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Destellos de oscuridad por PrincessofDark

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes de Saint Seiya pertenecen a Masami Kurumada. Lo que es mío es la imaginación y los personajes originales que puedan aparecer.

Notas del capitulo: ¡Hola! Acá les traigo otra loca idea que me vino a la cabeza esperando que les guste y les interese este primer capítulo. Para comenzar el fic me basé en la Teogonía de Hesíodo, que es una de las versiones más conocidas acerca del origen de los dioses y que sostiene que del Caos nació Gea, la diosa de la Tierra.

Gea, a su vez dio a luz por sí misma a Urano y a Pontos, dioses del cielo estrellado y de las profundidades marinas, respectivamente.

¡Espero les guste! Comentarios, críticas y sugerencias son siempre bien recibidos. ¡Gracias!
La luz iluminaba tenuemente el paisaje de ese recóndito y perdido lugar de Grecia. No era la cálida y luminosa Atenas, ni tampoco Mileto, la isla que tantos sabios filósofos había entregado a la historia. Tampoco era la antigua Tebas, que había sustituido a Atenas y a Esparta en el predominio de las antiguas polis griegas. No era tampoco la militar Esparta, hogar de los más temidos guerreros de la Grecia Clásica, capaces de detener el avance de los persas durante las Guerras Médicas y de derrotar a la misma Atenas.

El lugar era más antiguo que las primeras civilizaciones que habían llegado a la península griega: no era ni Creta, lugar del poderoso Minotauro, ni tampoco era Micenas, cuna del legendario Agamenón y cuya guerra con Troya fue largamente cantada por Homero en los versos de la Ilíada.

El paisaje era uno de los más tempranos de la historia y los templos otrora esplendorosos y cuyos adornos en oro y plata los habían hecho conocidos, ahora eran meras ruinas que apenas permitían vislumbrar algo del arte de los primeros tiempos.

Sin embargo, algo había hecho que ese lugar tomara importancia esa noche. La noche del solsticio de verano en el mundo occidental y que marcaba el inicio de esa nueva estación para todo el occidente. Era una noche extraña, con el aire enrarecido y pesado. Con la luz de la luna brillando apenas y con la sensación de que en cualquier momento llovería a raudales, tiñendo el cielo de lágrimas.

Un rayo de luz, muchísimo más poderoso estalló de un objeto enterrado entre las ruinas. El objeto en cuestión era una pequeña vasija, sellada y protegida por un sello de Atenea tan viejo que apenas podía distinguirse el nombre en griego de la diosa de la guerra justa y la sabiduría.

Ese rayo proveniente de la vasija tomó gradualmente una forma corpórea y lo hizo con la forma de una mujer joven. Cuando la luz se desvaneció, sólo permaneció la mujer parada en medio de las ruinas y para ella ese era su hogar por lo que comenzó a reconstruirlo.

La mujer era alta y esbelta. Con su cuerpo de un tono delicadamente bronceado en tonos dorados. Sus cabellos caían como una catarata de color castaño oscuro y sobrepasaban la cintura, mientras sus ojos tenían un profundo color marrón. Su ropa era un vestido largo y ajustado de color marrón y en sus perfectos pies calzaba unas ligeras sandalias. En los brazos destellaban las pulseras de oro con símbolos antiguos y en los anulares de cada mano portaba un anillo con un nombre grabado en el oro.

Pero lo que llamaba más la atención de esa mujer, era la mano que acariciaba suavemente su cintura con una sonrisa bella pero escalofriante.

-Muy pronto, muy pronto estarán conmigo – fueron las únicas palabras que regaló al viento en esa noche oscura.

* * *

En Tokio todo transcurría con tanta tranquilidad que hacía que la Mansión Kido fuera sólo un poco aburrida para sus habitantes. Tras la última guerra en contra de Hades el tiempo se les había pasado volando a los cinco caballeros de bronce que protegían a Atena y que por pedido de ella ahora llevaban una vida casi se diría que normal. Ikki no vivía en la Mansión, ya que gustaba de viajar y recorrer el mundo sin dar explicaciones a nadie, volviendo de cuando en cuando a ver a Shun, y también a los otros caballeros aunque no lo dijera y aunque no lo reconociera ni bajo tortura.

Shiryu había partido a los Cinco Picos durante un año, pero se había instalado en la Mansión después del casamiento del rejuvenecido Dokho y de Sunrei. Iba a la Universidad para estudiar Administración de Empresas, con el fin de ayudar lo más pronto posible a Saori en el manejo de la Fundación.

Hyoga viajaba a Siberia un par de veces al año, pero casi todo su tiempo lo pasaba en la Mansión o entrenando con Camus en el Santuario. No iba a la Universidad, pero sí había hecho algunos cursos acelerados y ahora trabajaba con Saori en la Fundación en el área de informática y tecnología.

Seiya y Shun como los más jóvenes del grupo iban todavía a la escuela secundaria, aunque ya cursaban el último año, aunque con ciertas diferencias. Mientras Seiya iba a los traspiés, y no le gustaba demasiado todo lo que tenía que ver con los estudios, Shun era un alumno excelente y Saori le había ofrecido estudiar lo que quisiera en la Universidad una vez que lograra acabar la secundaria.

Todos iban al Santuario a entrenar por lo menos dos veces al año, aprovechando los recesos escolares en el caso de Shun y Seiya. Los caballeros dorados supervisaban ese entrenamiento asegurándose de que sus aprendices fueran unos excelentes caballeros en el futuro.

Esa noche, todos dormían tranquilamente, ajenos a los acontecimientos que transcurrían a miles de kilómetros en Grecia. Sin embargo, había una persona que dejó de dormir para comenzar a soñar. Saori, la diosa de la Tierra vio entre sus sueños el momento en que la vasija se rompía y la mujer escapaba de ella para comenzar a reconstruir su Santuario. Entre esos mismos sueños, tembló y se asustó, aunque su mente no podía reconocer el nombre de la mujer, el aire siniestro y el cosmos aún más maligno la aterraron.

Su grito al despertar levantó a todos los caballeros de esa casa que se arremolinaron en torno a la habitación de la joven diosa pero sin atreverse a entrar. Finalmente, Shun, con su carácter tan pacífico fue el que ingresó al cuarto.

-¿Estás bien, Saori? – preguntó suavemente.

La muchacha se puso en pie y se acercó a él, abrazándolo.

-¡Tuve un sueño! No lo comprendí del todo, pero tengo miedo Shun de que la paz se haya terminado esta noche. ¡Fue tan extraño! Esa mujer era… tan mala… su cosmos era tan… maligno.

-Tranquila. Todo estará bien – la alentó Shun, llevándola nuevamente al lecho para que se sentara y respirara tranquilamente.

Seiya, Shiryu y Hyoga que habían entrado poco después de Shun, se miraron entre ellos y sus miradas reflejaron la preocupación que les causaba ese sueño de Saori, que podía ser una premonición del futuro. El único que no parecía preocupado era Shun, quizás porque su deber en ese momento era aparentar tranquilidad ante su diosa.

-Mañana hablaremos con Shaka – dijo Shiryu para sosegar a Saori.

-Sí, él comprenderá mi sueño – asintió Saori un poco más tranquila - ¡Lamentaría tanto que la paz se terminara! Creí que Hades sería nuestro último enemigo…

Shun tembló ante ese nombre, que simbolizaba para él un pasado que difícilmente querría volver a recordar por su propia voluntad.

-¡Perdona, Shun! Sé que no te gusta escuchar su nombre – se disculpó Saori al notar la palidez del joven rostro.

-No te preocupes – Shun la disculpó con una sonrisa y haciendo un esfuerzo porque el color regresara a su rostro – Intenta dormir nuevamente, por favor. Si quieres alguno de nosotros te acompañará.

-No quiero molestarlos – indicó la muchacha.

-No es molestia – dijo Seiya - ¡yo me quedaré! – y para reafirmar sus actos se acomodó en uno de los sofás de la estancia.

Los otros tres jóvenes regresaron a su habitación después de unos minutos y por vez primera Shun se sintió preocupado por los sueños de Saori. Sin embargo, no compartió esa preocupación con sus amigos sino con alguien más.

Al regresar a su cuarto, Shun se había encerrado y buscado entre uno de los cajones de su cómoda un libro, La Divina Comedia de Dante. Cuando lo tuvo entre sus manos, lo abrió y sujeto en la tapa posterior del libro encontró un sobre en cuyo interior había una llave. Extrajo la llave y la colocó en el suelo de la habitación, para luego exclamar.

-¡Ábranse las puertas del Infierno!

Un portal se originó en el lugar donde antes estaba la llave y Shun se dejó caer en él sin dudar un instante.

Cuando su vista se aclaró se encontró en una biblioteca enorme, repleta de libros y papeles por doquier. Pero no le importó para nada eso, sino la persona que leía serenamente en la estancia y que alzó apenas la mirada del libro cuando lo vio llegar.

Sin embargo, después de esa mirada el libro se cerró y el mayor lo observó con cierta preocupación en su rostro.

-¿Pasó algo, Shun?

Hades se había puesto de pie y acercado a él con ligera rapidez. A medida que se acercaba Shun volvió a confirmar que valía la pena. Valía la pena verse con Hades a escondidas de Atena, su hermano, sus amigos y todo el resto del Santuario. Nadie comprendería como Shun podía ver a Hades después de todo lo que había hecho el mayor con él, así como tampoco nadie podría comprender que el poderoso dios del Averno era por debajo de esa frialdad establecida y casi obligada por la tradición un alma generosa y bondadosa con él, a tal extremo que Shun le había dado su corazón y su alma por más que Hades nunca le había hecho alguna insinuación para transformar esa amistad en algo más.

Hades se había acercado a él, un tiempo después de finalizada la guerra, buscando el momento en que estuvieran solos para poder hablar. El dios de la muerte, le había pedido disculpas, pese a que era un simple caballero por haber utilizado su cuerpo y si bien Shun se había aterrado al verlo, después de escucharlo y sabiéndose incapaz de guardar rencores lo había perdonado.

Su amistad se había dado poco a poco, tan lentamente que estallaron algunas disputas en el camino. Sin embargo, los dos habían estado de acuerdo en que ninguno aparte de ellos podría comprender que fueran amigos, más aún Ikki, el poderoso caballero del Fénix, quien odiaba a Hades con toda su alma.

Después de un tiempo, Hades le había regalado el libro de Dante y en el interior de éste la llave que conectaba ambos mundos, una prueba de insuperable confianza. Esa llave también les permitía reunirse de tanto en tanto para conversar y leer en la biblioteca de Giudecca e incluso en un par de veces habían disfrutado de una cena entretenida e incluso podría decirse que animada.

-¡Shun! – volvió a llamar Hades sacándolo de sus pensamientos.

-Lo lamento. Quería preguntarte si no has soñado con algo o si sabes si hay algún peligro inminente – respondió el joven Andrómeda saliendo de sus pensamientos.

-No me digas que ya descubrieron que me estoy reorganizando – comentó a modo de broma el mayor, pero frente a la palidez de su amigo continuó - ¡Lo siento! Mala broma. No he notado nada extraño, Shun. ¿Por qué?

-Saori se despertó gritando porque tuvo un sueño muy extraño. Lo único que pudo mencionar fue que había visto a una mujer con un cosmos muy maligno.

-No he sentido nada raro en este tiempo aunque si quieres prestaré más atención. Yo controlo que nada pase en el Inframundo, la Tierra es asunto de su diosa…

-Lo siento. Si te es molesto no lo hagas – se disculpó Shun, un poco ruborizado.

-Lo haré – interrumpió Hades – y si llego a saber algo te lo informaré. ¿Te quedarás un rato?

-No. Es mejor que me vaya ahora. Ya es casi hora de levantarse y pueden ponerse pesados – Shun sonrió - ¡Nos vemos!

El portal fue abierto nuevamente y Shun desapareció dentro de él.

* * *

Cuando la mujer terminó de reconstruir su Templo, éste brillaba iluminado por infinita cantidad de velas de color blanco. Terminó justo a tiempo de que un dolor la atravesara y pareciera partirla en dos. Su cintura antes fina y grácil ahora revelaba un embarazo que estaba a punto de terminar.

Entró a su Templo y se acostó en medio de la nave principal, acomodándose para dar a luz a medida que el dolor aumentaba. Allí, ella sin ayuda de nadie dio a luz a dos pequeños bebés. El primero, con brillantes ojos celestes, cabellos rubios y tez pálida rompió a llorar con tanta fuerza que el cielo pareció estremecerse.

Su madre le dio el nombre que le correspondía y le transmitió todo el poder y el peso que eso implicaba.

-¡Urano! – fue el nombre que le dio - ¡Dios del cielo estrellado!

Casi un momento después el dolor la obligó a dedicarse a alumbrar a su segundo hijo, más pequeño que el primero pero igualmente poderoso. El segundo bebé, con ojos profundamente azules y cabellos de un azul marino, era más pálido que su hermano y de inmediato su madre le dio nombre.

-Pontos. ¡Dios de las profundidades marinas!

Los bebés lloraron durante un rato, pero finalmente se durmieron vigilados atentamente por su madre. La mujer, parecía totalmente recuperada tras sólo algunos minutos de descanso y no perdió de vista a sus criaturas hasta verlas dormir. Recién entonces se puso en pie y cortando su muñeca derramó un poco de sangre en cada uno de los niños, mientras hacía un rito.

-¡Yo los marco con mi sangre para protegerlos en el tiempo que dure su crecimiento! Ningún poder podrá lastimarlos o causarles muerte hasta que lleguen a adultos. Si alguien intenta dañarlos, ese daño se revertirá y yo me alimentaré de ese dolor ajeno volviéndome aún más fuerte. Es el tiempo de mi regreso y de su regreso. Los dioses olímpicos caerán y seremos los dioses ancestrales los que ocupemos su lugar.

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