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Vor Vier Jahren por Kurenai Mido

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Notas del fanfic:

Esta es una historia ficticia y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Se me ocurrio en medio de los partidos y recién ahora la subo por vaga, pero espero que les guste.

Notas del capitulo:

Algunas aclaraciones, por si alguien las necesita:

.Vor Vier Jahren significa "hace cuatro años" en alemán, y creo q no necesito explicar porq le puse ese titulo.

."Era la primera vez que ella volaba en avión" es una frase q saqué de Los Simpson. ¡A ver si adivinan de cual capítulo!

.Celebrate the Day fue el discutido tema oficial del Mundial Alemania 2006, interpretado por Herbert Grönemeyer.

.Cuando vean q Gastón habla de "vos" es xq lo está haciendo en español, y cuando es de "tú" lo hace en italiano.

Si se les ocurre algo mas q no entiendan, pregunten nomás.      

                             Vor Vier Jahren

Lo recuerdo ahora con tanta fuerza como si hubiera sido ayer. Me parece imposible que haya pasado tanto tiempo…

Hace cuatro años fue el Mundial de Fútbol Alemania 2006, evento importante del deporte si los hay. Yo tenía 16 años y estaba por empezar segundo de la secundaria, y mi mente estaba invadida por fútbol, fútbol y más fútbol. Así ha sido siempre. Y posiblemente así será hasta que me muera: lo llevo en la sangre, es cosa de familia. Hasta las mujeres de mi casa son fanáticas. Por eso, todas nuestras esperanzas y anhelos de viajar a Alemania a ver los partidos estaban depositadas en Andrea, mi cuñado, que es periodista deportivo de un importante canal (me pidió que no diga cual), y que con toda seguridad sería enviado allí a cubrir los partidos de nuestra selección.

¡Extraña paradoja! Somos una de esas familias italianas típicas, pero con la particularidad de que estamos repartidos por toda Italia y por todo el mundo: hay Giuliani en Portugal, en España, en Argentina, en Uruguay… y sabe Dios donde mas, porque algunos se casan y se van a vivir a otros lados, tienen hijos que nacen japoneses y todo así.

Yo me llamo Antonio Rocco Giuliani, Tonio para los amigos. Mido 1,65 m, peso 57 kilos, tengo el cabello color miel hasta por los hombros y los ojos muy azules. Mi hermana Gimena dice que parezco una madonna, pero tengo buen cuidado de no creérmelo o podría terminar en problemas. No quiero pecar de vanidad, y para un hombre puede resultar embarazoso ser demasiado atractivo en los años de su juventud. Yo por suerte no me dejo intimidar por nadie, pero me cuido. Después estaba mi hermano Luchiano, dos años mayor que yo, mi hermana Gimena, de 21, Letizia, de 25, y su marido Andrea, de 26, mamá y papá y mi prima Simonetta, que tiene mi misma edad. Todos nosotros vivimos en una casa enorme llena de perros en Florencia, cerca de la fábrica de cerámica en la que trabaja papá. Tenemos un jardín inmenso donde cada dos por tres armamos partidos entre todos los primos, que somos una barbaridad y vivimos en un radio de tres cuadras. Luchia sueña con jugar en el Inter. Tal vez lo logre, porque es más que bueno y tiene pasta de crack. Personalmente y por mas que me guste el fútbol no quisiera tener la presión que tiene un jugador profesional encima, así que prefiero seguir siendo hincha. Y hay otra cosa… por aquel entonces no me atrevía a decirlo, pero estaba sumamente apasionado por un jugador que no pienso decir el nombre pero que a mi me aflojaba las piernas.

Desde que tengo memoria me gustan los hombres. No es la mejor combinación para un amante del fútbol, pero es así. La primera en darse cuenta fue Gimena, y me apoyó mucho cuando se enteraron mis padres, por eso la quiero tanto. Mamá había descubierto entre mis cosas una foto muy sensual de Alessandro Montecatini y eso destapó la olla, aunque supongo que pudo ser peor. Lo charlamos largo y tendido, acudí al psicólogo (tenia catorce recién cumplidos en ese momento), y quedó más que claro cuales eran mis preferencias, por lo que me aceptaron como soy y continué mi vida con libertad, pudiendo hacer y decir cosas que antes debía ocultar escrupulosamente. Sin embargo, en épocas de Mundial me guardo todas estas particularidades para mantener mi integridad física y mental, porque la testosterona corre y los hombres se ponen como locos, y no quiero morir joven. Llámenlo cobardía; a lo mejor tienen razón, pero habría que ver como se las arreglarían estando en mis zapatos. Como sea que fuere, para mediados del 2006 yo estaba soltero y lleno de fe en mi país para salir campeones, y no quería pensar en mi jugador estrella para no distraerme y que se me notara “la mujer que llevaba dentro”, como me decía Luchia en son de broma (cuando me hacia ese chiste, yo le recordaba que su apodo significaba Lucia, y entonces se tenia que callar). Dos semanas antes de que comenzara, Andrea llegó a casa saltando en una pata de alegría.

-¡Lo logré!- gritó alzando el puño- ¡Me mandarán a Alemania la próxima semana!

Inmediatamente se armó a nuestro alrededor un pandemonio de padre y señor nuestro. Mis hermanas se abrazaron, Luchia me levantó en andas, y papá le tendió fuertemente la mano a Andrea para felicitarlo. Desde luego, iría con el equipo de técnicos, camarógrafos y demás, pero sabíamos que Letizia lo acompañaría. Es su esposa, tiene derecho. Era feliz por ella pero a la vez me daba una tremenda envidia, hasta que Andrea vio las caras largas que poníamos Simonetta y yo y se nos acercó radiante.

-Vamos, polluelos- nos dijo con aire de Papá Noel que saca un juguete gigante de su bolsa- ¿No pensaron que me olvidaría de ustedes, no? ¡Vamos! Tengo crédito de una de las agencias de viajes que nos promocionan, así que ustedes- nos abrazó a ambos- y también ustedes Luchia y Gimena, se vienen conmigo. ¡Nos vamos todos juntos, como una familia!- ahí el alboroto se centuplicó y Andrea se volvió blanco de los besos y abrazos de agradecimiento de todos. ¿Pueden imaginarse semejante golpe de suerte? ¡Viaje completo a Alemania por un mes, o hasta donde llegara nuestra escuadra azurra! Ahora estoy seguro que papá hubiera querido venir con nosotros, pero el no viaja a ningún lado sin mamá. Y mamá tiene la salud delicada a veces, sin mencionar su miedo a los aviones.

Con que henos allí a bordo de un vuelo rápido rumbo a Munich, todos unidos y nerviosos: Luchia, Gimena, Letizia, Simonetta y yo. Andrea viajó en el vuelo anterior con el equipo de TV en pleno. ¡Ah! “Era la primera vez que ella volaba en avión…” Eso lo oí en no se donde, y se aplica a mi, excepto por el “ella”. Me tocó justo del lado de la ventanilla, por lo que pude ver el despegue, como la gente iba quedando mas y mas pequeñita, como rozábamos las nubes… a mi diestra estaba Gimena, y a su diestra Letizia, que mal está que yo lo diga pero necesita un shock eléctrico para despertarse porque apenas se acomoda en una silla se duerme. Tras los momentos iniciales de sorpresa y emoción comencé a prestarle atención a las personas que había a mi alrededor, y me di cuenta que muchos de ellos eran también turistas del Mundial, por la profusión de camisetas y gorros italianos que vi. Me sentí muy feliz, identificado con cada uno de ellos. A la hora del almuerzo recuerdo que nos pasaron un corto sobre la historia de los mundiales que fue la mar de divertido, con los mejores goles y musicalizado con las mejores canciones oficiales, incluyendo la de ese año, Celebrate the Day. Debo ser de los pocos a los que les gustó Celebrate the Day. Pero bueno, el viaje de ida, aunque entretenido y tonificante, no fue nada comparado a nuestra llegada al aeropuerto de Munich, adonde Andrea había ido a recibirnos.

Me pareció una ciudad muy hermosa y la gente muy amble y bien dispuesta, así que desde que pisé su suelo me sentí a mis anchas, libre, ligero y contento. Andrea había alquilado un coche para nosotros así que apenas terminamos con los trámites de la Aduana cargamos nuestras maletas y partimos hacia el hotel, ansiosos por salir a recorrer todo, tomar fotografías y hacer un almuerzo de verdad con una comida tradicional alemana.

Sin embargo, aquellos nobles planes se vieron truncados para mí por un percance fortuito del destino.

Letizia y Gimena se habían quedado en su habitación ordenando sus cosas, tenían una pequeña suite en el piso dieciséis que compartían con Simonetta, y Luchia y yo teníamos la de al lado. La vista era estupenda, y yo me había instalado en la terraza con una canasta de frutas sin mas objeto que el de gozar del clima y de la sensación de triunfo que me embargaba. En esos momentos entró Simonetta, angustiada, diciéndome que no encontraba el bolso donde llevaba su pasaporte y que si yo lo había visto. Le dije que no y lo buscamos, pero en nuestra suite no estaba y en la de ellas tampoco; así que mientras Luchia la calmaba yo bajé al hall a ver si por una de esas casualidades el bolso aparecía allí. Me acerqué al mostrador de informaciones y le pregunté en inglés donde estaba el departamento de objetos perdidos, y el encargado me señaló una pequeña oficina junto al mostrador. Bueno, yo entré y gracias a Dios que lo hice porque no solo encontré el bolso de mi prima.

Adentro había un par de encargados extremadamente rubios que atendían a un joven alto y moreno; en la parte de atrás había un mueble que ocupaba toda la pared con montones de cubículos, cajones y archivadores. Pero de todo eso, lo único a lo que le prestaba atención era al moreno. Era simplemente el chico mas hermoso que yo hubiera visto jamás: delgado y con un porte elegante tan natural que llamaba la atención, el cabello color café que le caía en suaves ondas y le cubría las orejas, la nariz respingada, un adorable lunar del lado derecho de la comisura de los labios. Además era una cabeza más alto que yo, y siempre me gustaron los chicos altos. Llevaba puesta la camiseta de Argentina, con que deduje que también estaba allí por el Mundial. Al oír la puerta abrirse automáticamente giró para mirar, y al tenerlo bien de frente descubrí que sus ojos eran verdes como los de un gato. ¡Ah! Se me aflojaron las piernas… parecía preocupado, pero eso solo acentuaba su belleza. Creo que fue la primera vez que me sonrojé por algo así, y espero no haber puesto cara de idiota. A mi rescate vino uno de los empleados y le pregunté (procurando poner una voz masculina y no el gorjeo que me temo me salió) si les había llegado un bolso de viaje blanco con la bandera italiana en el frente, lo que me permitió oír la conversación del moreno sin parecer maleducado. No lo miré: solo escuché. Y tenía una voz muy agradable, aunque no entendía del todo sus palabras por el acento.

-Por favor, son unas llaves comunes- decía rogando- se me han debido caer en el hall porque se que las tenia cuando entré. ¿Cómo se piensa que bajé del coche sin las llaves?

-Espere un momento, señor. Ya le dije que a esa hora había otro encargado. Déjeme buscar de nuevo.

Ok.- Suspiró y se acodó en el mostrador con aire de resignado, y lo hizo en mi dirección. Me moría de vergüenza ser objeto de su escrutinio porque el sonrojo no se me iba, pero soporté estoicamente. Al fin, el moreno me dijo algo, lo que me obligó a devolverle la mirada.

-Parece que no tenemos suerte los extranjeros, ¿no?- fue una observación casual, no tengo duda. Pero como igual sirvió a mis propósitos le agradecí mentalmente a Dios y me volví a mirarlo con inocencia.

-Tal vez la emoción nos vuelva descuidados- respondí en mi simple castellano.

-¿Italiano, no?- asentí- estás más cerca de tu casa, entonces. ¿Recién llegado?

-¿Cómo supiste?

-Je, porque te hubiera visto antes, yo llevó tres días acá. ¿Perdiste el bolso?

-Mi prima- contesté escuetamente antes que el empleado rubio apareciera con el bolso de Simonetta ante mí. Suspiré aliviado.- ¡Puf, menos mal! Ella tiene sus documentos aquí.

-Que suerte tiene- me dijo con una leve sonrisa que a mi me fascinó.- Ojalá yo también la tenga. Mi hermana va a hacerme tiras si sabe que perdí las llaves del auto: ella pagó el depósito.

No pude evitar sonreír con el. Parecía tan abierto y simpático, además de atractivo, que me resultaba imposible resistirme y fingir indiferencia, como dice Gimena que hay que hacer con los hombres para que no crean que uno está desesperado por ellos. Agarré el bolso despacio, deseando estirar aquel encuentro todo lo posible y preguntándome porque no era capaz de inventar algo pronto, cuando gracias al cielo mi hermoso argentino recuperó sus llaves de manos del segundo rubio. Se le iluminó la cara de repente; besó el llavero, se lo metió cuidadosamente en el bolsillo y por ultimo me miró fijo, exultante.

-¡Me trajiste suerte, rubio! ¡Gracias!

-Ah, por favor- dije haciéndome el humilde mientras lo seguía hacia la puerta. Salimos juntos de aquella oficina con total naturalidad, como si nos conociéramos de siempre, y el me dio el pie que necesitaba para animarme a conversar. Me sonreía todo el tiempo. Nunca le pregunté porque, aunque ahora creo que supo ver en mi turbación lo que sentía hacia el.

-¿Cómo te llamas vos, rubio?

-Antonio. Antonio Giuliani. ¿Y tú?

-Yo me llamo Gastón Capdevila Rivera. ¿Sabés una cosa? Y no te ofendás, por favor. Tengo la impresión que vos me vas a seguir trayendo suerte toda la estadía. ¡Si, de verdad! Tenés un no se que…

¿Ustedes hubieran podido mantener la cara de poker ante eso? Yo no. Me puse tan rojo que aparté la cara violentamente, y Gastón se dio cuenta y me pidió disculpas de nuevo.

-Lo siento, ya se que soy un atrevido, pero es que me puede la emoción. ¿Amigos?

-Claro, claro, si, si.- Entramos en el mismo ascensor y me contó lo mas liviano que estaba en el piso quince, justo abajo del nuestro, con su hermana Marga y su mejor amigo Diego. Yo le conté sobre Andrea y los otros y se mostró muy emocionado al enterarse que tendría pases gratis para todos los partidos de Italia. Sana envidia, que le dicen. Luego en menos que canta un gallo tocamos el piso 15 y nos despedimos con un beso en mejilla, prometiéndonos encontrarnos en otro momento para seguir charlando; por suerte el sabia mas italiano que yo español, así que supe que no tendríamos problema con eso. Entré a la suite de las chicas con aire soñador y cara de idiota, y desde luego ellas se dieron cuenta enseguida. Las mujeres son así: no se les escapa nada.

-¿Qué te pasa, Tonio? ¿Estás bien?

Escuché a Letizia de lejos y me hice un ovillo en su cama, con el corazón palpitante y todavía colorado como un tomate de solo recordar aquellos radiantes ojos verdes. Mis hermanas se preocuparon aun mas y se sentaron junto a mi.- Tonio, ¿quieres decirnos que te pasa, por favor? Tienes una cara muy extraña.

-Gimena- dije con un suspiro- me crucé con alguien ahí abajo, en el hall.

-¿Quieres decir un conocido?- preguntó extrañada- ¡Que raro, no sabia que alguno de los nuestros…!

-No, no- negué, levantándome para mirarlo mejor- quiero decir que conocí a alguien, en la oficina de objetos perdidos donde fui a buscar el bolso de Simonetta. Está justo abajo nuestro.

-¡Ahhh!- exclamó con un brillo maligno en los ojos- ¿Un muchacho?- Yo no contesté, pero ella lo tomó como un si y cruzó una sonrisa cómplice con Letizia.- ¡Pero que cosa, Tonio, si acabamos de llegar! Y por tu carita veo que ya te gustó ese chico. ¿A que no? Vamos, no lo niegues.

-Si- admití cerrando los ojos. Ellas chillaron. Siempre lo hacen cuando se trata de mí.

-¡Bueno, felicitaciones! Y cuenta, no seas tímido, ¿Cómo es? ¿Cómo se llama?

-Gastón. Es un argentino, vino aquí con el amigo y la hermana. Es… ¡basta, no me miren así! Es alto y moreno, es muy lindo y también muy simpático.- Hice una pausa.- Me… me gustó apenas lo vi.

La pura verdad, nada más que la verdad. Me enamoré de Gastón apenas lo vi. Al volver a mi cuarto me puse a caminar de un lado a otro como un león enjaulado, in saber como controlar mis emociones. ¡Quería hacer tantas cosas! Al rato Luchia me preguntó porque estaba tan nervioso y no supe que decirle, por lo que fingí estar muerto de hambre de comida de verdad y nos reunimos todos para ir a almorzar al restaurante del hotel. Tuve la fuerte impresión que me lo encontraría allí abajo, pero en cambio fue el quien me encontró a mi primero, pues apareció cinco minutos después que nosotros y me saludó con la mano. Yo le devolví el saludo, procurando actuar con serenidad. Gimena y Letizia le echaron un vistazo y comenzaron a cuchichear entre ellas, seguramente de lo guapo que era, y yo no supe si pedirles que se callaran o que. Sentí a lo lejos que los de su mesa me miraban, y me pregunté que les habría contado Gastón. ¡Ah! Tenia miedo de alzar la vista, pero cuando lo hice vi que él me miraba también y me sonreía, de esa forma que nunca supe resistir. Era una clara invitación para que me acercara a saludar, pero no me animé hasta que Gimena me pellizcó bajo la mesa.

-Ve, tonto. Saluda a tus nuevos amigos americanos.

-Bien, ¡pensé que no vendrías!- exclamó Gastón cuando me acerque vacilante- a ver, los presento, ella es mi hermana Marga y éste es Diego, como si fuera mi hermano. Él es Antonio, ya les dije.

-¿Cómo te va?- me saludó Marga amablemente. Respondí con timidez y Gastón tuvo que obligarme  sentarme un segundo junto a ellos, cosa que sin duda atrajo la curiosidad de mi familia. Pero como les dije, nunca aprendí a resistirme a Gastón. Todo el, su actitud, sus modales, su figura, me encantaban y me hacían cosquillas en el estomago. Por lo tanto me quedé en su mesa un rato.

-Y dime una cosa, Tonio, ¿se van a quedar el mes entero?

-Este… no sé, mi cuñado supongo que si porque trabaja para un noticiero, pero pagar la estadía de cinco personas mas es difícil. Ya veremos.

-¿No vas al colegio?

-Si, claro, pero estoy de vacaciones.

-¿Y cuantos años tenés?- me preguntó Diego.

-Dieciséis.

-¡Ahh, pero mirá que cosa, che!- exclamó Gastón- sos mas jovencito de lo que creí todavía.

-¿Y tu?- me animé a preguntar.

-Yo tengo veinte, estoy hecho un viejo ya.

Me reí con el, mientras por dentro temblaba como una gelatina. ¡Veinte! Me llevaba cuatro años. Por mi mejor, pero no creí que yo le interesase a un muchacho mayor del modo que yo quería. Me enredé con mis propias palabras y terminé escapando de su mesa, con un torbellino de emociones en mi interior. Las chicas y Luchia comenzaron a asediarme a preguntas sobre los otros (Lu me preguntó incluso si Marga era soltera), y yo fingí una tranquilidad de ánimo que estaba lejos de sentir. Era la ilusión… si, la ilusión. La ilusión de que alguien me amara.

¿Por qué había surgido en mi corazón ese amor fulminante? En la escuela, en las clases de tango (Simonetta me lo pidió porque necesitaba una pareja) y en mis propias actividades extracurriculares, en los boliches o en las fiestas, había visto chicos guapos y con algunos había flirteado un poco, pero jamás me había enamorado de ninguno, ni mucho menos. Gastón era único y juré que era cosa de Dios, pues de otro modo no se explicaba que lo hubiera conocido en un hotel de Alemania siendo él argentino y yo italiano. Entonces, retomando lo que dije antes, lo que yo estaba era ilusionado con aquel hombre moreno y enérgico y quería llamar su atención, pero por mas que lo deseara  no me tenia nada de fe. Era mayor que yo, y creí que no tendríamos cosas en común más allá del fútbol como para ser amigos y menos otra cosa. Con esa convicción hice un almuerzo un tanto melancólico, lo que no me pareció justo para los demás que estaban tan alegres. Lo que fuera que tenia en el plato era rico pero no me pasaba, hasta que piadosamente terminamos y nos fuimos retirando. Bah, yo no. Yo me quedé en mi sitio, pensativo, jugueteando con una servilleta. Le dije a Gimena que no se preocupara y fuera yendo, y comprendió que necesitaba unos momentos a solas.

Finalmente me rendí y decidí serenarme fuera, visitando la ciudad con mis hermanos, cuando detrás mío apareció Gastón haciendo ¡bu! y sentándose a mi lado.

-¡Oye, no hagas eso!- exclamé agitado. Él me palmeó el hombro y se rió.

-¡Perdóname! No resistí la tentación cuando te vi solo. ¿Qué pasa, no te sientes bien?

-No es eso- vacilé- solo quería pensar en silencio un rato…

-Ah, entonces me voy.

-Pero ya me levantaba- me apresuré a agregar- ni modo que me quede aquí sentado todo el día, ¿no?- me acomodé un poco el cabello, deseando que no se me notara el gesto y pregunté por sus compañeros. Me lanzó una mirada pícara.

-Les pedí que se adelantaran. Quería quedarme, por así decirlo, a solas contigo. No, espera- me atajó al ver que iba a interrumpirlo- déjame terminar. No pienses mal de mí, no quiero ninguna cosa rara ni soy un pervertido.

-No pensé que lo fueras- dije impulsivamente, y él asintió mas tranquilo.

-Claro que no lo soy. La cosa está en que, como te dije en la oficina esa, hay algo en ti que me da buena espina, no se que es, pero me parece que estaba de Dios que iba a conocerte. ¡Ah, pero como lo explico mejor! Quiero que me creas. Soy un tipo decente y vine aquí a alentar a mi equipo, nada mas, y de pronto apareces tu y no se porque siento que quiero conocerte y que seamos amigos. Te parecerá raro, pero… es la verdad.

Creo que me emocioné mucho con esas palabras, y empecé a mirar el suelo como un pavote. ¿Yo asustarme porque quería mi amistad? Él saldría corriendo entonces si le dijera que me había enamorado con solo verlo. Pero claro, no lo hice. Respiré profundo y actué como si nada.

-¡Oh, no hay problema! Seamos amigos. Ésta es una época de alegría para todos, ¿verdad? Entonces compartámosla.- Le tendí la mano.

-¡Así me gusta! ¡Vengan esos cinco!- nos dimos la mano riendo y luego salimos juntos del restaurante al jardín del hotel, que era un derroche de verde y de sol, digno de las mejores vacaciones. Nos sentamos en el pasto y nos pusimos a hablar de fútbol, ¿de que mas?, por un buen rato, como para hacer la digestión. Nadie fue a buscarnos y yo lo agradecí al cielo creyendo que era una coincidencia, pero luego supe que no. De todos modos, coincidencia o hecho deliberado, yo ya no quería separarme de Gastón y parecía que el tampoco tenia prisa. Después de charlas técnicas pasamos a cosas más personales, y así me enteré que estudiaba diseño gráfico y publicidad en una universidad privada, lo que le insumía mucho dinero que se procuraba con dos trabajos. Dijo que dormía poco y que sufría de estrés, pero que valía la pena porque si era bueno saldría graduado y con jugosas ofertas de trabajo, lo cual era muy importante ya que era una carrera muy solicitada. Coincidí con el, y luego yo le conté de mi, que ese año comenzaría el segundo de bachillerato, que me gustaba escribir y quería estudiar literatura, o tal vez periodismo, que también me gustaba. Me sentí muy orgulloso al ver que me escuchaba con atención, interesado en mis cosas, y procuré mantenerlo así aunque me temo me vencieron los nervios: él, Dios lo bendiga, me tomó la mano unos segundos y me vaticinó:

-Estoy seguro que decidas lo que decidas hacer en el futuro lo harás bien y serás un gran profesional. Pero ahora eres joven, disfruta de eso todo lo que puedas, Tonio.

Su mano cubría perfectamente la mía y yo me estremecí de gusto por ello, aunque durara segundos. Gastón lanzó una exclamación al ver la hora que era y nos paramos de golpe, acordándonos que el mundo seguía su curso y que no estábamos solos allí. Subimos juntos, claro, y esa vez noté que tras su sonrisa había algo mas profundo, por así decirlo. Me dejó hablar todo el tiempo sin comentar nada, y temí que lo estuviera aburriendo.

-¿Pasa algo, Gastón?

-No, no, todo bien. Solo… una cosa que se me ocurrió.

Como no dio muestras de querer explayarse no le pregunté nada mas y nos despedimos calurosamente, ahora si en plan de amigos y prometiendo visitarnos. Comencé a fantasear que nos encontrábamos a solas en su suite, que entrelazábamos nuestras manos, toda esa serie de cosas trilladas que pasan en las novelas, cuando Luchia me salió al paso y me llevó de la oreja a nuestra suite, en donde me dio un buen regaño.

-A ver, mocoso, ¿Qué significa que Gimena me venga a pedir que no baje a buscarte porque estás con ese argentino?

-¿Eh? ¿Qué tiene? Pregúntaselo a ella. Yo me quedé hablando con Gastón porque nos caímos bien, pero no les prohibí que se me acercaran.- No sabias mentir bien, y Luchia sonrió irónicamente. No se había tragado ni por un segundo mi historia, y me miró como si tuviera vista de rayos X.

-Anda con mucho cuidado, Antonio. No vayas a tomarte en serio a ese tipo…- ahí me enfadé y contesté en consecuencia, sin importarme nada. Soy italiano y tengo temperamento, y el tono de Luchia no me gustó.

-¿Por qué no? ¿Qué problema hay si me gusta, a ver? Si te molesta dímelo en la cara.

-Baja la cresta- me ordenó de manera que encendió aun mas mi ira- sabes perfectamente que no tengo nada en contra tuyo porque te gusten los hombres. Si te digo que tengas cuidado es porque no creo que te convenga ese Gastón.

-Tu que sabes- le espeté con bronca- eso lo voy a decidir yo.- Y sin agregar nada mas me fui dando un portazo, molesto sin saber bien porque razón. Supuse que Luchia había querido decirme que no me ilusionara tan rápido con alguien a quien apenas conocía, y objetivamente tenia razón, pero yo ya amaba a Gastón sin reservas y no quería que nadie empañara mi visión de el, por lo cual me mostré tan a la defensiva. A lo mejor era una idiotez cegarme así (de hecho, mas tarde lo fue), pero no me arrepentí nunca. Gastón dio sentido a mi vida, y arrepentirme hubiera significado renegar de mi amor y de todas las cosas bellas que viví gracias a ese amor, y eso no pasará mientras esté conciente. Por lo pronto me instalé en el living de mis hermanas a mirar televisión, enfurruñado y sin contestar a sus preguntas. Ellas querían hacer una excursión para conocer Munich y les pedí que fueran solas porque no me hallaba de humor, y tras insistir un poco me hicieron caso y me dejaron en paz. Desde luego no presté atención a lo que veía y terminé apagando la tele, sin saber que hacer para ocuparme hasta que volvieran los demás. Al poco rato tocaron a la puerta y pensé que Gimena se habría olvidado algo, por lo que corrí para pedirle que me esperaran ya que había cambiado de opinión respecto al paseo. Pero no era Gimena. Ahogué una exclamación.

-¿Gastón? ¿Pero que haces aquí? ¿Pasó algo?

-¿Estás solo?- preguntó ansioso.

-Si, pero…

-¿Puedo pasar?- volvió a interrumpirme.

-Seguro- le dije sorprendido. Él pasó y se quedó allí parado hasta que yo le ofrecí asiento en el sofá de la salita, y aun así se veía intranquilo y esquivo. ¿Qué le sucedía?

-Tu dirás, amigo. ¿Qué pasó que vienes con esa cara?

-Quería verte de nuevo- dijo simplemente. A mi no me satisfizo esa respuesta.

-¿Para que? Recién estuvimos juntos abajo.

-No me alcanza.- Respiró profundo y luego se acercó mucho a mí, lo que me ruborizó nuevamente y esta vez él no me dejó pasar.- A ti tampoco, Tonio. Por favor, reconócelo.

-No… no se de que hablas…- mi burdo intento despertó la risa de Gastón y provocó que volviera a tomarme de las manos, como en mis fantasías. Ya se, ustedes van a creer que lo estoy inventado, o exagerando, que las cosas no son color de rosa en la realidad, ¿pero quien dice que no puede pasar algo fabuloso en la vida real de vez en cuando? ¿Qué el amor a primera vista no existe? ¡Pamplinas! Claro que existe. A mi me pasó y por eso lo estoy relatando aquí en estas paginas. Gastón ladeó la cabeza sin dejar de mirarme y declaró:

-Quiero estar con vos, Antonio. Me gusta como sos, me divertís, y además sos muy bonito. ¿Nunca te lo habían dicho?- me puse pálido de la impresión, y él me besó la mano para mantenerme conciente, como un caballero.- Soy un atrevido y un sinvergüenza, ya lo se, pero también soy honesto y voy al grano cuando quiero algo. Y te quiero a vos. Entonces, si ya se que te quiero, ¿para que voy a tardar en decírtelo? Nuestro tiempo acá es limitado, así que si no soy sincero ahora me voy a arrepentir mucho después.

¡Tenia tanta razón! Me puse a hacer pucheros y él me abrazó como nunca un hombre me había abrazado, como yo soñaba que tenia que ser, dulce, contenedor, calido. Yo no podía alzar los brazos pero Gastón comprendió mi situación, y llenó mi silencio con comentarios agradables destinados a divertirme, y a hacerme ver que aquello era real. Pero yo no caía, no caía. Le había gustado, sin saberlo había logrado enamorarlo como yo me había enamorado de él, y precisamente por tener esa suerte no podía creerlo.

-Tonio, vamos, sonríe, por favor. ¿Acaso yo no te gusto? Creí que si, por como te sonrojas cuando estamos juntos. Por eso me decidí a hablarte.

-Me gustas mucho- le confesé mirándolo con vergüenza- eres un hombre muy atractivo, de ese tipo latino que es tan seductor. ¡Por eso mismo no creo que te hayas fijado en mí!

-¿Y por que no, a ver?- me inquirió mientras me abrazaba mas fuerte- ¿Te has visto en el espejo? Eres un rubio precioso, de ese tipo italiano que es tan sensual.- A mi pesar me reí.- Y tienes unos ojos limpios que me fascinan, tan serenos e inocentes. Apenas te vi fue como ver un ángel, alguien bueno, y si hasta ahora no tuve pareja fue porque no confiaba en ninguno de ellos. En ti si confío. Ya se que eres mas joven que yo, pero no tanto como para que sea inmoral, así que no tengo problema en admitirlo.

Nos rozamos las mejillas al abrazarnos tanto, mientras él me acariciaba el pelo. Yo miraba su lunar y me despertó un furioso deseo de comerle la boca, y por algún tipo de fenómeno empatito Gastón me miró y me besó, así, de golpe, como la cosa más natural. Todavía al recordar el sabor de ese primer beso se me aflojan las piernas, así que en ese momento imagínense. Cerré los ojos y dejé que el tomara la iniciativa, dejé que me abriera la boca despacio para tirarme del labio con suavidad, y luego para que me introdujera la lengua… ¡ay, que beso que me movió el piso, que hizo aflorar toda la sangre a mi rostro! Los gemidos salieron involuntariamente de mi garganta y creo que eso le gustó, porque me soltó un momento para susurrarme:

-Tonio, besas tan rico, que tierno… me encantas, mi amor… eres lo mas dulce del mundo.

-Oh, Gastón… basta, no sig…- él me tomó por las mejillas y me besó aun mas apasionadamente, enlazándome luego por el cuello para terminar de envolverme en sus mimos. La cabeza me daba vueltas y las lágrimas se me salían solas, lagrimas de éxtasis y de felicidad; Gastón paró de nuevo preocupado por mi llanto y entonces fui yo el que se adelantó para besarlo, tirándolo contra el brazo del sofá. En esa posición me abrazó mas fácilmente y nos dedicamos largo y tendido a ese delicioso juego, sin darnos cuenta que era una locura, que podía llegar mi familia de repente y encontrarnos en esa situación comprometedora y armarnos un escándalo.  No veíamos nada porque estábamos sumidos en nosotros y en esa atracción fulminante que nos había atravesado el corazón desde que nos conocimos. Casi nos devoramos, ansiosos, deslumbrados por ese descubrimiento de querernos, respirando el aliento dulce del otro. Cuando finalmente nos quedamos sin aire ni saliva volvimos a sentarnos normales y a mirarnos de costado, como dos niños que han cometido una travesura. Yo me incliné sobre su hombro, feliz de haber rechazado el paseo.

-¿Y ahora como seguimos, Gastón?

-Tranquilo- me dijo sin dejar de sonreírme- me hago cargo de lo que generé. Yo me declaré a ti así que ahora hablaré con tus hermanos para que nos dejen vernos. ¿No es así como se hace? Al fin y al cabo tienes dieciséis y estás en un país extranjero, ellos tienen que saber con quien andas.

-Si- reconocí suspirando- Letizia es la mayor, axial que es a ella a quien tendrás que hablarle.

-Ey. No te asustes, ¿si? Tengo intenciones serias y tendrán que verlo. Ellos saben que a ti te gustan los hombres, ¿verdad?- asentí.- Entonces, no veo que podría salir mal.

Si decía todo eso para calmarme, no lo se. Me acordaba de la advertencia de Luchia y mi seguridad se esfumaba, pero no quise demostrarlo porque al fin  al cabo se suponía que tenía que estar feliz. Y en un plano idílico lo estaba, desde luego: Gastón me quería, me lo había confirmado con un largo y suculento beso y con eso me alcanzaba para sonreír y tener confianza en todo lo que me propusiera. Pero había algo que me negaba a ver, que era como un gran signo de pregunta que pendía sobre nuestras cabezas.

(…)

Los demás llegaron como a las cinco de la tarde. Después que Gastón llamara a Marga para avisarle que se quedaría conmigo hasta que volviera mi familia, nos quedamos allí en la salita jugando a la play y comiendo chocolates que había comprado en el free shop, como dos chicos chiquitos. Él jugó como Messi y yo como Del Piero, y nos enfervorizamos a ver cual de los dos era el mejor partido tras partido (por conveniencia no recuerdo el resultado, pero si que mi arquero, o sea Buffon, hizo varias atajadas espectaculares). Cuando ya nos estábamos cansando de patear penales, Simonetta abrió la puerta y se nos quedó mirando, y enseguida los demás que entraron tras ella. Apagué la play.

-¿Tonio? Vaya… ah, hola, señor Gastón…

-Hola, ¿Letizia, no? Disculpen encontrarme aquí en su suite, pero vine a visitar a Tonio y nos colgamos jugando… ya que lo vi solo quise acompañarlo un rato.

-Ah, se lo agradezco. La verdad que no debí dejarlo solo, pero… en fin. ¿Se queda a tomar el té?

-Muchas gracias, pero a las seis quedé con mis amigos.- Hizo una pausa.- Sin embargo me gustaría hablarle a usted un ratito a solas. ¿Puede ser? Es importante.

Si Letizia pareció asombrada, no les diré la cara de Luchia, entonces. Ella y Gastón salieron a la terraza y cerraron el ventanal para que no oyéramos, pero podíamos ver sus caras y leer en sus gestos de que conversaban y sacar conclusiones. Gimena me preguntó sin rodeos si habíamos estado haciendo cosas chanchas, lo que me puso del color de la grana. ¡Imaginen si es cosa para preguntar así en público! Finalmente, Letizia se paró y salieron de la terraza; Gastón se despidió de mi sin dejar translucir nada y mi hermana me miró con severidad, como un juez a punto de dictar sentencia, lo que me hizo tragar saliva y preguntarme si me obligaría a volverme en el primer avión a Florencia.  Muy por el contrario, cuando cerré los ojos dispuesto a soportar la caída de la guadaña, Letizia se agachó ante mí y me abrazó riendo, contenta como unas Pascuas.

-¡Bravo, hermanito! Lo lograste, ¡encontraste un pretendiente que vale la pena! Ah, si, ese hombre tiene que ser serio para venir a pedirme el primer día que lo deje salir contigo. ¡Parece que lo flechaste!

-¿Y… y que le contestaste?- inquirid dudando.

 -¡Pero que va a ser, tonto! Claro que los dejo verse. Si tú apenas lo conociste pusiste una carita de enamorado que daba cosquillas; no seria capaz de quitarte eso. Eso si, vamos a tratar de hacer salidas juntos, ¿si? Así nos vamos conociendo.

Dios mío… al recordarlo no puedo ni ponerlo por escrito porque se me hace un nudo en el estomago y me bloquea los pensamientos. Se que fue uno de los momentos mas felices que viví, porque pude decir a los cuatro vientos que aquel moreno era mi novio, que lo adoraba y que él me adoraba de igual forma. Mi liberé, o como se dice ahora, salí del closet. Gastón me acompañaba a todas partes para estar conmigo (y por ende Marga y Diego también), me sacaba fotos cuando estaba distraído, me compraba regalitos tales como recuerdos del Mundial, golosinas y flores, que en si no valían mucho pero que al pensar que eran obsequios suyos adquirían el valor de una pila de piedras preciosas. Gastón era así: amable, generoso, siempre dispuesto a sacarme una sonrisa. Un día antes del comienzo del Mundial llegaron de Argentina su hermano Juan y su primo hermano Darío, y lo primero que hizo fue presentarme a ellos como su pareja, “su italianito”. Debo decir que ni Juan ni Darío eran prejuiciosos, pero constaté allí una vez más que Gastón era un hombre valiente y sincero, que me dio el titulo y derecho de novio ante sus familiares con solo unos días de salir juntos.  Confiaba en mi, y yo en él, y formamos un gran grupo los suyos y los míos. Cuando jugaba Argentina veía los partidos con las mismas ganas con que veía los de Italia, me alegraba como si fueran triunfos propios, y él hacia lo mismo cuando jugaba Italia. Nos sincronizamos de tal modo que podíamos oírnos el pensamiento y gritar de alegría ante el mismo gol, o indignarnos a la vez por una falta no cobrada por el arbitro. Con el permiso de Letizia lo acompañé a Hamburgo el día 10 de julio, quedándome en el hotel mientras él iba al estadio, y luego regresó a buscarme para celebrar conmigo. Incluso rentó otro auto aparte para poder seguirme adonde yo fuera, que eran las ciudades donde jugaba mi país. ¡En resumen, prácticamente recorrimos Alemania siguiéndonos el paso, uno tras del otro, ardiendo de felicidad al reencontrarnos cada vez! Porque yo sabía que aunque en un momento determinado yo estuviera en Hanover y él en Gelsenkirchen, volvería a verlo a más tardar al día siguiente. Y con eso me quedaba tranquilo; cuando viajó a Leipzig a ver a Argentina en los octavos de final incluso me ofreció llevarme con el y cómprame una entrada de reventa para que pudiéramos estar juntos, y eso que yo sabia que no le quedaba mucho dinero. Rechacé la oferta por pudor pero le deseé suerte, y me quedé en paz, sabiendo que había actuado con madurez al hacer lo correcto, impidiendo que gastara sus últimos pesos en mí. Pero lo amé más que nunca por esa generosidad.

Y seis días mas tarde comprendí el porque Luchia una vez me había dicho que no me convenía salir con Gastón, porque a veces esa felicidad color rosa se me desdibujaba frente a los ojos, porque repentinamente sentía vértigos y un miedo irracional. Argentina perdió los cuartos de final contra Alemania en Berlín, el 30 de junio de 2006, y eso fue como un baldazo de agua fría, pero no por la derrota en si del equipo: comprendí que una vez eliminado Gastón tendría que volver a casa y que nunca más lo vería. El objetivo de su viaje y causa de todos sus esfuerzos había sido alentar a su país: para eso había ahorrado por todo el 2005, pedido dinero prestado a casa cuando la estadía se prolongó a causa de los triunfos de Argentina. Yo fui incidental, y causa de que su dinero se diluyera más rápidamente. Ahora el sueño había terminado y la realidad y la lógica se imponían, y ni Gastón ni ninguno de los suyos podía seguir en Alemania. Se volvía, y me dejaba atrás.

Mi primera reacción fue la negación total. ¿Cómo iba a ser verdad que Gastón se iría lejos de mí para quizá nunca volver? No podía ser. Después esa negación se convirtió en una desesperación sorda y abisal, cuando fui a su habitación del hotel y lo encontré llorando sobre la cama, con una valija a medio hacer. Apenas me vio se secó las lagrimas y pretendió estar bien, y entonces fui yo el que se puso a llorar. Gastón me abrazó y procuró calmarme, pero solo empeoré, y confieso haber querido ahogarme en mi propio llanto. Nunca más sus brazos en torno a mi cintura, nunca más sus besos ardientes, ¡nunca más su sonrisa, esa arrebatadora sonrisa que tanto me había cautivado! ¿Por qué, Dios mío, por que me castigabas tan duramente?

-Tranquilo, mi amor- me decía el con la voz traspasada de pena- no llores mas, te hará daño.

-¡No quiero perderte, Gastón, no quiero!- gemía yo de angustia.- Te volverás a tu país y no te veré nunca mas, te olvidarás de mi…

-¿Pero como se te ocurre semejante cosa? ¡Antonio, yo te amo!

-¡Pero estarás al otro lado del océano! Poco a poco te acostumbrarás a estar solo sin mí, conocerás a otro, y yo… yo…

-Ahora escúchame, ¿bien?- me pidió tomándome del mentón- sabíamos que este día llegaría, tarde o temprano. Si Italia hubiera perdido, serias tu el que tendría que regresar a casa y yo el que se hubiera quedado solo, y triste, y vacío. Y yo también podría decir que te olvidarás de mí, cuando comiences la escuela y quizás conozcas a otro muchacho. Pero no lo hice ni lo haré, porque confío en tu amor.- Traté de entender sus palabras, y mis lágrimas menguaron.- ¿Escuchaste? Por más lejos que estemos, no significa que todo lo que vivimos aquí fue una mentira, o algo pasajero. Al menos para mi no lo fue.

-¡Para mi tampoco!- grité, temiendo que creyera que no confiaba en él.- Conocerte fue la mejor cosa que me pudo pasar, ¡la mejor! Te amo… te amo tanto…- me presioné contra el, con una punzada horrible de dolor en el costado, como me pasaba siempre que me alteraba. Él me besó la mejilla fría una y otra vez, hasta que fui recuperando el color y la temperatura de una persona viva. El miedo de perderlo me había congelado la sangre, pero sentir sus besos cálidos me recordaba que aun lo tenia allí.

-Tonio, te lo juro por Dios que no voy a olvidarte. Siempre estarás en mi corazón, y yo en el tuyo, y quien sabe, podríamos volver a vernos cuando menos lo esperemos.- El siguiente beso me lo dio en los labios, y yo sonreí ligeramente a mi pesar.- Créeme. Puedo parecer sereno porque trato de estarlo, soy mayor que tu y quiero ofrecerte seguridad, pero tampoco me resigno a perderte, mi amor. Si pudiera robarte y llevarte conmigo lo haría, pero no puedo, y eso me duele, me duele saber que no he de ver esos ojos azules divinos tuyos en quien sabe cuanto tiempo. Por eso mismo porque no me resigno trabajaré muy duro para regresar, no aquí, claro, sino a Florencia. Iré allí y les diré a tus padres, “señor, señora, vine a ver a Antonio. Lo amo muchísimo y quiero el permiso de ustedes para salir con el”.

Tal escena se me hizo tan graciosa que me eché a reír sin disimulo, y el aprobó mi reacción agitándome cariñosamente el pelo.- Así me gusta corazón. Ánimo. Ya que es inevitable, al menos despidámonos de buena manera, para recordarnos así.- Asentí lentamente, enjugándome las lagrimas todo lo que pude con el temblor que tenia en las manos. Gastón sacó un pañuelito de su bolsillo y me limpió la cara pacientemente, alentándome, aunque como el mismo decía guardaba su dolor para que yo no me pusiera peor.- Sabes que, terminaré de hacer la valija por la mañana. Vamos a quedarnos juntos lo que resta del día.

-¿Cuándo te vas?- pregunté con el corazón estrujado.

-Mañana al mediodía.- El silencio que siguió a eso fue el mas incomodo de mi vida, y Gastón procuró arreglarlo.- Hasta entonces soy todo tuyo, lo prometo. Haremos lo que tú quieras. ¿Adonde quieres ir?

-A ningún lado- dije con firmeza, sentándome sobre sus rodillas y escondiendo mi rostro en su pecho.- No lo soporto, Gastón. En cualquier momento estallo de nuevo, y prefiero que sea en privado, contigo y con nadie más. ¿No me sientes que estoy temblando?

-Si- dijo enlazándome de nuevo.- Te comprendo.

-Prácticamente no puedo respirar- le informé, mordiéndome el labio para contenerme- y estoy sudando frío, ¿sabes lo que significa? Me va a dar un ataque en cualquier momento. Voy a explotar, ¡lo sé! Y lo que necesito es quedarme lo mas quieto posible para serenarme. Contigo. Es todo lo que necesito, quedarme contigo.

-Mi amor, no quiero irme y dejarte así tan afectado.- Comenzó a mecerme como si yo fuera un bebé, y curiosamente ese movimiento me relajó y ayudó a respirar con mas calma, aunque el dolor no se fue ni mucho menos. El dolor ése lo cargo hasta el día de hoy, pero al menos tuve ese mínimo consuelo de que Gastón me tuviera contra su pecho y me besara con suavidad antes de alejarse para siempre.

Y si, pasamos todo el día y toda la noche juntos. Comimos allí en la habitación, miramos televisión un rato y principalmente hablamos mucho, sobre nosotros y nuestro futuro. Por supuesto hablaríamos por teléfono y por Chat con tanta frecuencia como fuera posible, y nos escribiríamos cartas, porque era un detalle romántico y personal, provisto de una calidez humana que las cartas virtuales no tenían. Yo acepté de buen grado, dispuesto a mostrarle mi amor en cada carta sin que me importaran ni la angustia que me embargara ni la nostalgia de su trato dulce al momento de escribirla. Por ultimo, nos comprometimos a sernos fieles y para tal fin nos sacamos fotos juntos sobre la cama, en donde adoptamos poses provocativas; las revelaríamos y enmarcaríamos para preservarlas por todo el tiempo que nos quedara hasta reencontrarnos (tengo las tres aquí, en mi escritorio. He aguantado viendo su rostro todas las noches y soñando seguido con su lunar, así que funcionaron. Aunque claro, aun sin fotos yo no me habría olvidado de el).

Cuando ya había oscurecido, llamé a Letizia y le informé que pasaría la noche junto a Gastón. ¿Acaso sabiendo lo mucho que lo necesitaba iba a prohibírmelo? Lo ultimo en lo que pensaba era si estaba bien o mal visto: dormiría con el y punto. Me prestó un pijama suyo y me hizo sitio en su cama, cubriéndome delicadamente con las mantas como si yo fuera una frágil criatura invernal que no pudiera tolerar el frío. Ah… aquella noche…

Me sentí más vivo y más conciente que nunca de todos mis sentidos y mis emociones; Gastón y yo y nadie más, como si fuéramos las ultimas personas de la Tierra. Marga y los otros habían ido a despedirse de la noche de Berlín en sucesivos bares, con otros argentinos que habían conocido en la cancha, así que cuando nos acostábamos estábamos solos, y no los escuché llegar, lo cual fue bueno. Yo quería a Gastón para mí, y la presencia de otros cerca lo habría arruinado todo. Él, atento como siempre había sido, me tomó en sus brazos y me acarició muy despacio el cabello, la espalda, la cintura. A intervalos cortos recibía la gloria de uno de sus besos en mi rostro frío y yo sentía que eran como inyecciones de vida, que cuando me faltaran mi propia vida se terminaría. Él era la luz, y mas allá de esa luz todo era oscuridad: tenia que aferrarme a el o me hundiría en esa oscuridad siniestra. No se como hice para dormirme en ese estado, pero me dormí, a juzgar por un alocado sueño en que yo volaba con unas alas inmensas por sobre el océano Atlántico camino a Buenos Aires. Pero no llegué nunca, ni en el sueño; me desperté antes. Ya era el día siguiente.

Lo ayudé a hacer su maleta, pero en medio tuve que bajar para respirar un poco de aire fresco. Me ahogaba por mis propios nervios y no quería tampoco que el me viera así, porque no lograría nada excepto que se fuera lleno de preocupación y no era justo: seria egoísta sino podía comprender que también Gastón estaba sufriendo y que necesitaba de mi apoyo como yo del suyo. Por tanto regresé a la habitación y le pedí disculpas, le dije que cumpliría lo dicho la noche anterior y me quedaría a su lado hasta el último momento posible. Él sonrió, pero no como siempre de forma alegre y desinhibida: había tristeza oculta detrás de sus ojos, en sus facciones latinas tan hermosas. Antes de salir de la habitación, me abrazó y susurró algo al oído. Luego bajamos y cargamos sus cosas junto a las de Juan en el coche, mientras Gimena y Letizia me decían que irían al aeropuerto también, pues yo había insistido en ir y luego no podía regresarme solo al hotel. Fui sentado nuevamente sobre sus piernas, sosteniéndole la mano, mirando por la ventanilla con una melancolía tal que cualquiera hubiera dicho que me estaban llevando al cadalso. En algún momento del trayecto me puse a llorar una vez más y tuve que esconder la cara en su hombro, abatido, sin poder aceptar del todo mi suerte por mucho que hubiera planeado actuar con madurez.

Cuantos detalles más puedo dar… no muchos. Recuerdo eso si que el tiempo voló muy deprisa, y que cuando quise acordarme Gastón ya estaba por subir al avión. Yo me pegué a el tanto como pude, pero en vano. Igual llegó el momento en que debió soltarme y seguir adelante para no perder su vuelo. Gimena debió sostenerme para que mi cuerpo no se desplomase, aunque mi corazón hacia rato que se había hecho trizas y ya no había modo de componer los pedazos. Ver a Gastón subiendo esa escalerilla fue demasiado para mi… hubiera querido hacer como en las películas y correr tras el, pero no me dio el cuero. Al partir el avión no hubo llanto que alcanzase a expresar mi dolor y terminé desmayándome, no sin antes pensar en lo que Gastón me había dicho en su cuarto.

-Cierra los ojos y piensa en mí, Antonio- me había susurrado- si lo haces, podrás verme por más lejos que esté…

(…)

Una semana después Italia salió campeón y los que me rodeaban lo festejaron a lo grande, como se supone que habíamos ido a hacer, por un día entero a puro grito, música y felicidad.

Participé hasta donde me fue posible. Al principio Luchia trató de obligarme a vivir ese momento, pero cuando se dio cuenta del brillo apagado de mis ojos desistió y me llevó de vuelta al hotel, donde vi los festejos por la Rai satelital. A medias. La otra mitad de mi cabeza pensaba en el hombre moreno, alto, de sonrisa atractiva y lunar sugerente que podría haber estado conmigo allí si las cosas hubieran sido distintas. Antes de conocerlo el fútbol constituía una de mis mayores pasiones, como quien dice, y salir campeón me hubiera hecho enloquecer de alegría. Pero en ese momento, hubiera preferido cederles el lugar de la victoria a los argentinos si con eso hubiera logrado que Gastón aun estuviera conmigo.

Me sentía los ojos húmedos y por eso los cerré, y entonces pude verlo ahí y serenarme, tal y como me había dicho antes de irse. Hubiera preferido lo otro… pero no estuvo a mi alcance.

(…)

Eso fue hace tres años y once meses. Está a punto de empezar el Mundial Sudáfrica 2010, y nuevamente Andrea será enviado allí para cubrir todo. Letizia lo acompañará con la pequeña Lorena, de un año, pero nadie más. Es decir, por su ayuda; Luchia juega para el Inter y tiene todo el dinero que quiere para invitarnos a mí y a Simonetta. Gimena trabaja para una compañía de turismo en la sección administrativa y está comprometida con su jefe, por lo cual ella también va sin problemas. Simonetta estudia Historia del Arte y yo Periodismo en la Universidad de Roma. Ya tengo 20 años, la edad que tenia el cuando lo conocí. Ahora tendrá 24.

Apenas salí del colegio empecé a publicar mis propios artículos en Internet, y ahora me los piden de un diario importante de la capital, lo cual significa mucho para mi. La tirada es grande y mi nombre se va haciendo conocido, lo cual es un orgullo para mis padres. Los visito tanto como puedo allá en Florencia, porque ahora que todos sus hijos se fueron de casa se han quedado un poco solos. Es una ley de vida, supongo, pero nosotros seguimos siendo una gran familia y no nos olvidamos del valor que eso tiene. Se que Letizia quiere volver para que ellos puedan pasar tiempo con su nieta, así que veremos que pasa.

La vida continuó, tal y como se dice en las novelas. Pero eso no significa que me haya olvidado de mi Gastón. Ha estado conmigo cada día de estos cuatro años en los que no lo he visto, ya que una serie de incidentes no quisieron que el pudiera ir a verme a Florencia. Sin embargo, ya quedamos de romper con la veda que nos impuso el destino y nos dimos cita el día 7 de junio en la ciudad sudafricana de Johannesburgo. Hoy es primero: falta una semana y ha de ser la mas larga de mi vida, pero esperaré pacientemente con tal de volver a gozar de él y tenerlo a mi disposición cuando yo quiera. ¡Para quien ha esperado cuatro años, una semana no es nada! Y para que sepan que no miento, guardo las diecinueve cartas que me ha enviado en este tiempo, una mas llena de amor que la otra. Me ha prometido una sorpresa muy especial en vez de la carta veinte, que ha de darme en persona. Soportaré la incertidumbre.

Así fuera un chocolate o un ramo de rosas, si viene de él es como si me obsequiara el mundo, y la verdad, su sola presencia es el mayor regalo que yo pudiera pedir. Ni la Copa del Mundo se compararía a recuperar a Gastón.

Antonio Rocco Giuliani

                                     1-6-2010

Notas finales:

Y eso es todo, amigos... o no, que se yo,  a lo mejor despues me reviro y escribo mas, o saco un spin-off de Marga o lo q se me ocurra! A  lo mejor quiero asegurarme que Antonio y Gastón realmente se vuelvan a ver, ¿no estaria bueno? Bien, dejen review, chaito!


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