Estaba mal.
Él lo sabía perfectamente, aun así no hacía mucho por evitarlo.
Era el sentir esas manos frías recorrerlo sin ningún pudor, y esa boca hambrienta que no dudaba en devorar la suya. Acorralado contra un árbol, intentaba inútilmente empujar fuera a su atacante. Sus manos se apoyaban contra su pecho y empujaban ligeramente, sin éxito.
Ambos sabían que no tenía ningún sentido, pues si realmente quisiera alejarlo hace ya un buen rato que lo hubiera logrado. Seguramente ni siquiera hubiera sido capaz de acorralarlo en primer lugar.
El hecho de que sus manos recorrieran tan desesperadamente el cuerpo que milésimas de segundo había intentado apartar, lo comprobaba. Solo para poco después volver a los intentos de apartarlo y después regresar al recorrido, en un ciclo que parecía no tener fin, acariciando los músculos perfectamente marcados del pecho, los anchos hombros, los fuertes brazos. Sentir esas frías manos acariciar sus costados, bajar hasta su culo y apretar fuerte y deliciosamente, seguir el recorrido hasta sus firmes muslos levantando sus piernas y obligándolo a enredarlas alrededor se su cintura. Friccionándose con él a un ritmo totalmente enloquecedor, hundiéndolos en un delicioso vaivén de caderas que los transporta a ambos hasta los más altos cielos.
Movía de un lado a otro su cabeza tratando de escapar de esos ardientes labios que lo aterrorizan por ser capaces de dominarlo por completo, y el otro mueve igual su cabeza con su boca persiguiendo la suya sin dejarla escapar, y de paso recorrer también su mentón, sus mejillas, su rostro entero hasta bajar a su cuello, saboreándolo, degustándolo, llenándolo de saliva. Y después regresar a su boca, donde labios, dientes y lenguas se encuentran para dar paso a una feroz batalla que de ante mano sabe perdida.
Gemidos y pequeños gritos desgarran el aire a su alrededor, siendo imposible identificar a quién pertenecen cada cual.
Hace tanto calor.
Está mal, y él lo sabe muy bien, porque está haciendo daño a alguien más, alguien que sabe que lo necesita. Y aun así se ve incapaz de detenerlo, y no es porque no pueda, simplemente no quiere… no quiere que el calor se valla ni que esas manos dejen de tocarlo, ni que esa boca deje de mancillarlo.
Lo sabe y eso es lo que más le duele, saber que alguien sufrirá por su culpa, pero lo que más le duele es darse cuenta de que no le importa, nada importa en ese momento, en que levanta la vista y le ve.
Ese cabello cual rojo fuego, tan ardiente como todo él, esos ojos de color aguamarina que se encuentran cegados por la lujuria, esa boca que no deja de torturarlo, de susurrar palabras sucias en su oído.
En ese momento el mundo bien podría consumirse en llamas y al él no podría importarle menos.
Estaba tan cerca, tan cerca…
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Se acerco a donde sus compañeros descansaban en el campamento improvisado en medio del bosque.
Estaban a mitad del cumplimiento de una misión muy importante de rango A. Él y Sakura debían escoltar al Kazekage y sus dos guardaespaldas (que también eran sus hermanos) de regreso a la aldea de la arena. Después de un largo día de viaje se habían decidido a descansar unas horas esa noche antes de continuar.
Se acerco a dónde Sakura descansaba tranquilamente.
Sakura, su pequeña y delicada flor, su mejor amiga y ahora, después de tanto rechazos y desplantes, era su novia finalmente.
Llego hasta su altura y se recostó junto a ella, abrazándola por la espalda.
-¿A dónde fuiste?- La escucho preguntar quedamente. Al parecer no estaba tan dormida como creía.
-Al baño. – Susurro de forma tranquilizadora y la estrecho más fuertemente.
Ella no respondió, simplemente se acurruco más cerca. E intento controlar su respiración y su cuerpo para que Lee no notara los quedos sollozos y los ligeros temblores que la atacaban. Sabía muy bien que mentía. Pero jamás lo diría. No se arriesgaría a perder lo único que le daba un poco de paz y falsa felicidad ahora que se sentía tan sola, después de que el chico al que siempre amó se había ido dejándola atrás, y su mejor amigo que siempre dijo amarla, después de mucho esperarlo, lo había seguido.
Lee era su única tabla de salvación y se aferraría a ella mientras tuviera vida. Era egoísta, lo sabía, pero no le importaba.
Lee hecho un breve vistazo a su alrededor, Kankuro roncaba ruidosamente a unos metros de ellos mientras Temarí dormía tranquilamente a unos pasos de él. Levanto la vista para encontrar, recortada contra la luz de la luna, la silueta de un hombre joven de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, parado en lo alto de un árbol, mirando hacia el horizonte.
Suspiro.
Lo que hacían estaba mal, y él lo sabía. Y aun así estaba seguro que seguiría sucediendo, las veces que se encontraran, las veces que se buscaran. Porque lo necesitaban. Lo necesitaban para seguir viviendo sin volverse locos.
No había escapatoria posible, porque él no quería que la hubiera.
OWARI