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Excarcelación por Eruka Frog

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Naruto no es mío, incluso si mi parecido con Kishimoto pueda confundirte.

 

Orgullosa moderadora de Friction Awards

 

Dedicado a WolfrAm, mi esposa amante del SaiGaa; Naniimine, mi bonita chica sexy; Necoco_love, la chica de la felicidad invaluable y a Isfryd, la princesita más tierna que he conocido. Y, por supuesto, a todos los que gustan de esta pareja.

Notas del capitulo:

Nuevo fic, a ver si les gusta.

 

Lo primero es algo introductorio, no se dejen llevar tanto por la primera impresión =)

 

Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad.

Benjamin Franklin (1706-1790)

 

Vacío.

Siempre he creído que son realmente afortunadas aquellas personas que dicen tener un gran embrollo en su interior, un torbellino o un huracán. Si yo tuviese dentro un embrollo, un torbellino o un huracán, simplemente tendría que desatar los nudos, calmarme o apaciguar la tormenta interna.

 

Estando vacío no puedo hacer nada.

 

No puedo desatar un nudo que no tengo, apaciguar una tormenta inexistente o calmar sentimientos con lo que probablemente no nací. Tengo recuerdos, tengo emociones básicas como tristeza, odio y decepción, pero apenas sé cómo utilizarlas, como si fuesen más producto de la biología que de la socialización a la que inevitablemente me vi expuesto los primeros dieciséis años de mi vida. Me gustaría que alguien vinera y dijera que este vacío es producto de mi juventud, y que cuando pase ni siquiera voy a recordarlo, pero sé bien que he vivido con este abismo toda mi vida, no puedo recordar una época más feliz en la que no lo sintiera, al menos no mientras fui consciente.

 

No tengo cura porque no tengo un malestar real e identificable. Aunque mis padres intentaron con antidepresivos y antipsicóticos,  simplemente no hay nada que puedan quitar porque no hay NADA. Nada que curar y mucho que llenar. Casi pienso que irían más acertados si me rellenaran de arcilla por dentro, para tener algo…

 

Por eso escapé, por eso me rendí. Porque no tengo nada a lo que pueda aferrarme, no hay una balsa salvadora ni nada que simplemente obre milagros conmigo.  Frustrado de intentar encontrar un camino probablemente inexistente en el núcleo de una familia normal, una escuela normal y una vida normal, escapé para encontrarme de pronto en el medio de la soledad. Una soledad dolorosa, incluso irritante, pero a la que intento acostumbrarme por medio del infalible método de la costumbre.

 

Librándome de estos sentimientos que me quedan, llega a mí cada vez más la exquisita verdad de que no necesito ser feliz…

 

 

 

 

Su hermano se había matado de un tiro en la cabeza.

 Por lo que pudo observar una vez entró a la habitación donde todo había ocurrido, su hermano se había ido con la plena conciencia de lo que haría. Había comido una hora antes, se había duchado y se había puesto sus mejores ropas, para luego dirigirse a su recámara, sentarse en el cómodo futón y pegarse un tiro, como si éste formara parte de la rutina diaria. Después de ocho años de recluirse en el interior de un departamento descuidado y descuidarse a sí mismo, mirar manga todo el día y alimentarse de forma muy poco eficaz, su hermano había decido que su turno estaba enfrente, esperándolo.

 

A él le había llamado la encargada, informándole que del piso de su hermano se desprendía un olor sumamente desagradable, advirtiéndole que si no lo solucionaba, esta vez sí que echaría a su hermano de su piso, que ya había soportado demasiado a ese excéntrico y que la pasta que le soltaba comenzaba a ser insuficiente, así que a ver cómo le hacía pero quería que desapareciera ese espantoso olor a la de ya.  Él, acostumbrado a hacerse cargo de todo a cuanto su hermano se refiriera, se apresuró a trasladarse al edificio donde su hermano vivía en santa paz, para apenas acercarse al piso sentir cómo penetraba a su nariz el olor evidente de la putrefacción, un olor que tras año y medio de experiencia fotografiando la miseria de las calles de Japón, no le costaba reconocer. Había abierto la puerta de la entrada, para comenzar a buscar con desespero a su hermano, aún y cuando estaba seguro de que no sería capaz de encontrarlo. Es decir, de encontrarlo vivo, así que en realidad la desesperación no le valía de nada, pero desde que sus padres le habían escurrido el bulto de hacerse cargo de su hermano mayor, le resultaba imposible no actuar ansiosamente cuando se trataba de él.  Al encontrarlo sólo dos ideas le cruzaron la mente, una más vergonzosa que la otra, pero las dos igual de intensas.

Había llamado a la policía de inmediato, y cuando ellos llegaron él les explicó detalladamente la situación, con lo que probablemente cerraron el caso con un sencillo: “Suicidio. Punto”.  Punto porque no era ni su hermano ni un ciudadano real, de esos a los que ellos tenían por obligación proteger. Sólo era un hikikomori, un NEET, un parásito. Su muerte, antes de complicar las cosas, sólo eliminaba un problema que cada vez se extendía con mayor rapidez. Su hermano no era el único paria retraído, pero ahora era uno menos.

 

Con su hermano muerto, a él sólo le quedaba marcharse a casa, preparar el solitario funeral y comenzar a vivir una vida sin responsabilidades. Sus padres vivían bien y explayadamente en algún país europeo,  así que tampoco con ellos debía ningún tipo de obligación. Él no tenía hijos, novias sólo ocasionales y ahora no tenía hermano, así que desde ahí comenzaba su libertad.

 

El problema con el que intempestivamente se encontró fue que no tenía idea de qué hacer con ella.

 

Casi a la desesperada, había decidido mudarse a la antigua capital. Luego de que a los dieciséis  años hubiese ganado un premio internacional y varios más pequeños por su fotografía más famosa, había tomado esa como su profesión. Un año fotografiando paisajes y etnias, otro dedicándose a los conflictos políticos, casi dos en las calles más deplorables del país y dos más fotografiando cualquier cosa que le parecía digna de ser enfocada. Una carrera que no le había costado un esfuerzo real labrar, ya que aparentemente tenía una gran visión de la belleza intrínseca de las cosas y de las emociones más enclavadas, que le había dado la solvencia económica para, en realidad, hacer lo que se le antojara.  Sin embargo, el peso de su hermano no era poco, y menos aún sus exorbitantes gastos, ya que cada mes se llevaba la mitad de sus ganancias en su manutención, que incluían no sólo alimentos y techo, sino también las cuentas de las tarjetas de crédito.  Su hermano era aficionado a comprar abundante cantidad de artículos verdaderamente inútiles, pero que a él parecían hacerlo feliz.

 

Genios prodigios como él no abundaban, pero tampoco era único, aunque sí lo bastante para poder trasladarse de un lugar a otro sin que esto mermara en lo absoluto su merecida fama.  Así que decidió marcharse casi una semana después de la muerte de su hermano, encargando a la encargada que hiciera con las baratijas de su hermano lo que le diera la real gana, incluso si algunas de esas baratijas eran consideradas objetos de colección invaluables. A él no le servían. Buscó un estudio cercano a Gion, de elevado precio pero de vistas invaluables, y un departamento en un edificio más bien pijo, pero cómodo y en el que seguro no sería molestado. El último piso, que era el que anhelaba, estaba ya ocupado y el arrendatario ni siquiera quiso hablar de negociar (en realidad, ni siquiera habló de nada porque jamás respondió a la puerta), pero el penúltimo también estaba bien y no había razón para quejarse, como bien le dijo el encargado. 

 

Tres recámaras, una cocina excepcional, dos baños, una sala con fantásticas vistas y un comedor que no se quedaba atrás. Convirtió  una de las habitaciones en su oficina, la otra la acondicionó  como galería y él se instaló en la recámara con baño propio, pensando que de esta manera podría vivir cómodamente, para empezar con los planes de libertad. Quizás era un plan demasiado simple para conducir realmente a un camino sin cadenas, pero hasta el momento era lo único tangible que tenía y, además, podría ser que ahí encontrara  un buen tema para pintar.

 

Hasta podía hacer amigos.

 

 

 

 

 

Enfocó bien las cámaras en el ángulo correcto, para que se viera a la perfección la cama de doseles y una parte de la pared, donde previamente había colgado la fotografía del cliente de esa ocasión. Al encontrar el ángulo, se dirigió al armario, en donde guardaba todos los juguetes perversos con los que se había hecho luego de dos años en el negocio, sacó los que consideró necesarios y los puso en el cajón del buró del lado izquierdo de la cama, para dar la impresión de que en realidad los guardaba ahí siempre. Del baúl de la ropa blanca sacó las sábanas de color durazno y las fundas para almohada de color rojo, ya que el vestido que usaría en esa ocasión era de un escarlata intenso y de esa forma  darían un buen efecto. Después de acomodar la cama perfectamente, se dirigió al vestidor (un biombo hecho de papel de arroz, tan frágil que bastaba con recargarse para romperlo) donde ya tenía colgada en una pared la batita que usaría, llena de voladitos y adornos en encaje. La había comprado a una diseñadora de Tokyo junto con ocho vestidos más, con lo que esperaba mantener ese aire de renovación evidente en su trabajo.  Una bragas de encaje color durazno debajo de la bata bastarían para completar el espectáculo, pero al final se decidió también por las sandalias de tiras rojas, pensando que nada le costaba esmerarse un poco más.

 

El pitidito que le anunciaba que su cliente estaba en línea, esperando el código que le permitiera enlazarse a su cámara web, no le llamó en nada la atención porque estaba acostumbrado a escucharlo hasta cuatro veces al día.  Terminó de acomodarse la brillante peluca pelirroja, tan abundante que le pesaba, y hasta entonces se acercó al ordenador, para asegurarse de que la transferencia a su cuenta bancaria estaba completa, con los doce mil yenes completos por la hora que había pedido y dos mil de propina. Buen  chico, si seguía así seguiría estando entre sus clientes prioritarios.  Le envió el código de esa ocasión para que pudiera conectarse a su cámara web, y se aseguró de ponerse de inmediato frente a una de las tres cámaras (dos apuntaban a la cama y la otra apuntaba hacia una cómoda butaca, donde se sentaba para comenzar el espectáculo).

 

—¡Es una alegría verlo de nuevo, Maestro!—saludó con la voz más infantil que le nacía desde el interior. En su ordenador podía ver, si el cliente así lo decidía, una toma de la cámara web del cliente, un gusto que sólo los clientes más frecuentes permitían.  El cliente de esa ocasión era Dollar, es decir, ese era su apodo. En la pantalla sólo se veía su cara y parte de su cuerpo, pero sólo por éstas era fácil advertir que debía pesar por lo menos 120 kilos, y ser de estatura promedio. Además, usaba gafas y siempre (siempre que lo veía él, claro) tenía una cara de pervertido insoportable.  Lo saludó con la mano, sonriendo con una aprensión y moviendo de paso un poco los audífonos, rápidamente los acomodó y enfocó su mirada en la pantalla. Desde el ordenador del cliente se podían manejar de forma muy básica las tres cámaras, es decir, que él decidía si quitaba una de la pantalla, si veía las tres juntas o si aumentaba el zoom. Nada demasiado complicado.

 

En aquella ocasión había pedido una escena de chica desprotegida que ha bebido demasiado, algo bastante cliché pero lo bastante sencilla para desempeñar su papel con facilidad. Claro, él no era una chica y apenas se quitaba las bragas dejaba atrás la ilusión de serlo, pero ni a ese cliente ni a ningún otro le importaba. La mayoría era un montón de cerdos depravados y reprimidos, cuyas fantasías desbordaban su imaginación y para quienes él significaba todo un regalo divino. Cumplía todas las fantasías eróticas del cliente,  siempre que éste pagara por ello, y quizás por eso ninguno se fijaba en si algo le colgaba de las piernas o no. El punto era la imagen, el morbo, el ambiente y la fantasía de ser los maestros, los doctores, el padre, el amigo de la infancia o cualquier rol que les diera la gana desempeñar.

 

Suponía que la mayoría eran más o menos como él. Es decir, no en esencia, pero sí con las mismas condiciones de vida. Es decir, que se imaginaba que la mayoría de sus clientes eran un montón de parásitos que vivían encerrados en casa. Claro, diferían en las partes de los pasatiempos, pues mientras él se dedicaba a leer y ver películas antiguas casi todo el tiempo, ellos probablemente estarían conectados al ordenador a diario, masturbándose y desempeñándose en cualquier cosa que les diera un mínimo de dinero. Sabía que un gran número de hikikomoris eran programadores o cosas parecidas, es decir, relacionadas con el ordenador, por lo que no necesitaban salir de casa. Su hermana pensaba que él se dedicaba a eso también, él mismo se lo había dicho cuando la convenció para que le prestara su cuenta bancaria, pues ahí era donde hacían el pago. No fue una mentira difícil de calar, ya que siempre se le había dado el mundo de la tecnología, a pesar de que pocas veces lo utilizaba. Quizás se debía al hecho de que era  increíblemente práctico.

 

—Me gustas mucho, Gaa—chan—dejó caer el sujeto mientras sus manos se perdían en su pantalón (no lo veía, pero no es como si se necesitara ser listo para saberlo). Su cara se deformaba de placer mientras él se tocaba el pene, ya completamente desnudo, masturbándose lentamente y sin intenciones de terminar de inmediato. En realidad, cuando terminaba era más por costumbre que por placer, puesto que tocarse a sí mismo no le provocaba más placer que el meramente fisiológico. A veces tenía que tomar algún brebaje que prometía excitación, pues en ocasiones simplemente no sentía nada en absoluto. Quizás por eso le llamaba tanto la atención que esos sujetos que pagaban por mirar cómo se tocaba se corrieran tantas veces, pusieran esas caras y le suplicaran por un minuto más. Nunca se los concedía. Podría pensarse que por astucia comercial, pero era más bien porque llegado el límite de tiempo, se sentía incapaz de seguir simulando lo mucho que disfrutaba masturbarse.

 

—¿El maestro quiere acercarse?—era una táctica casi cruel, pues él sabía perfectamente que ellos querían más que acercarse, pero era imposible. Sin embargo, servía para mantener la verosimilitud del asunto—odio esa pantalla—dejó caer entres suspiros—me gustaría que estuvieras aquí… tocándome…

 

 

Terminó la hora y él se despidió asegurando lo triste que se quedaba, así como prometiendo que esa noche se tocaría pensando en él, nada más alejado de la realidad, dado que por la noche pasaban una película francesa que ansiaba ver. Del buró del lado  derecho sacó la agenda que se había comprado a inicios del año  para apuntar sus compromisos, pues ninguno estaba fuera del programa. En su página web informaba claramente que todos los espectáculos requerían previa cita, al menos dos días de anticipación, pago por adelantado y sólo con los temas que estaba en la parte derecha de la pantalla, donde salía el menú. Para una fantasía original (es decir, propia) se requería dos semanas de antelación para preparar la escenografía, el vestuario y el papel, asegurando así la calidad de la idea. Todo estaba bien organizado, en parte por su propia naturaleza meticulosa y en parte por experiencia desagradables.  Al principio había pensando que se arriesgaba de más al poner todas esas condiciones inverosímiles para un espectáculo erótico en línea, pero en realidad su aire de putita de lujo era exactamente lo que le había dado tanta fama en el mundillo. Sabía, por uno de sus clientes, que había salido decenas de veces en las revistas especializadas en las ero lolitas y la pornografía, así como también le habían pedido en tres ocasiones que posara para portadas, negándose por el hecho evidente de que tendría que salir de casa para ello. Sin embargo, en las tres ocasiones  había ofrecido una fotografía exclusiva a cambio, trato que aceptaron las publicaciones.

 

Suponía que nadie se imaginaba que él era también un simple hikikomori, que era tan paria como todos los que compraban esas revistas y que no era más valioso que ninguno. La mayoría de sus clientes debía pensar que era un chico perfectamente normal, popular y sociable, que vivía una vida a lo grande y que ni siquiera los miraría en la calle. En eso último tenían razón, pero no por los motivos que ellos creían, sino porque simplemente no salía de casa jamás. 

Para ese día tenía “La Geiko amante” con Takumi—san, un sujeto nuevo, sólo media hora porque seguramente era incapaz de pagar más.  Era lo último del día, y lo agradecía, porque una hora seguida lo cansaba mucho más que medias horas repartidas en la tarde. Para el día siguiente tenía cuatro citas y eso era todo. Sólo trabaja dos días a la semana (viernes y sábado o jueves y viernes), pues las otras se dedicaba exclusivamente a vivir su propia y aislada fantasía: la de la soledad.

 

Claro, siempre dedicaba un par de horas al día para armar alguna idea nueva, para ejercitarse un poco (después de todo,  pensaba vivir de sus espectáculos al menos hasta que juntara la cantidad de dinero suficiente para mantenerse durante el resto de su vida, es decir, al menos hasta los 20 si seguía ganando como ahora). No es como si le gustara tocarse impúdicamente delante de sujetos que no le daban ni lástima, pero admitía que disfrutaba bastante de armar las escenografías. Era una tontería, pero su perfeccionismo se debía también a lo satisfecho que se sentía con cada idea nueva.

 

Sí, vivía la vida que quería.

 

Solitaria, vacía, patética.

 

La suya.

 

 

 

 

 

 

Observó el techo con pesar. Lo único que le faltaba era que ahora el techo de su baño tuviera goteras. Bueno, no le faltaba porque era evidente que las tenía. Suponía que el vecino de arriba había dejado una llave abierta y el aparentemente delicado piso no lo soportaba, así que ahora le hacía agujeros en su techo.  Fue a sacarse el pijama de encima, que se había puesto ya que había decidido mirar una película francesa que pasarían en la televisión, recostado en la comodidad de su cama, como si se tratara de una clase de piruja sin vida.

 

Hacía un mes que se había mudado, encontrando todo bastante pacífico y agradable. Había conseguido un par de amigos entre la comunidad fotógrafa de Kiotio, un par de chicas bastante atractivas y en general tenía la misma vida que tenía en Tokio, aunque sí, más tranquila y llevadera. Pese a ser una persona de naturaleza introspectiva y más bien seria, siempre había gozado de una reputación curiosamente fiestera. Quizás porque era invitado constantemente a clubes bohemios y veladas culturales, invitaciones que él ni rechazaba ni aceptaba explícitamente, pero a las que al final termina asistiendo. En realidad, hasta podría decir que le gustaban.

 

Sabía que pese a su personalidad era alguien divertido y con quien la gente incluso disfrutaba estar, un misterio para él, pero que al final le formaba una reputación casi alejada de su propia realidad. Pero sí, el caso es que disfrutaba meterse entre todo el bullicio de un festejo, no tanto por la felicidad que las otras personas le pudieran producir, sino más bien porque el ruido no le dejaba escuchar sus propios demonios. Sin embargo, aquella noche (de un bonito viernes de Julio) estaba dispuesto a pasarlo en casa.

 

Pero claro, no contaba con su vecino descuidado.

 

Subió la escalera que lo separaba del último piso (el ascensor, curiosamente, no llegaba hasta arriba), para plantarse delante de la blanca puerta del último departamento y exigir con voz potente que le abrieran. Esperaba que lo demandante de su voz ayudara a que se solucionara su problema de inmediato, así como también sirviera como desquite para con el sujeto que no se había prestado ni a la negociación para intercambiar pisos. Sin embargo, nadie le respondió durante los 10 minutos que estuvo ahí delante. Al principio creyó que no habría nadie, pero en la hendidura inferior de la puerta  se colaba una tenue lucecilla, quizás proveniente del televisor o una lámpara de noche.

 

—Si no abre ahora mismo, tendré que llamar al encargado—informó irritado. Pasaron un par de minutos más, pero finalmente escuchó que quitaban la cadena y giraban el pomo. Salió a recibirlo un chico pequeño, seguramente de secundaria. Imaginó que sería el hijo de su vecino, y se sintió un tanto avergonzado al percatarse de que probablemente la razón de su tardanza era debido a la irreverencia misma de su juventud.

 

—No lo llames—pidió con voz pétrea. Parecía malhumorado. Era pelirrojo, con ojos de un peculiar color agua y muy bajo. Su voz, aunque tenue y ligeramente infantil, era ronca, como si estuviera enfermo—¿qué quieres?—interrogó.

 

Se había quedado un tanto descolocado viéndolo. Vergonzosamente, se sentía tentado a coquetear con él. Es decir, era un mocoso pelirrojo y a él le daban ganas de tocarlo, vaya pedófilo estaba hecho. El granate lo miraba desde su corta altura (menos de 1,60, fijo), esperando una explicación que no llegaba.

 

—¿Está tu padre?—interrogó abruptamente, dándose cuenta de su cara de bobalicón—creo que tienen una inundación, porque el agua se está filtrando a mi piso…—

 

Apenas lo dijo, el niñato abrió los ojos sorprendido y corrió hacia dentro, probablemente hacía el baño. Dado que había dejado la puerta abierta, no encontró problema en invitarse solo, ya que era posible que necesitara ayuda.  El interior estaba limpio y ordenado, amueblado prolijamente en tonos claros. Las cortinas estaba corridas (imaginó que eso era obra del adolescente) y sólo la luz intensa del televisor reinaba ahí, un televisor gigantesco empotrado en una pared, seguro que el chico invitaría seguido a sus amigos.  Con sorpresa, se dio cuenta de que el chico estaba mirando la misma película francesa que él pensaba ver.

 

—¿Necesitas ayuda?—interrogó, encontrando una puerta de lo que supuso,  si todos los pisos tenían el mismo diseño, sería el baño.

 

—¡Lárgate!—gritaron desde adentro.

 

—¿Se ha roto la tubería?—preguntó ignorando la orden anterior—quizás debas llamar a tu padre—

 

—Vivo solo, imbécil—

 

La información lo sorprendió bastante, aunque no replicó nada. El ambiente limpio y ordenado no correspondía a un adolescente que vive solo. Sin embargo, consideraba innecesario que le estuviera mintiendo. Abrió la puerta, descubriendo que en efecto era el baño, y observó como el chico se afanaba por cubrir la tubería rota con su sudadera.

 

—Eso no servirá de nada—aseguró—necesitas llamar a un plomero… o déjame ayudarte—

 

—¡No!—gritó el pelirrojo, ansioso—no necesito tu ayuda, idiota—

 

 

Vivir solo. No necesitar de nadie. Un chico gruñón con voz ronca.

 

—¿Nunca traes a nadie a casa, verdad?—sino fuese por la experiencia previa de tener un hermano hikikomori, probablemente le habría resultado difícil reconocerlo, pero de ese modo le resultaba muy claro.

 

—No te interesa—respondió agitado, todavía intentando que su sudadera tapara el tubo roto.

 

—La repararé—ofreció, antes de que al taheño se le ocurriera negarse, advirtió—sino dejas que lo haga yo, tendré que llamar al encargado y él llamara a un plomero y probablemente estará aquí reprendiéndote durante un rato, en cambio, si dejas que lo haga, sólo estaré yo—

 

Por toda respuesta, el chico asintió suavemente, dejando su sudadera tirada y saliendo del cuarto de baño. Al poco rato volvió con una caja de herramientas de aspecto pesado, que dado el aspecto menudo del chico parecía improbable que pudiera cargar.

 

—No sé cómo—explicó simplemente—esperaré afuera—salió de nuevo del baño, pero dada la sombra que se proyectaba en la puerta, supuso que estaría recargado justo afuera.

 

—¿Cuántos años tienes?—interrogó casualmente, interesado por saber a qué edad le había tocado la vena NEET. Si realmente tenía los catorce o quince que aparentaba, se sentiría desagradablemente sorprendido. Un silencio largo acompañó su pregunta, y mientras él se dedicó a observar las herramientas que el chico le había pasado,. En realidad sí podía arreglar la tubería, no por nada llevaba cuatro años viviendo solo, pero hacía falta más que un par de martillos, desarmadores y cinta de aislar. El baño era amplio y estaba igual de prolijo que el resto del piso (aunque sólo había visto una parte), ese chico parecía cuidar cada detalle, porque no sólo estaba limpio, sino que era perfectamente armonioso.  La tina de un frío color menta, la cortina de un pálido chocolate y el lavamanos de un menta más oscuro.

—Dieciocho—respondió por fin, casi había olvidado la pregunta, pero sonrió cuando escuchó la respuesta, ya que significaba que al menos no era tan joven.

 

—¿Tienes incidentes encargados seguidos?—preguntó sólo por seguir la conversación.

 

—Sí… —admitió—pero casi todos puedo resolverlos yo mismo una vez que me habitúo a ellos… jamás se había roto la tubería. Y en realidad no sé por qué pasó.

 

—Ni yo—confesó—es probable que la hayas golpeado con algo por accidente y ahora por fin se haya vencido… ¿pasó algo parecido?

 

—Sí… hace unos días resbalé y creo que quizás mi pie chocó contra ella—

 

—La presión del agua debió vencerla—repuso, quería alargar la conversación, así que recurría a cualquier comentario trivial  que le pasaba por la cabeza.— ¿desde cuándo vives solo?—se atrevió a preguntar, aunque casi estaba seguro de que el otro no respondería.

 

—Dos años… creo que el próximo mes se cumplen dos años justos—

 

Mientras el intruso continuaba en su faena, él se recargó más contra la pared, en un intento deprimente por superar la tensión. No es que realmente quisiera mantener una conversación con el otro sujeto, era sólo que si realmente le había provocado goteras en su techo, tenía razones de más para quejarse con el encargado, y por tanto, él corría peligro. Ya otros vecinos se habían quejado de él, no por hecho concretos, sino simplemente por la repulsión que les provocaba el desconocido que vivía encerrado en casa, y si a esas quejas le sumaba una queja tan concisa, probablemente el encargado se las ingeniaría para correrlo de una vez por todas. Eso significaría buscar otro departamento, acondicionarlo y con ello, salir allá fuera. Inadmisible. Prefería soportar una charla trivial.

 

—Ahora mismo no he hecho más que sellarlo, mañana traeré lo que hace falta para terminar—El sujeto había salido de su baño y ahora lo veía de frente. Era atractivo. No que le gustara, pero luego de ver a un montón de sujetos tan atractivos como cucarachas, sabía reconocer un rostro hermoso al verlo.  Alto, de piel muy pálida y cabello y ojos azabaches. Era una tontería, pero le resultó vagamente familiar.

 

—Así que volverás—dejó caer con pesar. El otro sonrió—quiero decir, gracias…

 

—¿A qué hora puedo pasar? Es mejor si paso por la mañana, pero  probablemente tengas clases a esa hora—sabia que no, pero nada le costaba mantener el teatrito.

 

—Está bien en la mañana—aceptó. No le agradaba la idea de que volviera, pero no le quedaba más remedio que aceptar su ayuda. Además, tendría que arreglar el desastre de cualquier modo—Gracias

 

—Por nada… oh, antes de que lo olvide, soy Amane Sai—se presentó muy fuera de tiempo. Le tendió una mano, seguro de que no la aceptaría. Así fue, pues el granate sólo bajó la mirada y murmuró su nombre:

 

—Sabaku no Gaara—

 

 

Notas finales:

Aclaro que...:

 

-No tengo perdida idea de cómo reparar una tubería, si metí la pata, ahí disculpan =D

-Un hikikomori y un NEET no son, en esencia, lo mismo. Un NEEt puede que salga de casa y eso, es más vago que otra cosa (aguas, eso es lo que yo entendí de la explicación), significa Not in Education , Employment or Traininig. un hikikomori está del todo aislado y generalmente este aislamiento se debe a algun tipo de trauma o fobia. Igual pueden buscar sus conceptos en San Google, que yo hoy no me siento muy coherente.

 

 

Espero que les gustara este nuevo proyecto., Realmente no sabía si aventurarme con una nueva historia, dado que las otras se han quedado estancadas, pero al final he pensado que mejor voy subiendo lo que pueda, sin mucha presión. Este fic tendrá alto contenido erótico, dado que he decidido aventurarme un poco por ahí dado que tengo la intención de escribir una historia homoerotica para una pequeña publicación en mi ciudad y ahora estoy ensayando =D Quizás el viernes publique un 2-shot SasuNaru, muy mono y eso.

¡Gracias por leer!

 


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