- ¡Soplaré y soplaré y la puerta derribaré!
(El Lobo, en el cuento de “Los Tres Cerditos y el Lobo”)
Casa de ladrillos
Por: Eruka
¿Qué por qué me gusta tanto?
Quizás porque sé que puede destruirme.
Dos años.
Todo un logro, porque cuando comenzaron a salir no creía que duraran ni un día. Como mucho. Sasuke era un cabrón capaz de hacer pedacitos insignificantes hasta al más duro. Su relación se basaba en que Sasuke quería algo y Naruto se pensaba muchas veces si debía satisfacerlo. En que Sasuke soplaba muy fuerte y toda su casa se derrumbaba a su alrededor, teniendo que reconstruirla incontables veces.
Sasuke era el lobo que destruye el hogar y la tranquilidad de los cerditos sólo porque le resulta divertido.
Y Naruto no era el cerdito listo que construye su casa de ladrillos, así que por más que pusiera andamios de acero y una perfecta cubierta de oro y plata, si al final no había una base que lo sustentara, terminaba por caer por completo. No era débil, claro, casi siempre podía mantener a raya a su pareja y lograr que lo tratara como persona, pero la otra parte del tiempo, por mínima que fuera, bastaba por tirar una a una las paredes de su cordura.
Sasuke era un cabrón y desde siempre se había excusado en ello para obviar sus conductas de perfecto gilipollas y de perfecto subnormal prepotente.
Dos años parecían una cifra imposible considerando que casi cada semana sentía los irremediables deseos de terminar todo y dejarlo pudriéndose en su propia miseria de soberbia. A veces deseaba tomar sus cosas, gritarle bastardo y salir airoso por la puerta. Pero entonces Sasuke soplaba muy fuerte, obligándolo a esnifar todo lo que estaba en la mesa, levantando con la fuerza y la desesperación del movimiento de su nariz la otra casa que estaba en el suelo, encerrándolo.
Sasuke soplaba fuerte y ponía sobre la mesa la rayita de cocaína, le sonreía y Naruto sabía que no quería irse. Sabía que Sasuke era, incluso más que el lobo, el cerdito astuto que construía su casa de ladrillo, sólo para encerrar a su presa dentro. De ladrillo, diamante, carne humana y muchísimas palabras, de esas que parecen indestructibles.
Y entonces, dos años ya no parecían tan imposibles.
Porque Naruto quería irse, sí, pero más quería quedarse.
A cada deseo de libertad lo perseguía una horda de deseos de sumisión, de aceptación, de encarcelamiento voluntario, involuntario y todas las otras porquerías que podrían seguirle. Atrapaban al ridículo deseo de libertad, lo atrapaban, lo devoraban y luego se reían de su recuerdo, porque Naruto no saldría nunca de ahí ni deseándolo.
Porque Sasuke soplaba muy fuerte, sí, pero más fuerte esnifaba a Naruto y lo apresaba.
Y luego también lo devoraba y se burlaba de sus deseos.
Pero a Naruto le gustaba, porque sabía que bastaba con que Sasuke lo deseara para destruirlo. Hacerlo explotar en mil pedacitos, elevarlo al cielo y mandarlo al infinito. A él y a sus jodidas ganas de contradictoria libertad, de encarcelamiento, de miseria y de felicidad. De amor behaviorista y la imposibilidad de decidir por sí mismo.
Que Sasuke soplara y esnifara mil veces, que se burlara, que lo rompiera, que le partiera el culo y las ganas de escaparse, que hiciera lo que fuera.
Eran dos años, dos años que habían sido una tortura placentera y un paraíso indecoroso. Que eran difíciles porque Sasuke era un cerdo hijo de puta y Naruto simplemente un cerdo.
Pero eran dos años, dos años sin matar al otro.
Dos años sin morirse.
Dos años atrapados en la casa del cerdito que creyó que era listo.