CAPITULO UNICO
Siempre he estado preso. Aunque mis muñecas no tienen grilletes de cárcel. Preso del orgullo. Sí, ese condenado orgullo que me impide alcanzar lo que más deseo.
Y cómo no desearle. Con esos ojos rojos, me traspasa en cuestión de segundos y me desnuda. Sabe lo que siento y sólo ríe. Así que podría seguir jugando a ser el Conde Phantomhive y él, mi mayordomo.
Es demasiado perfecto. En todo el sentido de la palabra.
Cumple todos mis caprichos, por extravagantes que sean. Nadie en la faz de la tierra podría compararse con él… con Sebastián.
Me he convertido en un trozo de hielo que se derrite con su presencia. En la noche que tanto me atormenta… que ignora mis más profundos y obscenos deseos.
No sabría decir con certeza, quién de los dos está más corrompido… él que es un demonio y yo que en vano me he enamorado de él.
Estoy enamorado de mi venganza. Quiero humillar a toda esa gente que me hizo daño, y eso es algo que no puedo detener.
Fui marcado, como un animal de hacienda. Sólo era un niño que no sabía qué pecado tan grande ha cometido para que sean tan crueles y despiadados conmigo.
Demasiado pequeño, he tenido que crecer. Demasiado tarde, me he dado cuenta de lo que siento por ti.
Maldigo este orgullo que me aleja de ti. Quisiera que todo desapareciera y se hiciera trizas. Oh, cuánto lo deseo. Si todo se reduce a cenizas. A un alma que debas elevar y arrancar de mi cuerpo… este cuerpo que está condenado.
Si no fuese por una orden, ¿estarías conmigo en este momento?... ¿cuál de los dos está más preso del otro?... yo con mis órdenes y tú con tu implacable obediencia.
¿Es que acaso no tienes voluntad propia?... siendo un demonio, eres demasiado complaciente. Sigues siendo, demasiado perfecto para mí y para el resto. La torpeza, no está en tu diccionario.
Ay Sebastián… ¿en qué persona me he convertido?... ¿qué soy ahora que no estás?... tal vez soy una sombra, o un simple muchacho que juega a seducir a una niña pura e inocente. Su sonrisa es luz en este gran abismo.
Ay Elizabeth, mi prometida de rizos de oro. Estoy ahora más cerca de la muerte y la locura que antes. No puedo seguir fingiendo que podría llegar a amarte.
El es un ladrón. Un ladrón que se le olvidó devolverme lo que hurtó. Soy patético y estúpido. ¿Qué pensarías Sebastián en estos momentos?... ahora que no hay contrato, nada más nos une.
Debí detenerle. Pero siempre es más rápido que yo. Mis pasos eran ecos dentro de mi mansión. Jamás pensé que fuese tan enorme, tan lúgubre, tan vacía.
Es ahora cuando le ordenaría que me abrazara. Que esos fríos brazos me protegiesen de mis demonios internos. De ese vacío tan grande que me quedó en mi pecho. Un hueco. Sí, increíblemente, todavía late… sólo por inercia.
-Bocchan- su voz, llega a mis oídos y me giro para verle.
Pero creo que era sólo una imagen de mi mente y me ha traicionado.
-Bocchan- otra vez, resonaba entre las sombras.
Te dije que no me dejaras solo. Que si lo estoy, me consume el veneno de mi venganza. No quiero más besos por simple orden que salga de mis labios. Por favor, no me ames porque te lo pida.
Compasión, eso parece que es lo único que he obtenido de ti.
Maldito orgullo. Devuélveme lo que te llevaste. Tráelo de vuelta.
Ni siquiera quiero suicidarme. Porque si muero, ¿te serviría mi alma?, pero si no hay contrato, ¿la vendrías a reclamar?... si mi alma vale más que mil palabras calladas, puedes tomarla. Y no olvides… que a nadie más en mi vida le he dicho que lo amo. Puedes reírte si quieres de ello.
-Abrázame- dice en medio del pasillo a mitad de la noche- es una orden- termina la frase y sólo cae de rodillas al suelo, aguardando a su mayordomo. Pero éste nunca aparece.
Sólo una pluma negra había en la alfombra roja. La recogió y se acercó a la ventana. Miró y una figura negra, estaba observándole.
Sólo se percató que esos rojos ojos brillaban en esa oscuridad.
-¡Sebastián!- exclama Ciel, quien salió corriendo escaleras abajo.
Abrió la puerta y salió de la mansión hacia el jardín. Sin embargo, aquella figura demoníaca había desaparecido.
-¡No huyas cobarde!- exclama.
Aún así, Sebastián no apareció delante de su ex amo.
Sólo algunas plumas negras en el pasto, delataban su paso por la mansión Phantomhive.
-Bocchan- otra vez su voz resonaba en sus pequeños oídos.
-Bésame- dice Ciel.
Aquella figura negra, descendió del cielo y lo envolvió con sus negras alas. Su rostro, había cambiado. Pero su olor, lo delataba.
-Sebastián- dice el pequeño, cerrando los ojos y besando al que alguna vez fue su mayordomo.
Si todo era una pesadilla, no querría despertar.
-Quédate- decía, pero no le abrazó. Hacia una vez más presencia aquel orgullo que lo carcomía por dentro. Aunque a gritos su cuerpo le pedía un abrazo que no se alejara jamás- tengo frío.
Sebastián sonrió. Con esa sonrisa que te quita el aliento.
Entre malicia y placer oscuro.
-Es una orden.
-Yes, My Lord- responde y sigue al joven amo hacia el interior de la mansión.
Sólo por esa noche, Sebastián accedió a quedarse. Al llegar el amanecer, desapareció. Sin dejar ningún rastro… salvo unas marcas en el cuello y cuerpo blanquecino de Ciel.
Sólo por una vez, quiero sumergirme en esta pesadilla…
Se sentó en la cama y unas lágrimas asomaron en esos ojos tan azules como zafiros. En esa habitación, nadie le preguntaría por qué lloraba. Sólo por unos segundos, habría entregado su alma, a cambio de ese orgullo que terminó por alejarle de quien más ha amado.
FIN
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