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Nothing Else Matters por Mary-chan6277

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Notas del fanfic:

Los personajes de Kuroshitsuji no me pertenecen y etc. Uds saben ^^

Notas del capitulo: xD a mi se me ocurren las ideas de los fics en los momentos más inesperados... estaba navegando por Internet, con el Itunes en "Shuffle Songs", en esas, me salió "Nothing Else Matters" de Metallica ( de ahí salió el título dl fic xD) y me acordé que James (cantant d Metallica) le dedico esa canción (que es genial) a su esposa (q odio secretamente ¬¬ hahah no, mentiras xD)
1
Había salvado a Elizabeth de un oso. Había arriesgado mi propia vida por proteger la de ella, ¿significaba eso, acaso, que la amaba?

Después de esa visita de la marquesa (mi tía) y su hija (mi prometida) en mi mansión, justo el día de mi cumpleaños, me di cuenta de que sí, en verdad estaba enamorándome de esa niña, y aunque parecía casi imposible que algo como eso estuviese sucediendo, decidí que le propondría matrimonio.

Recuerdo perfectamente el día en que se lo dije. Fui hasta su mansión en la ciudad junto con Sebastian, y luego de hablar con su padre y respetuosamente pedir su mano, le di a ella en persona la noticia. Ella se lanzó a mis brazos y me abrazó fuerte, como si fuera a escapar a alguna parte lejos de ella. Aquel día ella sonrío como nunca cuando le dije que me casaría no porque me obligaran a hacerlo, sino porque de verdad sentía por ella ese algo que llamaban amor.
—¿En serio, Ciel?, ¿me amas?— no paraba de repetirlo una y otra vez, a lo que yo respondía afirmativamente siempre con una media sonrisa. Una sonrisa que gracias a ella había podido recordar. Una sonrisa que decía que todo estaba bien, y que la vida podía volver a comenzar aunque mis padres ya no estuvieran.

Después de que el anillo fue entregado, empezaron las preparaciones, después de todo, los casamientos entre niños de nuestra edad era más que común entre los nobles de la época.
Fue la familia de Elizabeth la que se encargó de todo, tanto de mi traje como de su vestido, de repartir las tarjetas para los invitados más prestigiosos de Londres, y de preparar los últimos detalles.

Me sentía impaciente por que la fecha llegara, porque a partir de ese día en el que le jurase lealtad a Elizabeth por el resto de mi vida, un nuevo comienzo al fin iniciaría. Sentía que había tomado la decisión correcta, porque a pesar de ser un niño de 12 años, había tenido la necesidad de madurar a la fuerza, y convertirme en un adulto que sabe actuar por sí mismo, y esta no era sino otra de las decisiones que tendría que hacer tarde o temprano. Y mejor que fuese ahora, porque no sabía cuanto tiempo me quedaba, después de todo, mi alma estaba condenada al infierno por mis propios deseos.

El día al fin llegó. Los invitados en la iglesia esperaban, el padre preparaba el altar para la ceremonia, y la novia era ayudada a ponerse hermosa con su vestido blanco. Ya no había marcha atrás.

—Es hora, ya debo salir— le dije a Sebastian, que había estado alistándome para la ocasión, abotonándome la camisa blanca, anudando perfectamente el corbatín negro en torno a mi cuello, y acariciando levemente mis piernas al ponerme las medias.

Me dispuse a salir. Me sentía nervioso, las manos me sudaban y los brazos me temblaban casi imperceptiblemente, pero estaba decidido.

—Bocchan…— una manó enguantada me detuvo del brazo, y yo volteé para mirarle, y antes de que pudiera darme cuenta sus labios estaban en los míos en un beso prohibido. Su lengua lamió mis labios entre abiertos, y no pude más que dejarla pasar. No pude resistirme. El demonio que todo lo hacía bien besaba como los mismísimos dioses, nadie podría evitar dejarse llevar por semejante sensación. Dejé que acariciara mis mejillas, me permití a mi mismo tomar su rostro entre mis manos para poder profundizar tan solo un poco más ese beso… pero el aire me hacía falta, no a él, sino a mí, y tuve que apartarme. Lo miré desconcertado, y deje que una solitaria lágrima se deslizara por mi mejilla.
—¿Por qué?— le pregunté secando mi piel con la maga del frac negro que llevaba, sin que me temblara la voz, pero no recibí respuesta más que una hermosa sonrisa de su parte.
—Debe irse— dijo, y me empujó para que saliera a pesar de que yo no quería hacerlo, a pesar de que me dejaría indefenso y sólo con mi confusión en frente de todos los invitados, en frente de mi futura familia y de mi futura esposa.

La marcha nupcial había empezado a inundar con sus célebres notas todo el aire, y Lizzy entraba a la iglesia con su hermoso vestido blanco, seguida por las damas de honor, y una pequeña niña peliroja que lanzaba pétalos de color rosa al aire.

La ceremonia había comenzado, y en lo único en que podía pensar era en Sebastian.

¿Por qué?, ¿Por qué había decidido hacer eso justo ahora?, ¿se burlaba de mí?... pero su sonrisa había sido sincera, no una de esas con las que derretía el corazón de las damas para conseguir algún tipo de información en las misiones, no era esa sonrisa que ofrecía a los invitados para hacerlos sentir en casa, era la primera sonrisa honesta que yo le había visto desde que habíamos hecho el contrato, tan hermosa y sublime, pero tan inoportuna en ese momento.

—Ciel…— salí de mis pensamientos al escuchar mi nombre, abriendo mi ojo visible, era Lizzy quién me llamaba, y me indicó con un gesto de enfado que el padre me estaba haciendo la pregunta que cambiaría nuestras vidas.
—Perdóneme Padre, ¿me decía?— todos me miraron con desaprobación, pero no me importó.
—Ciel— empezó de nuevo el sacerdote con un tono de fastidio en la voz— ¿Acepta a Elizabeth como su esposa, hasta que la muerte los separe?— y hice lo que menos debía en esa situación: me quedé en silencio.

Bajé los ojos al piso, nunca antes el patrón de las baldosas me había parecido tan interesante, pero los murmullos se hacían escuchar, y yo debía responder.

—¿Ciel?
—Sí, acepto. —respondí de mala gana, pero intentando convencerme en vano que a pesar de todo sí había tomado la decisión correcta.
—Puede besar a la novia— en seguida me indicó el padre, y cuando lo hice, me di cuenta de inmediato de que estaba con la persona incorrecta.

Ahora todos los presentes fueron invitados a acompañarnos a la mansión de Elizabeth, en donde se daría una gran fiesta digna de las familias adineradas de Inglaterra, dónde había un gran pastel de cinco pisos con dos novios de plástico en la punta, y montón de licor para satisfacer las necesidades.

Cuando llegamos a la mansión y a la susodicha celebración intenté en seguida separarme de mi esposa –que formal se escuchaba esa palabra hasta en mis pensamientos- para ir a buscar a ese ingrato mayordomo que había profanado mis labios, y no había pronunciado ni una sola declaración después.

—No puedes irte, Ciel— dijo ella agarrándose fuerte de mi brazo— Los invitados querrán que nos tomemos fotos, y querrán conversar con nosotros— estaba animada a pesar de lo que había ocurrido en la iglesia, lo que significaba que no me dejaría alejarme de su lado tan fácilmente.
—Lizzy, por favor, necesito…— no podía decirle que iría buscar a Sebastian, no sería sospechoso que un amo buscase a su mayordomo, pero me sentiría culpable de decirle que iría a verle después de haberle prometido lealtad frente a un montón de personas, y de un Dios en el que no creía— … yo necesito ir al baño, será un minuto. —ella me contempló por un momento, decidiendo si dejarme o no, y luego de hacer uno de sus infantiles pucheros me dejó libre.
—Está bien, pero no tardes— salí corriendo pensando para mi mismo que encontrar a Sebastian no sería difícil, era un hombre alto y sumamente apuesto, y no muchas personas tenían los ojos de un rojo tan intenso como la sangre y un cabello tan negro como el más puro petróleo.

Caminé entre los invitados, fijándome atentamente en cada uno, no perdiéndome detalle que me impidiera dar con aquel que buscaba.

No le encontré. Estaba al borde de la desesperación, me sentía preocupado, ¿había decidido abandonarme?

De nuevo salí corriendo, solo que esta vez fue como dije, y me dirigí al baño. Me encerré en ese pequeño cuarto que era el baño de invitados, y me recliné sobre el lavabo para verme en el espejo. Me arranqué en parche con muy poco cuidado por la angustia que ahora me consumía de solo pensar de no volver a verle nunca, y abrí mi ojo derecho un poco indeciso… pero el sello de nuestro contrato aun brillaba con un color morado, y eso me tranquilizo… un poco.

—Sebastian, te ordeno que vengas— no había pasado ni un segundo, pero me sentía impaciente de que apareciera ante mí.

Esperé mientras un me miraba al espejo, y en poco tiempo por el reflejo pude ver como un montón de plumas negras empezaban a salir de ninguna parte, y ahí, entre esa lluvia tan especial, apareció él a mis espaldas.

—¿Dónde habías estado?— pregunté autoritariamente, ordenándole a que me respondiera sin mentiras.
—Fuera— dijo, eso era demasiado poco específico para mí.
—¿Por qué? Pensé que según el contrato, tu debías estar a mi lado todo el tiempo— apunté cruzando los brazos sobre el pecho, no en un gesto de infantil enfado, sino en uno que indicaba que quería una razón convincente.
—Porque,— empezó, tomando mi barbilla delicadamente entre su enguantada mano, acercando su rostro al mío— no quería ver al primer mortal que ha causado algo en mí casándose con esa fastidiosa mocosa. —me sorprendí. Abrí los ojos de par en par, y Sebastian aprovechó mi descuido para besarme suavemente los labios. —¿Es una razón suficiente, bocchan?— se apartó de mi unos pasos, y de nuevo dejó entre nosotros una distancia prudencial mientras yo me recuperaba de su beso.
—¡Estúpido!— le grité desesperado—¡¿Por qué rayos me dices esto hasta ahora, cuando no hay nada que hacer?!— unas lágrimas de rabias se empezaron a escapar por las esquinas de mis ojos. —¡¿Por qué?!— Sebastian me miró, y luego soltó una risita frotándose la frente.
—Usted es tan impredecible— comentó— ¿Cómo quería que si quiera me imaginara que correspondía mis sentimientos?— se mantuvo en silencio un segundo, estudiándome con la mirada muy atentamente— siempre quise saber qué sentía, pero nunca pude llegar a ver más allá de sus ojos tan inexpresivos. De todos los humanos que conozco, usted es el más indescifrable. —me quedé callado, no sabía que responder. ¿Qué debía decir a continuación?, ¿qué le amaba?,¿Qué me separaría de Elizabeth?, ¿qué debíamos escapar juntos a una paradisiaca isla y hacer el amor todas las noches?
Me sonrojé, ¡¿Qué cosas estaba pensando?!
—¿Qué se estaba imaginando?— susurró seductor a mi oído, besando tiernamente mi mejilla. —Recuerde que yo puedo hacer todos sus deseos realidad— me abrazó, y yo correspondí rodeando como pude su cuerpo, y me sonrojé más al cerrar los ojos e imaginarnos en situaciones bastante indecorosas.
—Eres un idiota. Me habías dicho que los demonios como tú no son capaces de tener sentimientos, por eso engañé a mi pobre corazón para que creyera que todo eso que sentía por ti en realidad lo sentía por Elizabeth— le confesé apretándolo más fuerte contra mí. —¿Desde cuándo sientes esto por mí?, ¿es algo real, o estás jugando con migo?— me aparté un poco para poder verle a los ojos, para intentar decir si me mentía o no al decir que me quería.
—Fue hasta hace poco que me di cuenta, sabe, no es fácil reconocer algo que no se conoce— respondió sonriendo— y creo que aun sigo sin entender muy bien qué es eso que los humanos llaman “amor”, ¿me lo explicaría?— solo el tono seductor de su voz hizo que mis mejillas tomaran de nuevo un tono rojizo y que por mi mente pasaran un montón de imágenes con situaciones innombrables.
—Pero… yo … estoy casado— dije amargado, y por un momento me sentí como todos esos hombres que aunque se encontraban con las mujeres más hermosas del mundo, tenían que rechazar sus cuidados con esa frase: “estoy casado”.
—Estaré esperando por usted— besó mi mejilla de nuevo, y cerré los ojos encantado por la caricia— ahora, debe volver, su esposa debe estar enloquecida. — y así lo hice, salí del baño un poco enojado por tener que volver al festejo de mi desgracia, pero iría a cumplir con mi responsabilidad.

2
—Ciel…¿deberíamos?— había estado realmente agradecido de haber vuelto a casa, pero no predije que aun me faltaba enfrentar la peor parte.
—¿“Deberíamos”…qué?— respondí haciéndome el desentendido. Me sentía realmente extraño compartiendo MI cama con alguien más, y me sentía realmente incómodo en esa situación.
—Pues… tu sabes— respondió ruborizándose— es nuestra noche de bodas, y…— solté una carcajada, y ella me miró sorprendida, pero no pude evitarlo. Me sentí escandalizado de tan solo pensar en tener intimidad con la que era mi esposa, pero antes me había sentido ilusionado de poder tenerla con Sebastian. ¡Irónico!
—No creo que debamos— y creo que eso era obvio, ni siquiera nos atrevíamos a mencionar el nombre de lo que debíamos hacer, nos sentíamos avergonzados de tan solo pensarlo. —Mejor durmamos, ¿sí?, estoy un poco cansado. — me recliné sobre las almohadas y cerré los ojos dando el tema por terminado.

Me quedé dormido casi de inmediato, y la representación de mis deseos se personifico en mis sueños.
“Estaré esperando por usted” dijo de nuevo un Sebastian en mis sueños, con su apacible mirada carmesí clavada en mis ojos, y una sonrisa dibujada en los labios.
—Sebastian…— rodé en las cobijas, me retorcí sonriendo en el lecho mientras ese Sebastian de mis fantasías me tocaba en el sueño con sus demoniacas manos, y me besaba por todas partes. —Sebastian…— gemía, no podía evitarlo. Me encantaba lo que estaba haciendo, porque sentía que con cada caricia me estaba asegurando que me amaba de una forma más física, terrenal, y humana.
“¿Me enseñará qué es el amor?” preguntó besándome apasionadamente.
—¡Sí!, si quiero enseñarte. Si quiero…— y de repente la habitación llena de rosas rojas e iluminada con velas desapareció, al igual que el ambiente tan caliente y húmedo de una isla paradisiaca.
Ahora estaba despierto, y volvía a la realidad, sentado sobre el frío piso de mi habitación luego de haberme caído de la cama.

Me incorporé, y descubrí tres cosas importantes:
1) Me sentía desesperado por ir a darle unas cuantas clases a Sebastian de qué era el sentimiento humano “amor”
2) Elizabeth estaba totalmente dormida, hasta roncaba suavemente, lo que significaba que ni siquiera un terremoto podría despertarla.
3) Y por último, que tenía un pequeño problema que al reconocer, la sangre me subió a las mejillas. Era una presión en mi entrepierna que, claro, podía solucionar yo… pero era mucho más tentador pedir un poco de ayuda para solucionarlo.

Y después de analizar muy a fondo las cosas, la decisión estaba tomada.

Salí sigilosamente de la habitación, cerrando la puerta mis espaldas lo más despacio posible para que no hiciera ningún tipo de ruido.

Caminé de puntillas mientras me alejaba de mi habitación, y luego eché a correr por los oscuros pasillos para apresurar más mi encuentro con Sebastian. Ya que yo era el encargado de la materia “emociones-humanas-para –tontos (o demonios, dado el caso)” no podía llegar tarde.

Bajé las escaleras, crucé por un pasillo que daba a la puerta de la cocina, y luego volteé por otro corredor a la izquierda, y ahí estaba: las habitaciones de los sirvientes.

Me paré frente a la puerta del que era el cuarto de Sebastian, y tomé aire para darme valor. Debía reconocer que me estaba un poco nervioso, después de todo, esa sería mi primera vez y tenía miedo.
Déjalo en manos de Sebastian, él sabrá que hacer, refutó una voz en mi mente, y con eso, tomé el pomo de la puerta entre mis manos, y lo hice girar.

Y ahí estaba él. Tenía la cortina abierta, y la luz de la luna llena que brillaba en el cielo iluminaba la pequeña habitación. Sebastian estaba sentado sobre la cama, sosteniendo un libro de Edgar Allan Poe que yo había intentado encontrar desde hace algún tiempo sin éxito.

—¿Así que tú tenías mi libro?— le refuté haciendo jarras.
—Bocchan…— me miró, y sonrío— le daba pesadillas en las noches, y soy un fan de este escritor humano. Tuve que decomisárselo. —Cerró el libro y lo dejó a un lado en la mesita de noche luego de marcar la hoja en la que iba— Esos cuentos harían estremecer a cualquiera, por eso me encantan.
—Pero a ti no te asustan, ¿O si, Sebastian?— se había acercado hasta quedar cerca de mí.
—No, pero disfruto leer los pensamientos de esa mente perturbada. De verdad que el Señor Poe es un maestro. — en un ágil movimiento cerró la puerta que había dejado abierta a mis espaldas, y me acorraló contra la superficie de madera. —Pero no es momento de detenernos a platicar de literatura— sentía su aliento mentolado sobre los labios, y los mechones de su flequillo acariciándome el rostro— ¿Qué lo trae tan tarde a mi habitación?— preguntó seductor, sonriendo malévolamente, acortando la poca distancia que aun quedaba entre nosotros.
Estiré los brazos, y puse mis manos en su nuca para atraerlo hacia mí y así poder hacer lo que estaba deseando desde esa misma tarde. Nos besamos lentamente, haciendo que nuestras lenguas compitieran por el dominio, y él gano, por supuesto.
Al separarnos un hilillo de nuestra saliva se escurrió por mi barbilla, y Sebastian se apresuró en lamerlo ávidamente antes de volver a besarme de nuevo.
Mientras nuestras bocas no se separaban, y se llamaban por más contacto, la mano enguantada de Sebastian fue subiendo deliciosamente por mi pierna, metiéndose bajo mi camisón, y deteniéndose en mi muslo, acariciándolo con la yema de los dedos. Su mano se movió un poco más, y tocó por encima de la ropa interior mi miembro ya despierto, haciendo que un pequeño gemido se escapara de mi boca, y un sonrojo adornara mis mejillas.
—¡Oh!— mencionó con un tono divertido y de fingida sorpresa— creo entender cuál es la razón de tenerle aquí. — susurró con los labios pegados a los míos.
—Quiero… quiero enseñarte qué es el amor. —le dije, mientras él sonrío encantado.
—¡Qué maravilla! Creo que voy a tener el mejor profesor, ¿o será el alumno el que le enseñe al maestro?— sus ojos brillaban con la luna dándoles un toque felino y amenazante que solo hacía que me sintiera más dispuesto a seguir con semejante situación.

Me levantó en brazos como si yo no pesara nada, y me deposito sobre la cama suavemente.

Se subió sobre mí, dejando una de sus rodillas entre mis piernas, y la otra al lado de mi muslo izquierdo, y tomando una de mis manos, mientras que con la que tenía libre acariciaba mi mejilla.

—Estoy listo para aprender— dijo de manera seductora, tomando mis labios de nuevo.
—Quítate los guantes— fue más una orden que cualquier otra cosa. No quería perderme nada, y los guantes definitivamente estaban interfiriendo en que mi piel se pusiera en contacto con la suya.
Sebastian obedeció y se deshizo de esos molestos guantes que siempre llevaba de una manera tan sensual, que sentí que mi miembro se endurecía aun más de lo que estaba, si es que eso era posible.

En seguida volvió a unir mis labios son los suyos en una breve caricia. Procedió en desgarrar mi camisón, lo rompió como si fuera cosa de un trozo de papel, y botó a cualquier parte los jirones que quedaban de mi piyama. Hizo posesión de la piel de mi cuello, succionando y lamiendo, haciéndome gemir incontrolablemente.
Dejo pequeños besitos en mi pecho, y en mi vientre. Jugó con su lengua lamiendo mi ombligo, y luego humedeció una de mis tetillas, mientras que de la otra se encargaba pellizcándola suavemente. Yo no tenía ni idea de que era tan sensible en ese punto, pero se sentía sumamente bien que Sebastian lamiera y apretara esos botones rosas sobre mi pecho en los que nunca había reparado antes con detenimiento.
—¿Lo estoy haciendo bien, Sensei?— preguntó de manera sensual, mordiendo suavemente mi tetilla, haciéndome gritar de placer.
—Sí, muy bien…— mi mayordomo sonrío complacido, y me pregunté, ¿por qué si supuestamente yo era el profesor estaba dejando que él aprendiera por sí mismo?
No importa, me dije en mi fuero interno.

Deje que sus manos me siguieran acariciando de esa manera tan exquisita. También permití, no sin un poco de vergüenza, que se deshiciera de mi ropa interior y liberara al fin mi hombría que se sentía presionada en esa tela.

El placer fue indescriptible cuando su boca engulló mi miembro. Sebastian me empezó a lamer como si fuera un delicioso helado, o una paleta. Con una de sus manos se encargaba de acariciar mis piernas, mi muslo, y mis glúteos.

Yo en ese momento había perdido total cordura, y no podía dejar de gemir, gritar y suspirar.

Con unas últimas lamidas, me vine en su boca, y Sebastian se lamió lascivamente los labios.

Me incorporé para besarle, sintiendo en él el sabor de mi propia escancia. Era mi turno, yo también quería tenerle desnudo, además, a diferencia de él que si me había visto sin ropa otras (muchas) veces, yo jamás había tenido ese privilegio.

Desanudé la corbata en un rápido movimiento, y lancé su frac negro al otro extremo de la habitación. Me deshice rápidamente de su chaleco, y de su camisa blanca con innumerables botones, luego baje la cremallera de su pantalón, y él me permitió que se lo quitara. Luego, también quite sus bóxers negros, y apretados, que hacían ver su trasero especialmente delicioso.
Luego de que estuvo desnudo, y de un par de besos más, me indico que me diera la vuelta, y así lo hice. …l levanto con sus manos mis caderas, y humedeció mi pequeña entrada con su lengua.

—¡Sebastian!— grité. Eso se sentía demasiado bien. El mayordomo siguió con su trabajo en mi entrada, introduciendo su lengua un poco más adentro, sacándome más gemidos ahogados por la almohada.

Luego vino el dolor cuando uno de sus dedos se introdujo dentro de mí.

—Relájese, pronto se acostumbrará— hice lo que me decía, apreté los ojos y me relaje. Al dedo que estaba a mi interior se le unieron otros dos, y aunque el dolor al principio era demasiado, fue desapareciendo para dar paso al placer.

Cuando Sebastian consideró que estuvo listo, se introdujo dentro de mí, y luego de permitirme a que me acostumbrara a su enorme miembro en mi interior, empezó a penetrarme, primero, lentamente, y luego, el ritmo fue aumentando de manera deliciosa, mientras su mano también me masturbaba.

Ambos gemíamos, él de manera moderada yo… gritaba su nombre desesperadamente.
Ambos estábamos disfrutando de ese momento, y queríamos que fuera para siempre.


3
—Déjeme decirle, bocchan, que fue un excelente profesor— dijo abrazándome cuando todo hubo quedado en silencio, y los dos habíamos recuperado la respiración.
—Tú fuiste un buen alumno— le dije acurrucándome en su pecho, disfrutando de su calor, de lo seguro que me sentía entre sus brazos. —¿Ya tienes completamente claro qué es el amor? — pregunté incorporándome un poco para poder verle a los ojos. Sus ojos hermosos y brillantes.
—Creo que sí— respondió, sonriendo diabólicamente— pero yo preferiría que estas clases continuaran, usted sabe, solo para cerciorarnos de que sí entendí. —yo me reí, y me sonrojé por el comentario, pero no me negaría a seguir con las sesiones. Jamás lo haría.
—Pero si quieres aprobar, tienes que hacer créditos extras— yo también sonreí malévolamente, porque yo también tenía una idea.
—¿Créditos extras?
—Si— le robé un pequeño besito antes de seguir:— por ejemplo, un beso de buenos días, uno mientras esté haciendo las tareas y muchos mientras me estés bañando. —sí, la tina sería una buena cómplice de nuestra pasión, pensé sonriendo.
Sebastian se río, al parecer el estaba tan feliz como yo, ¡maravilloso! Había logrado hacer a un demonio sonreír.
—Es hora de que se duerma,— dijo acariciándome el cabello, haciendo que me recostara de nuevo sobre su pecho— ya es bastante tarde, y mañana en la mañana tiene clase de matemáticas con el tutor. —gruñí, eso era en lo que menos quería pensar, pero luego de un par de caricias, ya me empezaba a dormir, pensando que en realidad, nada importaba, solamente que él y yo estábamos, y estaríamos juntos por siempre.

…aunque aun quería que viajáramos a la isla paradisiaca. Hacer el amor en la playa con Sebastian bajo la luna era demasiado erótico como para resistirse. ¡Le amaba!
Notas finales: ...me kedo cursi pero es que no me puedo resistir a esos dos haciéndose cariñitos y amándose >.< (hahah q ficti soy!!)

Espero les haya gustado, muchas gracias x leer...
Los reviews me harían feliz!! ¿debería seguir como escritora o me voy a hacer algo mejor xq para esto no sirvo?... kiero escuchar sus opiniones ya sean buenas o malas!! ;) hahahah

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