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¡Viva Las Vegas! por Hotarubi_iga

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Notas del fanfic:

Fanfic resubido.

Notas del capitulo:

Disclaimer: Gravitation no me pertenece. Es propiedad de Murakami Maki.

¡Viva Las Vegas!

Eirin

 

Poco a poco comenzó a tomar consciencia de lo que sucedía a su alrededor. El calor sofocante de la mañana hacía mella en su cuerpo desnudo bajo exquisitas sábanas de ceda blanca. Aún no conseguía asimilar lo que sucedía, ni mucho menos recordaba lo último que había hecho anoche. Tan sólo se sentía a gusto, y un calorcito delicioso se dejaba sentir por entre sus piernas. Era húmedo, sí, pero no se sentía mal del todo.

Paladeó al sentir la boca seca y abrió muy lentamente sus pesados párpados, los cuales revelaron —entre pestañeos— unas impresionantes y envidiables amatistas. Su cuerpo intentó moverse, pero un peso que lo sujetaba y aprisionaba por su costado izquierdo se lo impidió.

«¿Dónde estoy?», se preguntó aturdido al atisbar el entorno de la habitación en la que se encontraba, sin lograr reconocerla.

Sintió algo extraño en su mano derecha. La observó con cuidado y descubrió en su dedo anular una argolla de oro blanco con incrustaciones de diamante. «¿En qué momento me compré esto?», pensó confundido y displicente.

El calorcito seguía muy arraigado entre sus piernas, y la presión sobre su costado, llegando hasta su vientre por debajo de las sábanas, comenzaba ya a perturbarlo. Obligó a su atontada memoria trabajar para recordar lo que había hecho anoche, pero el dolor de cabeza que había despertado con él le fatigaba y no le dejaba pensar con claridad. Sólo recordaba escasamente que había bebido como condenado, y que su buena racha en la ruleta y los dados lo habían enceguecido demasiado.

Reanudando el motor dinámico de sus sentidos y la psicomotricidad de su resistencia, se atrevió a levantar las sábanas, y descubrió, en gloria y majestad, una mano y un brazo entero rodear su cintura, cayendo con estilo hacia su plano y cálido vientre. El asombro fue inevitable, pero aún más escalofriante fue descubrirse completamente desnudo y notar que, esa inerte mano sobre él, no era precisamente la de una mujer.

«¡¿Qué mierda hice?!». El sueño se le fue en un suspiro y se giró bruscamente. Su rostro palideció, su corazón dio un vuelco y sus pupilas se dilataron con espanto al ver a su lado a un hombre de rubios cabellos, e igualmente desnudo, durmiendo plácidamente. Y lo peor de todo, era que ese sujeto era el dueño de aquel brazo que con descaro lo tocaba.

El grito estridente y despavorido que pegó a las diez de la mañana, se pudo oír con claridad en todas las habitaciones del prestigioso hotel en el cual ambos se hospedaban.

 

— Capítulo 1 —

Excesos

 

Las Vegas, la ciudad más grande del estado de Nevada, en los Estados Unidos de América. Convertida en uno de los principales destinos turísticos del país gracias a sus zonas comerciales y vacacionales, pero sobre todo, gracias a sus casinos; sitio favorito de cientos de visitantes a la hora de arribar a La Capital Mundial del Entretenimiento.

Los hoteles más espectaculares y famosos de Las Vegas están ubicados en el extremo sur de la Calle Boulevard, también conocida como la Strip. Todos situados a unas pocas millas del Aeropuerto Internacional McCarran.

En esta ocasión, se conmemoraría un aniversario más del majestuoso Hotel Monte Carlo Resort and Casino; uno de los más prestigiosos de la ciudad. Grandes celebridades de la industria del cine, música y modelaje, además del ámbito político, tuvieron el privilegio de ser invitadas para participar en la celebración. Y, debido a la popularidad de dichas estrellas, la fuerte demanda del hotel se vio fuertemente arrasada, teniendo la necesidad de ubicar a sus invitados en las 259 suites de lujo más exclusivas que poseía.

Propiedad del consorcio MGM Mirage, el hotel contaba con 3.002 habitaciones para huéspedes, incluyendo 259 suites de lujo. Con 6 restaurantes, un salón spa de belleza y salud, una capilla de bodas, un pequeño centro de compras, un área de piscina con cascadas, olas y recorridos por río, y dos canchas de tenis afiliadas con los campos de golf de la zona, el recinto hotelero gozaba actualmente con una clasificación de cuatro diamantes de la AAA.

Su diseño fue inspirado por el opulento Place du Casino de Montecarlo. Las habitaciones para huéspedes incluían mármol italiano y muebles de madera de cerezo entre otras amenidades, convirtiendo así, este Hotel Casino, en uno de los sitios más concurridos y exclusivos de la ciudad.

Un día antes de la fiesta de gala que se realizaría en el casino, con el propósito de inaugurar una nueva sección de dicho recinto, las celebridades invitadas comenzaron a llegar en masas para aprovechar las maravillas de la ciudad y el encanto mágico que seducía y atrapaba a los turistas. No siendo esta, una excepción.

Poco a poco las celebridades fueron registrándose en las suites del hotel. Y llegó el turno de uno de los actores fenómenos del momento; una celebridad del Japón que encantó a los occidentales con su belleza y su sensualidad innata, convirtiéndose en un sex-symbol tan sólo en su primer rodaje estelar en Hollywood.

—Bienvenido, señor Yuki Eiri. Por favor, disfrute de la estancia. Nos encargaremos que su estadía en nuestro prestigioso hotel sea inolvidable. —El anfitrión, que personalmente se encargaba de atender y procurar un registro rápido a sus invitados, acompañaba y escoltaba a esta famosa estrella de Hollywood hasta la suite que había sido reservada previamente por su mánager. —Como verá, el hotel cuenta con amplios salones y jardines para que pase una jornada grata y sin preocupaciones. La prensa no se acercará a menos que usted esté de acuerdo. E incluso, tenemos una escolta a su disposición, por si precisa de ella.

—No gracias, ya tengo a mi guardia personal —contestó, ignorando todo a su paso mientras caminaba por el lobby central. Fumaba con descaro; caminaba con soberbia. Encandilaba a todos al pasar con su vistosa y exquisita presencia, pues sabía bien que él era un artista que todos respetaban y veneraban.

Él sabía que sus fans se habían registrado exclusivamente en el hotel para estar cerca de él y asediarlo, pero eso no le importaba; mucho menos le preocupaba. Él lo único que quería era llegar a su habitación, ducharse y descansar. El viaje desde Tokio le había resultado desastroso e incómodo. Su Jet privado definitivamente no garantizaba comodidad en el vuelo, y es que a Yuki jamás le habían gustado los aviones.

Seguido de un auxiliar que acarreaba su equipaje, doblaron por un recodo que los llevó directamente a los elevadores centrales del hotel.

—Por aquí, señor —habló el anfitrión.

Las puertas del ascensor se abrieron y, quienes yacían dentro del cubículo, descendieron con prontitud.

Inevitablemente y, debido al gentío que a esas horas había en el hotel, una de las personas que descendía del elevador pasó a traer casualmente el hombro izquierdo de Yuki. El roce fue sutil, pero fue suficiente para que Yuki y aquel despreocupado personaje unieran sus miradas. El contacto visual fue exiguo y conciso, pero el suficiente para hacer estragos en los dos.

Yuki se quitó rápidamente las gafas de sol y volteó una vez que el encuentro fugaz terminó. Y sólo deseó detener el tiempo para ver un poco más a la figura que, visiblemente acompañado, se perdió entre la multitud.

—Adelante —habló el anfitrión, esperando que Yuki ingresara al elevador.

—¿Quién era ese? —preguntó Yuki, sintiendo aún el golpe en su hombro y la estela de fragancia que aquel muchacho había dejado dentro del ascensor, impregnándose en su nariz con insistencia y arraigo.

—Oh, él es un compatriota suyo, señor. Es un cantante muy famoso que se registró tan sólo ayer.

Yuki guardó silencio, estudiando en su memoria los detalles efímeros que logró captar de aquel artista que robó su atención: cabello rosa, mediana estatura, muy esbelta figura y piel acanelada; definitivamente una exquisitez exclusiva y exótica, aunque desconocía —por la rapidez del encuentro— el color de sus ojos. «¿De qué color eran?», se preguntó, intentando recordarlo, pero las luces artificiales del lugar y la oscuridad de sus gafas le habían impedido ver con claridad. Sin embargo, los pocos detalles que había logrado apreciar de aquel cantante le hicieron pensar en una sola cosa: «De seguro ha de ser de esos extravagantes drogadictos.»

Las puertas del ascensor se abrieron en el piso 32; el último del soberbio y ostentoso edificio. Yuki fue conducido hasta su cuarto: una suite exclusiva, llena de opulencia, con una vista periférica privilegiada. Yuki podía apostar que su suite ocupaba la mitad del piso debido a su gran dimensión.

—Su habitación, señor. La suite más elegante y costosa de nuestro hotel. —Yuki recorrió el cuarto, observando displicente los detalles que encarecidamente había solicitado al momento reservarlo. —Tiene todo lo que pidió, señor. —Yuki pareció ignorar las palabras del anfitrión y se dirigió al colosal ventanal que daba una vista panorámica a las piscinas y las montañas de Nevada. —Collins acomodará su equipaje. Y cualquier cosa que necesite puede solicitar su ayuda. —El botones acomodó el equipaje, procurando un óptimo servicio—. ¿Necesita algo, señor?

—No, pueden retirarse.

—Disfrute su estancia. —Tanto el anfitrión como el auxiliar de equipajes se retiraron, dejando finalmente a solas a Yuki.

Tras tener la privacidad que necesitaba y buscaba desde hacía rato, Yuki caminó hasta la cama King size que había en el dormitorio y se dejó caer sobre ella boca arriba. Palpó con las yemas de sus dedos las sábanas de seda color blanco, resultándole inconfundible su textura. El colchón con pillow-top le ofrecía una comodidad única. Y mientras entraba en un agradable estado de sopor, sus ojos se entretuvieron con el candelabro con lágrimas de cristal que pendía del techo.

Yuki no quiso prestar atención a los demás detalles del inmueble, estaba muy cansado como para ello. Sin embargo, no pudo evitar pensar en el chiquillo con el que había chocado en los ascensores. Su presencia, su figura, su porte y su fragancia lo habían embrujado. «¿Qué tiene ese crío de especial?», pensó tras rememorar la tan fantástica escena.

Muchas veces le había tocado dramatizar escenas similares en las películas, con actrices tan o más codiciadas que él, pero precisamente aquel encuentro casual en el elevador había sido real; y lo más sorprendente, es que había sido con un hombre.

Yuki respiró profundamente, intentando recolectar lo poco y nada que quedaba en sus ropas de la estela fragante del chico. En el ascensor había quedado su esencia; una tan deliciosa que aturdía sin misericordia sus sentidos.

—Maldito crío —masculló al verse envuelto en sus encantos. No conseguía entender por qué había causado estragos en su cabeza; simplemente no podía descifrarlo.

Sus gustos eran definidos, al igual que sus ideas. Para él, las mujeres eran su principal objetivo, aunque jamás le había cerrado las puertas a una aventura con alguien del mismo sexo. Para Yuki no resultaba mucha diferencia. Según sus principios: el sexo es sexo, y con quien lo tengas, radica en qué tan experto y delicioso sea. Un buen polvo se basaba en la destreza de la persona en la cama. Y Yuki estaba seguro, por lo que había logrado apreciar en el chiquillo con el que había chocado, que tenía cero talento en la cama, y también, sobre el escenario.

Yuki se armó de ánimos para ponerse de pie y caminar al baño, decidido a darse una ducha o relajarse en el jacuzzi. Sus intenciones eran las de renovar su cuerpo y su mente, pues estaba convencido que los días que pasaría en el hotel serían inolvidables.

Una vez dentro del opulento baño, se observó casualmente en el espejo y luego centró su atención en las esencias aromáticas que había pedido exclusivamente de su país natal. Era un gusto que se podía dar dada su fama, pues le gustaba mantener esa fragancia tan particular que él poseía y que causaba estragos tanto en mujeres como en hombres.

Llenó la alberca, vertió las esencias aromáticas y comenzó el lento proceso de desnudarse, observándose en el espejo en un acto de vanidad muy propio de él. Le agradaba verse de diferentes ángulos, pues le facilitaba luego para las filmaciones en las películas que con tanto afán protagonizaba.

Cuando el jacuzzi se llenó, burbujeando espuma de perfumado color verde, Yuki se metió y relajó en el agua, disfrutando del exquisito masaje que recibía en varios puntos de su cuerpo. Sin embargo, y pese al momento placentero que estaba disfrutando, su mente no dejaba de recordar al mocoso que había chocado contra su hombro.

Maldijo mentalmente, pero se dejó arrastrar por ese extraño encuentro y cerró lo ojos para disfrutar de los inexplicables sentimientos que aquel roce de hombros había generado en su interior.

 

 

Las horas pasaron aletargadas. Yuki permaneció el resto de la jornada encerrado en su cuarto, disfrutando de las comodidades que le ofrecía el hotel y la disposición de sus excentricidades. Vio televisión satelital toda la tarde, leyó algunas novelas que tenía pendientes, navegó en internet y bebió cerveza hasta el hartazgo. Salió muy de vez en cuando a la terraza, sintiendo en aquellos breves momentos, la brisa veraniega de Las Vegas inundar sus sentidos, impregnándolo de esa chispa viciosa por los juegos de azar que ansiosamente esperaba probar esa misma noche. Y también, tener la oportunidad de llevar a alguien a la cama porque no le gustaba dormir solo. Esa era su peor debilidad, y su mayor ventaja...

Cerca de las ocho, y luego de prepararse exquisitamente con la mejor de las tenidas, Yuki abandonó su suite. Caminó tranquilamente por el solitario corredor del piso en el que se hospedaba e ingresó en el elevador cuando este arribó al piso y abrió sus puertas. Un ascensorista le dio las buenas noches y le consultó a qué nivel deseaba ir.

Dos minutos después, las puertas del elevador se abrieron y los ojos de Yuki se encontraron un con exuberante y lujoso casino atiborrado de personas. Decidió entonces poner en marcha su talante presencia y caminó altivamente por el recinto. De inmediato, una treintena de pares de ojos cayeron sobre su presencia que encandiló apoteósicamente con su estampa perfecta. Un traje hecho a su medida, en color negro, de la más fina tela disponible en el mercado; una camisa blanca impecable con los cuatro primeros botones abiertos, dejando al descubierto su pecho que provocaba suspiros, lograron hacer de Yuki el personaje más observado a penas puso un pie en el casino.

Al pasar, la estela de su loción embriagaba; su cabello sedoso y brillante lo peinaba con sus dedos en un gesto de encanto y vanidad; una sonrisa sublime dejaba a la vista una dentadura perfecta, un mirar candente avasallaba y su postura gallarda y altiva bastaba para seducir y dejar a todos postrado ante sus pies.

Entre la multitud, Yuki divisó un blanco perfecto para servirle de compañía esta misma noche en su cama.

—Muy buenas noches, señor —saludó uno de los anfitriones de la fiesta, escoltando a Yuki para llevarlo al salón principal y exclusivo del casino—. Como verá, nuestro casino cuenta con dos niveles, de los cuales, uno de ellos corresponde al sector VIP. Si gusta, puede servirse todo lo que desea, será cortesía del casino.

—Como quieras —contestó, buscando con su mirada al blanco que había puesto sus ojos.

—¿Gustaría degustar nuestro fino champagne? —Al instante, un mozo apareció con una charola, soportando en la cubierta una fina copa de cristal, rebosante de ese exquisito y elegante licor. Yuki lo aceptó y probó, sintiendo muy agradable el sabor estallando en su paladar. Sus labios se humedecieron sutilmente con las burbujas de la bebida que le causaban un poco de comezón. —Disfrute la velada, señor. Cualquier cosa sólo pídalo.

Finalmente a solas, Yuki buscó la oportunidad de acercarse a la chica que desde hacía rato le guiñaba el ojo con un evidente descaro. Le coqueteaba, esperando tener un contacto más cercano y así intercambiar nombres para ir a la cama. Sin embargo, todo quedó en segundo plano porque en medio del bullicio del casino rebosante, Yuki escuchó unas carcajadas y unos chillidos que parecían celebraban algo. Buscó con la mirada al responsable de tal alboroto, encontrándolo en la ruleta rusa, justamente donde provenían aplausos y la musiquilla estridente de la ruleta por haberse alcanzado el premio mayor.

Yuki ignoró olímpicamente a la joven y atractiva mujer que se le acercaba y caminó hacia la ruleta. Un gran cúmulo de gente se aglomeraba alrededor para presenciar el juego perfecto de uno de los comensales estelares del lugar. Yuki prestó mayor atención y descubrió que se trataba del mismo chiquillo con el que había chocado en los elevadores al momento de registrarse en el hotel. El mismo chiquillo que no había podido quitarse de la cabeza el resto de la tarde.

Extasiado, Yuki permaneció expectante, dedicándose únicamente a contemplar la vistosa y llamativa apariencia del escandaloso chiquillo que celebraba en compañía sus acompañantes. Su singular atuendo atraía las miradas de los presentes, pero en especial la de Yuki, pues vestía un traje de color púrpura de seda egipcia que entallaba su esbelta figura; una camisa semitransparente en color negro jaspeada, abierta hasta el escote de la chaqueta pulcramente cerrada, dejaba a la vista su lampiño pecho infantil, y un collar de cuero negro terminaba de darle aquel toque de rebeldía que embellecía su deleitable figura. Pero, sin lugar a duras, lo que más impresionó a Yuki —pese al juego de luces que encandilaba el casino— fue el color peculiar de ojos que Shuichi poseía.

«Han de ser falsos», razonó al apreciar su excéntrica tonalidad. «Violetas... como la amatista. No, es imposible que sean verdaderos». Y no dudaba de ello, pues el color del cabello que el chiquillo alborotadamente lucía se asemejaba al de sus ojos. «Toda una monada el crío», pensó Yuki. «Excéntrico... chillón más bien diría, pero muy lindo», concluyó al verlo saltar como loco por haber ganado en el juego.

No le volvió a quitar los ojos de encima. Probaba copa tras copa en la barra, mientras el chiquillo jugaba sin parar.

Pasada la media noche, el alborotado chiquillo decidió dejar el juego por unos momentos y salió a caminar sin escolta ni compañía. Yuki se percató de aquel detalle, por lo que considero la oportunidad que tanto esperaba para acercar al chiquillo y así demostrar una vez más que su galantería no tenía límites, y que hasta el muchacho más alocado y despistado podía caer rendido a sus pies.

Yuki decidió seguirlo, ignorando en el camino a cuanta mujer y hombre se le puso por delante —ofreciéndose en bandeja—. No esperaba la gran cosa, tan sólo ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar aquel muchachito o simplemente disfrutarlo como un capricho más de los tantos que tenía. 

Logró darle alcance en las terrazas privadas del Hotel. El sitio contaba con una vista privilegiada a las piscinas y las chanchas de tenis.

El joven artistas caminó con tranquilidad por el lugar, aunque Yuki pudo apreciar inestabilidad en su andar, pues lo veía tambalearse de vez en cuando, o tropezar ligeramente al subir uno que otro escalón a mitad de camino. Yuki sonrió victorioso por la oportunidad perfecta que se le estaba dando, y no la desaprovecharía ni por un solo instante.

Finalmente y, tras alejarse lo suficiente del estentóreo casino, el jovencito se detuvo a contemplar el manto nocturno. Era casi imposible distinguir una sola estrella, debido a las luces artificiales de la ciudad. Suspirando taciturno por la lejanía de su tierra natal y la soledad en la que se encontraba, bebió de su vaso y se relajó en completo silencio, contemplado las piscinas vacías.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar unos pasos acercársele decididamente. Volteó despreocupado y atisbó la inconfundible presencia de la celebridad de la cual todos hablaban en el casino por su belleza y exquisito mirar. El joven artista no pudo evitar ruborizarse; sintió inevitablemente un calor subirle a la cabeza, y el responsable fue su inesperado acompañante.

—Hola —saludó Yuki, caminando sin menos cabo, llevando a sus labios la copa de champagne que portaba en su mano derecha. Procuró que sus movimientos fueran tentadores y apetecibles visualmente. Su cometido dio resultado: sus ojos vieron con deleite como el nerviosismo hacía mella en el chiquillo que parecía haber perdido el habla y la impetuosa personalidad que, dentro del casino, había retratado con tanta espontaneidad.

—H-Hola... —dijo. Se atrevió a mirar los ojos de Yuki y quedó prendido de ellos. —No lo había visto —mintió, pues recordaba perfectamente el extraño encuentro que se había producido en los ascensores en la mañana.

Su comentario fastidió a Yuki, quien no tardó en responder:

—Que extraño, tú fuiste el mocoso que descaradamente me chocó en los ascensores. Fuiste un verdadero idiota por no fijarte por donde caminas. —El chiquillo parpadeó sorprendido.

—Lo siento, no me acuerdo —explicó.

—O sea que a parte de idiota eres desmemoriado —remachó Yuki, bebiendo de su licor con desidia.

—No tiene necesidad de tratarme así. Que grosero de su parte —contestó el joven con molestia, ante la apática actitud de su imprevisto acompañante.

—¿Y qué se supone que haces en este lugar? Tengo entendido que esta fiesta es sólo para celebridades de prestigio, y yo no te he visto ni en pintura.

—¡¿Qué?! Debería conocerme —exclamó el chiquillo algo ofendido—. Soy un gran cantante —aclaró con el pecho inflado.

—¿Y qué? —soltó Yuki. El cantante frunció el ceño y decidió encarar a su arrogante acompañante.

—Para que no te olvides de mi nombre...

—No te he dado el derecho de tutearme —le corrigió, dejando perplejo al jovencito.

—Bueno... para que no se olvide de mi nombre, le diré que me llamo Shuichi; Shindou Shuichi, vocalista de Bad Luck. —Decidió sonreír en un claro gesto de amabilidad y llevar una plática amena. —¿Qué a caso no me conoce? ¿Nunca ha oído alguna de mis canciones? Son muy populares.

—Yo no escucho porquerías.

—¡Qué! —Shuichi dio un respingo, molestándose definitivamente por las palabras de Yuki—. ¡¿Cómo se atreve a hablarme de esa manera?! ¿Usted quién se cree que es? ¡Yo tampoco lo conozco ni quiero conocerlo. No es más que un fanfarrón; un petulante de primera categoría! ¡Y...!

—Ya cierra la boca —masculló Yuki con autoridad—. Creí que eras alguien más interesante, pero viéndote de cerca, me doy cuenta que sólo eres bonito y que te ves mejor con la boca cerrada. —Dio media vuelta y caminó de regreso al casino, dejando a Shuichi completamente perplejo, furioso y frustrado.

—Es un idiota... ¡Él es el idiota! —exclamó, decidido a regresar al casino y así desquitar su rabia en los juegos, pues su buena racha aún no había terminado.

Yuki decidió regresar a su habitación. El encuentro con Shuichi lo dejó malhumorado y sin ganas de sexo. Definitivamente ese mocoso era un tonto; un cabeza hueca que sólo le gustaba ofender. Yuki había creído por un momento que podría tener una oportunidad para acostarse con él o conseguir un algo más, pero había descubierto que habría sido una rotunda pérdida de tiempo. Sin embargo, no podía sacarse de la cabeza la mirada de Shuichi. Su rostro ruborizado y ese brillo particular en sus ojos falsos —porque estaba seguro de que ese color no era natural— lo habían deslumbrado y hechizado.

Con ese pensamiento, Yuki se cambió de ropa, se lavó lo dientes y se fue a la cama, con una amarga sensación en su pecho y en su entrepierna.

 

 

A la mañana siguiente las cosas no mejoraron. Yuki despertó con un penetrante dolor de cabeza que taladraba sus sesos, entorpecía sus movimientos y ennegrecía su estado de humor. Decidió solicitar desayuno a la habitación; un exquisito menú que con suerte probó, pues era tanta la migraña, que se le había quitado el apetito y hasta las ganas de levantarse y salir a caminar.

Durante gran parte de la mañana, el teléfono no había parado de sonar, hasta que Yuki terminó por desconectarlo para que no lo fastidiasen más. Su mánager sin embargo, se había encargado de asediarlo pertinazmente, recordándole sus deberes para con la prensa. Y fue en esos momentos, en los que Yuki no vio tan mala idea salir a caminar y despejar un poco la mente. La idea de ir al spa del hotel resultaba muy tentadora, o incluso solicitar una sesión de masajes en el cuarto. Cualquiera de esas dos opciones era mejor que obedecer las órdenes de su mánager.

Decidido a visitar el spa, Yuki se levantó y se dio una ducha para reponer fuerzas y reactivar sus sentidos. Una vez listo, salió a caminar, recreando la vista, pero procurando hacerlo con discreción. Con sus gafas de sol, pretendió pasar inadvertido ante los fans y turistas del lugar. Luego de un rato de caminata, llegó al spa, habiendo hecho previamente una reservación.

Entró a una pequeña habitación y se desnudó, atando posteriormente una toalla blanca alrededor de su cintura. Cruzó un estrecho pasillo hasta la habitación en donde le aplicarían un tratamiento completo de masaje con aceites, pero se sorprendió al ver que en una de las tantas habitaciones del spa al cantante bobo de anoche. Shuichi estaba siendo atendido por un masajista, quien embadurnaba la espalda desnuda del cantante con aceites aromáticos que parecían relajarlo y sumirlo en un letargo absoluto.

Yuki sintió la ligera curiosidad de ver más cerca la escena, de ese modo, podría tal vez despejar su mente y aliviarla del dolor de cabeza que no mitigaba. Para su suerte, el masajista que atendía a Shuichi salió por una de las puertas posteriores del cuarto, dejando a un relajado cantante a merced de las travesuras de Yuki, quien sigilosamente ingresó al cuarto, recreando la vista con el cuerpo perfecto de Shuichi que, boca abajo, respiraba acompasado, manteniendo sus ojos cerrados y sus brazos estirados hacia los costados.

Una toalla blanca a penas y le tapaba el trasero, dejando poco y nada a la imaginación de Yuki, quien no dudó en aceitar sus manos con el mismo lubricante que el masajista le había aplicado a Shuichi momentos atrás.

—Mmm... —suspiró Shuichi, con los ojos aún cerrados y entregado por completo al masaje que estaba recibiendo de aquellas expertas manos que recorrían su espalda—. Un poco sobre los hombros —pidió—; estoy muy tenso.

«¿Tenso de qué?», se preguntó Yuki con incredulidad. No pudo evitar reírse para sus adentros ante la absurda actitud de Shuichi.

—Ah... que bien se siente... ¿Sabes? Tengo que cantar esta noche y ya me siento nervioso. Jamás lo he hecho para tantas celebridades, y ahora que mi carrera está en la cresta de la ola, me siento lleno de energías y ansioso. El otro día...

«¿Qué no se puede estar callado ni un minuto?», se preguntó Yuki con recelo y espanto, decidido a llevar sus manos a un terreno mucho más peligroso, y de seguro... nunca antes explorado.

Sus expertas y aceitosas manos recorriendo la piel de Shuichi, tan lento, que podía sentir cada poro, cada detalle sutil. La piel de Shuichi era cálida y delicada; demasiado suave al tacto. Transmitía una energía tan intensa que Yuki se estremecía y agitaba sin control. Lo dominaba una suerte de adrenalina retozona a medida que descendía por la columna de Shuichi, delineando cada vertebra con sus dedos.

Llegó finalmente a la parte baja, disfrutando de esa curvatura exquisita que se dejaba ver en la espalda de Shuichi, y que revelaba en todo su esplendor un tatuaje que a Yuki le pareció muy sexy. Finalmente, Yuki se detuvo ante la toalla que se interponía entre sus manos y el trasero de Shuichi. Yuki estaba decidido a llegar hasta el final de su travesía; no había hecho semejante osadía sólo para detenerse al final del premio mayor. Se armó de valor y descendió aún más, lentamente, retirando con cuidado la toalla para que Shuichi no se espantara. De inmediato, un redondo y bien formado trasero quedó ante Yuki, quien quedó más que fascinado por la maravilla que se exponía libremente ante sus acuciosos ojos.

Tragó duro y, sin dudar, plantó sus las palmas de sus manos con solidez sobre aquel trasero, sintiendo el respingo de Shuichi ante el súbito contacto.

—¿Qué... qué haces? —preguntó Shuichi, intentando voltearse y ver lo que su osado masajista intentaba hacerle.

—Tienes un trasero muy firme. Te envidio, mocoso —contestó Yuki, advirtiendo que el rostro de Shuichi perdió todo el color cuando sus miradas se encontraron.

El grito que pegó Shuichi se sintió en vario pisos del hotel. Para sus amigos, no era novedad, pues lo conocían de sobra como para saber que por cualquier estupidez gritaba con esos dotados pulmones que Dios le había otorgado.

Yuki se tapó los oídos al sentir retumbar sus tímpanos por el chillido ensordecedor que pegó Shuichi, quien se puso de pie en un brinco y se tapó con lo primero que encontró, sonrojado hasta las orejas y temblando de pies a cabeza por la osadía del actor.

—¡¡SUCIO PERVERTIDO!! ¡¡¿QUÉ CREES QUE HACES?!! —chilló, ignorando olímpicamente cuánto daño causaba con su potente alarido.

—¡Deja de berrear, mocoso estruendoso! —reclamó Yuki.

—¡¿Cómo te atreves a tocarme?!

—Ya no seas tan exagerado. Sólo quise divertirme un poco.

—¡¡¿Divertirte?!! ¡¿A esto le llamas divertirse?! —chilló Shuichi embravecido.

—¡Ya cállate, me colmas la paciencia!

—¡Y tú la mía!

El masajista, más dos guardias de seguridad aparecieron en la escena, verificando que todo estuviese bien con Shuichi. Pero se sorprendieron ante la peculiar escena, aunque no la comprendieron del todo.

—¿Se encuentra bien, joven Shindou? —preguntó el masajista que lo había atendido al ver su facha.

Shuichi dudó en contestar lo que Yuki había intentado hacerle. No quería llamar la atención ni mucho menos caer en boca de la prensa amarillista.

—Anda mocoso, diles lo que estaba haciendo aquí —sonrió Yuki, seguro que Shuichi no diría nada. Y estaba disfrutando el juego que había iniciado, porque Shuichi no daba más de rojo.

—Eh... estoy bien. No pasa nada —contestó finalmente. Bajó la mirada y admitió su derrota frente al arrogante que lo había tocado.

—Señor... —habló uno de los guardias, dirigiéndose a Yuki— si gusta, lo escoltamos a su habitación.

—No, no se molesten —contestó, echándole un último vistazo a Shuichi. Le obsequió una pícara y sensual sonrisa antes de marcharse del lugar, dejando a Shuichi completamente espantado y frustrado, mucho más que anoche.

—Terminemos con la sesión, joven —sugirió el masajista, ayudando a Shuichi a subir nuevamente a la camilla donde segundos atrás, Yuki lo había tocado con descaro.

«Pervertido...», pensó, completamente abochornado, humillado y muy conmocionado.

Yuki hacía tanto tiempo que no se divertía, que el dolor de cabeza incluso había desaparecido. Llegó a su cuarto luego del escándalo montado en el spa, se cambió de ropa y sacó una cerveza del congelador. Resolvió conectar el climatizador para pasar el resto de la mañana sin el calor que desde temprano abrazaba de manera insoportable la ciudad, y se tendió sobre el sofá de la sala.

Yuki observó sus manos y se remontó al instante en que había podido tocar el trasero de Shuichi. Sus palmas y la yema de sus dedos habían tendido la oportunidad de deleitarse con semejante piel cándida y firme, aunque no podía decir nada bueno de la personalidad de Shuichi.

«¿Puede existir alguien más desesperante que él?», se preguntó Yuki mientras de su lata y miraba una de sus manos. Rozó lentamente las yemas de sus dedos entre sí al sentir aún el calor, la esencia y la textura de la piel de Shuichi. Llevó su mano hasta su nariz, recolectando de ella ese exquisito aroma que se impregnó en su piel al tocar la de Shuichi. «Sí que es exquisito», confesó para sus adentros, imaginando nuevamente la figura expuesta de Shuichi y dibujando su redondo trasero entre sus manos.

Sonrió inevitablemente al recordar como Shuichi se había erizado al ver quien había osado tocarlo. Sí que había sido un juego divertido el provocarlo. Yuki pensó un poco, y concluyó que sería muy provechoso programar otro encuentro con Shuichi para divertirse nuevamente a costas de él.

 

 

En plena tarde, Yuki decidió salir de su habitación. El calor era sofocante; unos treinta y nueve grados se dejaban sentir a eso de las cuatro de la tarde, y parecía no tener intenciones de menguar. El sol implacable causaba estragos sobre Las Vegas, y ni el aire acondicionado lograba refrescar efectivamente el ambiente.

Yuki decidió bajar a las piscinas del hotel y se colocó un traje de baño sencillo: una tanga negra, resaltando su bien dotada virilidad. Abandonó su cuarto, tomó el ascensor y llegó a una de las piscinas aclimatadas que ofrecía el hotel a sus residentes privilegiados. Tranquilamente recorrió el recinto para ambientarse y buscar un sitio cómodo en donde pasar el resto de la tarde. Sin embargo, se llevó una grata sorpresa al ver en las terrazas a Shuichi, reposando en una de las sillas bajo la sombra, con audífonos y un block de notas en sus manos, más un lápiz que reposaba en su regazo. Todo apuntaba que nuevamente estaba descansando.

Yuki no pudo negar lo adorable que se veía Shuichi recostado en esa silla bajo la sombra, con un vaso de refrescante soda con hielo a su lado. Y con ese pensamiento, se acercó a Shuichi, muy lentamente, acaparando la atención de todos al pasar debido al diminuto traje de baño que llevaba puesto.

Se plantó frente a Shuichi que, a ojos cerrados, tarareaba una canción. Yuki sonrió, extendió su mano y le arrebató el block de notas.

—¡Hey, qué...! —Shuichi se quitó los audífonos y quedó pasmado al ver frente a él al osado de Yuki, cubierto sólo por ese diminuto bañador. Claramente la imaginación no alcanzaba para lo que esa oscura y diminuta prenda ocultaba.

Shuichi tragó con incomodidad y de inmediato el rubor se apiñó con fuerza en sus mejillas.

—¿Qué tanto escribes, mocoso? —Yuki registró la libreta sin leerla del todo; la hojeó lentamente hasta que se detuvo en la última página.

—¡No la leas! —Shuichi intentó quitársela, pero Yuki lo detuvo plantándole una patada en el rostro.

—No me digas que esto es lo que cantas —dijo tras leer el cuadernillo.

—Eh, sí... soy cantante de música romántica —contestó Shuichi, esperando un reconocimiento por parte de Yuki.

—Una rotunda porquería —soltó—. No deberías ni escribir ni cantar canciones con tu falta de talento —añadió, mirando fijamente los ojos de Shuichi—. Tienes cero talento. —Le arrojó el cuadernillo y se marchó, dejando a un estupefacto Shuichi por su «elocuente» crítica.

Shuichi sin embargo, no estaba dispuesto a dejar las cosas de esa manera; tiró todo lejos y corrió para detener al arrogante de Yuki, sin importarle el escándalo que se estaba montando.

—¡Oye tú! —exclamó a todo pulmón— ¡Quién te crees que eres para venir y criticar mis canciones! ¡Ni siquiera me conoces!

—Y no tengo intenciones de hacerlo —respondió Yuki, pasando de largo y sin el interés de prestarle atención a Shuichi. Pero Shuichi no se dio por vencido; se plantó delante de Yuki y lo desafió con una agresiva y envalentonada actitud.

—¡No tienes derecho a tratarme así. Nada te he hecho para que me humilles de esta manera!

—¿Por qué mejor no me dejas en paz?

—¡Tú fuiste quién empezó a molestar! —protestó Shuichi, sulfurado por la desidia de Yuki—. ¡Yo estaba tranquilamente en mi silla y tú me fuiste a fastidiar!

A Yuki no le hizo gracia saber que era un fastidio para Shuichi. El ego y la rabia hicieron mella en él y se apoderaron agresivamente de sus sentidos. Y no fue consciente cuando un arremetedor impulso le hizo empujar violentamente a Shuichi para apartarlo de su lado, sin contar con los malos reflejos de éste.

Shuichi perdió el equilibrio y cayó a la piscina de manera inevitable y hasta graciosa.
La aglomeración alrededor de la escena fue instantánea, lo que le permitió a Yuki una fuga discreta, mientras Shuichi era socorrido por sus amigos y asistentes del hotel, quienes prontamente le dieron la debida atención en la suite en la que se hospedaba.

—Oye, Shuichi, ¿cómo se te ocurre montar ese escándalo? —preguntó Hiro, su amigo y guitarrista de la banda, mientras le secaba el cabello.

—¡No fue mi culpa! —protestó—. ¡Ese cretino empezó! Anoche fue muy grosero. En la mañana tuvo el descaro de tocarme el trasero y ahora me fastidió en mi rato libre.

—¿Qué te tocó el trasero? —preguntó Fujisaki, encargado del sintetizador en la banda. Se acercó a Shuichi y le tendió ropa limpia y seca que había sacado del closet.

—Fue muy grosero desde el principio —admitió con el rubor a flor de piel—. Intenté ser amable, pero parece que me odia. Además, se burló de mí cuando me tocó y ahora... ahora ¡leyó la letra de mi nueva canción! ¡Dijo que tengo cero talento! ¡Qué la letra es una rotunda porquería! ¡Es un imbécil! —protestó con coraje—. Oye, Hiro, ¿no crees que sea demasiado cruel de su parte tratarme así si yo nada le he hecho? —Vio a su amigo bostezar, hastiado de sus niñerías.

—Deberías de aceptar su crítica —interrumpió Fujisaki, mientras tomaba asiento a su lado.

—¿Y por qué? Es un completo idiota y para colmo, pervertido —argumentó Shuichi, cruzándose de brazos.

—¿Qué no sabes quién es él? —preguntó Hiro.

—No, ni me interesa —bufó.

—Ah, claro... no te has preguntado qué hace aquí y por qué hay tanta parafernalia por su presencia —habló Hiro. Shuichi negó con indiferencia.

—Él es Yuki Eiri, uno de los actores más populares de los últimos tiempos. Es ícono del momento en Hollywood.

—¡QUÉ! ¡¿ESE IDIOTA ES ACTOR?! —chilló Shuichi, saltando de la cama como un verdadero resorte.

—Sí, inició su carrera como modelo en Japón. Y luego un productor de Hollywood lo llamó para rodar una película de romance erótico. Y de ahí, saltó a la fama —explicó Fujisaki.

—Vaya Fujisaki... sabes mucho sobre ese hombre —comentó Hiro.

—Es inevitable.

—¿Por qué lo dices? —preguntó curioso, mientras Shuichi aún digería la información.

—Porque él es cuñado de mi primo.

Shuichi no lograba salir de su impresión; habían sucedido demasiadas cosas en un solo día. Estaba asombrado de las casualidades del destino, pero sobre todo, del chocante comportamiento que Yuki tenía para con él. No lograba comprender el por qué de su actitud tan hostil y apática, llegando a creer lo odiaba por alguna extraña razón.

 

 

La noche de la celebración del Hotel Casino finalmente había llegado. La prensa, tanto nacional como internacional, había sido invitada, y las celebridades más importantes hacían gala de sus mejores tenidas, dejándose fotografiar por los fanáticos y reporteros de todos los periódicos y canales de televisión que buscaban entrevistar a los artistas y así sacarles la mayor cantidad de información posible para sus reportajes.

Yuki, acompañado de su mánager y su escolta personal, emergió por uno de los tantos ascensores del recinto. A penas puso un pie en el casino, la prensa se le fue encima, asediándolo locamente para entrevistarlo y, tal vez, obtener alguna palabra de sus perfectos y codiciados labios.

—Esta noche no habrá entrevistas —habló su mánager, mientras la escolta de Yuki hacía espacio para avanzar sin tropiezos. Pero Yuki se detuvo de pronto al ver como otro grupo de reporteros acosaba en preguntas al único personaje de todo el hotel que le robaba el sueño y el pensamiento, aunque dicho personaje se trataba de un completo idiota.

La prensa rodeaba a Shuichi, pero no lo suficiente como para asfixiarlo, porque su mánager, un norteamericano de dos metros de alto, apuntaba con su Mágnum a cualquiera que osaba a acercársele más de lo necesario.

El flash de las cámaras y las luces le daban un encanto tan particular, que Yuki se vio preso de esos atributos que hacían de Shuichi una estrella de tomo y lomo. Su sonrisa, su mirada y su vistosa y exótica presencia, deslumbraba a los espectadores que disfrutaban de él.

—¿Se siente a gusto al participar en esta celebración tan importante? ¿Se siente cómodo estando tan lejos de su tierra natal? —Shuichi sonrió tras las preguntas de dos de los veinte reporteros de ávidas miradas.

Se acomodó el cabello tras la oreja con un natural encanto y luego contestó:

—Estoy muy a gusto. Desde que llegué, me han tratado muy bien. Y como banda, nos hemos sentidos beneficiados por esta grandiosa invitación. Mostrar nuestro trabajo en esta ciudad es una gran oportunidad para expandirnos y llegar a todos los rincones del mundo.

—Pero ustedes ya son la sensación del momento, y tienen planificado una gira por Latinoamérica. ¿Eso es cierto o sólo son rumores?

—Eso... —sostuvo la palabra en el aire, mirando a sus compañeros de equipo— lo estamos estudiando. Los productores aún no han decidido, pero nuestros discos se han vendido bien en ese mercado y hemos tenido muy buenos resultados. Así que sí es muy posible una gira por Latinoamérica.

—¿Qué nos puede decir sobre lo ocurrido esta tarde en las piscinas del hotel? Las fotografías captadas por lo testigos revelan una fuerte discusión entre usted y el famoso actor Yuki Eiri, que igualmente se hospeda en este lugar.

Las cámaras se alzaron y se enfocaron en Shuichi. Los periodistas lo acosaron, preguntándole sobre ello con desembozo.

—¿Cuándo lo conoció?

—¿Cómo lo conoció?

—¿Qué clase de relación sostienen?

—¿Es cierto que su amistad es estrecha?

—¿Tiene conocimiento sobre la inclinación sexual del actor?

Yuki prestó mayor atención, esperando con interés la explicación fidedigna de Shuichi.

—La verdad, no tenemos nada. Sólo fue un infortunio; nada relevante —contestó con un poco de nerviosismo. No se le daba de manera natural mentir, mucho menos disimular, aunque quisiera.

—Pero dicen que discutieron por una crítica que el actor le dio a una de sus nuevas canciones —mencionó uno de los periodistas.

—Pues... difícilmente podría criticarme si es sólo un actor. No nos conocemos, todo fue un mal entendido que las personas agrandaron. Con permiso... —Shuichi siguió su camino, dejando a la prensa con las palabras en la boca.

«Así que sólo un actor... no nos conocemos...», masculló Yuki, arrojando chispas por los ojos. Su mente procesaba la información y la furia se acrecentaba en él con tribulación.

Se alejó del tumulto, ignorando y pasando a llevar a quien se le cruzaba en el camino. La ira lo carcomía por dentro, le había disparado la bilis. Un escozor muy pendenciero se había arraigado en su pecho agitado, acrecentando el palpitar de su corazón. Yuki finalmente había tomado una drástica decisión, sin importarle las consecuencias.

 

 

Media hora más tarde, el dueño del hotel hizo su aparición para dar comienzo a la gran celebración. Dio un discurso memorable, agradeciendo la presencia de cada uno de los comensales. También inauguró  —y como atracción especial de esa noche— el nuevo sector de juegos del casino, dando paso finalmente a la presentación de los artistas que cantarían esa noche sobre el escenario.

El recinto se llenó de aplausos y la fiesta empezó. Shuichi aguardó junto a su banda el momento de salir al escenario, mientras probaba su suerte en los dados; su juego favorito. Las miradas de los invitados estaban puestas en su persona, debido a la chispa de alegría y vida que irradiaba con su sonrisa y su mirada. Era imposible no prestarle atención.

—Hey, Shu, ¿a dónde vas? Ya estamos por salir al escenario —dijo Hiro.

—Voy al baño. ¡No tardo! —Shuichi salió corriendo y se perdió rápidamente entre la multitud.

Apurando el paso entre la muchedumbre que no le quitaba los ojos de encima, Shuichi procuró burlar a la prensa, pues estaba convencido que los periodistas no dudarían en meterse con él al baño para sacarle alguna pregunta, e incluso, alguna fotografía. Pero al doblar por uno de los tantos corredores próximos a las escaleras del casino, Yuki apareció de la nada y lo sujetó bruscamente, acorralándolo contra la pared.

—¡¿Qué haces?! —chilló Shuichi, asustado y nervioso por la presencia imponente y arrogante de Yuki.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó él con hostilidad—. ¿Por qué dijiste todas esas estupideces?

—¿D-De qué estás hablando? —expresó Shuichi, intentando soltarse del fuerte agarre que Yuki ejercía sobre sus brazos.

—¡No te hagas el imbécil! —gruñó Yuki.

Guardaron silencio, viéndose a los ojos fija e intensamente. Y Yuki, en ese momento, descubrió que el color de ojos de Shuichi era natural.

—¡Déjame ir! —forcejeó Shuichi, intentando liberarse porque Yuki intimidaba; su presencia lo perturbaba de una manera extraña. Su corazón se agitaba a cada palpitar y un calor intenso lo dominaba y abrazaba.

—No, hasta que me digas lo que quieres. ¿Por qué insistes en burlarte de mí?

—¡¿Burlarme yo?! —exclamó Shuichi, soltándose con violencia para enfrentarlo—. ¡Tú eres el sucio pervertido que se ha burlado de mí! ¡Tú te has aprovechado todo el tiempo!

—¿Y por qué piensas eso? No seas idiota —contestó Yuki con petulancia, jactándose altivamente de su apatía.

—¡El idiota eres tú! Aprovechado, abusador ¡Pervertido! —Yuki lo volvió a golpear contra la pared. —¡Suéltame o voy a gritar! —protestó Shuichi.

—Vamos, grita... que todos se enteren de cómo te tengo acorralado. A la prensa le encantará vernos así de cercanos. —Shuichi no pudo evitar ruborizarse, siendo objeto de entretención para Yuki. —Dime... ¿no te resulto atractivo? —El calor en las mejillas de Shuichi le respondieron, y sonrió con una desesperante sensualidad que erizó la piel de Shuichi. —Eso lo interpretaré como un sí.

—No... ¡No es cierto! —refutó Shuichi, costándole inclusive respirar debido a la loción de Yuki que se había colado por su nariz, impregnándose hasta lo más recóndito de su cuerpo.

—Tu dulce carita ruborizada te delata, mocoso. No puedes negarlo. —Su sonrisa burlona terminó por colmar la paciencia de Shuichi, quien no dudó en soltarse y hacerle frente a su acosador.

—¡Cállate! ¡No digas estupideces! ¡Tú eres el que parece interesado en mí! —aclaró muy exaltado al no poder ampliar la distancia de diez centímetros que Yuki imponía entre los dos—. ¡No tengas ideas equivocadas de mí! ¡No soy homosexual, ni me gustará nunca alguien tan arrogante como tú! ¡Hablando como un idiota sobre mis canciones... pues si no te gustan, sólo olvídalas y ya! ¡No tienes nada que ver conmigo ni mi carrera! —La lista parecía ser larga, y Shuichi no pensaba detenerse: le plantaría a Yuki en la cara todo lo atorado que tenía en su garganta, tras las constantes humillaciones que había sufrido por su culpa. —¡¿Por qué tuviste que decir tales cosas de mis canciones?! ¡¿Quién te dio el derecho?! ¡¿Por qué tuviste que cruzarte en mi camino y fastidiarme las vacaciones?!

—Cierra la boca —soltó Yuki, y acorraló a Shuichi contra la pared y su cuerpo, logrando sentir su calor y sus temblores—. Hablas demasiado. Me tienes harto. No entiendo por qué me provocas.

—¿Provocar? —Shuichi se exaltó atónito—. ¡Yo no te estoy provoc...!

Yuki sujetó los brazos de Shuichi y lo enmudeció con un beso. Fue un beso tan intenso, que Shuichi jadeó en un intento desesperado por liberarse y acaparar aire. Aquello propició la voracidad de Yuki, quien no dudó en arremeter con su lengua y hacer de la boca de Shuichi su voluntad.

Shuichi vibró ante aquella profanación apasionada y forcejeó unos momentos, pero los labios de Yuki le nublaron el juicio y terminaron por hacerle ceder. Las manos de Yuki dejaron de ejercer presión, pero se mantuvieron quietas e implacables sobre los brazos de Shuichi, procurando marcar el paso y el dominio absoluto sobre él, mientras sus cuerpos se aproximaban peligrosamente para desatar las pasiones que tenían fuertemente atrincadas en sus orgullos.

La suerte ya estaba echada. Ahora sólo sería cuestión de ver lo que el azar les depararía.

 

...Continuará...

 


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