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Dear Life por yuukiyuki

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Notas del capitulo:

Todos los personajes y la trama original de Gravitation, son propiedad de Isaac Newton...no es cierto xD, de la sensei Maki Murakami y quienes pagaron sus respectivas licencias, yo solo los uso para perturbar sus mentecitas n.n

NO IGNOREN ESTE AVISO! esta historia es estrictamente para mayores de 18 años. Contiene altos niveles de drama y angustia, así como temas adultos, violencia gráfica, física y psicologica

Creada en conjunto con la autora Nekane Lawliet, de fanfiction.net

No era la primera vez que Bad Luck ganaba un Disco de Oro, pero aquella vez era especial. El nuevo álbum de la banda llevaba apenas un mes en venta y sí, seguramente Shuichi, con todas sus ganas, intentaría convencer a Yuki de que lo colgaran en el apartamento, justo sobre la cabecera de su cama como si se tratara de un Santo digno de adoración. El rubio suspiró, encendiendo las direccionales de su auto, pues tendría que dar vuelta a la izquierda para, por fin, llegar al bendito estadio donde se presentaba su cantante.

El otoño había entrado con fuerza en Japón, el viento era frío y calaba los huesos; el silencio que reinaba era perturbador. Únicamente su solitario automóvil pasaba por la avenida sin perturbar la calma, más bien parecía contribuir a ella. Era cerca de la medianoche, las calles estaban completamente desiertas, de momento claro está.

Yuki ya lo veía venir. Teniendo que pitar furiosamente a los estúpidos fanáticos del cantante que tratarían desesperadamente de tomar una fotografía aficionada de su novio y de él juntos, seguramente para presumirla a sus tontas amiguitas, en el mejor de los casos, o venderla a algún tabloide. En realidad, lo de siempre.

Gruñó para sus adentros, repitiéndose mentalmente el motivo por el que no estaba en su casa tomándose una cerveza y en su lugar estaba ahí, conduciendo en dirección al estadio donde era el concierto. Una sonrisa se instaló cómodamente en sus labios al pensar en la "agitada" noche que tendría por delante, las promesas de todo lo que haría con él, motivo de la alegría que sentiría, lo hacía estar medianamente de buen humor y eran precisamente aquellas mismas promesas las que lo habían obligado a levantarse de su cómodo sofá, dejar de lado el maratón de Criminal Minds e ir a recoger al peli-rosa, recordando "repentinamente" la llamada que Seguchi le había hecho para avisarle del gran acontecimiento.

Los gritos desaforados de las fans comenzaron a hacerse oír, augurando el cada vez más cercano estadio. Gritos y música, todo juntándose en un atronador bullicio que invariablemente llegaba hasta sus oídos, haciendo vibrar los cristales del Mercedes. Le dio la vuelta al estadio y mostró el pase que su cuñado le había proporcionado para aquellas situaciones, siendo guiado al sitio donde esperaban las camionetas y los guardaespaldas que trasladarían a la banda en cuento ésta saliera del concierto.

Estacionó y miró el reloj de mano, calculó que aquella sería la última canción del concierto. Encendió un consabido cigarrillo y decidió invocar a toda su paciencia para esperar lo que faltaba del concierto, contentándose con fantasear en la bendita noche que tenía por delante. Incluso había adelantado el trabajo de dos días en su novela para no tener que preocuparse por despertar temprano en la mañana.

La canción terminó en medio de vítores y aclamaciones entre las que distinguió la voz de Seguchi pidiendo silencio y llamando a Bad Luck a reunirse con él pues tenía una sorpresa para la banda. El nuevo álbum que la gira estaba promocionando, acababa de alcanzar el Disco de Oro y Sakuma Ryuichi iba a entregárselos justo ahí.

Guardándose la mueca de desagrado ante la sola mención del castaño cantante, Yuki casi fue capaz de vislumbrar los ojos de Shuichi prácticamente saliéndose de sus cuencas por la sorpresa. Lo pudo ver dando saltos y gritando como una de sus fanáticas y podría haber jurado que sus chillidos de alegría se oían hasta ahí.

—Imbécil… —musitó, bajando la ventanilla eléctrica del auto para exhalar el humo del cigarrillo. Aunque, quizás más imbécil él mismo porque esa maldita sonrisa se negaba a borrarse de su rostro.

Cerró los ojos, exhalando humo una vez más y chupando de la colilla casi en el mismo instante. Esperar no era ciertamente una de sus actividades favoritas, menos aun cuando tenía que esperar por tanto tiempo —aunque sólo llevaba ahí cinco minutos—. Pronto, las puertas de esa enorme jaula donde las fangirls estaban congregadas se abrieron y el estadio vomitó olas gigantes de un mar de gente que salían con sonrisitas estúpidas estampadas en el rostro. Los admiradores tenían, todos, la cara iluminada, gritando a falta de palabras que lograran explicar la emoción que sentían en el pecho por haber estado junto a su ídolo en un momento tan importante para él.

Subió las ventanillas de su auto. Desde aquel sitio, prudentemente alejado de las chicas, las veía pasar como si nada, restándoles importancia como ellas se la restaban a él. Muy probablemente lo único que tenían en común era su razón de estar ahí a semejantes horas de la noche: Shuichi.

Todavía le dio tiempo de fumar tres cigarrillos más antes de que los últimos grupos de fans salieran del estadio y su peli-rosa apareciera vestido con ropa más casual, acompañado de Hiroshi y Suguru, además de su rubio cuñado y ese loco del peluche rosa.

Quitó las llaves del auto, se las guardó en la bolsa de su saco y salió poniendo el seguro a las puertas para después recargarse en el cofre, cruzando los brazos sobre el pecho en actitud de quien lleva años luz esperando y con aura de galán de balneario, esperando a que Shuichi se diera cuenta de que él estaba ahí.

Entornó los ojos y le clavó la mirada gatuna a Shuichi como si deseara atravesarlo de lado a lado. El cantante, como si se hubiera estampado de frente contra un macizo muro de piedra, se quedó petrificado en su sitio, callando sus alaridos y deteniendo sus saltitos de alegría. Un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal como una corriente eléctrica y sintió un cosquilleo en su estómago, igual que si millones de polillas hubieran alzado el vuelo, porque mariposas, a esas alturas, no eran. Sólo había una persona en el mundo capaz de provocar aquellas sensaciones juntas sin siquiera haberse hecho notar.

Shuichi giró sobre su eje, escaneando todo el sitio hasta toparse con Yuki, justo ahí, frente a él, recargado en su Mercedes con los brazos cruzados, mirándolo con esos hermosos ojos de gato que poseía. El corazón le pegó un brinco, iniciando la misma carrera frenética que pegaba cada vez que veía a su novio; el maldito órgano aún no se acostumbraba a verlo tan guapo pese a los años transcurridos y seguía portándose como el corazón de un niñato enamorado, pero ¿qué mierda importaba? ¡Yuki estaba ahí!

—¡YUKI! —exclamó con un chillido emocionado y se lanzó a sus brazos cual tigre sobre su presa.

No respondió al efusivo recibimiento y se limitó a dejarse abrazar. ¿Yuki Eiri mostrando afecto en público? Sí, claro…

El resto de la banda los miró entre sorprendidos y contrariados, pero una mirada del escritor bastó para que K decidiera guiar a los otros dos miembros de Bad Luck rumbo a sus respectivos autos. Tohma, por su parte, permaneció ahí, mirándolos con una mueca que podía ser interpretada como una sonrisa, aunque nadie estaba muy seguro de sí lo era o no. Ryuichi, sintiéndose sorpresivamente indignado, se acercó a la pareja y colocó su mano sobre el hombro del cantante, este giró el rostro, sonriente y agradeció repetidas veces cuando el castaño le entregó el cuadro en el que estaba enmarcado el premio recibido.

Shuichi dijo algo que Yuki no escuchó por estar más ocupado lanzándole una mirada asesina al cantante de cabellos castaños, advirtiéndole en silencio que alejara "lentamente" su mano del peli-rosa y no saldría lastimado. Pero el otro se limitó a regalarle una sonrisa llena de cinismo.

—Gracias, Sakuma— dijo con evidente sarcasmo, esbozando una sonrisa de lo más falsa que se hubiese visto, rodeando son su brazo los hombros de Shuichi—. Ya puedes irte, él está bien, CONMIGO. — Había resaltado su última palabra, dedicada especialmente al ídolo de su pequeño tormento rosa. Hacía ya un tiempo que había superado el hecho de que, quisiera o no, Ryuichi no se separaría del lado de Shuichi, ni este de él, así que ahora sólo podía mirarlo amenazantemente y esperar a que sus ganas de golpearlo se apaciguaran con sólo eso. Pero los celos que nacían en su bajo vientre y se dispersaban por su cuerpo no parecían querer cederle terreno a la prudencia.

—¡Yuki! No le hables así a Sakuma-sama —regañó el chico, fingiéndose enojado; mas el escritor no hizo mayor caso. Quitó el seguro de las puertas y metió dentro del auto, con rudeza, al cantante, para después rodear el vehículo y entrar él también, escondiendo a su precioso amante detrás de los vidrios polarizados del Mercedes, lejos de Ryuichi.

—Hey, Yuki. ¿Qué esta…?— Se vio interrumpido por los labios del rubio sobre los suyos y ¿qué podía hacer Shuichi contra eso?, absolutamente nada en realidad. Su cabeza siempre quedaba en blanco cuando él lo besaba, haciendo que pensar pareciera una tarea absurda.

Shuichi rodeó la nuca de su amante con su mano, acariciando las suaves hebras doradas y suspirando sobre sus labios. Yuki se inclinó más sobre él, quedando casi recostado, haciendo maniobras imposibles para trasladar el Disco de Oro al asiento trasero para que no les estorbara. Rodeó la cintura del cantante con su brazo, pegándolo a su cuerpo, acariciándole la cadera con el pulgar, el menor gimió, ahogándose entre besos. Sin embargo, el beso terminó invariablemente cuando Yuki recordó que también debía respirar y que tenía que aguantarse hasta llegar al departamento. Se separaron, abrochó el cinturón de seguridad de su amante y tras colocarse el propio, sin una palabra, el escritor encendió el auto, dejando atrás el estadio y al resto de la banda.

El escritor avanzó a toda velocidad por las calles, cruzando la ciudad en menos tiempo del que se debería según las reglas de tránsito, tomando atajos y a punto de arrollar a más de un grupo de fanáticos que habían reconocido el Mercedes de la pareja. Shuichi sonreía y miraba a todas partes, pero el escritor frunció el ceño: ¿Y bien? ¿Cuándo iba a empezar a chillar, jodiendo con su maldito premio? ¿A qué hora iba a empezar a contarle lo bien que había salido el concierto? A hacer su escándalo de siempre.

Estaba consciente de que tal vez pareciera que no prestaba ni un ápice de atención a lo que el cantante dijera, pero sí que escuchaba su inacabable perorata, por más molesta que ésta fuera. Jamás iba a admitirlo, pero la voz de su amante y esa risa suya lo tenían encantado y eran capaces de borrar su mal humor sin darse cuenta. Además, la aparente indiferencia que mostraba nunca había sido motivo para mantener en silencio a Shuichi, por ello bajó la velocidad, sólo lo suficiente para no estamparse contra algo y poder desviar la mirada del camino hacia su novio, tratando de descubrir qué era lo que le tenía tan callado.

Descubrió que estaba embelesado mirando el premio con una sonrisita tonta. Se permitió sonreír, aunque la realidad era que no habría podido evitar hacerlo aún si se hubiera negado.

—¿Y bien? —preguntó con la voz rozando lo átona, aparentemente indiferente.

—¡Conseguimos el Disco de Oro, Yuki! ¡¿Ya lo viste? ¡Está grandioso! —dijo con una enorme sonrisa, mostrando todos los dientes. Así estaba mejor, pensó el rubio, así le gustaban más las cosas— ¡¿Puedes creerlo? ¡El álbum lleva sólo un mes a la venta!

—Eso demuestra que tus fans son idiotas—sentenció, con la mirada al frente, pero notando la mueca ofendida que compuso el menor—. ¿Quién en su sano juicio aguanta tus berridos durante tres horas completas?

Por supuesto que no iba a decir que él estaba entre ese grupo de locos; que cuando nadie lo estaba observando veía los videos o escuchaba los discos de Bad Luck uno tras otro aún más veces que cualquiera de las psicópatas fans de Shuichi —podía apostar su médula espinal a que sí—, sólo para escuchar a su peli-rosa cantándole. Porque le cantaba sólo a él ¿verdad?

—¡Yuki! —Cruzó los brazos, haciendo un puchero y desviándole la vista— ¡No seas grosero conmigo!

—No soy grosero, soy razonable— respondió, asintiendo ligeramente para enfatizar sus palabras, divertido por lo fácil que era hacer rabiar a Shuichi.

—¡Pero Yuki! —chilló este, mirándolo indignado— Hasta Sakuma-sama fue a darnos el premio. ¡Sakuma! ¿No es increíble? —preguntó, viendo un punto perdido en el espacio con los ojos enormes y brillantes. Y gracias a eso, Yuki recordó porqué se ponía de mal humor cada que alguien mencionaba ese nombre. Shuichi ya no era capaz de hablar sobre su trabajo sin pronunciarlo en cada oración y él sólo sabía que si escuchaba la palabra "Sakuma-sama" una vez más, tendría que romper algo.

Soltó un bufido e inconscientemente aumentó la velocidad.

—¿Increíble? ¿Qué tiene de increíble? Lo llevan cada que les van a dar un puto premio, casi parece que Tohma no tiene a otro retrasado mental trabajando en su enorme disquera, que pudiese hacerle el favor.

—Yuki. ¿Por qué siempre lo arruinas? —se quejó el pequeño, encogiéndose en su asiento tristemente. El rubio no dijo nada ni el menor tampoco, esas disputas estúpidas pasaban a cada rato entre ellos dos, sólo faltaba esperar a que a ambos se les pasara el enojo.

Yuki alargó su mano un momento, lejos de la palanca de velocidades y buscó ponerla sobre las del peli-rosa. Aquella era una noche especial y no estaba interesado en arruinarla por culpa de ese energúmeno del conejo.

—No seas tan llorón—le dijo con voz neutra; mas el peli-rosa apartó su mano con cierta brusquedad, haciendo también una mueca.

—No soy un llorón, Yuki. ¡Es que tú siempre lo arruinas con tus comentarios! —soltó al fin, haciendo ademanes para denotar su molestia— ¿Tanto te cuesta guardarte tus opiniones de Sakuma para ti solo? —inquirió sin haber dejado de mirar por la ventana mientras hablaba y gesticulaba, negándose a dirigirle la mirada a su rubio amante, quien, por su parte, ahora tenía ambas manos tensadas sobre el volante.

No, no podía guardarse sus comentarios para él mismo. Si lo hacía tendría que cambiarlo por algo más, un vicio por otro, y estaba seguro de que a nadie le gustaría que él saliera a la calle y comenzara a golpear a cualquiera que se le parase enfrente.

Imaginarlo era risible: "¡Hey!, ¡¿Qué demonios sucede contigo, hombre?", "Sakuma-sama…" respondería Yuki, dejando al chico con la nariz sangrante y yendo a buscar otra víctima a su ira contenida, y todo porque su novio no quería que expresara su humilde opinión. Ridículo, habría dicho.

Podría haber aceptado que le dijera cualquier cosa. En serio cualquier cosa. Que era un insensible por no haberlo felicitado, aunque se sentía muy orgulloso. Que era muy frío al decirle que berreaba al cantar, cuando no era cierto. Incluso que era un idiota por siempre matar el momento, pero no aceptaría jamás que defendiera a Sakuma Ryuichi. ¡¿Por qué?

—Si tanto te agrada, ¿por qué no fuiste con todas tus cosas a pararte frente a su puerta en vez de la mía? — preguntó, sintiéndose inmediatamente ridículo por el tono resentido en el que había hablado.

—Pues porque no sabía dónde vivía… —Se le ocurrió soltar entre dientes. Grave error.

Los dedos del mayor se tensaron, haciendo crujir sus nudillos. Su mirada se volvió torva y sanguínea cuando escuchó aquellas palabras pronunciadas sin haber sido pensadas antes, pero que, finalmente, habían sido dichas y habían herido muy hondamente el orgullo de Yuki Eiri. Sin embargo, peleó contra sus impulsos, manteniendo precariamente al margen toda su furia.

—Por supuesto—dijo, masticando horrorosamente las palabras—. Seguramente él te trataría mejor que yo ¿no es así? —preguntó, sin saber realmente si deseaba una respuesta.

—¡Pues la verdad sí! —explotó Shuichi, con las cejas muy juntas y ofendido en lo más hondo— ¡Al menos él me dice un par de bonitas palabras de vez en cuando! ¡No como tú!

Yuki pisó el freno del auto tan de improvisto que si Shuichi no hubiera tenido puesto el cinturón de seguridad, seguramente había salido disparado por el parabrisas. ¡¿Qué no le decía, putas, vergas, bonitas palabras? El bastardo mocoso era peor que una mujer, claro que le decía palabras bonitas como aquella vez que…o cuando…Bufó de repente, que en ese momento no recordara ninguna vez definitivamente no significaba que nunca lo hubiese hecho.

Asustado, Shuichi miró a Yuki, que tenía tal expresión en el rostro que lo único que cruzó la mente del cantante fue salir huyendo lejos de él y de sus puños, pero no lo hizo porque sencillamente su cuerpo se había paralizado, negándose a obedecer la orden de abandonar el sitio.

El rubio golpeó el volante con los puños varias veces, gruñendo totalmente encolerizado. Las aletillas de la nariz le palpitaban, tenía las orejas rojas y respiraba ruidosamente, dándole la pinta de un gato erizado.

—Yuki…yo no…

—Je…— Yuki sonrió con autosuficiencia, aparentando una calma que no sentía.

—Yuki…—llamó nuevamente su novio, con la voz ahogada por el nudo que se le había formado en la garganta.

—¿Entonces qué haces acá? —preguntó apretando tan fuerte el volante que los dedos comenzaban a ponérsele blancos.

Shuichi se desabrochó el cinturón e intentó acercarse al escritor, pero él lo botó de un empujón, estrellándolo contra la ventana. El rubio estaba hirviendo en celos de tal forma que no pareció darse cuenta. Lo habría aprobado, por supuesto, que Shuichi admirara a alguien más que no fuera él, que defendiera a alguien más que no fuera él, porque lo había hecho antes; sin embargo, que lo comparara con ese energúmeno del peluche había traspasado todos sus límites. Porque Shuichi era suyo, suyo y de nadie más. Nadie tenía derecho de estar en su corazón además de él, porque ese corazón le pertenecía exclusivamente a Yuki.

—¡Pues llegando a MI casa, tomas TUS cosas y te largas! ¡Vete a joderle la vida a Sakuma si tanto lo deseas y déjame en paz a mí de una buena vez! ¡Que lo único que has hecho es joderme la puñetera existencia!

Yuki golpeó el volante con el puño una vez más, sobresaltando a Shuichi que se había encogido lo más que podía en un rincón entre el asiento y la guantera. Pero el escritor no lo había hecho por sentirse enfadado ni por su rabieta de celos, acababa de darse cuenta de lo que había dicho y deseaba con todas sus fuerzas disculparse, decir que no era cierto y que si Shuichi se iba, él no sabría qué hacer con su vida; pero su estúpido orgullo no lo dejaba y las palabras parecían morir en su garganta y era eso lo que le había hecho enfadar aún más.

Shuichi ahogó un sollozo y peleó contra las lágrimas por un largo e interminable minuto. Podía ser muy expresivo y berrinchudo, pero sabía en qué momentos el rubio no estaba de humor para aguantarlo. Yuki estaba asustándolo de veras.

—Me asustas…Yuki…—murmuró en voz baja, casi inaudible, buscando a tientas la manija de la puerta para salir corriendo.

No quise decir eso—pensó, pero eso no fue lo que finalmente dijo—. Cállate de una vez…—ladró, chirriando los dientes.

Shuichi tragó saliva, las lágrimas se agolparon en sus ojos y por más que deseó contenerlas, éstas se rebelaron contra sus deseos y se precipitaron sobre sus mejillas. Yuki tenía la frente pegada al volante, respirando ruidosamente, jadeaba como si hubiese corrido un maratón y el enfado le hubiera arrebatado todas las fuerzas del cuerpo. A Shuichi eso le asustaba, porque a sus ojos más bien parecía que el escritor estaba tomando aire para poder seguir, para agarrarlo a golpes ahí mismo y, aunque sintiera que en verdad lo merecía por la soberana estupidez que había dicho, su instinto de supervivencia le gritaba que saliera de ahí.

Su mano por fin alcanzó la mentada manija de la puerta y al abrirla, cayó de espaldas al suelo pues estaba recargado en ella. Yuki reaccionó al escuchar el golpe y lo miró fijamente, esperando a las reacciones de su amante. El peli-rosa, con los ojos algo desorbitados, se puso en pie rápidamente y corrió tan rápido como sus delgadas piernas se lo permitieron; al verlo, Yuki también salió del auto, sin preocuparse en ponerle el seguro a las puertas y apenas alcanzando a quitar las llaves. Corrió tras él, podía ser que fuera lo suficientemente orgulloso y egoísta para no disculparse, pero no lo era para dejarlo ir. Pero Shuichi era más veloz que él y se maldijo por haber iniciado sus vicios a tan temprana edad. Ahora se cansaba demasiado rápido, había visto ancianos en los programas de variedades que corrían mucho más rápido que él

Shuichi entró a un edificio y apretó con desespero el botón del ascensor, las puertas se abrieron y casi se parte el dedo por la fuerza con que apretó el botón de un piso, no vio cual, casi lo había presionado por mero instinto. Sin embargo, contra todos sus deseos, las puertas no se cerraron antes de que Yuki pudiera adentrarse entre esas cuatro paredes de metal brillante.

—¡Yuki, perdóname! ¡Soy un idiota! ¡Te amo! ¡LO SABES! ¡No me pegues por favor!—gimió el chico, escurriéndose al piso con los brazos protegiéndole la cara.

El rubio, al verlo en ese estado tan alterado, y después de tomar enormes bocanadas de aire, pudo componer en su rostro la expresión más inofensiva que logró estamparse, acuclillándose delante del cantante. De repente, al darse cuenta en el sitio donde se encontraban, se había acordado del primer beso que le había dado a Shuichi; también había sido en un elevador, solo que el papel del perseguidor y el perseguido habían estado invertidos.

Lo miró unos instantes más y sin pensarlo, lo abrazó pasándole los brazos alrededor muy lentamente. El menor estaba tan asustado que un estremecimiento lo había recorrido de pies a cabeza al sentir el contacto. Lo obligó a levantar el mentón y no hubo aviso previo, no hubo miradas ni palabras, simplemente lo besó, esperando transmitir con ese sencillo gesto todo lo que no podía con palabras. Pese a todo, el beso le supo agridulce.

El elevador emitió un pitido agudo, anunciando que habían llegado a un piso y las puertas se abrieron, revelando un pasillo conocido por ellos dos. Yuki, como si ese sonido lo hubiera jalado de un mundo a otro, miró a su alrededor: habían llegado a casa sin darse cuenta.

—Vamos—le susurró al oído, poniéndose de pie y extendiéndole una mano. Shuichi miró con desconfianza la mano que le era extendida, pero al final la tomó y el rubio lo puso de pie de un jalón, apresándolo con un brazo por la cintura, pegándolo a él. Se miraron y el rubio permitió que una de las comisuras de sus labios se curvara en una sonrisa tierna, después le tomó la mano con fuerza, guiándolo fuera del elevador hacia la puerta del departamento.

Abrió la puerta con movimientos mecánicos: introducir llaves, girar, mover la perilla, abrir puerta, entrar. Como si fuera sólo un robot programado. Soltó la mano de su amante únicamente hasta que los dos entraron a la casa. Se dirigió a la cocina, dejando a Shuichi plantado en el recibidor, con la cabeza gacha y los ojos fijos en sus pies, en esos precisos instantes el menor tenía cara de sentirse como un intruso en esa casa.

—Shuichi—lo llamó y el aludido pegó un brinco al oír su nombre. No se había dado cuenta del momento en que el rubio había vuelto a pararse frente a él a una escasa distancia—. Ya no hay nada para celebrar—dijo, con la voz prácticamente un susurro.

El peli-rosa no pareció entender sus palabras, pues emitió un sonidito de incredulidad. ¿Celebrar? Ni él mismo tenía ganas ahora, pero debía intentar arreglar las cosas de alguna manera.

Yuki se acercó a él, tomó su mano y tras acariciarla con el pulgar, puso un generoso fajo de billetes en ella al mismo tiempo que colocaba sus labios sobre su frente en un beso de aquellos que eran tan raros entre ellos como el paso de los cometas. Era un beso que era sólo eso, un beso casto y cariñoso que no duró más de un segundo.

—Ve y compra lo que tú quieras—dijo con voz amable. Shuichi lo miró como si no hubiera escuchado bien y buscara confirmar sus palabras.

—¿Qué quieres tú? —murmuró con la voz ronca por la garganta seca.

—Lo que tú quieras—repitió, serio. Shuichi asintió, girando sobre sus talones dispuesto a irse.

—¿Desde cuándo es lo que yo quiera? —murmuró muy bajito, seguramente sólo hablando para sí mismo, pero el rubio logró escucharlo y sintió una punzada de dolor en el pecho.

Él sabía que la mejor manera de disculparse definitivamente no era mandándolo a traer alcohol. Vamos, si era como pedirle que recogiera la basura de su propia fiesta; pero así tendría tiempo para pensar, calmarse e invocar a todo el valor del mundo para lograr pronunciar una disculpa que Shuichi realmente merecía.

Soltó un largo suspiro, tenía los nervios crispados y una fea punzada en las sienes, que sentía como si le hubieran estrellando una botella contra la cabeza. Debía dejar de ponerse así por nimiedades de esas.

Entró a la cocina y empezó a preparar algo para cenar, únicamente porque necesitaba hacer algo. Pasó el tiempo y de pronto pareció recordar que era de noche y que no había razón para que Shuichi estuviera tardándose tanto, la tienda de veinticuatro horas no tendría nada de gente. Tomó aire una vez más y sus ojos fueron a dar al reloj sobre la mesita de centro, eran casi las dos treinta de la mañana; y se preguntó por qué diablos había dejado salir solo, a esa hora, con un enorme fajo de billetes, a Shuichi. Tomó las llaves del departamento y las del auto, mascullando palabras que sólo él entendió, saliendo en busca de su novio.

Al salir del edificio, rebuscó en sus bolsillos hasta dar con el móvil. Era como una pieza de jabón plateada o al menos él lo sentía igual de escurridizo, presionó el número uno y la tecla de marcado, apareciendo la palabra "baka" en la pantalla; así era como tenía registrado al peli-rosa en la marcación rápida. La pálida luz de aquella minúscula tiendita de la esquina se acercaba mientras el teléfono seguía marcando.

¡Lalihoo…!

—Shui…

Éste es mi teléfono—exclamó la animada voz de Shuichi—. Déjame tu mensaje y yo te marco…—Se escuchó un disparo y un grito que no se alcanzaba a entender—después. —Un nuevo disparo—. Si eres Yuki: ¡Te amo!

El mensaje de la contestadora terminó con un agudo sonido en el momento en que él puso el primer pie en el interior de la tienda, guardó el aparato, mirando hacia todas direcciones obviamente dispuesto a regañar a su novio en cuanto lo viera, pero no lo encontró, la tienda estaba tan vacía como él había supuesto. Detrás del mostrador se encontraba el mismo amable y despistado anciano de siempre, mirando un televisor pequeño a un lado de la registradora.

—Yamada-san, ¿ha visto a Shuichi? —preguntó en voz alta, en parte por su exasperación y en parte porque el abuelo era algo sordo.

—¿Ah? ¿Shuichi?

—Sí, Shuichi—dijo, haciendo acopio de toda su paciencia y acercándose más al anciano. En su televisor pasaban alguna mala película sobre un secuestro—. MI novio, éste alto, parece que tiene un chicle gigante pegado en la cabeza en vez de cabello, suele salir brincando como idiota y escasamente vestido en televisión. —Esa fue la descripción que proporcionó el escritor.

El anciano rió divertido por la descripción y casi se ahoga por un repentino ataque de tos. Tosiendo, el anciano negó con la cabeza, subiendo los hombros, dando a entender que no lo había visto. Yuki rodó los ojos fastidiado y resopló con lasitud pasándose una mano por el rostro, contando hasta diez mentalmente.

—No lo he visto, joven Yuki— dijo el anciano con la voz ronca y una sonrisa.

Al escuchar su respuesta, Yuki dio media vuelta y salió de la tienda, soltando una retahíla de improperios reservados para situaciones como esa. Volvió por su auto y una vez dentro, sacó el móvil y marcó de nuevo el número de Shuichi.

"¡Lalihoo! Éste es mi teléfono. Déjame tu mensaje y yo te marco…después. Si eres Yuki: ¡Te amo!"

Colgó y volvió a marcar. Nuevamente, no le contestó.

Encendió el motor y casi como profesional de fórmula uno, Yuki arrancó a toda velocidad pensando dónde puta madre se había metido su huracán rosa. Mientras conducía, sus ojos viajaban de lado a lado buscando al susodicho dueño de sus penas, pero no lo encontraba. Marcó varias veces más, pero en el décimo intento y al comprender que por más que lo intentara recibiría la misma respuesta: "¡Lalihoo! Éste es mi teléfono. Déjame tu mensaje y yo te marco…después. Si eres Yuki: ¡Te amo!", lanzó el aparato contra el parabrisas.

Golpeó el volante con las palmas de las manos, gruñendo como perro rabioso. Dio un volantazo, girando en U violentamente, preparándose para recorrer todos y cada uno de los sitios a los que Shuichi podría haber ido luego de su pelea.

No supo cuento tiempo pasó recorriendo las desiertas calles de Shinjuku buscando a Shuichi, pero cuando se dio cuenta, el cielo comenzaba a clarear y todo comenzaba a cobrar vida: personas y autos iniciando sus jornadas se desperezaban y se daban a la tarea de poblar las calles, el sonido de las radios sintonizadas en distintas estaciones eran las voces de los pájaros de la ciudad.

Medio desesperado y pensando en lo peor, tanteó el asiento del copiloto en busca de su móvil, pensando en llamar a Nakano, pero en su arrebato de horas atrás, el aparato había terminado bajo el asiento. Maldijo en voz alta, el estómago le dolía como si le hubieran volteado una patada, igual que la cabeza, y no sabía decidir si era la preocupación, el enojo, el hambre, el sueño o todo junto. Desvió la mirada del camino buscando el mentado teléfono, se agachó estirando el brazo y tanteando el tapete, entonces le dio un repentino mareo, acompañado del sabor metálico de la sangre que se había agolpado en su boca, buscando salir.

En el mismo instante en que su mano viajó hasta su boca para contener el vómito, escuchó los chirridos agónicos de los neumáticos, gritos y un claxon. Su último pensamiento, antes de que la oscuridad se lo tragara, fue para Shuichi.

Aquí estoy¿Dónde estás?

Notas finales:

so...bueno, malo, ustedes saben que quieren dejar un review ^o^


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