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Memoryless por ParadiseNowhere

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Notas del fanfic:

 Es todo mío.

Personajes

Escenarios.

Historia.

Trama.

... y puedo hacer con ellos lo que me de la gana... wbahahahahahahaha...

... por eso me encanta escribir.

Notas del capitulo:

 Espero que a alguien le guste.

Capítulo 1_Nameless


 


 


 


-Muy bien, ¿Qué tenemos aquí?- preguntó el doctor, acomodándose la bata blanca sobre la ropa de deporte.


La enfermera terminó de limpiarle la herida de la cabeza a un inconsciente muchacho antes de contestar.


-Varón blanco, sin ningún tipo de identificación, edad entre los veinte y veintitrés años. Estatura, metro setenta. Peso, sobre unos 65 kg. Cabello negro. Presenta varias contusiones de poca importancia a lo largo del cuerpo, un corte irregular en el brazo izquierdo, seguramente producido por un arma blanca, una leve contusión en la parte posterior de la cabeza y una contusión media en la parte frontal del a misma con herida superficial leve,


-O sea, le dieron una paliza, le pegaron un golpe en la cabeza, se desmayó y se golpeó la cabeza contra el suelo al caer.


-Si, algo así, traducido al argot. ¿Fue de verdad usted quién lo encontró, doctor?


-Si fui yo.


-¿Y no vio a nadie por allí?


-No. Sólo a el. Estaba dando un paseo  y me lo encontré en el parque. Aún estaba algo consciente cuando llamé a la ambulancia.


-¿Qué hacía “paseando” a estas horas, doctor?- preguntó la enfermera, empezando a suturar la herida de la cabeza del joven.


-Oh- dijo abriéndose la bata para que la mujer pudiera ver su ropa de deporte- salgo a hacer ejercicio cuando no tengo mucho sueño. Me relaja y me mantiene en forma.


-Con lo que trabaja, debería correr menos y dormir mas.


-Ya, bueno. En fin- dijo cogiendo una carpeta-, a nuestro nuevo amigo le terminas las curas y le quitas sangre para un análisis. Por si acaso. Y cuando recupere la conciencia, le hacemos un tac. No creo que sea un golpe grave, pero en fin, nuestro trabajo es prevenir y curar. Y a ver si encuentras algún contacto.


-Muy bien, doctor Gálvez. Buenas noches. Váyase a descansar.


-De acuerdo, Marie. Nos vemos mañana.


 


 


 


Despertó de un agitado sueño bajo un techo desconocido. Le dolía la cabeza y la habitación de color blanco dio un par de vueltas antes de estabilizarse. Por la ventana abierta entraba sol a raudales. Era consciente de estar tumbado en alguna cama. Miró a los lados. A su izquierda, una pared y una puerta entreabierta a través de la que veía pasar a gente vestida de blanco y verde. A su derecha, una cama vacía, un monitor, un gotero y un hombre con bata blanca.


Era un hombre alto, de pelo castaño. Estaba de lado y su único ojo visible, de color azul, estaba centrado en unos papeles que tenía en la mano.


Se irguió un poco y trató de sentarse. Se miró las manos con extrañeza; unas manos que no reconocía. Unas manos grandes, de dedos largos y finos y de piel morena. El antebrazo izquierdo estaba vendado. En la muñeca izquierda tenía una vía conectada al gotero. Llevó las manos a su cara, palpando su rostro, que le resultaba irreconocible. Se tocó con cuidado el vendaje que le rodeaba el cráneo y sintió una pequeña punzada de dolor.


Debió de hacer algo de ruido, o el doctor debió percibir sus movimientos, porque se giró hacia él y se lo quedó mirando, a ver qué hacía.


El chico de la camilla se palpaba el pecho, la cintura, las piernas, los brazos, el cuello... se miraba con extrañeza, como quien no sabe exactamente qué está mirando, ajeno al otro hombre que estaba en la habitación.


De pronto pareció ponerse nervioso y sujetó el cable con la vía, como si fuera a arrancárselo. El doctor reaccionó a tiempo y le sujetó la mano.


-Eh, no hagas eso, podrías hacerte daño.


El lo miró con cara de susto y trató de alejarse de él todo lo que el ancho de la cama se lo permitía.


-Tranquilo, tranquilo. Soy médico. ¿Sabes dónde estás?


Negó con la cabeza.


-Estas en el Hospital Santa Helena. No tienes por qué preocuparte de nada. Nadie te va a morder ni nada por el estilo. ¿Vale?


Asintió una vez y pareció relajarse un poco.


-A ver. ¿Puedes hablar o eres mudo?


-... Puedo... hablar- dijo vacilante, como probando a ver si realmente podía hacerlo. El sonido de su voz pareció extrañarlo.- Puedo hablar- dijo más bien para si mismo.


-Vale. ¿Cómo te llamas?


-¿Cómo me llamo?... no sé... ¿Cómo me llamo? ¿Se supone que tengo un nombre?


-Claro que deberías tenerlo. ¿Cómo no vas a tener un nombre? Todos tenemos un nombre.


-Un nombre...


-Si, un nombre. Yo soy el doctor Cristian Gálvez, ¿Cuál es el tuyo?- dijo muy despacio y con mucha paciencia, como si hablara para un niño duro de entendederas.


-Ya sé lo que es un nombre... pero... no estoy seguro de tener uno...


-¿Cómo?


Una expresión de sorpresa se dibujó en la cara del doctor Cristian. Al chico de la camilla le gustó. Parecía un niño pequeño.


-¿Sabes tu fecha de nacimiento?


Negó con la cabeza.


-¿Y dónde vives?


-No lo sé.


-¿Y tus padres? ¿Algún familiar? ¿Un amigo?


-No... Espera... a ti te recuerdo...


-¿Eh? ¿A mi?- su cara de sorpresa se acentuó para deleite del chico.


-Si, pero no te vi aquí... fue en otro sitio... otro día... recuerdo que me dolía la cabeza y que tu estabas sobre mi, y me preguntabas si estaba bien... y luego... este lugar. Y tu otra vez.


-¿Eso es lo único que recuerdas?


-Si. El resto está todo blanco. Se que tengo que tener algo más en la cabeza, algún recuerdo más... pero cuando trato de pensar, me duele... ¿por qué solo te recuerdo a ti? ¿Me conoces?


-Ah, no... yo te encontré ayer en el parque, y llamé a una ambulancia, y te trajimos aquí. ¿Entonces no recuerdas nada?


-Aparte de ti... no.


-Mn... ese tac tendrá que ser urgente... y pediré vez a psiquiatría. Iré a ello. No vuelvas a intentar arrancarte la vía o te harás daño.


-Ah, no, espera, no te vayas.


-¿Qué sucede?


-Es que... tengo miedo.


-¿Miedo a qué?


-... no lo sé. No sé a que tengo miedo, pero... eres el único recuerdo que tengo. ¿Y si te vas y me quedo todo blanco? Me da miedo quedarme todo blanco. No quiero olvidarlo todo- se puso tenso y se aferró a la bata blanca de Cristian.


-Eh, cálmate, aquí no va a pasarte nada.


-... pero no te vayas.


-Pero tengo cosas que hacer. Tengo que hacerte un tac, tengo que ver a otros pacientes...


-No me dejes solo- acercó a Cristian hacia si y apoyó la cabeza en su hombro. Se sonrojó un poco.


<<¿Y yo que hago ahora con este?>> pensó Cristian.


 


 


 


-Es un caso claro de amnesia- dijo el doctor Miguel Castro, psiquiatra del hospital Santa Helena. Era un hombre delgado, de unos treinta años, de pelo rubio y ojos oscuros y penetrantes-. Lo malo es que solo Dios sabe si a corto plazo o a largo plazo.


-¿Pudo ser provocado por el golpe que se llevó en la cabeza?


-Si, efectivamente.


-¿Cómo en las películas?


-Si, Cristian, como en las películas.


-¿Y por qué se aferra de ese modo a mi?


-Pues, porque eres alguien que recuerda. Cuando lo encontraste, te vio antes de caer inconsciente, y por lo visto eres su único recuerdo. Eres una cara familiar en un mudo completamente extraño para él, es normal que no quiera separarse de ti.


-¿Y qué hago con él? ¿Lo llevo conmigo a todas partes?


-Tú verás lo que haces con él.


-Doctor Cristian, ¿Sigues ahí?- dijo el chico del que hablaban.


Tras mucho esfuerzo y la promesa de que no se iría de la sala contigua, habían conseguido meter al chico en el tac. Estaba tumbado boca arriba en el cilíndrico aparato. Cristian pulsó un botón para abrir el micro que proyectaba su voz a la sala, y dijo.


-Si, sigo aquí. Ahora tienes que estarte quieto y no hablar más, sino habrá que repetirlo- dejó de pulsar el botón-. Ahora en serio, ¿Qué vamos a hacer con él?


-Bueno, hay que enviar un reporte a la policía y al resto de hospitales de la zona para ver si alguien lo reconoce... por el momento sabemos que no es paciente de este centro, pero podría venir de cualquier parte. Tanto puede ser de la calle de al lado como haberse venido en autobús desde sabe Dios donde.


-Ya... ¿y mientras nadie lo reclama, que pasará con él?


-Ehm, bueno, si fuera menor, lo internarían en un centro para menores, o en cualquier sitio por el estilo, pero como obviamente ya es mayor de edad, no sé exactamente qué pasará con él. Tal vez lo manden a un albergue, o a un centro social, o a una residencia...


-Vaya, ¿Pueden lavarse las manos de esa forma? ¿Pueden dejarlo tirado en cualquier lugar hasta que lo reclamen?


-Si, la ley es así. A no ser...


-¿Qué?


-Que alguien se responsabilice de él y se lo lleve a su casa. Eso también se puede hacer.


-Ah...- tardó un par de segundos en darse cuenta de cómo lo miraba su compañero- ¡Ah! Oh, no, de eso nada. No pienso llevarme a un total desconocido a mi casa. No y no, no quiero esa responsabilidad.


-Oh, vamos. Ya ves como se pone cuando no estás, el chico estará a gusto contigo.


-He dicho que no.


-Pero...


-Miguel, no.


-A ver cómo se lo explicas a él.


-Él no tiene por qué saber que puedo llevármelo. Basta con decirle que tendrá que irse a una residencia o algo.


-¿Lo vas a dejar así?


-¿A dejar a quién, Miguel? No se ni su nombre.


-El tampoco. Tal vez contigo recuerde... deberías llevarlo al sitio donde lo encontraste. Es bueno que los amnésicos paseen por lugares conocidos o en los que han estado alguna vez, suele avivar sus recuerdos.


-He dicho que no me lo voy a llevar, así que déjalo.


-Bah.


 


 


 


-Bueno. A ver chico, esta es tu cabeza por dentro- dijo Cristian colocando el resultado del tac en una pantalla de luz-. No hay hemorragias, ni contusiones, ni nada fuera de lo normal. Un golpe tan fuerte en la cabeza es algo serio, has tenido suerte de que no te pasara nada.


-Si a no saber ni tu nombre se le puede decir que no me ha pasado nada...


-Mn... bueno, dentro de lo malo, es lo mejor- dijo el doctor Miguel.


-Y... ¿Qué va a pasar conmigo a partir de ahora? ¿Me voy a la calle?


-No, los servicios sociales te llevarán a un albergue o a un sitio por el estilo hasta que alguien responda por ti.


-O podrías quedarte en casa de alguien- añadió rápidamente Miguel.


Si las miradas matasen... encerrarían a Cristian por asesinato en primer grado.


-¿Qué? Cómo psiquiatra me veo obligado a dar toda la información de la que dispongo.


-Ya te lo he dicho, Miguel, no puedo hacerme cargo de él.


-Ah, no es...


-Pero ya te lo he dicho, si se queda contigo tiene más probabilidades de recordar algo.


-Pero, no es necesario...


-Que no puedo, no tendría tiempo de llevarlo a pasear por ahí. Tengo un trabajo, un trabajo muy ajetreado.


-Ya se, por eso...


-Oh, vamos, Cristian. Tienes una casa con el doble de espacio que necesitas para vivir tú. ¿lo vas a dejar tirado en un frío albergue?


-Ah, yo...


-Pero no hablamos del espacio que tenga, es que no puedo hacerme cargo de él. Llévatelo tú.


-Yo no sirvo. Yo no soy un recuerdo más o menos antiguo como lo eres tú. Además, tengo esposa e hijos, ¿Dónde lo iba a meter? Mi casa está a rebosar.


-¡Ya basta, me queréis escuchar!- gritó el chico, cansado de ser ignorado por los dos médicos. Se sorprendió incluso a si mismo por haberlo hecho, y se sonrojó un poco, pero los dos hombres le prestaban atención- ah, yo estoy muy agradecido con el doctor Cristian, y, sinceramente, me gustaría mucho ir con él, pero no puedo pedirle tanto. Gracias por preocuparte por mi, doctor Miguel, pero... me las apañaré.


-Sigh... en fin, muchacho. Es tu decisión, no la mía. Yo me tengo que ir ya. Hasta pronto.


Y se marchó dejándolos solos. Cristian miró al chico.


-En fin. Te tendremos otro día aquí para ver como van tus heridas, y si curan bien, mañana los servicios sociales se encargarán de ti.


-Gracias por todo.


-Es mi trabajo.


-No era su trabajo preocuparse por un cualquiera tirado en medio de la calle.


-Eso es ser humano. Cualquiera hubiera hecho lo mismo.


-Gracias de todos modos.


-Bueno. Oye...


Una enfermera entró en la habitación.


-Ah, doctor Gálvez, menos mal que le encuentro. El paciente de la 223 ha sufrido una crisis, lo necesitamos en planta.


-Ya voy. Esto... chico, tengo que...


-Ya. Ve tranquilo. Yo... estaré bien.


-¿Ya no sientes miedo?


-Si. Pero... tendré que acostumbrarme a no tenerte siempre cerca.


-...


-Ve, que te esperan.


-Si. Hasta luego. Vendré a verte cuando acabe el turno.


-Ah, no es necesario, seguro que tienes mejores cosas que hacer.


-No te preocupes, vendré después a ver como estás.


 


 


 


 


Miró su reloj de pulsera. Las 21:32. Había terminado por hoy. Sin pensarlo mucho, se encaminó a la habitación del chico amnésico. Pero cuando llegó estaba vacía. Lo buscó con la mirada por la habitación y dentro del baño, pero no estaba allí. La cama estaba deshecha. Salió al pasillo y paró a la primera enfermera que vio.


-El chico de esta habitación, ¿Dónde está?


-Eh... no se... ah, ¿Es un chico bajito, de pelo negro y de ojos verdes?


-Si.


-Andaba por aquí. Me preguntó si podía pasear fuera de la habitación y le dije que sí, siempre que no fuera muy lejos.


-Uf. ¿Y tienes idea de donde puede estar?


-Ni la más mínima. Hace mucho que me lo preguntó... hace un par de horas o así.


-Ya veo. Gracias.


Buscó por toda la planta. Y la planta superior. Y la superior. Nadie recordaba haber visto al chico. Al final, en la última planta, un enfermero le dijo que un chico que concordaba con la descripción le había preguntado si podía salir a la azotea hacía tres cuartos de hora o así. Él le había dicho que no era recomendable subir con el frío que hacía, y él no puso ninguna objeción. También le dijo que la puerta se cerraba todos los días a las ocho de la tarde. Le preguntó si solían mirar por si alguien se quedaba rezagado allí arriba antes de cerrar, pero le dijo que no, que en esa época del año no solía subir nadie allí.


Cristian mandó al enfermero en busca de las llaves de la puerta, y cuando volvió se las arrebató de las manos y subió por las escaleras con paso acelerado. Abrió la puerta de acero y salió al frío aire otoñal. Estaba anocheciendo.


Quiso llamarlo, pero no sabía cómo.


-¿Hay alguien ahí?- dijo al fin.


Empezó a andar por allí, buscando al chico. Entonces, bajo el tejadillo de uno de las salidas de aire caliente de los aparatos de aire acondicionado se removió una persona vestida con el fino pijama verde del hospital. Se puso en pié y fue hasta el doctor.


-¿Doctor Cristian?


-¿Qué haces aquí? Vamos dentro, está helando. Debes estar congelado. ¿Qué hacías aquí arriba? ¿No te dijeron que haría frío?


Se quitó la bata y se la puso sobre los hombros a un tiritante chico.


-Si, pero... pensé que a lo mejor recordaría algo viendo el paisaje.


-Ha sido una estupidez, podrían haberte dejado toda la noche fuera, podrías haber cogido una pulmonía o algo peor. Podríamos haber encontrado un bonito carámbano de hielo con forma humana mañana por la mañana.


-... lo siento. Sólo quería echar un vistazo rápido y entrar, pero no me di cuenta de que cerraban la puerta... y me quedé fuera. Lo siento.


-... por suerte, no ha pasado nada- entraron y Cristian cerró la puerta con llave-. Pero que no haya una próxima vez, ¿Entendido?


-Si.


Cristian devolvió las llaves al enfermero.


-¿Cómo? ¿Al final si que se había quedado fuera?


-Si, parece ser que si.


-¿No te dije que no subieras?


-Lo siento mucho. No volverá a ocurrir.


Llegaron a la habitación del chico. Este se dio cuenta de que aún llevaba la bata de Cristian y se la devolvió.


-Deberías darte una ducha para entrar en calor. Mandaré que te traigan otro pijama, ese está húmedo del rocío.


-Gracias por todo. Otra vez. Si no hubieras ido a buscarme...


-Déjalo, anda. Y ve a ducharte, o pescarás un resfriado.


El chico miró al suelo con cara de arrepentimiento.


-Lo siento. No hago más que causar problemas.


Cristian se ablandó un poco.


-No es nada. Pero anda con cuidado, ¿Si?


-Si.


-... Venga, a la ducha. Mañana vendré otra vez a verte.


-Hasta mañana.


-Hasta mañana. Que duermas bien.


 


 


 


 


El agua caliente recorriendo su cuerpo era todo un alivio, desde luego. Tenía todos los músculos entumecidos y el frío aterido a los huesos. Se enjabonó a conciencia y dejó correr el agua un buen rato. Cuando salió de la ducha, un pijama limpio lo esperaba sobre la cama recién hecha. Luego, una enfermera vino a ver como iban los puntos de sus heridas y a ponerle nuevos vendajes.


-Así que no te acuerdas de nada- le dijo al terminar.


-De nada en absoluto.


-¿Ni siquiera de tu nombre?


-No.


-Vaya. Debe ser muy duro.


-...


-Bueno, deberías pensar un nombre. Ya que no lo recuerdas, puedes elegir el que más te guste.


-¿Un nombre? ¿Para qué?


-No querrás que te llamen “chico”, o “tú” hasta que lo recuerdes o que alguien venga a buscarte, ¿verdad?


-Supongo que no...


-Bueno, te dejo. Piensa un nombre bonito. Un chico guapo como tu merece un buen nombre.


 


 


 


 


Cristian estaba dando vueltas en la cama. A veces le costaba dormir. Pensaba en el chico amnésico. Debía ser desconcertante mirarte en el espejo y no saber quién eres. No saber tú nombre, ni quienes son tus padres, ni donde vivías. Haber olvidado tu infancia, tus amigos y las experiencias que habías tenido a lo largo de tu vida.


Le daba algo de pena dejar solo a aquel pobre chaval. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Levárselo a casa?... ¡No, no! ¿Cómo iba a hacer eso? No podía hacerlo, no lo conocía de nada. Por otra parte, el chico era agradable...


Se tapó la cabeza con la almohada y refunfuñó algo inteligible. ¿Qué más le daba a él lo que le pasara o le dejara de pasar a aquel chico?


 


 

Notas finales:

Espero que alguien haya llegado hasta aquí.

si es así, ¡Espero que te haya gustado y que continúes leyendo!


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