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Escrito en las estrellas por zandaleesol

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Escrito en las estrellas

Por

Sol Sweet


“La dicha está sólo en la esperanza,
en la ilusión sin fin”


Abel Linares estaba nervioso, su pierna izquierda se movía incesantemente con una especie de tic que le era imposible controlar. Aquella mañana de diciembre, luego de cuatro semanas de espera, finalmente se llevaba a cabo la audiencia que, según su abogada, por fin lo dejaría en libertad. Si aquello se cumplía, sería el ser más feliz de la tierra. 


Esa experiencia sin duda lo había marcado para siempre. Durante esas interminables noches en su celda, le había rogado a Dios incansablemente que le ayudara a salir de ahí, prometiendo cambiar de vida, de ambiente y amigos. 
Sus noches de alcohol y drogas, carreras clandestinas y todo el desenfreno vivido durante tanto tiempo le habían pasado factura. Hacía un año que había dejado la Universidad, su carrera de Arquitectura había quedado a medio camino, para decepción de su padre. 


Tres años tirados a la basura, había dicho su familia. Para él,  hasta antes del accidente, no había significado nada; estaba en la flor de la vida y sólo quería disfrutar al máximo cada minuto. Pero por desgracia, en una noche de tantas, luego de terminar la reunión con sus amigos, ya de camino a su casa, dejaba la autopista para tomar una calle lateral cuando se había cruzado en su camino intempestivamente aquella motocicleta; él, que llevaba unas cuantas copas en el cuerpo no había logrado esquivarlo a tiempo. El choque había sido fatal. El conductor de la moto había volado por el aire y quedado tendido unos metros más allá. Todavía le costaba recordar lo sucedido esa madrugada. 


Había bajado corriendo de su automóvil, jamás le pasó por la mente huir del lugar como hubiese hecho cualquier otro en semejante circunstancia. Aunque desde el primer instante tuvo la intuición de que quien conducía el vehículo de dos ruedas no había tenido suerte.  


Estaba tendido en el pavimento con el casco aún puesto. Quiso tener le esperanza de que eso le servía de algo a esa persona. La posición en que había quedado el cuerpo era tan extraña que no se había atrevido a moverlo, sólo atinó a marcar el número de emergencias para pedir una ambulancia. Todo lo que vino a continuación fue una terrible pesadilla y se quedó ahí junto a esa persona desconocida que parecía ser un hombre, hablándole, diciéndole que ya llegaría ayuda, que todo estaría bien, mientras le tomaba la mano y no dejaba de pedirle que resistiera.

 
Hubiese sido demasiado afortunado si el accidentado se hubiese recuperado. Cuando por fin llegó la ambulancia tuvo el terrible presentimiento de que ya era tarde, no sabía cómo, pero lo sentía. 


También había llegado la policía, fue cuando le informaron que debían llevarlo a la Comisaría para hacer las primeras indagaciones; no opuso resistencia. El cuerpo del motociclista fue subido a una camilla y lo último que pudo ver fueron sólo unos tenis de caña alta, negros con un pequeño adorno en el costado, una cara sonriente, irónico.  


Una vez en la Comisaría pudo llamar a su padre para avisarle de lo ocurrido. La policía le hizo el examen respectivo para determinar si había bebido alcohol. Mientras esperaba en una celda que se pusiera en marcha el procedimiento legal,  nunca llegó a saber cuánto tiempo estuvo ahí. Su padre llegó acompañado de una abogada, que le informó de cómo sería el procedimiento, pues acababan de saber que el conductor de la moto había muerto mucho antes de llegar al hospital.


No le asombró, lo había presentido. Después de eso debió esperar hasta la siguiente mañana para que le realizaran el control de detención. En el tribunal había tenido la mala suerte de encontrarse con una de las juezas más duras que había en esa materia de delitos. Durante las cuatro semanas que la Fiscalía investigaría el caso él, permanecería recluido.  


Ni siquiera el ofrecimiento de una gran cantidad de dinero como fianza había hecho cambiar de idea a la jueza. Había sido conducido a la cárcel de inmediato y no pudo hablar con su madre.  


Durante el trayecto al sitio donde estaría recluido todo un mes, había hecho todo un esfuerzo por no llorar. Tenía miedo, siempre había escuchado de cosas horribles que sucedían en los penales a los muchachos jóvenes como él. Aunque pensaba que tal vez merecía lo peor después de provocarle la muerte a una persona. 


Pero había tenido suerte dentro de todo, lo habían asignado a un pabellón donde estaban los reclusos menos peligrosos, si es que podía considerarse así  a los condenados por tráfico de drogas, asalto con violencia y otras cosas de esa naturaleza.  


Dentro de toda esa horrible pesadilla que había vivido,  por lo menos se encontró con otros muchachos jóvenes,  que al igual que él estaban recluidos por primera vez.  


Ahora que se encontraba sentado en el banco de esa fría y pequeña celda, con el chaleco de color amarillo que lo sindicaba como “Imputado”,  esperaba que su calvario terminara de una vez. No podría soportar regresar a la cárcel otra vez, prefería la muerte a vivir ese suplicio por más tiempo. 


Finalmente la puerta del corredor se abrió, el paso marcial del guardia lo puso en alerta y se levantó del banco de madera. Un gendarme de uniforme azul le habló.  


——Te llaman a la audiencia, Linares ——dijo secamente el hombre mientras abría la reja de la celda.  


Luego de eso procedió a ponerle las esposas y condujo al muchacho fuera del sector de las celdas. Después de caminar por pasillos que asemejaban laberintos, finalmente se detuvo frente a una puerta que tenía escrito el número diez.  


Abel estaba en el tribunal para la decisión de la acusación que pesaba sobre él. Cuando fue sentado junto a su abogada,  pudo mirar brevemente a sus padres; sintió pena y culpa, parecían haber envejecido diez años,  y todo debido a su estupidez.  


Estuvo tan asustado durante las dos horas que duró la audiencia,  que poco o nada entendía de lo que hablaba su abogada defensora y el fiscal a su turno. El momento de mayor nerviosismo lo vivió al subir al estrado y dar su testimonio. Lloró y pidió perdón por la muerte del conductor de la moto, sin embargo, nada podría revivirlo. Eso era un hecho para el fiscal.  


Con el corazón en un puño, finalmente escuchó la sentencia de la jueza. No iría a prisión, pues a pesar de que el conducir bajo el efecto del alcohol, y con eso provocar lesiones o muerte a otros, no concurrían los dos elementos constitutivos de delito, o sea la culpa y el dolo, este último señalado por la ley como la “intención positiva de inferir daño a otro”. 


En el caso de Abel sólo existía culpa por haber manejado un automóvil en estado de ebriedad, la mayor responsabilidad había sido del conductor de la motocicleta.  


Abel lloró abrazado a su madre luego de oír la sentencia. Perdía su derecho a tener licencia de conducir por dos años. Además debería entrar a un programa de recuperación para alcohólicos, y por último prestar tres meses de trabajo comunitario. 


Luego de darle las gracias a su abogada, salió del tribunal con la fuerte convicción que ahora era otro; seguía teniendo veintidós años, pero también la conciencia de haber envejecido unos cuantos más.  

 

o0o0o0o0o0o 


Abel había encontrado la serenidad y la satisfacción a las que tanto había aspirado antes, sin éxito. Ahora se encontraba en el campo, completamente alejado de todo aquello que lo había llevado al desenfreno. Su padre le había enviado a la hacienda de unos amigos en San Felipe, una ciudad tranquila que se especializaba en cultivos, especialmente de viñas. El mes de febrero encontró a Abel trabajando en la Vendimia. Pese a que lo amigos de sus padres le habían insistido en que no estaba obligado a trabajar como un jornalero más, Abel había asegurado que deseaba ganarse el sustento como lo haría cualquier otro. Aquello había sido un gran cambio en su vida, atrás habían quedado las noches de alcohol y carreras en auto, no había vuelto a tener contacto con ninguno de sus amigos, quienes no conocían su paradero. 


Él había deseado que fuese de ese modo.  


Pero claro que había momentos en que su juventud se imponía y añoraba algo de diversión, sobre todo, cuando terminada la vendimia,  se vio más relajado. El término del verano disminuía mucho los trabajos en el campo especialmente,  los relacionadas con los viñedos. Pero igual buscó tareas en las que afanarse; era la única forma de no pensar en lo sucedido hacía poco más de tres meses.  


En la ciudad,  para celebrar el término del verano siempre se realizaba un Festival, donde la música y el baile eran los invitados estelares. Desfiles por las calles y algarabía se sucedían por tres noches consecutivas.

 
Abel no se sentía inclinado a participar en aquellas celebraciones, ya que no era su ambiente y no conocía a casi ninguna de las gentes que trabajaban en la hacienda. Sin embargo, durante la segunda noche que se realizaba el Festival, sus anfitriones insistieron en llevarlo a la ciudad para que se distrajera un poco, pues estaban preocupados por él. Así que junto a algunos muchachos jóvenes, hijos de los trabajadores de la hacienda, partió hacia la ciudad para intentar alegrarse un poco, aunque presentía que no tendría mucho éxito.  


La mayoría de la festividad se concentraba en la plaza central. Era una celebración colorida de pueblo. Desfiles, bailes típicos, juegos criollos, todo relacionado con cosas de campo. Lo cierto es que a Abel aquello no le divertía. Todo eso le resultaba demasiado inocente,  después de haber vivido durante un año entero en los más populares clubes nocturnos de la capital, en las discotecas de moda o en los barrios más concurridos por gente de su edad.

 
Sin embargo, igual decidió dar una vuelta por la plaza. Sólo se entretuvo mirando como el resto de la gente se divertía de forma tan inocente. Sentía algo de envidia, le hubiese gustado ser otra vez como esa gente que podía divertirse sin sentir culpa, pero eso era algo que jamás sucedería.  


De pronto se encontró frente a una rústica discoteca de pueblo. Escuchar la música le despertó el entusiasmo y decidió entrar, más que nada por curiosidad, quería comprobar si ese sitió tenía algo de parecido a los locales de la capital. Se sorprendió al ver que no había tanta diferencia. Una barra, mesas, gente bebiendo y una pista de baile. De pronto notó que alguien se sentaba a su lado, miró distraídamente y vio a un muchacho joven que llevaba una chaqueta de cuero negra, el estilo de su vestimenta era demasiado moderno para una ciudad como aquella.


——Parece que la gente aquí se divierte igual que en la ciudad ——dijo el muchacho con una sonrisa,  en una clara muestra de querer entablar conversación.


——Sí… la juventud es igual en todos sitios ——respondió Abel.  


El muchacho de chaqueta de cuero le tendió la mano con un gesto cordial. Abel la aceptó con una sonrisa y sintió algo extraño con ese primer contacto. Era como si ya conociera la textura de esa mano que apretó la suya por un par de segundos con calidez.


——Soy Antonio… Toño para los amigos.


——Abel.  


Luego de eso,  los dos muchachos volvieron su vista hacia la gente que llenaba el local.  


——¿Estás solo? ——preguntó Antonio.


——Sí ¿y  tú?


——También… en realidad sólo estoy de paso por la ciudad.  


Abel asintió con la cabeza. Volvieron a quedar en silencio.  


——¿Qué tal una cerveza? ——preguntó Antonio.


——No… lo siento, es que no bebo, juré que no volvería a beber jamás.  


Antonio le dirigió una mirada extraña.  


——Jamás es una palabra muy drástica Abel, sobre todo para alguien tan joven.  


Abel no pudo evitar sorprenderse por el tono y las palabras, el muchacho junto a él era casi de su misma edad y sin embargo sonaba como si fuese alguien que había vivido siglos, pero aquello no le desagradó, todo lo contrario.  


——¿Y qué me dices de ti? Suenas como alguien de cincuenta años, y supongo que tienes unos treinta —respondió Abel sonriendo.


——Veintisiete… tengo veintisiete. ¿Y tú?


——Tengo veintidós, en julio cumplo veintitrés.


——Lo mejor de la vida está entre los veinte y los treinta ——dijo Antonio.


——No siempre ——respondió Abel con una nota de tristeza en la voz.


——No puedo creer que digas eso, eres tan joven.


——¿Y qué hay de ti? Hablas con el tono de un anciano.


——No es necesario haber vivido tanto para conocer la vida; a veces es suficiente con… la muerte ——dijo Antonio en un tono algo triste.  


Abel no pudo evitar sentirse profundamente conmovido por esas palabras, la muerte era un tema sensible para él.  


——Bueno, pero si no te vas animar a beber ni yo tampoco… ¿Qué te parece si damos una caminata por ahí? ——dijo Antonio.


——Me encantaría ——respondió Abel.  


Juntos los dos muchachos salieron del local y caminaron sin rumbo fijo mientras hablaban de muchos temas diferentes. Abel se sentía fascinado, jamás con ninguno de sus amigos pese a conocerlos por muchísimo tiempo, había logrado tal nivel de afinidad y entendimiento. Le resultaba increíble haberse encontrado en ese sitio tan improbable a una persona como Antonio, que le despertaba las más íntimas emociones.  


Se sentía maravillosamente sorprendido de la calidez que irradiaba Antonio. Apenas había notado el paso de las horas en medio de tanta charla,  y estaba seguro de que nunca había simpatizado con ninguna persona,  como lo hacía ahora con ese muchacho que le resultaba tan enigmático y diferente a la vez. 


La personalidad de Antonio le atraía demasiado,  y en su cabeza nacieron ciertas ideas que jamás antes se hubiese atrevido a formular. Abel nunca había estado del todo seguro de no sentir una especial atracción por personas de su mismo sexo. Había salido con chicas, pero no había tenido muchas novias, apenas con dos había llegado a relaciones relativamente estables. Algo dentro de él siempre le había dicho que era diferente, y ahora,  estando junto a Antonio, sentía que esa duda casi se transformaba en certeza.  


El muchacho,  a pesar de ser un desconocido hacía apenas tres horas atrás, ahora sentía como si lo hubiese conocido toda su vida; era realmente extraño.  


Pero además de eso sentía una fascinación por la personalidad alegre,  y también algo enigmática de ese joven con el que se había topado por casualidad. Las horas junto a Antonio parecieron volar. Habían pasado casi toda la noche juntos, sentados en el banco de una plaza conversando.  


——Creo que dentro de poco amanecerá ——dijo Antonio mirando el cielo,  que adquiría a cada instante un tono de plata.


——¿Ya debes irte? ——preguntó Abel con cierta tristeza.


——Sí… la verdad ya debo irme.  


Abel no quería que ese encuentro terminara aún.  


——¿Te gustaría ver un lugar fantástico? ——preguntó Abel esperanzado.  


Antonio que observaba el cielo, bajó los ojos para mirar a Abel y sonrió.  


——Presiento que vas a proponerme algo ——dijo con una suave sonrisa que hizo que el corazón de Abel latiera más rápido.


——Bueno,  es un lugar que me gustaría mostrarte antes de que te marches. Dicen que desde ahí se pueden ver los primeros rayos de sol cuando esta amaneciendo.


——Eso suena maravilloso, me encantaría conocer ese lugar ——dijo Antonio.


——Lo malo es que está un poco lejos para ir caminando ——repuso Abel.


——No será necesario ir caminando ——explicó Antonio con una sonrisa,  mientras dirigía su vista hacia el sitio donde estaba estacionada una motocicleta.  


Abel dirigió su vista hacia donde miraba Antonio,  y sin querer experimentó una cierta intranquilidad.  


——¿Es tuya esa moto?


——Claro ——contestó Antonio con una sonrisa. 


Abel volvió a mirar la motocicleta,  y de inmediato su mente volvió a esa no tan lejana noche de noviembre,  en que había tenido aquel accidente con un chico en una motocicleta igual a esa.  


——¿Qué pasa? ¿No te gustan las motos? ——preguntó Antonio con suavidad.


——No, la verdad es que me dan miedo… son tan inseguras.


——La vida es insegura, Abel. Nadie puede saber que sucederá al minuto siguiente ——dijo Antonio.


——Sí, yo lo sé… pero a veces igual creo que la vida es demasiado frágil y eso me asusta.  


Antonio dejó escapar un suspiro de entre sus apretados labios, sus entornados ojos color ámbar lanzaron una mirada al mentón de Abel.  


——La vida no es frágil,  Abel. Nosotros,  los seres humanos somos frágiles. Jamás permitas que el temor te prive de vivir lo que deseas.  


Abel miró con emoción los ojos color ámbar de Antonio y sintió que su pulso se aceleraba como nunca antes, mientras su estómago se encogía en una extraña mezcla de temor y emoción. 


——Bueno,  será mejor que me lleves pronto a conocer ese lugar, no quiero perderme la salida del sol ——dijo Antonio mientras se levantaba rápidamente y caminaba hacia donde estaba la motocicleta estacionada.  


Abel de pronto sintió que todos sus miedos se disipaban cuando vio a Antonio subir a su motocicleta. La luminosidad del cielo era cada vez más precisa,  y por primera vez pudo observar con detenimiento al muchacho. Era un poco más alto que él; la chaqueta de cuero negra tenía aplicaciones de cuero rojo en las mangas, y por lo demás era muy sencilla, pero a Antonio le sentaba de maravilla. Asunto aparte eran los pantalones de cuero negro, que se le ajustaban al cuerpo de una manera que provocaba que el estómago de Abel revoloteara. 


——¡Vamos! Quiero llegar a ese sitio antes de que salga el primer rayo de sol ——dijo Antonio mientras le extendía su casco a Abel.


——¿No tienes otro casco? ——preguntó Abel preocupado.


——No, pero no te preocupes por mí, no lo necesito ——dijo Antonio y, mirando a Abel con sus luminosos ojos color ámbar,  sonrió ——. Es a ti a quien debo cuidar.  


El estómago de Abel dio otro salto al oírlo, y el corazón latió más aprisa al percibir la dulce sonrisa con la que Antonio acompañó sus palabras. Se acomodó el casco y subió a la motocicleta. 


——Iré despacio ——advirtió Antonio ——, pero de todos modos,  afírmate.  


Con algo de pudor,  Abel se apegó a la espalda de Antonio y enlazó su cintura. Cerró los ojos involuntariamente cuando percibió el aroma del cabello castaño del muchacho.  


——¿Listo? ——preguntó Antonio.


——¡Sí! 


Antonio movió afirmativamente la cabeza y se puso en movimiento. La marcha fue muy lenta hasta que dejaron las últimas calles del pueblo. 


Abel fue guiando con sus indicaciones a Antonio, ya era domingo. Por ser ya mediados de marzo y el verano comenzaba a declinar,  el sol demoraba un poco más en salir. Esto alegró a Abel, pues llegarían a tiempo al sitio hacia donde guiaba a Antonio.  

 

o0o0o0o0o0o 


El lugar escogido por Abel era una pequeña meseta saliente, donde dormía con misteriosa quietud una laguna diminuta,  y desde donde se dominaba el espectáculo en toda su amplitud. El paisaje tenía tendencia a ser un poco uniforme y descolorido en la región de las altas cumbres, este paraje en especial tenía un pintoresco tono de vida: lustroso blanco de nieve en el espinazo de las cumbres más altas, frescos pastizales en el fondo de un vallecito. En medio del pasto, de un intenso verdor de terciopelo al que la brisa rizaba como una laguna esmeralda, crecían flores rojas y azules, amontonadas en las partes protuberantes, como si se tratara de una verde maceta rústica.  


Ambos jóvenes,  después de admirar el paisaje por un rato,  descendieron de la motocicleta. Se quedaron estáticos observando el trémulo albor del nuevo día que había comenzado y que, junto con la frescura del amanecer había apagado las estrellas y perfilaba el inicio del día en la claridad límpida del cielo azul.  


——¡Vaya! Tenías razón,  no puede ser más impresionante este paisaje… es maravilloso. Gracias por traerme aquí ——dijo Antonio sin mirar al muchacho a su lado.


——Nadie que visite esta ciudad puede dejar de venir aquí.


——El sol ya comienza a salir ——dijo Antonio sin esconder la emoción de su voz.  


El disco del sol espejeó fulgurante detrás de la montaña. Antonio de pronto, sin decir palabra,  tomó la mano de Abel; éste experimentó un estremecimiento rápido y un violento palpitar del corazón.  


Antonio apretó suavemente su mano y posó sus ojos color ámbar en los grandes ojos azules de Abel,  que parecieron llenarse de luz; se sonrieron, comprendiendo que había entre ellos una extraña armonía. Abel sintió que en él germinaba algo nuevo, como una conciencia recién nacida. Sin embargo, había una vacilación inmensa en su espíritu. Bajó la vista hacia la mano que mantenía unida a la de Antonio. De pronto sintió que esas dos manos enlazadas guardaban el secreto de un veredicto inapelable. Esas manos unidas poseían mayor fuerza que todas las leyes escritas por los hombres, el destino hablaba a través de ellas con su voz inflexible y escueta.  


Abel volvió a levantar la vista, esta vez directamente hacia los ojos de Antonio,  que parecían incendiados por un visible fuego de placer. Esa mirada despertó en Abel un vehemente deseo, mezcla de miedo y audacia. Antonio se acercó un poco más y sin decir nada,  se inclinó y depositó un casto beso en los labios de Abel.  


Era la primera vez que experimentaba algo así. Nunca había sido besado por un hombre, pero en cuanto sintió los cálidos labios de Antonio posarse sobre los suyos,  supo que eso era lo que había estado esperando toda su vida. Con cierta timidez puso sus manos sobre el pecho de Antonio, mientras éste,  alentado por aquel gesto, profundizó el beso que se hizo mucho más intenso.  


Sin saber cómo,  Abel comprendió que ese al que besaba era el amor de su vida. Todo en derredor se lo decía. Se apartó con las mejillas encendidas y miró directamente a los ojos de Antonio,  que parecían brillar con el fulgor de las estrellas en una noche de verano. 


——Este es mi primer beso ——declaró Abel avergonzado aún ——.  Es decir,  eres el primer hombre al que beso. 


Antonio sonrió dulcemente y atrajo a Abel para pegarlo más a su cuerpo. 


——Eso significa entonces que jamás olvidarás este momento. Me alegra oír eso,  porque deseo que me recuerdes siempre Abel. Por favor,  no me olvides.


——Jamás podría… dirás que estoy loco, pero realmente creo que te he esperado toda mi vida ——dijo Abel.


——No estás loco,  esto debía suceder; tú y yo debíamos encontrarnos, el destino está escrito en las estrellas.


——¿De verdad crees eso?


——Es así Abel, te lo aseguro. Nada podía impedir este encuentro ——dijo Antonio.  


Abel sabía que Antonio sólo estaba de paso por la ciudad, era probable que no volvieran a verse y eso le provocó una triste ansiedad.  


——¿Estás seguro de que debes marcharte de la ciudad?


——Sí, debo marcharme.


——¿Crees que puedas volver?


——La verdad no lo creo ——dijo Antonio,  sonriendo con algo de tristeza.


——¿Hacia dónde vas ahora?


——Lo siento, no puedo decírtelo.


——Ya veo ——dijo Abel con tono visiblemente decepcionado.


——Por favor,  no pienses que no me importas.  


Abel clavó su mirada intensamente azul en Antonio otra vez.  


——Iré contigo… quiero ir contigo. Es lo que me dice mi corazón, así como tú has dicho que estaba escrito en las estrellas este encuentro,  yo digo que debo ir contigo, a dónde sea que vayas.


——No Abel, eso no es posible ——dijo Antonio, bajando la mirada para luego apartarse con suavidad.


——Antonio no estoy obligado a quedarme aquí; sólo vine a esta ciudad porque necesitaba tranquilidad, cambiar de ambiente, pero soy de la capital y sí tú debes regresar allá yo puedo ir contigo.  


Antonio miró hacia el valle y se quedó largo rato callado. Abel sentía que era una locura, pero comenzaba a sentirse angustiado ante ese silencio.  


——Por favor… dime lo que piensas ——pidió Abel con voz suave.  


Antonio finalmente volvió a posar sus ojos en Abel.  


——En este momento no es posible que vayas conmigo, Abel. Ojala pudiera explicarte lo difícil que es para mí el tener que marcharme, quisiera quedarme en este lugar,  contigo para siempre.  


Abel sintió que su corazón se estremecía al oír aquello, el tono de esas palabras era verdadero. Comprendió que le estaba haciendo las cosas complicadas a Antonio y no tenía derecho, pues hacía apenas unas horas que se conocían.

  
——Está bien. Perdóname, me estoy comportando de una forma absurda; no tengo derecho a causarte problemas.


——No eres un problema,  Abel. Lo digo otra vez, eres lo más hermoso que me ha pasado.  


Abel no pudo resistirse y se echó en los brazos de Antonio.  


——Se me ocurre una idea.,  ¿qué tal si te visito en la capital? Dame la dirección donde vives y voy a verte cuando regrese.  


Antonio pareció dudar un segundo, pero luego sonrió.  


——Sí, creo que esa es una posibilidad. ¿Crees que si te doy la dirección de mi casa puedas recordarla?


——¡Claro que lo haré! ——exclamó feliz Abel.


——Tal vez lo conozcas por lo menos de oídas, mi casa está en Camino del Alba número 2643.


——Camino del Alba 2643, no lo olvidaré. Por ahí está una clínica que pertenece a una Universidad,  ¿no es cierto?


——Exacto.


——Entonces no hay modo de que me pierda, conozco el sector.  


Los dos jóvenes volvieron a quedar en silencio.  


——Supongo ya debo regresar a la hacienda, si no pensarán que me sucedió algo malo.


——Sí, ya es hora ——dijo Antonio con aire triste.  


Abel pareció meditar un segundo.  


——Antonio,  nunca olvidaré esta noche que hemos pasado juntos,  ni tampoco este amanecer, eres alguien realmente muy especial para mí, por eso quería pedirte algo.


——Seré feliz si puedo cumplir tu deseo,  Abel.


——¿Podrías dejarme algo tuyo? Algo con lo que pueda recordarte. No es que no vaya a hacerlo de todos modos. Jamás podré olvidar este encuentro, pero quisiera… 


Antonio no dejó que Abel terminará  de hablar.  Posó su dedo índice en los labios de Abel, le acarició el rostro con ternura y luego lo besó intensamente. Abel respondió una vez más con todo el ímpetu de lo que sabía profesaba su corazón, amor.  


Cuando después de unos segundos se apartaron para respirar, sonrieron. Antonio en completo silencio llevó las manos a su cuello y se quitó el colgante de oro que llevaba, tenía una letra “A”. Luego la ató al cuello de Abel.  


——¡¿Qué haces?! ——preguntó el muchacho con asombro.


——Quiero que conserves esto.


——No… yo no pedía eso. Es tuya, debió dártela alguien especial.


——Es cierto, pero yo quiero que tú la tengas ahora. No podía ser casualidad que tu nombre empiece con la letra “A”; tú debes tenerla ahora.  


Abel sintió que el corazón le latía con fuerza. Se sentía feliz, con eso Antonio le demostraba que lo nacido entre ellos era realmente importante.  


——¿Y si la persona que te la dio se molesta? —preguntó con preocupación Abel.


——No. Mi madre jamás se molestaría, ella siempre ha sido mi incondicional.


——No… no puedo aceptarla, es un regalo de tu madre, es importante… no,  Antonio ——dijo Abel mientras llevaba las manos a su cuello para quitársela.  


Antonio le sostuvo las manos un momento, luego con las suyas entrelazó los dedos de ambos.  


——Abel, escúchame… lo que he dicho es cierto, mi madre comprenderá que yo te haya dado esta joya, comprenderá que tú eres alguien muy importante para mí.  


Abel se quedó en silencio un momento mirando los ojos de Antonio, su mirada parecía tan segura. 


——Está bien, pero cuando nos volvamos a ver te la regresaré… esto será una promesa de que, sin importar lo que suceda, nos encontraremos nuevamente.


——Así será,  Abel… eso también está escrito en las estrellas.  


Después de mirarse por un par de segundos con intensidad,  volvieron a besarse dulcemente. Abel comprendía que todo lo vivido hasta ahora no podía compararse con ese momento, era ese, precisamente ese minuto el que estaba poniendo en ebullición su mundo interior, ese era el instante mágico, único e irrepetible que sólo se vive una vez en la vida. Su corazón parecía estar despertando de un largo y solitario invierno. La dicha que ahora sentía llenaba de vívida luz y calor los oscuros pasadizos de su corazón, que por tanto tiempo había estado solitario. 

 


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