeau, - gruñó el rey. – Sube inmediatamente a tu habitación, báñate y dile a tu madre que arregle ese desastre que te has dejado en la cabeza. Que va a pensar tu prometido!?

Treize sintió que el alma se le salía por la boca.

Ese muchachito sucio y maleducado era la princesa Andrómede?!?

Súbitamente la idea de ser Rey no le parecía tan atractiva.

La muchacha, porque en el fondo era una chica, volteó en todas direcciones hasta descubrir a Treize parado en medio del salón, aún con el ramo de flores amarillas en las manos.

Ambos prometidos se observaron.

Treize enrojeció.

Andrómede alzó una ceja inquisitiva.

- Para ti, - dijo sin modales algunos, alcanzándole sus flores a la princesa.

Ella sonrió.

- Vaya! Al menos eres un hombre de verdad! – dijo sin miramientos antes de tomar la mano del joven Conde y literalmente arrastrarlo al jardín.

Treize sonrió ligeramente, había actuado correctamente a los ojos de su prometida.

El Rey Mirabeau y el Conde Kushrenada se miraron el uno al otro sin poder creer lo que había ocurrido.

Treize pasaría los siguientes meses en palacio, aprendiendo a conocer a su futura esposa, la amazona caprichosa.

 Ya casi no tenía fuerzas para seguir recordando.

Su cerebro cansado lo llevó a pensar que tal vez podría usar sus últimas reservas de agua para ahogarse, y así cortar su agonía. O podría disminuir su celda de calor para quedarse dormido y morir congelado, las posibilidades eran infinitas.

- De seguro… todos se reirán de mi… en la otra vida… - dijo con su último aliento, cerrando los ojos. Pensar lo cansaba.

- OYE NO TE DUERMAS! – exclamó una voz, alertándolo de la presencia de un cuerpo más pequeño que el suyo flotando hacia él.

- … que? – siseó. Acaso estaba alucinando? Lentamente volvió a abrir los ojos, el reflejo de su casco apenas le dejaba ver el traje espacial de la persona acercándose.

- Es increíble! – volvió a exclamar la voz. – Después de todo ese alboroto sigues vivo, vaya que eres duro de matar!

La figura se acercó un poco mas y lo tomó por los hombros con cuidado y acercó su maltratado cuerpo al suyo, efectivamente cubriendo el reflejo del sol en el casco.

Finalmente, Treize pudo distinguir un par de enormes y preocupados ojos violeta, y dejó una sonrisa escaparle la boca antes de perder la consciencia.

- Andrómede… - susurró. – Amazona caprichosa.

Estaba inconsciente antes de oír la exclamación preocupada de su salvadora, o ver el transporte de carga que los recogía con urgencia.

Continuará.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).