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Superstar por Risa-chan

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Notas del capitulo:

Bueno, ya regresé al mundo del Fanfiction después de terminar mi extenso relato anterior. Una Historia completamente nueva, nuevos personajes, lugares... ¡A ver como sale!

Personajes completamente originales, cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad. (Debido, posiblemente, a mi mente retorcida y catastrófica)

Esperé pacientemente hasta que el móvil dejó de sonar y me quedé mirando a la nada, mientras la lluvia mojaba mis hombros y mi pelo abundantemente. Sí, hacía mal tiempo aquel día, aquel preciso día. Sorbí por la nariz, tratando de despejarme y pensar claramente. Tomé aire y llamé a aquella persona que acababa de llamarme a mí. Me coloqué el auricular en la oreja y esperé pacientemente hasta que me lo cogiera.

-       ¿Luca? –preguntaron al otro lado del aparato. Torcí los labios y me tragué las ganas de llorar.

-       Joder, Scott, lo siento, me he quedado dormidísimo –mentí, forzando mi voz a sonar ronca y cansada. Él se quedó en silencio un momento y suspiró aliviado.

-       Menos mal, oye, no te levantes, ¿vale? –suspiré lejos del auricular. Ya sabía que iba a decir eso, pero aún así, me dolió escucharlo de su boca- me ha llamado Abi, quería que la acompañase a comprar unas cosas. Hoy no puedo tío –me reí forzadamente y me aclare la voz.

-       De puta madre, más tiempo para dormir –murmuré, fingiendo felicidad- pásalo bien, ¿vale? Te llamo mañana.

-       Vale, nos vemos –y colgó.

Aparté mi teléfono de la oreja y dejé caer el brazo, mientras con la mano libre me despeinaba aún más mi húmedo pelo castaño. Cerré los ojos y apreté los labios, mientras involuntariamente presionaba el aparato entre mis dedos.

Puta Abigail, puto Scott, putas compras. Llevábamos dos semanas preparando esa salida, ¡dos semanas! Y el momento antes, se raja para irse con su novia. ¿Por qué? ¿Por qué siempre me hace lo mismo?

Abrí los ojos, dándome cuenta de que se me habían empañado. ¿Qué más daba? Llorar no estaba prohibido, y la lluvia ocultaría mi lamentoso estado. Por monotonía busqué su nombre en la agenda del teléfono una vez más, y ver su número aún registrado hizo que mi cuerpo se llenase aún más de rabia y melancolía.

Ni siquiera a él podía recurrir ahora, como solía hacer cada vez que hacía planes con Scott (que siempre terminaban de la misma manera). Tenía que asumirlo, Moisés no iba a volver a mí, ya me lo había dejado muy claro “soy un puto niñato”.

¿Niñato? Sí, por no querer follar, por eso me llamó niñato. Joder, llevábamos más de cuatro meses juntos, pensaba que teníamos algo mucho más profundo que el sexo. Mal pensado, por mi parte, al fin y al cabo, mi hermana tiene razón: “todos los tíos van a lo mismo”. ¿A caso soy la puta excepción a este mundo de ninfomanía y satiriasis? Sí, debe ser así.

Me levanté del sitio y me sacudí un poco la ropa, aunque para el caso, ya estaba empapado y me daba igual. Me molestaba el pelo, llevaba el flequillo demasiado largo, pese a que el resto de mi pelo iba cortado al dos.

Eché a andar, con intenciones de volver a casa, ya que poca cosa tenía que hacer un sábado a las diez de la mañana, al lado del estadio y empapado de pies a cabeza.

Cuando pasé muy cerca de la puerta, sorprendí a la manada de paparazis que esperaban como bestias hambrientas que saliesen los jugadores del estadio, pero pronto perdieron su atención por mí para seguir esperando bajo sus paraguas negros y estacionados bajo su multitud de cámaras.

Metí las manos en los bolsillos, mirándome de soslayo en uno de los cristales de la venta de entradas, cuyo reflejo me devolvió una mirada gris apagada. Sacudí la cabeza y seguí mi camino cabizbajo, pensando en todo lo que sucedía en mi vida.

Me sorprendió el sonido de una puerta abrirse a mi lado y di un salto hacia atrás junto con un alarido involuntario. El hombre que salió de detrás de la puerta me miró con los ojos muy abiertos, también sorprendido, y acto seguido volvió la vista hacia la manada hambrienta, que había vuelto a centrar su atención en nosotros.

-       Mierda –siseó entre dientes. Me miró de nuevo, con mirada reprochante, y me cogió del brazo antes de echar a correr.

Sorprendido como me dejó ese acto, no pude más que dejarme llevar, mientras escuchábamos como los periodistas cogían sus cámaras y trataban de alcanzarnos.

Aquel hombre que corría tan rápido dejó en poco tiempo atrás a los hombres que nos perseguían, y antes de darme cuenta, me había metido dentro de una enana sala de calderas y había cerrado detrás de sí.

-       ¡Eh! ¡Qué coño haces! –le pregunté, algo asustado y agobiado por la carrera.

Me chistó y me tapó la boca con la mano mientras seguía con la mirada clavada en la puerta y escuchaba a los periodistas correr y gritar su nombre. Solo entonces, algo más calmado, me di cuenta de quién era él.

Zeus Engel, el halfback del equipo de futbol más reconocido. Su apellido alemán, Engel significaba “Ángel” y por dios que lo era. Era un hombre alto y muy musculoso, de cabello rubio, cortado al uno o al dos, llevado de punta, con un sexy triangulito de barba debajo del labio inferior. Y sus ojos, turquesas muy claros destacaban sobre su piel ligeramente bronceada. Sí, tenía a la mitad del país a sus pies por su belleza, pero a mí el futbol me la sudaba y no era uno de esos babosos que se pegaban a su culo(que por dios, que culo).

Cuando ya no escuchó más ruido procedente del exterior suspiró aliviado y me soltó. Hice un mohín enfadado y le fulminé con la mirada, mientras ponía los brazos en jarras y pensaba en qué podría decirle.

-       En menudo lio has estado a punto de meterme, mocoso –me reprochó con voz divertida pero maliciosa.

-       ¿Qué pasa? ¿Qué necesitabas llevarme de paquete mientras corrías, capullo? ¡No soy el puto balón! –me miró alucinado un segundo, y acto seguido se echó a reir.

-       Perdona, no te podía dejar ahí. Tenía que decirte lo mucho que me has jodido la “escapada sin ser visto” –me dio un golpe en la frente con un dedo y le di un manotazo.

-       ¡No juegues conmigo! –bufé y sacudí la cabeza- yo me largo.

Se quitó de mi camino, sorprendido por mi reacción y yo me encaminé a la puerta de aquel diminuto espacio, en el que apenas había un metro cuadrado entre caldera y caldera, y yo me empezaba a asfixiar.

No creo que estuviese acostumbrado a que alguien le hablase como lo había hecho yo, al fin y al cabo, era una de las estrellas mas conocidas del país, pero yo ya estaba cabreado por culpa de Scott, y me jodía de sobremanera que me llevasen de paquete.

Pero cuando intenté abrir la puerta, esta se negó a ceder. Tironeé del picaporte y lo golpeé repetidas veces.

-       ¡Joder! ¡Joder! –exclamé, cada vez perdiendo más los nervios.

-       Déjame a mí, mocoso –se jactó, apartándome de un manotazo.

-       ¡No soy un mocoso, jodido cabronazo! –exploté fuera de mí, taladrando su espalda con la vista mientras él se reía por lo bajo de mí.

 Pero cuando él lo intentó, pese a que aquellos musculosos brazos denotaban la gran fuerza que poseía, fue tan capaz como yo de desatascar la puerta.

-       Vaya…creo que hemos entrado en la caldera que está jodida –comentó tranquilamente, reparando en un tubo que había en el suelo y que había caído cuando nosotros entramos: aquel tubo que mantenía la puerta abierta.

-       ¡No me jodas! –exclamé perdiendo el alma por la boca y acercándome de nuevo a la puerta para tratar de abrirla de nuevo, sin ningún resultado.

-       No, no te jodo –se rascó la nuca con la mano y suspiró aburrido antes de dejarse caer al suelo y yo seguía peleándome contra aquel ser inanimado.

-       ¡No te quedes ahí! –le reproché, volviendo la vista hacia él, que me miró entre cansado y divertido- ¡Vamos, haz algo!

-       ¿Cómo qué? ¿Aporrear la puerta como estás haciendo tú? Así solo la romperás más, mocoso.

-       ¡Que no soy un mocoso, joder! –gruñí, girándome para enfrentarle.

-       Va, ¿cuántos años tienes? –entrecerré los ojos y respiré por la nariz.

-       Dieciséis –murmuré, arrancándole una profunda carcajada- ¡Que tú seas un viejales no me convierte a mí en un mocoso! –le reproché, y su risa cesó de repente.

-       Eso me ha dolido –dijo en voz baja- solo tengo treintaiuno, ¿vale? No hace falta que me lo restriegues por la cara.

-       ¿Treintaiuno? –pregunté extrañado, mirándole fijamente. Él volvió la vista hacia mí y enarcó una ceja.

-       Sí, ¿por? –cuestionó a mi vez.

Me quedé mirando un rato su rostro casi angelical y ladeé la cabeza.

-       Yo te echaba menos –musité para mí, logrando que una enorme sonrisa se extendiese por su rostro. Una sonrisa, queda decir, que me dio bastante miedo.

No es que fuera malvada, que un poco también, es que era una de esas sonrisas que se parecían tanto a las sonrisas que me echaba Moisés cada vez que teníamos “contactos íntimos” o que nos metíamos mano.

Me dio un escalofrío al recordarle y bufé internamente, cada vez más cabreado con el halfback que tenía delante.

-       ¿No puedes, al menos, llamar a alguien para que nos saquen de aquí? –le pedí molesto, poniéndome delante de él en aquel apretado espacio. Él negó con la cabeza.

-       Que va, que va –negó con la cabeza y alzó sus ojos turquesas a los míos- ¿me ves con pinta de llevar siempre el teléfono encima? Acabo de salir de un entrenamiento, lo que menos necesitaba era cargar con más chismes.

-       No eres de ayuda, ¿sabes? –le dije en voz baja, dejándome resbalar por la pared hasta quedar sentado delante suya.

El espacio era tan reducido que sus piernas chocaban contra las mías pese a tenerlas encogidas contra nuestros cuerpos, y aquella cercanía, para que mentir, me ponía bastante nervioso.

-       ¿Y tú? –preguntó con suavidad, ladeando la cabeza. Alcé una ceja y me quedé mirando para él, extrañado por la pregunta- ¿tú no tienes un móvil, mocoso?

-       ¡Que no soy un mocoso! –exclamé, pero ya no tan cabreado. Al fin y al cabo, Zeus no parecía una mala persona, pese a lo sarcástico y despreocupado.

Revusqué dentro de mis vaqueros y saqué mi teléfono destartalado, llevándome una enorme sonrisa cuando vi un mensaje nuevo brillando en la pantalla. ¿Cómo no me había dado cuenta? ¿Tan enfrascado en mis discusiones con Zeus estaba como para no enterarme?

Lo abrí, esperando que fuera Scott pidiendo disculpas, pero el mensaje, simplemente, me mató.

Luca, necesito que me devuelvas las cosas que dejé en tu casa. Si estas libre esta tarde paso a buscarlas. Moisés

Miré con rabia el aparato, aferrándolo con fuerza y mordiéndome el labio inferior.

¿Sus cosas? ¡No había recibido noticias suyas en dos semanas y ahora quería sus putas cosas! Moisés cabrón, interesado, egocéntrico, narcisista…

Antes de darme cuenta, en un puro arrebato de ira, lancé el teléfono contra la caldera con los ojos escociéndome hasta niveles insospechados. Aún así, me tragué las lágrimas y di un golpe en el suelo antes de enterrar la cabeza entre las piernas.

-       Eh, eh, eh…¡Que necesitamos el teléfono! –exclamó, mirando como mi nokia se había descompuesto por el impacto y la batería y la carcasa habían salido volando- oye chaval…¿estás bien?

No, quería gritar a los cuatro vientos que no estaba bien. Echaba de menos a Moi, a mi pareja. Le había cojido tantísimo cariño, que me costaba pensar que ya no estábamos juntos.

-       Eh –murmuró y sentí como se movía delante de mí, para después notar como colocaba sus enormes manos sobre mis hombros- ¿Ha pasado algo? –preguntó, saliendo de su monótono tono de voz, y tornándolo más preocupado.

-       No tiene importancia –musité, alzando la cabeza y respirando profundamente. Me pasé las manos por la cara y volví la vista hacia el aparato escacharrado –perdona, ahora lo monto.

Lo tomé de nuevo y coloqué cada pieza en su sitio antes de intentar encerlo de nuevo. Primer intento…segundo intento…tercer intento…

-       No me hagas esto –le pedí, mordiéndome el labio inferior y intentando encenderlo por cuarta vez.

-       Lo has jodido, ¿eh? –musitó, bastante divertido. Hice un mohín y seguí a lo mio- eso te pasa por hacerle pagar las culpas –obvió.

Bufé y dejé el móvil en el suelo, ante la evidencia de que no se iba a encender por mucho que lo intentase.

-       ¿Lo hueles? –preguntó el en voz baja, olfateando cual perro el entorno. Me sorprendí, e incluso me asusté, pensando que tal vez se estaba quemando algo, pero al olisquear el aire, no noté ningún olor extraño- huele a mal de amores, ¿no lo notas?

Le eché una mirada mortal y volví la vista hacia el suelo, sintiéndome pillado y algo molesto por ese echo. Solo podía pensar en eso, en esos momentos que ya habían quedado atrás y que no recuperaría. Solo me quedaba olvidar y seguir adelante…porque perdonar no tenía intención de hacerlo. Aunque también sabia que si él llegase, en el hipotético caso, a pedirme perdón, no sería capaz de decirle que no.

-       ¿Cabreado con la novia? –preguntó jactoso. Gruñí por lo bajo y me pasé la mano por el pelo.

-       No, era mi ex –murmuré, no sé muy bien por qué razón. Él ladeó la cabeza y me miró curioso.

-       Créeme chaval, cuando te digo que aunque parezca lo peor del mundo, nadie merece lo suficiente la pena. Soy mayor, he pasado por muchos desencantos…-alcé la vista y le miré sorprendido.

Me sonrió y, para mi sorpresa, se deshizo de su camiseta, dejándome ver su perfecto torso musculoso. Creo que empecé a salivar un montón en ese momento, pero me supe controlar. Si fuera gay, todavía… pero yo ya me había dado por vencido con los heteros. Esos sí que no merecían la pena.

-       ¿Qué haces? –pregunté, algo asustado por mis reacciones internas. Se abanicó con la mano y bufó.

-       Me acabo de duchar y estoy sudando otra vez, ¿no te das cuenta del calor que hace aquí? ¿No te asas?

La verdad es que en un cubículo tan pequeño y  con las calderas funcionando a todo gas el calor era casi insoportable, pero yo prefería no desnudarme…sería demasiado violento.

-       Sí, pero tengo más pulcritud que tú, al menos –murmuré con una sonrisa divertida. El soltó una carcajdada muy sonora y se pasó la camiseta por el pecho para retirarse el sudor, ofreciéndome una vista demasiado sensual.

-       Bah, a tomar por culo la pulcritud, no me quiero morir aquí asado como un pollo.

Me reí por su comentario y me relajé un poco más. La verdad,  ese tío me estaba haciendo pasar un momento realmente bueno y, si él supiera como estaba antes de verle, le hubiera tenido que dar las gracias.

Nos quedamos en un silencio tranquilo, él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, seguramente agotado por el entrenamiento de aquella mañana de sábado. Yo también me quedé en mi posición tranquilamente y bajé la cabeza para jugar con los cordones de mis zapatillas.

No sé cuanto tiempo estuvimos así, uno delante del otro, pasando un calor insportable y sudando como puercos, pero llegó un momento, en el que ya casi me mareaba.

-       Eh, ni se te ocurra desmayarte, ¡Eh! Porque encima te arreo –me amenazó, al ver como yo ya no podía más- quitate algo de ropa, así estarás más fresco.

Pensé de nuevo en mi “pulcritud” y en lo “violento” de la situación si hacía eso, y finalmente, el calor pudo con todo ello. Me quité la camiseta y me desabroché los pantalones, quitándome el cinturón para dejarlo a un lado. Eché mi flequillo hacia atrás, agradeciendo el nuevo aire. Luego, le oí silbar asombrado y volví la vista hacia él, que tenía los ojos pegados a mi estómago.

-       Joder, estás en plena forma –musitó, muy, pero que muy divertido. Me sonrojé y traté de taparme un poco- ¿haces ejercicio? –alzó la vista a mis ojos y yo le miré mal, mientras sus ojos denotaban un brillo muy…¿lujurioso?

-       Sí, algo así –gruñí por lo bajo, desviando la vista.

-       ¿Futbol? –se jactó. Le bufé y le miré de nuevo de reojo.

-       No, eso no me va –lancé, a dañar- hago parkour –aclaré.

Ladeó la cabeza de nuevo, mirándome algo más serio y me repasó de arriba abajo, sin pudor alguno. Vale, sé que eso era normal entre tíos… pero por ni condición, no podía evitar sentirme algo…excitado. Es normal, ¿no? Él estaba buenísimo (de toma pan y moja).

-       Algún día tendré que ver cómo te mueves –comentó, sonriéndome de una manera que me hizo enloquecer.

Joder, él no era gay, ¿por qué me lanzaba aquellas indirectas tan claritas? ¿O yo estaba demasiado necesitado?

-       Mejor que tú, posiblemente –me atreví a alardear, sonriendo ampliamente. Enarcó una ceja y me miró aun más salvaje que antes. Tanto, que me hizo enloquecer, y sentir un leve pinchazo en la entrepierna.

Me tenía que calmar, enseguida, o sería peor. Cerré los ojos, tomando aire lentamente, tratando de no ver su anhelante cuerpazo. Él se puso en pie, o eso noté, y escuché la cremallera bajándose y la ropa siendo desplazada de su sitio. Sorprendido y asustado abrí los ojos de repente, para ver como quedaba en calzoncillos delante de mí. Sus piernas eran fuertes y musculosas, tanto, que me dieron ganas de alzar la mano y palpar aquellos músculos tan marcados. Su ropa interior se ajustaba perfectamente a su cadera, marcando su encantador trasero y su paquete…su paquete… su paquete…

¡Luca cálmate por amor de dios! Me encogí sobre mi mismo tratando de quedar lo más lejos de su cuerpo cuando se volvió a sentar y… ¿Por qué no? Tratando de ocultar aquella erección que ya se empezaba a formar dentro de mi pantalón.

-       ¡Pero chiquillo! ¡Quitate algo de ropa, que al final te da algo del calor! –exclamó yo me sonrojé hasta las orejas ante aquella posibilidad y me acurruqué más sobre mi mismo.

-       ¡No gracias, estoy bien así! –me apuré a responder, tapándome con los brazos.

-       Que cojones vas a estar bien…estás sudando como un animal. ¡Venga ya! Deja los pudores y las vergüenzas hombre, que no te quiero llevar a un hospital.

Y antes de que pudiera negarme de nuevo, el mismo se arrodillo delante de mi y trató de arrancarme los pantalones. Aquel gesto, únicamente consiguió que me excitara más y traté de resistirme a él, pero era casi imposible hacer ceder a aquellos músculos.

-       ¡Déjame! –le pedí, revolviéndome entre sus fuertes brazos, lo que solo logró empeorar la situación.

Tal fue la “terrible consecuencia” que trastabilló y para no caerse terminó apoyándose allá donde mi cuerpo estaba más animado, provocando que ambos nos quedásemos completamente quietos y mirándonos a los ojos sorprendidos. Y yo, como no, mas sonrojado que una niña.

En vez de apartar la mano, como hubiera echo cualquier ser humano normal, él la deslizó por la zona, tratando de averiguar si eso era lo que él pensaba que era. Solo entonces, una enorme sonrisa lujuriosa se plasmó en sus labios. Ese tipo de sonrisas, que tantísimo me asustaba y que tantísimo morbo me daban a  la vez.

-       ¿En qué estabas pensando, mocoso? –preguntó, deteniendo su mano al comprobar como estaba, pero sin quitar la mano de aquella zona erógena.

-       En n-n-nada –tartamudeé, cada vez más sofocado y acalorado- y n-n-no soy un mo-mocoso.

Bien, Luca, bien. Ahí, firmeza. ¿¡Por qué no podía dejar de tartamudear!?

-       ¿Ah, no? –preguntó, acercándose peligrosamente hacia mí, hacia mi cara, y yo traté de fundirme con la caldera que tenía detrás- ¿entonces como quieres que te llame, pequeño?

Me quedé congelado, pese al terrible calor que hacía dentro de aquel cubículo. Su rostro siguió acercándose y terminó perdiendo la boca en mi cuello. Era incapaz de pensar con claridad y me asaltaron un millón de preguntas diferentes, cada cual, menos coherente que la anterior.

Solté un vergonzoso gemido cuando me mordió debajo de la oreja y cerré los ojos y la boca con fuerza, tratando de desaparecer de aquel sitio.

Jamás, con nadie, ni siquiera Moisés, me había sentido tan sumamente excitado. Me dolía la entrepierna hasta límites insospechados y todo mi cuerpo temblaba.

-       L-luca –murmuré, muy bajito, mientras el lamía la línea de mi clavícula- me llamo Luca –musité aún más bajo.

Se rió contra mi piel y se apartó un poco, solo para mirarme a pocos milímetros de mi rostro, clavando sus ojos turquesas en los míos y forzando mi sonrojo a crecer.

-       Luca –gruñó a mi vez y tragué saliva costosamente- me encanta.

Y sin más, sin avisar ni nada, me besó. Si el gemido que había soltado antes había sido vergonzoso, este fue terriblemente excitado. Traté de resistirme un poco en un principio, pensando que estaba mal. Joder, me llevaba quince años. Pero…pero…pero…estaba tan sumamente bueno.

Le eché los brazos al cuello y lo pegué contra mí, besándole con un hambre que no creía poseer. Sonrió contra mis labios y su beso se profundizó aún más. Antes de que me diera cuenta, me arrancó los pantalones y yo no pude hacer nada por impedírselo.

Su boca era gloria, besaba mejor que todas las personas que había besado en mi vida, juntas. Entonces supe, ya fuera un sueño o realidad, que convertiría a Zeus Engel en mi nuevo dios del sexo y el protagonista de mis mejores sueños húmedos.

Solté un gritito sorprendido cuando me levantó un poco del sitio, tirando de mí casi salvajemente.  Se sentó él en el suelo, yo quedé sentado a horcajadas sobre sus musculosas piernas.

Me rodeó la cintura desnuda con los brazos y me pegó contra sí mientras la danza de nuestras lenguas tomaba cada vez más calor. Deslizó los brazos desde mi espalda hacia mi cintura, mientras yo rodeaba su cuello con los brazos pegándole más a mí, fundiéndonos en un beso apremiante y muy, pero que muy, húmedo.

Me acarició el trasero como quien no quiere la cosa, y, tomado por la lujuria, no hice nada por apartarle. Tenía calor, mucho calor. Su piel me abrasaba y el calor de las calderas me estaba empezando a pasar factura. Cada caricia suya era un mundo nuevo, un descubrimiento de mi propia piel que ni yo mismo sabía, zonas herógenas que nunca pensé tener. Me estaba volviendo loco entre sus brazos.

Sus manos sabían donde tocarme, en aquellos lugares que por mi pudor no había ni siquiera permitido acceder a Moisés. Pero con Zeus era todo diferente.

Era como estar soñando, pensaba que aunque me desvirgase en ese momento, me despertaría siendo virgen otra vez. Pero mi pudor me lo impedía, y ese estúpido miedo volvió a aparecer. Me separé de sus labios, dispuesto a hablar, jadeando como un idiota. Él me mordió la barbilla y descendió hacia mi cuello.

Gemí y me dejé llevar un poco más, notando como lamía y succionaba aquella zona tan sensible de mi anatomía, hasta que sus manos me empezaron a asustar.

-       Yo no follo –declaré tratando de separarme un poco de él, pensando en la negativa que me daría a continuación.

Pero, en contra de mis pensamientos, sus brazos se cerraron más fuertemente en torno a mi cintura, pegándome a él e impidiéndome moverme. Bajé la vista para encontrarme con sus ojos turquesas mirándome entre sus largas pestañas y su sonrisa torcida en una mueca burlesca.

-       Nadie te lo ha pedido, enano –respondió jactoso- no te hagas ilusiones.

-       ¡Yo no me hago ilus-

No llegué a terminar la frase. Él me volvió a besar, con el mismo hambre que la vez anterior y tal vez algo más… ¿dulce? Esa fue mi impresión. Moisés no besaba tan bien… tal vez no tenía tanta experiencia…pero aún así, mi exnovio (que mal suena esa  jodida palabra) tenía una dulzura impropia de una persona, que me hacía quererle como nunca y desearle como un idiota. Yo era su perro faldero, siempre escudado detrás de sus palabras, de sus brazos… cómo le odiaba.

De un momento a otro la puerta empezó a sonar y escuchamos una voz al otro lado que me hizo separarme abruptamente de él, muy asustado y avergonzado. Zeus, en cambio, mantuvo la postura y únicamente volvió la vista hacia la puerta.

-       ¿Porter? –preguntó en voz en grito hacia la persona que murmuraba cabreado cosas incoherentes.

-       ¿Engel? –respondió la otra voz, pegándose más a la puerta (o eso me pareció por el sonido que produjo la misma)

-       Me he quedado encerrado –explicó con una sonrisa en los labios. Me estremecí, cuando noté sus manos acariciando mi espalda descuidadamente, y un oscuro sonrojo me cubrió la cara.

-       Joder, mira que das trabajo Engel. ¿Qué coño hacías ahí dentro? –Zeus me miró y sonrió más ampliamente, lo que solamente produjo el crecimiento de mi sonrojo.

-       Huir de paparazis –respondió pasándose la lengua por aquellos labios tan rojos…tan deseables…

-       Me cagüen la puta –gruñó al otro lado- espera, que voy a por  las llaves y te saco.

-       Muy amable –respondió a su vez y escuchamos pasos alejándose de nosotros. Arqueó una ceja y me atrajo un poco más hacia sí -¿Por dónde íbamos? –abrí desmesuradamente los ojos y apoyé las manos sobre su pecho para aumentar la distancia entre nuestros cuerpos.

-       ¿¡Estás loco!? ¡Yo paso de que me pillen así! –gruñí, haciendo un sobrehumano esfuerzo por levantarme. Finalmente, con un suspiro resignado  quitó los brazos de mi cuerpo y me dejó alejarme.

-       Niño pudoroso –murmuró por lo bajo, sin moverse del sitio y estirando un poco más las piernas. Me alejé de él y me empecé a vestir- ¿Te da vergüenza que nos vean?

-       ¡Vete al cuerno! El heterosexual aquí eres supuestamente tú –gruñí, colocándome el cinturón en su sitio.

-       Bisexual, perdona…soy bisexual –aclaró con el dedo índice en alto y cerrando los ojos, cual profesor que explica su materia.

-       Los medios no dicen lo mismo –musité por lo bajo sin dignarme a mirarle a la cara.

-       Bueno, hay cosas que es mejor que la gente no sepa… te tachan de todo si estás fuera de lo normal, ¿sabes? Y no me puedo permitir ese lujo.

-       ¿Te soy sincero? –pregunté, mirándole de soslayo. Ladeó la cabeza y asintió levemente- no me importa lo que le pasen a las estrellas, me la suda.

-       ¿Entonces no vas a ir diciendo por ahí que “Zeus Engel te ha tocado el culo”? –preguntó aparentemente interesado. Me agaché, tomé su pantalón y se lo tiré para que se adecentase un poco.

-       No me va eso de llamar la atención. Además, ¿quién me creería? –sonrió y se encogió de hombros, antes de volver la mirada hacia la pared que tenía delante.

-       Claro… ¿quién te creería?

Bufé y me apoyé sobre una caldera, esperando a ser rescatado. Después de un rato, en el que parecía meditar sobre algo, se irguió y se puso los pantalones. Yo le miraba de soslayo, perdiéndome en sus músculos. “¿Quién me creería si ni yo mismo me lo creo?”

-       ¡Engel! ¿Sigues ahí o ya te moriste? –preguntaron al otro lado y pude escuchar el tintineo de unas llaves.

-       No lo sé, ¿por qué no abres y lo descubres por ti mismo Porty? –respondió burlón, recogiendo sus bártulos del suelo.

La puerta se abrió de repente, dejándome ver un hombre vestido de conserje, bastante entrado en edad y de mirada amable pero burlona.

-       La próxima vez que me llames “Porty” lavarás la colada de una semana –le amenazó, señalándole acusadoramente con el dedo índice.

-       Sí, sí…lo que tu digas –dijo a su vez Zeus, pasando a su lado y respirando profundamente – vaya, ¡estaba asado ahí dentro, caramba! –salí yo también y el tal Porter se me quedó mirando con una ceja arqueada.

-       ¿Y este quién es? –preguntó extrañado. Engel me miró y sonrió radiantemente.

-       Un fan –mintió, ganándose un bufido por mi parte – lo siento chico, ya te dije que no traía papel para firmarte el autógrafo, otra vez tendrá que ser –añadió, mirándome burlonamente.

Le fulminé con la mirada y eché a andar, dispuesto a irme a casa a matarle mentalmente o… a matarme a pajas a con su imagen de fondo. Aún no lo había decidido.

-       Engel, eres muy cercano con los fans, ¿no? –preguntó Porter a lo lejos.

-       Uy, no te haces una idea.

Nota mental: cerrarle la boca al puto payaso.

 

Continuará...

Notas finales:

Siguiente capítulo: Superestrella:Él.

Muchas gracias por leer :)


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