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Playa, Brisa y Mar por Mary-chan6277

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—Bocchan, he venido a despertarle, con esta, ya tres veces. ¿Quisiera levantarse, por favor?— la voz de Sebastian sonaba desesperada por hacer que saliera de una buena vez de la cama. Lunes, casi diez de la mañana. Tenía que atender asuntos de la compañía, tener clase con los tutores, y lo peor, lidiar con Elizabeth.
—No voy a pararme— rezongué apretando más fuerte los párpados, y tapándome la cara con las cobijas. ¡Qué molesto era el sol que entraba por la ventana!— Quiero dormir por el resto de mi vida— murmuré para mi mismo bajo las cobijas, pero el demonio alcanzó a escuchar mis patéticas lamentaciones.
—Bocchan…— Sebastian intentó destaparme, de nuevo, pero agarré fuerte las cobijas para que no lo lograra. —¿Qué es lo que le pasa últimamente?, sabe, empieza a sacarme de quicio. —sin tener que mirarlo sabía perfectamente que había cerrado los ojos y que se estaba frotando la frente. Esa era su forma de indicarme que estaba llegando a su límite, pero él podía traer el mismísimo infierno a la Tierra, yo no daría mi brazo a torcer: pretendía quedarme en esa cama durante el resto de mi existencia. —Está bien. Cancelaré todas sus citas de hoy— dijo después de un rato en silencio, —pero será solamente por hoy.— había logrado lo que quería, excelente. Bajé un poco las mantas con las que me cubría la cabeza, descubriendo solo mis ojos para poder mirarle. —Dentro de un momento le traeré el desayuno, y cuando lo haga, más le vale que me diga que le está pasando— me estremecí. Ese tono y sus ojos felinos y brillantes no me estaban pidiendo que le dijera, me estaban OBLIGANDO a que lo hiciera. Bueno, no importaba, al menos no tendría que levantarme de mi refugio entre cobijas y mullidas almohadas.

Volví a cerrar los ojos sin dormirme, pensando en lo miserable que había sido mi vida últimamente, en como mi felicidad se había vuelto en mi contra. Y todos esos recientes problemas tenían un nombre: Elizabeth.

No. El causante real de todo era alguien más, era Sebastian. ¡Sí, todo lo que pasaba era su culpa!, y supuestamente él estaba ahí para solucionar problemas, ¡no para crearlos!

Desde la primera vez que Sebastian apareció ante mí con una forma humana y tangible, no pude evitar pensar que era totalmente cautivador y encantador. Sus ojos de orbes de un poco común color escarlata, brillantes, hermosos, pero carentes de emoción alguna. Su cabello negro, era del mismo color que la noche, contrastaba a perfección son su piel de porcelana. …l era un clon perfecto de un humano, con su sonrisa falsa, sus modales practicados, y su cautivadora personalidad.

No había quién se pudiera resistir a esa criatura. Cualquiera pudiera vender el alma solo para escuchar unas falsas palabras de amor salir de sus labios, y recibir un par de caricias de sus expertas manos que en realidad él no disfrutaba ofrecer. …l era un clon de un humano, sí, tenía la apariencia, el comportamiento de uno, pero a diferencia de nosotros, el no sentía nada en absoluto.

Yo por mi parte sí estaba condenado a los sentimientos humanos. Yo tenía que lidiar con la tristeza de haber perdido a mis padres cuando era niño, tenía que lidiar con la soledad de tener que madurar a la fuerza para hacerme cargo de la compañía, y como si todo eso fuera poco, también tenía que lidiar con el dolor de sentir un amor tan intenso y puro por alguien que jamás me lo podría devolver.

Intenté olvidarlo. Intenté enterrar esos sentimientos en lo más profundo para que no tuviera que sufrir cada vez que sus manos se posaban sobre mí cuando era la hora del baño, cada vez que me sonreía con su sonrisa de un millón de dólares. Pero era imposible dejar de pensar en él. Nadie en su sano juicio podría apartar sus pensamientos de alguien como Sebastian.

Fue entonces cuando decidí que debía engañarme a mí mismo, a mi corazón, a mis sentimientos, y dirigir todo ese amor que le profesaba a un demonio a una niña de mi edad con quién, de todas maneras, estaba destinado a casarme alguna vez.

La idea pareció perfecta. Era un plan a prueba de tontos, y hasta empecé a creer que estar con ella me otorgaba verdadera felicidad.

¡Problema solucionado! Tenía a Elizabeth para que llenara el vacío que Sebastian jamás llenaría. Nos casaríamos, seríamos felices por siempre y recuperaría la familia que perdí.

Entonces llegó Sebastian a arruinarlo todo. Con un simple beso logró desequilibrarme totalmente. Toda esa determinación de que amaba a Elizabeth se fue a la basura, y la verdad volvió a resurgir de entre las sombras: ¡le amaba!, a él, y solamente a él.

Pero así como había destrozado todo mi plan y había vuelto a abrir viejas heridas, Sebastian se encargó de curarlas. La noche de bodas no la pase con mi esposa, si no con mi mayordomo, en su habitación, gritando su nombre, suspirando por sus caricias, deseando tenerle más cerca, entregándome por completo a él e intentando enseñarle qué es el amor. Intentando convencerlo de que él también podía sentirlo, y que lo sentía por mí.

Esa había sido la noche más feliz que había tenido. Había podido sonreír al fin con total naturalidad, había sonreído porque de verdad me sentía feliz entre sus brazos.

Las visitas nocturnas a la habitación de Sebastian se hicieron parte de un ritual que cumplía con total devoción, y los besos furtivos durante el día también hacían parte de nuestro ritual. Un ritual secreto que sólo nosotros dos conocíamos, que nos hacía felices a ambos y que nos hacía sentir completos.

Pero las cosas marchaban demasiado bien para que durara por siempre.

Elizabeth empezó a intervenir.

Lizzy era inmadura, había convertido mi mansión en el mundo de los unicornios, y era bastante caprichosa –por nombrar solo algunos de sus defectos- pero no tenía un pelo de estúpida, al menos no cuando tenía que ver conmigo.

Ella me amaba, así como yo amaba a Sebastian. Era un amor incondicional, inocente y puro, y su instinto de mujer le hacía saber que algo extraño estaba pasando con esa persona por la que se preocupaba tanto. Ella se sentía amenazada por Sebastian, lo supiera ella o fuera su subconsciente la que la invitaba a actuar, ella sabía que el mayordomo causaba en mí algo que no causaba nadie más, ni siquiera ella.

Entonces las cosas se empezaron a complicar. Elizabeth empezó a poner barreras para que no me pudiera escapar en las noches a mis encuentro amorosos con Sebastian, empezó a inventar excusas para no dejarnos a solas ni un minuto, y en definitiva, logró que me apartara por completo de él.

Sebastian y yo vivíamos en la misma casa, pero ahora eran pocas las veces que nos veíamos, que conversábamos. Tenía que contentarme con mirarle de lejos por la ventana mientras cortaba las rosas del jardín, o deleitarme con su voz cuando le hablaba a otras personas.

Había logrado lo más difícil que era que Sebastian se enamorará realmente de mí, ¡y esa mocosa tenía que arruinarlo todo!

Ya no había besos de buenos días, ni de buenas noches. Ya no habían abrazos, caricias. ¡Ya no había sexo!. Yo quería estar con Sebastian a cada minuto, ¡y me frustraba no poder tenerlo!.

—¿Se ha vuelto a quedar dormido?— la voz del mayordomo me sacó de mis pensamientos, y abrí los ojos lentamente.
—¿Cómo quieres que me duerma con el sol cayendo en mi cara? Dejaste la cortina abierta apropósito— le acusé mientras me sentaba en el borde de la cama para poder tomar la taza de té negro que Sebastian me estaba ofreciendo.

Nos quedamos en silencio un momento. Yo seguía tomando mi té y comiendo el bizcocho que había traído Sebastian para mí esa mañana.

Si él no planeaba preguntar nada, perfecto, yo tampoco diría nada, porque tampoco era como si tuviera ganas de confesarle cosas vergonzosas.

—¿Y?— preguntó sentándose a mi lado sobre el lecho. Creo que había tenido demasiada fe en que Sebastian no me interrogará.
— ¡“Y” Qué?— respondí tratando de evadir la pregunta.
—Dígame que es lo que le molesta— dijo él, utilizando su tono y sus ojos amenazantes que lo hacían lucir sexy y salvaje.
¡Ciel! Deja de pensar esas cosas, me recriminé.
—No sé a qué te refieres. Estoy perfectamente. —seguía evadiendo sus preguntas, pero sabía que no duraría por mucho, y que la presión haría que le soltara las cosas de una vez sin ni siquiera pensar en lo que decía.
—¿Perfectamente?— enarcó una ceja poniendo en duda mis palabras— ¿por qué entonces decidió quedarse en cama en vez de cumplir con sus responsabilidades?— me estudió con sus ojos carmesíes muy atentamente por un momento antes de seguir:— Ahora siempre está malhumorado, y no se por cuánto tiempo más podré aguantar su actitud. Soy un demonio, pero ¿sabe? Tengo límites, y es bastante difícil tratarlo cuando está molesto. —comentó exasperado. —¿Por cuánto más seguirá comportándose de manera tan extraña?
—Hasta que Elizabeth desaparezca de la faz de la tierra— respondí secamente. Y ahí estaba, le había soltado una verdad sin siquiera pensar antes de hablar. Y esa verdad conllevaría a otras.

Sebastian se quedó en silencio, intentando saber que pasaba por mi mente, mirándome atentamente con una sonrisa en los labios.
—A propósito de Elizabeth, ¿dónde está ella?— ya se estaba haciendo tarde para que interrumpiera nuestra intimidad con alguna estúpida excusa.
—La mandé con Tanaka a dar un paseo— respondió— llegarán pronto, no creo que a la Señorita le agrade del todo dejar a su esposo en mis manos.— agregó, quitándome la taza de té, y acercándose a mí hasta que nuestro rostros estuvieron separados por pocos milímetros.
—¿Cómo hiciste para convencerla?— pregunté ya casi perdiendo la cordura de tenerlo tan cerca. Deseaba besarlo.
—Los humanos presienten en lo más profundo que yo no soy como ellos, así que usando el tono indicado puedo manejar a las almas débiles a mi antojo. Un alma como la de ella.— y al terminar su explicación Sebastian cumplió mi deseo y dejó que nuestras bocas se juntaran. Sentí con felicidad como sus labios se apoderaban de los míos de manera apasionada, como nuestras lenguas danzaban juntas deseándose mutuamente, y no pude más que soltar un gemido de gozo por las sensaciones que tanto había extrañado, y a juzgar por la forma en que me besaba, las sensaciones que Sebastian también extrañaba. —¿Qué puedo hacer mara quitarle ese mal humor?— preguntó seductor a mi oído, lamiendo el lóbulo de mi oreja, y depositando suaves besitos en mi mejilla y mi quijada.
—¡Quiero que estemos solos!— respondí— hace tanto que no estamos juntos, te extraño… — le abracé y recosté mi cabeza en su hombro. ¡Qué bien se sentía estar en sus brazos! Me sentía seguro y en paz.
—¿Con qué ese es el problema?— dijo riendo— ¿Falta de intimidad?— me sonrojé. Si solamente el hecho de que yo, un niño de doce años, pensara eso era vergonzoso, la manera en que Sebastian lo decía lo hacía aun más vergonzoso.
—No tenías que decirlo de esa forma— le espeté, y él volvió a reír.
—Yo también le he extrañado, bocchan— sonreí cuando me apretó más fuerte contra su pecho— ¿Qué propone para que solucionemos el problema?
—Vámonos de vacaciones— respondí con una macabra sonrisa en los labios, separándome un poco de él para poder mirarle directo a los ojos— Vamos a una isla dónde nadie nos moleste, inventaremos a Elizabeth qué es un pedido de la reina, ¿sí?— esa era mi oportunidad de hacer cumplir mi fantasía erótica, pero no se lo diría a Sebastian… no aun, por lo menos.




Notas finales: Aquí esta el primer capítulo de dos que voy a escribir ^^
Espero les haya gustado :D y gracias x leer ^^

¿Reviews? siii!! x favor!! me encantaría saber que piensan, o si quieren echarme la madre también pueden xD hahaha

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