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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

-Diálogos- 
"Pensamientos"
¡Gritos!
"-Relato
¡Los personajes de Katekyo Hitman Reborn son de Akira Amano, así como las demás series de anime/manga que sean citados, no me pertenecen!
-Así como la idea de "Las mil y una noches" tampoco es mía, sólo la adapté-
El fanfic aparece como terminado porque cada cuento es independiente a otro, el final del primer universo (? llevará mucho tiempo, por su comprensión, gracias.

Notas del capitulo:

 

¡Primer cuento dedicado a mi nee-chan Sayuri D Vais!

Serán 18 historias que serán con diferentes personajes de diversos mangas/animes.

¡A leer!

Los personajes de Tsubasa C. R pertenencen al grupo Clamp

++++Una noche++++

−Descubrimos a este espía, Hibari-sama. –Dos guardias tenían apresado con fuerza extrema a un hombre de cercanos veinte años.  En el trono, había un jovencito de cabellos negros y lacios atributos. La estancia era acogedora, rodeada de cortinas y telas de seda roja. Las columnas eran de un mármol fino y perlado. Las baldosas doradas. El viento de la noche estrellada se llevaba el olor a incienso dulce.

El soberano de la tierra de Rivacio, una montaña perdida en un verde y profundo valle donde todo era vida y humedad. Ríos corrían libres y amorosos rozando los bordes y partes medias de las faldas de aquella principal montaña que le daba frente a toda esa maravilla de la arquitectura natural de planicie.

−¿Qué desea hacer con él, su majestad? –Preguntó el segundo guardia levantando un fuete de color negro.

−Espera. –Ordenó la joven voz. Se levantó, talves tendría diecisiete años. Su figura era delgada, su piel sin marca alguna, cremosamente deliciosa. De mirada inexpresiva, o fría para quien prefiera así la descripción. Sus labios eran líneas delgadas llenas del espirito lozano de la belleza. -¿Por qué viniste aquí? –Le exigió respuesta, bajando los diez escalones con calma hasta quedar frente al supuesto espía.

−Su majestad, no es necesario que hable con escoria como esta. –El guardia le dio un jalón, y la silueta se retorció en su lugar.

−¿Le han golpeado? –Preguntó mirándoles fijamente.

−No teníamos más opción, intentó escapar. –Se intentaron excusar justificadamente, pues era su deber mantener el palacio libre de infractores.

−Déjame ver tu rostro. –Dijo, los guardias vieron que el reo no quería cooperar, entonces, le ayudaron jalándole de la nuca. Sus cabellos eran de un dulce tono color rubio con destellos castaños talves. Y sus ojos, que estaban entrecerrados, eran de un hermoso color pardo, irremediablemente se encontraron con los del pequeño príncipe, rayos de luna contra sus ojos castaños.

Fue un contacto instantáneo.

         −¿Qué hacías aquí? –Repitió. El preso se removió ligeramente, le estaban agarrando con mucha fuerza.

−Quiero hablarte… -Dijo, y le golpearon en la boca, nadie podía hablarle en aquel tono tan personal al soberano.

−Tienes agallas. –Aceptó. La ropa del infractor era gris, pantalones desgastados y camisa de maga corta que dejaba ver un enorme tatuaje, uno bien detallado donde se apreciaba un caballo y llamas con bordes azules y blancos. Una calavera, el soberano se perdía en aquella hechizante marca corporal. –Te escucho. –Mientras, el soberano, tenía una camisa de manga larga pulcra y blanca. Y pantalones en color negro.

−¡Señor, vengo humildemente a pedirle que desista de enviar a sus soldados a la frontera! –Cambió el tono, y ahora suplicaba agachándose exageradamente. -¡Debe saber que no es una decisión sabia! –Le volvieron a golpear.

−¿Por qué? ¿Qué puedes saber tú sobre cuáles serán mis decisiones?

−¡Su excelencia, eso confirma su rol de espía! –El príncipe le mandó a callar levantando la mano derecha. El rubio se mordió el labio.

−Yo soy soldado. –Dijo después de unos minutos de mutismo. –Mi padre sirvió durante la guerra y sé que esto puede terminar en tragedia porque pasó lo mismo hace veinte años. ¡Se lo suplico, mi rey! ¡Debe recapacitar! –Los guardias deseaban callar al mundano que se atrevía a hablar. Sin embargo, el Rey estaba realmente atento a esa criatura humana tan desesperada.

−Libérenlo. –Ordenó el príncipe dándose la vuelta.

−¿Qué? –Inquirieron a absortos por aquel mandado. ¿Habían escuchado bien

−Háganlo ahora, o los mandaré a decapitar. –Les miró de reojo, su sed de sangre se hizo presente en un segundo eterno, sus subordinados  fueron soltando al rubio lentamente. Le quitaron una soga que había estado atando sus muñecas. Se masajeó con alivio. Respiró hondamente y se levantó con cierto dolor. Las costillas habían sido acreedoras a un par de golpes, pero nada serio. –Explícate. –Dijo tomando asiento en su trono, apoyando el codo en el brazo del mueble y su mentón en su mano.

−Sí los envía hacia la frontera norte del país sería más efectivo.

−¿A la espalda de la montaña? Debe ser una broma de mal gusto.

−No, su señoría, en absoluto. He visto algunos montaraces vagar por las calles de esta cuidad, son hábiles busca caminos ocultos de las miradas de los centinelas de su guardia real. Lo sé porque yo también fui uno de ellos al servicio al antiguo rey de Rivacio.

−Dijiste que tu padre sirvió al mío, ¿Cuál era su nombre?

−Décimo Cavallone. –El príncipe guardó silencio unos segundos.

−No me parece haber escuchado de él, investigaré más tarde. Por lo mientras, sígueme explicando tus teorías. –le dijo mostrando un extraño interés.

−Si… -Murmuró. –Se hincó y dibujo con su dedo un improvisado mapa del valle. –Como todos sabemos, nuestra zona norte da la espalda al borde de montañas que forman este valle. Allí hay una brecha que se pensó nadie descubriría, por eso es que está baja en vigilancia a pesar de todo, y lo que el reino enemigo espera es que envíe todos sus elementos hacia los otros tres puntos. –Señaló uno a uno el este, oeste y sur de Rivacio. –EN sí, esto es muerte segura, piensan acorralarnos.

−La estrategia era, realmente, repeler todo desde aquí. –Aceptó. –usaríamos a todo recurso posible para que nadie se atreviera a llegar al punto de arrinconarnos. –Comentó sorprendido de saberse tan obvio.

−Lo supuse bien. –Dijo dolorosamente. –Su alteza, evite la guerra, debe reconsiderar formar algunas alianzas con pueblos vecinos, las zonas bajas a esta montaña, aunque le parecerán insulsas, son fuente de trabajo y hay excelentes herreros y jóvenes deseosos…

−¿De dónde provienes tú? –le interrumpió.

−Precisamente de uno de esos lugares. –Le contestó sin avergonzarse, es más, mostrando un orgullo que resplandeció con fuerza infernal en sus bellos ojos. Cosa que causó un impacto en el príncipe.

−Dame tu nombre, soldado de débil rango. –Le miró a los ojos.

−Dino Cavallone. –Puso los puños sobre el piso e inclinó la cabeza. –Deseo con toda el alma que pueda reconsiderar sus decisiones. La gente, su gente, estaría dispuesta a hacer lo que fuese por usted, tómelos en cuenta.

−Te diré algo. –Dino levantó la cabeza, curioso. –Me aburren estas cosas sobre decadencia pre-guerra, haré un trato contigo.

−¡Haré lo que sea!

−Cuéntame cuentos.

−¿Eh? –Se echó para atrás. –Su-Su Alteza ¿Está hablando en serio?

−Claro que sí. Tienes una oportunidad de convencerme, sino me agradan tus historias, desataré las fuerzas del ejército hacia el frente de la montaña, en caso contrario, obedeceré tus indicaciones y advertencias. –Dino aún no podía cerrar la boca por la sorpresa. Pero al verse perdido en ese mar de agua plata, accedió apuntándose con el dedo pulgar.

−¡Soy el mejor cuenta cuentos de donde vengo, mi señor! –Mentira, pero sí un chance se le daba… no podía negarse, nada se le puede negar al Rey.

−Empiezas hoy. –Sonrió de lado. Y aquel gesto penetró en el corazón del rubio.

+++++{Primer Cuento}+++++

−Bueno… ¿Por dónde empezar? –Dino se había bañado, cambiado y perfumado, y aunque tuviese unas esposas sobre las manos y los ojos de los guardias fijos en él, se portaba de lo más tranquilo, daría su mejor esfuerzo. Ambos, príncipe y reo, con ropas blancas y cómodas. Estaban en una sala donde todo el piso estaba conformado por almohadas de colores oscuros. Había un centro de mesa con un cesto de variada fruta, de hermoso y apetitoso color.

Hibari se acomodó frente a Dino, separados por dos metros.

−Que sea entretenido. –Apiló almohadas para acostarse y poder verle de reojo.

−¿Sabes de dónde vienen las manzanas? –Hibari enarcó una ceja. –No, ya sé que piensa que se dan en los árboles, pero para que se dé por enterado, las manzanas antes crecían en el agua y eran blancas como la leche…

El Canto De Un Tritón

Pareja: Kurogane x Fay

“En una ocasión me encontré con un mercader, de buen gesto y generosas facciones regordetas. Con gran trabajo estaba subiendo la colina para llegar a su nuevo local, me ofrecí a ayudarle, el se negó en primer término, pero como soy algo terco le gané. Cuando por fin llegamos al punto deseado dejé la carreta a un lado, y me quedé babeando cuando vi tanta manzana deliciosa junta.

“−Toma una… -Me ofreció en son de recompensa, y mi mirada se encontró con algo muy particular. Una pequeña esfera blanquecina. Le miré curioso y le tomé, estaba en medio de todo aquel montón. Cuando la vi detenidamente, me quedé pasmado por descubrirla: una manzana blanca, en su totalidad. Le pregunté cómo era eso posible, el viejito se echó a reír y supe lo siguiente.

“Hace mucho pero mucho tiempo, en una aldea lejana a Rivacio, existió un samurái, uno tan fuerte y temible como un relámpago en la oscuridad infinita de la habitación de un niño. Sus cabellos  eran como el ébano negro, fuertes cerdas de alocados y picudos límites, cortos sin duda. Y sus ojos eran canicas de colores vino.

“Dicen, que su piel era morena, cual arena de los ríos azules. Y que su mentón dejaba conocer su poder. Un día, ese increíble samurái se encontró con algo sumamente curioso: una persona desmayada…

Hibari bostezó. Y Dino respiró hondo tomando una manzana.

“El desconocido moribundo emitía palabras incoherentes. El samurái se acercó y se hincó para oírle, lo primero que le llamó la atención fue que sus cabellos eran suaves y de un color dulce como la vainilla.

“−Agua… -Susurró la criatura. El samurái enarcó una ceja, miró a su costado y no dudó un segundo, cargó al desconocido rubio con una sola mano y lo lanzó al rió.

“El rubio despertó terriblemente asustado. ¿Dije que era riachuelo? El agua corría sin peligrosidad alguna. Así que el rubio con sólo ponerse de rodillas logró salir del agua. El samurái y el rubio cruzaron miradas, el último tenía la piel pálida, tan blanca como la leche, sin ninguna cicatriz. Y su ojo, pues cabría de prudente agregar que uno de sus ojos estaba con un parche color negro, era de un precioso color dorado, tan escandaloso como el oro mismo.

“−¿Querías agua, no? Allí la tienes. –Se sentó en una piedra plana que estaba cerca cruzado de brazos. El rubio siguió mirándole expectante, pero segundos después, comenzó a beber desesperadamente.

“Cuando hubo terminado, el rubio se levantó y salió del riachuelo. Un puente de madera estaba cerca de allí, varios árboles mecían sus ramas para susurrar con el viento.

“−Gracias… -Dijo el rubio. El samurái chasqueó su lengua y se quería ir. Pero fue detenido por aquella menuda y tersa mano hecha en seda blanca.

“−No hice algo en especial. –El samurái era mucho más alto que el rubio.

“−Quiero agradecerle a mi salvador. –Su voz era juguetona e inocente. Le sonrió y el gesto le agradó al samurái.

“−No parece que traigas algo de valor, además sólo te aventé al rió. –Se encogió de hombros. El rubio negó con la cabeza.

“−Toma. –Extendió su mano y la estrechó con la del moreno. “-Es una semilla blanca, cuando tu salud esté en problemas plántala en las arenas del fondo de un rió.

“−¿Y qué hago después?

“−Cuídala, te dará lo que más deseas desde el fondo de tu corazón. –Y después desapareció entre el sendero serpenteante. El samurái miró de nuevo la semilla, ¿Cómo algo tan pequeño podría causarle alguna dicha?

“Enrolló sus dedos alrededor de ella e iba a lanzarla, la noche ya se había cernido sobre el verde campo, y un viento frío le azotó la cara. Decidió regresar a su casa y guardó la semilla en su hakama.

“Pasaron los días, y una tarde, el samurái se comenzó a sentir muy enfermo. Parecía una maldición. Estaba decidido a partir en la próxima guerra que amenazaba su aldea natal, pues ahora vivía en otro lugar, pero no podía, su cuerpo estaba débil. Y entonces recordó las palabras del rubio. Tras pensarlo mucho, y de veras mucho, fue al rió donde había conocido al rubio de ojo dorado. Hundió sus pies en el agua dulce, se inclinó y escarbo un palmo, no fue muy difícil el agua pasaba por mero trámite, la corriente tardaría en llevarse la semilla… escarbó más hondo, si ya estaba haciendo el ridículo pues tendría que hacerlo completo.

“Y ahora que lo pensaba, no le había preguntado al viajero cuánto tiempo tendría que esperar, calculó el tiempo que llevaba el crecimiento normal de una planta y suspiró hondamente. Regresó a casa y al día siguiente se apareció de nuevo en ese lugar. Recordó el lugar exacto, miró un par de veces y no había nada. Pero se preocupó, había varios peces intentando bordearla para poder excavar, el samurái les asustó lanzando certeras piedras.

“El samurái tejió una red ingeniosa, y luego una canasta, la puso sobre la semilla plantada y fue cuidándola durante una semana completa. Al paso de los días, le era menos difícil, su cuerpo comenzaba a recuperar vigor, pero aún no se sentía completo. Pasó un mes, y cuando ya se estaba hartando y su curiosidad menguando, dijo que aquella tarde sería la última que pasaría en aquel rió.

“Llegó a paso cansado. Respiró el aire limpio de la mañana bañada en roció virgen. Fue hasta donde estaba la canasta, se metió al agua y al levantarla se quedó con los ojos fuera de sus orbitas.

“En aquel cuenco había aparecido un niño, una pequeña criatura de cabellos color vainilla y piel tersa seda. El infante dormía dentro del agua, el samurái no sabía qué hacer, se quedó contemplándole con veneración, le recordaba al viajero, pero este pequeño niño le simbolizaba algo de sumo interés, algo que le robó el corazón de inmediato, y talves fue la idea de que su esfuerzo no había sido completamente en vano, además de que siempre, y cabe remarcar, siempre había deseado tener un hijo. Su esposa había muerto antes de dar a luz, y el producto de aquel amor se fue a la madre tierra.

“El moreno quiso sacarle, pero no sabía qué iba a pasar, si el niño estaba tan tranquilo adentro del rió talves moriría en cuanto le sacase. No pudo resistir la tentación, el brillante espejo y el reflejo del sol sobre el niño le aumentaba el valor alucinante, le tocó la mejilla, que para su sorpresa era cálida y muy suave. En ello, el infante despertó. Abrió poco a poco esos ojitos de lucero y se encontró con la imagen del samurái. Jamás había visto semejante tonalidad en una mirada, era como si el espejo del cielo hubiera sido cortado en dos zafiros preciosos para ser colocados en aquellas cuencas como las ventanas de su alma. Algo, como eco profundo, resonaba en el alma del moreno, sentía una paz y un amor inexplicable, el sol brillaba con fuerza, sus cabellos parecían ser hilos vainilla meciéndose al viento. El niño sonrió, y se fue sentando, su cuerpecito estaba desnudo y el agua terminó por llegarle arriba de la cintura. Le extendió los brazos al samurái mientras apretaba sus manitas y las abría. El moreno dudó por unos segundos, pero al recibir una mirada curiosa y un fruncimiento de labios por parte del menor, respiró hondamente y le sacó de las aguas. Se lo puso en el pecho y le cubrió con sus ropas, el niño se acurrucó y sus manitas se fueron a su pecho, estaba obviamente húmero pero entró en calor en sólo instantes. Miró de nuevo al agua, y se encontró con una cuna echa de raíces que nacían de las arenas, y aún adentro, había pequeñas esferas blancas, como botones de flor. Le puso la canasta de nuevo sobre ella.

“Así, el samurái se quedó con el pequeño niño. Todos los días en las mañanas iban al lugar de nacimiento para vigilar aquel pequeño árbol que creció en medio del agua. El pequeño rubio de ojos azules se crió al temple de una educación sabia, algo estricta y amorosa. El samurái le presentó como su hijo, y nadie pareció creerle, poco le importó. Pronto, tanto la semilla como el niño fueron creciendo.

“El amor entre los dos se hacía cada día más tangible. ¿Ya le dije el nombre del niño?

Hibari movió la cabeza en sentido negativo.

“Ah, pues se llamó Yui… pasaron algunos años, y el samurái se dio cuenta de lo feliz que era con algo tan simple, pero había algo oscuro creciendo dentro de él, el amor que siempre había considerado paternal, se estaba torciendo poco a poco, no soportaba que Yui jugara con los demás niños, lo sobreprotegía porque algunos le maltrataban por su sin igual color de piel y ojos. Al poco rato, se comenzaron a quedar solos. El joven Yui, que había crecido más rápido que un niño normal, tendría más o menos quince años, pero era comprensivo y amoroso. El samurái se recriminó por ser tan cruel, y en una noche de luna llena, fue al rió, el pequeño árbol daba vida a una fruta extraña de color blanco y dulce sabor, uno por día, sólo con eso alimentaba a Yui, pues otro alimento le causaba enfermedad, la recogió y estaba decidido a regresar a casa para poder decirle la verdad a su hijo. De repente, una anciana aparecía al borde de una curva. El samurái escondió la fruta y fue a su encuentro, haciéndole saber claramente que era peligroso vagar por aquel rumbo a esas horas. La anciana negó, y dijo que debía encontrar a un médico pronto, su pequeña nietecita estaba agonizando, había comido algo contaminado y por no tratarle ahora se acercaba su muerte, el moreno vio la desesperación en aquella ancianita.

“Y recordó las palabras del viajero, si su salud había sido recuperada por tener a un hijo, ahora sabía la tristeza que debería sentirse al perderlo, el samurái le entregó la fruta blanca, diciéndole que con ello su hijita debería mejorar. La anciana veneró con lágrimas sinceras y fue a su destino.

“Se preocupó. Tendría que esperar hasta el día siguiente para poder darle de comer a Yui, se golpeó en la cabeza y se puso a entrenar como loco, deseaba que su teoría no estuviese equivocada, deseo que la niña se salvase, pero ahora tenía un dolor en el pecho que le carcomía el corazón y le pesaba en el ama. En ello, Yui llegó. Le suplicó que no se lamentase, mañana sería otro día.

“Entonces, la anciana volvió, con su nieta sana y llena de rubor joven en sus mejillas, no sabía cómo agradecerle al samurái por tan buena obra, Yui contempló aquello con mucha felicidad. El padre guardó su amor, no le haría bien a nadie. O eso pensó hasta que una tarde, Yui le confesó a él su amor.

“Ambos amores fueron correspondidos y fusionados en un solo cuerpo, enfermo talves, pero el amor nunca ha sido moral, mucho menos ético, sino fuera así, todos querríamos pero nunca amaríamos.

“En el tiempo es inevitable que se sepan las cosas, la fruta fue codiciada, y llegó el rumor de que la emperatriz estaba muy enferma. Pero el samurái no quiso seguir haciendo pasar hambre a su amado, entonces, en un arranque de egoísmo, intentó escapar, le dijo a su hijo que debían irse juntos lo más pronto posible, Yui protestó, diciendo que él estaría bien. Sin embargo, el sentimiento de oscura devoción terminó por devorar al samurái, fue a donde estaba el árbol y le intentó arrancar, Yui le intentó persuadir con todas las ganas del mundo, incluso terminaron forcejeando, y el samurái terminó por herir al ser que más amaba. La sangre del inocente Yui fue derramada a las raíces del árbol blanco. De inmediato, el rio se secó por completo, el árbol y los frutos perdieron sus colores originales, el tronco se volvió color tierra y la fruta se volvió carmín.

“Su hijo ya no podía comer eso, la fruta blanca tenía poderes de curación, pero la roja sólo le terminaría de matar, su hijo se lo dijo, entonces, de sus ropas ensangrentadas, el rubio le entregó la última fruta blanca, le rogó que se la entregase a la emperatriz, ya que ella era muy importante para todo el país, no como él que era solo importante para el samurái, el egoísmo tuvo que ser transmutado en una tragedia egoísta. El padre se negó, pero su hijo le hizo ver la realidad, aunque él comiese la última, el fruto blanco ya no existía, por lo tanto, algún día iba a morir, y esa muerte iba a ser más cruel que la presente.

“Con el alma y cuerpo destrozados, no tuvo mas remedio que entregar la última voluntad de Yui. La gobernante se salvó. El país se regodeó en la dicha.

“El pobre y dolido padre regresó al rió seco. Había enterrado el cuerpo de su hijo al pie del árbol, y ahora, que ya nada tenía valor, con su mano vuelta filo sacó su propio corazón y lo lanzó a las raíces, dejando caer su cuerpo inerte a las faldas del tronco… es por eso que las manzanas tienen forma de corazón cuando las partes por la mitad, y son cóncavas por dentro porque tienen cunas dentro de ellas.

−Fue patético. –Comentó Hibari que estaba a un metro de Dino.

−Yo no lo creo así. –Sonrió de lado. –El amor puede ser enfermo o desesperado, y eso puede que esté mal, pero la idea que no quiero que usted pierda de vista es que el egoísmo puede ser mortal. Y el capricho nace de eso. Yui sabía que tarde o temprano su secreto se iba a descubrir, pero aún así enfrentó su destino amando hasta que se volvió loco.

−¿Tú que hubieras hecho?

−Humm, probablemente lo mismo. –Se echó a reír. –Pero hubiera acatado los deseos del amor de mi vida. Sería bueno que siempre existiera un amante prudente en una relación de dos. Y en ella, el hijo era el sabio.

−Hablas demasiado.

-Ese es mi trabajo, mi señor.

−¿Ahora qué sigue? ¿Me contarás como nacieron las aves?

−Nop, la historia del samurái no es nada comparado con la Luna de Media Noche. –Hibari, que en toda la primera historia había mostrado un infinito interés (Que ocultaba con sus palabras) retomaba el filo de la curiosidad. –Es una historia de un dragón que se enamoró de un humano… pero eso lo dejaremos para mañana.

 


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