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Mi Faraón por Shiochang

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Mi Faraón

Este fic está basado en Guerreros Legendarios (que es mío y debe andar por allí), aunque perfectamente puedes leerlo sin haberlo leído ya que es casi como un mundo alterno a este.

El esclavo que llegó de oriente.

El joven príncipe despertó mojado una vez más, no era la primera vez que despertaba así de sudado, desde que sus poderes psíquicos habían comenzado a manifestarse que tenía extrañas sensaciones en su cuerpo, sus sueños eran tan vívidos que su cuerpo tenía muestras claras de haber estado con alguien a quien y apenas recordaba su rostro, de lo que sí estaba seguro es que era varón y que era muy sensual en sus caricias.
- ¿Quién será? - suspiró sentándose en la cama.
- Perdone, alteza - dijo una voz masculina del otro lado de la puerta - pero el Faraón lo llama a su presencia en el palacio.
- Está bien - le dijo molesto - envía a uno de los muchachos a prepararme el baño y que arregle las cosas para vestirme.
- A sus órdenes, mi señor.
Deia Mon era un joven muy bonito, de blanca tez, cosa rara entre los egipcios, larga cabellera castaña que bastante le había costado conservar debido a las costumbres higiénicas de su gente y que a veces le daba más problemas mantener aseado que habérselo cortado, pero odiaba esas feas pelucas que en la corte se usaban.
- Su baño está listo, excelencia - le dijo una muchacha sin mirarlo a los ojos, estaba totalmente prohibido que miraran a la cara a alguien de la familia real y menos al heredero principal, al primogénito, temían morir si lo hacían
- Bien, que mis ropas estén listas - se dirigió al baño y se metió al agua tranquilamente, odiaba ser el príncipe porque sus obligaciones lo mantenían demasiado tiempo entre un lugar y otro y no le permitía buscar a aquel joven con el que tanto soñaba - algún día te encontraré - lo amenazó y se relajó dentro del agua.

Heero estaba en la cocina de la casa de su dueño preparando la comida para muchas personas, aunque en realidad no era él quien cocinaba, de seguro envenenaba a medio mundo de hacerlo y fuera la mejor solución para él, pero eso le acarrearía muchos problemas. En realidad su trabajo dentro de la casa era el de administrador general de los sirvientes, una especie de esclavo y mayordomo no muy bien tratado.
- ¿Qué pidió su excelencia de postre? - le dijo una de las cocineras y Heero le dio la respuesta - ¿no se le pudo ocurrir algo más complicado?
- Yo creo que sólo quiere lucirse con los otros terratenientes - dijo otra muy molesta - sino ¿para qué quiere una comida tan exótica?
- Ellos tienen un paladar muy exigente - dijo Heero.
- Oh, vamos, si después del primer trago de sake no saben ni lo que comen - se rió la primera - y ni les interesa. Además, no deberías defenderlo, no después de lo que te hizo la vez pasada, si no es porque otro de los terratenientes casi se quema con el fuego, de seguro te violan entre todos.
Heero se encogió de hombros y siguió comprobando que todo estuviera perfecto, sabía que ellas tenían razón, su amo era un tipo desagradable y degenerado, sus gustos dejaban mucho que desear en todo ámbito de cosas, si no fuera porque el cambió la decoración de la casa cuando asumió como "mayordomo", la casa sería una verdadera pocilga. Y aún no entendía cómo ni por qué sus padres lo habían vendido a ese tipo hace seis años.
//Estaba sentado en el estanque jugando con sus amigos cuando llegó aquel hombre y lo cogió de un brazo levantándolo, él lo golpeó en el rostro y consiguió liberarse de su ataque y corrió a ocultarse a la cocina bajo una mesa.
- Debes irte con él, Heero - le dijo su padre señalando al hombre que acababa de golpear - él es el terrateniente y te ha comprado.
- ¿Comprado? - repitió entre asombrado y asustado, no le gustaba lo que aquella palabra significaba.
- Ahora, vete - le ordenó.
En silencio, Heero salió de donde se había ocultado y caminó hacia el hombre sin mirarlo, estaba triste, pero sus emociones, como siempre, no se mostraron en su rostro que permaneció en blanco.
- Ha hecho un buen trato conmigo, Yuy - le dijo el hombre con voz desagradable - en su nueva casa tendrá todo lo que necesite - intentó ponerle la mano en el hombro pero él fue más rápido y lo esquivó - veo que eres ágil, serías un buen samurai.
Heero salió de la casa y se fue sin despedirse, herido en lo más profundo de su alma, sus padres lo habían vendido, él era varón, era el primogénito, habría entendido que lo vendieran si no hubiesen tenido otra alternativa, pero ellos no eran pobres, aunque tampoco ricos, pero vivían cómodamente.
- Eres un chico muy hermoso, Heero, y me han dicho que eres muy inteligente también, así que te daré la labor de administrar mi hogar, espero que aprendas a quererme y respetarme - le dijo y al muchacho le llegó el aliento cargado a alcohol que le causó repugnancia - serás mío de ahora en adelante.
Heero, sin querer, perdió toda inocencia desde entonces, tuvo que endurecerse para no salir herido, entrenó muy duro en eso de ser samurai, estudió muchas cosas, entre ellas a "componer" huesos, a relajar toda clase de músculos adoloridos, acupuntura, maquillaje y algunas otras cosas, como la interpretación de los jeroglíficos e ideogramas.
- Eres muy lindo - le solía decir entonces el terrateniente cada vez que pretendía besarlo, pero siempre fue lo bastante astuto como para salvarse de ello.//
- Joven Heero - le dijo uno de los servidores del comedor - los señores comienzan a llegar y el amo no se encuentra para recibirlos.
- ¿Sabes dónde está?
- Si - dijo ruborizado - en una de las bodegas de sake.
- Acompañado ¿verdad? - el muchacho asintió, no era extraño, siempre hacía lo mismo como si él se fuera a poner celoso con semejante cosa - yo me hago cargo, no te preocupes - le despachó y se dirigió a la puerta de la bodega, sabía que al tipo le molestaba que lo interrumpieran, pero más le molestaba que Heero lo viera en esas actividades - señor, sus visitas lo esperan - le dijo sin ninguna entonación en la voz y se marchó a la puerta, no esperaría su reacción.

Deia estaba sentado, aburridísimo con la ceremonia que por desgracia le había tocado presenciar porque su padre tenía una reunión con unos visitantes del otro lado de la ciudad y, claro, como no podían suspender la ceremonia, le había tocado la "suerte" de presenciarla.
- Como odio esto - dijo alguien detrás de él como haciendo eco de sus pensamientos - ¿No pudieron hacerla un día que no hiciera tanto calor?
Deia quiso darse vuelta a mirar a la persona pero recordó a tiempo que estaba en representación de su padre y quizás la deidad a quien estaban homenajeando se enfadara con él y no le permitiera ver a aquella persona tan especial que se aparecía en sus sueños para amarlo.
- Podría llover - susurró tratando disimuladamente de separar los pesados collares de su pecho traspirado - esto esta calentándose demasiado - y miró de reojo a su alrededor preguntándose cómo su pueblo podía aguantar semejante tortura a todo el sol - aunque yo podría - dijo divertido y cerró los ojos elevando el rostro al cielo, su cabello se levantó por el viento y una suave brisa comenzó a soplar, al poco rato una refrescante llovizna se dejó caer.
- Joven príncipe, no debe hacer eso - le regañó un sacerdote interrumpiendo la ceremonia - no debe usar sus poderes, el dios podría enojarse y...
- Se te olvida que yo soy un dios vivo - le replicó - y mi gente se estaba muriendo de calor y no tienes ningún derecho de dirigirte en ese tono a mi persona - agregó molesto cruzándose de brazos - ¿acaso quieres morir?
- No, su alteza - dijo asustado.
- Continuad, entonces.
El pueblo sonrió ante la ocurrencia del príncipe, no era la primera vez que salía en defensa de su gente, de seguro él si era un verdadero rey de esos que gobiernan para su gente, ese sería un magnífico faraón cuando llegara su hora.
- Este Deia es un presumido - dijo una voz que identificó como la de su primo - claro, como quiere ganarse al pueblo para que nadie le quite el trono.
- Vamos, Aleh, sabes que no lo necesita - le dijo su hermano - además, creo que lo hizo por su propio bien, simplemente los usó como excusa, míralo, está todo sudado y aburrido.
- No permitiremos que llegue a faraón.
"Como si yo quisiera serlo" - dijo el trenzado molesto intentando prestar atención al resto de la ceremonia sin conseguirlo.

La comida habría sido un éxito si los terratenientes no la hubiesen terminado en borrachera, como siempre. A muchos de ellos los sirvientes de la casa los habían tenido prácticamente que arrastrar a sus habitaciones y dejarlos dormir allí, pero al dueño de casa no se atrevían a tocarlo, sabían de sobra que era capaz de violar a quien se le pusiera por delante estando borracho y no querían despertarlo, era un animal en ese aspecto. Heero lo miró furioso y se hizo cargo de él llevándolo a su habitación sin muchas contemplaciones.
- Vaya, es mi lindo Heero quien viene a mi cuarto - le dijo el hombre.
- Es mejor que descanse, señor - le dijo con seriedad.
- Esta vez no te me vas a escapar - le dijo tratando de atraparlo, pero sus movimientos eran torpes y Heero consiguió abrir la puerta - ¿a dónde crees que vas?
- A cerciorarme que todo esté en orden - replicó y salió tranquilamente por la puerta pero el hombre lo cogió por el brazo - ¿qué?
- Te quedas conmigo - lo jaló de regreso.
- ¿Y si no quiero? - se resistió, sabía te era más fuerte que él ya que siendo niño había sido capaz de escapar de él.
- ¿Prefieres besar mujeres tontas?
- ¿Me vio? - dijo sin aclarar que se trataba de su hermana que acababa de mudarse con su esposo no muy lejos de allí.
- Claro que te vi - dijo molesto - te compré muy caro, me costó mucho convencer a tu padre que aceptara el dinero, así que ahora eres mío y no voy a permitir que nadie te pruebe antes que yo.
- ¿En serio? - le dijo sarcástico - y jura que me voy a dejar ¿verdad? - le dio un manotón y se liberó.
- Serás mío - insistió jalándolo mientras lo empujaba contra la cama. Heero se dejó caer, pero lo golpeó con la rodilla en sus órganos vitales y cuando este estaba inclinado de dolor, le dio un golpe en la nuca que lo dejó inconsciente, lo acostó en la cama y se salió corriendo rumbo a la cocina.
- ¿Qué pasó, joven Heero?
- Lo volvió a intentar - dijo tratando de recuperar la calma - le pegué y lo dejé inconciente en su cama.
- Se lo merece - le dijo uno de los sirvientes - pero es un tipo vengativo, espero que no le haga daño, joven Heero, usted es demasiado bueno para él.

Deia miraba a su padre pasearse por todo el salón del trono mientras le contaba que había hecho un trato con unos hombres muy raros que pronto traerían de tierras muy lejanas cargamentos muy valiosos, joyas, telas y sobre todo esclavos para el hogar, jóvenes bien educados pero nada en comparación con el primogénito del reino.
- No me has contado de la ceremonia a la que fuiste.
- ¿Qué puedo decir? - se encogió de hombros - una ceremonia enferma de aburrida, hacía un calor insoportable y yo con todas esas joyas que me obligan a portar sentía que me cocinaba al vapor ¿cómo la gente del pueblo aguanta estas cosas? Se me ocurrió usar mis poderes e hice caer una suave llovizna y los sacerdotes me regañaron como si no estuviera derecho a usarlos a mi antojo.
- Dúo - lo regañó y este sonrió divertido, le había dado por llamarlo así porque tenía la costumbre de hablar por dos - con eso lo único que haces es ganarte enemigos, te he dicho cientos de veces que no debes presumir de tus poderes delante de la gente.
- Pero si lo hice por mi gente, los escuché quejarse del calor.
- Bueno, ya no tiene remedio - le dijo sentándose al fin - he estado pensando en que celebraremos tu cumpleaños por todo lo alto este año, vendrán príncipes y princesas de todos lugares a saludarte.
- Sabes que me fascinan las fiestas, pero preferiría gente menos soberbia a mi lado, detesto a aquellas personas que te miran de arriba abajo, que te buscan cualquier defecto para criticarte - suspiró - lo que me recuerda que la princesa de Frigia no quiere volver a verme ni en pintura.
- ¿Qué le hiciste?
- La tipa antipática esa empezó a criticar mi forma de vestir, mis joyas, lo que comía, el peinado ¿sabes que me dijo? Que parecía más mujer que hombre y que quizás ni lo fuera - se puso de pie - me enojé tanto que le dije que ella no era tan mujer como presumía ya que dudaba tanto de mí. Además, yo le podía demostrar en cualquier momento que era todo un hombre, pero que dudaba que ella pudiera convencerme a mí que era toda una mujer.
- Deia - dijo su padre moviendo la cabeza - ella te habría convenido como esposa.
- En el infierno - replicó molesto.
- Entonces, celebraremos con el pueblo en Tebas, pero supongo que querrás algo en especial de regalo.
- Me dijiste que el mercader traía esclavos de tierras lejanas ¿no? - el faraón asintió - bien, quiero que me permitas escoger primero a aquellos que van a servir en mi casa.
- Mandaré a avisarte para que vayas a buscarlos, pero sólo podrás escoger a cinco para tu casa, ya tienes demasiada gente cuidándote.
- Ni que fuera pecado. Además, soy el primogénito y tengo ciertos privilegios por ser hijo único ¿o me equivoco?
- Eres enfermante, vete.

Heero miraba asombrado al mercader, el terrateniente lo había vendido como aun vil esclavo inservible, todo porque no se había dejado avasallar, y lo peor era que se lo llevaban a tierras lejanas de regalo para un príncipe egipcio lo que significaba que jamás volvería a ver a su familia ni conocería a sus sobrinos. Se subió al barco en silencio sintiendo que su corazón sangraba, pero nada se reflejó en su cara hasta que estuvo solo en el fondo de una bodega.
La vida se le volvía más y más difícil a cada día que pasaba ¿qué maldición llevaba en su sangre que lo hacía llevar tan cruel destino? Y ni siquiera podía oponerse y regresar a su hogar, no podía deshonrar así a su padre y menos quería que este se viera obligado a devolverlo al terrateniente.
- En tierras lejanas estarás mejor - se dijo tratando de auto convencerse, pero el dolor seguía allí, en su pecho, y se negaba a abandonarlo.
- ¿Sabes, muchacho? - le dijo el mercader entrando sin que este lo hubiese escuchado - no debes preocuparte, dicen que el príncipe Deia Mon es un joven muy bueno y simpático, aunque no tuve el gusto de conocerlo personalmente, y como eres un buen administrador, de seguro permanecerás mucho tiempo a su lado y estarás bien.
- Pero lejos de mis seres queridos.
- Mmm, es cierto, pero allá tendrás a otros a quien querer, deja el pasado atrás y disfruta de tu futuro, serás el mejor regalo que le puedas dar al joven que tal vez pronto sea faraón.
- Un nuevo amo - murmuró tristemente.
- Ánimo, chico, verás que todo ocurre para mejor.
- Para mejor - repitió y cerró los ojos.
- Duérmete, estamos por zarpar, el viaje será muy largo, pero verás que vale la pena, tu antiguo dueño no supo apreciarte en toda tu capacidad, en cambio Deia Mon te verá y quedará prendado de ti, así lo han dicho las estrellas y por eso te llevaré con él.
Heero asintió en silencio y decidió obedecer, nada perdía con intentar conocer una nueva vida en tierras lejanas.
//Era una noche clara, la luna brillaba con mucha intensidad sobre el río por el que navegaban en un velero de velas de seda, el largo cabello castaño de su joven amo se extendía como única tela sobre el cuerpo desnudo del egipcio que dormía plácidamente acostado sobre su pecho mientras las aguas los mecían suavemente produciendo somnolencia en ambos.
- Me gusta estar aquí, lejos de mis obligaciones, entre tus brazos - le dijo el príncipe sonriendo mientras se acomodaba mejor - eres lo mejor que me pudo ocurrir desde que nací, me gusta que me ames así.
- Es usted tan hermoso, amo - enredó los dedos en sus cabellos acariciando suavemente su nuca mientras este lo besaba en el pecho.
- Eres tan delicioso, pasaría el resto de mi vida así, tranquilo, amándote como a nadie - le acarició el vientre plano suavemente mientras lo besaba bajando por este dejando un sendero húmedo que a Heero parecía quemarle la piel.
- Amo - gimió despacito con placer.
- Mi chico hermoso - se subió sobre él y lo besó en los labios - ámame.
- Como usted diga - respondió acariciando sus costillas con delicadeza mientras sus dedos vagaban sin control por la tersa piel del joven trenzado besándolo con pasión y con delicadeza provocando en el trenzado estallidos de placer que escapaban en forma de gemidos de placer que subían y bajaban de tono, en especial cuando hundió los dedos en el lugar secreto preparando el camino hacia el placer total.
- ¡Heero! - chilló de placer sintiendo que el mundo giraba en miles de colores.
- ¿Le gusta? - sonrió procurando que el placer se hiciera infinito en su amo...//

Deia volvió a despertar sintiendo que su cuerpo había sido poseído por aquel joven, la sensación era tan placentera que deseaba volver a dormirse y seguir con el sueño deseando cada ves al despertar que él estuviera dormido a su lado. Ese era su mayor sueño, encontrarlo y no dejarlo partir nunca más. Se sentó en la cama y miró por la ventana, aún era de noche, tal vez pudiera continuar con tan agradable sueño y sentir como esa manos lo llevaban a las nubes.

//Siguió acariciando lentamente los contornos de su amo separando con delicadeza las piernas preparando con cuidado la penetración, no quería dañarlo, si lo amaba de corazón, aunque realmente prefería ser tomado, pero su querido trenzado insistía en ser él quien estuviera abajo, decía que lo hacía sentir que tocaba las estrellas cuando lo sentía dentro y por complacerlo era capaz de todo.
- Que rico se siente - dijo casi sin aire - dame más - le pidió casi en un susurro - me gusta sentirte así - gimió alzando las caderas sintiendo como Heero le tomaba el miembro con los dedos - si, más.
Heero sonrió quedamente y sacó los dedos y lo soltó levantando sus caderas para posicionarse mejor contra su entrada que pese a todo su trabajo anterior seguía apretada al paso de su pene y el trenzado sintió dolor y se lo hizo saber.
- Amo bonito - le dijo deteniéndose por completo - mejor lo dejamos.
- No te atrevas o te daré como comida a los cocodrilos - le advirtió molesto aferrándose a sus hombros con fuerza - ya me acostumbraré - le dijo rodeándolo con las piernas obligándolo a adentrarse más - así, lento, me gusta ¿a ti no?
Heero lo atrapó en un beso y comenzó a moverse lentamente atrapando el pene de su amo entre sus manos frotándolo con la misma intensidad con que él se movía en su interior.
- Más - pedía - más fuerte - ordenaba ya casi sin voz sintiendo que el mundo se detenía a su alrededor y luego daba vueltas con gran rapidez - ¡ah! - se dejó ir en un fuerte gemido de placer sintiendo que su cuerpo era inundado por el líquido caliente de su esclavo y amante...//

El joven príncipe despertó sobresaltado al escuchar el débil golpe en la puerta de su recámara, había tenido un extraño sueño, un sueño lleno de imágenes muy vívidas y llenas de un fuerte erotismo que habían hecho palpitar su corazón de manera alocada y que también había despertado sus hormonas, lo podía ver en sus ropas manchadas con su semilla. Pero ¿qué había sido? ¿Quién era ese joven que acariciaba su piel con tanta delicadeza? Pero si en el sueño había gritado su nombre ¿por qué ahora no lo recordaba?
- Su Alteza - le dijo uno de los guardias entrando en la habitación manteniendo la mirada en el suelo, no podía ver a su amo a los ojos o moriría, una tontería según Deia que ahora le parecía bien, le ahorraba la vergüenza de las consecuencias de su sueño - el faraón desea verlo de inmediato.
- ¿A qué se debe el apuro? - apartó la ropa cubriendo sus partes pudientes vigilando que el guardia no viera nada comprometedor.
- Quiere que usted vaya a Tebas a buscar un cargamento especial, un reino vecino le ha enviado a su alteza un grupo de esclavos desde tierras lejanas y su señor padre dijo que escogiera usted mismo quiénes podrían servirlo en su casa y quienes enviaría a trabajar a las canteras y a otros lugares - le informó.
- Está bien, que preparen mi carro mientras me visto - ordenó realmente fastidiado porque interrumpieron su sueño y lo vio salir, de inmediato se vistió y fue al salón de conferencias del palacio a despedirse de su padre, saldría de inmediato.
- Estás molesto, Deia - afirmó el faraón divertido al verle la mala cara que traía.
- Dispones de mí como si yo no tuviera otras ocupaciones que cumplir - replicó de malas pulgas - y todavía tengo sueño a esta hora de la mañana.
- ¿Cómo sabes si uno de los esclavos nuevos te gusta? Recuerda que me los mandó el mercader de Oriente del que te hablé - le dijo divertido.
- Ojalá traiga alguno, o me vas a tener que encontrar la manera de compensarme por este viaje ridículo y a estas horas - le dijo y se retiró sin acordarse ni de comer - podría estar el joven con el que sueño y hago el amor - sonrió al fin y se subió a su carro sin mirar al auriga que conducía.

El desembarco en esas tierras había sido complicado para los esclavos, la mayoría eran muy sumisos debido al cansancio de tan largo viaje por mar y luego por tierra para volver a embarcarse por las aguas del río Nilo, los mayores se habían mareado por el viaje y se veían agotados, tanto así que una vez en tierra casi todos se dejaron guiar como corderos a las bodegas, pero uno de ellos no obedecía con la misma premura que sus compañeros, Heero se negaba a decir quien era y no se estaba mucho rato quieto, quería ver el lugar, pero no se lo permitían. Fastidiado al fin, se soltó de las cadenas y se fue a la entrada a esperar a su nuevo amo, pero lo descubrieron.
- Maldito esclavo ¿cómo demonios te soltaste? - le dijo un guardia intentando golpearlo. Pero el japonés fue más hábil y lo esquivó golpeándole en el costado.
- ¡No dejen que huya! - gritó otro guardia y entre cinco lo atraparon.
Nada más lejos de los pensamientos de Heero, pero esto provocó que le dieran feroz paliza y que lo dejaran encerrado en una celda lejos de la luz del sol con cadenas no sólo en los pies, sino también en el cuello.
- Ni creas que vamos a permitir que el príncipe te vea, haremos que te mande a trabajar en las canteras, allí se te acabarán los deseos de escapar - le dijo el gobernador molesto cerrando la puerta dejándolo completamente a oscuras.
- Mi vida se ligará a la del príncipe aunque no te guste - replicó Heero - así está escrito en las estrellas y así se cumplirá.

El viaje fue bastante agotador, en especial teniendo en cuenta que no había comido antes de salir de palacio y sentía que desfallecía de hambre. Lo primero que hizo fue pasar a la casa del gobernador a comer mientras este le informaba que los esclavos habían llegado esa misma mañana a la ciudad, en total eran 30, ocho de ellos eran bastante jóvenes y uno de ellos le habían dicho que tenía una gran cantidad de habilidades tanto manuales como intelectuales, pero no habían conseguido hacerlo hablar ni a la fuerza.
- Yo me encargaré de averiguar su edad y su nombre - dijo él y lo siguió a las bodegas donde estaban los esclavos y él comenzó a revisarlos uno por uno revisándolos con sumo cuidado - estos dos, envíalos a mi casa, los otros servirán para el trabajo de las canteras, se ven muy fuertes - miró a su alrededor contando a los esclavos, pero sólo había 29 - falta uno.
- Perdón, Alteza, lo tuvimos que encerrar en una celda especial porque rompió las cadenas que lo apresaban - trató de disculparse - creo que no es conveniente que lo vea, es peligroso.
- Yo decidiré si es peligroso o no - le replicó - llévame con él.
- Como usted diga, alteza - le dijo y lo guió a las mazmorras donde lo dejaran.
Deia entró en la celda y vio al muchacho cabeza gacha con grilletes no sólo en los tobillos, sino también en el cuello. Sintiendo lástima por aquel joven viendo lo golpeado que estaba, se acercó a él y le levantó el rostro para verlo a los ojos.
- ¡Dioses! - gimió asombrado, era el joven que aparecía en sus sueños y que lo amaba con tanta ternura - libéralo de inmediato - ordenó furioso y el gobernador obedeció asustado de inmediato - pobrecito - le acarició el rostro, pero el joven se lo retiró - déjanos solos.
- Sí, su alteza - se retiró temblando, era claro que le había gustado el muchacho y si este decía como lo habían tratado, estaba perdido.
- ¿Cómo te llamas?
- Heero Yuy - respondió en voz baja pero bien modulada.
- Bonito nombre - le sonrió, ahora lo recordaba con claridad - Yo soy Deia Mon, príncipe de Egipto.
- Entonces, no debo mirarlo a los ojos - bajó la mirada esquivando sus ojos.
- ¿De dónde vienes?
- De un lugar muy lejano - respondió de manera evasiva.
- ¿Qué edad tienes?
- 20 años, señor.
- Eres mayor que yo - pasó un dedo por el brazo y sintió como una corriente eléctrica le llegaba desde la punta de los dedos hasta el pecho y bajaba pr su abdomen- y eres muy guapo ¿Qué es lo que sabes hacer?
- Sé leer y escribir.
- No dice nada - acarició la barbilla lentamente disfrutando de la suavidad de su piel preguntándose como era que no tenía la piel áspera por la barba - ¿sabes algo más?
- Sé hacer masajes con una técnica especial, reparar fracturas y torceduras, corregir dolencias musculares.
- ¿Masajes? - un dulce rubor cubrió su rostro al pensar en sentir sus dedos acariciando su piel sensualmente y se alegró que no lo mirara a la cara.
- También sé hacer acupuntura - agregó al ver que lo comenzaba a entusiasmar.
- ¿Qué es eso?
- Una técnica especial con pequeñas púas que no duelen y que sacan los malos humores del cuerpo y del alma - dijo tranquilo y lo sintió estremecerse - no duele - insistió - también podría maquillarlo.
- Me servirás personalmente, pero primero conseguiré que te curen las heridas - se levantó - ¿por qué no hablaste de inmediato? No te habrían golpeado.
- Me trataron mal - replicó - sólo mi amo me puede tratar así, y ninguno de ellos lo era, vengo destinado a servir y complacer al príncipe de Egipto.
- Está bien - se sonrojó aun más imaginando las miles de formas en que podría complacerlo y los muchos sentidos que estas palabras implicaban.
- ¿Me llevará a su casa?
- "Y a mi cama" - pensó y asintió dándole la espalda, no quería ponerse en evidencia delante de él tan pronto.
- ¿Cómo debo llamarlo?
- Todo el mundo me dice Su Alteza - se volvió hacia él pensativo, le gustaba que en sus sueños le dijera "mi amo" - pero ellos son egipcios, y tú eres mi esclavo, debes llamarme amo.
- Está bien, amo.
"Pronto lo dirás en otro tono" se sonrió y salió a buscar al gobernador mientras sentía que un montón de mariposas revoloteaban en sus entrañas, al fin tenía al chico de sus sueños en su poder y tenía que asegurarse que no lo perdería jamás.

La casa del príncipe era una hermosa construcción de ladrillos con leves toques dorados como incrustaciones de oro y piedras preciosas, pero la habitación del joven era lo más impresionante, las cortinas de doble seda traídas de oriente y las delicadas y trasparentes de tul que separaban la estancia del baño la hacían una delicia para el joven que no podía quitarse de la cabeza la sensación de haber descansado en los brazos de su ahora esclavo personal mientras viajaban de regreso, aún podía sentir como las mariposas bailaban en su estómago de solo pensar en lo cerca que estuvo de probar los labios del esclavo si este no se hubiese vuelto a mirar el camino por el que pasaban.
- Su alteza - le dijo un guardia inclinándose ante él - los esclavos ya han sido instalados en sus habitaciones, tal como usted lo ordeno.
- ¿Y Heero? - dijo pensando en que hacer para estar a solas con él.
- En la habitación que usted ordenó, Su alteza.
- Hazlo venir - ordenó y espero que saliera antes de ir al baño, quería saber que se sentiría que aquel lo bañara, no había mejor manera de hacer que lo acariciara por entero, sólo había un problema, sabría que su presencia lo excitaba, pero no le importaba en lo absoluto, después de todo, era su esclavo y podía hacer lo que quisiera con él. Se desnudó y entró al agua tibia a esperar a su esclavo.
- Ordene, amo - le dijo sin mirarlo a los ojos, los esclavos mayores lo aleccionaron en la atención personalizada del joven príncipe, aunque eso lo sabía de antemano, bastante se lo había explicado el mercader durante el largo viaje desde su hogar, y le dijeron que debía hacer todo lo que este quisiera menos convertirse en su amante, podía hacerlo con él si se lo pedía, pero debía ser siempre el trenzado quien lo tomara, no podía ser de otra manera ya que este era virgen y debía seguir así, y tampoco debía dar su opinión ni aunque se la pidiera, eso era mal visto y le haría daño político al joven heredero.
- Quiero que me bañes - le ordenó y vio como se agachaba a su lado para frotarlo - no, entra conmigo.
Heero se quitó la ropa e iba a entrar al agua cuando lo pensó mejor al recordar que entre sus cosas le traía un regalo.
- ¿Adónde crees que vas? - le dijo Deia molesto al ver que se retiraba de su lado sin haberlo tocado un poquito siquiera - haz lo que te ordené - le reclamó dolido, tal vez ni le gustaba al joven hermoso.
- Le pondré unas sales especiales que traje para usted desde mi tierra - le dijo manteniendo la cara inexpresiva y al poco rato regresó con una botella de cristal finamente tallada cuyo contenido vertió en el agua y de inmediato comenzaron a hacerse burbujas que despedían un dulce aroma - es de violetas, como sus ojos - le dijo y bajó la mirada.
- Anda, métete conmigo - le dijo con voz ronca con los sentidos exacerbados por el aroma y el deseo de sentir su piel desnuda contra la suya.
Heero no era un chico tímido, nunca lo había sido y sabía que por ello había terminado allí, como esclavo de un príncipe siendo que él era un buen trabajador, era fuerte e inteligente, pero su obstinación en no ser del terrateniente había terminado obligando a su señor, que ahora pensaba debió matar cuando trató de obligarlo. a venderlo y había terminado en tierras tan lejanas sin ninguna posibilidad de regresar a su hogar con su familia.
- ¿En qué piensas? - le dijo apoyándose en su pecho mientras este le lavaba los músculos pectorales y bajaba por su abdomen con delicadeza, se sentía en las nubes - eres muy silencioso.
- En mi hogar - respondió y lo siguió limpiando.
- ¿En dónde aprendiste estas cosas? Eres muy bueno - le acarició el brazo más cercano - es agradable.
- Yo hacía esto para mi señor, estuve seis años con él.
Deia sintió la punzada de los celos brotando en su pecho, el muchacho era muy hermoso y ahora era suyo, pero ya antes había tenido otro dueño al que acariciaba igual seguramente, al que tal vez le había dado su virginidad, y varias lágrimas se asomaron a sus ojos sin poder evitarlo.
- ¿Por qué llora, amo?
- Estoy triste - admitió.
- ¿Por mí? No debe estarlo, yo no lo estoy, mi antiguo señor era un hombre poderoso pero muy vengativo y me vendió porque me vio besando a una de mis hermanas y no me quiso creer que era de cariño y que jamás lo querría por su manera de ser.
- …l ¿te tocó?
- Fue por eso que me vendió, no lo dejé y casi lo mato cuando intentó tomarme a la fuerza.
- Debiste hacerlo - se volvió hacia él y este bajó la mirada evitando encontrar sus ojos - no hagas eso, te autorizo que me mires a los ojos mientras no haya nadie más a nuestro alrededor.
- Gracias, amo.
- Siempre y cuando acudas de inmediato a mí cuando te llame.
- Cómo usted diga - empezó a frotar su espalda suavemente y Deia suspiró gozando de las caricias - pero quiero hacerle una pregunta antes.
- ¿Qué cosa?
- Me dijeron que tuviera cuidado con usted, que si quería mi cuerpo, debía entregárselo, pero que no debo tocarlo a usted de la misma manera.
- Eres muy directo - intentó evadirse sonrojándose violentamente mientras echaba pestes por dentro, si su sueño era ese, que Heero se quedara con su primera vez y alguien ya le había explicado que no debía ¿por qué la vida insistía en ser cruel con él? Tendría que arreglárselas ahora para convencerlo.
- Me gustan las cosas claras, amo.
- Está bien - se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro - si yo tuviese esposa, podríamos hacer lo que quisiéramos, pero debo llegar "virgen" al tálamo nupcial.
- Entiendo - lo miró a los ojos - pero puedo besarlo y acariciarlo ¿verdad?
- Sí, hasta dormir conmigo, siempre que no nos pillen - le sonrió disfrutando del placer de saber que le gustaba también.

Continuará...

Bien, al fin me he comenzado a sacar esta idea que desde que comencé con La Leyenda del fantasma me andaba rondando, espero ahora terminar esa historia para dedicarme a esta y a De lo que sería capaz por ti. Espero les guste, este fic será diferente ya que es puro romance e intriga, más parecerá telenovela que otra cosa. En fin, si sale así, bien, y si no, mejor.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.
Wing Zero (Vuelvo a ver brillar la luz del sol)
PD: Deia Mon es Dúo Maxwell por si alguien no se dio cuenta
(Shio Chang tiene las neuronas de paseo por eso de la Navidad, tendrán que perdonarla, quien sabe si regresen pronto)

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