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Northwestern por Choped

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Notas del fanfic:

One Piece es del maestro Oda-sama.

Capítulo 1.


Cuentan las viejas leyendas del Nuevo Mundo que cuando el hombre blanco allá por el final del siglo XIV se aventuró desde allende de los mares a través del “Océano Tenebroso”, el cual consideraban lleno de monstruos más grandes que el más inmenso de los galeones de guerra y que se acababa apenas alejarse algunas leguas de la isla de la Gomera, todas las tribus indígenas que hasta entonces habitaban en paz y harmonía disfrutando de la vida que los misericordiosos Dioses habían decidido brindarles sin más preocupaciones que cazar y recolectar frutas para alimentarse, fueron eliminadas o esclavizadas por la avaricia de unos colonos españoles que en su busca del Cipango y Catay confundieron las costas de la pacífica Haití con las de Asia. Este error no habría llegado a mayores, ni tantos amables nativos que recibieron con los brazos abiertos a aquellos viajeros gigantes y peludos que nunca antes habían visto, habrían perdido la vida sin causa, si no fuera por la cabezonería de un Almirante que no quiso admitir jamás su equivocación ante unos Reyes Católicos anhelantes de todas las fortunas prometidas por aquél al que nombraron Virrey de las Indias, el genovés Cristóbal Colón.


     Mas esta historia no comienza desde los mismos orígenes del nuevo continente, el cual posteriormente sería conocido como América, si no algunos siglos más tarde (sobre el siglo XVIII-XIX), cuando nuevos intrépidos descubridores se aventuraron a “Tierra firme” para intentar un futuro mejor que el que auguraban las islas conquistadas de tan injusta manera por los españoles.


     En estas tierras llenas de posibilidades y promesas de libertad fueron creciendo y arraigando las costumbres europeas en un Nuevo Mundo que si bien no estaba preparado para un cambio tan drástico, aceptó de apoco las nuevas leyes implantadas; aunque fuera por la fuerza y arrasándolo todo a su paso. Los viajeros, primeramente colmaron de regalos a los habitantes del territorio que pretendían ocupar con la intención de que abandonaran sin oponerse las tierras que les habían visto nacer y crecer a ellos, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Como cabía esperar, los pobres hombres de piel rojiza tostada por el sol, que nunca antes habían visto a los diablos de tez blanca, no aceptaron el despojarse de sus campos. Y aun siendo un pueblo de costumbres pacíficas se vieron obligados a hacer posesión de las rudimentarias armas con las que contaban, en su mayoría arcos, flechas y lanzas, para enfrentar a aquellos demonios que nadie sabía de dónde habían venido pero que tampoco ninguno de ellos deseaba cerca.


    Entre disputas que no llevaban a buen puerto a ninguno de los dos implicados, pasaron varias generaciones. Por parte de los conquistadores las tierras adoptaron el nombre del “Salvaje Oeste” y se fueron asentando en pequeños pueblos y fuertes, dispersos a lo largo del árido territorio que lo conformaba. Por lo que concierne a los nativos, siguieron emperrados en seguir en sus territorios cerca de los ríos con sus magníficas cosechas de cereales y maíz, siendo la única cosa cambiante, la forma de ver a los hostiles europeos; cada vez les profesaban más odio por invadirles y obligarles a deshacerse de sus costumbres y tradiciones que habían defendido por tantas décadas.


   


    En un punto concreto del basto continente, se alzaba un pueblecillo de no más de unos cientos de habitantes, pequeño sí, pero que contaba con todo lo necesario para la supervivencia pese a que sus cultivos no eran los más generosos ni las lluvias las más abundantes. Éste recibía el cariñoso nombre de Thousand Solèy, que traducido de la lengua de los nativos haitianos significaba “mil soles”, haciéndose bien merecedor de su nombre pues, el astro rey no faltaba ninguno de los trescientos sesenta y cinco  días del año. Sus gentes vivían felices en aquellas rudimentarias casas de madera que tanto esfuerzo bajo un sol abrasador les había costado levantar de la nada, disfrutando de la compañía de sus vecinos y los pequeños placeres que podían permitirse cuando los bandidos no los asaltaban. Aunque todas las penurias causadas por tales villanos, que sin embargo posteriormente seguirían apareciendo como moscas, cesaron en el preciso momento en que llegó el nuevo Sheriff a la ciudad. Él había sido enviado por los altos mandos para ocuparse del fuerte que dividía en dos el gran territorio a aquella parte del noroeste y de la ciudad, que desde hacía algunos años carecía de ninguno.  Todos los pueblerinos le conocían por el sobrenombre de Cienfuegos, pues su pelo lucía de un rojo tan intenso que hacía sombra a la más ardiente de las llamas. Su valentía a la hora de presentar batalla fascinaba a los hombres mientras sus inigualables rasgos, cuerpo atlético y bello rostro hacían las delicias de todas las mujeres.


   Por su parte, el Sheriff no se dejaba llevar por su fama y cumplía con su trabajo como el mejor, manteniendo a raya a los malhechores, solucionando los conflictos internos de la comunidad y actuando de mediador en los problemas agrícolas y ganaderos cuando se encontraba en el pueblo, pero cuando era temporada de estar presente en el fuerte conocido como Grand Line precisamente por separar los territorios civilizados de los nativos, se tornaba en el más bravo soldado que jamás pudiera comandar un ejército. Mas él tenía un problema, no toleraba el cabalgar a lomos de un caballo, cualquier cuadrúpedo semejante o medio de transporte terrestre, por lo que debía recorrer las largas distancias que separaban el pueblecillo del fuerte caminando. Y ésa más que cualquier otra, era la razón por la que pasaba medio año en cada uno de sus destinos, a no ser que alguna urgencia cuando estaba en el opuesto requiriera de su atención.


    Durante el tiempo que pasaba alejado de los ciudadanos dejaba el pequeño municipio a manos de un muy buen amigo suyo que conoció en los puertos de lo que hoy sería México. Éste era bastante más joven que él pero bien se había ganado su respeto y se podía decir que conocía aquellas tierras mejor que la palma de su mano pues antes de tener la tarea de encargarse de la población era un caza recompensas errante  que se había recorrido medio mundo sin más compañía que una hermosa katana de funda blanca y espléndido acero que le regalaron en las antiguas tierras del Gran Kan.  Era considerado un maestro en el arte de la esgrima y podía combatir contra el más aguerrido enemigo armado hasta los dientes de artillería con su sola compañera de fatigas, Wado Ichimonji. De su aspecto físico destacaba su entrenado cuerpo, un cabello de un llamativo color natural verde apistachado y tres pendientes dorados en su oreja izquierda. Su único defecto a tener en cuanta sería la desmesurada facilidad con la que se perdía en los núcleos urbanos en comparación a la maestría con la que se desenvolvía en la naturaleza con la única guía de las estrellas y el sol.


    Ambos hombres consistían en toda la protección que las gentes de Thousand Solèy necesitaban y estaban contentos de poder contar con ellos en los momentos difíciles. Mas el peliverde en las temporadas que Cienfuegos permanecía entre ellos y no en el fuerte, desaparecía para volver a los seis meses con nuevos ánimos renovados. Nadie sabía adónde iba y por más que le preguntaron jamás consiguieron sonsacarle ni una sola palabra.


-         Bueno Zoro, es momento de que parta hacia Grand Line, así que tú deberás ocuparte del pueblo.- golpeó afectuosamente el hombro de su interlocutor- Suerte compañero.


-         No te preocupes Shanks, sabes que puedo encargarme de él- sonrió- hasta pronto.


El hombre pelirrojo cargó su mochila ya repleta de todo lo necesario para el viaje y se alejó a paso ligero entre aspavientos y palabras de despedida por parte de los habitantes que le tenían en gran estima. Cuando éste no fue más que un borroso punto en el horizonte se marcharon a sus casas pero el espadachín permaneció largo y tendido rato hasta la caída del sol mirando sin mirar con la mirada perdida en el lugar por el que su amigo se había ido. Suspiró. Le esperaba medio año de tranquila monotonía en comparación a sus ajetreadas jornadas lejos de los límites del pueblecillo, pero como nunca habló de tales peripecias con ningún habitante, ninguno pudo comprender a qué se refería concretamente.


     Una vez el crepúsculo le rodeó dejándolo sin más compañía que las centelleantes estrellas del firmamento, volvió a su casa. Ésta se encontraba en el piso de arriba de la oficina del Sheriff. Se tumbó en la cama con los brazos tras la nuca, echó un último vistazo a la calle principal del villorrio de la cual nacían a banda y banda las desperdigadas casas, para cerciorarse de que todo marchaba como debía marchar antes de dormirse. Contento con que ni una sola alma perturbara la calma de esa serena noche cerró los ojos con intención de descansar, estar fresco para el siguiente día que le esperaba y el total convencimiento de que en toda su estancia allí nada perturbaría la calma y harmonía que se respiraba a todas horas en aquel páramo aislado a centenares de kilómetros del último enclave europeo.


     No sabía cuánto se equivocaban tales predicciones.

Notas finales:

Este es el principio de la historia, justo se acaban de presentar algunso de los personajes, pero aún queda mucha leña por quemar.

Shanks de sheriff y Zoro de su ayunte, verdad que les quedaría bien el traje de vaquero? ;P

Espero que os guste y disfrutéis de la lectura ^^. Besos, espero vuestros comentarios :D


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