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Escrito en las estrellas por zandaleesol

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“No hay en la tierra criaturas divinas,
pero hay algo divino en las criaturas: el amor”


Abel Linares estaba emocionado esa mañana de domingo, el primero del mes de abril. Pese a que ya se vivía la segunda semana desde que iniciara el otoño, él había vivido esas dos últimas semanas como en la más bella de las primaveras. La noche anterior había regresado a la capital, y ahora estaba otra vez en casa de sus padres. Estos le veían tan feliz, tan diferente, que estaban seguros de que la razón de ese júbilo era alguna chica que había conquistado su corazón mientras había vivido en San Felipe.  


Durante la cena de esa primera noche habló con su familia de todo lo sucedido en el campo, sólo obvió mencionar que había conocido a un muchacho llamado Antonio y que se había enamorado de él. No tenía intención de ocultarle a sus padres algo tan importante, pero quería esperar a encontrarse con Antonio primero, aunque estaba seguro del curso inevitable que debía tomar su vida. Porque durante aquellas dos semanas que habían pasado desde que se despidiera de Antonio en la puerta de entrada a la hacienda, jurándole que en dos semanas regresaría a la capital y lo buscaría en su casa, ese sentimiento de amor había crecido. Al momento de la despedida le había entregado a Antonio el gabán de mezclilla que llevaba esa mañana. Antonio lo había aceptado, con la promesa de que se lo regresaría cuando se vieran otra vez, dentro de quince días.  


El día había llegado, ya había pasado el almuerzo y él ya se aprestaba a salir para dirigirse a la casa de Antonio. Se topó con su madre justo cuando llegaba a la sala.


——Abel,  cariño… no me digas que vas a salir. Tu hermana vendrá para la hora del té, ya debe estar por llegar.


——Mamá,  tengo que salir, voy a visitar alguien… se lo prometí.


——Pero justo hoy domingo,  hijo. ¿No puede ser mañana?


——No, mamá; lo siento, no puedo posponerlo.


——Estás muy misterioso cariño. Debe ser una persona muy especial, te ves muy diferente, tus ojos brillan de forma particular, presiento que por fin alguien conquistó tu corazón.


Abel sonrió, delatándose al instante.


——Es cierto, mamá… estoy enamorado de la persona más maravillosa que pueda existir en el mundo.


——¡Por Dios! ¡Jamás te había escuchado hablar de una chica de esa forma!


Abel calló; era cierto, jamás una chica le había inspirado las emociones que había despertado en él Antonio. Miró serio a su madre.


——Mamá… a ti no puedo ocultártelo. Nunca me habías visto de esta manera porque la persona que me ha inspirado todo esto, la que ha hecho que mi corazón sienta esta inmensa felicidad… no es… una chica.



La madre de Abel parpadeó por unos segundos, confundida, pero luego sus ojos,  que eran azules igual que los de su hijo, se abrieron con una seña de comprensión.


——Abel… ¿Estás hablando de un muchacho? ¿Te has enamorado de un muchacho?


Abel no respondió,  sólo se limitó a asentir con la cabeza.


La madre del muchacho se dejó caer sobre el sofá, atónita. Luego de algunos minutos que para Abel fueron interminables,  por fin volvió a levantar la vista y miró a su hijo.



——¿Estás seguro de que tú…?


——Creo que lo presentía, mamá, pero no estaba seguro… hasta ahora.


——¿Qué te hace estar seguro ahora? ——preguntó la madre de Abel.


——Tú lo has dicho, no hay cómo explicarlo con palabras. Yo… sólo… bastó con que habláramos unas horas y lo supe, mamá. Él es la persona más especial y maravillosa del mundo.


La madre de Abel se quedó muda,  demasiado sorprendida por la  confesión de su hijo.


——Abel… esto no es fácil para mí; yo no sé si podré aceptarlo.


——Mamá, yo te adoro, pero debo ser sincero contigo, mi decisión ya está tomada, esto es lo que soy y lo que quiero.


La mujer posó su mirada azul en Abel. Sabía que aquella decisión de su hijo era inapelable, lo conocía desde siempre.


——Abel, quizá sólo sea una confusión. Eres muy joven aún…

——Mamá sé que hasta ahora he sido inmaduro y he cometido errores, pero esto es diferente.


La mujer desvió su mirada, no podía aceptar esa verdad que le resultaba tan dolorosa en apenas un instante, le llevaría tiempo.


——Te quiero mucho, pero esto me supera. Lo siento,  Abel… lo lamento ——dijo ella, levantándose del sofá y saliendo de la sala.


Abel sintió tristeza, pero estaba en cierto modo preparado para esa reacción de su madre, así como también lo estaba para lo que dirían su padre y hermana. Pero estaba seguro de que nada de lo que dijera su familia le haría retroceder, amaba a Antonio y quería vivir ese amor, no renunciaría a él por nada del mundo.  

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Había optado por la ruta más fácil para llegar a casa de Antonio. Al momento de pagarle al taxista debió hacer un esfuerzo por controlar el temblor de su mano. Sentía que era como un chico de quince años que acudía a su primera cita. El taxi marchó y Abel se quedó mirando un instante la casa de Antonio antes de decidirse a llamar a la puerta, respiró profundo y tocó el timbre del portero eléctrico. Una voz femenina preguntó quien era y Abel dijo su nombre,  identificándose como amigo de Antonio. La voz se quedó en silencio un instante y luego le dijo que esperara. Así lo hizo,  con el corazón acelerado hasta que finalmente la puerta se abrió y una mujer le saludó con seriedad.

Abel había esperado que la mujer enseguida le dijera que sabía de alguien con ese nombre que visitaría a Antonio, pero no sucedió. En vez de eso,  con desconfianza le interrogó sobre si era realmente amigo de Antonio, porque ella conocía a todos los amigos del muchacho y jamás le había visto. Abel se apresuró a explicar sonriente que conocía a Antonio hacía muy poco, que en realidad se habían conocido hacía dos semanas atrás. El rostro de la mujer se descompuso al oír aquello, pero luego pareció enojada.


——Si no se marcha ahora, voy a llamar a la policía.


——Pero señora,  por favor… no entiendo por qué se molesta, yo sólo vine aquí porque Antonio me dio está dirección… ¿este es Camino del Alba 2643?


——Claro que es aquí… pero si no se marcha voy a llamar…


——¿Adela,  qué sucede? ¿Quién es? ——preguntó una voz femenina tras la mujer que estaba asomada a la puerta.


——No es nadie, señora… es sólo…


——Señora, estoy buscando a Antonio Sandoval, él me dio esta dirección ——dijo Abel,  intentando hacer pasar su voz al interior por encima de la mujer que lo había amenazado ya dos veces.



Tras un segundo de silencio, la puerta se abrió un poco más y una mujer alta, de rostro pálido y ojos color ámbar apareció junto a la primera mujer.


Abel reconoció en ese rostro las facciones de Antonio, esa debía ser su madre, tenía los ojos igual que él.


——Usted debe ser madre de Antonio, yo sabía que no me había equivocado ——dijo Abel con una sonrisa.


La mujer le miró con extrañeza por un momento.


——Sí, soy la madre de Antonio Sandoval; ¿usted quién es?


——Soy amigo de Antonio, me dio la dirección de su casa para que viniera. ¿Él se encuentra? ——preguntó Abel con tono cordial.


El rostro de la mujer adquirió un aire doloroso de pronto.


——¿Mi hijo lo invitó?


——Sí señora.


Tras un segundo de silencio la mujer habló otra vez.


——Pase, por favor, hablaremos adentro.


La mujer que había abierto la puerta se hizo a un lado y miró con enojo a Abel, pero no dijo nada.


Abel era lo suficientemente perceptivo como para notar que algo no estaba bien, y sintió preocupación.


En el interior de la casa, la madre de Antonio lo invitó a sentarse. La mujer que le había abierto la puerta los dejó a solas.


——Me ha dicho que su nombre es…


——Abel Linares.


——Yo me llamo…


——Consuelo, lo sé. Antonio me lo dijo.



La mujer movió afirmativamente la cabeza.


——Nunca escuché a mi hijo hablar de un amigo llamado Abel.


Justo en el momento que iba responder, fue interrumpido por la llegada de un hombre a la sala, debía ser el padre de Antonio. Abel enseguida se levantó.


——Consuelo… me ha dicho Adela que vino alguien que dice ser amigo de Antonio.


——Sí, querido.


El padre de Antonio le dio una mirada de pies a cabeza a Abel. Luego le tendió la mano para saludarlo.


——Matías Sandoval.


——Abel Linares, señor. Un gusto ——dijo, apretando la mano del hombre mayor.


Tras el saludo, el hombre silencioso le indicó a Abel que volviera sentarse, mientras él tomaba lugar en el sofá, junto a su esposa.


——Cuando estábamos en la puerta me preguntó si mi hijo se encontraba ——dijo Consuelo con aire triste.


El padre de Antonio la miró con tristeza y luego le dirigió una mirada a Abel.


——Al parecer, él no sabe lo sucedido ——dijo Consuelo mirando a su esposo.


Abel de inmediato se puso en alerta, miró a las dos personas frente a él con preocupación.



——Usted no está enterado de lo que le sucedió a mi hijo ——dijo de pronto el padre de Antonio.


Abel palideció de golpe y los latidos del corazón se le aceleraron.


——¿Le sucedió algo malo a Antonio?


——Debe haber pasado mucho tiempo desde la última vez que vio a mi hijo como para no estar enterado ——dijo Consuelo.


——¿Mucho tiempo? No, señora. Hace quince días que estuve con Antonio.


——¿Quince días, ha dicho? ——preguntó con asombro el hombre mayor.


——Entonces usted está equivocado, no estamos hablando de la misma persona ——dijo Consuelo.


Abel la miró con asombro.


—No entiendo por qué dice eso. Antonio Sandoval vive aquí… Él me dio esta dirección hace quince días, cuando estuvo conmigo en San Felipe. Eso no es un error.



Los padres de Antonio intercambiaron una mirada incrédula. Pero fue Matías, el padre, quien reaccionó.


——Mira muchacho, no sé quién eres, ni por qué estás haciendo esto, pero te aseguro que es muy cruel y no vamos a tolerarlo. Sal ahora mismo de esta casa ——dijo el hombre con tono amenazante mientras se ponía de pie.


Abel también se levantó, no comprendía que sucedía.


——Señor,  no entiendo por qué me dice esas cosas. Yo no estoy aquí queriendo hacer daño a nadie… Sólo vine a visitar a Antonio… Él mismo me dijo que podía hacerlo.


Consuelo miró consternada a Abel, pero Matías su esposo,  se puso más furioso.


——Si esto no es una broma,  entonces estás demente,  muchacho. Mi hijo no pudo decirte que lo visitaras hace quince días. Antonio murió hace meses.


Abel palideció de golpe. Aquello tenía que ser un error.


——No… no… no es cierto…  Yo estuve con Antonio, lo conocí en San Felipe hace quince días, estuvimos conversando toda la noche… él me llevó en su motocicleta… Fuimos a ver el amanecer… Él… él me dio esto ——dijo Abel con tono desesperado, mientras mostraba el colgante que le había dado Antonio aquella mañana ——. Me dijo que era de su madre, yo no quería aceptarlo, pero él insistió… dijo que usted lo comprendería… que siempre había sido su incondicional.


Consuelo miró a su esposo incrédula y luego se levantó para mirar de cerca el colgante que mostraba Abel.


——Es el colgante de Antonio ——dijo la mujer en un susurro.


——No, Consuelo. Es imposible… deben existir miles de joyas como esa, es bastante común… éste muchacho ha venido a burlarse de nuestra desgracia.


——No señor, se lo juro ——dijo Abel con los ojos llenos de lágrimas ——, yo estuve con su hijo hace quince días, estuvimos hablando toda la noche… me habló de su vida, de su familia…


——Mi esposo ya lo ha dicho. Es imposible. Antonio murió en noviembre, en un accidente.


Abel dejó correr las lágrimas que ya no podía contener. Los esposos frente a él se miraron asombrados.


——No puede ser… No… Yo estuve con él… Hablamos… Me llevó en su motocicleta… Vimos el amanecer… Él me… ——En este punto,  Abel se interrumpió abruptamente.


La mujer dejó de mirar a Abel con desconfianza, ella no comprendía del todo qué estaba ocurriendo, pero sentía que el dolor de ese muchacho desconocido era genuino. Se acercó a él y le tomó la mano.


——Por favor… Abel, si eso que dices es verdad…


——¡Consuelo! ¿Estás loca? ——la interrumpió su esposo ——. ¡No vas a creer semejante historia! Mira muchacho,  no sé qué buscas con todo esto, pero ya es hora de que te marches, no estamos en condiciones de seguir oyéndote…


——Abel ¿de verdad estuviste con mi hijo? Tal vez aquello sucedió hace meses, antes de que el muriera, y tú estás confundido ——dijo Consuelo con tono amable.


——Se lo juro por lo más sagrado,  señora… Fue hace quince días… Me contó muchas cosas de su vida… me contó que cuando tenía ocho años había entrado al estudio de su papá,  que guardaba una colección de monedas de oro, una herencia de familia… y había sacado una sin decirle a nadie. Me dijo que sus padres habían buscado por toda la casa la moneda sin dar con ella, pero finalmente su padre le había llamado para preguntarle si la había tomado, él había dicho que no, pero su papá había insistido en que le dijese la verdad, que si lo hacía sería un secreto entre los dos. Entonces él había llevado a su padre hasta el jardín donde había enterrado la moneda, pues había creído que, como el cuento de las habichuelas, con eso crecería un árbol que daría monedas de oro…


El padre de Antonio cambió la expresión cuando comenzó a escuchar a Abel, y cuando terminó se sentó en el sofá con el rostro pálido.


——Sólo… Antonio y yo sabíamos eso… jamás se lo contamos a nadie… ni siquiera a ti Consuelo ——dijo el hombre, mirando a su esposa ——. Ese día juramos que guardaríamos el secreto hasta la muerte.


Las tres personas intercambiaron una mirada conmocionada.


——¡Santo Dios! No puedo comprender… por qué… mi hijo… ——De pronto la mujer se detuvo abruptamente, como si recordara algo ——. Abel, mi hijo te dio ese colgante ¿Hubo algo qué le dieras tú a cambio?


Abel,  con el corazón apretado por el inmenso dolor, estuvo a punto de decirle que le había dado su amor, pero luego recordó el gabán que él había dado al muchacho antes de despedirse en las puertas de la hacienda donde lo había dejado.


——Yo le entregué un gabán azul. Me pareció que aquella simple chaqueta de cuero no le abrigaría lo suficiente,  aunque decía que no sentía frío.


Consuelo miró a su esposo; aquello terminaba por confirmar la historia de Abel. La mujer se levantó del sofá y salió de la sala diciendo,  que regresaba enseguida. Abel se quedó en el mismo sitio, con la cabeza llena de preguntas y el corazón desgarrado de dolor.


Apenas pudo oír cuando Consuelo regresó a la sala.


——Abel ——lo llamó ella con voz cálida ——¿Es está la prenda que le diste a Antonio?


Volvió el rostro hacia la mujer y la vio sosteniendo el gabán que le había dado a Antonio aquella mañana de domingo.


——Sí… ——dijo el muchacho,  apenas conteniendo los sollozos que querían salir de su garganta. ——¿Dónde...?


La mujer emitió un suspiro doloroso.


——Todos los domingos por la mañana vamos al cementerio a llevarle flores a Antonio… hace dos domingos atrás… la encontramos sobre su tumba; nos pareció extraño, pero imaginamos que algún amigo lo había visitado y se la había dejado. Decidí traerla a casa y guardarla en la habitación de mi hijo…


Abel tomó el gabán y lo apretó con fuerza, sin pensarlo siquiera lo acercó a su rostro, aún tenía el aroma de Antonio. Aquello fue demasiado, ocultó el rostro en la prenda y lloró como jamás había llorado en su vida, con el alma. La mujer a su lado le acarició la cabeza y lo obligó a sentarse otra vez,  mientras lloraba más silenciosamente.

Abel no podía comprender por qué le había sucedido algo así, por qué a él, por más que buscaba una explicación no la encontraba. Cuando se sintió más calmado miró otra vez a Consuelo.


——No entiendo, señora; por qué… yo no conocí a su hijo mientras vivía… no entiendo.


——Me gustaría tener una explicación,  Abel, pero no la tengo.


Después de un breve silencio,  Abel volvió a hablar.


——¿Tiene una fotografía de Antonio?


El padre de Antonio, quien había permanecido en inmutable silencio,  se levantó y se acercó a una mesa, silencioso puso la fotografía enfrente de Abel,  que la tomó con las manos temblorosas.


Al mirar la fotografía Abel sintió que sus ojos volvían a inundarse de lágrimas. Era Antonio, sentado en la motocicleta, luciendo aquel traje de cuero que modelaba su cuerpo de manera excepcional, y que había provocado en él tantas sensaciones especiales.


——Es él… vestía igual esa noche…


Consuelo miró al muchacho con los ojos llenos de lágrimas.


——Era su atuendo favorito para ir en la motocicleta. Le encantaba. Lo llevaba puesto cuando lo sepultamos.


Parecía que eso fue demasiado para Matías. Se levantó bruscamente del sofá y se acercó a una ventana para mirar el jardín.


Abel miró con toda la atención del mundo la fotografía, estaba a punto de pedirle a Consuelo que le regalara una foto de Antonio, cuando se fijó en un detalle de las zapatillas que llevaba el muchacho.


——No se distingue muy bien, pero pareciera que las zapatillas tienen un dibujo ——dijo Abel mirando con más atención la foto de Antonio.


——Ah, sí, una cara sonriente, las llevaba el día del accidente.


Abel recordó de inmediato que había visto unas zapatillas con una cara sonriente antes.


——¡Dios mío! No puede ser ——dijo el muchacho en un susurro mientras su rostro,  que había enrojecido a causa del llanto,  ahora se tornaba pálido.



Los padres de Antonio se miraron.


——¿Qué sucede? ——preguntó Consuelo asustada.



Abel había comenzado a comprender el por qué de todo eso.


——¿Cómo murió Antonio,  señora?


La mujer miró a su esposo un instante y luego volvió a mirar a Abel.


——En un accidente en motocicleta, fue de madrugada. No respetó un disco y un automóvil que venía saliendo de la autopista lo embistió. El golpe fue fatal, llegó muerto al hospital ——dijo la mujer con voz quebrada.


Abel comprendió. Todo quedaba explicado tras escuchar aquello; Antonio era el hombre de la motocicleta aquella madrugada del accidente. Antonio Sandoval era el nombre de ese desconocido al que él le había sostenido la mano esa madrugada,  pidiéndole que resistiera, diciéndole que tenía toda una vida por delante, que de seguro tenía aún muchas cosas que hacer. Aquel muchacho era Antonio, su Antonio.


——¿Supieron algo de la persona que manejaba el automóvil? ——preguntó Abel con calma.


——Sí, era un muchacho. Los paramédicos que trasladaron a mi hijo nos dijeron que no se había apartado del lado de Antonio. Me alegró saber que ese muchacho no abandonó a mi hijo… que por lo menos sus últimos instantes de vida no los vivió solo, tirado en la calle de madrugada, hubo alguien a su lado sosteniendo su mano ——terminó la mujer con el llanto brotando a raudales de sus ojos.


Su esposo se acercó rápidamente y la abrazó. También lloraba, pero con lágrimas silenciosas.


——Me gustaría conservar una fotografía de Antonio ——dijo Abel de pronto.


Consuelo se apartó del abrazo de su esposo y lo miró.


——Puedes llevártela,  Abel.


——Gracias,  señora. Creo que debo regresarle esto ——dijo el muchacho mientras se llevaba las manos al cuello para quitarse el colgante.


——No… consérvala… por favor.



Abel asintió en silencio. Miró a la mujer dudando en si debía decirle quien era él realmente.


——Creo que será mejor que me marche ——dijo Abel,  levantándose por fin——. Gracias a los dos…


——Abel… jamás comprenderé por qué sucedió esto ——dijo Consuelo ——. ¿Por qué mi hijo…?


——Antonio y yo debíamos encontrarnos, señora. Eso fue lo que él dijo: “El destino está escrito en las estrellas”.


La mujer asintió con tristeza.


——Antonio… siempre decía eso, que todo estaba escrito en las estrellas,  era su frase favorita ——dijo Consuelo, luego se levantó del sofá ——. Adiós,  Abel… te deseo toda la suerte del mundo.


El muchacho asintió con la cabeza mientras ella salía de la sala,  cabizbaja.


Matías acompañó a Abel hasta la puerta de la casa en completo silencio,  y cuando el muchacho estaba a punto de decir adiós,  fue sorprendido por una pregunta del hombre.


——Tú eras quién manejaba el automóvil esa noche,  ¿cierto?


Abel no pudo negarlo, asintió con la cabeza.

——El mayor deseo de mi hijo en esta vida era encontrar a su amor verdadero.


Abel miró al hombre asombrado.


——Y creo que lo encontró en ti esa noche del accidente, pero desgraciadamente no tuvo tiempo… por eso sucedió todo esto, él quiso estar contigo un poco más de tiempo.



El muchacho de ojos azules volvió a derramar lágrimas.


——No sé cómo voy a vivir ahora. ——dijo Abel.


——Plenamente, es lo que Antonio querría.


Abel abrazó al hombre espontáneamente.


El otoño y la tarde se habían fundido en un instante. Oro de hojas quemadas caídas de los árboles, oro de sol en el cielo,  que se había tornado levemente gris. Abel sabía que todo lo sucedido no era un hecho cualquiera, era un milagro que llenaba su vida y que a la vez la dejaba en fragmentos. Inexplicable misterio que había roto las leyes naturales y las de la razón, pero que él jamás podría olvidar. Porque su amor por Antonio estaba escrito en las estrellas, y como ellas, ese amor viviría mucho más allá de su existencia terrenal.  

FIN


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