Manhattan por Adid

Había cometido muchos errores en su vida. Demasiados a opinión de muchos, él mismo incluido. Un sinfín de tonterías que la mayoría del tiempo terminaba lastimando a alguien. Pero a él, que lo había ayudado a salir de ese profundo y frío poso en el que te encierra la soledad, se había prometido que no lo lastimaría jamás.

Lo lastimo una vez, terriblemente, cuando lo conoció. Pero él lo había perdonado y por alguna razón también lo amo.   
Es por eso que ahora, ahí, en esa fría habitación de hotel apenas iluminada por los primeros rayos del sol de la mañana, se sintió el más ruin y despreciable de los gusanos.

Ni siquiera estaba seguro exactamente cómo había ocurrido. Había tenido que dejar a su amado pelinegro por un estúpido viaje de negocios al que  no pudo acompañarle. Así que con una infinidad de besos Lee lo había despedido en el aeropuerto hace lo que parecía había sido muchísimo tiempo, aunque solo fueran unas cuantas semanas. No habían tenido casi contacto desde entonces. La diferencia de horario entre las ciudades, tan alejadas una de la otra y la pesada carga horaria de ambos  les impedían acordar una hora en la que pudieran comunicarse por teléfono, así que su relación prácticamente se había convertido en una por correspondencia. O más bien dicho por e-mail. 

Lo extrañaba, no tenía ninguna duda de ello. Ansiaba con toda su alma tenerlo entre sus brazos, sus cursilerías, sus abrazos y sus muestras de afecto siempre tan exageradas pero lindas. 

Pero entonces una tarde, se encontró con aquel rubio en una cafetería. Era muy apuesto; rubio, de ojos azules y piel trigueña. A leguas se veía que le coqueteaba y él por alguna razón, no le dio un alto en ningún momento. Su presencia le agradaba de alguna forma. Era tan escandaloso como él, tan entusiasta como él, tan idiota como él. Le recordaba tanto a él.  Y sin darse cuenta una noche con varias copas encima, termino con él en la cama.

Quizás todo se debió solo al sentimiento de soledad y añoranza que se había apoderado de él al no ver a su amado en tanto tiempo. Pero eso no impidió que a la mañana siguiente, al despertar con la conocida sensación de tener a alguien junto a él, la terrible decepción al encontrar a Naruto a su lado y no a quien realmente deseara se apoderara de él. Sintió asco y vergüenza de sí mismo. Más aun cuando la imagen sonriente de Lee despidiéndolo en el aeropuerto invadió su mente, golpeándolo con fuerza y crueldad.
Naruto dio indicios de querer repetir lo ocurrido pero cedió ante la indiferencia del pelirrojo. Creyendo que solo había sido un acoston de una noche, algo nada raro para él. Salió de la habitación para no volver jamás, no sin antes asegurarle que era uno de los mejores con quien había estado.

La vida continuo su curso, el mundo siguió girando, pero no podía dejar de pensar en la terrible falta que había cometido. Su garganta se cerraba a leer los correos que Lee tan entusiastamente le mandaba cada día.  Había traicionado a la única persona por la que sentía que valía la pena vivir.

Sus negocios terminaron, con el éxito que se esperaba de él y pronto  tendría que regresar. Tendría que enfrentarlo.  Tomo un vuelo estratégicamente para llegar a una hora en la que sabía estaría ocupado, así al menos retardaría el momento de tener que verlo. No se creía capaz de mirarlo a los ojos siquiera.

Suspiro cuando su avión aterrizo en esa ciudad conocida. Nervioso como si hubiera cometido un crimen bajó de él.  Y cuán grande fue su sorpresa al entrar al aeropuerto y  verlo.  Pareciera que habían pasado siglos desde la última vez que lo vio, a pesar de que su apariencia seguía siendo la misma. El mismo cabello negro y brillante. Los mismos ojos vivaces y centellantes. Las mismas espesas cejas. La misma sonrisa idiota y enorme que se agrando más, si es posible, al verlo. Ahí de pie, con la bufanda que le regalo en su cumpleaños y con un enorme ramos de rosas le recibió con todo su amor y alegría.

-¡Bienvenido a casa, Gaara-kun!

Su voz con ese tono tan dulce también seguía siendo la misma. Era Gaara el que había cambiado. Estaba sucio.

-¿Qué haces aquí?- No pudo evitar sonar rudo. Pero el pelinegro  no dejó  de sonreír.

-Me escape de mi trabajo, no podía esperar más para verte.

Le alargo el ramo de rosas y el ojiverde  lo recibió  con culpa. Intentando sonreír para él.  Lee lo rodeo fuertemente con sus brazos, no pudiendo soportar más el no poder tocarlo. Gaara correspondió al abrazo más entusiasta de lo que ninguno de los dos esperaba. Aferrándolo con fuerza, como si tuviera miedo a que pudiera dejarlo. Escondió su rostro en su pecho y una lagrima rebelde que se negó a obedecerlo rodo por su mejilla yendo a parar al jersey del chico frente a él. Quien recargo su cabeza sobre la del pelirrojo y lo meció con ternura.

Gaara lo decidió en ese momento. No podía pensar siquiera en estar sin él y no se arriesgaría a perderlo. Lo que no supiera no lo lastimaría. Sería él quien sufriría en silencio, carcomido por la culpa. Y jurándose a sí mismo no volverlo a traicionar jamás dejó que el tiempo fluyera, concentrándose solo en su persona amada frente a él. De quien no estaba dispuesto a separarse jamás.