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Las aventuras de Atobe Keigo por Neko uke chan

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Notas del fanfic:

Esto fue, en su momento, mi regalo de cumpleaños para Atobe, que junto con el de Musaga fue una especie de tributo a nuestro personaje favorito. Era grotescamente largo así que dividí el contenido original en 7 partes, reeditado totalmente, reestructurado y casi nuevo, pulido con cera de auto (?)

 

POT no me pertenece, es propiedad de su mangaka Konomi Takeshi y por más que lo repita no cambiará.

 

Disfruten la lectura

–¿Un vale de carne en la cafetería?

–No suelo comer allí.

–¿Qué dices de una corbata?

–Ya tengo demasiadas.

–¿Y un libro?

–Para eso está la biblioteca del segundo edificio, llena de ejemplares, por cierto.

–Ya veo… ¿y una consola?

–No soy muy aficionado a los videojuegos.

–¡Vaya que eres difícil de complacer!– Jiroh estaba exasperado, rascándose con furia la cabeza porque llevaba horas exprimiéndola para pensar en un buen regalo que darle a  Keigo, y para no facilitar las cosas lo tenía al frente, ambos sentados en una cómoda mesa de té en el jardín de la mansión de los Atobe. El chico estaba agotado mentalmente y encolerizado por las constantes negaciones como opciones de regalo. Se acercaba el décimo sexto aniversario del capitán de Hyotei y su pareja y amigo, el dormilón de la Secundaria quería darle algo, sino especial, al menos un detalle que le agradara al heredero. 

El problema era que nada le convencía. Siempre había un “pero” de por medio y la frustración de Akutagawa estaba sobrepasando sus límites conocidos.

 –No es reprochable desear solo lo mejor– se encogió de hombros el mayor, dando un sorbo al té helado que se derretía por el caluroso sol de ese día al aire libre.


 –Ni tanto, ¿sabes? una cosa es desear lo mejor y otra es ser caprichoso– se quejó en respuesta, torciendo los ojos e igualmente, sorbiendo su té.


–No estoy siendo caprichoso. Al contrario, estoy cumpliendo tú capricho, si no mal recuerdo eras tú el que inició esta sesión de preguntas. Desde el principio te dije que cualquier cosa estaba bien– sonrió tajantemente y dejó el vaso en la mesilla, procediendo a escoger un pastelillo de la exquisita y variada colección desplegada en la bandeja.

–¡Sólo quiero darte un buen regalo! ¿Es mucho pedir que me digas algo que quieras o que te guste al menos? – bufó, mordiendo su postre.

–Por un lado, tengo todo lo que quiero, y por otro, sabes que soy difícil de complacer…te di el comodín de escoger el obsequio pero si prefieres que lo decida yo será muy complicado para ti,– explicó, mirándole con esos ojos violáceos y ese porte aristócrata que parecía tener peso sobre cualquiera que recibiera siquiera un gesto suyo, Jiroh tragó saliva en anticipación –además,– continuó –tengo algo que me gusta justo frente a mí, y  según mis expectativas y necesidades, es suficiente– arqueó una ceja, sonriéndole de lado.

¡Desgraciado Keigo! Siempre zafándose de cualquier esfuerzo que cometiera el ojos castaños para complacerle o siquiera darle un gusto. Bien, bien bocchan, sé que tienes todo lo que deseas ¡pero solo quiero darte un maldito regalo! Se quejó para sus adentros.

–¡Regresa aquí, Atobe! – gritó levantándose de la silla. Mientras Jiroh cavilaba, el aludido se había movido unos cuantos pasos en dirección a la entrada del recinto hacia el ala principal de su casa. Le esperó mientras Jiroh se dirigía hacia él  

–No creas que con esas coqueterías lograrás escabullirte de mí– protestó, haciéndole sonreír encantado –No coqueteo contigo, Jiroh: Ya te tengo conquistado, así que no me hace falta–el chico de cabellos cobrizos se sintió ruborizar. El más alto sostuvo delicadamente su mentón, dirigiéndolo a sus labios, acariciando aquellas dos líneas carmesí con deleite en un beso casto y corto pero profundo.

Al separarse, Jiroh estaba aún más ruborizado. Atobe sólo le guiñó el ojo sensualmente y con su incitante voz le susurró al oído –Si quieres, te puedes quedar aquí a seguir pensando en el regalo, estaré esperando una sorpresa especial– se separó de él y dio media vuelta, dándole la espalda   –Por ahora tengo que irme, debo atender unos asuntos en la mansión– se despidió de reverso, elevando por un momento su mano.

Jiroh lo miró embobado mientras se alejaba a paso lento, hasta perder de vista su silueta a través de la puerta…y cayó en cuenta de su jugada ¡Se volvió a escapar! Pisoteó frustrado el inocente pasto.

~~

Al entrar en la mansión fue abordado por varios empleados y organizadores, mayordomos y sirvientas con preguntas y a la espera de órdenes del mandamás y sus deseos. Con responder tres seguidos “si” y un cortante “no” subió las escaleras a su habitación, dejando tras de sí un coro de “Cómo desee, Keigo-bocchan” al que estaba más que acostumbrado. Entró a su cuarto y suspiró, aún faltaban diez días para su cumpleaños y no podía dejar de pensar que mañana mismo lo emprenderían con montones de regalos costosos y monótonos y centenares de insípidas e hipócritas sonrisas, seguidas de felicitaciones vacías y trilladas, y como si eso no fuera necesario, también debía pensar en el discurso de cumpleaños que su familia estaba adiestrada a profesar en todos los aniversarios de los Atobe, siendo cada año más rebuscado y sintético.

Se recostó en su cama, suspiró con fuerza y susurró con desgano para sí Todos me preguntan qué deseo, pero nadie me da nada porque así le nazca; todos siguen el protocolo de “cumplir expectativas” pero nadie busca entender en qué están basadas…ni siquiera Jiroh cerró los ojos contra su almohada, y en ese momento sintió que el instinto de anhelar era algo insustancial e insensible, inclusive innecesario.

~~

Akutagawa seguía en el jardín trasero, había abandonado las sillas y optado por recostarse en la grama bajo la sombra de un frondoso árbol, sintiendo la suave brisa recorrer sus sentidos. Cerró los párpados con la intensión de dormitar pero las muchas ideas que rondaban por su cabeza le imposibilitaban la tarea

Parece que hoy no me quieren en el mundo de los sueños sonrió ante su propio pensamiento infantil, digno de un cuento para niños ¿Será qué me animan a seguir pensando? Se cuestionó, indagando sobre la ficticia posibilidad de que algún dios o una entidad extraña le estuviera concediendo el permiso necesario para utilizar su cerebro mucho más allá de la realización de acciones básicas.  Rió con ganas, y se reacomodó en el pasto finalmente abriendo los ojos.

Atobe está extraño

Esa idea recorrió su percepción, pero no era del todo cierta, al menos no comprobable, ya que el muchacho estaba actuando normal: cumplía sus obligaciones y deberes con eficacia y prontitud, y dedicaba tiempo a molestarle y a sus actividades cómo pareja, estudiante y Capitán del Club de Tennis de Hyotei…todo estaba en perfecto equilibrio y plenitud

Tal vez demasiado concluyó.

Si no conociera sus amplias y variadas capacidades para satisfacer varios escenarios y demandas creería que se estaba esforzando más de lo normal, pero sabía que no era así, si no estuviera al tanto de sus múltiples responsabilidades pensaría que estaba abstraído o preocupado por algo. Pero también estaba consciente de que no lo conocía a la perfección, y mucho menos era un psicoanalista leyendo un  libro abierto que no era Atobe Keigo.

Algo. Algo ¿pero qué era ese algo? Sentía que alguna cosa obvia o importante se le estaba yendo por la tangente y estaba seguro que el mismo Atobe no se lo diría. El problema muchas veces era ese, el buchou del Hyotei es una persona de fiar, responsable y capaz, ambicioso en sus actividades y perfeccionista, engreído y arrogante también pero no por ello perdía la objetividad, sin embargo era cerrado en cuanto a su vida privada se tratara, aún dentro de toda su sociabilidad y concurrencia pública era una persona que nunca dejaba entrever información personal más allá de la conocida.

En sus divagaciones, una idea nació estrepitosamente, se incorporó de un salto con una expresión bastante complacida –¡Ya sé que regalarte! – gritó al aire, riendo con satisfacción; sacudió su ensuciado short deportivo blanco y comenzó a correr en dirección a la mansión. Entró a trote, y sin detenerse preguntó la ubicación de su capitán –Keigo-bocchan se encuentra en su habitación, pidió por favor que no le molestaran– alcanzó a escuchar lejanamente al subir las escaleras.


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