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El otro cambio por Aphrodita

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Bleach no me pertenece, no tengo las malsanas intenciones de Simmons por plagiarle nada. Este fic es hecho sin fines de lucro por y para fans.


Advertencia: posibles spoilers de lo ocurrido en el manga dado que es un fic pos Guerra de Invierno.

Notas del capitulo:

Bueno, Zil de mi corazón, no sé cuándo te terminaré entregando éste regalo completo. Quería tenerlo listo para el 17 pero… la trama lleva su tiempo.


Espero que te guste ^^, y que la hayas pasado bien hoy.


Aclaro que éste fic tiene tanto slash como hetero, con más inclinación al Yaoi xD. Si ven errores, en un par de día lo releo, es que quería subirlo sí o sí hoy :P.

“Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y eres tú mismo.”
(Aldous Huxley)

 

 

Entró al bar buscando con la mirada. Le había dicho que esperase en la barra. Le había llamado la atención no sólo el tono de voz en el pedido de encontrarse cuanto antes, si no el lugar. No era un sitio que soliesen frecuentar ellos dos.

Caminó comenzando a impacientarse, pero esa impaciencia se disipó del todo cuando su nefasta suerte le llevó a cruzarse con ella. No es que quisiese estar lo más lejos de Orihime, en absoluto, pero la mera idea de tener que dar explicaciones lo colocaban en una situación incómoda. Aún más relevante: ¿qué hacía ella ahí?

—Inoue…

La chica volteó al escuchar su nombre, se quedó con la boca entreabierta tan sorprendida como Kurosaki. Ya, admitían que Karakura era un pueblo chico, encontrarse con alguien en un bar no era nada del otro mundo, pero la situación no podía ser más inoportuna.

—Kurosaki-kun —se obligó a reaccionar, hizo un ademán invitándolo a sentarse junto a ella—¿Hoy no venía Rukia?

—Sí, ya llegó —asintió—. Está en casa.

—Oh.

—¿Y tú? —cuestionó casual, tomando asiento—¿Esperas a alguien o sólo…?

Orihime asintió reiteradas veces, sonrisa incluida. El mesero se acercó al nuevo cliente interrumpiendo la escueta conversación. Ichigo pidió un refresco, era aún muy temprano para empezar a beber alcohol.

Se sentía extraño, quizás algo intuía. No pudo evitar pronunciar en su interior el nombre de Ishida. Por él se sentía así cuando estaba frente a ella.

Pocos meses atrás, Kurosaki era el chico común y corriente que había vuelto victorioso y sano de una guerra. De común y corriente no tenía nada, pero al menos creía que su vida no podía ser más turbulenta. Craso error. El Quincy le demostraría lo contrario.

Pero no fue culpa de nadie en realidad. No hay culpables, ni tampoco víctimas. Las situaciones se presentaron, obligándoles a tomar decisiones que podían pecar de erróneas pero en el ojo de la tormenta es difícil pensar con claridad.

Fue una tarde fría, a la salida del colegio, cuando Ichigo cometió el bendito error de caer en la cuenta de que Ishida buscaba acercarse a él. De haberlo ignorado —como siempre— quizás todo se hubiesen mantenido tal cual. Pero no, lo venía notando raro desde que había terminado la guerra, pero no fue hasta entonces que reparó en el detalle de que el Quincy estaba más pendiente de él que de costumbre. ¿Por qué?

—Ishida… —pronunció con algo de sorpresa. Afuera del establecimiento ya no había alumnos. No se animó a remarcar el detalle de que lo estaba esperando, pero fue Uryuu quien lo dijo.

—Te tardaste. No tengo toda la vida para esperarte, Kurosaki.

El aludido frunció la frente, ¿quién era ese Quincy altanero para apurarlo de esa forma? De repente recordó que él le había pedido ayuda con una materia, pero no habían quedado en nada formal.

—No hace falta, tampoco.

—Prefiero encargarme de eso cuanto antes, vamos.

—¿Adónde? —caminó a su lado cuando el otro emprendió la marcha. —Estudiaremos en lo de Orihime.

—En verdad, Ishida, no hace falta, con lo que me explicaste…

—Con lo que te expliqué no vas a aprobar, Kurosaki. Te falta mucho, apenas entiendes lo básico, ¿en dónde tienes la cabeza?

Ichigo conocía esa respuesta. Desde que había regresado de la guerra no había tenido una noche tranquila, todas y cada una de ellas eran asediadas por horribles pesadillas, que de quimeras no tenían nada porque perfectamente podía reconocerlas como recuerdos lejanos.

—¿Y por qué a lo de Orihime?

—En tu casa hay mucha gente y en cambio Orihime vive sola.

—Si es por eso —elevó los hombros—tú también vives solo. ¿O qué? —cuestionó con ganas de picarlo—¿Te molesta invitarme? ¿Es eso?

—Sí —contestó sin remordimientos y con tono de voz cansino.

—No voy a robarte —replicó ofendido. —Además, no es correcto que dos chicos estén a solas con una chica.

¡Oh!, era tan inocente Kurosaki, tan cándido, tan atrasado en la materia.

—Somos amigos de ella, ni que fuéramos acosadores.

—Pero ella no tiene que estudiar esta materia, y aun así…

—¡Ya! ¡¿Cual es el problema de querer ir a lo de ella?! —cuestionó fuera de sí, harto de tener que darle explicaciones. Irían a lo de Orihime, punto. No se discutía.

—Es que… prefiero estudiar a solas contigo.

Esa frase desarmó al Quincy. Los ánimos se aplacaron y ajustándose los lentes intentó acotar algo que lo sacase de esa situación, ¿por qué tenía que salirle con algo así? ¿Por qué —sin saberlo— Kurosaki decía lo que él hacía mucho tiempo atrás quería oír? Tanto que le había costado resignarse a la idea.

Ishida también prefería estar a solas con él, pero ni aunque su vida dependiese de eso pensaba decírselo. No pudo acotar nada, por lo que Ichigo se le adelantó:

 

—No te preocupes si tienes la casa desordenada, deberías ver lo que es mi cuarto ahora que Yuzu está de viaje con su curso.

—No es eso.

—¿Entonces?

Y “entonces” terminaron en la casa del Quincy. Sin saber cómo lo permitió, acabaron por tomar un rumbo distinto al pensado por Uryuu. Las cosas no le estaban saliendo nada bien. No era así como se suponía que debían darse. Suspiró; juntarlos a Ichigo y Orihime era más difícil que juntar a la hinchada de Brasil con la de Argentina en un mundial.

En su interior le pidió perdón a Inoue. Ishida al final se daba cuenta que, definitivamente, su amiga estaba muy equivocada: Él era el peor celestino de la historia. Porque claro, el plan no era terminar los dos solos en su departamento.

Ese fue un día extraño, que le sirvió a Kurosaki para caer en la cuenta de algo que venía sospechando desde antes. Y es que en medio de una batalla uno no puede —o no debe— reparar en ciertos detalles. Le llamaba la atención que en el día a día Ishida fuese ese chico rayano lo insulso, para pasar a ser un guerrero extraordinario cuando estaba en plena batalla. ¿Se había fijado en esa magnificencia por primera vez en una? No estaba seguro de cómo o cuándo pasó, pero lo veía explicándole matemáticas y caía en la cuenta de que si Ishida fuera mujer no duraría en intentar acercarse a él (o a ella), pero claro… Ishida era hombre, con todo lo que eso implicaba.

Le agradaba su personalidad, pese a que le sacaba de sus casillas. Siempre le daba guerra, siempre tenía algo para decirle o refutarle, siempre lograba hacer que él reparase en su existencia. Al final, siempre acababa pensando en él. Fuera en algo dicho o hecho ese día por el Quincy. A la noche, cuando no podía dormir por culpa de las pesadillas, terminaba pensando en él. Quizás porque estaba involucrado en esos sueños, o al menos esa era la explicación que hallaba; sin embargo no dejaba de lado que en dichas pesadillas también estaban Renji, Rukia, Chaddo, Orihime, todo el Gotei 13, los Vizards…

 

 

Sí, se había comprado un celular por Orihime. La chica le había insistido tanto y hasta le regaló uno, que no tuvo más opciones que rechazarlo e ir a una tienda para adquirir uno de esos aparatitos.

Ahora no sabía si había hecho bien o mal en hacerlo. Admitía que era útil, vaya que sí, pero un arma de doble filo, sin dudas. No, jamás le molestó que Orihime le llamase, pero había adquirido la costumbre de hacerlo a cualquier hora, cualquier día de la semana.

—No puedo dormir, Ishida.

El otro contestó algo a media lengua, todavía dormido. Se frotó los párpados y consultó:

—¿Qué pasa?

—¿Cómo haces para dormir?

—Cierro los ojos, Inoue —respondió entre bostezos.

—Ya, me imagino, nunca conocí a nadie que pudiese dormir con los ojos abiertos, aunque una vez en la tele… —Orihime tenía la facultad de irse por las ramas. Y él la escuchaba, siempre la escuchaba.

Desde que había reparado en los sentimientos de Inoue hacia Kurosaki, Ishida se había convertido en su “nueva mejor amiga”. A veces Orihime olvidaba que él no era Tatsuki, es decir: no era una chica, no sabía cómo éstas entendían el amor y todas esas cuestiones tan intrincadas… pero era bueno para escuchar y para dar consejos. Inoue encontré en él un paño de lágrimas cuando las situaciones no salían según lo esperado, porque Ichigo no se daba cuenta de nada —como era habitual en él—, lastimándola sin verdaderas intenciones de hacerlo.

Y ahora, Ishida la escuchaba hablar (no recordaba cómo terminaron hablando de Kurosaki), y ahora Orihime llorisqueaba al teléfono.

No era la primera vez que se despertaba en plena madrugada, se vestía y salía rumbo al departamento de la chica. Inoue no era normal, solían resaltar todos. Aunque disimulase y se mostrase como una chica alegre, había sido a la que la Guerra de Invierno más le había afectado. Orihime no era una chica preparada para estar en un infierno de ese estilo, Orihime no era una guerrera. Lo había descubierto cuando fueron a rescatar a Rukia: Inoue no es la clase de persona que pudiese herir a otra aunque su vida estuviese en peligro. Vio morir a muchos, vio sufrir a sus seres más queridos, y entonces tenía sólo quince años. Claro, todos tenían casi la misma edad, pero no todos asimilaban lo ocurrido de la misma forma.

Ishida, Kurosaki y Chaddo habían sufrido en vida lo que Orihime no. Ella, antes de desencadenarse toda la batalla, había sido una chica común de secundaria, aunada al recuerdo de su difunto hermano. Se había hecho fuerte, pero esas sonrisas que dedicaba intentaban ocultar lo evidente: que la más herida en esa batalla había sido ella. ¿La muerte de Ulquiorra le había afectado tanto? A Ishida no le extrañaría, siendo como era ella. ¿Ver como Ulquiorra mataba a Ichigo le había afectado tanto? Desde ya, sin quitar de lado la dantesca imagen de ver a su mejor amigo sin un brazo.

Del resto (como Rukia y Renji) se lo explicaba con lógica: eran shinigami´s —guerreros— habían vivido las suficientes centurias para saber que en una guerra la gente sufre y muere. Porque una cosa es suponerlo, hacerse a la idea, verlo en las películas e incluso razonar que sucede, pero una muy distinto es saberlo por haberlo vivido.

 

 

La chica abrió la puerta y se arrojó echa un mar de lágrimas a sus brazos. Ishida la consoló palmeando la espalda como si de un can se tratase (sí, apestaba para consolar a una dama). La sentó en una silla y le alcanzó un vaso con agua. Se movía como si fuera su casa, quizás porque ya había estado allí (y en esa misma situación) demasiadas veces o las suficientes para que un chico como él se sintiese cómodo.

—Lamento hacerte venir a esta hora —susurró ella secándose las lágrimas—sé que mañana tenemos escuela y…

—No te preocupes.

Orihime volvía a llorar, con más serenidad, porque comprendía que su actitud era infantil mas no podía evitarla. Ishida siempre acababa yendo a su rescate y él debía tener sus propios problemas como para andar pendiente de ella.

—Eres muy buena persona, Ishida.

—No, no lo soy —negó con falsa modestia, sonrió apenas y se ajustó los lentes. —¿Qué soñaste hoy? —y sin esperar respuesta acotó—¿Otra vez con Ulquiorra matando a Kurosaki?

Ella negó con la cabeza efusivamente y aferró el vaso.

—No, hoy fue distinto.

—¿En qué?

—Hoy soñé que Ulquiorra te mataba a ti —frunció la frente, como sorprendida—¿qué significará eso?

Le llamaba la atención porque las pesadillas no eran más que recuerdos, es decir, no solía soñar nada que no hubiese ocurrido, y bien sabía ella que el Quincy no había muerto en ese entonces. Sólo Kurosaki estuvo al borde (o murió) en dicho momento.

—No te preocupes, es sólo un sueño.

—Qué bueno que estás bien —volvía a llorar ella, haciendo un esfuerzo sobre humano para evitarlo—porque si tú hubieras muerto yo no sé qué haría ahora…

—Bueno, pero eso no pasó —se sentó a su lado y apoyó una mano en la nuca para que la chica recargase la frente en su pecho—ya, ya… no llores.

—Pero es que… era muy real y yo… yo no hacía nada para evitarlo.

—Será mejor que te acuestes.

—No —rogó ella incorporándose.

—No vas a volver a soñar lo mismo —consoló él, sabía que era mentira.

—¿Tú cómo haces Ishida?

—¿Qué cosa? ¿Para poder dormir? —tomó aire y se ajustó los lentes, era difícil de explicarlo—No suelo recordar los sueños y en tal caso, cuando despierto, pienso en eso… que son solo sueños, que ustedes están bien.

—¿Y qué sueñas?

El chico elevó las cejas sorprendido de que le hiciera esa pregunta de manera tan directa. No quiso responderle la verdad, así que se escabulló de ella confesando:

—Mi abuelo suele visitarme en sueños. Y a veces sueño con mi papá —en parte era sincero.

Ella sonrió, entendía que Ishida había estado en contacto con los hollows y todo ese “extraño” mundo desde que tenía uso de razón, era lógico que estuviese más preparado para una guerra, que no tuviese pesadillas en el presente. Tal como le debía pasar a Rukia y Renji. Pero claro que nadie dormía en paz, de cierta forma las pesadillas están, sólo que con el tiempo se terminaban acostumbrando a ellas a tal punto de no recordarlas o ignorarlas, con la fuerza suficiente para lograrlo.

—No quiero que te vayas —suplicó ella.

—Verás con el tiempo las pesadillas dejarán de molestarte, ahora porque fue relativamente hace poco, pero el tiempo… el tiempo te va a ayudar.

—Igual, no me dejes sola —pidió en un murmullo. Odiaba depender siempre de alguien, pero como si pudiese evitarlo.

—No te preocupes, me quedo —la ternura que le embargaba cuando Inoue estaba en una crisis era inconmensurable.

La llevó hasta el tatami y la recostó tapándola hasta el cuello, pero ella sacó una mano para jalarlo y obligarle a que se acostase a un lado. Ishida ahogó una risa, porque Inoue se abrazó a él como naufrago al bote, sólo para asegurarse que no se escaparía a mitad de la noche como solía hacer.

No dejaba de sollozar, haciendo lo imposible para que no se notase y logrando lo opuesto. Ishida podía sentir la humedad en la mano que le acariciaba la mejilla. Ya no sabía cómo consolarla, ya no sabía qué hacer para lograr que ella se sintiese mejor, si tan sólo Kurosaki cooperase un poco para hacerle la vida más sencilla, para hacerla feliz. Pero su indiferencia mataba día a día a Orihime. No lo hacía de forma intencional, Ishida había notado que Kurosaki se mostraba apartados de todos por igual, no había diferencias, pero entendía que a Inoue le doliese más que al resto.

Ya no sabía qué hacer para consolarla: le acarició el pelo, tan sedoso y perfumado como solía tenerlo, la abrazó con fuerza, para hacerle sentir que no estaba sola como ella creía. Y le besó delicadamente la frente de la misma forma que solía hacer su hermano cuando estaba triste; pero el siguiente beso no fue fraternal, y para cuando quiso reparar en el detalle ya no había marcha atrás.

Los besos depositados en los labios de la chica fueron suficientes para calmarla. Eran besos superficiales en cuanto al tacto, pero esenciales para que ella lograse entender que Kurosaki no era el único humano en la tierra, y que su vida no giraba en torno a él.

Se quedaron dormidos —entre beso y beso— cuando la noche comenzaba a clarear.

Despertaron sobresaltados, la fuerza del sol les daba la pauta de que se habían quedado dormidos para llegar a tiempo a clases. No tenían minutos de más ni para desayunar si querían llegar a tiempo, pero Ishida necesitaba sí o sí ir a su departamento para cambiarse y recoger los útiles al menos. Orihime preparó un desayuno exprés pero Uryuu prefirió irse. Odiaba llegar tarde. Ella le pidió disculpas, porque sabía que al Quincy le ponía de malas faltar a clases, pero él le sonrió con calidez dándole a entender que no le importaba.

No hablaron de lo ocurrido en la noche, de cierta forma sentían que no necesitaban hablar o aclarar nada.

En esa semana no hubo otros besos, no hubo miradas distintas ni actitudes que podría tener alguien enamorado, como tomar la mano del pretendido o la pretendida. El fantasma de Kurosaki seguía rondándoles, y más que fantasma era algo tangible y real, porque Ichigo iba a la misma escuela que ellos demostrándole cuánto peso tenía él en sus vidas y cuanto los condicionaba.

Ishida se sentía más desorientado que Adán en el día de la madre, ¿cómo se suponía qué seguía todo? Durante la hora del almuerzo intentó preguntárselo a Orihime.

—¿Sigo insistiendo con Kurosaki?

Ella lo miró con asombro. Habían quedado, antes del beso, en que Ishida haría lo imposible para lograr que Kurosaki aceptase pasar tiempo con ellos, aunque fuese en grupo y no a solas como a Orihime habría preferido.

—Pues —no supo qué responder. Porque la pregunta era muy general; por supuesto que le interesaba integrar al grupo a Ichigo, éste se mostraba muy apartado de todos y estar solo no es bueno, menos para la clase de persona que era Kurosaki. Sin embargo Orihime no entendía si el Quincy aún pretendía ayudarla con el shinigami sustituto en su papel de celestino. La chica, luego de mucho pensarlo, sonrió de oreja a oreja y acotó—: ¡Claro! —Kurosaki necesitaba de ellos—Eres el único que puede.

Ishida seguía sin entender por qué “él”. Admitía que Kurosaki tenía reacciones con él. Desde que regresaron a la vida ordinaria, Ichigo parecía ser un ente vacío, ya sin vida o sin motivaciones. Parecía más taciturno que de costumbre, ajeno al mundo circundante, salvo cuando Ishida se le acercaba. Entonces todos veían que Ichigo volvía a ser el de antes. Quizás porque el Quincy sabía qué decirle para hacerle reaccionar, fuese en una discusión o altercado. Una pequeña chispa de vida se veía en los ojos del shinigami cuando trataba de contraatacar alguna agresión del Quincy. Agresión intencionada, con el único fin de “despertarlo” y traerlo de vuelta.

Y todo eso había comenzando a rendir sus frutos, Ichigo permanecía más en el grupo, buscaba excusas para pedirle ayuda al Quincy, a tal punto que a éste ya no le extrañaba la idea de que se le apareciese un día rogándole por un consejo de costura. A Ishida al principio le divertía, porque Kurosaki no sabía disimularlo, pero en el último tiempo, y luego del beso con Orihime, ya no le resultaba tan divertido. Recibir las visitas del shinigami no era algo planeado, y maldita sea la vez que lo llevó a su departamento, ahora tenía su dirección y no se molestaba en aparecerse sin aviso con alguna excusa patética para verlo.

En el fondo le agradaba, desde ya, pero se suponía que él tenía que ayudarla a Inoue abriéndole los ojos a Kurosaki, demostrarle que ella le quería y que podía hacerle feliz, aunque fuese un poco, o mucho. Y aunque la idea había sido acercarse al shinigami comenzaba a notar que esa cercanía era peligrosa.

—¡Kurosaki, deja de buscar siempre una excusa estúpida para venir a molestarme! —reclamó, ya harto de todo el teatro.

Pero Ichigo sabía que al Quincy le gustaba. Podía ver en los ojos de éste cuánto le deseaba y cuánto le emocionaba verle.

—¿Y para qué me abres la puerta? —reclamó con una tenue sonrisa.

—Porque tengo educación —dijo con mal talante.

—Bueno, está bien, lo admito —reconoció con un poco de nerviosismo—, es una excusa pero… admite tú también que te agrada.

Porque de no ser así le hubiese puesto un freno desde mucho antes.

—A ver Shinigami —pronunció entre dientes cruzándose de brazos—para que te quede claro: no fantasees con imposibles.

Pero Ichigo lo veía, en los ojos oceánicos del joven, lo mal mentiroso que era. Prefirió demostrarle su punto, cuán equivocado estaban de la mejor manera. Lo acorraló contra la pared y le robó un beso. Uno torpe, desesperado, pero que fue correspondido con creces. Ichigo sintió su corazón palpitar con ímpetu, lo que había hecho era muy arriesgado pero estaba tan seguro gracias a las miradas del Quincy, que no podía dudar. Y ahora se sentía feliz de comprobar que tenía razón.

Se separó de él sonriéndole, pero esa sonrisa se borró de un plumazo cuando una trompada le hizo voltear la cara.

—¿Qué te pasa, Ishida?

—Te desubicaste —reclamó con un dedo en alto.

—Vamos —reclamó estupefacto—¡si me correspondiste el beso!

—No es cierto —negar, lo mejor era negar todo hasta las últimas consecuencias.

—¡Vamos!… si sentí como tu lengua me auscultaba la laringe.

—Pero qué… —no supo qué calificativo darle—qué ordinario eres, Kurosaki —negó, incrédulo.

—Me estás histeriqueando.

—Para nada… y ahora vete de mi casa —señaló con el brazo extendido hacia la salida.

—Está bien, yo me voy —aceptó con calma—pero si tú reconoces que te pasa lo mismo que a mí.

—No sé qué te pasa a ti, Kurosaki. Intuyo que enloqueciste de golpe o…

—Te gusto —reclamó él, en vez de preguntarlo o afirmarlo.

Ishida no respondió, porque sabía que era mal mentiroso, porque sabía que de hacerlo iba a embarrarse hasta el cuello. Lo mejor era echarlo a Kurosaki, quedarse a solas y meditar bien al respecto, porque aunque no quisiese su mente se empecinaría en encontrarle razones a todo.

Ichigo se fue conforme con el silencio del Quincy, porque para él había sido una respuesta más que satisfactoria. Afuera del departamento sintió como le cerraban la puerta en la espalda. Se llevó la mano a la mejilla y, estando a solas, se permitió reflejar un gesto de hondo dolor. Pegaba fuerte el Quincy… en todo sentido.

Sonrió, ese beso había sido la mejor respuesta. A Ishida le pasaba lo mismo, ¿tendría miedo? Quizás, pero él era paciente, podía esperarlo, podía ayudarlo a asimilar y aceptar que ellos dos se deseaban, incluso desde mucho antes de comenzar a sospecharlo. Y cuando Kurosaki pensaba en deseo no lo hacía en cuanto al sexual, si no con el afán, la ambición de poder hacer al otro parte de su mundo, de sus días y de su vida.

Para Ishida ese beso no significaba nada, como tampoco había significado el que se dio con Orihime. Se mentía, al menos, para evitar tener que aceptar que estaba envuelto en una telaraña, en una situación difícil de la que no sabía cómo salir.

Estimaba a Orihime, en los últimos días mucho más de lo que había llegado a vislumbrar. Y se prometió, una y mil veces, no lastimarla de ninguna forma. No podía ser responsable de una cara triste y, siendo como era Inoue, algo así podría llegar a devastarla.

Él no lo permitiría, seguiría secando las lágrimas de Orihime y cuidaría de que nada ni nadie la lastimase. Ya había sufrido demasiado y no se lo merecía.

Verla a los ojos, después del beso con Ichigo, había sido mucho más difícil de lo especulado; pero no tenía tampoco porqué sentirse culpable, los sentimientos de Orihime no eran claros, mientras tanto ¿él qué haría? ¿Quedarse a la vera del camino, esperando por alguna señal que le indicase qué decir o hacer en el momento oportuno?

Fue Inoue la que tomó una decisión, íntima y personal pero que involucraba a Ishida logrando que lo afectase a él. Tomó la decisión de darle el lugar que pretendía para Kurosaki. No más esperar, no más lamentarse. El Quincy se merecía que alguien le demostrase cuánto valía, cuánto podían llegar a quererlo si él lo permitía. Lo querría tanto o más que a Ichigo, de ser posible. Le devolvería con amor todo lo que el quincy había hecho por ella.

Y así, la tormenta daba inicio. Una canción dice: “La vida tiene una manera divertida de molestarte. La vida tiene una manera realmente divertida de ayudarte. Es irónico, ¿no lo crees?”

Era irónico para Ishida descubrir que a veces los deseos más anhelados y enterrados en uno, pueden hacerse realidad en el peor momento, incluso cuando ya no se quiere o se pretende que se hagan realidad. Cuando ya se ha resignado a la idea y se ha tomado otro camino.

 

Continuará…

Notas finales:

 

 

 

 

Ni idea de cuántos capítulos serán. En sí la idea no es muy complicada (en cuanto a la extensión que necesitaré para contarla), pero siempre que cálculo lo hago mal, así que me ahorro la especulación.

 

 

 

Muchas gracias por leer ^^ y espero que les esté gustando (en especial a Liz xD)

 

Ah, la frase del capítulo es de Platón, y la pequeña estrofa del final es la canción “Ironic” de Alanis Morrisette.

 

 

 

17 de octubre de 2010

 

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.


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