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Better Than Me por Mary-chan6277

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Notas del fanfic:

Bueno, empezaré diciendo que el título de este fic, pertenece a una canción de Hinder. 

Seguiré explicando que... creo que cualquier persona puede leer esta historia sin confundirse demasiado. Tómenla como una hitoria orignial cualquiera, y espero disfruten leyéndola... no puedo evitar mencionar, de todas maneras, que los perssonajes NO ME PERTENECEN; son del señor John Katzenbach y su Historia del Loco que recomiendo completamente. 

Notas del capitulo:

Dediatoria: esta historia se la dedico a la que, supongo, será la única lectora: Zaki, que conozco mejor como @nathalysuzuki.  Espero te guste, si no, escribo otra xd disculpa si algo está fuera del contexto de la historia, no he terminado de leer el libro n__nU 

 

Ahora, sin más preámbulos, el fic...a quién lea, espero le guste :3

The bed I'm lying in is getting colder
Wish I never would've said it's over
And I can't pretend

I won't think about you when I'm older
'Cause we never really had our closure
This can't be the end

1

Peter sentía su angustia y su confusión, mientras deslizaba su mano por el pecho levemente delineado de su joven amigo, besando las lágrimas que salían a borbotones de unos ojos que solo expresaban inocencia y miedo.

 

Ahora, más que nunca, detestaba dejarlo solo; detestaba tener que alejarse de él. Por eso había reunido toda su fuerza de voluntad para olvidarse que era muy probable que fuera de esa habitación en la que estaban confinados, ocurría un asesinato inevitable, para concentrarse sólo en Pajarillo, y devolverle un poco del brillo a esa mirada joven que no suponía guardar emociones contrariadas de pánico y desasosiego.

 

—Peter.— Escuchó su nombre entre sollozos, pero no prestó atención a la mano que pretendía débilmente detenerlo, y volvió a hacer presa de esos tiernos labios que hacía tiempo llevaba deseando probar. Tenía curiosidad de saber cómo se sentían, si eran tan suaves como parecían. Quería probar la locura, compartir el peso que cargaba Francis tan solo por un momento. —Lucy… Lucy  está en peligro, tenemos qué…

—Shhh.— Acalló al joven con otro beso, acariciando su cuerpo con una recién despertada lujuria que no recordaba haber sentido jamás, ni siquiera de sus días de cordura fuera del hospital, cuando ostentaba un título de investigador de incendios. —No hay nada que podamos hacer para ayudarla, ¿o sí?— hablo en susurros,— sabes tan bien como yo que esa puerta está cerrada a cal y canto. Ya se encargarán los hermanos Moses. —Guardó silencio antes de agregar:—Nosotros, mientras tanto, podemos aprovechar el tiempo que no queda. —Se arrepintió enseguida de haber pronunciado esas últimas palabras. Un error de cálculo, se dijo, había sido imprudente; lo supo en el mismo segundo en el que Pajarillo volvía a sollozar con el mismo ahínco que antes, y enredaba sus dedos en su ropa, como si eso fuera suficiente para retenerlo para siempre.

 

Peter pensó que era probable que así fuera.

 

Francis estaba por decir algo más, pero el bombero no estaba dispuesto a permitírselo. Delineo con sus dedos el contorno del rostro del joven, intentando memorizar cada uno de sus rasgos, la textura suave de su piel, y la humedad de las lágrimas que le confería un tono más marcado a su adorable inocencia.

 

Acalló todas sus quejas con caricias y besos,  que Pajarillo intentaba seguir con inexperta torpeza.

 

Peter besó con extremado cuidado cada porción de la deliciosa piel que encontraba a su paso. Marcó con sutileza la curva del cuello de Francis, aspirando su aroma, queriendo inmortalizarlo para siempre en sus recuerdos.

 

Se deshizo luego de la sencilla camiseta blanca que llevaba el joven, que apartó la mirada avergonzado, aun así, sin oponerse a ninguna de las acciones que Peter hacía.

 

El bombero dedicó especial atención a cada una de las reacciones de Pajarillo. Era un hombre especialmente fácil de leer, se dijo. Sabía perfectamente mientras deslizaba sus dedos por su bajo abdomen, o mientras pellizcaba con suavidad uno de sus pezones,  cuáles eran los lugares que debía tocar de esta u otra manera, para sacar de sus labios hinchados y entreabiertos unos eróticos gemidos que  se había imaginado solamente en sus sueños.

 

Notó la excitación de Francis rozando contra la propia, y decidió que era el momento de acelerar un poco el ritmo de la situación. No quería asustarlo más de lo que ya estaba por el ángel o sus propios delirios, pero tampoco podía resistirse más.

Se deshizo de la ropa sin prestar mayor atención a las quejas de Francis, y tomó la erección de este entre sus manos, acariciándola de manera cadenciosa, metiéndosela en la boca de manera golosa, escuchando el grito ahogado que salía del Francis que se había olvidado de los sollozos y las preocupaciones presa del placer que le estaba proporcionando.

 

—¿Las escuchas?— preguntó de repente, sin dejar de prestar atención a la tarea que tenía entre manos.

—Sí. —Respondió simplemente, dejándose llevar por las sensaciones que jamás había sentido en su vida, pero que no estaba dispuesto a perder por muchas órdenes que las voces en su cabeza le dieran. ¡Detenlo!, ¡no está bien! Gritaban, pero ¿por qué entonces se sentía tan bien, tan seguro entre las caricias de Peter?

—¿Y qué dicen?— preguntó, intentando distraerlo, mientras uno de sus dedos se introducía en la  entrada del joven, mientras que con la otra mano seguía masturbándolo a un ritmo lento y delicioso.

—Dicen qué…— sintió dolor de repente. ¡Te lo dijimos!. Pero se repitió en su fuero interno que Peter no sería capaz de lastimarlo, jamás, e intentó buscar las palabras correctas para poder contestar a la pregunta. —Dicen que debo detenerme— respondió, apretando los párpados, sintiendo como un nuevo dedo intruso se introducía en su interior.

—¿Y eso quieres, Pajarillo?— inquirió Peter, llenando de besos el rostro de Francis.

—¡No!— contestó enseguida— No, por favor… no— fue la primera vez que Pajarillo tenía la iniciativa de empezar un beso, que Peter encontró delicioso, torpe, pero apasionado. Era como el joven: confundido pero siempre convencido de las cosas que decía, por más que sonaran a locura.

 

El mayor de los dos se apartó el cabello rubio que se le pegaba a la frente, y penetró a Francis de una sola estocada.

 

—¿Te hice daño?— preguntó preocupado, pero los brazos que se aferraban ansiosos a su cuello, y las piernas que se enroscaron en su cadera no expresaban dolor, más bien unas frenéticas ganas por terminar lo que habían iniciado.

 

En el Hospital Estatal Western, nada tenida la lógica ni el sentido del mundo real. Ni el clima, ni la organización de los edificio de las instalaciones, mucho menos la caótica mente de cada uno de los pacientes que guardaba en su expediente una historia completamente distinta.

 

Por eso, Peter se dijo que hacer el amor con su amigo era bastante extraño. Algo que seguía una lógica implantada desde siempre por el universo. Un sentimiento tangible y reconocible que los había lanzado a ambos en los brazos del otro. Era inevitable que pasara, tarde o temprano. Ambos lo sabían. En la manera en que se miraban en los pasillos, o en la que Peter estaba siempre dispuesto a proteger a su joven amigo de cualquiera que quisiera ponerle un dedo encima.

 

Hubiera hecho lo que fuera por salvarlo de su sufrimiento, y pensó que de cierta manera, lo besos que le había proporcionado con toda la intensidad y honestidad de la que fue capaz, habían logrado recordarle que era importante en el mundo.

 

Para él lo era, y mucho.

 

Mientras jadeaban quedamente, y gemidos a los que nadie prestó especial atención se escuchaban en la penumbra de la habitación que compartían con más de 50 pacientes, ninguno de los dos escuchó un grito angustiado proveniente del puesto de enfermería mientras la cumbre del placer alcanzaba sus cuerpos con un estallido eléctrico que bajaba por su columna vertebral.

 

Ninguno de los dos pareció recordar al ángel cuando se quedaron dormidos.

 

Ésa, se recordó Francis antes de caer en la inconsciencia, sería la primera noche que dormiría realmente desde que puso un pie en ese caótico hospital.

 

2

—Pajarillo,— era la voz de Negro Grande que se acercaba hasta su posición junto a la ventana de barrotes por la que estaba mirando sin observar realmente el exterior. —¿Pasa algo?— preguntó con el seño fruncido, aunque era evidente que eso no era lo que venía  a decirle. Francis negó con la cabeza, intentando su vez, alejar los recuerdos de su mente. —Tomapastillas te necesita en su despacho, ahora. —Francis lo miró con curiosidad, pero el auxiliar se encogió de hombros como para hacerle saber que él sabía tanto como él al respecto, y lo acompañó por el pasillo fuera del edificio Amherst.

 

La señorita Deliciosa, la secretaria del director del hospital,  lo miró con su habitual cara desinteresada, y cogió de mala gana el auricular del teléfono para avisarle a su jefe que Francis se encontraba ya en la salita de espera.

 

—Pasa.— le dijo, antes de volver a centrar su atención en los documentos que estaba terminando de ordenar.

 

Pajarillo se sentía confundido. Había estado en el despacho de Tomapastillas hacía tan solo un día, y no era común que lo llamaran con tanta frecuencia. Era callado, iba a sus sesiones de grupo, y nunca se metía en problemas.

 

—Siéntate, por favor. — el doctor lo miró, analizándolo, como solía hacer con cada paciente que se sentaba en esa silla. —¿Cómo estás, Francis? —Contestó que bien, como siempre. —¿Me recuerdas que día es hoy?

— Jueves, 7 de julio. —dijo sin prestar mucha atención a la voces que le animaban dentro de su cabeza, a pesar de la medicación y su esfuerzo por acallarlas.

—Excelente. ¿Y el año?— Francis respondió igual de rápido que antes. —Hay alguien que ha venido a verte, quiere sacarte del hospital a pesar de que yo me opongo, pero dice que es perfectamente capaz de responsabilizarse por tus actos. —El tono que usaba era el de siempre. Ese tono cantarín que podía ocultar frustración, rabia, o mismísima alegría.

—¿Quién podría…?— en ese mismo momento, la puerta del despacho se abrió, y dejó entrar a una persona que Pajarillo conocía perfectamente, pero que su mente se negaba a aceptar como real. —Peter…— estaba igual cómo lo recordaba, excepto por su ropa, que había sido reemplazada por un traje formal y una corbata anudada al cuello. Su cabello iba perfectamente peinado también, pero conservaba su característica sonrisa, y las manos metidas en los bolsillos en su porte desinteresado y neutral.

—Te prometí que vendría a sacarte, no deberías verte tan sorprendido.—  Francis sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, pero se contuvo, y se levantó con pasos temblorosos hasta quedar frente a su amigo.

—No pensé que en serio fueras a hacerlo. — La vulnerabilidad e inocencia del joven no se habían extinguido. Tampoco la chispa de esperanza que se escondía en el fondo de sus ojos. Peter sonrío más ampliamente, y rodeo la cintura delgada de Francis con sus brazos, acercándolo más, sintiendo el calor de su piel.

 

Sonrío al saber que jamás dejaría ir a ese joven. Francis era la locura que él necesitaba, y él, la cordura que su Pajarillo requería. 


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