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Delírium Trémens por Mary-chan6277

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Notas del fanfic:

Primero, diré que esta historia la escribí bajo la influencia del libro "El Resplandor" de Stephen King y el video de "The Kill" de 30 Seconds to Mars hahahahah es que me encanta El Resplandor!! :O

Segundo, diré que esta historia quedó rara... como todo lo que escribo. 

Tercero... espero les guste!! ^^

Notas del capitulo:

===> sin más preámbulo, la historia!! :)

 

1

En algún lugar sin aparición en los mapas, un hotel sin nombre se alzaba imponente, con sus paredes altas y oscuras, rematadas con techos terminados en punta muy típicos de la arquitectura gótica. Sus ventanas arqueadas, las puertas de doble hoja, y las gárgolas mirando todos los movimientos de los mortales desde el borde de la construcción, todo, le daba un toque de majestuosidad, y misterio a ese lugar.

 

Recuerdo perfectamente el primer día que puse un pie en ese lugar; había sido hace años ya, cuando era un pequeño niño. Había venido a este lugar con mis padres, y junto con la familia de mi prima Elizabeth. Recuerdo que ella y yo jugamos juntos en el parque que tenía unos lindos arbustos cortados en forma de animales, y un tubo de cemento en el que nos metíamos al jugar escondidas con la tía Frances.

 

Pero esas eran eras pasadas. De aquella época quedan solamente los recuerdos en mi memoria, porque ni siquiera los retratos pudieron ser recuperados, las llamas del infierno nunca tienen clemencia por nadie ni por nada.

 

Habían pasa años, y ahora volvía a ese lugar. Los árboles desnudos se movían de un lado a otro; el viento filtrándose por sus ramas sin hojas hacía un sonido sombrío, que provocó que un leve escalofrío recorriera mi espalda.

 

Tanaka-San me ayudó a bajar mi equipaje, y juntos nos encaminamos hacia la entrada.

 

Habían pasado años ya desde el incidente. Ahora tenía trece, era el dueño de una compañía, y la familia de mi prometida se hacía cargo de mí, no era cómo si necesitara ningún tipo de recurso económico, ni ninguna otra cosa, con la compañía de Tanaka-San, a quien le tenía mucho aprecio, y quién siempre había estado con migo para aconsejarme y ayudarme en los temas legales de la compañía, era más que suficiente, pero mi prometida insistía en no dejarme solo nunca.

 

Llegamos hasta la entrada. Tanaka-san abrió la puerta de cristal para mí, y me invitó a pasar con un gesto formal. El hotel por dentro era todo un sueño, estaba tal y cómo lo recordaba: la pequeña recepción bajo un techo de cristal que dejaba filtrar toda la luz del cielo, a derecha e izquierda unas escaleras amplias y bien iluminadas, y hacia el centro, una pequeña sala de muebles de cuero de color negro.

 

—¡Cieeeellll!— esperaba encontrarme con mi prometida, pero la emoción que sentía cuando era pequeño había desaparecido para siempre. Yo no estaba interesado en casarme, o en volver a amar a alguien de nuevo, no había ningún sentido en querer a alguien, si al final, siempre terminarían yéndose, dejándote sólo.

—Elizabeth— la saludé bajando el libro que tenía entre las manos, mientras esperaba a que Tanaka terminará los trámites del registro.

—¡Lizzy!, ¡te he dicho que me llames Lizzy!— suspiré.

 

Se acercaba la fecha de San Valentín, para eso había sido citado en ese lugar que había permanecido enterrado en mi memoria por suficiente tiempo cómo para venir a recordarlo ahora.

 

El día de  San Valentín. Existía una vieja leyenda que hablaba sobre el susodicho santo inventado por la iglesia para acabar con los paganos, y para enriquecer a todas las tiendas de flores. En general, una pérdida de dinero y de tiempo.

 

Me había dicho que un cambio de ambiente sería lo indicado, pero había un lugar en el fondo de mi alma que no paraba de gritar que había sido un terrible error aparecerme en ese lugar, sombrío a mi vista, encantado y maldito a mi imaginación.

 

—El registro está listo, joven amo— dijo Tanaka después de saludar a mi prometida— le dirigiré hasta su habitación— agregó con una sonrisa.

 

Esos pasillos eran los mismos que alguna vez recorrí tomado de la mano con la Elizabeth de esos tiempos. Jugábamos a las escondidas, habían millones de lugares dónde esconderse en ese lugar tan grande, pero hasta ahora me daba cuenta que había sido una imprudencia de nuestra parte atrevernos a separarnos en un lugar como ese: la alfombra roja, el empapelado de la pared de color claro con diminutos dibujos, y las puertas blancas, cada una más parecida a la anterior. Todos los pasillos eran completamente idénticos, era como un laberinto, o una cárcel, ese hotel parecía querer que todo aquel que entrara no pudiera volver a salir, y fuese parte para siempre de su historia.

 

Pero eso era sólo mi imaginación.

 

—Bocchan— Tanaka me sacó de mis pensamientos, mientras me invitaba a pasar a mi nueva habitación— el tutor de literatura recomendó que trajera los implementos para que escribiera un poco— comentó, dejando sobre el escritorio que había en la habitación una pequeña máquina de escribir que no había visto entre el equipaje, pero reconocí enseguida como pertenencia del mayordomo. —Dijo que le ayudaría a relajarse, a olvidar un poco. Le pido por favor que haga el esfuerzo, quizás no soy su padre, ni tengo ningún derecho a sentir por usted ese tipo de cariño, pero si me permite decírselo, me preocupa su estado. — sus palabras me conmovieron. Tanaka era lo más cercano que tenía a alguien en quién podría confiar. Era precisamente eso, cómo un padre, o cómo un abuelo, era prácticamente lo único que me quedaba para aferrarme a mi pasado. —Es sólo un niño, merece sonreír. Por favor, intente esa terapia, quizás hasta se divierte escribiendo.

—Está bien, lo intentaré— dije. Y sí lo intentaría.

 

2

Entré al salón de baile con un retraso de quince minutos. Todos parecían muy animados, la trémula luz del salón le confería un toque romántico a la estancia, la música lenta y melodramática, y las parejas bailando, todo estaba tan perfectamente sincronizado que parecía como si lo estuviera viendo todo desde la pantalla de un televisor.

 

Me senté en la barra del bar. No espera que el mozo me sirviera nada, después de todo, era un niño, pero si esperaba poder pasar desapercibido por todos, por mi futura suegra, por mi prometida, incluso por Tanaka.

 

No esperaba ver a nadie, sólo quería quedarme sentado sobre una de esas sillas altas contemplando a todas las parejas susurrándose al oído palabas de amor, sujetándose y moviéndose al compás de las notas. Era una vista refrescante. Todos bailaban con todos sin conocer a su pareja. Era una fiesta de antifaces, una de esas que se organizaban hacía años para que la realeza pudiese mezclarse con la muchedumbre; esta vez era el mismo caso, todos los huéspedes mezclados, esperando que al final de la noche hayan encontrado el amor de sus vidas tras un bonito antifaz decorado con plumas y lentejuelas.

 

—¿Desea algo, jovencito?— volteé a mirar al mozo.

—Soy menor de edad, no puedo tomar nada— respondí, posando ahora mi mirada sobre la banda que tocaba sobre un escenario que tenía unas cortinas a rayas blancas y negras.

—Esta noche haremos una excepción, ¿qué le parece?— dijo, recostándose sobre la barra para hablarme al oído entono confidente— Es el día del amor, pero parece que le han roto el corazón, un buen trago le ayudará— sacó de entre los estantes una oscura botella, y la descorchó con suma elegancia. Tomó una de las tantas copas, y vertió un líquido rojizo que identifiqué en seguida como vino. Me ofreció la bebida, y la acepté. El olor del alcohol me mareaba, no quería tomar eso, pero mis manos llevaron la copa involuntariamente a mis labios, y el ardor que sintió mi garganta mientras el vino se deslizaba ardiente por ella fue reconfortante.

 

Seguí apurando el contenido de la copa, a pesar de que sentía que la estancia cada vez empezaba a alejarse más. Y la música sonaba cada vez más lejana. Sentía que la cabeza me daba vueltas, pero no me importó, seguí bebiendo el vino cómo enloquecido, y aunque tomaba y tomaba largos sorbos, no parecía terminarse nunca.

 

—¿Cómo alguien puede estar sólo en el día de San Valentín en un baile de antifaces?— preguntó una voz a mis espaldas de repente, sacándome de mi estupor. —¿Cómo alguien cómo usted, joven Phantomhive, podría estar sólo? He escuchado por los rumores que es bastante popular entre las damas. — cerré los ojos. No me animaba a darme la vuelta. Esa voz que me hablaba era ínfimamente dulce, varonil, intensa. No quería descubrir quién me hablaba, no quería romper la magia del anonimato, pero debía hacerlo. Que su voz fuera sensual y agradable no le daba derecho a hablarme de esa manera, además, olvidaba el detalle de que había dicho mi nombre cómo si me conociera de siempre.

 

Me giré en la silla alta de la barra del bar. Mi corazón pareció detenerse en cuanto mis ojos se posaron sobre él. Llevaba el cabello peinado de medio lado, y unos cuantos mechones rebeldes caían sobre su frente lisa y cremosa. Su tez era de color claro, contrastaba con su cabello negro y brillante, y el antifaz de color blanco decorado con filigrana de color rojo, del mismo color de sus ojos. Iba vestido de negro, un pañuelo de color rosa oscuro sobresalía del cuello de su camisa, y unos guantes blancos remataban sus largos y bien formados brazos.

 

—Entonces, Joven Phantomhive, ¿qué me responde?, ¿por qué está tan solitario en una noche cómo esta?— preguntó, mirándome a los ojos, yo no salía de mi asombro todavía.

—¿Cómo sabes mi nombre?— le pregunté, aun no pudiendo creer lo que veía, olvidando por completo el baile, la banda, a Elizabeth que me estaría buscando desesperada, yo sólo podía pensar en ese joven que de repente había aparecido ante mis ojos.  

—Todo el mundo aquí sabe su nombre— respondió con una sonrisa— usted es el protagonista de la historia, sería una locura que alguien no supiera de usted.

—¿Protagonista?

—Permítase no pensar demasiado esta noche, ¿qué le parece?— dijo con voz despreocupada— ¿Le apetecería bailar con migo, caballero?

—Pero Elizabeth…

—Ella no existe aquí— susurró a mi oído, tomándome luego de la mano, y arrastrándome a la pista de baile.

 

Ahora a no era como si estuviera viendo la televisión a lo lejos, ahora yo era parte de la película. Mi pareja era demasiado grande para mi estatura, pero a él no parecía importarle, se movía con total elegancia y gracia, como si bailase con una damisela, y no con un niño.

 

Sus pies me dirigían, y sus brazos me sujetaban fuertemente, apretándome contra su pecho. Todo su ser olía a rosas, a rosas rojas, olía a esa fragancia que recordaba de mi infancia, mi madre siempre tenía un ramo de esas rosa en la casa, incluso había plantado ella misma unas cuantas en el jardín.

 

—Ciel, ¿ves estas flores?—me dijo ella un día cuando era pequeño, yo asentí. —Son rosas rojas, huelen delicioso, ¿verdad?, es el olor del amor, Ciel, nunca debes olvidarlo.

 

Cerré los ojos.

 

Con que el olor del amor.

 

Me había dedicado a escribir desde el primer día en que habíamos llegado. Las primeras veces que me senté frente a esa máquina, me parecía que se burlaba de mí, porque nunca podía encontrar las palabras indicadas para empezar a escribir algo decente, pero en cuanto tuve una idea que me pareció brillante, aunque algo vergonzosa, me sentí lo suficientemente confiado con esa vieja máquina de escribir que no quería separarme de ella nunca.

 

Si había bajado retrasado al baile era porque me había quedado escribiendo.

 

El protagonista de la historia era yo. Un niño solitario, maldecido por un grupo religioso que había dejado la marca de la bestia en mí, y que había matado a mis padres en un incendio que fue calificado por la policía cómo un accidente.

 

El Ciel de la historia encontraba una vieja máquina de escribir en el ático, y luego de desempolvarla, se pone a jugar a ser escritor en las noches de insomnio, pero pronto descubre que aquella máquina de escribir no resulta tan común, sino que era una de esas mágicas que presentan las caricaturas, en la que todo lo que escribes, se vuelve realidad.

 

No era la idea más original que se me habría podido ocurrir, pero al menos funcionaba para distraerme. Con esa trama en la historia, podía llevar a que mi alter-ego pasara por muchas aventuras, y tuviera a mi yo real entretenido y sumergido en ese mundo por varias horas.

 

La última cosa que había escrito antes de bajar, tenía que ver con Cupido; un Cupido expulsado del cielo de los dioses romanos, para estar condenado a vagar por la tierra con forma de humano por siempre, buscando el amor… pero quise hacer de Cupido un chico malo. No sería el típico niño de alas y cabellos rubios, quería uno que luego de haber sido expulsado del cielo, se convirtiera en un demonio por voluntad propia, para poder cazar a sus víctimas con sus encantos sobrenaturales, y alimentarse de sus auras.

 

Este Cupido  había sido mandado por Júpiter a permanecer en la tierra hasta que encontrara la otra mitad de su alma, cuando eso pasara, sería perdonado… pero Cupido no estaba interesado, sólo quería apoderarse de las almas de los humanos, convenciéndoles de que los amaba, para luego quedarse con su alma cuando el humano renunciara al dios.

 

Esa versión de Cupido se encontraba con el Ciel de la historia. Se encontraban en el baile de San Valentín, y yo accedía a bailar con él, pero luego deseché esa hoja recién escrita. Aunque fuera en mi mente, que deseara bailar con un dios del amor era demasiado extraño, y no podía permitírmelo.

 

—Tú no eres real. Seguramente me quedé dormido, y nunca bajé al baile— me dije a mi mismo en voz alta, esperando que todo se disipara, la música, las parejas bailando, mi acompañante, y la trémula luz de romántico toque.

—Nunca terminó de escribir este capítulo de la historia— replicó él ignorándome completamente— ¿qué se supone que debo hacer cuando termine la pieza?, ¿lo trataré como a todos, o será usted alguien especial para mí?— preguntó, mirándome curioso.

—¿Cómo quieres que lo sepa?, ¡es un sueño!

—¿Le parece a usted que está soñando?— dijo— ¿le parece a usted que todos estos hombres y mujeres a nuestro alrededor no son reales, que yo no soy real?

—Si no me quedé dormido, seguramente es el vino que me dio el mozo— susurré de nuevo para mí mismo. —Eres el Cupido de mi historia, ¡no eres real!

—¿Quisiera usted que lo fuera?

—¡No eres real!

—Si no existo, entonces hágame existir— dijo, levantándome del suelo en sus poderosos brazos— yo siempre estaré para usted. — agregó, con su rostro tan cerca del mío, que sentía sus labios rozar los míos en una sensual caricia que me hizo sonrojar. —Lléneme de besos, y consiga que me enamore de usted, si lo logra, quizás no me apoderé de su alma para llevarla al infierno. —Pausó— ¿Le apetece jugar con migo?

—Yo…— no necesitaba decírselo en voz alta, mi corazón palpitaba tan rápidamente por su cercanía, y mi cerebro pensaba tan rápidamente que ni siquiera tenía tiempo para razonar con claridad.  Mis deseos gritaban dentro de mi mente, quería decirle que sí, pero eso era una locura, él no existía. —Yo no tengo nada que perder, a fin de cuentas, no existes— le dije, sellando mis labios con los suyos disfrutando del dulzón sabor de las rosas rojas que parecía emanar de su deliciosa boca.

 

3

Escogió una habitación al azar en el pasillo de la tercera planta, y aunque no poseía llave alguna, el pomo de la puerta cedió ante su voluntad.

 

No se molestó en prender las luces, la luz de la luna era más que suficiente para darnos luz.

 

Mi cuerpo se sentía caliente. Deseaba tenerle cerca, probar sus labios de nuevo, hacer de él algo que fuera mío para siempre, había prometido que si lograba enamorarlo, lo tendría a mi lado, y no pensaba perder esa apuesta.

 

Observé todos sus movimientos en la oscuridad. Se subió a horcajadas sobre mí, y se quitó los guantes con los diente. Sus ojos cambiaron, se volvieron brillantes y purpúreos, parecían brillar con la intensidad de mil estrellas juntas, pero no condensadas, era todo un espectáculo mirarlos; sus manos eran blancas y de delicados dedos largos, con unas uñas negras largas y afiladas; su sonrisa perfecta y hermosa también dejó al descubierto un par de colmillos de vampiro.

 

Era tal y cómo lo había descrito. El Cupido malvado que me salvaría de mi prometida, que me doblegaría a voluntad y que haría de mí su esclavo por una noche, y si lograba convencerle de que yo era la otra mitad de su alma, sería su esclavo para siempre.

 

Sus labios atacaron mi boca de nuevo. Ya no era un beso lento y romántico, era uno demandante y lleno de pasión desenfrenada. Su lengua recorría la mía en un sensual movimiento que arrancó de mi garganta un gemido de placer, jamás me había sentido de esa manera.

 

Bajo a mi cuello, desanudando el corbatín con los dientes, mientras sus manos se colaban debajo de la camisa y acariciaba suavemente mi piel con sus uñas, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera bajo su toque.

 

Se deshizo de mi ropa rápidamente entre beso y beso. Mis manos tampoco aguantaban, y desabrocharon todo botón que encontraban a su paso.

 

Siguió por besarme el pecho, y morder mis pezones suavemente con sus colmillos, cuidando de no hacerme daño.

 

Luego, volvió a mis labios. Mordió su lengua, y un líquido carmesí se escurrió por la comisura de su boca. Me besó de nuevo dejándome compartir esa sangre dulce que tenía un sabor exquisito, y mientras estaba perdido en el éxtasis de ese sabor, aprovechó para morder mi propia lengua, y probar un poco de mi líquido vital.

 

Nos separamos luego de algunos minutos a falta de aire. Un hilillo de nuestra sangre entremezclada se escurría por su barbilla, y yo me apresuré a tomarla, no quería desperdiciar ni una gota.

 

Mi Cupido hizo que me recostara sobre la cama, separando mis piernas, y tomando mi miembro entre sus manos, masajeándolo suave y lentamente, haciéndome sufrir y gemir desesperadamente, sin importar que nadie pudiera escuchar. Luego, sus manos fueron reemplazadas por su boca, por su lengua que lamía de arriba abajo en un ritmo delicioso que me hacía perder la cordura, y el trayecto de cualquier pensamiento coherente. Mordía la punta de vez en cuando, estimulándome estratégicamente con sus colmillos, haciendo que gritará, y apretara las cobijas entre mis puños, como si fuera lo único que me quedara para no caer en la vacío.

 

Lo que le siguió a eso fueron unos dedos atormentando mi pequeña y virgen entrada. Dolía, claro, me quejé y me removí inquieto, pero no permitiría que Cupido se fuera sin sentir el mismo placer que yo había recibido del mismísimo dios del amor. Quería hacerle feliz, me sentía en el deber de lograrlo.

 

Después de unos momentos, retiró sus dedos y me penetró de una sola estocada, tocando un punto en mi interior que me hizo olvidar todo el dolor para recordar el placer de hace unos momentos.

 

Empecé a mover las caderas, quería volver a sentir eso, quería poder perderme en ese mundo de ensueño que me proporcionaba su cuerpo, quería que nos fundiéramos en uno, y fuera así por siempre.

 

Esa sería un día de San Valentín que no olvidaría jamás, incluso si cuando despertase a la mañana siguiente, todo hubiera sido un sueño.

 

4

Él aun estaba ahí en la mañana cuando abrí los ojos. Me dolía todo, a duras penas y me podía mover, tenía moretones en los brazos, seguramente él no medía muy bien su fuerza, no lo culpaba, además, el dolor no era nada comparado con la extraña sensación que me inundaba el pecho. Era una sensación que no podía describir.

 

Alargué la mano, y le toqué el cabello. Su pecho bajaba y subía constantemente. Tenía una sonrisa dibujada en los labios, una de sus sonrisas malvadas, pero al final, una sonrisa humana, sus uñas habían vuelto a la normalidad, y seguramente, sus ojos también.

 

—Despierta Cupido, tenemos que hablar— le urgí, agitando su brazo suavemente.

—¿Qué pasa? — preguntó con voz soñolienta, volviéndose para mirarme.

—¿Logré enamorarte?— le pregunté firmemente, esperando nada más que una respuesta afirmativa.

—Déjame dormir unas horas más, y te lo digo— dijo sonriente, atrayéndome hacia su pecho— tu también deberías dormir, fue una noche ocupada— agregó bostezando.

—Dímelo ya, logré o no pasar tu prueba. — le pregunté removiéndome entre sus brazos.

—La pasó, Joven Phantomhive, déjeme dormir, ¿le parece?

 

 

Epílogo

—¿Ciel?— había estado sentado sobre un mantel de pícnic con mi prometida comiendo un montón de bocadillos que Sebastian había preparado para nosotros, sin prestarle la más mínima atención a Lizzy mientras me hablaba, y para cualquier podía ser una odisea prestar atención mientras a lo lejos, un Sebastian sin saco y con las mangas subidas hasta la altura de los codos hacía maravillas con las plantas del jardín. Era pervertido pensarlo, pero era una visión muy sensual. —¡Ciel!— me urgió ella.

—¿Qué pasa?

—¿Cómo fue que conociste a Sebastian?— preguntó, mientras todos los colores pasaron por mi cara, primero un rojo intenso, luego un rosa pálido, hasta quedar blanco cómo el papel. —Siempre están juntos, y parecen muy unidos, ¿de dónde salió él?— agregó mirando la misma imagen que yo admiraba de mi mayordomo a lo lejos podando los arbustos.

—Jajaja, verás, es una larga historia— dije nervioso, me conocía el relato de derecho al revés, había disfrutado cada parte de nuestro propio cuento, pero los detalles era algo que ella prefería morir ignorando. 

 

Notas finales:

¿Que tal estuvo? :S estoy en medio de un maldito bloqueo del escritor y todo lo que escribo me suena horrible... quizás también esto quedó así, horrible, y pido disculpas por eso :SSS

Espero sus comentarios, buenos, malos, peores... lo que sea :)

Gracias por tomarse el tiempo de leer ==> juro que me pondré a actualizar pronto mis otro fics si es que el estrés (más bien, el colegio) no termina por matarme antes de que empiece con un nuvo capítulo xD 


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