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Dejando de huir por Duare

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Dejando de huir
Primera parte: Mi visión del mundo


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Clasificación: PG-13, por si acaso, prefiero pasarme que quedarme corta.
Pareja(s): Rukawa/Sendoh así que ya sabéis fans acérrimas de los hanaru. Esto es slash y es sen/ru. Quedáis avisadas!!! Jjejejee, ei!! Que no tengo nada encontr de los hanaru! Solo q me gusta más esta.
Disclaimer: Los personajes de esta historia son propiedad del sensei Takehiko Inoue
Si fueran mios... SD seria MUUUYYY diferente, juas!!! Se verían MUCHO más los lockers, XD
Avisos: ninguno en especial. Quizás que presento a los personajes mucho más maduros. Pero creo que es algo normal, puesto que representa que va a ser el segundo curso de universidad para Kaede y el tercero para Akira. Y que demonios! La gente en la uni cambia bastante.


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Las únicas cosas de las que era consciente en ese instante eran el ruido del motor y la puesta de sol frente a él, esta se extendía cual larga era la carretera por la que conducía.



Levantó lentamente una mano del volate del coche para pasársela por el cabello.

Negro, suave, reflejando los últimos rayos de sol, y bastante largo, casi hasta los hombros.

Sonrió al pensar en la diadema que le recogía el pelo evitando que le molestara al conducir, era de color rojo con un once en color negro.

Once, su numero como jugador su numero de siempre desde el instituto. Recordó el día en que sus alegres vecinos y amigos, para que negarlo, le regalaron ese simple trozo de ropa al que sin embargo profesaba un gran cariño.

Se centro de nuevo en la carretera que se extendía casi hasta el infinito. Giró el rostro hacia el asiento del acompañante para mirar el mapa que tenía extendido.

¡Ni modo de llegar hoy a Phoenix! Tendré que pasar una noche más al aire libre –pensó al tiempo que una ligera sonrisa se dibujaba en su rostro.



¡Kami sama! Si me viera alguno de mis antiguos conocidos de Japón no me reconocería, no porque haya cambiado físicamente, total, solo llevo el pelo algo más largo. Pero aquí estoy, Kaede Rukawa, el frío súper rockie del Shohoku viajando solo en un jeep en medio del desierto de Arizona. ¡Seguro que pensarían que el mundo se ha vuelto loco!

Y sin embargo, a pesar de lo que los demás pudieran pensar, por fin podía decir que se sentía bien, en paz consigo mismo y con una confianza que nunca antes había sentido.

Nunca... Porque a pesar de su fama y su renombre como jugador de básquet en el instituto, a pesar de su aparente seguridad, a pesar de toda esa frialdad, la única verdad sobre él mismo era una simple palabra: miedo.

Miedo que lo llevó a ser inseguro.

Miedo que lo llevó a no confiar en nadie.

Miedo que lo llevó a aislarse de todo y de todos para evitar ser dañado.

Miedo a los demás, miedo a ser herido, miedo al “que dirán”, y así una larga lista sin fin.

¿Pero por qué? ¿Por que uno de los mejores jugadores de todo el Japón se sentía así? ¿Por qué Kaede Rukawa uno de los hombres más atractivos de su país y con uno de los mayores clubs de fans estaba tan asustado?

La respuesta era de una simpleza que también lo asustaba. Porque era diferente, se sentía y sabía que era diferente.

Lo supo a los treces años, en el inicio de la pubertad, cuando empezó a llamar la atención del sexo femenino. Lo supo cuando delante de montones de chicas de su edad e incluso mayores no sentía absolutamente nada. Lo supo el día de su primer partido en el Tomigaoka cuando una chica dos cursos mayor que él le robó su primer beso y él solo sintió aburrimiento, nada de sonrojo o excitación o nerviosismo. Solo una gran indiferencia.

Y pronto descubrió que a las mujeres las podía clasificar en dos grupos: mujeres por las que albergaba algún tipo de sentimiento fraternal o de amistad, como Ayako y las vecinas del primero; o mujeres que con solo verle ya se sonrojaban y le profesaban un amor eterno según ellas sin ni siquiera conocerlo.

Sobre estas últimas... Bien, podría decir que eran las causantes de que a veces se sintiera tan cansado del sexo femenino.

Es realmente agotador tener que lidiar con una legión de admiradoras fanáticas cuando las mujeres no te excitan... –pensó con cansancio.

Y así, ante la conciencia de esa diferencia empezó su infierno. Porqué en su país a pesar de lo que muchos pensaban, la homosexualidad no estaba aceptada, al menos no en todos los círculos. Podía verse relativamente bien entre la gente famosa y del espectáculo, pero en un joven deportista, nunca!

Y aunque la mayoría de chicas jóvenes suspiraran leyendo revistas como el June, lleno de historias shonen ai, había sido testigo de cómo esas mismas chicas cuchicheaban a las espaldas de un chico que se atrevió a dar la cara sobre su sexualidad.



Recordaba sus días de instituto con tristeza y rabia.

Se había sentido tan solo, tan alejado de todo el mundo, incapaz de acercarse a los demás por miedo a que lo descubrieran y se burlaran de él.

Durante la secundaria baja, en el Tomigaoka las cosas fueron difíciles, pero aún era muy joven, así que en parte tampoco fue tan difícil. No si era comparado con sus días en el Shohoku dónde centenares de chicas coreaban su nombre en cada partido, donde decenas de declaraciones de amor le eran entregadas a diario de manos de temblorosas y sonrojadas adolescentes. Donde por fin descubrió lo que era sentirse atraído por alguien aunque fuera solo físicamente y donde por fin, en su segundo año descubrió lo que era el amor.

…l, el príncipe de hielo ¡ enamorado! Solo de pensarlo le daban ganas de reír... De reírse de su patética vida...

Al principio la cosa iba relativamente bien. Entró en el equipo de básquet y entre todos formaron un gran equipo, ¡si incluso llegaron al nacional!! Pero su cuerpo empezó a despertar y con él, sus deseos.

Muy inocentemente primero, que si Kogure tiene una cara agradable y es siempre amable, que si Mitsui tiene un aire de chico malo muy sexy, que si el doaho tiene un físico que ya querría tener él, aunque fuera solo por su increíble resistencia en el juego.


Pero luego vinieron los sueños húmedos, y la cosa empeoró en el partido de eliminatoria contra el Ryonan, donde lo volvió a ver.

Claro que le había llamado la atención la primera vez que lo vio. Con su pelo engominado desafiando a Newton, y su sonrisa perpetua en el rostro, pero sobretodo por su forma de jugar. Le impactó de tal manera que durante meses se centró en mejorar solo para poder superarlo.

Para ser mejor que Akira Sendoh.

Pero durante el partido las cosas no fueron como esperaba. En un momento estaba pensando en el juego de su rival y en como vencerlo y al siguiente estaba inmerso en su continua conversación durante el partido y en como su mirada cambiaba cuando se enfrentaban.

Recordaba ese día como si fuera ayer, y sobre todo recordaba la noche, la primera noche que no pudo dormir por culpa de una sonrisa y un par de profundos ojos azules.

Esa fue la primera de muchas noches de insomnio, en las que gastaba el tiempo visualizando cada movimiento hecho por él, cada cambio de expresión, cada palabra que le dirigió durante ese partido.

Y sin saber como, se encontró jugando a basket a solas con Sendoh, en unos intensos y apasionados “uno a uno” que lo desvelaban por las noches.

No es que como si no hubiera notado que se sentía atraído por Sendoh, pero nunca pensó que las cosas fueran a más. Por desgracia se equivocó. No conocía a ciencia cierta las razones que motivaban a Sendoh, pero parecía haberse propuesto no dejarlo en paz.

No sólo quedaban para practicar sino que mientras jugaban se dedicaba a contarle infinidad de cosas, sobre él, sobre el equipo Ryonan, sobre sus novias, etc.

Y Sendoh no es el tipo de persona por la que puedes mantenerte indiferente. Oh no, ¡si lo sabré yo!

Poco a poco el jugador mayor fue abriendo grietas en ese caparazón que con tanto esfuerzo se obstinaba en mantener.

Sendoh y su sonrisa, su mirada divertida y su increíble buen humor consiguieron lo que en años nadie había conseguido.

Ver al verdadero Kaede Rukawa. Quizás no con todas sus facetas, mucho se guardó de no mostrar su mayor secreto. Pero si que pudo ver a un chico joven, tremendamente inseguro, y que por algún motivo temía la intimidad con los demás.

Así, de forma gradual, con sus uno a uno, sus conversaciones (donde el que hablaba más era obviamente Sendoh), la atracción meramente física dio lugar a la amistad, y con el tiempo a un sentimiento más profundo y a la vez más doloroso.



Porqué desde el día que aceptó sus sentimientos también tuvo la certeza de que nunca sería correspondido.

Por supuesto que Sendoh lo quería, pero ese amor fraternal que se siente por los amigos, algo puramente platónico, que hacía que se sintiera sucio y desleal hacia su amigo por profesarle sentimientos de otra índole.

Y aunque trató de alejarse de él, ni él mismo ni el propio Sendoh parecían querer consentirlo. Sendoh porque creía que el motivo que impulsaba su huída era el miedo a confiar en alguien y él... Porque... Debía tener una faceta masoquista.



Sendoh se convirtió en algo tan necesario en su vida como el mismo aire que lo mantenía con vida. Por más doloroso que fuera estar junto a él, fingiendo, aparentando, escuchando sus sentimientos y su dolor, tampoco era capaz de alejarse de él de forma definitiva.

Lo necesitaba, y se odiaba por eso. Y odiaba a Sendoh tanto como lo amaba por hacerle pasar por semejante calvario.

A veces hacía las cosas tan difíciles, con esa maldita ignorancia suya podía llevarlo del cielo al infierno en solo segundo…

Recordaba una tarde, una de esas muchas tardes que pasaban jugando en la cancha cerca de la playa…



***FLASHBACK***

El balón botaba suavemente bajo el dominio de uno de los dos jugadores. El poseedor del esférico, un chico alto con el pelo modelado hacia arriba y una amplia sonrisa se paró delante de su oponente: un joven algo menor de estatura, de cabello negro y lacio y el rostro serio.

-¿Sabes que lo he dejado con Akane? –comentó el chico más alto mientras botaba el balón.

-¿Y? Deja de hablar y concéntrate en el juego- le contestó el otro a la vez que sacudía la cabeza y le dirigía una mirada de advertencia.

-¡Oh vamos Rukawa! No te pongas así, tampoco es un juego serio, ni siquiera estamos contando los puntos. A de más no pareces sorprendido por al noticia.

-¿Debería? –preguntó mirándolo a los ojos fijamente, azul contra azul, manteniendo su férrea posición defensiva.

-Pues sí. ¡Maldición! ¿No te dije que con ella quería ir en serio de verdad? –replico el joven mayor borrando por unos instantes su sonrisa.

-Siempre dices lo mismo Sendoh –contestó Rukawa rápidamente aprovechando el despiste momentáneo de su oponente para robarle el balón. Y con una rabia que surgía desde sus entrañas, que se retorcían de dolor, se lanzó con violencia contra la canasta pistoleando el balón en un furioso slam dunk.

Sendoh por su parte no parecía haber notado nada. Allí estaba, parado detrás de él, pensativo.

-Supongo que tienes razón… Quizás debería preocuparme, parece que no consigo encontrar a nadie adecuado.

Rukawa recogió el balón y se dirigió hacia él. La mirada de esos fríos ojos azules mostraba un turbulento huracán. Pero desterrando todo lo referente con sus sentimientos hacia Akira, decidió darle un toque de atención a su amigo.

- No me vengas con esas. Si realmente quisieras estar con alguien en serio no saldrías con esas estúpidas niñas que solo saben babear por ti y de las que solo sacas tontos sonrojos y pestañeos idiotas –replicó con su tono más indiferente posible.

Sendoh los miró serio por unos segundos hasta que una sonrisa pícara se dibujó en su rostro

-Sacó bastante más que eso de ellas –le respondió guiñándole un ojo.

Rukawa bajó la cabeza, escondiendo con ese acto su sonrojo y su dolor y meneando la cabeza contestó:

-Ese es tu problema, solo buscas sexo sino, no irías con personas que no te llenan en los demás aspectos de tu vida.

Sendoh lo miró asombrado

-¡Ei!!! Tampoco es eso, no me acuesto con ellas, no con todas al menos, de hecho solo he estado con tres chicas: con las que he estado más de un mes. Con las demás solo salimos por ahí y nos besamos, nada más.

-Gracias por el aviso, si fuera una chica ya sabría a que atenerme. Quizá deberías decírselo a ellas también…

- ¡Oh vamos!!! No te pongas así, supongo que tienes razón… pero en fin… ¿Es por eso que tu no sales con ninguna de las chicas que van detrás de ti? ¿No estarías con nadie por quien solo sintieras atracción? ¿Solo por divertirte? ¿Te estás esperando para la chica adecuada, es eso?

-Supongo que podría decirse que sí… -susurró. Si tu supieras la verdad -pensó triste- me odiarías.

-De todas formas tu no tienes porqué preocuparte, jejejeje! Estas fuera de peligro del temible Akira Sendoh!!

Y sin saber porqué ese tonto comentario le dolió como un puñal en el pecho. Se giró y bajó de nuevo la cabeza para evitar que le viera las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos.

Duele –pensó- me acabas de enviar a las profundidades del infierno y ni siquiera eres consciente… Duele el saber que para ti nunca seré nada más que un amigo cuando para mí lo eres todo.

Y entonces empezó a llover.

Y le pareció que ese tiempo ominoso calzaba a la perfección con sus sentimientos y que las gotas de agua quizá podrían llevarse su dolor.

Lavar su dolor.

Y alzó el rostro hacia el cielo.

Elevó las manos hacia el espacio y una sonrisa apareció en su rostro.

Como el arco iris cuando sale el sol.

***FIN DEL FLASHBACK****



Sin embargo ya no pensaba así, había cambiado mucho, para bien según él, y creía poder entender el punto de Sendoh.

De todas formas –pensó- siempre supe que mis locas fantasías no pasarían de ahí. Sendoh es un chico normal, con gustos más “normales” que los suyos y una larga lista de conquistas.

¿Conquistas? No, esa no era la palabra adecuada, Sendoh nunca tubo que esforzarse por conseguir a nadie, la gente caía a sus pies sin que él hiciera nada, como él mismo había caído…



Rememoró días pasados…

Segundo de instituto, el tercer curso y último para Sendoh.

Recordaba la agonía de los partidos y los uno a uno, con los roces casuales y el estrecho contacto corporal que lo llevaba a los límites de la cordura.

Aún hoy en día se preguntaba como había conseguido sobrevivir a eso y no hacer el ridículo en ningún partido.

Quizás porque por encima de sus sentimientos románticos estaba el respeto que le tenía como jugador. O porque canalizaba su deseo sexual de la única forma que se le ocurría, en el basket. Con un juego de una precisión y una agresividad increíbles.

Era gracioso pensar que quizás por eso el Shohoku mejoró aún más, clasificándose para los nacionales como cabeza de grupo, con el Ryonan como segundo, y ganando el nacional.



Pero segundo acabó y con él, sus encuentros semanales con Sendoh.

Se marchó a la Universidad de Tokio, a estudiar fisioterapia y solo volvía a Kanagawa en vacaciones y en alguna que otra rara ocasión.

Lo echó tanto de menos, realmente fue durante esos meses cuando se percató de lo importante que era el chico de la sonrisa para él. Y aún cuando Sendoh siempre lo llamaba cuando volvía, eso no hizo más que incrementar su dolor. ¡Estaba tan cambiado! No lo podía culpar, la universidad cambia a todo el mundo, sino solo tenía que mirarse a él mismo. Pero lo que más le dolió fue ver en sus ojos una zona vedada.

Los ojos de Sendoh siempre habían sido francos, pese a que a eran un enigma nunca escondían nada.

Pero cuando volvió de Tokio su mirada era diferente. Continuaba alegre y divertida, y en su mayoría era franca como siempre, pero él era un experto en observar a Sendoh y lo notó enseguida.

Había algo que le preocupaba, algo que no se atrevía a mostrar y que no quería que él viera. Y le dolió, le dolió como si le echaran sal en sus ya numeras heridas, porque aunque él era el primero en esconderle cosas a Sendoh nunca pensó pasar él por lo mismo.

No cuando no había razón.

No cuando no había nada que Sendoh tuviera que temer de él.

¡Maldita sea –pensó- han pasado ya dos años y aún me molesta!



Quizás esa fue una de las razones que lo impulsaron a irse de Japón. Por supuesto que siempre había querido ir a América y jugar a basket allí, pero por consejo del entrenador Anzai había decidido esperarse.

En principio pensó en empezar sus estudios universitarios en Japón y al año siguiente marcharse pero a finales de su último año de instituto decidió que se iría de inmediato.

No pensaba pasar ni un día más de lo necesario en Japón, donde todo le recordaba a Sendoh y a su sufrimiento.

Se sentía tan cansado por entonces... Cansado de fingir, de tener miedo de ser homosexual, de tener miedo de mostrarse como era. Y sobretodo estaba cansado de sufrir y, de amar...

Porque amar a Sendoh era algo que lo había dejando seco por dentro, que lo estaba destruyendo y no iba a permitirlo.

Así que habló con Anzai para explicarle que si se iba a Estados Unidos no era por una chiquillada de querer ser una estrella, aunque no negaba que se moría de ganas de probarse como jugador, sino que simplemente necesitaba marcharse.

Alejarse de todo y de todos.

Y aunque Anzai no dijo nada, tubo la sensación de que el anciano podía ver a través de él y que conocía sus verdaderos motivos. Pronto los trámites estuvieron hechos y ya solo le quedaba esperar a acabar el instituto y marcharse.

Lejos de su país.

Lejos de su pasado

Lejos de todos los que lo conocían.

Lejos de Akira Sendoh.



Y cuando ya estuvo todo listo: los exámenes aprobados, el nacional ganado por segundo año y el nuevo capitán elegido, llamó a sus padres para comunicarles su decisión.

Decir que se alegraron quedaría corto. Hacia dos años que por sus respectivos trabajos ambos vivían en EUA y desde entonces que le pedían que se fuera allí con ellos, que aunque no fueran como todas las familias les gustaría tenerlo cerca pero el nunca aceptó. Prefirió quedarse en Japón, hasta ese día.

Realmente sus padres eran dos de las personas más extrañas que conocía.

Vivian separados por motivos de trabajo y porqué realmente estaban más tranquilos así, cada uno por su lado.

Pero se continuaban queriendo, y también lo querían a él.

Y aunque no pasaran mucho tiempo con su hijo no era como sino les importara, el se sentía querido y estaba contento de tener los padres que tenía. Más aún después de que le dieran todo su apoyo cuando se atrevió a confesarles, en una ataque de lagrimas a los 14 años que las chicas no le gustaban.

Y así, al finalizar el curso en abril, empacó sus cosas, se despidió de Anzai y sin decirle adiós a nadie más, se marchó. El único que sabía en que universidad se había matriculado era el entrenador y le prometió no decírselo a nadie.

Pero envió una carta desde el aeropuerto, una carta en la que decía mucho de él y de sus motivos para irse, pero que no aclaraba las verdaderas razones.

Una carta sencilla, no demasiado larga, dirigida a Akira Sendoh.





Nueva York, la ciudad más cosmopolita de Estados Unidos, ese era su destino.

Sus padres le habían comprado un piso cerca de la universidad, en el mismo centro de Manhatan. Le comentaron que aunque en principio habían pensado en alquilarle uno se decidieron por la compra, pensado que sería una buena inversión. ¡Su madre no era un agresiva economista por nada!

Allí estaba él, en su bonito piso de dos habitaciones, con 17 años y cuatro meses libres hasta empezar las clases en septiembre.

Se dedicó a arreglar su nueva casa, dejándola a su gusto, comprando todo lo necesario para su nueva vida, incluyendo su mesa de dibujo, ¡no por nada había decidido estudiar arquitectura!

Y cuando hubo dejado el piso a su gusto se propuso descubrir su nueva ciudad: encontró una pista de basket cercana para poder entrenar, se paseó por el mercado de la zona y las principales tiendas, conoció a sus vecinos de abajo: un grupo de cuatro chicos locos de remate.

También fue a hablar con su futuro entrenador de basket, de los Violets de la Universidad de Nueva York, sobre su ingreso en el equipo el curso siguiente. El hombre se mostró muy entusiasmado. Le hizo una prueba para ver su nivel y le pidió que le llevara algún video de sus partidos.

Y con dos meses y medio aún de vacaciones decidió irse de viaje, él solo, a visitar Europa. Necesitaba ver mundo, conocer gente y quizás... Solo quizás, podría conseguir dejar de pensar en Sendoh a cada instante.



Visitó prácticamente media Europa. Con su billete de Inter.-rail viajó por Alemania, Suiza, Austria, Italia y Francia. Conoció montones de personas, hizo decenas de bocetos de los edificios más extraordinarios que en su vida había visto y tuvo mucho tiempo para pensar en su vida y como iba a plantearse las cosas en adelante.

Decidió que no pensaba volver a esconderse, que lo único que eso le había traído era dolor y que a partir de ahora pensaba ir con la verdad por delante.

Total, si le iban a hacer daño al menos que fuera con un motivo.

Y se prometió que puesto que su “persona especial” no iba a estar nunca disponible para él, de ninguna manera iba a empezar su nueva vida como un joven virginal y sin experiencia.

Empezó visitando bares de “ambiente”en todas las ciudades, y descubrió para su sorpresa, que para los hombres era igual de atractivo que para las mujeres.



El mejor recuerdo: sus días en Viena, donde conoció a un joven estudiante de música que se propuso hacerle de maestro.

Le enseñó desde como reconocer el tipo de hombre con el que trataba por su forma de hablar, hasta a adivinar las intenciones de los demás, en el sentido perverso, ¡of course!

Y por supuesto, durante dos noches y tres días se dedicó a hacer que el sexo gay pasara de la teoría a la práctica.

La verdad, –pensó con una sonrisa divertida- es que no podría haber tenido mejor maestro.

Philippe, era atractivo, inteligente y muy sensible. Había sido increíble estar con él, y no se arrepentía de haber perdido su virginidad con el joven cuatro años mayor que él. Naturalidad, pasión, sentido del humor, ternura, placer y muchas risas. Esos eran los recuerdos que tenía.

Phil le enseñó que el sexo puede ser maravilloso sin la necesidad obligada de un sentimiento más profundo.

Sí, quizás por eso ahora entendía el punto de Sendoh para perder el tiempo con todas aquellas niñas tontas, aún así el no solo buscaba una cara bonita aunque nada más fuera para divertirse.





Saliendo de sus pensamientos, el sol ya había desaparecido por completo y solo se apreciaba un tenue resplandor rojizo en el horizonte.

Se detuvo en el margen de la carretera y miró el mapa con detenimiento. Pocos kilómetros más adelante había una pequeña colina que lo dejaría fuera de la vista de la carretera, allí pasaría la noche.

Sí, definitivamente había hecho un largo viaje en estos casi dos años.

La universidad le había sentado de miedo.

Tenía un puesto fijo en el equipo, la carrera le gustaba y se le daba bien, y había conseguido amigos. Amigos en los que confiar y con los que se sentía querido y protegido.

Y graciosamente no había sido en la universidad sino en el bloque donde vivía. Sus vecinos se habían convertido en su familia. Pasaba más tiempo en el piso de los cuatro chicos que en el suyo. ¡Tampoco es como si le hubieran dado opción! Y entre todos le habían ayudado a entender que no tenía de que esconderse, que si a alguien le molestaba su sexualidad es que realmente no valía la pena. Eran magníficos, y entre los cuatro chicos del segundo piso, las vecinas del primero y él habían formado un grupo de lo más curioso.

Tres heterosexuales, dos homosexuales (él y el loco de Nathan que se auto-definía como una “loca”) y dos lesbianas.

Un japonés, un brasileño y cinco norteamericanos.

Pero todos amigos, compañeros de borracheras, paño de lágrimas, confidentes ¡y lo que hiciera falta!

Había aprendido mucho de sí mismo: como que podía estar con otras personas, que podía mantener una relación pero que ese sentimiento profundo que lo hacía estremecer no aparecía de nuevo.

Lo aprendió de la forma dura, al intentar mantener una relación estable y dejarlo por tener la certeza de que le era imposible corresponder los sentimientos del otro. Lo sentía mucho. Sabía que había hecho daño a una persona maravillosa, pero no podía hacer nada...

Mejor cortarlo antes de que la cosa fuera a más.



Quizás por más lejos que se fuera y por más tiempo que pasara nunca podría esconderse de lo que sentía.

Cerró los ojos un instante y pudo ver unos intensos y profundos ojos azules, que lo miraban de forma cálida.

¡Maldito seas Sendoh!!!

Dio un frenazo de golpe y por unos segundos perdió el control del coche. Su único pensamiento fue que si moría aquí y ahora nunca volvería a verlo.

Consiguió enderezar el coche, y se detuvo con la respiración agitada.

¡Que mierda le estaba pasando!!! ¿Por que no puedo sacármelo de la cabeza? Ojalá pudiera arrancarlo de mis pensamientos, ojalá todo fuera más fácil...

Respiró hondo un par de veces y miró alrededor.

Parece que es por aquí - pensó.

Se salió de la carretera con cuidado, poniendo mucha atención al terreno para no tener más sustos. Al poco rato pudo ver la pequeña elevación que había visto en el mapa, la rodeó y comprobó que el lugar estaba bien.

Aquí podré pasar la noche sin peligro. Está lo suficientemente lejos de la carretera y además cubierto como para encender un fuego tranquilamente.

Sacó leña del maletero del jeep y empezó a prepararlo todo.

Con los leños ardiendo y el aislante y el saco de dormir ya listos Rukawa se sentó. Encendió un cigarro y inspiró lentamente para pasados unos segundos exhalar el humo con suavidad, de la forma que uno deja ir un suspiro.

No es que tuviera fumar por costumbre, pero en ocasiones le apetecía y le ayudaba a ver las cosas con más claridad.

En su periplo por las Montañas Rocosas, y el desierto del Colorado hasta llegar a Arizona, había tenido mucho tiempo para pensar, quizás demasiado...

Recordó a un hombre de unos cuarenta años que conoció en plena montaña, le dijo que era de ascendencia india y que estaba en un viaje espiritual. Pasó una de las noches más reveladoras de su vida.

Los dos solos, con el crepitar de las llamas, fumando y mirando el cielo estrellado, compartiendo el silencio.

Recordó lo que le dijo con la voz grave y susurrante: “Estas incompleto, has perdido algo en tu viaje hacia la plenitud y hasta que no lo encuentres no tendrás tranquilidad de verdad. Tus objetivos están claros, tu futuro es prometedor, pero un hombre sin corazón no es nada. Debes recuperarlo, aunque duela porqué sino tu espíritu estará siempre inquieto, vayas donde vayas, pase el tiempo que pase...”



Era la verdad más absoluta sobre el mismo, y era gracioso que se la dijera un desconocido. Bueno, ahora ya no lo era. Sabía su nombre, ocupación y dirección, siempre que no estuviera de viaje por las montañas.

Curioso personaje, se había reído a carcajadas con él por culpa de esa planta que le dio a fumar.

¡Oh sí! Había visto el firmamento doblarse hacia él y había escritos en el cielo con sus dedos. Algo fabuloso, y llegaron a la conclusión, que allí en la tranquila paz del desierto, con el cielo y los millones de estrellas como techo, era uno de los mejores sitios para hacer el amor. Lastima, como dijeron los dos entre risas, que ni el uno era una mujer ni el otro era homosexual.



***FLASHBACK***

-Quizás algún día, cuando estés completo puedas venir aquí con alguien. ¡Te aseguro que será inolvidable! –le comentó guiñándole un ojo.

***FIN DEL FLASHBACK***



Volvió a inspirar y saboreó el humo del tabaco, amargo... Acariciando su paladar, y lo dejó ir pausadamente.

Así que era eso. De nada servía huir, tenía que enfrentar sus sentimientos y su pasado.

No es que tuviera que declararse, no. Era que no viviría tranquilo hasta que la pelota ya no estuviera en sus manos.

Había huido del miedo que sentía a mostrarse como era, pero ahora ya no tenía ese miedo. Debía enfrentar a sus demonios. Tenía que volver y no esconderse, el juego entonces estaría en manos de los demás, en manos de Sendoh.

Si este lo odiaba por ser como era sabría que ahí acababa todo, que no valía la pena sentir algo por una persona con tantos prejuicios.

Si lo aceptaba... viviría el resto de su vida sabiendo que nunca amaría a alguien de la misma manera, pero estaría en paz y tendría de nuevo a su primer amigo.

Habría recuperado su corazón, magullado y herido, pero tendría toda la vida para curarlo.

Y por supuesto estaba la tercera posibilidad, la loca y remota posibilidad de ser correspondido.



Se tumbó pasando un brazo bajo su cabeza.

¡No pienso huir por más tiempo! –pensó con determinación-.

Hablaría con el entrenador de la selección japonesa, si aún lo quería en el equipo podría arreglarlo con los Violets para poder jugar también en la selección de su país, donde de sobras sabía que Sendoh era integrante.

Acabó de fumarse el cigarro mirando al cielo.

-De nada sirve que intente ocultarme de mismo, ¿verdad? –dijo en voz alta.

Sigo enamorado de él- pensó- aunque lo haya negado durante todos estos años, mis sentimientos no han cambiado, y no tiene caso resistirse. Lo único que consigo es cansarme de tanta mentira absurda. Lo amo y no lo puedo olvidar. No mientras no tenga un rechazo contra el que haberme chocado.

Pues si no voy a huir más... Hay una cosa que me he prohibido desde hace tiempo y que ya no tiene sentido.

Sonrió de forma maliciosa.

Sí, realmente es un lugar magnifico, mágico, casi sobrenatural. La oscuridad aterciopelada del cielo negro. La luz de las estrellas. Y la luna, tan lejana y fría, como yo mismo fui en un tiempo. El color del cielo que rodea a la luna me recuerda al color de sus ojos. De un azul tan oscuro, tan profundo...

Se acarició el estomago y dejo escapar un gemido ante el contacto frío de su mano contra la piel cálida. Cerró los ojos y a su mente vinieron eso ojos que lo perseguían en sus sueños y de los que siempre trataba de huir.

Pero no pensaba volver a hacerlo.

Se centró en esos ojos y en lo que le hacían sentir.

Jugueteó con su ombligo, delineándolo y hundiendo un dedo en él. Perfiló sus marcados abdominales y se arqueó por la caricia, recordando el roce de los muslos desnudos de Sendoh contra los suyos cuando defendía su posición en la cancha.

-Aaaahhh.... - gimió al deslizar su mano hacia sus pantalones, desabrochando los botones y la cremallera.

Se arqueó de forma felina cuando acarició con dolorosa lentitud su ya erguido miembro. Gimió con fuerza, sin inhibiciones.

No voy a huir más, me dejaré llevar y que sea lo que los dioses quieran.

Y así, en la soledad del desierto de Arizona sin nadie a cientos de kilómetros a la redonda, dio rienda suelta a sus fantasías.

Fantasías y deseos que había reprimido durante meses y que acabaron colapsando en un clímax fuerte y estremecedor.

Un orgasmo en el que cada insignificante célula de su cuerpo había gritado de forma enloquecedora y había acabado susurrando un nombre antes de caer dormido.



Akiraaa...

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