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The Truth of My Destiny~ por Desuka

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Notas del fanfic:

Hola n.n! Este fic lo comencé a escribir hace alguna semanas...Espero que les guste!

Advertencias:

-Habrán escenas de mucha violencia en un futuro no muy lejano lol

-Obviamente, habrá yuri, y si me inspiro, un lindo lemon <3

-El fic es larguísimo: si no te gusta leer cosas extensas, mejor vete y salva tu alma a tiempo.

Ok, ya que estan advertidos, puedo continuar...

Notas del capitulo:

El inicio de una historia no siempre tiene que ser bueno, ¿verdad?

Ojalá no se aburran!

Vio el momento exacto en que el oscuro y maloliente sujeto se el acercaba y le apuntaba con el arma en el centro del pecho, dispuesto a arrancarle la vida de un solo disparo. Estaba tan triste, que poco le importaba si el tipo jalaba o no del gatillo, porque vivir así no tenía razón: no había un significado concreto ni motivos los suficientemente fuertes para no desear morir a manos de un mugriento ladrón, que solo buscaba su vacía billetera y aprovechaba de tocarla, manosearla contra su voluntad…

Cerró los ojos, dejando que el hombre la acorralara contra la pared del callejón, y esperó a que todo terminara de una vez; esperó a que, por fin, la bala le destrozara el corazón, aunque dudó un poco en que eso sucediera, porque el órgano ya estaba hecho trizas; hace mucho que lo estaba, y no podría romperse o sangrar más de lo que ya había sangrado ese último tiempo.

El ladrón gruñó, inconforme, al no encontrar lo que buscaba, y la ojiverde aceptó que su final estaba próximo. Respiró con dificultad, pensando que sería la última vez que podría hacerlo, mientras su perturbada conciencia le recordaba ese rostro que tanto amaba, esos ojos azul intenso que podían atravesar su alma; ese largo, ondulado y negro cabello azabache…Pero, sobre todo, le revivía cruelmente el recuerdo del último beso que le había dejado en los labios, como un triste adiós permanente, un adiós tan o más definitivo, que sólo la mismísima muerte podía llegar a comparar.

I

Madeleine Neighwood no quería levantarse esa mañana. Había tenido una fea pesadilla que todavía rondaba por su cabeza, y a pesar de que comenzaba a acostumbrarse –a las pesadillas-, en esta ocasión, por más que lo intentase, no lograba mantener la compostura.

"Cálmate-se dijo varias veces, mientras se resignaba a la idea de tener que levantarse y bajar a preparar su desayuno-, es solo una pesadilla, nada real, nadie puede hacerte daño…"

"Nadie, de esa forma"-susurró una voz a la que reconoció como su conciencia, que en un intento de calmar a la muchacha había concluido en lo más obvio.

"Es cierto."-se contestó la chica, que apenas si notó el momento en que salió de su oscuro cuarto. Miró su reflejo en un gran espejo que colgaba de la pared de la escalera: una figura de mediana estatura, delgada, de ojos verde esmeralda y rostro delicado y blanco le devolvían la mirada. Notó que estaba un poco ojerosa, quizás debido a las continuas madrugadas, y su largo pelo castaño rojizo lucía tan esplendoroso como una escoba vieja y usada.

-Creo que debo procurar peinar bien esta mata de pelo, a menos que ahora quiera ir a inspectoría por mala presentación personal-Se dijo, bostezando, mientras acomodaba su largo flequillo hacia un lado y terminaba de bajar la escalera.

Avanzó por un pasillo de madera hasta llegar la cocina. Encendió la luz, y relamiéndose, buscó comida en los estantes, pero lo único que encontró fue la bolsa que reconocía como la del pan de ayer, del que solo quedaba una pequeña y mordisqueada porción. Siguiendo un impulso, y algo molesta, abrió de un tirón el refrigerador, el que guardaba humildemente en su interior una caja de leche, algo de mantequilla, verduras y un envase rectangular de plástico azul.

-Nada decente-murmuró.

Sin tiempo para preocuparse por no tener un desayuno digno y muerta de hambre, sacó la mantequilla, tomó el mordisqueado bollo, lo partió por la mitad, y luego lo puso precariamente sobre un viejo tostador que su madre se negaba cambiar. Encendió la llama, y leyó una nota que su progenitora le había dejado en la mesa, junto con un par de monedas. "El almuerzo está en el refrigerador. Compra pan. Te amo."

-Pff, y ahora me vengo a enterar de lo del pan…

Dejó ahí mismo el arrugado papelito, lamentando no haberlo leído anoche, y se sentó en una silla de la mesa con aire perdido. Contempló la cocina, que tenía un aire espectral a pesar de ser lujosa y amplia, y notó todavía más la soledad que la acongojaba desde hace varios días...

-Eres una tonta-se dijo.

Por si fuera poco, no podía dejar de cavilar en los sueños que la abrumaban cada noche. Ella sabía que no eran posibles; los demonios no existían, y si lo hacían, parecían tener un serio problema personal con su mente. Intranquila, apoyó la cabeza en una mano, recordando la viva imagen del demonio que esa noche había decidido ahorcarla con un largo tentáculo, y perdida entre sus recuerdos, olvidó que estaba tostando un pan.

Un olor a quemado invadió sus pulmones, y a pesar de su rápida reacción, del pan que estaba tostando ahora solo quedaba un gran trozo de negro y brillante carbón, que posiblemente se había formado gracias a la acción de una gran llamarada que la chica no consiguió anticipar. Apagando el mechero tomó el carbonizado y ardiente bollo, lo arrojó al basurero, y abrió una ventana tratando de que el apestoso olor a quemado se escapara hacia el jardín y no al interior de la casa.

-Ah, bueno-murmuró, sarcástica, bosquejando una mueca y soplándose los chamuscados dedos-, me conformaré con un delicioso y simple vaso de leche.

Resignada a pasar hambre esa mañana, y lamentando en lo más profundo tener de madre a una trabajadora enfermera a la que casi no veía, regresó al enorme refrigerador, sacó de su interior la caja de leche, y se sirvió un vaso del blanquecino líquido, que esperó la satisficiera hasta la hora del almuerzo, cosa que no sucedería.

Miró el reloj: era muy temprano. Seguramente llegaría de las primeras al colegio, como lo hacía desde hace tres semanas. Recordó los primeros días que había tenido esas pesadillas y lo mal que la dejaron: no comía, no prestaba atención en clases, y un profundo sentimiento de angustia la invadía inevitablemente a la hora de irse a dormir.

Se sentía profundamente desgraciada.

-En fin, me he acostumbrado…-Ese era el único consuelo que había encontrado, y aunque le parecía burdo, no hallaba otra manera de sobrellevar sus malas noches de sueño. Séntía un extraño vacío en su interior, un vacío que no debería estar ahí: lo tenía todo, o al menos lo que una persona normal debía de tener: amigos, una madre que la adoraba, buenas notas...

Y sin embargo, pensaba que no merecía nada de aquello.

Decidió que lo mejor era olvidar ese asunto e irse a preparar para marcharse al colegio. Se bañó con tranquilidad, puesto que apenas eran las seis de la mañana y las clases no comenzarían hasta las ocho: y asimismo, se vistió y peinó. Luego de comprobar la hora, se puso un sweater nuevo que había comprado el otro día (el primero se lo había tragado la tierra), fue en busca de su almuerzo a la cocina, algo acongojada por haber quemado su pan, y tomó el envase azul de plástico, colocándolo con cuidado al fondo del bolso, procurando que nada se derramara. Recordó haber visto a mamá prepararlo antes de marcharse al hospital la tarde anterior, y sonriendo con el recuerdo de la rubia y regordeta mujer, Madeleine salió distraídamente de su casa, recibiendo en pleno rostro una fuerte bofetada de aire fresco, húmedo y frío, que le daba los buenos días con un original estilo invernal.

• • • •

-¡Hola, Maddie!

Una chica menuda y bajita, de ondulados cabellos rubios y grandes ojos grises, saludaba a Madeleine con energía desde su lejano pupitre pegado a la ventana del rincón.

-Hola, Alex-replicó sin muchos ánimos la aludida, quién tuvo que recorrer todo el salón para llegar al lado de su rubia compañera. Casi no había nadie, puesto que era muy temprano.

-¿Qué tal todo?-preguntó Alexandra, con la misma energía que había empleado en su anterior saludo.

-Pues, ahí…bien, creo.-respondió la ojiverde, evasiva, mientras se sentaba junto a Alex y tiraba su bolso a cualquier parte, olvidándose del peligro que corría su almuerzo. Parecía agotada.

-Maddie, no me engañas; no estás bien-Le echó una rápida mirada a su pálido rostro.- ¿Qué sucedió? Tienes más ojeras que de costumbre, y estás muy pálida…

Madeleine dejó escapar un gruñido, intentando controlar su mal humor. Un asqueroso viejo la había seguido hasta la parada del bus, y si no fuera porque el anciano se tenía que subir a otro recorrido, quién sabe lo que le habría hecho. Además, tenía hambre, y no había querido comprar nada para no gastar el dinero del pan...

-Disculpa que te lo diga así, tan directa, pero creo que debes buscar ayuda urgente.-Y al no escuchar una respuesta afirmativa, agregó:-Tuviste otra pesadilla, ¿verdad?

La chica asintió quedamente, sin mirarla. Solo Alex estaba al tanto de sus constantes pesadillas, pero ahora se arrepentía un poco de haberle confiado ese secreto que sentía tan suyo, tan personal, y tan estúpidamente confidencial.

-Sé que no hay nada que no te haya dicho antes que pueda tranquilizarte, pero es tan obvio que esas…cosas, no existen, y si lo hicieran…-hizo una pausa, pensando bien lo que diría a continuación.-Eh, si lo hicieran, ¿no crees que ya se hubieran manifestado?

Más que calmarla, Alex solo consiguió poner paranoica a su compañera de banco. Maddie hizo una horrible mueca, y apoyando los brazos sobre el pupitre, recostó su cabeza con preocupación y cansancio.

-¡Espera! ¡No…no es que me refiera a que se manifiesten contigo!-la dueña de los ojos grises le golpeó despacio la cabeza.-Tonta, esas cosas no existen, y además, ellos atacarían a otras personas primero: es obvio.

Pero no parecía muy convencida, así que optó por cerrar la boca.

El salón se fue llenando poco a poco de chicas-después de todo, era un colegio para mujeres-, y pasadas las ocho, entre el gran chismorreo que se formaba entre las alumnas, una esbelta y alta mujer, que vestía sencillamente con una larga falda café, una bufanda gris, y una blusa color amarillo pálido, cruzaba la puerta con pasos largos y delicados, e iba cargada de libros. Su negro cabello ondeaba colgando de una coleta, y una gran sonrisa permanecía dibujada en sus dulces labios como si fuera la mujer más feliz del mundo. Tenía dificultades con el peso de los textos, así que le pidió a una alumna que se sentaba adelante le ayudara.

-Gracias, Constance-le dijo con dulzura la mujer, después de dejar sus cosas en orden, y la chica de cabellos castaños claros se ruborizó un poco. Luego, con mucha soltura, la joven mujer de pelo negro se puso enfrente de todo el salón, y saludó con apremio a su clase, que le contestó con un animado y casi unánime "¡Buenos días, señorita Spencer!"

-Me gusta esa energía, chicas.

Lo que ella no sabía era que muchas alumnas la admiraban, y se había ganado la simpatía de sus clases gracias a su buen humor y disposición. A eso, principalmente, se debía el cariño que muchos cursos le profesaban.

-Siéntense, por favor, que debo darles una noticia.

La clase se sentó, expectante y obediente.

-Tengo el agrado de contarles que una nueva estudiante llegará hoy a nuestro curso.

Un murmullo de aprobación recorrió el salón. La expectativa de que alguien llegara a mitad del año encendía, en muchas, la chispa de curiosidad por saber los motivos que la nueva tuvo para cambiarse tan avanzado el ciclo escolar. Sin embargo, no a todas pareció emocionarles el anuncio: Maddie, sentada al fondo de la sala, ignoraba las preguntas que Alex y un grupito de compañeras se hacían –y le hacían- a viva voz de un extremo a otro, porque poco o nada le importaba que una muchacha más rellenara un espacio en el colegio. Al menos, hasta ese momento no.

Déborah Spencer dejó que sus alumnas indagaran con libertad sobre el asunto. Una chica, pecosa y de pelo cobrizo, que se sentaba en el medio de la sala, preguntó a la profesora si ya había visto en persona a la nueva estudiante, a lo cual la mujer contestó con una negativa.

-No, Noelle; sólo el director ha hablado con ella. Yo la conoceré mañana, en una entrevista personal.

-¿Y a qué hora llegará?-Alex alzó la voz y el brazo entre el griterío, y le alegró ver que Spencer abría la boca para responderle.

-Si se callan, podré contestarle a la señorita Abercrombie, chicas.

La clase, rebosante de curiosidad, se calló casi al instante.

-Me informaron que llegaría más o menos al mediodía, durante la clase de gimnasia. No sé si participará de ella-se apresuró a agregar, luego de ver las miradas encendidas de la mayoría-, pero de todas maneras quiero que la reciban como se debe, y si es posible, ojalá se hagan amigas pronto.

Dicho esto, la joven profesora se acercó a su escritorio, tomó un marcador negro, y abrió uno de los libros que Constance le ayudó a colocar sobre la mesa. Ante la sorpresa del curso, la señorita Spencer había decidido cortar el tema abruptamente.

-Continuaremos con los ejercicios de la clase anterior. Abran la página 127 del libro, y verifiquen si tanto el desarrollo como el resultado del ejercicio concuerdan con los que debieron resolver de tarea anoche.

Sin muchos ánimos, y un poco pasmadas por el inicio de la clase, las chicas sacaron pesadamente sus textos y cuadernos, y abrieron la página que se les pedía, pero no sin dejar de murmurar teorías sobre el aspecto de la nueva estudiante.

-¿Será alta?

-No sé, a mí me da la impresión de que nos tocará una cerebrito…

-Tú y tus impresiones, Sabina.

-Silencio, chicas-pidió Déborah a los grupitos que cuchicheaban a hurtadillas.

Pero Alex no quiso resignarse, y se aprovechó de su favorecida posición (al fondo de la sala) para comentarle a Maddie sus teorías. Mas, la seria castaña con suerte se mostró interesada, y Alex no tuvo otra opción que callarse y ofenderse un poco con su compañera de banco, que ni siquiera había hecho el intento de sacar sus cuadernos.

-Maddie, saca tus cuadernos, o te enviarán de nuevo a inspectoría-susurró Alex con un poco de hastío.

Pero no recibió respuesta. La castaña Madeleine vagaba por su mente, otra vez, intentando convencerse de lo absurdo que era temerle a unos sueños infantiles e imposibles; pero, a pesar de lo evidente, no lograba mantenerse en paz.

-Maddie, rápido, tus cuadernos…

"Hay algo raro en todo esto…"

-¡Maddie!

-Tal vez mi clase no sea la más divertida del colegio-una suave, aunque amenazadora voz, la trajo de vuelta a la realidad.-, ¡pero usted, señorita Neighwood, viene aquí a estudiar, y no a perder su tiempo babeando y mirando a la nada!

Era cierto: su mesa tenía un diminuto charco de baba, cuya procedencia correspondía a su entreabierta boca, que esbozaba al mundo una mueca idiota y vacía.

-¡L-lo siento, señorita Spencer!-se apresuró a decir la pálida chica, mientras se limpiaba la boca con la manga de su sweater. Alex, a su lado, se golpeaba la frente con una mano.

-No me pidas disculpas, Madeleine, porque es la séptima vez que te regaño durante mis clases…-Parecía más preocupada que enojada.-Lo siento, pero ya no basta con decirte que no importa. Tendré que enviarte a inspectoría, y luego te citaré para que hablemos, porque muchos profesores me han reclamado que tu actitud ya no es la de antes…

Maddie no dijo nada. Le extrañaba un poco que Spencer utilizara ese tono tan dulce para regañarla, principalmente porque la hacía sentir incómoda y fuera de contexto. Sin embargo, si su maestra se enteraba de los motivos que tenía la chica para distraerse, se enojaría, de seguro, y quizás hasta citaría a su madre por la gran seriedad que le daba al tema.

Acongojada, miró a Alex que, mezcla de resignación y preocupación, le deseaba suerte con el pulgar. Avanzó hasta la puerta en silencio, ignorando las devoradoras miradas de sus compañeras; unas reían, divertidas, porque les agradaba Maddie, y otras -la minoría-, le lanzaban sarcásticas ojeadas, como si les hubiera ofendido profundamente la interrupción de la clase. Se sintió extraña: ya no era la misma de antes. Si todo ese drástico cambio de su personalidad se debía a esas constantes pesadillas, optaría por contarle todo a su madre y pedir ayuda, pero cuando se alejó lo suficiente de la sala, comprendió que no quería hacerlo: ése era su problema, y no había necesidad de molestar a mamá con él.

-Bueno-musitó, muy despacio-, nuevamente haré un tour a inspectoría. Al menos ahí nadie sabe lo de mis pesadillas, y no creo que la señora Roswell procure indagar mucho en el tema.

El pasillo estaba helado, debido a que las ventanas se encontraban entreabiertas. A causa de eso, una suave y gélida brisa entraba y congelaba a quién se aventurara a recorrer los oscuros rincones del colegio. Madeleine lamentó no haber traído algo más que su delgado sweater azul marino: estaban en pleno invierno, y si eso no bastaba, todo parecía indicar que llovería esa tarde.

-Bien, la torpe de Madeleine olvidó traer su paraguas-dijo con sarcasmo a su propio reflejo, luego de que apoyara, resignada, su frente en el empañado vidrio de una de las ventanas y mirara hacia el exterior con aire melancólico. La lluvia le gustaba, pero no le hacía gracia que su humor dependiera un poco del clima. Ese sentimiento le provocó ansiedad, y por primera vez deseó llegar rápido a inspectoría, lugar que posiblemente se vería mucho más acogedor que el pasillo, en parte gracias a la nueva estufa que la señora Roswell había comprado unos días atrás a causa del frío glacial.

Se disponía a avanzar, cuando un susurro, similar al de una serpiente que se arrastra por la baldosa, la puso en alerta y la dejó inmóvil unos segundos. Lo que más le alarmaba era que reconocía ese ruido a la perfección: era el mismo que provocaban los demonios de sus sueños antes de atacar. Despegó la cabeza del cristal con rapidez, mirando en todas direcciones, buscando aquel familiar sonido que la había tensionado, solo encontrando más soledad y frío. El pasillo, en apariencia, estaba absolutamente deshabitado, pero aún así la castaña sintió que algo la observaba y le atravesaba la nuca.

-Madeleine, te estás volviendo loca-dijo bromeando en voz alta, mientras respiraba un poco agitada y sonreía-. Tus pesadillas no son reales, tonta. Aquí no hay nada, bueno, nadie, y si lo hubiera, sólo se trataría de una alumna o un profesor…

Se arregló el flequillo, como cada vez que hacía cuando se ponía nerviosa, y caminó rápido hasta el final del pasillo, donde debía doblar a la derecha. Nuevamente se detuvo: el mismo ruido de deslizamiento reptil sonaba ahí. Procuró correr con toda su capacidad. Llegó a la escalera que conducía al tercer piso, y subió los escalones de dos en dos, llegando muy agotada al penúltimo piso del enorme colegio.

Echó un vistazo al lugar, que lucía tan normal y aburrido como siempre. Mucho más aliviada (pues el deslizar de ese "algo" ya no retumbaba en sus tímpanos), caminó derecho al despacho de la inspectora, y golpeó tres veces a la puerta, porque sabía muy bien que la amargada vieja la anotaría si no procuraba hacerlo.

-Adelante.-ordenó una gastada voz de mujer.

La puerta se abrió, y Maddie recibió agradecida una cálida oleada de calor, lo que le dio la suficiente motivación hasta para saludar cordialmente a la vieja inspectora, que la hizo sentar y realizar la misma tarea de siempre: escribir, resumido, el reglamento completo del colegio, actividad para la cual tenía toda la hora y que, producto de sus otros castigos, ya se sabía de memoria.

Se sentó frente a la anciana inspectora, y mientras escribía, se dispuso a escuchar el habitual sermón de moral y valores de los que, según Roswell, carecía, hasta que por fin la mujer se aburrió de hablar y le preguntó el motivo de su nueva expulsión.

"Es usted muy desordenada, señorita Neighwood", solía bufar siempre la raquítica anciana (sin ser esta la excepción), después que escuchara la historia de Madeleine. Y sin margen de error, unos segundos antes del aliviante toque del timbre de salida a recreo, la señora Roswell le entregaría una papeleta rosada, evidenciando su presencia en la inspectoría; documentos que, pensó Maddie, comenzaría a coleccionar si la volvían a expulsar de una clase lo que quedaba de semana.

 

El mediodía se avecinaba a vertiginosa velocidad, y de igual modo, los ánimos de las chicas de segundo año de preparatoria crecían y se contagiaban. A esas alturas, ya todo el colegio sabía que una nueva estudiante llegaría, y hasta resultaba un poco penoso ver el revuelo que una chica anónima causaba entre las alumnas. Pero era comprensible: resultaba muy extraño que algo nuevo sucediera en ese colegio, y la simple idea de que alguien se presentara de repente llenaba de emoción a muchas, que se aburrían terriblemente y optaban por hacerles la vida imposible a muchos profesores con tal de satisfacer una gota de su fastidio.

Y este curso era experto en esa materia.

El timbre que indicaba el final del segundo recreo puso en alerta a la clase de la señorita Spencer. Un grupito curioso que rodeaba a Maddie hacía capciosas observaciones acerca de las continuas expulsiones que la ojiverde sufría, pero la chica, ceñuda y agobiada por las preguntas, les recordó que ya comenzaría la clase de gimnasia. Todas ahogaron un grito, y dejaron sola a la ojiverde en medio del patio, pues emprendieron una rápida carrera hasta el salón de clases, llegando puntuales por primera vez en lo que llevaba el año. La profesora Lawrence les indicó, luego de recuperarse de la impresión, que se dirigieran al gimnasio con sus bolsos, y muchas bajaron precipitadamente las escaleras que conducían al camarín, buscando con la mirada algún indicio de la presencia de la nueva alumna sin obtener éxito alguno.

Madeleine, impasible ante la emoción de sus compañeras, le habló a Alexandra acerca de los extraños ruidos que había escuchado en el trayecto al tercer piso, y su amiga la escuchó con atención, quizás hasta un poco alarmada, dejando incluso de lado el tema que tanto emocionaba a su curso y a ella.

-No sé por qué te creo, Maddie, pero yo sé que no estás loca.

Se estaba amarrando el pelo en una coleta, y había, hace mucho tiempo, decidido creerle a la semi pelirroja sus historias, por más descabelladas que sonaran.

-Alex, sabes que esos comentarios me asustan un poco, ¿verdad?-Alex rió, mientras se acomodaba la remera-Eres muy tierna…-dijo la ojiverde, amarrando los cordones de sus zapatillas-, pero si ese ruido era real, entonces mis pesadillas…

No pudo concretar la oración porque que en ese momento la señora Lawrence irrumpía en el camarín y las apremiaba a salir al gimnasio con una enérgica voz típica de ella.

Sin embargo, y siendo pasadas las doce del día, todavía no había ni rastro de la nueva compañera. Lawrence las hizo trotar, correr, alongar, pero nada podía tapar el hecho de que la chica anónima no llegara aún ni diera señales de vida. Algunas comenzaron a dudar de la palabra de Spencer, pero otras, que se negaban a aceptar que su maestra favorita les hubiera mentido o dado una información errónea, insistían en mantener la impaciente mirada sobre la puerta. Sabina, una muchacha alta, muy linda, de larga nariz y pelo liso, largo y rubio, ojeaba constantemente el reloj de mueñeca de la baja, pelirroja y pecosa Noelle. De vez en cuando, también echaba un vistazo hacia la puerta, sin muchas esperanzas, pero solo cuando miró por enésima vez, dejó que su emoción saliera a flote dando un fuerte chillido, que logró captar la atención de todas las que se encontraban cerca del epicentro.

-¡Miren, es ella!-susurró la misma Sabina, un poco avergonzada ante las miradas curiosas de sus compañeras, quiénes comprendieron de inmediato su agitación luego de ver cómo la puerta del gimnasio se abría y dejaba entrar a una desconocida figura femenina. Sin contener unas amplias sonrisas, una masa de chicas se acercó a la puerta, expectante, y todas ignorando a Lawrence, quién les pedía se quedaran quietas y tranquilas.

-¡Maddie, Maddie, ya llegó la nueva!-chilló Alex al oído de su amiga, que se limitó a sonreír quedamente. La castaña vio desde el lugar donde alongaba cómo su compañera corría también hacia la enorme puerta, y suspiró, resignada, entendiendo que tal vez lo correcto era ir con las demás y saludar a la nueva estudiante.

Incorporándose con pereza, avanzó unos cuantos pasos, pero el mismo susurro que había escuchado en el pasillo durante la mañana volvió a retumbarle en los oídos. Se quedó quieta en medio de la cancha de baloncesto, con todos los nervios de punta, atenta a cualquier señal de amenaza, pero el extraño sonido dejó de resonar, y un golpe en la espalda la devolvió temporalmente al mundo real.

-Anda, Madeleine, ve a saludar a tu nueva compañera.

Tal parecía que Lawrence se había resignado también a la energía de la masa, y creyó que la ojiverde necesitaba de un estímulo para vencer su timidez. La pálida muchacha sonrió forzosamente, y se acercó sin muchas ganas a la puerta, complaciendo a su maestra.

La alumna nueva cargaba un bolso celeste en la mano derecha, y en la otr amano, traía fuertemente sujeto un celular. Apenas si había abierto la puerta, viocon espanto cómo un gran número de chicas se le acercaba: todas la estaban rodeando, y para su alarme, las chicas no paraban de hablarle todas al unísono. El gentío gritaba y celebraba cosas que ella no entendía, y solo después de varios segundos, consiguió captar a duras penas que sus compañeras se le estaban presentando.

Era la bienvenida más calurosa que había visto en toda su vida.

-¡Hola, me llamo Denisse!-Dijo con jactancia una chica de ojos pardos y expresión alegre, extendiéndole una mano dificultuosamente entre la multitud.

-¡Soy Noelle!-Saludó desde el fondo la pelirroja amiga de Sabina, dando saltitos para hacerse notar y apoyándose en Sabina.

-Mucho gusto-respondía la pobre muchacha a cualquiera que se presentara, siendo rodeada y acorralada todavía más por la acalorada muchedumbre.

Alguien, no supo quien, dijo a todas que la chica nueva se estaba ahogando, y las que estaban más cerca se alejaron, avergonzadas, dejando respirar por fin a la recién llegada.

-¡Oye, eres muy linda!-exclamó Sabina, mirándola de abajo hacia arriba, aprovechando que la muchacha había quedado al descubierto.

-¿Qué?-soltó la aludida, sorprendida por el halago.-Eh, gra-gracias…

Madeleine por fin había logrado distinguir a la nueva entre el tumulto de gente. Era una muchacha alta, delgada y curvilínea, de largos cabellos lisos y azabaches, ojos azul intenso, y un rostro sonrosado, aunque blanco y delicado, que había impresionado a otras tantas como Sabina.

-¿Y cómo te llamas?

Alex por fin había hecho la pregunta de la que todas deseaban conocer su respuesta. Pero, para sorpresa de la clase, no fue la ojiazul quién contestó.

-Es la señorita Rumsfield, chicas: Elizabeth Rumsfield.

Detrás de la pelinegra se alzó la señorita Spencer, sonriendo radiantemente y apoyando las largas manos sobre sus hombros, provocando la admiración de la mayoría de las chicas y la perplejidad de la recién llegada, que no sintió llegar a la profesora.

Notas finales:

Bien...xD Primer capítulo ¡pasado! Descubrirán que a Maddie le dan pequeñas crisis (?) de paranoia...

Bueno, no les adelanto nada!

Si les gusto, me alegro mucho n.n! Con que lo lean me basta, pero si tienen algo que criticarme o sugerirme, ya saben que pueden enviarme un MP o un mensaje "instantáneo" lol

Saludos!


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