Joushirou Ukitake, Capitán de la Decimotercera División, caminaba por un pasillo de su cuartel. Sus pasos resonaban en el silencio reinante. A esas horas el cuartel estaba sumido en el silencio, dado que, tras la hora de la comida, el que no estaba sesteando cómodamente en sus aposentos, estaba en dichos acabando su papeleo. Con poco esfuerzo, moderó sus pisadas hasta hacerlas silenciosas, procurando no molestar así a nadie, al tiempo que su paso se hacía inadvertido.
Finalmente llegó ante una puerta, de un almacén muy alejado que no se utilizaba y, tras cerciorarse de que no hubiese nadie ni remotamente cerca, entró rápidamente en la oscura estancia, cerrando y asegurando la puerta tras de sí.
La sensación de unas manos en sus hombros, si bien se la esperaba, estuvo a punto de hacerle soltar un leve grito de asombro, grito que no llegó a soltar, pero que se vió sustituido por un respingo, tras el cual se dió la vuelta rápidamente.
–Me sobresaltaste –susurró Joushirou.
–¿Por qué? Sabías perfectamente que estaba en el almacén, Ju-kun... –contestó el otro hombre, deslizando sus manos por los brazos de Joushirou hasta acabar tomando sus manos con las suyas--. Tienes las manos heladas... ¿Has tomado tus medicinas?
–Si, deja de preocuparte tanto por mi, no voy a romperme. ¿Qué querías decirme? ¿Por qué reunirnos aquí, en secreto?
El otro hombre levantó las manos de Joushirou hasta su cara, depositando un suave beso en la palma de cada una de ellas, haciendo sonrojar al capitán de albos cabellos.
–Eres realmente adorable cuando te sonrojas...
Sonriendo avanzó un paso más, atrapando a Jushiro entre su cuerpo y la pared, con sus manos vagando hasta sujetar la cara de Jushiro con infinita suavidad, haciéndole sonrojarse aún más. El beso que siguió, recibido por Jushiro tan vehementemente como fue dado, le hizo abrir los ojos y enarcar una ceja, empujando al otro hombre hasta conseguir sacárselo de encima.
–¿Estás borracho? –preguntó Joushirou, aunque ya sabía la respuesta, ya que la boca del otro hombre sabía fuertemente a sake.
–Solo un par de copas... –confirmó el otro hombre, echándose de nuevo sobre él, intentando despojar a Joushirou de sus ropas, que se debatía como podía.
–Aparta... no soporto cuando estás borracho, te pones muy... - Joushirou intentó apartar las manos del otro hombre de sus ropas, pero iba perdiendo prendas a una velocidad alarmante.
–Tu me pones a mi, Ju-kun... déjame que te demuestre cuanto...
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Una hora después, Joushirou se encontraba rumbo a sus habitaciones, con las ropas tan desordenadas como sus cabellos, fuertemente sonrojado y con cierta parte de su anatomía bastante adolorida. Cuando se cruzó con algunos de sus hombres no pudo evitar sonrojarse aún más y ellos, creyendo que era una recaída de su enfermedad, le llevaron poco menos que en volandas hasta la capitana Unohana.
Tras el examen de Unohana, que trató a Joushirou como un niño que hubiese hecho alguna travesura, provocando más sonrojos por parte de éste, ahora de vergüenza, Joushirou salió de los dominios de Unohana con una única cosa en mente.
Cambiar todo el sake que hubiese en los cuarteles de la Octava División por agua.