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Aroma a deseo por Pepper

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Notas del fanfic:

Época de exámenes = Inspiración, y aunque no tengo tiempo ni para respirar aquí estoy, escribiendo y publicando. No tengo remedio >.< En fin. He escrito el fic para contestar un desafio y espero cumplir las expectativas de la user que lo propuso xD Lo tengo ya terminado, pero me ha quedado demasiado largo para un one-shot, así que voy a dividirlo en dos partes para amenizar un poco la lectura.

 

Y... creo que nada más. Que os gustee n_n

SAM

 

—Sam, te estoy hablando.

Sam mira a Joe de reojo, preguntándole con ojos ausentes qué es lo que quiere. Joe suspira con resignación.

— Tío, estás en las nubes. ¿Qué demonios te pasa? Llevo media hora hablando solo.

— Ese perfume… — Sam inspira largamente — ¿Cuál es?

— Kevin. ¿Por qué? ¿No te gusta?

Sam tiene que morderse los labios para no empezar a reír como un aprendiz de psicópata. Que si no le gusta, dice.

— Me pone malo — responde, sin mentir, permitiendo que una sonrisa sesgada se dibuje en su rostro—  Creo que… me da alergia. 

A Joe le hace mucha gracia su comentario. Le pasa un brazo por los hombros y lo llama blandengue mientras le revuelve el cabello. Sam se deja hacer, conteniendo la respiración. Ah, si Joe supiera las barbaridades que están pasando por su cabeza en ese momento no se reiría tanto. Se asustaría. Sí, Sam lo conoce lo suficiente como para saber que se asustaría como mínimo tanto como él.

Porque Sam se muestra indiferente pero está aterrado. Algo ha cambiado, esa dichosa fragancia lleva días destrozándole los nervios. Sam pierde el control de sus pensamientos cada vez que está cerca de Joe, se le va la cabeza. El jodido perfume hace que donde solo debería ver a un gran amigo, a su mejor amigo, vea a un potencial amante.

El hecho de que sea un tío el que despierte en él esas sensaciones no lo trastorna tanto como que sea precisamente Joe. Porque, demonios, Joe es su maldito hermano.  No de sangre, de alma. Sentir esa clase de deseos por él le suena demasiado incestuoso.

— Oh, no, Houston, lo hemos perdido — una poco amistosa colleja lo devuelve a la realidad.

— ¡Joder, tío! ¿Qué mierda te pasa?

Sam no suele perder la paciencia de esa forma, pero lleva varios días sin pegar ojo y Joe está empezando a sacarlo de quicio. Casi habría preferido que, en lugar de empezar a reírse de él otra vez, se hubiera enfadado. A veces odia que su amigo tenga tan buen carácter.

— Te sale humo por las orejas, Sammy — se burla — A ver, cuéntale al tito Joe lo que te pasa y arreglemos esto, que estoy harto de hablar con tu cogote.

Sam se masajea los párpados cerrados, frustrado.

— No me pasa nada.  

— Venga tío, ¿esperas que me crea eso a estas alturas?

— Tú mismo.

Joe lo sujeta por el brazo cuando intenta huir.

— Eh, vamos. ¿Es por Lena?

— Que no, joder.

— ¿Habéis arreglado ya vuestro… problemilla?

Si las miradas mataran, esas habrían sido las últimas palabras pronunciadas por Joe Hitt. Sam da gracias a que esté oscuro y su amigo no pueda ver que se ha sonrojado, y es que no puede creerse que le haya sacado el tema. Cuando días atrás le contó, muy abochornado, que iban tres intentos fallidos con Lena en la cama, Joe juró que jamás volvería a hablar de eso. Maldito mentiroso.

— Sí, arreglado.

Se zafa de su amigo con brusquedad, echando a andar hacia la parada del autobús; no necesita girarse para saber que Joe ha ido detrás de él.

— Va, Sam, estarías nervioso. ¡Podría pasarle a cualquiera!

— Que ya está arreglado.

— Tío, te conozco, sé cuando me mientes.

— ¿Sabes también cuando me enfado?

Joe suelta un bufido de lo más elocuente.

— Vale, te dejo en paz.

Ninguno de los dos abre la boca en todo el camino. Joe vive en dirección contraria, pero lo acompaña hasta la parada y, como siempre, espera con él hasta que llega el bus. Sam le ha dicho mil veces que no es necesario. Joe le ha dicho mil y una que le gusta acompañarlo. El destartalado vehículo llega tras diez minutos de incómodo silencio, tan abarrotado que Sam sabe que tendrá que ir de pie. Se despide de su amigo con un seco ‘hasta mañana’, viéndolo suspirar cuando él sube al autobús.

En el interior hay más gente de la que pensaba, tanta que prefiere bajarse en la siguiente parada y hacer los veinte minutos que quedan hasta su casa andando.  No obstante,  cuando apenas lleva recorrido un cuarto del trayecto,  las brillantes luces del centro comercial llaman su atención. Se detiene frente a la entrada del mismo, decidiéndose a entrar tras unos pocos segundos de intensa reflexión interna.

Una vez dentro dirige sus pasos hacia la tienda de perfumes, donde no tarda en localizar lo que ha ido a buscar; una caja negra en la que resaltan las letras rojas que forman la palabra ‘Kevin’. La coge casi con ansia, echándose medio bote por encima. Inmediatamente le viene a la cabeza la imagen de Joe y un calor poco sano se apodera de su cuerpo. Joder, cómo odia que sus hormonas se monten fiestas sin su permiso.

— ¿Sam? ¿Estás bien?

Al reconocer la voz a su espalda, Samuel cierra los ojos sin poder creerse su mala suerte. ¿Por qué, de entre todas las personas de la Tierra, ha tenido que ir a toparse precisamente con ella?

— Ah, Lena — trata de sonreír, sin éxito — ¿Qué haces aquí?

— He venido para recoger un encargo de mi madre. ¿Y tú?

— Pues… — duda. No cree que sea el mejor momento para contarle que probablemente no se le levanta en la cama porque ha resultado ser de la otra acera— Había venido a comprarte algo. Sorpresa.

Lena alza las cejas, algo sonrojada.

— Oh, Sam, no hace falta. Sé que el otro día me puse un poco… esto, agresiva, pero no estoy enfadada.

— Llevas tres días sin cogerme el teléfono, claro que estás enfadada.

— Bueno… — hondo suspiro — la verdad es que la palabra correcta sería decepcionada. N-no puedo evitar pensar que todo lo que nos ha pasado es culpa mía, está claro que no te pongo nada.

Parece al borde del llanto. Sam la coge del brazo con suavidad para sacarla de allí, poco dispuesto a airear sus intimidades en una de las tiendas más concurridas del lugar.

— Lena, eso no es cierto — resopla; qué vergüenza le da ese tema — Es… es cosa mía. Últimamente estoy algo estresado, no sé qué me pasa.

— ¿S-seguro?

— Seguro.

Sin previo aviso, Lena le echa los brazos al cuello y le planta un morreo de los históricos. Sam corresponde,  indeciso al principio y más seguro después, atreviéndose tras unos segundos de duda a rodear la cintura de su novia con los brazos. Lena se separa de su boca lo justo para dedicarle una sonrisita traviesa  y, consciente de lo poco que le gusta a su chico dar muestras de cariño en público, lo coge de la mano para llevarlo a una zona más íntima.

Acaban en un pequeño escobero del primer piso. Dentro está oscuro, prácticamente no se ve, y el espacio es tan reducido que apenas deja opción a movilidad. Lena se pega a Sam, enterrando la cabeza en su cuello.

— Hm… me encanta como hueles.

‘A mí también’ está a punto de responder él. En lugar de ello, busca la boca de Lena para acallarla con un beso profundo y demandante. Porque en ese momento, aunque el cuerpo que sus manos recorren es indudablemente femenino, Sam no piensa en Lena. La fragancia que él mismo lleva trae a Joe a su mente, invoca su presencia, y para él es mucho más real que la de la chica.

Las caricias son cada vez más atrevidas, más ansiosas. En algún momento Lena lo ha desnudado, y ahora trata de estimularlo acariciando sin pudor su miembro semi-erecto. Sam se deja llevar por los ramalazos de placer que se apoderan de su cuerpo, dando rienda suelta a gemidos y jadeos.

— Ah… sigue. No pares, no pares. Ah… Joe… joder, sigue.

Pero Lena para. Claro que para. Y Sam no entiende por qué lo hace.

— ¿Q-qué pasa?

La chica se pone en pie.

— Me has llamado Joe.

— ¿Qué?

— ¡Joe, has dicho Joe!

Los gritos de Lena son como un jarro de agua fría. Toda la excitación que hasta ese momento ha sentido desaparece como por arte de magia, siendo sustituida por una incomodísima sensación de desasosiego. Mierda. ¡Mierda!

— Lena, yo no…

— ¡Ahora lo entiendo todo! ¡Eres un jodido maricón! —  sin darle tiempo a replicar abre la puerta del cuartucho, dejando que la luz del centro comercial ilumine la estancia. Está roja de ira — ¿No pensabas decírmelo? ¿Ibas a acostarte conmigo mientras pensabas en un tío?

— ¿Qué? ¡Estás sacando las cosas de quicio! Déjame que te lo explique. Y baja la voz, nos va a  oír todo el mundo.

— ¡Pues que nos oigan! ¡Samuel White es marica y un capullo integral! 

Sam siente deseos de estrangularla.

— Te estás pasando, Lena.

— ¿Qué me estoy pasando? ¿Yo? ¡Muérete, Sam!

Casi llorando de rabia, la chica se da la vuelta y se marcha del lugar. Samuel se viste a toda prisa, pero cuando sale del cuartucho solo encuentra a una multitud de curiosos que lo miran con reprobación. No hay ni rastro de Lena.

— Mierda.

 

 

Cuando llega a casa saluda de malos modos y se encierra en su cuarto a cal y canto. Haciendo enormes esfuerzos por no pagar su mal humor contra el mobiliario se tira en la cama y hunde la cabeza en la almohada como si quisiera ahogarse contra ella. Y es que se le revuelven las tripas con solo pensar en lo que le espera. No puede creerse que la haya cagado de semejante forma. Lena sabe que le gusta Joe, y si ella lo sabe probablemente medio instituto lo sabrá también; estaba lo suficientemente cabreada como para publicarlo en un periódico. Da un puñetazo contra la cama, frustrado.

— ¡Joder!

No sabe qué hacer. La opción más lógica parece quedarse recluido en casa durante dos o tres semanas. Quizá un mes. Argh. Lo peor de todo es que Joe lo sabrá. Joe, su mejor amigo. Joe, su hermano. Joe, que no querrá volver a saber nada de él.

— ¿Samuel? Cariño, ¿te encuentras bien?

La voz de su madre suena preocupada. Samuel suspira, rendido.

— Sí mamá, no te preocupes. Solo estoy cansado.

— Ábreme, tengo a Joe al teléfono. Quiere hablar contigo.

—   …  — silencio incómodo.

— ¿Sam?

— Sí, perdona. Dile que estoy dormido, no tengo ganas de hablar con nadie ahora.

— Está bien, hijo. Acuéstate pronto, ¿vale?

— Descuida…

Sam no cree que vaya a ser capaz de dormir esa noche, pero aun así decide irse a la cama. Cuando se está poniendo el pijama, le llega un sms de Joe.

 “Tenemos que hablar.”

No necesita nada más que ese seco mensaje para saber que Joe ya está enterado.

 

A la mañana siguiente ni siquiera sus pronunciadas ojeras son excusa para librarse de las clases. Su madre lo obliga a ir al instituto a pesar de sus protestas, llevándolo en coche para asegurarse de que no se ‘pierde por el camino’.  El viaje se le hace demasiado corto, y cuando finalmente llega al imponente edificio en el que deberá pasar las seis siguientes horas está tan nervioso que las piernas le tiemblan.

— Pasa un buen día, cariño — le desea su madre, antes de marchar y dejarlo solo.

Sam hace de tripas corazón, respira hondo y entra en el recinto escolar. Para su sorpresa, nadie lo mira diferente. Sus conocidos lo saludan como siempre, con cabeceos y vagos gestos de la mano. No hay cuchicheos a su paso, ni tampoco burlas o risitas despectivas. Nada. Absolutamente nada. Siente como un enorme peso desaparece al comprender que Lena no ha ido con el cuento a las cotillas de sus amigas y, mucho más aliviado, se promete hablar con ella para aclarar las cosas cuanto antes y preguntarle si le ha dicho algo a Joe.

No contaba con que vería a Joe primero. Su amigo está plantado cual perro guardián frente a la puerta del aula y, en cuanto lo ve aparecer por el pasillo, se lanza contra él cortándole toda posibilidad de escape.

— Sam, he hablado con Lena.

Directo al grano, así es Joe. Sam no puede mirarlo a los ojos.

— ¿Y?

— Me ha dicho que habéis cortado. ¿Estás bien?

— ¿Te ha dicho por qué hemos cortado?

Sam no sabe cómo ha sido capaz de formular esa pregunta. Le parece que Joe, normalmente tan espontáneo, tarda eones en responder. Y no es solo una impresión. Ante el prolongado silencio de su amigo, Samuel alza la vista para mirarlo, topándose con dos ojos claros que le transmiten inseguridad, nerviosismo.

— Sí.

Con ese simple monosílabo, Joe logra destrozar todo su mundo. Sam se quiere morir, no puede ser cierto que esté manteniendo esa conversación con su mejor amigo. ‘Tierra, trágame’.

— Tengo que irme — es lo único que dice, mueca agria en el rostro.

— Eh, Sam, espera.  

— No, déjame.

— Pero…

— Déjame.

 

A lo largo del día Joe trata de hablar con él en numerosas ocasiones, pero Sam no se lo permite en ningún momento. Trata de ignorarlo en la medida de lo posible, y pronto se da cuenta de que Lena hace lo propio con él. Así, pasa lo que queda de semana intentando hablar con Lena y esquivando a Joe, ordenando sus pensamientos. Cuando llega el viernes, está tan confuso como al principio, y lo único que ha conseguido es enfadarlos a ambos. Lena ya ni le mira, y Joe ha acabado por desistir en su empeño de ir tras él.

O eso creía.

Esa misma noche Joe va a su casa. Llama al timbre con toda la intención de fundirlo si Sam no aparece, y cuando finalmente el chico se decide a abrirle la puerta le ordena de malos modos que suba en la moto.

— Déjame en paz, Joe — replica Sam — No tengo ganas de ir a ninguna parte.

— Me importa una mierda. Estoy hasta los cojones de ti y de tus tonterías, llevo toda la semana aguantando tus desplantes de niñato malcriado y no me da la gana de seguir consintiéndote. Así que te coges la chupa, te tragas tu mala hostia y te subes a la moto.

Sam duda solo un instante; aunque suponga pasar el rato más vergonzoso de toda su existencia, le debe una explicación a Joe. Por su amistad, por lo que han pasado juntos.

— Dame cinco minutos.

 

Joe lo lleva a Dirty Nights, un garito de mala muerte en el que pueden hablar con tranquilidad. Eligen una mesa apartada del bullicio y piden un par de cervezas para relajar el ambiente. Sam lo agradece, no se cree capaz de enfrentarse a lo que tiene por delante sin alcohol de por medio. Ni con alcohol, la verdad.

— ¿Y bien?

Como siempre, es Joe el que inicia la conversación.

— ¿Y bien qué?

— Déjate de evasivas, Sam, qué llevas cinco días dándome largas.

Sam suspira, nervioso.

— Perdona, es que no sé por dónde empezar.

— ¿Por el principio, tal vez?

— Yo estoy siendo evasivo, pero tú estás siendo irónico.

— Qué hables ya, plasta.

Viendo frustrado su intento de ganar tiempo, Samuel da un largo, larguísimo trago a la bebida.

— Está bien. ¿Qué te dijo Lena, exactamente?

— Me dijo que te molaban los tíos y que lo había descubierto de la peor forma posible. Nada más.

— ¿Nada más?

— No. ¿Hay más?

Sam contiene una carcajada  de alivio que lo habría propulsado directamente a la cabeza de la categoría ‘psicópatas’.

—  ¿Te parece poco?

Joe se encoge de hombros. Está mosqueado.

— Hombre, teniendo en cuenta que me has tratado como escoria desde el domingo esperaba algo mejor, la verdad. ¿Qué pasa? ¿Creías que iba a dejar de hablarte porque fueras de la otra acera? Venga ya.

— Yo que sé, me daba miedo que no quisieras seguir siendo mi amigo.

— ¿En serio? Eres un idiota, y por si no te has dado cuenta eres tú el que no ha querido cuentas conmigo.

— Lo siento, ¿vale? Joder, no te imaginas el corte que me da esto.

Para su sorpresa, Joe le sonríe. Es una sonrisa ancha, escalofriante, que no promete nada bueno.

— Pues prepárate, porque no hemos acabado.

— ¿Qué quieres decir?

— Ya sabes. ¿Cómo se enteró Lena? ¿Te pilló enrollándote con otro tío o qué?

Sam palidece. Uh.

— ¿Eh? Qué va. Si hasta hace nada yo no sabía que era… esto… ya sabes. Ni siquiera lo tengo muy claro ahora mismo.

— ¿Entonces? ¿Viste a un tío bueno y te empalmaste? ¿Te pilló porno gay?

— Tío, no te lo voy a contar.

— Te pilló viendo porno gay. Qué fuerte.

La situación empieza a resultarle de lo más surrealista.

— ¿Sabes? Casi habría preferido que te lo tomaras a mal y dejaras de hablarme.

Joe suelta una carcajada y llama a la camarera para que les traiga dos cervezas más.  

— Va, cuéntamelo.

— Que no, déjalo ya.

— Tener secretos perjudica a nuestra relación, ¿no te has dado cuenta todavía?

—   Si te lo dijera nuestra relación sí que saldría perjudicada.

Sam no se da cuenta de lo que ha dicho hasta que sus ojos se topan con la inquisitiva mirada de Joe. La madre que lo parió, ¿cómo puede ser tan bocazas?

— Quiero decir… — desesperado, trata de arreglar la gran metedura de pata — … los detalles no te gustarían, ¿no?

No se le ha ocurrido nada mejor. Y Joe, por supuesto, no se lo traga.

— ¿Te molo?

Mierda. Mierdamierdamierda. Tiene que ser una pesadilla, Joe no le está preguntando eso. Imposible. Joder, imposible.

— Joe…

— No voy a salir corriendo.

Sam respira con fuerza, derrotado.

— Sí. Joder, sí. Ese perfume… y Lena, y el escobero, y… ah, yo que sé.

— Tío, soy yo. Tranquilízate.

— Ese es el maldito problema, que eres tú. No me importaría si fuera otro, pero eres tú.

Joe espera en silencio a que se calme, dándole tiempo para que ordene sus pensamientos. Sam decide que, ya que ha empezado, se lo contará todo.

— Dije tu nombre mientras ella me hacía una paja —resume, acalorado.

La cara de su amigo es un poema, parece debatirse entre la risa histérica y el horror más absoluto.

— No necesitaba tantos detalles.

— Te lo dije.

Tras esas palabras, entre ambos se instala un silencio incómodo. Sam se siente extrañamente tranquilo. La pesada carga que ha ido arrastrando toda la semana ha agotado sus energías, y ahora que por fin se ha deshecho de ella no puede menos que sentirse aliviado. Joe, por su parte, parece no saber dónde meterse. Sam se obliga a sí mismo a no repasar la conversación que han mantenido, consciente de que, de hacerlo, acabará por marcharse al baño y meterá la cabeza en el W.C.

— Sam…

— ¿Hm?

— No sé si voy a poder hacerlo.

No le está mirando. Joe. Joseph. El hombre que saltaría de un coche que circulara a doscientos kilómetros por hora no se atreve a mirarlo. Sam siente la boca pastosa.

— ¿El qué?

Su voz suena incluso ruda, se teme lo peor.

— Esto. Creía que podría, llevo días mentalizándome. Pensaba que lo conseguiría y… — alza la vista solo un momento, el tiempo justo para mostrarle el mar de emociones que oscurecen sus ojos color miel — Sam, eres mi mejor amigo y eso no va a cambiar. No quiero que cambie, maldita sea, pero…

— Pero ya no será lo mismo, ¿es eso?

— No es porque seas gay — se apresura a aclarar Joe — Eso me da igual, ¿vale? Es… no quiero molarte, tío. Eres mi hermano.

Sam aprieta los dientes, tenso.

— Lo entiendo.

— Estás enfadado.

— Vaya, ¿lo has descubierto tu solo o también te ha ido Lena con el cuento?

Joe sonríe. Y aunque en esos momentos Sam solo desee partirle la cara, se contiene. Porque ese gesto lo desarma. Siempre ha sido así. Siempre.

— Samuel…

— ¿Qué?

— Eres un idiota.

— Me piro — se pone en pie para marcharse, incapaz de soportar la presencia de su amigo — Y-ya nos veremos.

— Eh, venga. ¿Te vas? La noche es joven.

Sam duda. No hay quien entienda a Joe.

— ¿Qué quieres hacer?

— Beber.

Notas finales:

¿Y bien? ¿Qué os ha parecido? ¿Os gustan los PJs? En el próximo capi (que subiré en un par de días, como mucho) veremos la perspectiva de Joe.

 

Espero que os haya gustado, se agradecen reviews :)


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