Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cuando cae el telón por ParadiseNowhere

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Este fanfic nació del mismo modo que todas las cosas maravillosas de este mundo: de un sueño.

Me levanté un sábado pensando: "jo, que sueño tan mono acabo de tener". Y, como era sábado, me dió por escribir.

Yaquí está.

Espero que le guste a alguien. Con que una sola persona disfrute de él, me sentiré realizada, y el fic habrá cumplido su propósito.


Todos los personajes son mios, nacidos de mi locura y enajenación mental.

Capítulo 1_ D’Clere, caballero traidor al rey.


-¡D’Clere!- exclamó una voz conocida a su espalda, en algún punto de la oscura noche que caía sobre las calles de Francia.
El aludido se detuvo suavemente y miró hacia atrás, haciendo oscilar su larga cabellera roja recogida en una coleta baja. Sus hermosos ojos castaños se clavaron en los azul claro del hombre que lo había llamado. Un escalofrío de emoción recorrió su cuerpo al ver de nuevo a aquel hombre.
-Benditos los ojos. Cuanto tiempo, amigo Carlo.
La piel de Carlo era pálida de nacimiento, pero en ese momento su rostro parecía un fresón, saturado de ira y vergüenza. Suspiró entrecortadamente, para liberar un poco de tensión y pasó una mano trémula por su dorado cabello.
-¡No os atreváis a llamarme por mi nombre de pila, mal nacido!
-¿Y cómo debería llamaros entonces?
-¡No juguéis conmigo, sabéis muy bien cómo es vuestro deber llamarme!
Jerome D’Clere se giró completamente, encarando a su interlocutor.
Era un hombre joven, alto y de complexión atlética. Una camisa blanca desabotonada dejaba al descubierto su moreno torso. Dirigió instintivamente una mano enguantada a la espada toledana que colgaba de su cinturón, pues sabía de sobra lo que venía ahora.
-Si lo sé, pero no me agrada hablaros así.
-Dejad vuestras estupideces para otro. Sois endemoniadamente dificil de atrapar. Llevo mucho tiempo aguardando este momento.
-Carlo, no deseo luchar con vos.
-No... me llaméis... Carlo- dijo conteniendo su furia.
-Muy bien. Lemmark, no deseo luchar con vos.
-Yo si lo deseo.
-Sois tan obstinado como siempre. Y yo igual de idiota, pues no puedo negaros nada. Desenvainad pues. Mi acero toledano contra vuestro acero francés.
-Hasta en eso sois traidor a la patria...
-A la patria tal vez, pero no a mi sangre, pues sabéis de sobra que mi bendita madre, Dios la tenga en su Gloria, era natural de Toledo.
-Dejaos de batallitas.
-Es que compartimos tantas...
-Suficiente. Pelead.
Ambos contrincantes se conocían muy bien. Habían crecido juntos, habían practicado juntos. A pesar de los dos años que llevaban sin verse, apenas habían cambiado su estilo de lucha. Tampoco cambió el resultado final.
Tras unos ágiles y diestros mandobles, Jerome desarmó a su contrincante y le propinó un tremendo golpe en el abdomen con la empuñadura de su espada, dejándolo doblado de dolor e indefenso ante el.
Carlo Lemmark era un hombre orgulloso. Había perdido. Y por si fuera poco, estaba a punto de gritar de dolor. Se mordió el labio inferior con fuerza para evitarlo, con tal fuerza que se hizo una considerable brecha que comenzó a sangrar abundantemente, resbalando el rijo líquido por su mentón.
Las piernas le fallaron y se precipitó contra el suelo. Mas no llegó nunca a el.
Jerome lo sostenía con delicadeza contra su pecho. Carlo podía oír el desbocado latido de su corazón palpitar junto a su oreja, sentía como la sangre que caía por su barbilla era absorbida por la tela de la camisa blanca y, sobre todo, pensaba que, por nada del mundo, aunque fuera en contra de todos sus principios, deseaba marcharse de aquel lugar.
-¿No vais a matarme?
-Sabéis de sobra que no.
-Yo... venía dispuesto a mataros. De haber podido, lo habría hecho. Tenéis todo el derecho a acabar con mi vida.
-No lo creo.
-Allá vos.
-No habéis cambiado nada. Seguís siendo el mismo niño altivo y orgulloso que blandía su espada de madera como si fuera la más invencible de las espadas.
-No habléis del pasado. Ha quedado tan lejos que parece irreal...
-Yo lo sigo teniendo muy presente.
-En verdad sois idiota. No maduraréis nunca si no olvidáis el pasado.
-¿Por qué iba a olvidarlo? Además, no podría aunque quisiera. ¿Cómo olvidar a aquel niño alegre y sonriente que siempre quería jugar conmigo? A aquel niño que era feliz por el simple hecho de empuñar una espada de madera, que disfrutaba jugando a los caballeros y librando batallas imaginarias con su mejor amigo...
-Callad.
-¿Acaso es cierto que no lo recuerdas? ¿No recuerdas aquellas tardes de verano que nos bañábamos en el lago? ¿O cuando tomamos sin permiso dos pura sangre pertenecientes a tu padre para asistir en secreto al ajusticiamiento de aquellos ladrones en el patíbulo del castillo? ¿No recordáis cuánto nos regañaron cuando nos descubrió vuestro tío Armand? ¿No recordáis cómo me librasteis de los dos meses de castigo en el calabozo y los veinte azotes atribuyéndoos toda la culpa?
-Por favor, basta...
-Que noble fuisteis en aquella ocasión. Aunque, por ser el hijo del marqués sólo os dieron un sermón y os tuvieron dos semanas arrestado en vuestra habitación. Aunque yo burlaba la vigilancia e iba a veros, para que se os hiciera más liviano el castigo. A vuestro padre no le gustaba nada que me vierais como vuestro amigo y no como lo que realmente era; vuestro escudero. ¿Lo recordáis? ¿Y cuando...
-¡BASTA!- gritó ya sin poder contenerse- ¡Basta!... basta, basta... ¿No veis que me hacéis daño? ¿no veis que sí lo recuerdo todo, absolutamente todo?
-¿Os hago daño?
-Claro que me hacéis daño. Me hace daño pensar en aquellos tiempos felices, aquellos tiempos truncados desde el momento en el que vos y vuestra maldita familia os unisteis a los plebeyos sublevados. ¡Maldita sea, erais burgueses, no unos estúpidos plebeyos!
Jerome suspiró con resignación y estrechó un poco más al hombre entre sus brazos.
-No se trata de si éramos burgueses o plebeyos. Es cuestión de principios, de ideologías. Ya lo hemos discutido.
-Si... hace dos años de ello.
-Dos años... desde aquella noche en la que mi familia y yo nos fugamos del palacete de vuestra familia. Fui a buscaros aquella noche.
-Si, fuisteis a buscarme, a tratar de convencerme a vuestra causa, de que me marchara con vos...
-Fui egoísta. Os di a elegir entre vuestra familia o yo. No os culpo por no haber elegido venir conmigo entonces... Pero aún estáis a tiempo de venir conmigo ahora. Vos mismo veis que la monarquía no se sostiene por ningún lado. Está acorralada ante la presión del pueblo, y solo Dios sabe en qué desembocará esto. Pero lo que si se es que acabará mal para los leales al rey. Venid conmigo.
Carlo sonrió con tristeza.
-¿Qué clase de hombre sería si abandono mi causa en los momentos más difíciles?
-Seguís siendo aquel niño terco de antaño... aquel niño terco del que me enamoré perdidamente y que aún no he podido arrancar de mi corazón.
Carlo, sorprendido por las palabras de Jerome, levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Cielo santo, decía la verdad. No mentía. Una mirada tan cálida, tan triste y alegre a un tiempo, tan llena de ternura y amor no podía ser falsa.
-Jerome... ¿Qué?...
-Os amaré pase lo que pase- dijo rozando su oído con los labios al hablar.
Sabía que debía irse de allí. Su razón le gritaba que debía alejarse de Jerome, que debía abandonar su cálido abrazo, que debía odiarlo, que debía sentir rechazo y repulsión ante aquella idea.
Pero eso lo decía su mente. Su corazón, alma y cuerpo decían otra muy distinta.
-Jerome...
-Sólo os pediré una cosa. Os suplico que no os acerquéis a la bastilla el día 14. Es por vuestro bien. Si murierais, el mundo se tornaría un lugar demasiado sombrío para seguir en él.
Dicho esto, le propinó un fuerte golpe en la nuca. Los ojos desorbitados de Carlo se cerraron con delicadeza, sumiéndose en la inconsciencia. Cuando su cuerpo quedó inerte, Jerome lo cargó en su regazo.
-Lo que me obligáis a hacer. Ahora he de adentrarme en territorio hostil para dejaros en vuestra casa. Ni loco os dejará aquí, a merced de unas manos largas o un puñal traicionero.
Sonrió al ver el rostro apacible del durmiente. No pudo evitar depositar un casto beso sobre su frente. Entonces, acomodó mejor el cuerpo de su amado sobre sus brazos y salió de escena diciendo.
-Sois tan hermoso y liviano como siempre, Carlo.

****

El pequeño grupo de gente sentado en las primeras filas de la sala de teatro compuesto por el director, algunos de los actores secundarios del reparto, el realizador de los decorados y el director de vestuario aplaudía rabiosamente. Se escucharon algunos silbidos y alguna que otra ovación.
Jean-Jackes D’Clere volvió al escenario con Alain Vêrné aún en brazos. El ambiente melancólico se había evaporado y ahora Alain sonreía ampliamente, mientras que Jean-Jackes, ‘Jack’, esbozaba una sonrisa ladina.
-¿Qué, que tal lo hemos hecho?- preguntó alegremente Alain, rodeando con sus brazos el cuello de Jean-Jackes.
-¡Sublime, sublime!- exclamó Emmanuel Guiraud, el director, con la voz tomada por la emoción.
-¿Estás seguro, Emmanuel?- respondió Alain- Me parece que queda un poco sobreactuado...
-Y algo pasteloso de más- añadió Jean-Jackes.
-Nada de eso, por favor, ha estado per-fecto. ¡El día del estreno quiero que esta escena EXACTAMENTE así!
-Como digas. Jack, ya puedes dejarme en el suelo.
-Ah, claro.
-¿Cómo diablos habéis hecho lo de la sangre? Porque no creo que seas tan sádico como para ordenarle a Alain que se mutile el labio de esa manera...- preguntó el realizador del decorado.
-Digo yo, ¿Cómo diablos se os ocurre manchar así una prenda tan valiosa del vestuario en un condenado ensayo? Seguro que eso no sale ni por milagro - replicó Aldous, el encargado de vestuario.
-Aldous, no empecemos. Quería ver cómo quedaba la escena con todos los detalles.
-Bueno, yo no digo nada, pero me parece un derroche innecesario.
-Volviendo a la cuestión, ¿Nadie se ha fijado que durante la batalla, llega un instante en el que Carlo pasea su mano por su rostro? Pues en ese preciso instante, Alain introduce una capsulita llena de líquido en su boca.
-Que bueno, ni siquiera se nota.
-Ya, es por eso que somos tan buenos.
-Yo tengo una duda- dijo Jean-Jackes- ¿En el francés del siglo dieciocho decían la palabra “idiota”?
-¿Y eso que importa? En esos detalles solo te fijas tu- replicó Alain.
-No soy solo yo. Es sentido común preocuparse porque el vocabulario coincida con la época en la que está ambientada la obra.
-Si el escritor de la obra lo puso será por algo ¿No?
-El problema radica en que no me fío del escritor. Es capaz de inventarse cosas.
-No seas exagerado.
-No soy exagerado. Lo conozco desde hace mucho tiempo, sé de lo que hablo.
-... Eres un tiquismiquis.
-Me da igual. Al llegar a casa lo buscaré en internet.
-Haz lo que te dé la gana.
-Hablando del diablo, ¿Dónde anda Giovanni, el “gran escritor”?
-Giovanni ha de estar en otra de sus múltiples ruedas de prensa- apuntó el director.
-Esa es otra a mi favor, ¿Dónde se ha visto que el escritor pase de asistir a los ensayos de su propia obra?
-Ya estamos. Mira que eres gruñón.
-Que pesado eres... parece que no puedo decir nada sin que te molestes...
-Bueno, mis súbditos, finitto por hoy. Basta de teatro, vestuarios... y riñas-añadió el director mirando fijamente a los dos actores sobre el escenario-. Cada uno a su casa, y a descansar, que mañana será un día duro.
-Pero si mañana es la rueda de prensa...
-Por eso será duro, mio caro, por eso.
Notas finales: Colorín, colorito,
hasta el próximo capítulo.

Soy novata. Cualquier rewiew con consejos, alabanzas o amenazas de muerte será bien recibido.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).