Había estado durmiendo las últimas doce horas, cuando un olor a sangre consiguió despertarme. Abrí mis ojos lentamente, mientras la tenue luz solar atravesaba mis párpados. Escuché una vez más sus pasos acercándose hacia donde yo estaba; venía despacio, tranquilo y, al parecer, de buen humor.
—Buenos días —me dijo mientras quedó frente a mí.
Ingresó por la amplia puerta y me sonrió como siempre, con aquella amabilidad que me encantaba. Sus ojos negros se encontraron con los míos, seguramente le había pasado algo bueno en el último día. Por su mano se deslizaba la espesa y oscura sangre que, normalmente, estaba dentro de su cuerpo; se había hecho una enorme herida y vino, seguramente, a mostrármela. Acercó su brazo izquierdo a mí y permitió que mis frías manos le tocaran; la piel estaba suave y tibia, no había nada más excitante que aquello. Mis labios besaron la herida abierta, pronto se cerraría y el manjar que Damon me estaba ofreciendo desaparecería.
—Sólo un poco —susurró, con aquel tono grave de siempre.
Mis enormes colmillos, que permanecían siempre a la vista, atravesaron la jugosa piel de la palma de su mano; su sangre era deliciosa y codiciada por muchos, pero sólo me la daba a mí; sólo quería compartirla conmigo. Comencé a escuchar cómo mi cuerpo bebía cada trago de aquel antiguo nosferatu, quien no perdía su juvenil apariencia. La fuerza de mi mordida se fue haciendo mayor, quería más, ¡lo quería todo! Sólo mío, todo eso era sólo mío.
—¡Es suficiente! —gritó mientras pateó mi estómago, me había propasado de nuevo con mis deseos.
Mis marrones ojos comenzaron a dar paso a las lágrimas, me hería cuando me hacía eso; él sabía que nada me volvía más feliz que tenerle dentro de mí, deseaba comérmelo completo. Se arrodilló entonces, quedando en la misma posición que yo y me miró con su sonrisa de nuevo, no pude evitar sonrojarme ante tal hecho. Relamí mis labios y observé cómo su mano ilesa se levantó para acariciar mi rostro, el tacto era agradable; me gustaba en exceso sus caricias, sus atenciones. Se acercó más y me besó con la misma delicadeza de todos los días, mientras mis brazos le rodearon el cuello, quedando en un cálido abrazo.
—Te amo —confesó al culminar el acto, mientras limpió las lágrimas que alcanzaron a escaparse de mis ojos.
—Yo también —pensé.
Se acercó más y me abrazó también, me hizo entender que todo estaba bien, que no había ocurrido nada malo. Posó un corto beso en mi hombro y pasó sus manos por mi torso desnudo; ya era mi tercer año de vida sin prendas sobre mi cuerpo. Le abracé más fuerte y me acerqué más a su cuello, sintiendo su ser completo corriendo dentro de él, aquel delicioso sabor que tanto deseaba.
Abrí mi boca de nuevo, dispuesto a penetrar la tersa piel de Damon, mientras un frío comenzó a invadir mi cuerpo. ¿Qué se sentirá? Comencé a cerrar mi mandíbula, sólo otro poco y le probaría como siempre soñé, pero entonces sentí su mano tomar mis castaños cabellos y halarlos hacia atrás; no le había gustado mis intenciones.
Se puso en pie y se marchó, con la misma lentitud y frescura con la que llegó. No se preocupó por echarme una última mirada, no hacía falta. Intenté seguirle, pero las gruesas cadenas que me sostenían en aquel calabozo me impedían hacerlo; por más que peleara éstas nunca se iban a romper. Me consolé con saber que yo era su amado, su querido animalito; su adorada mascota. Nadie me quería más que él, después de todo le costó dos siglos conseguir una bestia tan exótica como yo; un vampiro mitad hombre lobo, incapaz de ser domado por ningún ser. Se arriesgó conmigo y descubrió que yo sí podía ser domesticado, sólo que a veces le amaba lo suficiente como para querer probarlo todo, hasta el último de sus huesos.